BOLETÍN DE LA FUNDACIÓN ALFREDO HARP HELÚ OAXACA / MARZO - ABRIL DE 2016
NÚMERO 11
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Lamentamos iniciar este número con la noticia del fallecimiento del hermano lasallista Gilberto Martínez Soto, una de las personas más significativas para nuestro presidente. Lo acompañamos en este duelo tratando de seguir las profundas enseñanzas de su maestro que marcaron la creación de diversos proyectos educativos y de salud apoyados por la Fundación Alfredo Harp Helú y sus filiales.
HOMENAJE AL MAESTRO GILBERTO MARTÍNEZ Hermano Martín Rocha Pedrajo
Hermanos
y amigos que hoy nos
acompañan. El padre Llorente, escritor español, plasmó hace años la siguiente sentencia: “A los ochenta años se desvanecen los sueños, se modifican los planes, se recortan las ambiciones, se aquietan las pasiones, ya no se duerme la noche de un tirón, da gusto estar sentado, cuesta subir escaleras, se alargan las siestas y se echan de menos los compañeros de camino. Ya quedan pocos, y de esos pocos, unos están sordos, otros caminan a tientas y otros han perdido la memoria”. Al leer esta cruel sentencia podemos pensar en mucha gente, pero no en nuestro hermano Gilberto. El hermano Gilberto trajo, hasta el fin de sus días, azorado a su Ángel de la Guarda. A sus noventa años... le sobraban sueños, proyectos, ganas de vivir, celo apostólico. Es por ello, si me lo permiten, que quiero compartir hoy un fragmento del poema sobre la vejez de José Saramago que refleja muy bien la vida de nuestro hermano Gilberto. ¿Qué cuántos años tengo? –¡Qué importa eso! ¡Tengo la edad que quiero y siento! La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso. Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso o lo desconocido… Pues tengo la experiencia de los años vividos y la fuerza de la convicción de mis deseos. ¡Qué importa cuántos años tengo! ¡No quiero pensar en ello! Pues unos dicen que ya soy viejo, y otros “que estoy en el apogeo”. Pero no es la edad que tengo, ni lo que la gente dice, sino lo que mi corazón siente y mi cerebro dicte.
Tengo los años necesarios para gritar lo que pienso, para hacer lo que quiero, para reconocer yerros viejos, rectificar caminos y atesorar éxitos. Ahora no tienen por qué decir: ¡Estás muy joven, no lo lograrás!... ¡Estás muy viejo, ya no podrás!... Tengo la edad en que las cosas se miran con más calma, pero con el interés de seguir creciendo. Tengo los años en que los sueños, se empiezan a acariciar con los dedos, las ilusiones se convierten en esperanza. Tengo los años en que el amor, a veces es una loca llamarada, ansiosa de consumirse en el fuego de una pasión deseada. Y otras... es un remanso de paz, como el atardecer en la playa... ¿Qué cuántos años tengo? No necesito marcarlos con un número, pues mis anhelos alcanzados, mis triunfos obtenidos, las lágrimas que por el camino derramé al ver mis ilusiones truncadas... ¡Valen mucho más que eso! ¡Qué importa si cumplo setenta, ochenta o más! Pues lo que importa: ¡Es la edad que siento! Tengo los años que necesito para vivir libre y sin miedos. Para seguir sin temor por el sendero, pues llevo conmigo la experiencia adquirida y la fuerza de mis anhelos
El hermano Gilberto alcanzó la plenitud como ser humano…. Fue su día… se cumplió el más anhelado de sus sueños… estar junto a muchos en la presencia del Padre… Ahí están sus padres, sus hermanos de sangre, muchos de sus hermanos de fe, algunos de sus exalumnos, y desde ahí seguirá iluminando el camino… dejando claro que él no es el camino sino simplemente un referente para seguir el camino. La vida de nuestro hermano nos recuerda que la vida es itinerario, compromiso, amor. Pudo haber cometido muchos errores, sin embargo, dejó huella (y profunda) de su paso por esta vida. La vida de nuestro hermano debe darnos unas ganas tremendas de vivir y de amar. No nos queda más que decir, gracias don Gilberto, gracias por ser un hermano exageradamente fraterno, por ser usted… por darse todo… y por ser alguien que siempre nos enseñó que somos herederos de un sueño sin fin y que ahora nos toca a nosotros seguir… No quiero pasar la oportunidad para agradecer a todos ustedes no sólo su presencia hoy aquí… sino su presencia en la vida de nuestro hermano Gilberto… en especial a la comunidad de León que lo acompañó con una caridad exquisita, a don Alfredo Harp, a quien él tanto apreciaba, a Emilio y a Martín y sus respectivas familias. Sólo me queda pedirle al Señor algo que siempre que participo en un funeral le pido: Haz, Señor, que la muerte me encuentre vivo… Muchas gracias.
¿Qué cuántos años tengo? ¡Eso!... ¿a quién le importa? Tengo los años necesarios para perder ya el miedo ¡Y hacer lo que quiero y siento! Qué importa cuántos años tengo. O cuántos espero, si con los años que tengo, ¡aprendí a querer lo necesario y a tomar, sólo lo bueno!
Hemos celebrado la Eucaristía, culmen de nuestra vida cristiana, en agradecimiento por la vida de nuestro querido hermano Gilberto Martínez Soto. Los que le conocieron recuerdan la fuerza de la vocación de nuestro hermano: su incansable búsqueda de encontrar a Dios en todo, el amor profundo por la educación, su celo por la salvación de las almas, su caridad sin límite. Muchas personas han expresado su convicción de que su vida fue profundamente marcada por el testimonio de un hombre que fue coherente hasta el final.
calle, cursan la primaria y se les enseña algún oficio: carpintería, joyería y panadería, entre otras formas de ganarse la vida dignamente. En ese internado, los niños no solamente reciben una formación académica, sino que son aceptados y queridos y, aunque las puertas permanecen abiertas, ninguno se escapa, prefieren llevar una vida cordial. Con la ayuda de don Gilberto, también formamos un fondo social de apoyo a la educación en zonas marginadas de México, principalmente en la Sierra Tarahumara, Oaxaca, Puebla y Guerrero. Juntos estamos en la tarea de construir una de las mejores escuelas de la República mexicana en la ciudad de Oaxaca. En el periodo de 2002-2003, opera ya la sección preescolar y la primaria, y en los próximos años comenzará la secundaria y el bachillerato. El “Chaparro” Martínez ha sido fundamental en mi desarrollo humano”. Tomado de: Alfredo Harp Helú, Vivir y morir jugando beisbol. México, Amigos de Oaxaca, Fundación Alfredo Harp Helú, 2003.
RECUERDOS DE GILBERTO MARTÍNEZ
TODO COMENZÓ CON LAS PALETAS
Alfredo Harp Helú
Gilberto Martínez Soto
“[…] Conservo recuerdos agradables de todos los maestros y hermanos lasallistas que fueron mis directores y profesores. Siento un cariño especial por el gran manager Gilberto Martínez Soto, “el Chaparro”, mi maestro de sexto de primaria. Con él aprendí a enfrentarme a los problemas que se presentan diariamente; establecimos una amistad que se fortaleció con el tiempo, trabajamos juntos en la escuela hasta que salí de preparatoria, después nos frecuentamos cuando él era director de la escuela Fundación Mier y Pesado y en la secundaria del Colegio Simón Bolívar y también lo seguí en su paso por las escuelas lasallistas de León, Guanajuato. Gracias a don Gilberto hemos apoyado al Internado Guadalupano que se revitalizó a partir de 1990, ahí habitan niños de la
“[…]La familia Harp Helú se había establecido en Oaxaca, pero desgraciadamente el padre falleció cuando Alfredo tenía tres años. En ese momento su hermana tenía cuatro años y su mamá estaba embarazada. Su madre decidió mudarse a la Ciudad de México. Al poco tiempo se acercó al Colegio Cristóbal Colón, dirigido por hermanos lasallistas. El señor Pierre Lionel aceptó becar a Alfredo para que pudiera realizar sus estudios. Cursó hasta la preparatoria con nosotros. Fui su profesor en sexto año de primaria y desde entonces hemos establecido una verdadera amistad que con el tiempo ha dado múltiples frutos. Todo comenzó un día que noté que era necesario renovar las bancas y los escritorios de los salones. Hablé con
los superiores al respecto, pero me dijeron que si quería hacerlo habría que conseguir el dinero. Poco tiempo después, la escuela adquirió una máquina para hacer paletas heladas y vi en ello una oportunidad. Yo no sabía nada de ese oficio, pero tuve que aprenderlo para lograr lo que me proponía. Así que aprendí a usar la máquina, conseguí las materias primas y puse a Alfredo como administrador de la venta de las paletas. El costo de producción era de un centavo y podíamos vender cada paleta en diez centavos. Eran buenas ganancias, y en muy corto tiempo pudimos reunir el dinero para cambiar las bancas del colegio. Teníamos un público cautivo y los chamacos estaban felices con las paletas. Además, pudimos hacer otras cosas para beneficio de la escuela con esas ganancias. Alfredo llevaba muy bien las cuentas, era un niño muy ordenado y disciplinado, con un carácter muy sereno y con habilidades de organización. La venta de paletas fue el inicio de múltiples proyectos que hemos emprendido juntos a lo largo de la vida. Otra actividad que le asignamos a Alfredo consistía en cuidar a la “patrulla” de los niños del medio internado. La patrulla era un grupo de muchachos que se sentaba en una hilera; cada hilera era una “patrulla” y Alfredo era quien los organizaba y vigilaba para que comieran bien y realizaran los deberes. Así, sereno como es hasta la fecha, sabía tratar a sus compañeros; todos le hacían caso. Después pasó a la secundaria, pero de todas maneras me iba a visitar todos los días y si tenía tiempo se quedaba un rato para atender la venta de las paletas. Así lo hizo hasta que terminó la preparatoria. Un día me comentó que si había estudiado contabilidad había sido por mí, por aquella experiencia de las paletas”.
Tomado de: La filantropía de Alfredo Harp Helú, una forma de vida. México, Fundación Alfredo Harp Helú, 2003.
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