FUNDACIÓN ALFREDO HARP HELÚ OAXACA • NÚM.3
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T
oda biblioteca es, en algún sentido, un entrecruzamiento de caminos. Cada estantería sería un lugar de paso, una estación, un intermedio. El Hábito
pretende sugerir cruceros, localizar pasadizos que comuniquen ciertos lectores con ciertos libros, puentes insospechados que conecten un entramado de bibliotecas. Los itinerarios serán trazados mediante el hábito de la lectura.
BIBLIOTECA DE INVESTIGACIÓN JUAN DE CÓRDOVA EL VALLE DE TLACOLULA Arturo Fenochio
Capítulo Décimo Sexto (fragmento)
L
a señorita de Fontecilla quedó mirándola con más calma: la curiosidad se mezclaba á la inquietud en la expresión de su rostro. Sin duda la vieja conoció lo que le pasaba, porque se quitó de la puerta con movimientos ligeros, eso sí, para tomar un cesto de uno de los rincones. –Mire usted, –dijo alzando la cubierta del lienzo– mire lo que tengo dentro. –¿Qué es? –Una chuparrosa, el más valiente de todos los animales. Carmen distinguió en el fondo del canasto un precioso colibrí de plumas verdes brillantes como esmeraldas. Tenía cortadas las plumas verdes de un ala para que no pudiera volar. –Cuando estos pajaritos se pelean, –prosiguió Mónica, –no se dan por vencidos hasta que matan ó mueren: son más bravos que los gallos y que las fieras. Por eso los sacerdotes indios daban á beber la sangre del corazón de uno de estos pájaros al rey, al cacique ó al guerrero que por desgracia resultaba cobarde: después de chupar la sangre, se volvía otro, tenía valor sobrado para todo y este valor ya nunca lo perdía. El mismo efecto produce esta sangre en cualquier persona, sea hombre, sea mujer, sea niño. Y ahora va usted á tomarla.
–No, Mónica, no. Esas son supersticiones. ¿Cómo dice usted que no practica hechicerías? ¿Qué es esto? –La costumbre, una de las costumbres de nuestros padres: no la hemos perdido todavía. La vieja cogió el colibrí con la mano izquierda, dejando caer el cesto al suelo; mientras con la derecha agarraba un cuchillo de aguda y afilada punta, que tenía en la cintura abajo del ceñidor, en una vaina de cuero. –No mate usted ese pobre animal, –ordenó Carmen con violencia, –No he de tomar la sangre. –¡Sí! ¡Sí! ¡Tiene que tomarla! –exclamó la vieja con exaltación. –Se la he ofrecido, y despreciarla es traer la desgracia sobre usted y sobre todos nosotros. ¡Tiene que tomarla!
Impidiéndole la salida, que se esforzaba Carmen por franquear, la hechicera se le acercaba, mostrando el pajarillo en una mano y blandiendo el cuchillo con la otra como si quisiera asesinar á la joven. –Déjeme ir, Mónica, –dijo la Mayorazga retrocediendo hasta tocar el muro, –déjeme ir. Ahora conozco que no debía yo haber venido. –¡Por Dios!... ¡Por los santos!... ¡Por su vida!... –suplicaba la vieja sin perder su actitud extraña. –No, no, no he de tomarla. Yo nada tengo que ver con ensalmos ni sortilegios. Mónica se dejó caer de rodillas, convulsa y desencajada. –Es cosa de un momento... ¡Un solo trago!... ¡unas cuantas gotas!... –¡No, no! –¡Por la memoria de sus padres!... ¡Por su salvación eterna!... –¡Oh, no me digas esas cosas! –¡Por el amor de Genaro!... –¡No, no quiero! –¡Se lo ruego, hincada, arrastrándome á sus piés como se lo rogué a Avelina!... ¡Oh, Dios mío, Dios mío, si se irá a repetir esta horrorosa historia!... La mujer india lloraba con desesperación. Carmen quiso arrollarla y pasar de un lado. –¡No! ¡No! –rugió Mónica con salvaje acento. –¡Tiene que ser de todos modos! Y se alzó desaforada, gesticulando y gritando como loca. –¡Tiene que ser! ¡Tiene que ser!... Yo no quería decírselo... Pero hoy lo sabrá, ¡sabrá el atroz secreto! ¡Lo sabrá!... para que se resuelva a salvarnos. Ya Carmen nada pudo replicar: la cólera había sido sobrepujada por el EL HÁBITO ENERO DE 2020 1