Fortaleza Familiar

Esta es la historia de un joven de porte varonil, de grandes ojos, mirada esquiva y modales finos, con manos temblorosas y la tez pálida. Carmen su madre, era una mujer de mediana edad, atractiva aún pero con rastros de cansancio en el rostro.

Él le dijo en voz muy baja a su madre -“Llevo una semana sintiéndome muy mal, voy al baño a cada rato, sudo mucho y tengo unas ronchas en el cuello que me dan mucha comezón”. La madre muy alarmada le dijo -“¡Hijo mío! ¿Por qué no me habías dicho nada? Hay que acudir con el médico, le diré a tu papá que nos acompañe”. Pedro -así se llamaba el joven- le dijo muy apesadumbrado -“No mamá, no incomodes a papá, él trabaja mucho y no quiero preocuparlo”. Doña Carmen no tomó en cuenta la negativa de su hijo y le habló a Don Jorge, su esposo quien le dijo que pasaría a recogerlos para acompañarlos al doctor.

Don Jorge, al llegar a la clínica exigió pronta atención para su hijo; consideraba indignante que en una institución de salud hicieran esperar a una persona que requería atención médica, sin tomar en cuenta que su hijo tenía una semana enfermo y no había acudido con el médico.

Con cara de disgusto se sentó a esperar y cuando le tocó el turno a su hijo, él y Doña Carmen quisieron entrar también a la consulta. El médico al ver el cuadro familiar intentó interrogar a Pedro, un joven ya de 18 años, pero él contestaba con monosílabos y sin levantar la vista del piso. Entonces el doctor le preguntó -“¿Prefieres que la consulta sea para ti primero y luego hablamos con tus papás?”

Pedro aceptó inmediatamente y los padres a regañadientes lo dejaron entrar solo.

Ya en el consultorio el doctor le dijo a Pedro -“Ahora sí muchacho, cuéntame tus miedos ¿tuviste relaciones sexuales sin protección?”

Pedro respondió -“¡Ay doctor! Tengo mie -

Por: Dra. Laura Guadalupe Loeza Montero

do de los resultados, mis padres no se merecen que les cause penas, son muy buenos, me han educado bien, me dan todo lo que pueden, pero son muy conservadores. Yo me esfuerzo por complacerlos, pero siempre estoy triste y apartado de mis compañeros de escuela; no tengo amigos, siento que no tengo nada en común con los demás, pero hace seis meses conocí a un joven de conducta muy parecida a la mía. Nos fuimos relacionando mejor cada día, nos hicimos grandes amigos y de pronto un día tuvimos relaciones sexuales sin protección, y ahora que me siento mal, tengo miedo de estar enfermo de algo grave. Si eso pasara quisiera morirme. Soy un mal hijo”.

El médico lo consoló, le explicó lo que le pasaba, lo orientó, le dijo que no era mal hijo, que estas cosas pasaban por no estar bien informados sobre sexualidad, pero ante esta situación lo primero que se debía hacer era hablar con sus padres; si él estaba de acuerdo lo harían en ese momento, para justificar los exámenes de laboratorio que le pediría. Pedro enfrentó a sus padres con la ayuda del doctor. Inesperadamente Don Jorge abrazó a su hijo con mucha ternura y le dijo que podía contar con él siempre que lo necesitara, pero Doña Carmen rompió en llanto y dirigiendo su mirada al cielo repetía ¡Dios mío! ¿Qué es lo que hice mal para que mi hijo saliera así?

El médico habló largo y tendido con los tres explicándoles cómo hablar acerca del tema de la sexualidad.

Pasado un tiempo Pedro volvió con el médico, los resultados de laboratorio habían salido normales, y comentó que la relación con su padre era más estrecha cada día, que su madre lo trataba con amor pero siempre distante, pero aún con todo esto se sentía más libre y feliz.

La fortaleza de todo ser humano surge del amor de sus padres. Finalizo esta historia con una frase de Albert Einstein: “Ante Dios todos somos igualmente sabios e igualmente insensatos”.

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