Antología <<Sumergirse>> 5to aniversario (2015-2020) - Fallidos editores

Page 1

5to Aniversario

antologĂ­a


@jairvitallopez


Libro digital, descarga gratuita 5to aniversario 2015–2020 Fallidos Editores, abril 2020 Editor: Alejandro Herrán Corrección: cauac y barseco Carátula: @santiago_8ar Contracarátula: Gustavo Insandara Fotografías, ilustraciones y collages: @juanjoseesgil @jairvitallopez @maye.line @Gustavo Insandara @mpaulownia @santiagopollo @julianaylascosas @Jhon James Perdomo


sumergirse 5to aniversario

antologĂ­a

* Fallidos Editores

[2015â&amp;#x20AC;&amp;#x201C;2020]


ÍNDICE Nota del editor................................ 8 Juan José Escobar Gil .................... 12 Natalia Jaramillo............................ 19 Andrés Colorado........................... 25 Omar González............................. 35 Yeni Zulena Millán Velásquez........ 41 Tatiana Mejía Escalante. ............... 45 Elkin Arciniegas............................ 52 Carlos Alberto Velásquez ............. 60 Hernán Rodríguez Vargas. ........... 67 Sebastián Pinchao......................... 76 Cindy Santiz Gamarra................... 96 Mauricio Vanegas Gil ................ 106 Jessica Díaz Nandar ................... 111 Jeff Ruíz Rave.............................. 118


[6]

Hugo A. Vásquez Echavarría ....... 131 M. E. Espitia................................ 136 Mateo Rose ................................ 148 Andrés Pascuas Cano ................. 163 Leandro Múnera Gutiérrez.......... 166 José Vazul................................... 173 Julio Medrano............................. 185 John Gómez ............................... 193 María Zenith Lizarazo Rengifo..... 204 Juan M. Carrasco ........................ 210 Abel Anselmo Ríos Carmona....... 216 Eduardo Cifuentes...................... 232 Carlos Andrés Ibarra................... 239 Jhonnathan David Torres ............ 244 Sebastián Pasiminio Hernández... 254 Abelardo Velásquez.................... 270 Isabel Cobo................................. 279


@mpaulownia

[7]


[8]

Nota del editor Todo comenzó como un juego. Fingimos ser escritores. Fingí ser editor. Pero sin máscaras. Sin engañarnos siquiera a nosotros mismos. Estudiamos literatura no para ser escritores sino para estudiar lo que no queríamos dejar de hacer. Hay quienes quisieran que les pagaran por leer. El juego al que entramos, noble en apariencia, ocultaba exigencias, también belleza. Empezamos siendo una editorial de amigos, como casi todas, donde la calidad literaria estaba más ceñida a la amistad, creíamos en ella ciegamente. Tuvimos que caer del caballo de nuevo. Ya sabíamos lo que había que hacerse: editar era cosa sencilla. Transcribir. Editar. Un PDF. Enviar a una imprenta. En pocos días cajas con libros. Eso era todo. Eso siempre ha sido todo. ¿El resultado? Escribes en Bogotá, ni los escritores bogotanos te conocen. ¿Qué somos? Individuos haciendo esfuerzos discretos, combatiendo contra sí mismos. En sus cajas, paquetes de libros por años. Trabajé con un editor un tiempo. Aprendí el quehacer. Editar era un negocio en apariencia simple: alguien quiere su libro, alguien te publica. Tienes cómo pagar o esperas un premio. El panorama literario es agreste, lo sigue siendo. Las grandes casas editoriales –sí, las que publican la basura motivacional–, son las que tienen gran visibilidad. ¿Azar?


[9]

¿Talento? ¿Contactos? ¿Alguien lo sabe? ¿Quién quiere publicar por el 10% de ganancias? Allí sí nadie responde. Cuando se lo expresé a un escritor una noche de tragos, que es un fenómeno en ventas, un buen escritor, me dijo: sí, he pensado en crear mi propia editorial. ¿Se imaginan donde cada escritor tuviera su propia editorial? Faltaría acabar con un animal en la cadena alimenticia: los distribuidores, que roban el 60% del libro. ¿Cuándo saldrán los escritores–editores de su casas para autopromocionar sus libros, a recorrer el país, a conocerlo realmente, a darse a conocer? Para qué si ya tenemos las redes sociales, me dirán; cómo, si nos nos invitan a las ferias, continuarán; cuál sentido tendría, si ellos – ustedes, lectores– seguirán leyendo a “los grandes” escritores, concluirán. Podrían los autores sacarse sus propios libros –como no dejan de hacerlo–, irlos a vender en su propio puesto de venta por ferias y mercados y no pasará nada. Los lectores seguirán prefiriendo leer a Cortázar y a Pizarnik. Pero, el problema empieza en casa. ¿Qué creen que leen esos escritores–editores? Una aporía hermosa. Es todo un negocio, repito. Donde gana quien imprime un libro invendible. Perdón, que sí compran las amistades y familiares de los escritores, ¿5 ejemplares? ¿Todavía se preguntan cuál es el criterio para seleccionar un libro? (Aclaro, lo


[10] preguntan todos los días). Hasta ahí llega la literatura. Todo lo demás son escritores que sacan su propio libro y que no salen de casa. Sus libros están en cajas. No, me dicen que no es así. Que ya no tienen siquiera que imprimirlos. Que ni siquiera los libros deben corregirse. A quién le importa cómo sea la portada del libro, si van es a leerte. www.amazon.com. Subes tu libro. ¿Alguien lo quiere? Se lo llevan a la puerta de su casa: impreso, qué importa quién lo imprima, se lo llevan a su casa. ¿Lees digital? No, gracias. Te lo envían al correo, por si acaso. O en el peor escenario: una pandemia. Escritores y editores, regalando sus libros en pdf todos los días. Se creen gobernantes repartiendo al pueblo comida. ¡Sí, libros para alimentar las huestes! ¡Liberad los libros! Solo puedo pensar cuánto miedo tienen en casa. En que alguien los lea antes de morir. Nos veremos en el próximo recital: seguirán leyendo de su smartphone. **********************************


[11]

* Esta antología es un ejercicio curioso en tanto recopila poéticas, narrativas y dramaturgias diversas. Es el reflejo del trabajo de Fallidos Editores: un acto colaborativo, que busca romper, ser una suerte de muestra geográfica: tantos estilos como regiones tiene este libro. La palabra eclecticismo es clave para definirnos, ceñirnos o hablar de unidad sería perverso. Es una amalgaba de voces. Hay muchos intereses en la editorial y por eso hay un reflejo en las exploraciones literarias, en gustarnos esa diversidad sexual, poética, crítica. Hay una historia detrás con muchos de los autores, un valioso encuentro en la palabra. Sumar esfuerzos individuales, acumular sinergías y apostarle a la independencia son banderas que compartimos. No están todos los autores que han pasado en 5 años por la editorial, más de 200 escritores: primero por el espacio–tiempo de editar en cuarentena (días difíciles, extenuantes en su vacuidad). Pero convergen en este libro dos motivos. El trabajo en equipo por celebrar 5 años de producción editorial, con más aprendizajes que otra cosa, con la satisfacción de tener muchos amigos con los cuales crear desde todo el país. Y un ejercicio de crear en medio de esta pandemia. Hemos sumado el arte de muchos en un entramado que busca dialogar desde la individualidad. Agradecemos a los lectores, esto es para ellos.


[12]

Juan José Escobar Gil Montañero, narrador de la niebla, catador de whiskies baratos, andariego de buses, enamorado por instantes demasiado largos, fotógrafo de la nieve y los frailejones, caminante para ablandar el alma. Jardinero desde la infancia, lector indisciplinado con problemas de insomnio. Amigo de jornadas nocturnas, olvidadizo en las mañanas. He escrito cuentos, poemas, foto–ensayos para diferentes medios nacionales. Publicado el poemario “Recuerdos de Mayo” con Fallidos Editores (2018), y en proceso de publicación el libro de cuentos “Afuera debe haber una ciudad”, Fallidos Editores. Miembro del comité editorial del proyecto Cumbres Blancas Colombia. Fotógrafo de Keeping Nature – Biodiversity and Conservation.


@juanjoseesgil

[13]


[14]

Me estaba enamorando La ventanilla filtraba el horrendo sol de un guayabo y yo leía algo sobre un tal Gregorio Samsa que se había transformado en un insecto. El bus en el que iba, se movía lenta y ruidosamente. Yo seguía leyendo, la lectura me envolvía, mis manos se estaban uniendo al libro, mis dedos eran palabras y el mugre de mis uñas, letras; de repente alguien hunde el puesto junto al mío. Se despierta un olor, un aroma espectacular; un olor de mujer, tan profundamente bello que huían todos los otros olores en el bus. Yo seguía leyendo. Quería hablarle a la señorita del lado aunque ni siquiera la había mirado, estaba intimidado por su olor. Podía experimentar mi cuerpo sumergido en los canales de su aroma, mis dedos corriendo a su cabello, lengua, labios, humedad entera desfondados en el cañón de su cuerpo. No había visto su rostro. Solo el olor me tenía erguido. Seguí leyendo. Aún estaba interesado en el relato, pero mis sentidos estaban interesando en la mujer, quería verla pero… el miedo amenazando… Continúe leyendo, aunque más lento y con menos atención. En un momento incliné la lectura hacia su dirección, para que ella pudiera leer.


[15]

No podía leer más, las letras se confundían en mi mente. Hablarle y mirarla, prometerle algo. El bus seguía avanzando por la ciudad. Ella se levantó, tocó el timbre de pezón y el conductor detuvo el bus. Antes de que se bajara la miré. ¡Oh Sorpresa!, mis ojos no lo creían. Tanto olor y belleza, era un hombre.

@juanjoseesgil


[16]

Una erección en un corral Era una tarde cruda y triste, que patinó a una noche lenta y caleidoscópica de luces azules y naranja. Estiré el brazo y subí al bisonte. Mil seiscientos pesos por un paseo de claxon y frenos. Los maravillosos tragos que me mantenían vivo en aquella tierra cruel, habían empezado a torcerme la cabeza. Bebí muchos whiskeys y por alguna razón, sentí que no fueron suficientes. Me hice hasta la parte de atrás del bisonte, donde la cola brinca en cada bache. Abrí la ventana hasta más no poder. Saqué la cabeza a la ciudad en la noche y tragué aire buscando que el mareo cesara. No funcionó. Poco a poco mi cuello se volvió de hule y no sostenía bien mi cabeza. El animal se detuvo en alguna parte del camino. Una hermosa mujer marrón, de piernas largas y descubiertas, se sentó a mi lado. No me había dado cuenta si en el bisonte había más personas, no me interesaba la gente, mi borrachera era más atractiva; pero aquella mujer no la pude pasar por alto, no tanto ella, realmente eran sus piernas, con estilo, desnudas, divertidas, canelas… Sabía que le iba a hablar, el whisky iba a hablar. “Tienes...”, pero antes


[17]

de terminar la frase, se levantó y cambió de puesto. Mi aliento caliente fue más rápido que mis palabras. Seguí tragando aire mientras el bisonte sonaba con su esqueleto metálico. La bestia cornuda se detuvo. Nos estancamos por un rato, al parecer un semáforo. El bisonte era mucho más alto que todos los otros animales de la cuadra, roedores con parásitos adentro que los conducían. La quietud fue peor que el movimiento, afuera en la calle, veía todas esas personas, me enfermaron, el whisky ayudó. Como un volcán de lava amarilla y amarga, vomité sobre la capota de uno de los roedores. El parasito salió. Manoteaba al aire y gritaba: “¡¿Qué le pasa?, lo limpia!”. Yo no contesté, mi cuello de plástico no podía con mi cerebro, un cerebro que no funcionaba. El tipo seguía mirándome, yo intentaba mirarlo pero siempre que lo hacía, mi cabeza caía a mi pecho. La gravedad y el whisky no van de la mano. Luego… una estela roja y naranja, finalmente oscuridad. Cuando abrí los ojos, me encontraba en un corral con otros bisontes parqueados. Tenía guayabo. Salí por una ventana. Mientras caminaba de regreso a ninguna parte, me excité pensando en aquellas piernas.


@juanjoseesgil

[18]


Natalia Jaramillo Escritora colombiana, nacida en Envigado, Antioquia, en 1977. Hasta el momento ha publicado los libros de poemas: “Poemas para matar a un hombre” ganador primer puesto modalidad Poesía en el Festival de Arte Joven 1999 de Antioquia; “Poecitas”, Editorial independiente J Ediciones, “Golosinas para comer con las manos sucias” en la Editorial Pla–ke, México y “Toda la sangre que nos queda” Editorial, Fallidos Editores, Medellín. Lleva un blog llamado ojodevino.blogspot, donde escribe algunas crónicas, recetas, poemas y relatos para sus amigos y algunos lectores desprevenidos. Participa activamente de la Fundación Librosbarco que trabaja por la promoción de la lectura en Colombia.


[20]

DESEOS Yo podría elegir ser una hoja en blanco, abierta, lista para que escribas tu historia. Convertirme en una escafandra, protegerte de las volutas de humo negro, de las malas horas de la noche. Desearía ser un gorrión que canta a lo lejos tonadas de olvidos que fueron y que no serán nuestros. Un marinero de agua dulce que no encalla, que no se lamenta por los malos vientos, que arriba a tu puerto cada noche. Una tormenta que despeina, vacía de agua sucia las manos que me tocan. Hoy me conformo con ser un brillo tenue, la marca sutil, la espuma iridiscente que deja tu sudor en la taza de café.


[21]

VACÍA Me gusta descoserme en hilos pequeños, enredarme por ahí en árboles viejos, en pájaros rojos que hablan de esperanza en espaldas anchas de hombres sin tiempo, en canciones olvidadas que solo cantan los nostálgicos. En labios rojos de mujeres que no temen en la piedra con la que volveré a tropezar. Descoserme y enredarme hasta quedar vacía, con el espacio suficiente para que quepas tú.


[22]

LOS SOLOS Desprenderse de la vida que pasó es descubrirse yendo hacia uno mismo. No hay filtros que embellezcan al abandono o que le pongan un mejor color a la soledad. Caminar sobre piedras y espantar el rumor de los rayos sin ningún cobijo. Volverse soporte y ventana. Amasijo dulce en la cena que no tendrá invitados. Hablarle a las manos sin oírse la voz. Preguntarse, responderse. Mirarse al espejo para saberse vivo. Beneficiar al horizonte con tus vanas reflexiones. Esperar.


[23]

CONCESIONES Tengo derecho a tres mentiras piadosas por día. En la semana, por lo menos a dos equivocaciones. A un tropezón sin raspadura en mis rutinas cotidianas de andariega. Cuatro olvidos repartidos indistintamente en el mes. Una cama llena de deseo muchas veces por semana. Tiempo para leer arañado del día obligatoriamente. El alma llena de ganas, siempre y la cabeza vacía de poemas, nunca.


[24]

ASÍ DIGAN LO CONTRARIO Este es un tiempo de cajones desesperados, de cartas olvidadas en buzones, de alegrías encubiertas por escupitajos en la espalda. Me han abandonado muchas veces, me han dicho palabras hermosas, me han acariciado la boca con el verde del mar y abatido en caminos pedregosos y polvorientos. Los ocasos desenvuelven el celofán que guarda la esperanza y al final el pasado no es tan amargo. Hoy pongo la mirada sobre las rodillas, hay una que me duele más, que me avisa las tormentas y cruje cuando bailo. Este es un tiempo oscuro en el que se puede creer en el amor, así digan lo contrario.


Andrés Colorado Docente, investigador social, sociólogo de la Universidad de Antioquia. Ganador de un par de concursos de cuento locales (Medellín). Creador de la editorial artesanal El Homodrogado (libros cosidos con costura francesa, encuadernados, pintados y escritos por el autor). Algunos títulos, que se pueden adquirir a través de contacto personal: Kafkiando, trilogía de ensayos en torno a Franz Kafka y su obra, que han aparecido publicados en la Revista Universidad de Antioquia, Revista Malatesta (Bogotá), Revista Alborismos (Venezuela) y, en Artes, La Revista (facultad de artes UdeA). Coloreando, conjunto de tres cuentos que han sido premiados y publicados en concursos locales. En otrora autor del blog sociologiadepolaroid. Ciclista urbano y de carreteras desde hace 20 años. Propenso a la cerveza y al tinto amargo con cigarro.


[26]

Agujeros negros Nidos de estrellas alumbran el cielo nocturno de Sonsón cual reguero de cabezas de alfiler sobre un retal de seda negra. Hechizado por el espectáculo, cerca del Puente Cartagena, Jota reduce la velocidad de la moto y mueve la mirada de un extremo a otro del cielo. En las luces más grandes y resplandecientes del occidente cree ver a Marte, Júpiter y Saturno; y en el remolino que las envuelve, a la vía láctea. Dudando de si mirar el firmamento o fijar la vista en la carretera, no fuera a ser que una curva mortal mimetizada entre la oscuridad lo mandaran al Más Allá, Jota avanza, en pos de Sonsón, un par de kilómetros más. Nadie, o pocos, se resisten a la belleza y la atracción del cielo nocturno. Como Jota no hace parte de la excepción, opta por parquear la moto a un lado de la carretera, apagar el motor y dedicarse a la contemplación. Para paliar el frío y la soledad, se acompaña de un cigarrillo rubio. Mientras fuma, fija la mirada en un punto del cielo donde se acumulan como en un pequeño sistema solar diez luces de distintos tamaños y trata de imaginar cómo gira la tierra en su propio eje y se desliza, perezosa, por la jabonosa elipse


[27]

en la que le da vueltas al sol. Pero la escena que intenta recrear es tan grande y pesada que no le cabe en la cabeza. “Debe ser por eso – piensa– que a pesar de todos los avances de la ciencia la mayoría de los mortales sólo vemos luces fijas, casi al alcance de la mano, donde la vida converge en tamaños, fuerzas y velocidades imposibles para la mente humana. No hay duda – considera–, de que por eso para las mayorías el universo, todavía en el siglo XXI, se asemeja al concebido por Ptolomeo... Para poder comprender todo esto –arguye Jota –, sería necesario llevar a todos y cada uno de los habitantes de La Tierra a dar una vuelta en una nave por el espacio exterior, para entender mejor, por ejemplo, eso de los tamaños, las distancias y los movimientos. El espacio–tiempo… ¿Pero una nave espacial con miles de asientos? Sería igual que viajar en el Planeta Tierra... ¡No –exclamó–, tiene que ser una nave más pequeña, como un avión, que despegue desde cualquier punto del planeta y en un par de horas navegue sobre la sopa de materia y energía oscura!” Una voz, que ni idea de dónde salió, ahí en la carretera, mientras Jota se dedica a la contemplación, le susurró con deje de sueño: “Pero si esa nave ya existe, Jota. Cada doce horas medio mundo viaja en ella y puede ver el planeta desde el espacio. Seis horas, que


[28] como mínimo duerme un ser humano, es lo que dura el viaje planetario… Lo que aún no se ha logrado es que cada soñador encuentre un fragmento del espejo roto que permite ver la vida por el lado de los reflejos. Fragmentos que dependiendo de cuan profundos sean los sueños y las manías del que duerme, están ocultos bajo cualquier centímetro de tierra o agua del planeta o desperdigados en el eco de las ideas…”. “Sí, esa nave ya existe”, pensó Jota y una brisa tenue y cargada de gotas de lluvia que le acarició el rostro y lo despertó, disipó la voz. Las mujeres, los niños y las mascotas no estaban por ningún lado. Desde la hamaca, donde se había recostado a luchar contra el dolor de cabeza que aún después del almuerzo lo atosigaba, la casa y la piscina se veían vacías. “¿Habrán decido irse al pueblo?, ¿estarán haciendo la siesta? –pensó Jota–. ¿Pero y los niños…, no deberían estar en la piscina?”. Recordó que Mar había dicho que después del almuerzo irían donde los Merizalde a preguntar si ya habían encontrado el dueño de Ramona, la gata criolla que tres noches atrás apareció mojada y hambrienta en la cocina de los vecinos. Jota miró el reloj de la sala y calculó que tendría, al menos una hora más, antes de que Mar, los niños y la visita regresaran cargados de historias sobre la fortuna de Ramona, las


[29]

lágrimas de felicidad y los agradecimientos de los dueños de la gata, los gritos y las peleas de los niños y las reconvenciones enfurecidas de las mamás pidiéndoles compostura y al menos media hora de silencio y paz. Aunque el dolor de cabeza se le había quitado, prefirió seguir recostado en la hamaca y aprovechar el silencio y la quietud de la casa. Estirando el brazo y sacando medio cuerpo de la hamaca para alcanzar la cajetilla de cigarrillos y los fósforos que había puestos sobre la mesa, vio en los vidrios de la ventana de la cocina el reflejo de un avión cruzando a toda velocidad el cielo y recordó que hacía un momento había soñado con el universo. Tratando de recuperar el sueño se fumó dos cigarrillos. Pero lo único que consiguió fue que el dolor de cabeza regresara, remando sobre la chalupa de la nicotina, enfurecido y renovado. Primero intentó paliarlo con improperios, pero no necesitó mucho tiempo para comprobar que éstos se lo alimentaban. En medio del malestar pudo recordar las instrucciones que en esos casos le daba Mar y las siguió pasa a paso: cerró los ojos, dejó caer la cabeza, expulsó todo el aire de los pulmones, junto los labios y empezó a respirar desde el estómago, sin mover el pecho, llenándolo todo de aire, lentamente, uno, dos, cinco segundos y retiene. Mil uno, mil dos, mil tres y ahí, justo después de vencer el desespero,


[30] la necesidad de una urgente bocanada de aire, siente el peso del cuerpo, la ingravidez… Como si flotara, y en vez de rodar por la carretera sintiera que la moto se desplaza sobre el viento, Jota se ve avanzando a toda velocidad por la calzada estrecha y oscura, cual agujero negro en el espacio, en pos de Sonsón. Corre porque necesita luz, un lápiz y un papel. No quiere olvidar la brillante idea que ha tenido. “Me voy a hacer millonario, me voy a hacer millonario”, se repite acelerando la moto después de librarse de una curva cerrada, de muerte. Puente Cartagena, brilla el letrero iluminado por la luz de la farola de la moto de Jota al final de la garganta oscura de la carretera. “¿Cartagena?, ¿Cartagena? Eso es poco. Por el mundo entero pienso viajar cuando cree mi empresa: espejos rotos que permiten ver la vida por el lado de los reflejos… ¡Claro, cómo no se me había ocurrido!”, grita Jota emocionado y el viento disipa sus palabras. “Se pueden vender metidos en una cajita y pueden ser del tamaño de la palma de la mano de una adolescente, para que se puedan cargar y llevar sin dificultad. Y livianos, para que tampoco el peso sea un excusa a la hora de comprarlos. No hay pierde”, murmura Jota y pisa con suavidad el freno trasero para esquivar una zarigüeya ahuyentada por el sonido del motor de su moto. “Claro que no hay pierde: seis


[31]

horas, como mínimo, duerme un ser humano, todo el mundo necesita dormir y los viajes planetarios, debido a los avances de la ciencia y la tecnología en procura de la conquista del espacio, no sólo son hoy más posibles sino además un gusto generalizado… Aunque al final de cuentas no hay nada nuevo bajo la luz del sol”, piensa Jota y, mientras el velocímetro de la moto marca 80 y una ráfaga de aire, traicionera, cruza en diagonal la carretera, allá, al fondo, entrando a la atmósfera de la tierra a 20 kilómetros por segundo un meteorito se desintegra en un destello luminoso. Pero él no lo ve. A la velocidad que va si despega un segundo la vista de la oscuridad del camino es muy probable que no llegue vivo a Sonsón. “¡Claro, nada nuevo bajo la luz del sol!”, exclama Jota sonriendo, convencido de que ha entrevisto un símil cargado de buen humor: “como los conquistadores de indias que les intercambiaban baratijas y espejos por oro a los indígenas, me voy a hacer a un imperio vendiendo espejos rotos a manos llenas. Sí, una epifanía que le permita al comprador vivir la experiencia de los astronautas cuando tienen la ocasión de contemplar la Tierra desde el espacio exterior: una visión que contiene a la humanidad entera y provee, sin mayor esfuerzo, el entendimiento profundo de la interconexión de todas las formas de vida…” Sonsón a 10 kilómetros, dice el letrero


[32] que aparece y desaparece, como un chispazo luminoso, al borde de la carretera y Jota, que está convencido que acaba de entrever cómo se hará y funcionará su negocio de fragmentos de espejos rotos, se deja llevar por la emoción y acelera tanto que no ve venir la curva que lo hace salir volando en su moto por el borde de la carretera. “¡Ahhhh!”, gritó Jota y cuando abrió los ojos se vio solo, en medio del silencio y la soledad de la casa, tirado en el piso al pie de la hamaca. Alterado, se puso en pie, corrió hasta el mueble del comedor y si saber bien por qué buscó entre los cajones lápiz y papel, dejando a su paso servilletas y cucharas regadas. Regresó a la hamaca y, aunque se sentía aturdido, o tal vez por eso, estaba seguro de que le iba a pasar lo mismo que dice Borges le ocurrió a Coleridge con el Kubla Khan: “las imágenes visuales del sueño y las palabras que las manifiestan –piensa Jota– me van a deparar un poema de trescientos versos que va a producir cientos de millones de dólares”. Entonces cierra los ojos, recuesta la cabeza en el fondo de la hamaca, expulsa todo el aire de los pulmones, respira desde el estómago, uno, dos, cinco segundos y retiene. Mil uno, mil dos… y ve el letrero que aparece y desaparece, como un centelleo luminoso: Sonsón a 1 kilómetro. Sonríe, sabe que cada vez está


[33]

más cerca del pueblo y de la posibilidad de anotar en un papel el método y los materiales que necesita para dar vida a su negocio. “Líneas de abastecimiento, lanzador, enlaces de comunicación…”, repite Jota para que no se le olvide, como recitando una oración, la lista de materiales. Cuando llega a Sonsón, gira dos cuadras a la izquierda en la plaza de mercado y se baja a las carreras de la moto y toca en la casa de Ana. “¡BEEEEEEE…!”, grita el timbre y Jota se sobresalta a punto de caerse de la hamaca. Tiene que restregarse los ojos con las palmas de las manos para confirmar que es cierto que Lucía, su hija menor, grita y llora a su lado mientras Mar le indica desde la cocina que se levante de la hamaca, que desde hace dos semanas le pertenece a la niña y no le gusta compartirla con nadie porque le gastan la magia. “¿Magia?”, pregunta Jota atónito mirando a la niña. “Sí”, agrega Mar, “desde que la llevaste al planetario dice que cuando duerme en ella flota y ve a la tierra desde la luna”.


@jairvitallopez

[34]


[35]

Omar González Bogotá 1984. Licenciado en Lengua Castellana Universidad del Tolima. Maestrante en literatura de la Universidad Tecnológica de Pereira. Director del Taller de Literatura y Escritura Creativa del Centro Cultural Universidad del Tolima y de la revista literaria Palabra Realizada. Docente catedrático en la Universidad del Tolima y el IDEAD. Ha publicado los libros: Música de Parcas (cuento, 2013) Sorbos de bilis (poesía, 2015), Signo roto (poesía, 2018) y Los marcos de Varo (poesía,2018), libro ganador del concurso departamental de estímulos. Primer puesto en el concurso de poesía Ibagué en flor en el año 2013 y del concurso departamental de cuento universitario en 2007. Reside en Ibagué desde 2003.


[36]

Eternidad Sacarse los ojos, cortarse la lengua, taponarse la nariz y abrir tremendos boquetes en las orejas hasta que por el gran hueco de nuestra ciega humanidad entre frĂ­o suficiente para congelar el pensamiento. Luego de eso tirar del gatillo, beber veneno y colgarse de una soga para que cualquier recuerdo de que se ha sido humano muera por asfixia. Si despuĂŠs de todo aĂşn sobrevive algo, tibio y gelatinoso, esparcirlo sobre la hoja para que sea inmortal mientras termina de morir.


[37]

Para que no te llamen arma Las palabras podrán volarte la cabeza, pero no regarán tus sesos sobre el asfalto; podrán herir tu corazón, pero nunca lo sacrificarán en el altar del miedo; entrarán en ti afiladas, pero no serán una herida ciega por el puñal; golpearán como roca tu ideología pero jamás serás lapidado por ellas. Las palabras, herramientas de un mal secreto y antiguo, nunca intentarán asesinar a un hombre, pues disfrutan ser tortura de inabarcable sentido.


[38]

Hogar

@Gustavo Insandara

El ojo no cierra sus puertas para ignorar lo que hay afuera, tampoco lo hace conmovido con lo que allá ocurre; un ojo bloquea la entrada para que no se escapen las miradas y si de vez en cuando parpadea es porque sabe que solo la luz mantendrá tibio el hogar que guarda con celo para ellas. Si acaso en la oscuridad pudiesen encontrar algo de calor, el ojo sería una ventana innecesaria. A Gabriel Arturo Castro


[39]

Noche Las estrellas son pequeñas gotas de sudor sobre el angustiado cuerpo del firmamento. Un hombre titila sus temores y es fantasma el universo. Toda lágrima una estrella que se cae por el peso de la angustia. Falso brillo de una luz que se perdió en el instante de estos versos. Me inclino hacia la noche porque el día carece de circunstancias; en la noche todo es nervio y acontecimiento.


[40]

Súplica heraclitana Te pido que vengas a ver lo poco de mí que queda antes del desvanecimiento. Deseo seducir una pupila más; solo una que brille encantada porque al fin cerraré los ojos y se apagará mi voz. Si vienes, hazlo gritando para que mis oídos graben el eco enfermo de la palabra Desprecio. Eso sí, deja lo demás afuera: la lástima o cualquier vestigio de piedad. Entra tú sola, Muerte, y toca con suavidad mi hombro, no vaya ser que en el otro río sea preciso remar y, por tu gracia, llegue herido a morir en esas aguas.


Yeni Zulena Millán Velásquez Circasia, Quindío (1984) Licenciada en Español y Literatura de la Universidad del Quindío. Cursa estudios de Maestría en Literatura en la Universidad Tecnológica de Pereira. Poeta, ensayista, narradora y docente universitaria. Fue coautora en el proyecto de edición crítica Carmelina Soto. Poesía reunida (2016) y en la antología poética Témpora. Jóvenes poetas del Quindío (2017). Publicó su primera novela Corredor Vacío (2018) con Fallidos Editores y hace parte de la compilación de cuentos Virginia &amp; Co (2019) publicada por Lugar Común.


[42]

EL CANTO DEL ÁRBOL “A la rueda, rueda, de pan y canela…” No, eso era entonces, cuando los cuatro nos tomábamos de la mano alrededor del tronco que era alto, muy alto y rugoso, como un abuelito enorme que sólo nos dejaba ver los pies para que corriéramos entre ellos. Los ladrillos que sobraron de la casa vieja nos servían para demarcar la base de los muros y poner encima los platos y los pocillos de la vajilla azul con rositas blancas que me había traído el niño–dios después de tanto repetírselo. A Titi no le gustaba jugar a la casita. Empezaba a golpear el suelo enfurruñado y se ponía a llorar, casi a los gritos. Como era el más pequeño y además no queríamos que castigaran a Nina por él y ya no los dejaran venir, lo llevábamos a pasear por los cafetales y le contábamos otra vez la historia del duende que andaba por esos mismos surcos. Entonces él se escabullía por detrás de nosotras y movía los palos o nos jalaba el pelo, fingiendo que era el duende. De eso hace tiempo y ahora no sé ni de Titi, ni de Nina. Ni el pueblo, ni la casa a la que nos pasamos luego, son ya los mismos. Todo se perdió. O


[43]

al menos para mí es así. Quizá yo también me perdí como el resto de los bonitos recuerdos de ese entonces. Al regresar, el bus en que venía tomó una desviación; había ocurrido no se qué accidente, que no advertí porque venía entredormida de cansancio y nos metimos por la carretera vieja. Aunque, como ya lo dije, había pasado mucho tiempo, al ver aquella portada roja, sin importar lo desteñida que se encuentra, me quedé como hacía de niña, con los ojos muy abiertos, pegados a la ventanilla del bus. De la casa ya no quedan ni los restos, pero alcancé a distinguir en sus antiguos lindes una huerta bien tenida, y nuestro árbol grande y rugoso aún en pie. Por la tarde, mientras desempacaba la maleta, la imagen del árbol me seguía creciendo en la cabeza y en los ojos. Le pregunté a mi tía si sabía de quién era ahora la finca. Ella me contestó que creía que era de un cura, pero que la trabajaba un hermano o una hermana, que no sabía bien. Como me imaginé que mi tía no estaría de acuerdo y que la hermana o el hermano del cura (no sé por qué, siendo yo una persona honesta, solo con ganas de ver y si mucho tocar el árbol, uno de los muchos que debe haber en la finca) no me dejarían entrar, me les adelanté. Ya es de noche y estoy a punto de llegar.


[44] Cuando lo haga, voy a buscar la rama donde le dije a mi papá que quería que colgara el columpio; uno no sabe, a lo mejor y no la hayan cortado. Afortunadamente he traído una cuerda larga y gruesa, muy resistente, además no creo que me talle…sólo quiero balancearme… balancearme…balancearme…


Tatiana Mejía Escalante. Medellín, Colombia. 1978. Publicaciones: Diamante Demente. Nueve Editores. 2020. Pulsiones. Fallidos Editores. 2019. Con voz de mujer. Antología. Rebelión Editorial. 2019. 100 mujeres poetas. Antología mundial. Nueve Editores. 2019. Muestra Poesía en Medellín. 1950 – 2011. Editorial Lealon. 2011. Revista de Poesía Prometeo 86 – 87. 2010. Revista de Poesía Prometeo 68 – 69. 2004. Revista Kacak Yayin. 2004.


[46]

BAJO MI PIEL Al atravesar el fuego he quedado ciega Un recuerdo me espera bajo las cobijas En una tarde de pájaros en el cielo Deseo colgarme de una viga Morir de hastío en el próximo viaje astral Leo y condeno las líneas del destino Con mis huellas resuelvo los enigmas La duda que acaricia el pensamiento El temblor en los labios cuando se acerca el [invierno Cierro las cortinas evitando el exterior Sobre la cama hay comida para alimentar la sed Tengo vacío el cerebro, las neuronas muertas Tumores como estrellas creciendo en mis [mejillas Me habitan rocas donde antes tenía ojos Palabras sacras donde nace el silencio Un arroyo corre por mi alma Ilumina bajo mi piel como el oro bajo el sol Son los latidos de mi corazón algoritmos ancestrales.


[47]

VEJEZ Ella descubre que no hay olvido mientras el cuerpo duerme Imágenes del día acuden a su cama como abejas disgustadas Eres vieja cuando los huesos de tus dedos empiezan a doler El cabello es blanco Y la mirada brilla bajo los parpados caídos La ventana permanece abierta esperando una [visita Un pájaro la vigila desde su nido destrozado.


@maye.line

[48]


[49]

NEBLINA Una boca abierta espera el proyectil Artífice de los deseos oscuros de nadie La semilla del mal germina Riégala en los días de sombra Neblina anega el trayecto de la sangre Bombea corazón luminiscencia a los días Es el no tiempo lo que se guarda en los huesos.


[50]

ESPEJO Una mujer trae su sombra a rastras desperdicio contra el asfalto En la mirada de los otros encuentra el espejo Milenario interrogante por la existencia Espinas en el jardín esperan sus pies desnudos El graznar de un cuervo le despierta al amanecer Hay espejos en cada esquina de la urbe Observa su imagen para reconocer el olvido Un labio sin beso Botellas vacías bajo el camastro Noches de sexo anónimo Secretos en la techumbre de una casa desahuciada Origen oculto bajo el rojo de sus uñas Golpe letal en la cuerda floja Un espejo es la imitación de la vida Abismo al cual saltar sin manos que le esperan Las monedas penetran en su boca Dinero que envenena el amor de los mortales Guarda las sonrisas en jaulas de cristal Acorrala los pensamientos perdidos en la niebla Es la demencia un espejo


[51]

Fragmentada la imagen se detiene el tiempo La mujer flagela con su lengua bĂ­fida Fruto prohibido servido en el altar Brisa brutal acaricia su rostro Semilla que germina en su vientre inerte Puerta abierta hacia el jardĂ­n de las delicias Es el instante del baile final Ofrece su cuerpo al sacrificio de las letras Es un libro sagrado quemĂĄndose en la hoguera Es un espejo el delirio.


Elkin Arciniegas Ibagué (1986). Es Comunicador Social y Periodista. Actualmente reside en Bogotá. Publicó en 2016 su primera novela: El sol se ocultó para Manuel; en 2017 salió su segunda obra que retrata los crímenes del Estado colombiano que se dieron a través de los falsos positivos, titulada Desterrados en silencio. En el 2018 publicó Asperatus en verano, su primer libro de poesía.


[53]

La piel de las tinieblas De nuevo yo a tientas buscándote en la oscuridad de mis entrañas allí donde la voz se esconde y solo queda la penumbra de un cuerpo débil. Ahora te veo y somos iguales en este espejo a oscuras, en este barco de tinieblas entre las púas y mi ansiedad rasguñas sin piedad y en esta abominable penumbra siento con placer los ríos desde tu vientre descender. De nuevo tú llenando mis vacíos ahogando en amaneceres este cuerpo deslucido y apagado; y morir a oscuras ya quisiera sin una vela observar entre la espesa niebla como tus manos diestras mi cuerpo desean llevar.


[54]

El ardor de aquellos ojos Asilado en esos ojos de formas extrañas cobijado en esa mirada perdida de fantasía, dije yo. Sólo hasta que terminó pude entender sus mutismos ojos de noche que no reconocí que perdidos fueron entre la lluvia de la que me escondí. Y hui tras de ti y esos ojos de miseria. Y hui de la soledad y la quietud emancipadora de una hamaca y hui de tus juegos de miradas en el calor de una leyenda convertida en ciudad. Aislado quedé entre los deseos de mi piel y esos ojos de formas que nunca soñé. Hui, porque la mejor forma de no tropezar con ellos era nunca volverlos a mirar. Pero repetí y volvieron tus ojos a mí


sin corregir sus posturas ni sus miradas temerosas, repetí el dolor de ser visto y examinado. Volver a huir, dije yo. Y esta vez volvió el dolor el sabor de algo que no se puede tener como el agua escurrida por mis pies volvió el ardor de esos ojos que aún hoy, no dicen adiós.

[55]


[56]

Derrumbado ¡Ay!, de mi corazón que debe seguir soportando estas paredes siniestras que se repiten mil veces más. ¡Ay!, de esta alma desgarrada que siente aprisionarse a cada segundo con libertad pero, inútil es porque no sabe a dónde ir. De este dolor que me traiciona a cada instante que no sabe qué camino tomar que no se levanta y me hace llorar. No puedo creer que deba ser así sin salidas con muros en mis ojos y vendas en mis manos. No puede ser que la vida se pase así en prisión perpetua en tratar de reconocerme en caer y no moverme. ¡Ay de mí!, y estas horas de angustia de fornicación religiosa al piano de mis horas.


[57]

¡Ay!, de los sueños que se hunden con certeza y afán clausurando con candados el deseo de volar. De estos deseos que huyen que despacio se envuelven en hojas de muerte y desgracias indolentes. No puedo creer que las horas sean estas que me toca sentir, una vida tan mal vivida tan absurda y siniestra. ¡Ay!, de este ardor estas ganas de morir de tomar un filo y huir. ¡Ay!, de las espinas que me encuentro en el camino que laceran esta piel con sutil cariño. De este amor que me angustia porque no puedo aminorar la desgracia de sentirme vivo y muerto mientras la espina me traspasa. No puedo entender el espejo y ver ese reflejo de tristeza no puedo ni quiero algo que tenga piedad ajena.


[58] No puede ser que demore tanto para seguir sufriendo angustiado muriendo de desencanto. ¡Ay!, de mi corazón y los lapsos de angustia de esperar con rapidez el olor a sepultura. De este amor que se me fue acabando con cada nuevo paso, de las cicatrices que me quedaron y el murmullo de mi voz de espanto. No puede ser que aún después de tanto tiempo en el olvido que me encuentro la muerte tarde tanto.


@mpaulownia

[59]


Carlos Alberto Velásquez (Medellín, Colombia). Médico y cirujano, especialista en Epidemiología. Participante en talleres de literatura en la Universidad Pontificia Bolivariana con el profesor Memo Ánjel y en la Cooperativa Médica de Antioquia, Comedal, con el profesor Luis Fernando Macías. Libros publicados: Ane–doctas de un médico desmemoriado (2012), La monja sin cabeza y otros cuentos (2012), La fuga del paciente (cuentos, 2013), La historia Clínica desde la perspectiva del cuento literario (Ensayo 2018), Amelia y otros cuentos (Fallidos Editores, 2019), Fuga de Ideas (Cuentos – Fallidos Editores, 2019). Varias de sus obras pueden leerse también en su blog personal dedicado al conocimiento, la literatura, las artes, y la ciencia: http://elblogdeloslagartijos.blogspot.com/


[61]

LA PESTE NEGRA La peste había llegado por el mar y entró al país para quedarse. Las ciudades caían por decenas; nobles y campesinos morían por igual. La gente de las ciudades veían cómo La Muerte se llevaba a sus familiares y luego regresaba por ellas. Algunas ciudades levantaron empalizadas y construyeron murallas para evitar que La Muerte entrara a sus casas. Entonces el rey y sus cortesanos se aprovisionaron de víveres y decidieron cerrar el acceso al castillo. Con grandes vigas y largos clavos aseguraron todas las puertas. La madera de las mesas sirvió para tapar cualquier ventana al exterior. No dejaron ningún resquicio por donde pudiera entrar La Muerte. Adentro, iluminados con velas y antorchas, el rey y sus cortesanos comenzaron a bailar, a beber y comer hasta hartarse convencidos de que La Muerte no podía entrar al castillo. Después de unas semanas, la alegría se volvió aburrimiento. A los primeros días de desenfreno siguieron otros de tedio y tristeza. Estaban cansados de sentirse encerrados. Todos murieron adentro. Sin embargo La Muerte nunca entró al castillo. Por una rendija, sin que nadie se diera cuenta, se les había escapado La Vida.


[62]

MASACRE Primero cayeron los reyes y sus reinas, luego siguieron los ministros. Los caballeros que trataron de defender los reinos, perecieron con sus caballos al ser aplastados por la caída de las torres. Los siervos lucharon con denuedo hasta ser vencidos. Ninguno sobrevivió. Bajo la consigna de “viva la igualdad” y “abajo las clases sociales” una multitud de “iguales entre sí” acabó con todos ellos en pocos minutos. Y todo ocurrió porque alguien desprevenidamente mezcló en el mismo cajón las figuras del ajedrez, las fichas del juego de damas y un solo tablero.


[63]

UN CASO EXTRAÑO Definitivamente no hay mayor placer para un pichón de escritor, que después de dar un paseo por les Champs Elysées, sentarse en un petit café a leer las noticias de algún diario parisino. El olor a tabaco de las pipas y el aroma del café colombiano hacen de esta experiencia algo inolvidable. Aún más, cuando se dispone de todo el tiempo del mundo para hojear los diarios en busca de noticias extrañas que sirvan de inspiración para un escritor en ciernes de su primera novela. Hoy precisamente me he encontrado en la edición vespertina de Le Monde, el curioso caso de un hombre que recibió una extraña llamada telefónica. El periódico transcribe algunos detalles que ponen a pensar sobre las posibilidades ilimitadas de la telefonía celular. Cuenta el diario que en la localidad de Lens, en la región de Artois, un hombre llamado Gerard hace treinta años recibió una llamada de un extraño que le dijo estar hablando desde el futuro y le advertía que no se casara. Que era un gran error. Monsieur Gerard, por supuesto se molestó bastante con la intromisión, incluso cuando tenía planeado casarse en unas pocas semanas, con Orianne su novia de varios años.


[64] El extraño insistía en que no se casara y que por el contrario debía trasladarse a Avignon, al sur de Francia donde tendría mucho éxito y encontraría por fin el verdadero amor de su vida. Como si no fuera suficiente, le dijo que debía buscar trabajo en una de las empresas de la ciudad y hasta le dio la dirección de la sede principal. Le advirtió que era un gran error continuar con sus planes actuales. Por supuesto, Gerard hizo caso omiso de la advertencia considerando la llamada como una broma de mal gusto elaborada por su círculo de amigos. Le Monde continúa la historia diciendo que Gerard y Orianne se divorciaron dos años después. Gerard continuó en Lens, administrando un pequeño negocio familiar. Luego de muchos años, comenzó a viajar por cuestiones de trabajo y finalmente estableció una alianza comercial con una empresa en Montpellier, a pocos kilómetros de Avignon. En uno de sus viajes a Montpellier, Gerard conoció a Madame Nadine Leblanc, una mujer también divorciada que era consultora de una empresa de Avignon que asesoraba jurídicamente a la compañía socia de Gerard. La relación entre ambos fue estrechándose y, finalmente, Gerard tomó la decisión de trasladarse a Avignon, ciudad de residencia de Nadine. El negocio familiar iba de mal en peor, así que Gerard no tuvo más remedio que venderlo y tratar de establecerse más cerca


[65]

de la bella Nadine. Mejor pretexto no podía tener. Al final, luego de ponerse en paz con sus acreedores, Gerard rentó un piso modesto en Avignon. Una vez establecido allí, Gerard pudo visitar con más frecuencia a Nadine, que a pesar de sus años conservaba la belleza de la juventud. Ambos se lamentaban de no haberse conocido antes. Nadine, que tenía contactos en varias empresas en Avignon, le propuso enviar hojas de vida a varias compañías. Gerard entregó los documentos a su amada con la esperanza de que algún contacto de ella tuviera cualquier tipo de empleo para él. Cuenta el diario vespertino, que en uno de los paseos que hizo con Nadine, ella le dijo que le tenía una sorpresa y lo llevó a través las calles hasta la fachada de un gran edificio y le dijo que un conocido suyo había visto su currículum vitae y le había agendado una entrevista al día siguiente. Gerard tuvo un “Déjà vu” cuando leyó el nombre de la empresa. Era la misma a la que hacía muchos años la voz del bromista le había dicho que enviara su hoja de vida. Gerard contó a Nadine su anécdota y esta le hizo una propuesta. Solo por seguirle la corriente, y tal vez un poco por curiosidad, Gerard sacó su móvil y marcó al número que usaba cuando vivía en Lens. Cuál no sería su sorpresa cuando al cabo de algunos segundos, oyó su propia voz al otro lado de


[66] la línea que en forma escéptica le respondía que por nada del mundo dejaría a Orianne. Que respetara y no se metiera en asuntos ajenos. El Gerard más joven le colgó después de proferir algunos insultos, sin permitir dar más explicaciones. Según el diario, a pesar de los múltiples intentos de Gerard, no fue posible que le volvieran a contestar. Una grabación le repetía que el número ya no estaba en servicio. A partir de este punto, el diario Le Monde no da más datos. He revisado en otros diarios como Le Figaro, Le Parisien y otros más, pero no hay nada sobre este extraño caso. Solo hay una pequeña nota en el Journal La Croix que menciona que un hombre hizo una llamada de unos dos minutos desde Avignon a Lens, y la empresa de telefonía móvil le está facturando como si la llamada hubiera durado más de treinta años. Según el diario, el hombre está a punto de perder la cabeza.


Hernán Rodríguez Vargas. Filósofo, Profesional en Estudios Literarios y Magister en Historia de la Pontificia Universidad Javeriana. Doctorando en Historia dell’Università degli Studi di Salerno (Italia), su investigación se ocupa de la relación entre cultura visual, guerras civiles y proyectos nación en la segunda mitad del siglo XIX. Ha trabajado como docente e investigador en la Pontificia Universidad Javeriana, La Fundación Universitaria UniMonserrate y el Seminario Mayor de Bogotá. Traductor, profesor de vocación y escritor de artículos culturales, ensayos y poesía.


[68]

Una carta de amor Cariño, hoy quisiera besarte y abrazarte quisiera estar contigo, ahora. A tu lado luchar y vencer contigo Contar contigo, hablar contigo. Verte y volverte a ver infinita. Confesarte lo que he pasado en tu ausencia; confesarte el frío y la soledad. Hoy, planear contigo lo no vivido. Sembrar con tus manos. Recoger con tus manos. Descansar en tu cuerpo. Recorrer cada detalle que te compone. Contigo, poner en consideración los días del destino que nos ha tocado.


[69]

Diseñar un mundo todo nuevo. Menos injusto, más amable; menos amargo, más dichoso. Hoy, contigo, a tu lado, soñar un mundo posible, semejante al amor que nos une. (de Más allá todavía)


[70]

Nada de ti Que no me falte nada de ti: que no me falte tu ternura, ni me falte tu apoyo, ni tu fuerza, ni nada que venga de tu vida. Que no me falte el sonido de tu risa en la mañana, ni el sonido de tu voz, ni ningún silencio tuyo; quiero cada eco de ti. Que no me falte tu perfume, ese que habita en tu piel ni ese que habita en tus labios ni mucho menos el que habita en lo más hondo de ti. Que no me falte tu mirada, ni tu modo de ver el mundo ni la manera en que miras, siempre apuntando al mar; menos, todavía, el modo en que ves cuando me ves, ni lo que ves: esto que siento por ti.


[71]

Que no me falten tus recuerdos, ninguno, del primero al Ăşltimo, los necesito todos juntos, siempre, como necesito, siempre, cada cosa de ti. (InĂŠdito)


[72]

A lo mejor A lo mejor, nos equivocamos de metáforas y el amor no era la orilla, como de una playa, como de una isla, como de un istmo, sino el mar, azul, sin orillas –y este silencio– No teníamos que esperar al borde del abismo porque la soledad es la orilla y el borde del abismo. A lo mejor, nos equivocamos de pronombres, al decir «tú» y al decir «yo», Cuando hemos sido siempre el mar azul, sin orillas –y este silencio–. (Inédito)


@julianaylascosas

[73]


[74]

Las cosas ciertas Al otro lado de esta inmensa soledad estĂĄn todas las cosas simples que una vez dimos por ciertas. los gestos, las caricias, la luz de tus ojos claros, la vida que sale de tus manos y la dicha que siembran en mis manos cuando las tocas; todas esas cosas estĂĄn ahĂ­, habitando al otro lado de esta inmensa soledad: estĂĄn tus brazos que me esperan, el beso de tu boca y el calor que solo tu me puedes dar. Porque tu siempre has estado del otro lado de esta inmensa soledad, como en la orilla de una


[75]

isla, esperando a que pasen los días tristes y veas, después de mi larga ausencia, un navío que se asoma por un horizonte todo azul en un día que no conoce sombra. El día en que conquistaremos cada cosa simple, cada cosa nuestra, y que una vez dimos por cierta. (Inédito)


Sebastián Pinchao Licenciado en Filosofía y Letras (2015) de la Universidad de Nariño y Magíster en Didáctica de la Lengua y la Literatura Españolas (2018), por la misma universidad. Ha trabajado como tallerista de escritura creativa y coordinador del proyecto ConVersemos en la fundación Qilqay. Se ha desempeñado como docente y asesor universitario, además de gestar procesos culturales en acontecimientos artísticos y pedagógicos relacionados con la oralidad y la escritura. En 2018 la editorial Fallidos Editores publica su primera obra de relatos: Errancias.


[77]

OJEAR LA OTRA ACERA1 Ensayo. Ficción metafísica – ontología urbana protoSur – mix filosófico errado – escritura desastrada. Toda la distancia de la poesía, ejercicio exo(do)literario. I Borrada antes de ser escrita. Quizás, se puede asumir la palabra huella como índice que indicaría, como si estuviese tachado, lo que, sin embargo, nunca fue trazado. Toda nuestra escritura —la de todos, si es que alguna vez ha sido escritura de todos— sería eso: el afán por lo que jamás fue escrito en (el) presente, sino en un pasado por venir. (Blanchot, 1973, p. 46).

1 Fragmento de obra inédita Differánden (2018)


[78] Si el pliegue incorpóreo de la huella y el tachado son materia discontinua por su carbonización de las categorías temporales, entonces el trazo del paso podría comprenderse tras la extrema síncopa de una presencia impura, que derrocha la historia del pensamiento y que agota el límite de la espacialidad. Pas(e)ar es agotar, es darle peso a un atrás que se deja, pero que, también, se anhela, pues aproxima su avenida ―sin llegar―. ¿Ese abandono es un síndrome temporal? Una distopía que abraza con piernas el foco ennegrecido del tiempo, cubeta flotante de la ilimitación, las cantimploras de vino no hacen otra cosa que amarrarse pérdidas en el segundero. Pas(e)ar, hundir el paso, meter la pata, irremediable despedida que recibe una neutralidad sin ritos; de frente llega el acontecimiento. Ese calor puede ser la fluctuación entre la vida y la muerte.


[79]

II ERRANTE. Rompiste mi brújula Quemaste el paisaje y me dejaste sin memoria. Me arrojaste al vacío (al vacío) Me dañaste la cabeza (la cabeza) Me mataste en vida (me dañaste) Y me olvidaste en seguida Me arrojaste al vacío (al vacío) Me dañaste la cabeza (la cabeza) Me mataste y me olvidaste (Velandia, 2016)2 Si el errar dispusiera de una memoria completa, el mundo entero se lanzaría a esa aventura, mas la errancia es el desvarío del recuerdo y la puñalada infesta de un ethos fluctuante que, lleno de irresoluciones, brinca a una pared blanca, y con rayones. (h)Errar, aunque instaura un mapeo gutural sobre la remembranza, también desquicia la elocuencia 2 Canción de Edson Velandia, parte de la banda sonora de la película Pariente, dirigida por Iván D. Gaona, que representa a Colombia en los premios Oscar y Goya, año 2017. Ver–oír–tocar: https://www.youtube.com/ watch?v=kJTFdxzDNBw


[80]

@Gustavo Insandara

teleológica de la historia y, por eso, no todo ser es errante, porque teme a olvidarse, ya no solo de sí mismo, sino también de quién proyectó ser: olvidarse de ese que vendría en remplazo del que es. Andar y errar no son lo mismo; mientras el primero nace de ambular: caminar en relación a algo, pasear, el segundo dignifica la vagancia y el andar está contenido en su malestar. El errar deambula, el andar es un pellizco hermético de esta donación. ¿Será posible una errancia en la ciudad que ande y desande todo el tiempo?


[81]

III Si algo puede dar aliento al lector de literaturas urbanas, es que esta inmersión por las profundidades y abismos en los que la ciudad aparece, simplemente nos deja abierto a reconocer de uno o de otro modo la simplicidad de sentirse un personaje más en la calle, un fantasma entre fantasmas, un espectro o una sombra cuya luz se difumina por la mirada, un anfitrión del silencio, la voz, el grito y la magia de quien pasa a su lado (Guerrero, 2013, p. 77). ¿Cómo acciona la desintoxicación de un escenario en el que a diario roban? No solo roban objetos o espantos de la marcha, también la licuefacción de un cuestionamiento directo, el del cotidiano, el de un confort sin negociaciones3. Espectralizarse, de una única forma, da paso a reinventar la simplicidad del personaje inhabitado, el que resucita mientras muere, vaticinado por la garrafal prueba descompuesta del diario vivir. 3 La canción cotidiano, de Chico Buarque, materializa esa cotidianeidad no vendible que, sin importar una mutilación social, es posesa de un No que se reitera, aunque se silencie en la estela de la normalidad. La vida sobre la vida, acallándose la singularidad de permitirse una muerte otra.


[82] No hay forma igual del aparecer (detractores de la fenomenología, el caminante va más allá de la hermosísima retórica). Imposible la sugestión de mirarse en la nada del ocaso. Andar al otro, andar en el otro, andar con el otro, en la distinción de su anquilosamiento ético, no hay forma de aparecer el anfitrión real, pues, mientras se anda, se posee una visita imperfecta, donde los que llegan son los que desaparecen con la mirada exhaustiva de quien bienviene. El anfitrión de la ciudad es quien no está y quien se divierte con la humedad filtrada en el saludo de manos y en el olor de piernas andantes. Pasar al lado, rebotar la mirada, el tacto, la esquizofrenia del peso que deja la voluntad icónica de quien lleva un apuro sucio, una pereza sedentaria, fijada en la frontera de su cuerpo, excrecencia fantasmática que nos choca y nos vuelve en la retahíla viscosa del tiempo, ya indeterminado, como la muestra literaria que va dejando de ser en cuanto un punto aparece, lanzamiento invertido de las aporías mañaneras: “¿qué depara un día de choques anti–kinésicos: hetero–sustanciales? Esa magia, ese arcano negado que se guarda bajo la lengua, sacude los vientres, cruje las uñas, mastica las pieles y ya no las encuentra, solo las muestra, las deja ver, las deja tocar(se); manía chusca donde paso a paso se abandona el soberano y toda la rabia aparece como un


[83]

relámpago del (s)choque. Pasar al lado es chocar sin el encuentro, tocar la presencia irregular del conocido invisible, de quien indica4 su rostro con un señalamiento falaz, al borde de la desaparición forzada5, pequeña punta sin viscosidad física. Toparse–tocarse en el andén, una tolerancia quisquillosa, pero tolerancia al fin; la apertura de las negociaciones sin palabras que vendrán del que no se conoce, el mismo que viene y que deja de hacerlo cuando nosotros no llegamos, cuando pausamos la distancia y se estira al extremo: una presencia ya no inaudita: reflejo plástico de lo inaudito. Aunque espectral, el encuentro otrado es la carcajada cosificada. Mientras siguen estas escrituras que abuchean el canto teleológico, encuentro, en la calle, una piedrecita enlodada y pregunto: ¿La roca es otro otro que me sacude? Solo en la roca, en la disipación antifonal de esa piedra, encuentro una obra posible que superponga al otro de manera infinita. Quiero ser esa piedra para cantar el lenguaje de los incomunicables.

4 Lo indica, como si pudiera esconderlo, puede hacerlo, indicar es señalarlo; el rostro no es íntimo, ya lo hemos dicho, pero, así mismo, hay una escogencia literal, un inventario de rostros que, a diario, se renueva, se añeja y se muere. 5 Desaparición que, en la ciudad, es de una mudez que grita.


[84]

IV El espacio del recorrido es, por tanto, anterior al espacio arquitectónico, un espacio inmaterial con significados simbólico–religiosos. Durante miles de años, cuando era todavía impensable la construcción física de un lugar simbólico, recorrer el espacio constituía un medio estético a través del cual resultaba posible habitar el mundo. El errabundeo iba asociado a la religión, a la danza, a la música, y al relato bajo la forma de epopeya, de descripción geográfica y de iniciación de pueblos enteros. El recorrido/ relato se convirtió en un género literario relacionado con el viaje, con la descripción y con la representación del espacio (Careri, 2003, p. 66). Si, a manera de analogía, la ciudad es un laberinto6, sabemos que el lanzarse a esta construcción posee al menos dos características: el caminar y el perderse, en tanto salir no comprendería una característica vital de la ciudad. Perder, entonces, perder lo más deseado: las proyecciones, el imaginario. El errar, como bien lo señala Careri, es la punta 6 Cuestión que, inevitablemente, nos recuerda a autores como Octavio Paz, Borges, Italo Calvino, Foster Wallace, o Paul Auster.


[85]

afilada de la arquitectura ―y, más allá, de la ciudad―, no el sedentarismo. El archivo, y la propiedad de un secreto, se han andado al extremo de reinventarlos. Más allá de una aseveración profunda por la archi–ciudad, peligro inminente, este arkhé es un juego sin frontera que se descubre en el errabundeo. Andar, sobre su cosificación, la acera, el andén, destila la memoria. Caminar sobre los telares simbólicos, por las calles pisadas por Luis Felipe de la Rosa7, desde sus pies de phanto, afirmando el cemento sin tocarlo. Mútilo. La oración de la esperanza es la sutura que no llega. Su palabra de caricia que marcha arraiga los sonidos sincerados de su inquietud sincrónica. El balcón, el balcón, el balcón de la escritura se cae.

7 Poeta insigne de la ciudad de San Juan de Pasto, que vivió entre 1887 y 1944.


[86]

V Este residuo de pierna derecha ya estaba habituado al manejo y carga del extraño mecanismo, él me le enseñará al izquierdo cuando empiece su aprendizaje de viabilidad. Para ello necesito dinero que no lo tengo… pero daré una velada, sí, eso es, una velada (…) Tengo fe en que será mi canto máximo, o tal vez será mi último canto. Lo voy a concebir entre los ayes de un cuerpo desfallecido en consorcio con un alma que se resigne. Bello escritorio. Con esa velada espero reunir fondos para trasladarme a Rochester o a cualquier ciudad europea para que me adapten piernas. Estoy seguro que todos mis amigos acudirán a esa cita. Si así no fuere, desde esa ventana de mi viejo caserón, ventana que me ha servido para resucitar recuerdos de tiempos menos amargos y para contemplar la agonía de la tarde al ensombrecerse el sol, seguiré viendo nuevamente con ella el acercamiento de la segadora de sueños y existencias (De la Rosa (sin fecha), pp. 137–138).8

8 Citado en: De la Rosa, E. (sin fecha).Parábola del tiempo. Biografía del poeta Luis Felipe de la Rosa. San Juan de Pasto. Palabras de Luis Felipe de la Rosa transcritas por su amigo Nacor Bolaños.


[87]

@Gustavo Insandara

Conmemoración del camino. La escritura es una prótesis, un corte que damos a la ciudad ―al espacio― para torcer su rectitud. Termina la escritura, escribiéndonos: mutilándonos.


[88] VI La fuerza de una carretera varía según se la recorra a pie o se la sobrevuele en aeroplano. Así también, la fuerza de un texto varía según sea leído o copiado. Quien vuela, solo ve cómo la carretera va deslizándose por el paisaje y se desdevana ante sus ojos siguiendo las mismas leyes del terreno circundante. Tan solo quien recorre a pie una carretera advierte su dominio y descubre cómo en ese mismo terreno, que para el aviador no es más que una llanura desplegada, la carretera, en cada una de sus curvas, va ordenando el despliegue de lejanías, miradores, calveros y perspectivas como la voz de mando de un oficial hace salir a los soldados de sus filas. Del mismo modo, solo el texto copiado puede dar órdenes al alma de quien lo está trabajando, mientras que el simple lector jamás conocerá los nuevos paisajes que, dentro de él, va convocando el texto, esa carretera que atraviesa su cada vez más densa selva interior: porque el lector obedece al movimiento de su YO en el libre espacio aéreo del ensueño, mientras que el copista deja que el texto le dé órdenes. De ahí que la costumbre china de copiar libros fuera una garantía incomparable de cultura literaria, y la copia, una clave para penetrar en los enigmas de la China (Benjamin, 1987, p. 21).


[89]

― Me preocupa la originalidad, la composición sin miramientos masivos a otros textos. Por ejemplo, en este pedazo de conversación ya empiezo a sentir la legibilidad de mi lengua. Y, aunque no se trata de escribir, tengo ese rayón en la punta de mis labios; yo siento que soy los otros mientras escribo, los que me cruzo cuando leo y camino. El movimiento de brazos, el paso, los gestos faciales, la destitución de mi singularidad, todo eso lo siento poblado por una serie de filamentos monologados, aparentemente poliédricos; pero no, son figuras ya tocadas y trucadas por otros que llegan a través de un movimiento circular hacia la lectura idiosincrática del mundo. ― No te preocupes por ser una copia, preocúpate por no escribir. ¿Qué no es copia?, ¿de dónde crees que vinieron las grandes creaciones?, se debe dignificar la tergiversación del copista, la alteración a la que se somete en esa estulticia bendita. Seguro te encuentras adentro de una neurosis profunda que te dicta la aceleración de tu pulso al escribir. Aunque seamos inmensamente orales en este momento que te encuentro, soy un copista que remeda los consejos y las parábolas. La punta de la Avenida los Estudiantes ha servido para comunicar tales proverbios. Grábate muy bien este: Ese ahogamiento en las noches por no poder respirar es una copia de tus


[90] fantasmas atravesados en el pecho; así como también lo son las miles de formas que tienes para besar y las formas de tus manos cuando se ubican en el teclado9. Cada suspiro es un eco que se ha prolongado más allá del tiempo, una memoria del cuerpo que, aferrada en el olvido, consigue extenderse siglos. Ese cuerpo es el que ya conoció todo y hace la mejor de sus versiones. No te preocupes por no escribir, hazlo cuando no escribas. ― Nada me convence en estos últimos días. Tu palabra es la gerencia principal de mis criaturas. En alguna ocasión creí copiarte, pero era un archivo que me venía a la cabeza, no más. Aunque me voy con miedo, déjate mirar en otra ocasión, una en que podamos callarnos y dejar hablar a las manos, metiéndonos la voz en los bolsos o en las discreciones disfrazadas con azar. Dame un abrazo y me voy. ― Dame dos mil pesos, ando mal de plata.10 9 En este teclado que teclea ahora mismo y que el lector mira desconcertado para disfrutar del asesinato de la originalidad. 10 Y se oye, atravesando la Avenida de los Estudiantes, un estruendo y un miedo terribles. El personaje es una distancia tremenda con su (ex) maestro que pide monedas en el semáforo. Lo mira deshilachado, pero con toda la luz del universo


[91]

En el fondo, esta es una búsqueda musical para replantear las actividades sonoras. La musicalidad de la ciudad hierve la tensión de la escritura. Esa hilaridad acústica, posesa en el espacio de la imagen, revuelve el ocaso de un fragmento y lo sintetiza11, lo estalla hasta volverlo una pulsión de íconos, una letra que se queda en el golpe de la vista: vista aérea que suena dando pivotes en el centro de lo leíble, la escritura es toda síncopa, más allá de la sincronía musical, es una violación a la coherencia armónica. La escritura disuena, como un rosquete vencido, al fondo del blanco, en la punta de la enfermedad. Ironía sensorial, escribir es musicar, imagar... Andén, recorte copiado que nos migra, frontera total de pedazos informes. saliéndole por las yemas, sucias por el intercambio circular. Este es una nota pie de página que no narra, solo teme y tiembla arrimándose a la calle, al atropello con trancazo craneal de los carros. Esta nota es frontera y solo cuenta en la medida en que se excluye, en la medida en que es sobra, basura rectangular carcomida de vidrio. Escritura del desecho, inmaculada como vértigo frustrado, esa aventura del desagüe que ya no tiene más intoxicación. Nota al pie, porque los personajes participados en este acontecimiento merecen mucho más que certidumbre y realidad, y gloria, merecen la indigestión de la molestia. Merecen el más allá de toda frontera borrada, esa oscuridad ilimitada. 11 Lo amplifica en un sintetizador.


[92] VII Y esa fragilidad ante lo inminente es lo que hace que el símbolo se vuelva carne o, como lo entiende Deleuze, fuerza cósmica fuera de la complementariedad discursiva del symbolon. Para pervivir con esto es necesaria una singular temporalidad del dibujo y una relación con lo crepuscular, o al menos, bajo lo que podría llamarse la luminosidad en descenso de la ciudad de Pasto (el color local del paisajismo). Además de la superación anecdótica del dibujante como cronista y como tal fuera del amancebamiento moderno de lo natural, es un movimiento complejo que va desde lo sensato a lo insensato y viceversa, como una traza, que permite prever en esta dynamis una teorética particular que abre campo a la poética del dibujo donde los grafismos contemporáneos acentúan su naturaleza inhumana A veces ni siquiera bajo la forma de un con–sensus ya que el tiempo propio del dibujo y de su quehacer son afines a la manera singular como se concibe la temporalidad en Pasto (Benavides, 2012, p. 66). El más agudo orden guarda, en su secreto insoportable, una masa oscura de pretensiones caóticas. Dibujar el territorio y escribir se soportan en la libertad del trazo. No podré


[93]

hablar sobre ambas grafías, ni siquiera de la llegada de la escritura. Yo hablo de la aproximación a la escritura, ¿quién sabe si eso ya es escribir? Hablar sobre ella todo el tiempo, aunque nunca se llegue a presenciarla y se encuentre más allá de la ausencia, zafada de esa potencia ortodoxa de lo que está y no, esa ambivalencia regular de lo sólido y lo gaseoso. De todas formas, escribir sobre la escritura nos somete a un curioso abandono que se levanta, mientras se impone la palabra. Escribir es invertir el juego de estar presentes, pero escribir sobre el escribir es jugar todo el destino hacia una ausentada soledad que se revuelve en un tremendo absoluto. Cualidad que, de todas maneras, vale la pena revisar si se entiende que las cavilaciones realizadas en una ciudad actúan desde una aparente noción de lo comunitario y desde las experiencias que la singularidad sitúa en ese orden advenido. Así, ese magma que nos arrastra de la totalidad es una efervescencia ficcional. Este intento malsano de sujetar la tecla y empinarla hacia la altitud de una grafía que sea leída muestra las pocas posibilidades del escritor para disciplinar, académica y estéticamente, su objeto comunicativo. Escribir es estarse en el antes de un dibujo interminable. Dibujo de una grafía invisible.


[94]

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Benavides, J. (2012). Dibujo (acotaciones sobre la traza de lo inhumano). Calle 14 revista de investigación en el campo del arte, 6(8), 60–76. Bogotá: Universidad Distrital. Disponible en: https://revistas. udistrital.edu.co/ojs/index.php/c14/ article/view/3786. Fecha de consulta: 05/08/2018 Benjamin, W. (1955). Dirección única (Ed. Cast. 1987). Madrid: Ediciones Alfaguara. Blanchot, M. (1973). El paso (no) más allá. (1°Ed. Cast. 1994). París: Éditions Gallimard. Careri, F. (2003). Waklscapes: el andar como práctica estética. (6° Ed. Cast. 2009). Barcelona:Editorial Gustavo Gili, SL. De la Rosa, E. (sin fecha).Parábola del tiempo. Biografía del poeta Luis Felipe de la Rosa. San Juan de Pasto. Palabras de Luis Felipe de la Rosa transcritas por su amigo Nacor Bolaños. Guerrero, F. (2013). ROBOVUELO. Intervalos. San Juan de Pasto: Proyecto Pasto ciudad Capital Lectora. Alcaldía de Pasto.


@Gustavo Insandara


[96]

Cindy Santiz Gamarra Escritora, Comunicadora Social, con título de especialización en Educación, Cultura y Política. Con conocimientos en procesos de participación ciudadana, pedagogía para la democracia y análisis del contexto sociocultural y político. Experiencia en consultoría e investigación académica, redacción, gestión, planeación, formulación y ejecución de proyectos. Coordinadora local del Parlamento Internacional de Escritores, de Cartagena, Colombia, participante mensual del periódico cultural “Amigos de la poesía y la literatura” de Narón, España. Su más reciente obra titulada “Aconitina” fue editada y publicada por la editorial Fallidos Editores.


[97]

PERFECCIÓN Convertida en la nada, en el espacio vacío, en donde todas las formas geométricas existen, aquí mi yo deja de ser y solo hay una nada incorpórea. Siempre logro, no sé cómo, escapar de la Muerte, las aguas tormentosas que tratan de ahogarme no lo han conseguido, camino encima de ellas, encima del mal que me acecha. Voy caminando en paz. Como ya me cansé de ver espejismos, ahora he decidido andar sólo con mi sombra. Me he ido quedando en este rincón, viendo cómo cae la lluvia y sale el sol, busco el calor cuando tengo frío y se abre en llamas mi interior. A veces me congela el miedo que juega en contra o a favor, en contra de la Muerte y a favor de la Vida. Me he ido quedando en este rincón, con lo llorado, lo sufrido, con la nada. Me sé viva, tengo conciencia de ello, soy de carne y hueso. Aquí, ahora, cierro mis ojos y floto, los abro y camino, no puedo escapar de mi destino, vivo, como no puedo huir relajo mi cuerpo, mi alma, mi espíritu, todo aquí, en mí, me parece el paraíso, con luminosos manantiales, colores verdes, amarillos, rojos, azules, todo el arcoíris. Sí, éste es mi destino: fluir libre hacia la perfección.


[98]

HASTA FUNDIRNOS Desde el instante terrible en que me arrancaron tan ignominiosamente de tu lado, mi querida amiga, he sido víctima del sufrimiento más cruel. Siento que me es totalmente imposible soportar más tiempo un estado tan cruel. La desesperación se apodera de mí. Hay momentos en que no me reconozco. Siento que estoy perdiendo la razón. La sangre me hierve demasiado para soportar una situación tan terrible. Quiero volver mi furor contra mí mismo, y si no estoy fuera dentro de cuatro días, estoy seguro de que me romperé la cabeza contra los muros. Carta de Sade a Renèe Ven. No sé a quién le digo “ven” ni porqué digo “ven”, no hay nadie, nadie viene. No busco, sólo espero a que alguien llegue, a que tú llegues. Esperando siempre, me pregunto ¿a quién espero, hasta cuándo? Ven, juntemos las manos y hagamos que las noches sean una interminable delicia, entre besos y fluidos. Ocupa mis espacios, adhiérete a mi piel. Hazte, sé, existe. Tenme. Que


[99]

desaparezcan nuestros dos cuerpos, nuestras almas, nuestros espíritus, volvámonos un átomo indivisible. Hagamos una hoguera con tus dolores y los míos. Sembremos un árbol, escribamos un libro, hagamos un hijo. Vayamos a un jardín a ser felices. Sé de mí, como yo de ti. Vivamos todos los crepúsculos que faltan, los desayunos, los almuerzos, las cenas; juntemos los cumpleaños, los días grises, los días negros, los azules, los rojos, los verdes, todos. Pero a quién le digo “ven”, si no hay nadie. Esperar se convierte entonces en el perfecto estado para crear mundos irreales sobre el papel, en los que no quiero esperarte, sino que deseo ir a tu encuentro. Científicos calculan que en siete mil millones de años la vía láctea colisionará con Andrómeda y se fusionarán en una sola galaxia superpoderosa. Tú y yo, amor mío, dime, ¿cuántos millones de años quieres que pasen hasta fundirnos?


[100]

DEL SER A LA NADA Los tardígrados son lo más cercano que existe a un animal indestructible en la Tierra, pero es posible que existan otras especies resistentes en otras partes del universo. Alves Batista Hoy soy de la tierra, del lugar que nos contiene, soy Terrígena, dueña y señora de este lugar habitable, con sus luces y sus oscuridades. Ando caminando al tiempo que el Universo se expande o se contrae. La Tierra se mueve, nos mueve, me mueve. El viento me lleva, el fuego me abrasa, el agua me limpia, la tierra me espera, la Muerte, ¡oh, la Muerte, que es la misma Libertad, ella siempre me llama! Ya dejemos de preocuparnos por nimiedades –me digo–, nada es morir, ahora me preocupa la que habla en mis adentros y se burla de las incontables veces que me he avergonzado de existir, ella me intimida, en mi interior hay espejos que congelan mis temores, me paralizan, en cada uno veo una piedra grande y pesada sobre mi cabeza. Esa voz que me habla, me niego a creer que soy ella, que es parte de mí; la trato de ahogar,


[101]

quiero atraparla, encerrarla en la vacuidad para siempre. En un buen libro, pienso –como han pensado otros escritores– tiene que haber un muerto, un cadáver; en este libro yazco en mi féretro, este libro es el ataúd que me guarda, es muy cómodo estarse muerto en letras vivas; entonces me parece que muchos de ustedes, al leerme, harán como hacen mis amores no nacidos o muertos al nacer: abren la tapa seducidos por mi silencio mortal y yo abro mis ojos, los enredo en mi poderosa mirada y los atrapo con mis cabellos rizados que nunca dejan de crecer, hasta que cierro mis ojos y me ven cadáver o sombra, se asustan y huyen despavoridos, porque un muerto siempre es nauseabundo. Pero por más que corran, por más lejos que huyan, jamás borrarán mi olor de sus narices. Eso me divierte. Vuelvo a mi extraña manera de estar muerta, salen unas lágrimas, después una risa estruendosa, para finalmente quedarme en silencio, silencio de muerte en el que no se siente, no se desea, no se ama. Confieso que escribo para librarme de la muerte y la locura que me acechan, que no hay técnica literaria en mis escritos, que los saco de la parte de mi ser que me turba y vive en constante agitación. Me siento la cáscara vacía, el daimón, el monstruoso insecto, el Vademécum epicúreo, la Andrómeda estelar,


[102] Ser sumergido en alguna profundidad de la existencia. Pero florezco cada día, río, lloro, despierto, duermo, como, defeco, me baño… la rutina me vuelve la ordinaria materia que ocupa un lugar en el espacio. Hago mi escritura, ella me hace, nace con vida propia en el presentepasadofuturo, hecha con un lápiz sin borrador, ¡oh mi corazón! Si supiera de dónde vienen, de dónde nacen las Palabras, me quedaría a vivir allí. Las palabras son los fulgurantes filamentos que emanan de mi existencia, las que, cuando alcanzo toda quietud, se agolpan e iluminan mi pensamiento, cual raudos relámpagos, en el interior, arrojándome al espacio–tiempo, donde no hay formas y lo fugaz se convierte en eterno. Salen los llantos, las risas, se encuentran en el vacío; sigo sintiendo que el corazón palpita incansablemente, aunque cómodo con lo que es. Y ya no hay el “necesito” porque todo lo hay. Esos instantes son la antesala de la muerte, que a veces se nos acerca y nos susurra “acompáñame”. Estoy –como dice Kafka que estaba Ulises– en un silencio tan absoluto que no me dejo seducir por las sirenas. Y siento cómo triunfo ante la Muerte y veo, con unos ojos que no son los del rostro, inequívocamente el éter. Entonces todo se queda congelado en lo imaginario que es el mundo de las formas, todo deja de importar


[103]

porque ya no existe. ¡Sí! Hago mi escritura, ella me hace, hecha con un lápiz sin borrador, ¡oh, mi corazón! Si supiera de dónde vienen, de dónde nacen las Palabras, me quedaría a vivir allí. Escribo, vivo: No te acerques, aléjate. Quédate en la quietud de tu cueva. No vengas a mi encuentro. No acudas en dirección de mis aullidos. No salgas de noche, menos si hay luna llena con estrellas que caen. No me escuches. Hay misteriosos mundos en mis ojos y la sangre de animales salvajes en mis garras y mis dientes afilados todavía saborean el último pedazo de carne y sangre que arrancaron. Si te acercas, si te clavo mis garras, si te muestro mis colmillos, no podrás salir de mis fauces. No te suelto.


[104]

EL DESEO DE LO PROHIBIDO Toma mi cintura con tus dos manos, envuélveme en ti, en tus besos, en tus ojos, que en cada suspiro que me arranques, en cada gemido, se aletarguen años de imperturbable soledad. Has roto, como un valiente guerrero, mis aspiraciones de una vida sin la necesidad de tocar un cuerpo para amar, ahora eres mi más puro deseo sin fin. Ven otra vez y otra vez y otra vez, mientras mi boca devora con frenesí cada espacio de tu piel, mientras te hago mío siguiendo el movimiento de tus caderas contra las mías y explotamos, tú en mí, yo en ti. Cúbreme de esperanzas y hazme renacer cual flor marchita que no muere, sino que se engalana con pétalos nuevos. (Vente) vayamos juntos a jardines de aguas cristalinas, flores perfumadas, mariposas libres; estemos desnudos siempre de nuestras ropas, vergüenzas y prejuicios para que el amor nunca quiera irse de tu pecho ni del mío.


@santiago_8ar

[105]


[106]

Mauricio Vanegas Gil Ensayista y docente de literatura con estudios en Antropología, literatura e historia; cuentistista, narrador oral y docente dedicado a la formación de lectores y escritores en municipios de Antioquia como Guarne, Envigado y La Estrella. Además de fundar y dirigir el Taller Literario “al Sur y Letras de Alquitara, coordina el Colectivo Literario de Antioquia. Autor del libro Hoy he querido hablar de amor, Fallidos Editores 2018, segunda edición Editorial Uniclaretiana 2019. Ha publicado en diversas antologías de poesía, cuento y narración, actualmente es tallerista del proyecto Plan decenal de lectura y escritura del Municipio de la Estrella.


[107]

El otro génesis Dedicado a Santiago Bedoya por permitirme materializar este cuento En un principio dios creó el mundo... ¡Falso! No creó el mundo este tal dios o como se haga llamar, porque tiene varios alias circulando por el mundo, no hizo tal cosa atribuida por sospechosos personajes con sotana. He aquí que estoy para revelarles un secreto sobre la naturaleza. En un principio estaba la Nada, irrefutable, era la Nada y no había nada más, de repente (entiéndase que pasa mucho tiempo) se le apareció un hada en su universo ilimitado, que caminaba por allí, en consecuencia se había inventado el peso, el bipedalismo, la calle, la superficie, la teoría de sustentación, la gravedad y la morfología; era tan creadora esa hada que todo lo imaginaba podía hacerlo realidad. Pero no se adelanten ¿saben qué le pasó a la Nada? Lo mismo que ocurre cuando no hay nada y luego hay algo, ya no había Nada. Se empezó a desvanecer en el vacío, no soportó la fatalidad de estar acompañada en un mundo binario y femenino; antes de morir, intentó crear algo, pues era una Nada prolífica y empeñó su último esfuerzo en conseguir algo. Creó así, como recurso final de su limitada existencia, un duende.


[108] Un duende tomó el lugar de la Nada en el vacío que empezaba a llenarse al paso del hada. Tarde o temprano sobrevendría el encuentro, es difícil calcular cuántos ciclos sin conocerse; si no hubiese pasado, yo lo habría pensado para contar ésta historia, pero sí, de repente (ya saben lo que significa de repente) se encontraron. Contrario a la idea de una batalla titánica adornando el origen de todo mito, un apocalipsis para sobornar, o un Ragnarök para frustrar la masculinidad frágil, lo que pasó fue lo contrario, un sentimiento aún sin nombre los envolvió en ese primitivo escenario, los dejó expuestos al azar del sentimiento que precisa el apareamiento y la ilusión de compañía. De este romance primigenio fue concebido para ser tan único como innecesario, fue así y sólo así, como nació el primer hombre, que la historia se empeña en denominar Adán.


[109]

El tiempo fuera Un ligero calambre en la rodilla le hizo detener su prolongada acción; se bajó de la estructura que había diseñado y que con los años se ha convertido en un instrumento de trabajo. Le temblaba la planta del pie, cosa que ya era costumbre a esas horas del día. Tras rascarse su irritado parpado izquierdo, notó algo inusual en su realidad inmediata. Le costó procesarlo un momento, luego el suspiro lo devolvió a tal situación, nada cotidiana. El panorama a su alrededor se había detenido. Las palomas al vuelo suspendidas como en una fotografía participante de concurso, las personas con su gesto congelado y su paso interrumpido, era como si el mundo hubiese dejado de rotar, sin ruido, sin temblores apocalípticos. Sin quererlo, su mente armó un aquelarre de teorías mientras permanecía impávido, ondulando brevemente su cabeza y contemplando el espectáculo con un temor domesticado. Durante un lapso prolongado, cualquier externo en la escena solo notaría el sutil movimiento de cabeza del que normalmente en ese parque permanece quieto. Se le ocurrió entonces empacar sus pocas cosas sin prisa, convocando al silencio, la pausa del tiempo inexplicable no cambiaba


[110] el hecho de que estuviera cansado; sacó, del viejo sombrero que normalmente posaba en el suelo, algunas monedas que consideró meritorias de lo obtenido en su larga función y, sin contarlas, casi de manera despectiva, las arrojó a la fuente del centro de la plaza congelada en su borboteo. De inmediato notó cómo la sombra de nubes se empezó a desplazar sin afán, las palomas daban continuidad a su vuelo circular sobre el lugar, y el movimiento retornaba a las personas con su gesto perturbado por la prolongación de la rutina.


[111]

Jessica Díaz Nandar La Unión, Nariño (1987). Abogada y escritora, comienza su experiencia creativa desde temprana edad con una marcada inclinación hacia la filosofía y la literatura, que se va fortaleciendo a través de la lectura continua en contraste con los húmedos y coloridos paisajes sureños que le han brindado un tinte de escritura poética que oscila entre variados matices. Autora del Poemario “DEL DESPERTAR DE OTROS SENTIDOS”– Fallidos Editores.


[112]

El cuerpo y su voracidad El aliento y su ímpetu de elevarse hasta desfallecer. Los ojos, primeros amantes ante el reflejo, y su exigencia de vértigo a la carne que contemplan, solo por un cariz de brillo. La mente, y su determinación por reinventarle desafíos a esa articulación necia de las funciones corporales. Todo, para alimentar, desfogar y encarrilar. Todo, para perecer, endemoniarse y rugir. Todo, para repeler, descarnar y encontrarse de nuevo, puliéndose hasta dejar el último hueso reluciente. Todo, para ser. Aunque para ello nos hubiésemos entregado al extravío, conteniendo con furor, por el camino, el peso de los tiempos.


[113]

Aunque, al llegar el instante decisivo, se tire, junto a las secuelas de las guerras, las escamas aterciopeladas de lo vencido, y entregar brillante el escudo รณseo. Sin carne, sin peso, sin mundo.

@Gustavo Insandara

Todo, para ser.


[114]

¡Vamos a la montaña! Que los aullidos de acero resonarán al eco de las liras internadas, estremeciendo la savia. Y las voces camaleónicas, con vibración perfecta, se camuflarán entre los ultrasonidos de la oscura selva. ¡Vamos! A hacer temblar la tierra cabalgando con la música, rugiendo con su bravura. A encarnar las luchas, los poderes y los placeres para carburar el motor. A evocar los cantos de la resistencia entre la humedad de la hierba agreste. ¡Vamos! Al ascenso, que las rocas contendrán la marcha volcánica de la energía liberada. Y, una vez llegados al preludio de la noche, gritaremos con espíritu salvaje: ¡Aquí se forja la fuerza de los vencedores!


[115]

Aun, en el despegue de la densidad corpórea, la imagen en punzante geometría es saboteada por los quejidos de una mala transición. Con la primera dosis de energía la visión traidora le envolvió en barrotes de papel. Colores y gemidos prisioneros venían en huida, escupiendo alaridos incandescentes por alcanzar el siguiente escalón. la metamorfosis inicial ya venía sucia, con la materia buscando su mundo. Acezante, desnudando con prisa las aventuras vírgenes, que, como guacas ante los espíritus, alumbran su destino a los ojos insolentes, atónitos por el hallazgo, buscando devorar, engrosar la hambruna de sus pupilas. Y ante esos, no se deja sonsacar. La metamorfosis impura. Fantasía del tabú, Seducción material de un sueño superfluo. Tal vez,


[116] cuando se visite los portales de la consciencia sin secretos de memoria, y el adormecimiento suponga un perfume levitando sobre rocas, viĂąedos y otros olvidos sepulcrales. Cuando la fatiga se conjugue con el delirio desafiando el desenfreno de sensaciones, y haya un goce en el desgarramiento de lo concebido. Entonces, tal vez, se desenfoquen las excitaciones, emerjan de lo escalofriante, las especulaciones, sobre la exuberancia de lo invisible.

Por, ARMADURA DE HUESO


@Jhon James MarĂ­n


Jeff Ruíz Rave Manizales, 1991. Escritor e ilustrador. Es Licenciado en Filosofía y Letras. Varios de sus relatos han sido publicados en antologías nacionales e internacionales. En febrero de 2019 lanzó su libro ilustrado La casa de basalto y otras historias, publicado por Fallidos Editores. En agosto 2019 fue uno de los ganadores del concurso de cuento del Festival de Literatura de Pereira. Actualmente se dedica a la docencia.


[119]

Risas enlatadas Nos rodea una luz cálida. Estamos en silencio, muy juntos, casi inmóviles bajo el marco de la puerta principal, como en medio de una pintura. Andrea, que se mueve lentamente, me da un beso dulce y húmedo en los labios. Es un momento esperado por gran parte de la audiencia, incluso se oyen aplausos grabados. Cuando el beso termina, Andrea me guiña un ojo, se limpia la boca con la manga de la blusa y escupe al suelo. —Esta vez no estuvo tan mal —dice sonriendo con una ternura impostada—. Tal vez ahora podamos vivir juntos en mi apartamento. Compartir un mismo techo. Se oyen risas enlatadas y más aplausos grabados. En este punto todo empieza a oscurecerse de a poco y vemos aparecer la palabra “Fin” en letras blancas, grandes y angulosas. Se oye un blues alegre y aparecen los créditos en letras menudas. Después todo se sume en la más completa oscuridad y quedamos inmersos en un silencio extraño, incómodo. Permanezco aturdido por algunos segundos, sin saber qué hacer o qué decir. —Oye, Andrea —digo al fin, confundido y murmurando—. ¿Qué está pasando? ¿Qué fue todo eso?


[120] La oigo respirar nerviosamente. —¿No viste? Ya terminaron con nosotros. No anunciarán más temporadas. Es el fin de Andrea y el vendedor de seguros, tú mismo lo leíste. —¿Después de semejante cursilería? –grito indignado—. ¿No es una broma? ¿Cuatro temporadas y de repente nos cancelan así? A decir verdad, no lo vi venir. ¿Qué se supone que hagamos ahora? Somos personajes de ficción, necesitamos un argumento para existir, aunque vivamos solo una hora a la semana. Tocando las paredes, logramos entrar en la casa. Aunque no puedo verla en la oscuridad, sé que Andrea está realmente exasperada. —El bajo rating es culpa del idiota que te interpreta —exclama en tono desafiante—. Terminó arruinando el programa y llevándonos al bote de basura. Hay un silencio. —Lucas hace su mejor intento, capta mi esencia —le digo arrastrándome hacia donde debe estar el sofá—. Ya sabes, es difícil para él, considerando que tiene que lidiar con su problema de bebida y aquella demanda por abuso. Además Sara tampoco lo hace tan bien. Es distraída y tiene dificultades para memorizar sus líneas. Siempre que debe llorar pide gotas. —No puedo creer que defiendas a ese imbécil. Sara es una estrella en toda regla —


[121]

responde Andrea, al parecer cerca del baño—. Tiene un registro inigualable y un carisma actoral que no se ha visto antes en este canal. La oigo resbalar y romper algunas cosas. —Tal vez todo sea culpa de los guionistas –digo con ánimos de concluir la discusión—. Nos llevaron a un callejón sin salida y lo único que se les ocurrió fue ese final atropellado y rosa. Dejémoslo ya… Por cierto, ¿dónde estás?, ¿estás bien? Oigo los pasos de Andrea acercándose y luego siento que se recuesta en el otro extremo del sofá. —¿No te parece extraño esto de discutir sin vernos las caras? ¿No hay forma de hacer que las luces regresen? —Espera... ¿recuerdas los errores de raccord en las grabaciones de la semana pasada? —digo levantándome—. Creo que aquel personaje secundario, el del bigote y la bufanda, olvidó una linterna entre dos escenas cuando estuvo en tu habitación. —Búscala, por favor. Y ve rápido, siento que me estoy desvaneciendo. Una vez camino a la alcoba, mi mano roza uno de los interruptores de la sala. —¿Qué hiciste? —me pregunta Andrea cuando regresa la luz. —Solo oprimí el interruptor. Al parecer no era tan grave como parecía. —Es un alivio —suspira.


[122] Vuelvo al sofá y me hago a su lado, muy cerca. Me aclaro la voz mirándola fijamente. —Ahora debemos pensar velozmente qué hacer –afirmo asustado—. No quiero terminar como el tío Alfredo. —¿Quién es ese? —me pregunta arqueando una ceja—. ¿Qué le pasó? —Un día se enteró que era el personaje de un cuento de ficción —empiezo a contar mientras ella me toma las manos, dándome ánimos—. Esa mañana, luego de un fuerte dolor de cabeza, se desvió de su rutina matutina y en lugar de asistir al trabajo terminó en un café del centro de la ciudad. Allí se topó con un club de lectura, conformado en su mayoría por señoras de mediana edad. Estaban reunidas en una gran mesa ovalada y discutían nada más ni nada menos que la vida del tío Alfredo, con todo y sus vaivenes. —Eso es espantoso. —El pobre tío Alfredo no lo soportó — continúo explicándole, sosteniendo sus manos frías—, dejó de evolucionar como personaje y el narrador lo interpretó como un insulto. —¿Qué sucedió entonces? —La última vez que hablamos me contó que el narrador le había dado un conflicto irresoluble. Cada día sospechaba que lo mataría en la página siguiente. Repentinamente Andrea se pone de pie y va en dirección a la cocina.


[123]

—Bueno, basta ya de historias y negativismo. Nuestra situación es diferente. ¿No? Debe haber algo que podamos hacer. La veo servirse una copa de vino y beberla de un solo trago. Me parece que tiembla de miedo, al igual que yo. —He sabido de series malas que en el futuro se vuelven de culto y acaban siendo traídas de vuelta —digo para tranquilizarla. Andrea regresa a la sala aplaudiendo sarcásticamente. —Bravo —exclama con voz trémula—. Que nos vuelvan a transmitir en unos años, o mejor aún, en unas décadas, cuando hayamos envejecido, no podamos expresarnos con claridad y demos lástima. Pienso que de repente se escucharán risas enlatadas, pero no es así. Lo nuestro ya no es ni remotamente una comedia de situación. —¿No dijiste que debíamos dejar el negativismo? —la increpo con brusquedad. Ella se alista para responderme cuando oímos pasos en el piso de arriba. —¿Quién crees que sea? —le pregunto asombrado—. Todo este tiempo pensé que los demás pisos eran de utilería. —Déjame ir a ver —dice ella yendo a la puerta—. Regreso en un minuto. Al cabo de un rato, durante el cual no vuelvo a escuchar los extraños ruidos, Andrea vuelve, esta vez con los ojos empapados en lágrimas.


[124] —Es el personal técnico –me informa angustiada—. Se están llevando todo: las paredes, el techo, se están llevando incluso las puntillas, el decorado exterior y los subtítulos closed caption. Dicen que tenemos que desalojar el piso. ¿A dónde vamos a ir? —¿Crees que también mi apartamento esté siendo desinstalado? —Tú no tienes ningún apartamento –me grita con enfado—. Todas las escenas del programa suceden aquí, idiota. Un par de jóvenes con chalecos blancos entran con una caja de herramientas. Apenas notando nuestra presencia, empiezan a desmontar el decorado. No pasa mucho para que nos encontremos en medio de un estudio amplio, repleto de escombros. A unos metros, los dos tipos se alistan para abandonar el plató. —Tengo una idea –le digo de pronto a Andrea en el oído—: vamos a asesinarlos y a robar sus chalecos e identificaciones. Andrea se estremece de horror y da un paso hacia atrás. —Dios mío –exclama, pero de inmediato bajando la voz—. Vas a convertirnos en uno de esos programas de crímenes policiacos y asesinos en serie. —Cálmate —le ruego intentando abrazarla—. Lo único que tenemos que hacer es acercarnos y golpearlos en la cabeza con


[125]

cualquier cosa. ¿Dónde está el florero de mármol? Andrea me rechaza, me da la espalda y se aleja aún mucho más. —No quiero hacerlo –dice nerviosa—, desde nuestros primeros capítulos sabes que la sangre me produce mareos y dolor de cabeza. —Puedo hacerlo yo. Solo tienes que acompañarme y distraerlos un instante. Andrea, ahora reflexiva, guarda silencio. Es entonces cuando nuevamente los hombres regresan. —Disculpen —dice el más alto de los dos—. Me informan que los derechos de Andrea y el vendedor de seguros acaban de ser comprados por otra cadena. Instalaremos el escenario del episodio piloto, las repeticiones iniciarán en media hora y serán transmitidas en horario estelar. —¿Repeticiones? ¿Horario estelar? — profiero horrorizado—. No quisiera preocuparlos, pero he estado improvisando gran parte de la serie. Además no me gustan las repeticiones. A duras penas me lavo los dientes dos veces al día. Andrea también parece estar fuera de sus casillas. —Es una locura —grita haciendo una mueca de asco—. Acabaré repitiendo también el beso de hace rato.


[126] —Políticas del programa —responde el hombre secamente y procede a montar otra vez el decorado. Pese a las quejas, media hora después estamos listos para reiniciar el programa. —Nunca pensé que tendría que llegar a repetirme —me dice Andrea yendo a su posición—: la maldición de toda obra conclusa. —Supongo que no es tan malo como desaparecer —exclamo dejándola sola. Ahora irrumpe en el escenario la voz ronca y sorpresiva de un hombre que no logramos ver: —¡Todos alístense! —nos grita con tosquedad—. Al aire en 3… 2… 1… Esta vez la oscuridad viene de golpe. Me estremezco de solo pensar que en un futuro, llegado el capítulo final, sucederá lo mismo, tal vez de manera irremediable. —¡Acción! —dice de nuevo la voz. Pronto se escucha un jazz moderno y todo se ilumina gradualmente. —Andrea y el vendedor de seguros — anuncia una voz carismática. El episodio piloto inicia con un plano de Andrea en su apartamento, sentada en el sofá solucionando el cuestionario de una revista. Yo llamo a la puerta con golpes fuertes y decididos. Se supone que nunca antes nos hemos visto. —¿Quién es? —pregunta ella acercándose—. ¿Eres tú otra vez, Santiago? Ya te dije


[127]

que no me interesan tus revistas de profecías, ovnis, telequinesis y eso del calentamiento global. Se oyen risas enlatadas. Los sonidos, antes regocijantes, ahora me producen escalofríos. Cuando abre la puerta, Andrea ve que no se trata de Santiago, su vecino, por lo que se disculpa. —Lo siento mucho —dice arreglándose el pelo—. El tipo de la calle del frente siempre está queriendo venderme cosas extrañas. ¿En qué puedo ayudarlo? Yo le sonrío con incomodidad. Llevo un traje, corbata y del brazo me cuelga un portafolio. —Descuide. Solo vengo a pedirle unos minutos de su tiempo. —¿Es uno de esos religiosos que van de puerta en puerta, verdad? —me pregunta muy entusiasmada—. Siempre he querido saber si es cierto que algunos toman cursos de cerrajería. Las risas enlatadas no cesan y cada vez me exasperan más, irrumpiendo como el anuncio irónico de una tragedia. —No, señora —le respondo acomodándome la corbata, empezando a sudar—, solo vengo a ofrecerle mis servicios como… como… Hay un silencio. Andrea aprieta el entrecejo y me giña el ojo discretamente.


[128] —Dilo ya —me pide susurrando cada palabra, segura de que he olvidado el diálogo—. Di que eres un vendedor de seguros. En este punto se me ocurre que tal vez haya una salida: la improvisación de otra trama. —Mis servicios como…. como… como abogado –se me ocurre de repente—. Esta casa será desalojada en cuatro temporadas. ¿Sabe? En cuarenta episodios para ser exactos. Le ofrezco ayuda legal y acompañamiento procesal. Andrea se queda en silencio algunos segundos, visiblemente confundida, sin saber qué decir. —Me pareció oír mal. ¿Puede repetirme lo que dijo? —noto que le tiembla la voz—. Usted es vendedor de seguros, ¿verdad? Ya no soportándolo más, acabo soltando el portafolio, sujetándola de los hombros y perdiendo los estribos. —Tenemos que hacer algo, Andrea. Si alteramos la historia tal vez podamos impedir que la productora nos cancele, que derriben estas paredes de cartón y nos desechen como si… Se me corta la voz. Las risas enlatadas son opacadas por una lluvia de silbidos y susurros grabados. Estamos dentro de una pesadilla a 24 cuadros por segundo y encarcelados en una pantalla de plasma. Intento seguir hablando, decir algo, cualquier cosa,


[129]

pero no lo consigo. Tampoco logro escuchar a Andrea, aunque la veo mover los labios. Claramente nos han dejado sin volumen. Y pronto lo peor: el jazz moderno es reemplazado por un zumbido fuerte, agudo, desagradable, que nos pausa y pixcela. A mi alrededor, veo todo fuera de foco. Quiero frotarme los ojos pero no puedo mover un solo mĂşsculo. Bruscamente se apagan las luces. Luego, como un arcoĂ­ris funesto, siete barras de colores intensos rompen la transmisiĂłn.


@donrepollo

[130]


Hugo A. Vásquez Echavarría (1989). Es diseñador gráfico y magíster en Escrituras Creativas de EAFIT. Escribe sobre personajes simples a los que les pasan cosas raras. Ilustró Pudo ser así, libro de cuentos de Mario Alberto Duque Cardozo editado por Frailejón Editores. Niñas eléctricas (2020), publicado por Fallidos editores es su primer libro.


[132]

A Velázquez Somos las oraciones de los borrachos que se abrazan en los bares, que se arrodillan frente al altar fermentado. Bebemos de la copa rancia. Del rey etílico: ¡Salve, oh Baco! Salve, gran canalla. Te besamos mientras vamos perdiendo las manos, nuestros oídos rotos, nuestra vista neblina. Delicia de los gamberros, mala suerte de los puros. Nos contemplamos y bendecimos con pulso tembloroso los vasos raídos: ¡Salve embustero!


Las garzas Frente a mi casa, un árbol. Todos los días florece, de madrugada las garzas blancas Retoñan. Abren sus alas, el árbol cenizo se vuelve albo. Las garzas son hojas y flores. La vida, toda, Es una.

[133]


[134]

Anotaciones Sanan los que sienten los que lloran, y piensan estar solos. Los que derrotados, solo ven noche. Penumbra que vierte su alcalina incertidumbre, lava las tristezas terrenales, aligera todos los males.


Ars prima Me callo y sostengo la palabra, furiosa, en mi puño cerrado. Errática, porfiada, enemiga mía, hermana mía. Me callo, no por callar como los débiles, sino por esperar la fuerza con la que me impacte la violenta palabra.

[135]


M. E. ESPITIA Escritor y publicista caleño, autor de la novela Nacidos para ser escritos publicada por Fallidos Editores, fue ganador de la convocatoria del 2019 con su novela corta Rabia. Actualmente vive en Bogotá encerrado no solo en su casa sino también en sus pensamientos.


[137]


[138]

LA MUERTE DEL SOL –Mañana no va a amanecer. –Dijo Neptuno mirando al cielo. Estaba despejado y en él apenas se asomaban unas pocas nubes fragmentadas como el sol. –O sea que hoy es nuestro último día. – Le dije. Neptuno movió la cabeza para arriba y para abajo, con sus brazos cruzados y el reflejo de los rayos divididos del sol en sus gafas oscuras. –¿Leíste la noticia? A partir de hoy no va a haber más días, solo viviremos de noche. El sol colisionó contra otra estrella y a nuestra generación le tocó su explosión. En unas pocas horas, tendremos oscuridad total. –Dijo Neptuno. Supuestamente, en unos países ya no había sol. Yo estaba comiendo cereal, cuando empecé a ver en las calles la gente que salía, salí y ahí fue que me topé con Neptuno, que vive en la casa de al lado. Los vecinos también miraban el sol tapándose la frente con la mano, a falta de gorra. El calor era impresionante y se sentía en todo lado. Los que pasaban por ahí se detenían a mirar el paisaje que después de todo era maravilloso. Una lluvia de estrellas, pero de día.


[139]

–Bueno, esperemos a ver qué pasa. Por ahora me iré a trabajar. –Le dije a Neptuno. –Estás loco, yo ya renuncié, nos vamos de viaje esta noche. –Yo como no creo en eso. –Usted que no ve noticias, el pronóstico del tiempo es una lluvia de fuego. –Dijo Neptuno. –Que pase lo que tenga que pasar, ¿luego por viajar se va a salvar? –Respondí. Abandoné la conversación y fui a casa a seguir desayunando. Me frité un huevo que quedó redondo y cuando lo serví, la yema estalló y se esparció en el plato, como el sol en el cielo. Yendo a la oficina me encontré con que todo hablaba de esto, hasta la publicidad: Es el fin del mundo ¿y no vas a viajar? Un anuncio de una aerolínea. Aprovecha que aún hay sol, tómate una Budweiser. Esta sí es la última Coca Cola del desierto. Nuestro hostal es a prueba de fuego. Hasta unas que negaban el hecho: Relájate, no es el fin del mundo. Decía el anuncio de un spa. Llegué a mi oficina y en todo el día no dejé de pensar en el hecho. No creía en la noticia, sin embargo, me hacía pensar. Las abejas nos pican y se mueren, las luciérnagas viven solo un par de meses, luego se apagan, los zancudos duran hasta cuando los encuentren, luego los matan por molestosos, los hombres mueren de infarto, a veces por culpa de una mujer bonita, otros viven muriendo a cada instante, las mujeres


[140] enferman, pero siempre viven más y envejecen menos por su locura, las plantas mueren sin el agua y sin el sol, los insectos mueren pisados, todo muere rápido o lento como las estrellas o los planetas, porque el universo es enorme y no puede estar pendiente de todo. Pero hay quienes piensan que hay muchos universos, en este caso el sol que se está destruyendo no sería nada, sería como apagar mi computadora y dejar de programar. Me despedí de mis compañeros para siempre y cuando salí de la oficina me llamó Neptuno para decirme que fuéramos a la casa de Marte y que allá iba a estar Venus, la que me gustaba. A las 7:30 de la noche nos encontramos en la casa de Marte. –Bueno amigos, debemos hacer algo por la muerte del sol. –Dijo Neptuno. –Yo opino que nos vayamos de viaje. –Dijo Venus. –Sí, renunciemos y no volvamos a esta ciudad. –Dijo Marte. –Escapar no nos va a salvar de la lluvia de fuego, pasará en todo el mundo. –Dije incrédulo. –Tal vez no, pero como sea debemos hacer algo para no aburrirnos. –Dijo Neptuno. –Puedes explicar lo de la lluvia de fuego Neptuno. –Dijo Venus. Me puse celoso y aproveché para contestarle e impresionarla. –Les voy a decir por qué no creo en esto, primero, es muy poco probable que el sol se


[141]

estrelle contra otra estrella, ya que viaja por la galaxia a 250 km por segundo. Segundo, si el sol explotara, no habría una lluvia de fuego sino de silicio, ya que es el componente que más abunda en el sol, entonces la tierra estaría cubierta por una gran capa de polvo similar a la arena, y tercero, si esto pasara, nos daríamos cuenta en 8 minutos y 20 segundos, que es lo que tarda la luz del sol en llegar a la tierra. –Bueno como sea, llamemos a Tierra, debe estar triste porque también es su último día. –Dijo Venus. Tierra, otra mujer que me encantaba. Llegó a las 8 y nos dijo. –Un monje me dijo que mañana voy a morir quemada y no quiero morir aquí. –Todos moriremos así Tierra. Están diciendo que vamos a viajar, ¿Quieres? –Le pregunté. –Vamos a Alaska, aquí hace mucho calor. –Dijo Venus. Todos estuvieron de acuerdo con la elección de Venus y quedamos en salir a las 10 de la noche. Estos eran mis amigos de infancia, con quienes nos pusimos apodos de planetas cuando jugábamos guerras planetarias, a todos nos gustaba hablar del espacio y el universo, así que nunca nos llamábamos por nuestros nombres. Neptuno siempre me odió, pero luego nos volvimos mejores amigos. Durante una hora me olvidé de Venus y me concentré en Tierra, faltando tres horas para


[142] el gran acto, “la lluvia de fuego”. Habíamos bailado tanto que el tiempo se había pasado volando. Tierra era adicta al sexo y me dijo que la verdad no quería viajar sino morir en un orgasmo. Entonces la llevé a un cuarto. Ella sudaba, gemía, gritaba y su calor era tan intenso y palpitante, que su sexo hervía. Hicimos alquimia como dos rocas que se frotan originando fuego. Tierra empezó a arder fuera y dentro, dentro de mí sus fluidos se derretían. Como cometas, como si fuéramos a tal velocidad, que nos salieran chispas de nuestros cuerpos celestes. El clímax llegó a tal punto, que Tierra se encendió y como si sus gotas de sudor fueran aceite, incendió toda la cama con su orgasmo, me alcanzó a quemar y se calcinó en las sábanas húmedas. Tierra se convirtió en cenizas. Salí del cuarto con algunas lágrimas y mis amigos no estaban. La casa empezó a incendiarse. Las demás casas ardían, era como si todos hubiéramos estado dentro de Tierra. Estaba lejos de casa y no quería aceptar mi muerte. Corrí a refugiarme en algunos puentes, mientras intentaba llamar a Neptuno. No me contestó, no había un alma, no supe a dónde se habían ido todos, las carreteras tenían grandes orificios. No pasaban carros. Corrí por el centro de la ciudad. Una llama prendió mi pantalón, logré apagarla, pero la sensación me pareció extraña, como si fuera solo luz y no fuego.


[143]

Caminé más tranquilo, pensando que eso no era real, hasta que recibí la llamada de Neptuno. –¿Dónde estás? –Dijo Neptuno tensionado. –Caminando por el centro. –Dije. –¿Estás con Tierra? –No, ella murió quemada. –¿Qué? No puede ser. Hubo un silencio corto y luego Neptuno dijo. –Quédate donde estés, ya voy a recogerte. –Estoy frente una iglesia que “está quemándose”. Por cierto, el fuego es artificial. –¿Qué? Estás loco, espéranos ahí más bien. Neptuno llegó en su carro solo. –¿A dónde vamos? –Pregunté. –A la bóveda donde están Venus y Marte. –Neptuno, no te estoy mintiendo, todo esto es inventado, salgamos del carro y dejémonos “quemar” por una de esas llamas y ahí verás. –Yo no me bajo de aquí por nada. –Frena un momento. –Le dije. Neptuno frenó y una bola de fuego cayó en el capó del carro. Reí. Neptuno arrancó, el viento apagó la llama por la velocidad, el carro iba a unos 200 km por hora, esquivando el fuego. Encendí la radio y puse la emisora de rock que tanto nos gustaba, sonaba Motorhead con un ruido desintonizado, abracé a mi mejor amigo, cabeceamos y nos sentimos dueños de la carretera, bajé el vidrio y saqué la cabeza por la ventana, no hacía calor ni frío.


[144] –Leí un artículo hoy, sobre una planta que queda aquí en Alaska y crea catástrofes, ellos tienen más de mil antenas que envían señales a la ionósfera provocando ondas que pueden extenderse casi por toda la tierra, estoy por pensar que fueron ellos los que se inventaron esto. Malditos mecanismos de control. Por cierto, estamos cerca de la planta, podríamos ir a averiguarlo. ¿Vamos? –Le dije. –¿Con esta lluvia? Sí que eres terco, mejor cállate y quédate con nosotros, ya llegamos. –Préstame el carro y yo voy. Igual es nuestro último día, ¿no? Me reí con sarcasmo. Neptuno no respondió, ya había apagado el carro. Miró a su alrededor, suspiró y volvió a encenderlo, aceleró de 0 a 100 km por hora en 3 segundos y me dijo: –Sigo tus indicaciones. –Sabía que no me ibas a dejar solo en esto, por eso eres mi mejor amigo. Neptuno no respondió, repetí la pregunta mientras le daba indicaciones, pero Neptuno estaba concentrado en la carretera y quería llegar rápido. –Las dejamos solas en la bóveda. –Le dije. Los dedos nervudos de Neptuno temblaban en el volante, una gota de sudor aceleraba por toda su sien, su frente se arrugaba de vez en cuando y sus ojos que reflejaban el cielo rojo, se enfocaban siempre hacia al frente


[145]

con su ceño fruncido. Sus expresiones eran irreconocibles. La ansiedad lo controlaba por completo. De pronto vi una especie de chip detrás de su oreja. –¿Qué tienes detrás de la oreja Neptuno? Siguió sin responder. Llegamos al lugar, desde afuera vimos una serie de antenas que parecían enviar algunas señales eléctricas al cielo, como si fuera el sistema central de un cerebro. La lluvia cesó mágicamente, pero en la radio dijeron que en algunos países continuaba. Entramos al lugar en el carro, la puerta estaba destruida nos bajamos del auto e ingresamos a la planta. Subimos unas escaleras y nos encontramos con un piso en el que había muchas máquinas y pantallas transmitiendo la lluvia de fuego. Sonó una alarma estridente. Neptuno salió a correr y yo me quedé mirando las pantallas, ignorando el ruido que aturdía, las máquinas estaban proyectando la lluvia artificial. Empecé a transmitir en vivo desde mi celular con mi ubicación activada y dije: “Estoy en ARCA, Asociación Realizadora de Catástrofes Ambientales y todo esto de la muerte del sol es solo una creación artificial”. Las pantallas se fundieron y luego se encendieron, mostrando una silueta negra. La voz de Neptuno se escuchó en todo el piso. –Amigo, voy a decirte algo, por mucho tiempo trabajaste para esta empresa. Sí, todo lo que programas en tu computadora es para


[146] nosotros, pero nadie puede darse cuenta, si la humanidad se entera, el proyecto se acaba y si esto pasa, el mundo simulado también se acaba, tú sabes cómo funciona. –No voy a dejar que me laves el cerebro Neptuno, sé que ARCA también está afectando el cerebro humano, con las ondas de su maldita arma meteorológica. Pero mira tus ventanas, es lo que queda de tu proyecto, un gusto conocerte. El cielo estaba rojo. Afuera las antenas de la planta estaban haciendo un corto circuito, se sobrecargaron debido a la alta carga energética. La alarma y las pantallas se fundieron. El sonido del silencio fue más fuerte que la oscuridad. Sentí un beso y un aroma familiar. –Sol, gracias por venir. Sabía que no morirías. –¿Venus? Ven acá. La estreché con fuerza hacia mí. –¿Cómo escapaste? –Neptuno era un transhumano, también se sobrecargó. Encerró a Marte en una bóveda y a mí me encerró aquí, pero las puertas se sellan con la energía de las antenas, y como no hay, quedaron abiertas. –¿Y tú también eres transhumana? Metió mi mano dentro de su pantalón y dijo: –Sol, las transhumanas no se mojan. –Ahora sí puedo morir Venus. –Nadie morirá aquí, este solo es un eclipse más. El sol se tornó negro y la nueva era empezó.


@mpaulownia

[147]


[148]

Mateo Rose (1985, Caliâ&amp;#x20AC;&amp;#x201C;Colombia), actor, director de teatro/cine, guionista, dramaturgo y escritor, autor del libro El Lapicero Rosa. Es subdirector de la Red Colombiana De Gestores Culturales e integrante de la Red Latinoamericana de GestiĂłn Cultural.


[149]

Metempsicosis Aquel viernes algo dentro de mí estaba pugnando por salir, mi vida no tenía sentido, cargaba un dolor en el alma que no podía aliviar ningún médico ni especialista occidental, agarré el celular, saqué mi libreta Moleskin, busqué el número de teléfono que me había dado “El Pri”, lo encontré, encima estaba el nombre del contacto al cual debeía telefonear para la toma de Yagé: Juan de Dios. Su nombre era una Diosidencia. Me dijo que la toma iba a ser con Chepe, que nos veíamos por el camino de la Buitrera. Colgué. Llamé a Morales para que me acompañara, él invitó a su ex novia (Angélica). Los recogí en el Renault Clío de mi padre. Morales estaba nervioso, ni siquiera se había preparado para eso, era su primera vez –la mía la segunda– la primera había sido en una finca de Tocancipá con un “taita” oriundo del Putumayo. En el camino Morales no paraba de hablar, su ex novia era todo lo contrario, sostenían una extraña relación inarmónica que no duraría mucho tiempo. Por fin llegamos al cruce a la izquierda que me habían indicado, a un lado del camino unas personas estaban dentro de una camioneta de estacas, era de noche, tenía algo de nervios al no saber si ellos eran a quienes buscaba, uno


[150] se bajó y me hizo una seña, yo le había dicho cómo era mi carro, nos bajamos y esperamos a que llegaran otras personas, el taita Chepe estaba de blanco, yo intenté ponerle conversa pero él como casi todos los indios era muy silencioso. Llegamos a la finca, había un lago, una fuente, unos baños y un quiosco pequeño estilo maloca, en el cual se realizó la ceremonia. En procesión, uno a uno, pasamos a comulgar con la sagrada ayahuasca, luego tiramos un sleeping sobre el suelo y nos acostamos los tres tapándonos con una cobijita que apenas nos lograba cubrir; poco a poco todo empezó a dar vueltas. Al rato estaba de pie girando en círculos, viendo los colores de las ondas sonoras de mis aullidos en el aire, el taita me dijo que no hiciera eso. Me detuve. Un árbol llamó mi atención, le vi un ojo en el troco, lo abracé y acerqué mi rostro a su corteza, el tercer ojo se prendió a mi frente, en ese instante los signos empezaron a aparecer: el sol, la luna, la rueda zodiacal… sentí nauseas, me arrodillé y empecé a vomitar los demonios, salían expelidos vestidos de jean y camisa, pedí perdón al cielo y recibí su misericordia. Alguien me llamaba por mi nombre, pero era desde adentro de mis células, supe que se trataba de la divinidad. Mi espíritu se fundió con el TODO, pero antes tuve que arrodillarme


[151]

ante Él para poder acercármele, necesité estrellarme contra el palo para saber que no debía pasar por allí; conocí el blanco a través del negro, un todo perfecto, el equilibrio de las fuerzas; comprendí que los demonios se alimentan de los miedos, que solo el valor, la esperanza y la confianza pueden acercarnos al TODO. Me desprendí de mis falsas personalidades, al verme en el reflejo de los otros empecé a sanar. —¿Cómo se siente? – me preguntó el Taita–. De las mil maravillas, feliz. —Los días siguientes a la toma fueron bastante extraños, primero creía ser el Arcángel San Gabriel, y luego Jesucristo. Durante tres días de ayuno no sentí hambre ni sed, en cambio permanecía en una lucha astral contra los demonios, era como el apocalipsis de San Juan, escuchaba las trompetas de los ángeles y todo. Estaba encerrado en la habitación de mi casa materna, venciendo a la tríada infernal. Hasta que Merino, un colega, me llamó para ser su asistente del detrás de cámaras en la película TODOS TUS MUERTOS de Carlos Moreno que se estaba rodando en Andalucía–Valle. Al principio no sabía si ir o no porque la chuma no me había pasado, hasta que mi mamá me convenció. El primer día de prodcción, en un maizal donde estabamos grabando, ni siquiera


[152] almorcé, mi amigo se admiró de que no sintiera hambre. Ese día hice migas con un pueblerino que estaba trabajando de extra en la producción, me dijo que él sabía leer las Runas, yo en medio de mi delirio le llamaba El Profeta, le dije que fueramos a su casa para que me leyera las runas, una moto nos llevó hasta el lugar, en su casa saqué de mi mochila una guayaba Arazá que me había regalado un negro en el bus durante el recorrido Cali– Andalucía, me había dicho que le sacara las nueve pepas y las pusiera a licuar en un litro de leche con azucar al gusto para preparar un delicioso yogurt, la mamá del profeta preparó la bebida, de hecho estuvo deliciosa. Nos encerramos en su cuarto y él encendió una vela, prendió unos inciensos, nos sentamos en su cama sin zapatos y de una bolsa de tela extrajo las piedras celtas, empezó con una invocacion de los dioses nórdicos y luego me dijo que preguntara algo y lanzara tres piedras sobre una tela de seda que había extendido a sus pies. Cuando fue a consultar el libro este empezó a moverse con rapidez como si alguien manipulara las páginas hasta que se abrió en una donde aparecía justo la primera runa que él debía consultar. Ambos nos asombramos. Esa misma noche, en la finca donde dormíamos los técnicos, en la parte superior de un camarote, intenté conciliar el sueño


[153]

pero me sentía engarrotado, llevaba tres días trasnochando lleno de una energía increible, y ese día no sería la excepción. Me senté en flor de loto para meditar y relajarme un poco, repitiendo el mantra Om, el sonido primigenio resonaba ahora por todo mi ser, los musculos respodieron aflojandose paulatinamente, mi respiración se volvió circular, la vibración atravesó todo mi cuerpo de abajo hacia arriba, como si mi estructura osea tuvise la geometría de un toro y mi columna vertebral estuviese hueca, semejandose a la estructura de un didyeridú. Un calor descomunal, en extremo placentero, se acumuló en la base de mi columna, el sol de media noche brilló en lo alto de mi coronilla encerrandome en una pirámide de luz, mi cabeza se fue hacia atrás y mis mandíbulas se desencajaron, la kundalini, serpiente de fuego, “ascendió a los cielos”, viajó desde mi chacra raiz hasta el chacra corona, al tiempo que yo me veía crucificado; me había convertido en Jesús de Nazaret, expiando los pecados de la humanidad en la cruz; el sacrificio que todos esperaban, el que no quiso mentir y se resistió a las fuerzas de la negación; luego sentí el amargo sabor del vinagre, y finalmente la lanza atravesó mi corazón por el costado… Dicen que al morir algunas imágenes de toda tu vida se proyectan como en una pelí-


[154] cula documental, en mi caso parecía más un rompecabezas armandose poco a poco desde el principio hasta el fin. Además había otra peculiaridad, podía tener varios recuerdos simultaneos, como si la panatalla de un editor se dividiera en cuatro momentos de la cinta. A pesar de tener los parpados cerrados visualizaba los 360º de la habitación con claridad, debido a que mi tercer ojo alumbraba la habitación como si estuviese iluminada por una luz HMI de 6000 ºK. En paralelo observé a alguien cubierto con una capa color marrón entrando al recinto, me apuñaló por la espalda justo a la altura del corazón con un cuchillo sacrificial. La otra fracción de mi mente mostraba como fui asesinado durante la edad media entre Francia e Italia: yo era un templario en fuga tras una batalla perdida, en la que un soldado me atravesaba su hierro frío en el mismo lugar del cuerpo, mi cara chocaba contra el suelo enpedrado y el charco de sangre se expandía desde mi boca. Después de éstas tres muertes simultaneas, levantando la cara al cielo, grité: ― Padre (con un ronco final). Caí de la cruz (tenía mis brazos extendidos en esa posición), abajo me recibieron, las tres Marías y José de Arimatea. Terminé tendido en mi cama del camarote con la cabeza doblada hacia abajo por la pared de atrás. Mis


[155]

pulmones no respiraban y mi corazón no latía. Sentí levitar mi alma en la infinita oscuridad del vacío. Hasta que de un momento a otro volví en sí, doblandome de golpe para quedar sentado, mis signos vitales estaban de vuelta. Me inspeccionaba por todos lados buscando la sangre de mis heridas, al nivel de la canilla tenía una pequeña raspadura, pero no parecía producida por un clavo de un crucificado, intenté bajar del camarote pero mis piernas estaban un poco entumidas, aún así me ayudé con las manos para flexionar las rodillas. Al cabo de un rato descendí por la escalera. A mi lado estaban durmiendo mis discípulos (los técnicos de la película), desperté a uno y le dije que ya había resucitado, que se levantara, pero me miró con cara de sueño y me dijo: “Jodete, ¿Qué te pasa? Dejame dormir, estoy mamado”, y se cubrió la cara con la almohada. Era inaudito que no me reconocieran (aún estaba en el trance crístico). Junto al portón de la finca donde dormíamos, el vigilante, medio ebrio, me preguntó que si iba a salir, y yo sin saber ahora que seguía le dije que sí. Al pasear por el pueblo a esas horas sentí fascinación al ver que me comunicaba de cierta forma con toda clase de animales nocturnos e insectos, algo había cambiado en mí, y debía averiguarlo. La caminata no duró mucho, observé la luna, las nubes se discurrieron cual telón


[156] de boca dejando pasar mi mirada, la anciana diosa comenzaba a menguar. Volví a la finca y el portero me abrió nuevamente, conversé un rato con él en unas sillas, hasta que se durmió. Al amanecer el técnico, que había llamado en la habitación, se levantó molesto, le pedí perdón explicándole todo, a lo que él respondió: —Mirá, yo ese cuento lo he escuchado muchas veces, pero hasta que no vea a alguien volando por ahí no voy a creer– (la incredulidad de Santo Tomás). Después me ocurrió algo aún más extraño. Resulta que todos nos sentamos a la mesa a disfrutar del desayuno, al principio las cosas iban bien, me devoré el melón en segundos, llevaba tres días ayunando y mi estomago tenía un hambre descomunal. Pero con la misma velocidad la realidad volvió a salirse de su cause, al mirar al asistente de arte pude escuchar sus pensamientos, me insultaba por dentro mientras me miraba con cínica tranquilidad, luego sus pensamientos se mezclaron con los de cada una de las personas del lugar, me sentía como un radio viejo mal sintonizado. Ya se estaban yendo todos a filmar cuando les dije que estaba maluco, y deseaba volver a Cali, la verdad tenía algo de paranoia y veía un poco borroso, el pánico me invadía a cada momento, pero lo oculté. Me llevaron en un


[157]

carro con la condición de que los acompañara al maizal a grabar unos audios que habían quedado faltando la tarde anterior. Allá mi maluquera aumentó; en el carro había crucifijos, pirámides y figuras de iguanas, y en mi nariz un olor a jazmín o incienso que parecía provenir de mi interior. Salí asustado del vehículo, iba a vomitar, lo intenté pero no pude, pensaba que me habían envenenado con el Yagé ó tal vez el yogurt de guayaba arazá. No salió vómito pero si me dieron ganas terribles de cagar, por lo que me arrimé a un árbol y deposité un bollo enorme, como no tenía papel me subí los pantalones y miré al paciente café; encima del pedazo de popó había un gusano. La actriz gritó desesperada como llamando a alguien (supongo que esto era parte de los audios) para mí era como si hubiese matado a un extraterrestre que estaba en mi interior porque el gusano empezó a retorcerse, entonces miré hacia donde provenía la voz de la mujer, pero al volver la mirada hacia el excremento, el parásito había desaparecido. Al volver al carro, el chofer me preguntó si ya estaba mejor, un poco pero no del todo —repliqué. Le pedí que me llevara al pueblo para tomar un bus a Cali, y así fue como volví a Andalucía–Valle. Me bajé y ellos se fueron. Divisé con dificultad una droguería, caminé hasta allá con la vista borrosa como si me


[158] hubiese puesto el Anillo Único de El señor de los anillos, y en el trayecto, al mirar a los campesinos empecé a verles demonio, dirá usted que lo tenían al lado, pero no, estaba dentro de ellos; parecían vampiros, su piel era más rojiza, con la cumbamba, las orejas y los colmillos un poco más puntudos y la prominencia de las cejas más pronunciada de lo normal. Pregunté a la farmaceuta si tenía algo para limpiar el estómago porque me sentía muy mal, y me fui desesperando, recosté la cabeza contra la vitrina como si quisiese llorar. Ella intentó calmarme, le pregunté si vendía minutos, me pasó el celular y llamé. Mamá contestó, le expliqué lo ocurrido, dijo que esperara allí hasta que mi primo Jorge me recogiera. Después, un amigo de la producción cinematográfica entró a la farmacia, le conté todo, pedí su ayuda, me notó muy pálido, entonces me llevó al hospital. Al llegar, unas extrañas ancianas (Agentes Smith de Matrix), me preguntaron lo que me pasaba, les resumí el cuento para no extenderme mucho, y como si debieran callar mi boca, me metieron al centro médico casi a la fuerza; en la pared había un símbolo con la señal de silencio; la señalética me asustó más, alguien no deseaba que yo viera más allá de lo “normal”, pero la verdad es que yo tampoco quería ver más demonios. Mientras estaba sentado miré los modelos


[159]

de una publicidad de la EPS pegada en la un corcho frente a la sala de espera, sus rostros se transfiguraban en diablas y diablos, me restregué los ojos con las manos para aclarar la vista pero no funcionó. En esas entró una señora endemoniada llevando de la mano a un niño, pero el pequeño, misteriosamente, se veía normal. Mi amigo, también tenía la cara transformada, sin embargo fue muy amable y prometió no irse, además llamó a mi casa para que me recogieran en el hospital y no en la droguería. Al rato Merino entró al hospital y me vio echo trizas, intentó tranquilizarme un poco. Nos hicieron pasar al consultorio, adentro fui atendido por una doctora de gafas con cara de sabia bruta; le expliqué todo, y desde luego, ella supuso que estaba alucinando. Mi colega le pidió unos minutos para hablar conmigo, me agarró de la muñeca y dijo al oído como si supiera algo: “Mirá, lo que pasa es que abriste el tercer ojo, y si no queres que te droguen, tenés que cerrarlo por tu propia cuenta”, me empezó a decir que respirara y tratara de anclarme al suelo, pero yo sentía como si me hubiesen exprimido cual crema dental y todo mi contenido se hallara arriba en la cabeza. El desespero me ganó y empecé a llorar, entonces la doctora dijo: “Suficiente, ahora acuéstese en la camilla”, le obedecí, me bajó los pantalones, golpeó con la uña una


[160] jeringa, y de ahí, no recuerdo más. Al abrir los ojos estaba junto a mi madre en la clínica Sebastián de Belalcázar. Me contó que Jorge había llegado y me había montado seminconsciente al carro para llevarme hasta Cali. Volví a cerrar los ojos pero esta vez desperté en la Clínica Colsanitas de Ciudad Jardín; ahora estaba en el sur de la ciudad, cerré los parpados por tercera vez y volví a abrirlos cuando ya estaba en mi casa. Me levanté asustado, rezando, pidiéndole perdón a Dios, al creerme condenado. Ahora asocio el momento en que vi los demonios con el descenso de Jesús a los infiernos, vaya alegoría la que estaba viviendo. Andaba mareado, con los ojos borrosos y muchas ideas en la cabeza, esa noche mal dormí junto al seno materno porque tenía miedo. A La mañana siguiente llamé a mi exnovio, a quien días antes había echado porque me creía San Gabriel y los ángeles eran asexuados. Al principio no lo pude convencer de que viniera a visitarme porque era difícil que creyera la historia, pero mi mamá habló con él y logró persuadirlo. Ignacio, me visitó. Nos sentamos en la sala, pero cuando quise contarle lo que me pasaba se me trabó la lengua; mi quijada permanecía abierta y torcida, él intentó cerrarme la boca pero no lo consiguío, luego, sintiéndose incapaz, se tomó ambas manos, la posición que formaron


[161]

sus dedos al entrecruzarse se me hicieron similares a los del Papa venedicto en algunas fotografías, pensé que estaba formando un mudra satánico, le dije que él era el diablo y me fui para el cuarto dejándolo solo, pero él llegó hasta allí para recalcarme que no era así, que yo estaba delirando. Por fin empezamos a hablar, le conté lo que había pasado, que lo amaba, me dio un beso con lengua, después le dije que no sentía el pipí, le rogué que me lo tocara a ver si despertaba de su letargo, lo logró, en ese momento lo amé, pero unas horas después volví a sentir esa sensación de que él era malo y se lo volví a decir, se enojó y se fue. En la noche me tocó volver al hospital. Le explicaron a mi mamá que yo estaba con los músculos contraídos por el Haloperidol y lo que decía era parte del delirio producido por el Yagé, le propusieron internarme. No lo hizo. A la semana ya estaba mejor y de vuelta con Ignacio, había dejado de tomarme los medicamentos psiquiátricos, de vez en cuando sentía el olor a jazmín. Sin embargo ya no era el mismo, había recibido un don, ahora comprendía la ciencia del bien y del mal.


[162]


[163]

ANDRÉS PASCUAS CANO Escritor y creador colombiano. Autor de los libros: “El sótano del edificio y otros relatos” Editorial Fugate, Bogotá, 2012; “Lucidez” Editorial Análoga, 2017; “La muerte del héroe” Trilogía de cuentos. Fallidos Editores 2017; “El domador de insectos” Fallidos Editores 2018. Es fundador y editor en NueveEditores y cofundador de la publicación LetrAtaque, Lectura portátil.


[164]

Tres actos Acto 1 / El objeto Encontraba la necesidad inaplazable de refugiarse en ese cuaderno. Fue un regalo (el último regalo) y ejercía en él un deseo ansioso por escribir. Lo empezó a usar el primer día que cayo en sus manos, el día que empezó la enfermedad. Desde entonces fue testigo fiel de su estadía allí.

Acto 2 / El contagio Caen las primeras gotas de lluvia, es la mañana en la que intentan convencerte de que te encuentras sano. Te explican que las leyes son claras y contundentes en la lucha contra la enfermedad. Esa maldita pandemia – decían– está contagiando a muchas personas y, usted entenderá que es nuestra obligación ponerle en cuarentena.


[165]

@Gustavo Insandara

Acto 3 / El juicio Fui convirtiendo gradualmente el tamaño de mi letra en uno más pequeño y angosto. De mi anterior escritura grande y desordenada no queda nada. Ahorro con extrema tacañería cada palabra que uso. Omito innecesarias explicaciones. Las aliteraciones ya no existen. Las hojas de mi cuaderno se están terminando y la enfermedad es cada vez más larga. Tulcán, Ecuador Marzo, 2007


Leandro Múnera Gutiérrez Nació en Yarumal, en 1981. Licenciado en Lengua Castellana de la Universidad de Antioquia. Neoescritor, tallerista, dibujante y cantautor. Director y fundador del Taller de Literatura Rayuela en Santa Rosa de Osos (2013). Ha publicado tres fanzines de su sencillo 23 EN EL CEL (Edición independiente, 2018). Su primer libro «Con los ojos abiertos» fue publicado bajo el sello de Fallidos Editores en junio de 2018.


[167]

Animal verde Fui un animal verde de carga hasta que Bolívar «el hombre de las dificultades» me liberó a mí y a mis hermanos de los conquistadores me quedó el semblante de un anciano de mirada larga y el hambre y el frío de un perro que ahora recorre las cordilleras harto de la domesticación. Soy libre como la lluvia, la tierra, el fuego, el viento, el aliento de la vida y la muerte. Libre de las cavernas y las penas semejantes al infierno de Dante para estar con mis bosques y mis selvas ahora agónicas y mis lagos ahora como espejos rotos y mi cuerpo como catre donde descansan los hijos baleados.


[168]

Soy libre como mis caminos justos o pecadores, mis cantos insistentes de ave sudorosa y mi poesía que no resiste su desnudez. Soy tierra firme en este continente que se hunde poco a poco en la desesperación libre aún con mi corazón desfigurado por tanto rezo a lo inútil libre aún, aún libre casi con aspecto de tormenta que heredó el rayo tierra libre soy, fértil, mágica y seca en las esquinas tierra descalza vestida de música silvestre donde siembran enfermedades donde ocultan los grandes secretos que llevamos dentro. Soy libre, un lugar libre con voces extintas que fueron melodía y grito. Soy tierra libre aunque todo en mí se desmorone.


[169]

Supongamos que al fin escribo un poema con el mismo espíritu, tamaño y vuelo de un águila y que por tu sevicia lo sacrificas y te tomas orgulloso una selfie para el mundo. Supongamos que al fin escribo un poema con los mismos colores del Río Caño Cristales y que por tu sevicia podas sus plantas como castigo por haberse escapado del paraíso. Supongamos que al fin escribo un poema con el alma, el color y el talento de un niño y que por tu sevicia le haces sufrir hasta que ve la noche sin que nadie se dé cuenta. O así de simple: supongamos que al fin escribo un poema que recorre el mundo donde esa águila que fue libre y ese río que fue puro y ese niño que fue inocente eres tú.


[170]

Crasis sale un poema Bajo estado de embriaguez I ahogándose en su propio desierto excluido pero no maldito Cucowski escuchó el tintinear insustituible del clíck–tock–ricks delante de la puerta del deseo como si fuera el poeta del amor II por la voz titánica de un sorpresivo hulacrán la reencarnación de Poseidón esa otra ley en un acto semejante a un cuento de hadas fue arrastrada y condenada a arar la tierra más infértil de Persia por mil y una noches valiéndose de su Trident(e) siempre eterno

manteniendo nuestra distancia lo contemplo descubrir las vocales de Rimbaud para tratar de escribir como habla


[171]

III otras manos ocultas en la nostalgia la verdad de nosotros mismos le ofrecieron el diluvio antes de que Herodes fuera burlado por los magos un destello se repite cada noche a travĂŠs de Zeus, el amo de la metamorfosis para comprobar la inutilidad de la siembra, que somos ciertos



José Vazul Licenciado en Literatura de la Universidad del Valle. Co–Fundador de Cuaderno de notas – Laboratorio Teatral. Actor y Promotor de Lectura y Escritura. Crea la Editorial Policromías Libros Independientes (2014) y pública los poemarios Ritos de iniciación y Sanación (2015) e Email, Estados y otras Costuras (2017). Su primer libro de cuentos Madonna También es Lenta (2019) fue publicado con Fallidos Editores.


[174]

De sueños y tatuajes de ángeles caídos Uno. Impulso: un sueño acucioso. El Poeta, temía a la idea que crecía en su mente. De un tiempo para acá había tenido sueños terribles que se repetían y parecían ser ineludibles en su inconsciente. Se le dificultaba aterrizar la idea, escribirla; y, verla todo el tiempo revolotear en su cabeza, lo llenaba de incertidumbre y ansiedad. Hasta que se encontró con El Tatuador. Cuando habló con él la noche del encuentro logró apaciguar el temblor involuntario de sus manos. Los últimos días, había intentado sentir vivazmente las sensaciones del sueño para comprender esa oscuridad, pero sólo consiguió entrar en un silencio enfermizo que lo desdibujaba. Debía escribir. Dos. Personajes: alguien sueña, alguien dibuja. El Tatuador, apareció en una esquina, a las siete en punto pm, parado sin mayor pretensión que la de descansar contra un semáforo. Allí, todos los miércoles, el poeta abordaba la ruta para asistir al Club de Cine Las Siete Esquinas. Por primera vez se cruzaban sus miradas pasándose una cuenta sin saldar de


[175]

alguna vida pasada. Los carros, las motos, los transeúntes y los colectivos se pasaron uno a uno por cinco minutos. Un dejavú los hizo entrar en pausa, el encuentro se declaraba como un stop del recuerdo que ocasiona un mareo fugaz o como el dejavú de un pensamiento hermoso. Se saludaron de lejos. El ruido del tráfico se evaporó lento y putrefacto por las cañerías de la ciudad. Así fue, como el uno impulso al otro, y se decidieron a caminar. El tiempo transcurrió intercambiando títulos de canciones en común, algunas que no deseaban volver a escuchar, otras que podrían repetir y muchas más que escucharían esa noche. Cantaron a coro Oh que será, que será, que anda suplicando versos de trova de Willie Colón y mezclaron el sonido con los pasos entonando a Cerati: “Una eternidad… … … … esperéeeee este instante y no lo dejaréeee… … deslizaaaaarse en recuerdooos viejos…” y se miraron cómplices, dueños de la calle. Se conocieron raros y desfasados. Con la mirada se dieron el mensaje de dejarse al menos una marca en algún brazo, una pierna, detrás de una oreja, en la caída del cuello, sobre un hombro, tal vez en un codo con un mordisco. En la palma de la mano ya está escrito –dijo El Tatuador–, podría ser en el empeine o en un labio. Tenían claro que debían dejar a un lado las promesas, porque


[176] acudieron al viejo y conocido refrán que inventaron en ese instante: dos hombres recién conocidos y sin anclas, deben evitar hacerse promesas. Terminaron juntos esa noche, junto con otro montón de gente, bebiendo cervezas e intercambiando saludos y presentaciones en la banca de un parque cercano a Bellas Artes. Tenían claro que no eran aves de paso y que fueron Ángeles Eléctricos bateados por Dios desde el edificio más alto de la ciudad. Al parecer, en una de esas vidas compartieron territorios de un reino en otra galaxia. Y, además habían sido putas, que deseaban seguir siendo llamadas a la orilla de un andén. En la última gota de la primera botella de vino intentaron recordarse de otros espacios y la curiosidad les sirvió para coincidir en fechas, eventos, fiestas, casas, ¿dormitorios?, la droga, el voltaje, rutas placenteras. Si por ahí pasaron hoy sus cuerpos andaban buscando calma, soledad y silencio. Tres. La idea. Una pesadilla. –¿Por qué querés hablar de sueños a esta hora? Cuéntame uno tuyo… –Llevo uno en la cabeza repitiéndose noche tras noche. Me hago líos para evitar identificarme con lo que pienso. –Sé a qué te refieres. Pero, cada uno está más desquiciado que otros. Cada uno está


[177]

más o menos en contacto con su caníbal. –Sí, bueno. Algo me dice que no es tan lindo, en realidad. Intentaré resumirte. Llevo noches soñando con un hombre, Epitafio Trimegisto. Deseo escribirle una historia para cambiarle el valor y en eso he enloquecido. Ahora siento que lo hablaré con tranquilidad, pero aún tiemblan mis manos de vergüenza. Este hombre es un asesino. Busca niñas a la salida del colegio que atrae con la quiromancia. Lee las palmas de sus manos, las hipnotiza y se las lleva para una casa deshabitada a las afueras de la ciudad... –¿Tú fuiste violado? –… No lo tengo presente ¿por qué lo preguntas? –¿Has tenido más sueños de este tipo? –Sí, desde niño. Desde niño he sido perseguido en sueños en diversas situaciones. Pero déjame te sigo contando. Él, las mata en luna llena. En las noches se entretiene limpiando su barba larga, tan larga que le llega a la entrada del ombligo. Su cuerpo es alargado, de un blanco lagartijo y su pelo está nevado intercalado de grises y negruras. En los sueños, he visto a distintas niñas. Relataré lo que le sucedió a la última, en el último sueño que tuve: con los ojos descubiertos la llevó hasta el sótano del rancho. Allí, Trimegisto, la amarró a una silla de madera. A un lado, colgada de un perchero, tenía una bolsa


[178] de solución salina; del otro, la conectó a un monitor para controlar su frecuencia cardíaca. Cerró los ojos cuando lo empezó a escuchar. Complacido, siempre hacía lo mismo. Creo que lo relacionaba con el sonido de sus corazones, porque les ocasionaba taquicardia y hacía que disminuyera su respiración para ver los cambios en la línea de vida. No las desnudaba. Odiaba ver sus pezones nacientes o sus pueriles vellos púbicos. A veces, por accidente, cuando se los encontraba de frente o en un roce, trasbocaba hasta la bilis. A la niña la golpeó tres veces. La noqueó. Ese es el momento del sueño en que intento despertar, pero me siento atrapado. Luego, le inyectó el suero. En ese estado inició su labor de cortes. Con una tijera abría un hueco en la falda de colegio de la niña y después en la ropa interior. Siempre fueron menores de trece años. Las penetraba con cualquier herramienta que encontraba cerca y se iba masturbando al tiempo que las lastimaba. Reía durante todo esto y cuando eyaculaba encima de ellas lloraba como un niño. Al terminar con la niña, la olió y sus ojos se desvanecieron al sentir el olor que despertaba algún recuerdo propio y volvía a llorar. La niña despertó a los tres días. Adormecida, vio los rayos de luz como olas que entraban por los rotos del techo. Sus ojos límpidos y


[179]

azules se llenaban de mar. Y, es aquí donde siempre tengo un bache. No lo sé. La lectura de su mano dio muestras de corta vida y en su camino se cruzaba un monstruo. No, así mismo en todas. A veces, la línea de cruce no aparecía en la lectura de Trimegisto. Entonces, las hipnotizaba con su iris maligno y con una navaja dibujaba la línea en sus palmas diciéndoles… estamos destinados a encontrarnos, vámonos tres lunas llenas, tres lunas llenas benditas y prófugas. La niña, cualquiera que fuera, caía en sus dominios y despertaba tres días después, adolorida con el primer golpe y al intentar zafarse de la silla en la que se encontraba atada, se hacía un corte profundo en su espalda con un cuchillo colocado estratégicamente en el espaldar. Así, volvía al sueño dando un grito que le anunciaba a Epitafio que continuar con su trabajo. Pasaban tres noches de cuidados y medicamentos somníferos con sobijeos contra ellas. Las bañaba en semen tres veces seguidas, tres veces seguidas las limpiaba. Iniciaba la cuenta de una luna llena marchita, una luna llena liquidada, una luna llena envenenada... –¿Tenía a varias al mismo tiempo… encerradas? –No. Hay cierta distancia temporal entre una y otra. Eso sí, todas murieron en luna llena. –Y, ¿caíste en la cuenta de revisar la fase de la luna en la que tuviste estos sueños?


[180] –Lo hice la primera vez y confirme que era luna llena esa misma noche. Pero, desde esa época no he vuelto a buscarla… Al final les disparaba. Ya no le servían. No lo inspiraban. Le molestaba que terminara el juego y se desesperaba de que no expresaran nada al morir, si acaso un sollozo, un parpadeo y su rostro quedaba tan lívido que parecían dormir... –Estabas perdiendo algo… o ¿tenías miedo de qué? –No lo sé. Pero, ahora recuerdo algo. Al final del sueño aparezco siendo un niño de doce años, en una esquina de la cuadra del Liceo. Para salir de la monotonía experimentaría conmigo. Me miró intentando hipnotizarme y al creer que lo había logrado leyó la palma de mi mano y aunque estaba allí el cruce acertado de nuestras vidas, hizo un corte y bebió de mi sangre. Sin parar. Y, sediento pegado de mi mano, se fue soltando para caer a un abismo. En ese instante desperté de un brinco. –Cualquiera se preocuparía. ¿Cómo te llegó el recuerdo? En realidad yo casi no sueño. –Creo que fue cuando vi la luz que bañaba a la niña como olas. Algo allí me hizo recordar, su momento final. –Ojalá, pudiera recordar así los sueños. Cuando lo hago es porque mi acompañante me presta su sueño o soy yo quien entra


[181]

sin permiso. Al despertar coincidimos en lo soñado. Una vez desperté recordando figuras geométricas en movimiento, flotando y transformándose con el fondo de una aurora. Cuando desperté, quien me acompañaba se había ido. Su lado de la cama todavía estaba caliente. –¿Ni siquiera recuerdas algún sueño de tu niñez? –Sí, de esa época sí. Uno en el que había muchos caracoles violetas alrededor de una piscina a la que no me atrevía a entrar. –Dicen que son malas compañías… –Puede ser. Acabo de salir de una época en la que me enamoraba de mis enemigos… tendríamos que ponernos a analizar el tuyo y está cargadísimo de imágenes. –Creo que hoy he entendido un poco más contándolo. –¿Sabes algo? Quiero hacerte un tatuaje. Será una excusa para conocerte. –¡Yo encantado! Siempre he querido una enredadera con una rosa amarilla. Cuatro. La piel: Compartir más allá del sueño. Después de que El Poeta logró darle forma a la idea descansó y percibió el desbloqueo. Buscó la luna y la abrazó con la mirada. Conversaron otro rato e iban despidiendo a sus amigos noctámbulos. Encontraron un


[182] estanco abierto y compraron algunas cosas para llevar. Luego, fueron hasta el taller del Tatuador, un local ecléctico ubicado en el centro ecléctico de una ciudad ecléctica. El Poeta se desnudó para que él empezara su trabajo. El Tatuador, se dejó llevar por la entrega a su máquina y el juego de tintas, encantado por la visión que le proveía la piel blanca de su víctima. Sabía que había iniciado al inicio de la mañana del sábado pues junto al poeta vio clarear el día, en una pausa fumando y bebiendo café en la entrada del local. Siguieron derecho, descansaban por ratos y aprovecharon la provisión que se restó en la nevera del local. Cuando despertaron del estado de enajenación en que se encontraban estaban en la elaboración del tatuaje e iban por un melocotón jugoso. Habían subido desde la punta del dedo pulgar del pie izquierdo y con pericia El Tatuador la había enrollado en los gastrocnemios del poeta, donde dibujó una rosa amarilla como lo pidió él. Luego subió por el dorso de la rodilla, escaló por el dorso, parte de la espalda y terminó con una estrella azul tras su oreja. Sus vidas continuaron. El Tatuador, encontró inspiración y mucho trabajo. El poeta, escribió acerca de una serie de encuentros de soñadores que se fueron intensificando con el tiempo: parecían ángeles caídos en sus respectivas versiones humanas que


[183]

coincidían en la madrugada, en la mirada extasiada, en el reconocimiento del aura y en sus pensares. El Poeta, tatuó un poema en un espacio vacío de la espalda del Tatuador. Su incertidumbre cesó. La luna volvió a sus días. Y, sus letras ayudaron a disipar la niebla de sus propios pensamientos. Cuando se encontraba con el Tatuador, no contaba los días que se iban veloces. Se llamaban por telepatía, encontrándose en diversas partes de la ciudad sin pedirlo y esto los unió aún más. Sin embargo, tiempo después, se despidieron una noche de luna nueva, mostrándose las marcas que cada uno había dejado en el otro. La enredadera brillaba con su rosa amarilla, el poema en la espalda vivía de ser leído. Evitaron decirse adiós. Permanecieron callados en la distancia, bañados por la luz azul de la luna, con un fuego creciente en el pecho y se fueron atentos a un nuevo encuentro.


@Santiago_8ar


Julio Medrano Poeta, narrador, columnista, artista gráfico, guitarrista en la banda «IMPALED». Nacido en Tunja Boyacá, Colombia, el 27 de agosto de 1985. Ha publicado los libros de cuentos: Arena caliente (Premio Libro de Cuentos, CEAB 2019), y Ezis (Fallidos Editores, 2019). Autor de la novela Las buganvillas del cadáver (Premio Alejandría de Novela, 2016).


[186]

Después de la cuarentena Rosaura no saludó al recepcionista del edificio, tenía afán de ver a papá. El moreno enjuto percibió en ella olor a marihuana, le señaló con gesto apático que podía seguir hacia los apartamentos sin registrarse en el libro de visitantes. Subió al apartamento 401. Golpeó la puerta, toc, nadie respondió, toc, toc, miró el pasillo desaparecer por las escaleras, toc, toc, toc, no escuchó respuesta. Giró la perilla y la puerta chilló un oxidado desaliento. ¿Papá?, preguntó inclinando su delgado cuerpo hacia adentro. Pulsó el interruptor de luz pero la bombilla no encendió. La joven Rosaura Pumarejo percibió un olor parecido al jugo en el fondo del cubo de basura, creyó que la cañería del baño estaba rota, que había pisado caca de perro. El apartamento de papá era todo oscuridad. Toc, golpearon a la ventana de la sala. Horrorizada caminó a tientas por el departamento. Toc, toc, volvió a sonar el crudo vidrio. Toc, toc, toc, la muchacha abrió las cortinas y vio afuera a cuatro gatos sentados sobre el alféizar de la ventana, la miraron con caras ceñudas y mostrando puntudos colmi-


[187]

llos. La joven asustada enteramente en sus dieciséis años, dio dos pasos atrás y tropezó con el sofá donde encontró acostado a papá con mueca rígida. Por un segundo pensó que bromeaba porque tenía los ojos volteados y muy abiertos, creyó que jugaba a aguantar la respiración. Papá, hola, dijo tapándose la boca y la nariz con una mano porque no soportaba el aire pestífero. En el piso sobre el tapete de la sala, estaba tirado un plato con presas de pollo rancio invadido de cucarachas. Rosaura aguantó el alarido. —Lo siento mucho, papá. Sé que te dije que venía ayer, apenas el gobierno nos dejara salir de las casas y los soldados no asediaran en las calles, pero necesitaba ir a comprar un cargador para el celular, una botella de brandy y algo de, bueno, tú sabes qué —dijo Rosaura, y encendió un cigarrillo de marihuana. Golpeó la ventana para espantar a los gatos, pero ellos siguieron allí colgados, famélicos. Miró a papá y al plato de comida. Fumó la marihuana punto rojo que compró a un grupo de punks en el parque media hora antes de ir al edificio de apartamentos. Tuvo un acceso de tos. Después de sentirse mareada se sentó en el sofá junto al cuerpo tieso, encogido y fétido de papá. De un bolsillo de su chaqueta de cuero sacó el celular. Disculpa, papá, te robo una foto, no tengo ninguna contigo, dijo Rosaura, y estalló un flash que espantó


[188] a la manada de gatos. Se tomó una selfie, le agregó un efecto vintage, y la publicó en Twitter e Instagram con el mensaje Por fin #DespuésDeCuarentena por #COVID19 #VisitoaPapá #Libertad. Inmediatamente el celular empezó a vibrar con cada Me gusta y Retweet, los mensajes eran tantos que Rosaura tuvo que ponerlo en modo silencio. Ella jamás vio en papá un talante de nutrida avaricia por vivir. Él había apostado todo por la literatura (y perdió, como el noventa por ciento de los escritores), las abandonó a ella y a mamá por dejarse poseer ciegamente por la palabra, la poesía. Rosaura había percibido en papá un desdén por cualquier cosa que no tuviese nada que ver con las letras; durante los meses de confinamiento obligatorio por la pandemia del virus COVID–19, apenas contestaba una llamada por semana. Guardó el celular. Siguió fumando la deliciosa y dulce hierba. Se limpió la única lágrima del rostro. Vaciló un monólogo con azuzada voz. Se sentó al borde del sofá y pudo ver que de la boca del cadáver sobresalía un hueso de pollo. —Atragantado con un hueso. El poeta Erik Pumarejo muerto por un hueso atorado en la garganta. Eso pondré en tu epitafio, papá. Vine a decirte que mamá me echó de la casa, no soportó la idea de que viniera a buscarte. No alcancé a expresarte cuánto te despre-


[189]

ciaba por abandonarme con esa loca alcohólica. Ahora tu muerte, a la que dedicaste dos poemarios y una novelita mal vendida, nos da otra oportunidad para estar juntos. ¿Puedo quedarme? ¿Sí? Leeré a todos tus muertos guardados en la biblioteca y después los devolveré a sus rincones. Prometo ayudar con la limpieza del apartamento; pero, debo esconderte para que tu hedor no interrumpa nuestra amistad. Reprodujo en el celular la canción Redbone de Ghildish Gambino, y pulsó play. Subió el volumen a tope y recostó sobre la mesa de centro el aparato que no paraba de vibrar por las notificaciones. Mordió su labio y frunció el ceño. Caminó hasta la cocina. Agarró el cuchillo para cortar pan, delgado, largo y con filo de sierra. Volvió a la sala. Los gatos volvieron al alféizar, eran más. Sacó el hueso de la garganta de papá. Apretó el cuchillo contra el cuello, y mientras desgarraba la piel y encontraba la carne, cantaba: You make it hard for a boy like that to go on / I’m wishing I could make this mine, oh. Desprendió la cabeza del cuerpo, y como vio el rostro muy aburrido y contrito, lo empacó en una bolsa plástica. Vamos al parque, dijo Rosaura después de encender otro cilindro. Una nube contaminada de marihuana se anidaba en el parque. Los ajedrecistas no


[190] continuaron moviendo las fichas de madera porque les distrajo la bataola de la música punk que sonaba en una grabadora. Julián y Felipe cantaban Bite it, you scum de GG Allin. Julián reconoció en la banca frente a la de ellos, a la muchacha que una hora antes les había comprado hierba. Hablaba un monólogo incomprensible y reía a carcajadas. —Se fritó la nena. Le dije que no le vendiéramos punto rojo —dijo Julián a su compañero punk. —¡Qué mierda! Mire, los gatos caminan hacia ella —dijo Felipe. Los gatos percibieron el aroma de aquella carne fresca, maullaban mientras se acercaban al banco, saltaban, gruñían, arañaban la madera. —Hay un charco rojo debajo de esa banca —dijo Julián. —Marica, es sangre. De esa bolsa escurre sangre. —Tan guevón, eso no es sangre. —Pille bien. ¿Qué hacemos? —Nada. Quédese callado o la policía vendrá por nosotros. El sol reconfortaba a Rosaura que veía cómo cambiaba el tono purpureo y pálido de su piel después de cuatro meses de confinamiento. No observó el charco de sangre bajo su banca. Papá, ¿fumabas cuando escri-


[191]

bías, o, lo hacías después, a cuántas viejas te tiraste en ese apartamento, tuviste sexo con manes también?, dijo a la cabeza guardada en la bolsa, y con el celular tomó una fotografía del parque, esta vez le puso filtro B/N antes de subirla a redes sociales con nuevo mensaje #EnelParque #SobrevivíAlCovid. Encendió otro cigarrillo de hierba. Rosaura Pumarejo no pensó en que fumar 60 gramos de marihuana punto rojo en el transcurso de menos de una hora, tendría consecuencias de un desgajado y peligroso entretenimiento. Su boca empezó a secarse, los dedos se entumecieron, sintió pánico por la idea de que el cuerpo de papá tuviera frío en el apartamento. El cigarrillo en su mano se le antojó pesar como un mazo, Rosaura lo dejó caer sobre la bolsa y el fuego de la ceniza derritió el plástico, siguió prendido, ardiendo hasta encontrar el pelo del poeta. Humo emanó de la bolsa y un hedor a pelo quemado empezó a invadir el parque. Rosaura tiró todo su débil cuerpo sobre la banca y se durmió frente a la muchedumbre. El cráneo en llamas del poeta Erik Pumarejo cayó al suelo. Rodó y rodó por los morros de hierba, embarrándose de lodo, hojas secas y colillas de cigarrillo, los gatos lo seguían, los niños del parque quisieron patearlo al confundirlo con una pelota, pero la cabeza rodaba cuesta abajo más rápido que los pequeños poetas citadinos embriagados con Old John.


[192] Cuando el timbre del celular despertó a Rosaura, se sentó en la banca y vio a los punks reír parados frente a ella, vio a hombres y mujeres correr tras un grupo de niños persiguiendo a su vez a una camada de gatos, que seguían una bola de fuego que rodaba libre hacia la avenida.


JOHN GÓMEZ (Bucaramanga, 1988). Magíster en Filosofía y Escritor. Director de la plataforma cultural Alter Vox Media. Autor de “XIII” (Fallidos Editores, 2019), “No te creas poeta” (Cínica Editorial, 2019) y “Fantasmas” (Dosis Mínima, 2020).


[194]

INFECCIÓN Nadie sabe cómo comenzó todo, pero lo primero que me viene a la memoria son aquellas noticias que, por entonces, se entendieron solamente como casos aislados: un tipo le arranca la cara a otro bajo el cielo nocturno de Miami, la policía da con un hombre desmembrado en un apartamento en Montreal, alguien devora el cerebro de su compañero de cuarto en la ciudad de Baltimore… en fin, historias que bien podrían hacer parte de la ficción perversa de Edgar Allan Poe, sucesos aparentemente aislados de una extraña demencia que se propagaba por la costa este de Norteamérica. Sin embargo, ya que al norte de nuestro miserable continente era común que lo aberrante hiciera parte de los noticiarios, ninguno de estos hechos pareció importarle a nadie. Pero llegarían a tener una mayor relevancia en tanto se sumaron a otros cuantos en la orilla adversa del Atlántico, donde terminaron por volverse una constante. En Inglaterra, un adolescente en Bristol12 saltó al encuentro de un automóvil con el propósito de “acabar con las visiones”, y en una remota ciudad alemana, un turista norteamericano fue atacado por 12 La Inmunda ciudad de ladrillos de Thomas Chaterton.


[195]

una pandilla de punks, que le arrancaron la carne del torso y lo dejaron esperando una muerte dolorosa y segura bajo la lluvia (en la versión más violenta de Casablanca). En Lyon, un campesino alertó a las autoridades por el hallazgo de un hombre con las cavidades oculares vaciadas por completo, flotando en un estanque próximo a un viñedo, vivo aún, aunque muy débil13, en Barcelona fue hallada una mujer desmembrada entre los árboles del Parque Güell con cortadas profundas que ascendían de su pubis a los senos14. Estos hechos, distribuidos por distintos lugares del globo, en un periodo de tiempo muy reducido —háblese apenas de semanas—, hicieron estallar las alarmas de las distintas instancias internacionales. La OMS creó una comisión para que investigara —particularmente— estos casos, en un esfuerzo conjunto con la INTERPOL y las distintas fuerzas policiales de cada nación. De allí surgieron los primeros avances en el caso del VIDZ–13, pues en la época en la que todo aquello 13 Este hombre, identificado posteriormente en los medios como Paolo Gliacci, reconocido antropólogo italiano, sería uno de los únicos sobrevivientes de esta primera oleada de ataques, antes que todo empezara. Y se haría famoso por un estudio del caso, publicado en Milán. Su obra fue vendida ampliamente. 14 Estos últimos, dos bellísimas obras de arte genético.


[196] apenas iniciaba, estas formas aberrantes de violencia se entendieron como producto de los síntomas de un extraño virus, cuya naturaleza era incierta (conclusiones arrojadas por los forenses15 y recogidas por la Comisión Internacional para el Análisis y Regulación de Homicidios Bizarros, establecida por la OMS, a inicios del año 2013), y del que se decía que, sin saber cómo o de qué forma, entraba en contacto con el cerebro humano y mutaba devorando gran parte de la corteza cerebral a un ritmo acelerado, lo que producía, en los pacientes infectados, alucinaciones y episodios psicóticos. Los científicos explicaron que “cuando el cuerpo desactiva la corteza cerebral esto nos deja con un cerebro primitivo, casi como el de un reptil, al que solo le interesa sobrevivir. La ética desaparece por completo, y eso hace que sea más fácil hacer lo que sea para asegurar la supervivencia, lo que incluye, quizá, comerse a otro miembro de la misma especie”. En el caso de este virus, del que inicialmente su propagación se creyó causada por los roedores —como la Peste Negra o el Hanta16— esta ansia caníbal 15 KERRINGTON, Johann. The rare cannibal condition: A rational explication for the zombie– type behavior. Oxford University Press: London, 2013. 16 Aunque nadie tenía idea de cuál era la fuente de este virus, y en las ratas ya pesaba el estigma de haber acabado con dos tercios de


[197]

(que, como lo evidenció el caso del adolescente suicida y lo confirmaron las declaraciones del profesor italiano) “implicaba el asedio tortuoso de extrañas visiones como aquellas que pueden ser observadas en los llamados ‘malos viajes’ con la dietilamida del ácido lisérgico —o LSD—, que llenaban de increíble tormento a los individuos agresores, y los llevaba a matar o morir en un estallido violento de paranoica auto–conservación”.17 Así pues, como medida de emergencia, la Comisión se encargó de triplicar el control de aduanas, analizando al máximo todos los paquetes que entraban y salían de las poblaciones afectadas, así como las personas que viajaban fuera o dentro de aeropuertos, estaciones, metros o muelles, exigiéndoles la presencia de un certificado de sanidad — documento muy costoso, por cierto— para poder ingresar o abandonar las distintas terminales internacionales. Aquellos que no lo tenían no podían abandonar la terminal sin que la Comisión se hubiera cerciorado de que estuviese en óptimas condiciones de salud, y aunque tales condiciones se confirmaran, no podían viajar sino hasta semanas después —luego de una cuarentena oblila población en la Edad Media, por lo que sería injusto culparlas sin prueba alguna. 17 GLIACCI, Paolo. Antropofagia contemporanea. Garganti Editori: Milan, 2014. P. 215.


[198] gada— por precaución. Como era de esperarse, muchas personas se llenaron de dinero falseando estos documentos. La gente no estaba contenta, y las manifestaciones no se hicieron esperar, siendo, además, la comidilla principal de los medios de comunicación y las redes sociales. No obstante, el virus ya se había regado en pequeños brotes al interior de ciertos países, y las mínimas brechas en los controles de la Comisión —que, de todos modos, solo se enfocaban en las principales naciones primermundistas— permitieron que este se expandiera al mundo entero, poblándolo de horrores como si se tratase de una película de George Romero. Hasta este punto, el conocimiento del virus era inexacto, y por ello se dio la Segunda Oleada. Ni siquiera la Comisión, con todos sus estudios y sus mentes supra–desarrolladas, había logrado desarrollar una vacuna contra el virus —pues no se sabía, siquiera, la forma en que este se propagaba—. Fue cierto tiempo después —dos o tres meses, más o menos— cuando se descubrió que el virus podía contraerse por medio del consumo de carne contaminada —carne de cualquier especie animal, pobremente tratada, generalmente empaquetada para exportación y ampliamente difundida a través de las amplias barreras de comercio mundial—, y a través de las relaciones sexuales, igual que las ETS y el


[199]

VIH. Pasarían casi diez meses más antes de saber que, en muchos casos, el virus tardaba en manifestarse y podía dar resultados negativos en los análisis sanguíneos. Fue por esa misma razón que los brotes alcanzaron su máxima extensión en países subdesarrollados, como aquellos donde los nativos morían aún de dengue y de malaria. En la sabana africana, el VIDZ–13 era tan solo uno más de los muchos horrores que persistían, y al ser más agresivo que el SIDA, no había mecanismos efectivos de tratamiento o de control18. África del sur, América Latina, ciertas islas del Caribe y naciones asiáticas como India, Indonesia, Mongolia o Vietnam, se convirtieron en principales exportadores de la infección, y la Comisión vio sus esfuerzos truncados frente a un contagio in crescendo. Fue allí cuando se concertó, como medida desesperada, eliminar la infección a todo costo. Así, las incursiones militares violentaron las barreras políticas de los distintos países

18

Es preciso recordar que el virus tardaba en manifestarse en ciertos casos, pero una vez empezaban a darse los síntomas —fiebre, sudoración excesiva, nerviosismo, alucinaciones, violencia extrema, incoherencia en el discurso y canibalismo—, la rapidez con la que el virus derivaba los síntomas a su máxima expresión no permitía que pudiese tratarse bajo ningún parámetro establecido previamente, y el tiempo era apremiante.


[200] en los que la amplia propagación del virus levantaba, en cada esquina y calleja solitaria, ciudadelas fantasmales y campamentos espectrales. Los grupos de sobrevivientes se refugiaban donde podían, pero en cualquier momento, uno de ellos irrumpía en gritos a media noche y rasgaba el silencio con profusos estertores, haciendo que el miedo se posara sobre los corazones de los otros. El mundo mismo se llenó de temor bajo la neblina del más nefasto de los males del planeta, después del hombre. Como consecuencia directa de la violencia de la cura, fue preciso designar personas encargadas, únicamente, de la recolección y destrucción de cadáveres infectados. A estos se les dio el nombre de necronautas, pues debían viajar entre los muertos para transportar sus restos a lugares específicos, y una vez allí, incinerarlos, ya que, al podrirse la carne, el virus podía llegar a mutar de tal forma que se hiciera posible el contagio de manera pulmonar. Estos necronautas debían, por tal motivo, trabajar con máscaras que filtraran el virus del ambiente, y tales máscaras, en conjunto con sus prendas antisépticas, y el trabajo que debían ejercer, les daba la apariencia de seres fantásticos, como de otro mundo. Los niños, especialmente, les temían con reverencia, pues presagiaban en ellos a la muerte misma, y a su alrededor se


[201]

formó un aura de misticismo, como la de las primeras religiones. El VIDZ–13 acabó casi con la totalidad de la fauna mundial, y trajo caos, horror y desolación a los territorios olvidados por Dios.


[202]

LA BALADA DEL ÚLTIMO HOMBRE El último en morir por favor que apague la luz, que salga de la ciudad gris, que vaya a las montañas y respire el aire frío de la niebla, que se quede allí el día entero contando pájaros, sintiendo la lluvia caer, que pruebe a contar también cuantas casitas devora la hiedra y le declame un par de poemas al eco, que tararee una canción aprendida en la niñez, una copla o un refrán, de esos que enseñan los abuelos, y le pida perdón a los bichos, a nombre nuestro. Y por favor que apague la luz, que cierre la puerta con cuidado de una vez y para siempre.


@santiago_8ar

[203]


MARÍA ZENITH LIZARAZO RENGIFO Colombiana de raíces rurales, nace en Bogotá en 1983, donde desde muy joven se descubre enamorada de las letras y la expresión. Profesional en Diseño gráfico, María Zenith desarrolla su carrera en el mundo de la comunicación, la publicidad y el branding trabajando para marcas nacionales e internacionales, donde también desarrolla su labor en el campo del diseño editorial. Tras años acumulando poemas y relatos, en 2019, por fin se lanza a publicar de forma prolífica su primera obra, el poemario Aires de levedad de la mano de Fallidos Editores a la que seguirán en ese mismo año, Versos taciturnos y Soñar el aire con ITA Editorial.


[205]

nieva dentro del alma Abalánzate conmigo en este álgido castigo enrédate en mis sombras saltemos juntos del barranco con las manos cocidas que el fuego que estaba por quemarnos nos encienda en cambio y bajo la lumbre de nuestra carne viva sembremos una semilla que ocupe el campo santo de la eternidad. nunca la nieve trajo tanto fuego nunca el sol me pareció tan gélido.


[206]

tiempo de vernos de revés Tiempo de abrazar las entrañas ir al fondo navegar la sustancia transitar las vísceras caminar en el núcleo cerca del órgano palpitante deambular por las cavidades extraños gusanos que nos habitan… saludar el color escarlata que nos inunda la mezcla azul–purpura que nos recorre los líquidos diversos que nos habitan la acuosidad perfecta que nos aleja de ser simplemente una pila de huesos. Al final somos frágiles pedacitos de eternidad que sobrevuelan donde las rocas son pesadas.


trajes nuevos usados Se vistió de tarde la melancolía apareció con nubes altivas aniquilando la intención de armonía Me hablo a la retina me grito a los labios vocifero palabras mudas La adorne con música un bolero irresistible granate evocación remembranza de aquel cafetín Ahuyente su olor a caña destilada con bactericida de lavanda pero su perfume se quedó en mi ser hasta romper el día.

[207]


[208]

eres lo que eres en soledad ¿Qué eres ahora? después de hacerte liquida de verterte por las hendiduras ¿Qué eres ahora? después de la faena manoseada y rota después del amanecer precoz acabada la cena finalizada la orgía


[209]

tierra agĂłnica Me abandono al espacio vacĂ­o hundo mis huesos frĂĄgiles en la montaĂąa inerte vivir a veces me complace otras, duele hasta los parpados camino lento sobre la tierra seca la hierba se niega a crecer nadie quiere adornar la muerte las aves que antes cantaban ahora lloran su lamento va descendiendo desde la aurora al final de la tarde solo el eco del llanto cae en forma de susurro sobre el aire contaminado de la selva triste. Extiendo mis alas rotas sobre el smog ya volar carece de romanticismo ahora abandonarse basta.


Juan M. Carrasco (Caracas, Venezuela, 1980). Artista plástico, fotógrafo, diseñador gráfico y editor colombo–venezolano radicado en Medellín desde mediados del 2017. En 2014 publicó su primer poemario, “Huesos sublimes y otros poemas” (NSB Editores). Por esa misma época publica su plaquette titulada “Salitre”. Con Fallidos Editores recientemente ha publicado “Los paisajes violentos”, poemario inspirado en sus vivencias en Caracas y su periferia.


[211]

Del poemario inĂŠdito EN LUGAR DEL SILENCIO VII Abrir la puerta de una vez y para siempre que me habiten las dudas las sombras el sonido de mi alma al quebrarse al estrellarse contra la luz y ser por fin lo que en el fondo no he dejado de ser nunca: un animal herido que no sabe rendirse


[212]

XI Solo me quedan la palabra herida el cuervo de amarilla pupila la flor silvestre trasnochada la mano abierta y extendida que he sembrado en la piel de un viejo รกrbol


[213]

XVII El cielo a pedazos en la acera y mi cuerpo tendido sobre el agua entre nervaduras Un pájaro negro hiere la piel blanca de la tarde Al fondo lejos una voz ―la mía― destila su última angustia Después s i l e n c Nada se mueve salvo esta luz que crece por dentro como un árbol

i

o


[214]

XXV Pronunciarte entre una pausa y otra como quien deja caer un lamento una piedra que tarda siglos en ceñirse al fondo de esta espesa maraña de crepúsculos

XXVII No hay entre los pliegues de mi lengua un sólo sonido que pueda pronunciar

tu nombre

o decantar los mares que siembran hilos de coral en mi pecho


[215]

XXXIII Cuerpo de brisa: Aparece con tu voz en la fronda en la tapia en la piedra trĂĄeme musgo deja un verde rastro en mi espesura De momento en la bruma inĂştil esa que nos divide (y nos lanza contra la pared) todo vale


[216]

Abel Anselmo Ríos Carmona Geólogo con estudios en Literatura y estudios en Estética de la Universidad EAFIT. Poeta, cuentista y dramaturgo. Es productor del grupo Teatro Bitácoras de La Ceja donde se ha desempeñado además como dramaturgo y director de varios montajes. Intérprete de Flautas de pico, armónicas diatónicas y otros instrumentos de viento en las agrupaciones Nybram, Esmoquin Blues y Concilio. Ha recibido premios de poesía y cuento a nivel departamental y nacional. En 2019 fue publicada su pieza dramatúrgica La República de Débora Arango por Fallidos Editores.


[217]

MEDEA MADRE Danzas a Flor de Ira. Abel Anselmo Ríos C. – Teatro Bitácoras (Coreografía dramatúrgica con algunos textos de Eurípides, Séneca, Jean Anouilh, Heiner Müller y Carl Theodor Dreyer) “…Estas grandes congojas no se ocultan Es preciso que estallen…” Séneca – Medea Personajes: HADES HÉCATE HELIOS MEDEA JASÓN CREONTE


[218]

GLAUCA ARGONAUTAS. PERSONAS. GENTE Descendida al Hades por invitación del propio Hades, Medea ve navegar ante sí el río de su tragedia. Hades, Hécate y Helios están presentes. DANZA DEL VIAJE CANCIÓN DE JASÓN Y LOS ARGONAUTAS ARGONAUTAS. PERSONAS. GENTE: Errar es humano. Navegar. Flotar a la deriva. Errar sin lugar a dudas. Errar sin miedo a equivocarnos. Nuestro destino será siempre equivocarnos. Hierro para mis yerros. Agua para mi sal. Vino para la herida de habernos levantado del hogar. VAMOS EN BUSCA DEL VELLOCINO DE ORO. Por eso brindamos. VAMOS EN BUSCA DEL ÁRBOL DE LA VIDA. Por eso brindamos. VAMOS EN BUSCA DE NUESTRA HUMANIDAD. Cambiamos la conciencia por un vaso de vino.


[219]

DANZA PARA EL RAPTO DEL VELLOCINO DE ORO CANCIÓN DE MEDEA. (Vestida de oro y carnero) MEDEA: En las buenas y en las malas. En el asesinato y en la impunidad. En la riqueza y en la pobreza. En la casa y en la huida. En la salud, en la enfermedad, y entre saumerios y aceites. En la fe y en la desesperanza. En el mar y en la tierra. Hasta que alguna muerte nos separe. Hasta que otra muerte nos reúna. Hasta que la muerte te devuelva mi amor. Hasta que la muerte me devuelva tu amor. Hasta que la vida crezca de nuevo en mis entrañas. Ya soy otra distinta: SOY MEDEA. Soy tuya para ser mía. Todo te lo entrego, Jasón. Haz de mí lo que tú quieras. Haz de tu barco lo que el mar disponga. He despertado a ti. Soy tu reliquia, y todo te pertenece. Puedes reclamar tu reino y todo cuanto desees. Ahora soy tu desesperada.


[220] DANZA DE JASÓN Y MEDEA. HIMENEO. TÁLAMO. HIJOS. MEDEA: Aquí, en mi vientre, está la recompensa por matar a mi hermano y hacer nudos con la sangre de mi padre… Aquí está la recompensa por entregarte el tesoro de la Cólquide… Un Vellocino de Oro, con barnices de Sangre, que apenas se asemeja a la noche estrellada… SANGRE POR SANGRE SIEMPRE… Todo un río de muerte, por una piel de carnero que cura enfermedades… La muerte seguirá siendo el remedio… Ya puedes reclamar tu trono Jasón, ya conquistaste el mío, el reino de tus hijos… SANGRE POR SANGRE SIEMPRE… PAUSA. El linaje es una joya amada… dolorosa… una joya es un accesorio, o es lo único que se posee… una joya es una roca del tesoro, o es lo único que merece ser atesorado… Mi vientre, mis hijos y yo somos tus joyas, Jasón, tú decides en qué lugar del tesoro descansarán… Tú decides en qué lugar del reino se erigirán estas torres de tu estirpe… ESTE ÁRBOL HA CRECIDO SOBRE MÍ. PAUSA.


[221]

DANZA DEL NACIMIENTO. JASÓN: Soy un hombre ahora. Así debía ser. Me haces un hombre, Medea, al poner a los hijos en mis brazos. Ese es tu destino, mujer, entregarme el reino y hacerme un hombre. Ese es el destino de las mujeres, animales arcaicos, ahora domesticados, que respiran hacia adentro. Esa es su única misión: Hacernos hombres, y darnos otros hombres. Para eso estás aquí, mujer. Debo decir Gracias. Lo haces bien. Lo has hecho bien, hechicera de Hécate y de las sombras: Matar las vidas intrusas. Convertir a la muerte desnuda en mis hijos amados. Mi reino pasó por tus piernas, y continúa su camino entre las mías. HIJOS AMADOS. HIJOS AMADOS. HIJOS AMADOS. MUJER. EL AMOR A LOS HIJOS. DANZA DE LA HEMBRA DEL LEÓN. MEDEA: ESTE ÁRBOL HA CRECIDO SOBRE MÍ. Soy la Mujer Ahora. Soy Medea. Puedo sonreír por mi maldad, porque he conocido un amor que no exige que despoje al animal de su piel de hechicera. Puedo burlarme de la maldad, porque no existe la culpa para una bestia cuidando sus retoños. Nuevamente


[222] soy Hija Mía. Ser Madre es una puerta para la Furia. Ser madre es un puerto para la Furia. Nuevamente vale la pena la muerte. A quien mire a mis hijos la tormenta lo encontrará y lo convertirá en su esclavo. A quien dañe a mis hijos, más le valdría haber desafiado a Hades, y deseará no haber sido siquiera el aliento de un átomo de sueño. Mira Jasón: soy Madre. El Animal que siempre debí ser ha regresado. Crees que eres hombre, pero ser hombre es apenas una de las pieles que las mujeres visten para abrigar al hijo debajo de la lluvia. Acércate a mí mientras huelo a primavera. Toma tu reino mientras duerma el dragón. Te permito pensar que te amo. Amo mi rostro en el espejo de los hijos. Soy mis hijos. Una vez más me pertenezco. Una vez más me perteneces, Jasón. Tu reino y tu plato de lentejas duermen en mi regazo. Tu reino y tu destino me llaman Madre. Duerme. NOCHE Y TRANQUILIDAD DÍA, TRAICIÓN Y VIENTO MEDEA: Ay de mí. Culpable de mí, que ascendí a los infiernos ajenos de los hombres, y renegué del hogar del origen: del padre, del hermano, y de la paz fantástica del que ignora la vida de los hombres. Cómo puedo ser Hija del Sol, arbusto del polvo de La Cólquide,


[223]

antigua como el hechizo de la belleza… ¿Cómo puedo ser hija del Sol y sucumbir a las lágrimas por la traición de un hombre que solía esperar mi protección? Me has dado todo lo que yo te he dado: Me ofreces los reinos que te di valiéndome de mi astucia y mis traiciones. Me ofreces la magia de un vellocino inútil del cual soy la reliquia. Me ofreces los hijos que profanaron mi vientre en dolores agónicos, y ahora, ante tu traición, me recuerdas que debo agradecerte, a ti, por mis propios ardides e infamias, los mismos que te han traído a tu destino. Ah, Hécate, regalos sabios de Circe, oscuridad morena de la magia, ¿Habrá hechizo más dañino que el amor?… Cuentan que el enemigo impúdico, Eros, el vil enamoramiento, se ensañó contra mí, movido por los dioses, para que amara a este harapo de mentiras ¡Jasón! rey de espejismos errantes. No hay mayor infección que el amor por un hombre. Has sabido arrastrarme, y despojarme de las delicias de la tierra salvaje, atándome a las cadenas cultas de estas tierras pomposas. Las llagas del afecto me habían despojado de la vida querida, a cambio de esta ruta detrás de tu armadura, y ahora has decidido casarte con una nueva esposa, hija de un nuevo rey, puerta para una nueva patria y una familia “diáfana”.


[224] PAUSA. Medea Escupe a Jasón víboras, langostas y gritos muertos. DANZA TRÁGICA CON QUÍMICOS MEDEA: Mi herencia es el terror. La venganza es poca cosa, frente a mi naturaleza, a mi nuevo destino, responsable del dolor que te ha reservado el tuyo. El vestido que usa tu esposa, en este preciso instante del futuro, le carcome la piel entre un fuego inclemente que la viste de humo y jugos de sangre. Mira cómo el destino, escrito en el vuelo de las aves, desciende como buitre, a engullir a Creonte, rey y padre, entregado también a la muerte del veneno, movido en amor paternal, encontrando la misma muerte volcánica de tu esposa. Ve a sufrir por la esposa y los ojos inquisitivos del pueblo de Corinto, que sabrán que Medea, a quien trajiste contigo, es responsable de estos y peores crímenes, portadora de peste y nube de tormentas. Tú me destierras del aire, de tu presencia amada en otros tiempos, y de mis hijos, única razón para el futuro… Yo te destierro de ti y, siempre en tu memoria, te despojo de mí, pues la muerte de los hijos me devuelve a la pureza áspera de los bárbaros. SON TUS HIJOS JASÓN. Condenados al fuego de la muerte. Yo mismo tomo sus vidas,


[225]

para herir tus congojas con nuevos clavos de hierro, látigos, hiel y un infierno desterrado. Tú me destierras del aire, de tu presencia amada en otros tiempos, y de mis hijos, única razón para el futuro… Yo te destierro de ti, y siempre en tu memoria, te despojo de mí, pues la muerte de los hijos me devuelve a la pureza áspera de los bárbaros. DUEÑA DE MEDEA DEJO DE SER MEDEA Ahora soy los relámpagos, el trueno y la borrasca, que gimen en la tormenta, arrancados del cielo. DANZA DE LA MUERTE DE LOS HIJOS MEDEA: Mira mi culpa en la espada. Esta es la sangre de los hijos Medea bebe la sangre de los hijos. Esta es la culpa de la madre. Pero es toda culpa tuya. Retuércete en ti mismo, cobarde de los mares. Pues nada has merecido, excepto tus castigos. Y estos hijos amados. Hijos amados, hijos amados, Jasón. Se extinguen como el futuro que habías pretendido navegar. Si el dolor me permitiera una tregua, mientras la sangre se extingue en mis dos hijos, sabrías de la alegría de una mujer que antes que ser abandonada, prefiere desterrarse de sí misma, por sus propias manos y artificio.


[226] ESTE ÁRBOL HABÍA CRECIDO SOBRE MÍ. AHORA LO ARROJO AL FUEGO DE LA IRA. Fui Medea, ahora soy un espectro de furia sobrevolando los acantilados de tu conciencia. Fui Medea Ahora, nuevamente, soy libre para el llanto, Ahora escribo mi tragedia sobre el paso afilado de la sangre. Mi danza es un hilo de heridas, que tu preferirías recorrer antes que tu destino. Mi ruta es un vuelo de espadas, cuchillos y clavos al rojo vivo. El fuego me devuelve al hogar de la cólera. La única patria del monstruo. La única tierra, la única guarida. Ahora que fui madre. Ahora que fui madre. Ahora que fui madre y habré dejado de serlo. DRAGÓN – EGEO

2014


[227]

PRÓLOGO HÉCATE: A Medea. Canten, oh Erinias, rostros venerables de la aguda justicia, la bitácora punzante de Medea, hija del sol, linaje de la luna creciente y herencia de saberes antiguos que unen la vida y la muerte entre misterios de lino y mortajas de asombro. HADES: Yo, Hades, protector de la morada de los muertos, victoria suprema de las moiras, del reino que nunca ha de apagarse, extiendo un vaho de niebla ante tus pasos, Medea, como señal de admiración y bienvenida. Ilumina este hogar con tu belleza indescifrable, con tus carnes mortales que añoramos los dioses, y con el brillo tormentoso de tu ira. Apacigua la sequía de los ojos de quienes aquí habitan e instala entre la polvareda tu bandera de espadas y ponzoñas, estandarte real de la justicia. HÉCATE: Canten, oh Erinias, fauces insaciables de la esquiva venganza, la luz de atardecer herido que emana de los crímenes justos de Medea. Una mujer, vestida con un río ingobernable, se


[228] levanta entre los muertos para acusar a los dioses de inventar el amor y de tejer con sus engaños la suerte de un imperio. HADES: Tu vestido, Medea, relata los días en la Cólquide, joya de tu padre Eetes; en patria de dragones, custodiando el Vellocino de Oro, la piel de un carnero dorado entregado por los dioses y del que se decía curaba cualquier enfermedad, siempre y cuando se añadieran ungüentos y rituales por vos suministrados. Ceñida a tu cintura, veo la tarde en que arribaron Jasón, Heracles, Orfeo y los demás argonautas en busca del tesoro de tus tierras, y que por capricho de los dioses altaneros, les fuera por vos entregado luego de que Eros infundara en tu sangre el amor por Jasón. Te encargaste, Medea, de guiar sus estrategias para vencer los obstáculos y allegarlo al Vellocino, te encargaste de que fuera cumplida la promesa de tu padre, y ante su negativa asesinaste al pequeño Apsirto, tu propio hermano, regando sus mortajas por los ríos de la huida, retardando el acecho de tu destrozado padre.


[229]

HÉCATE: Con tus sandalias de víboras aladas, diste justicia a todos cuantos engaños quisieron realizar contra Jasón, y Pelias, quien usurpaba su reinado en Yolcos, por negarse a abandonar el trono, murió en manos de sus hijas, engañadas por tu lengua, mientras creían aliviarle el paso de los años. Y luego en la aciaga Corinto, reino de Creonte, encontraste el asilo que tu familia, señalada, buscaba entre desiertos y orillas desafiantes. Mas tal asilo, como el velo nocturno que cubre tu cabello, exigía una traición del hombre a quien pusiste en las lagunas de la historia. Jasón, padre de tus hijos, pretendía casarse con la hija de Creonte, Glauca, para sellar su ascenso a un reino diferente al vasto reino que habían construido huyendo de la infamia. Ninguna razón redime la traición, y ninguna razón aplaca la furia de una madre. Así, como el fuego de tu corona tejida de hilos de sol, las llamas consumieron a Glauca, a Creonte, y a la confianza del pueblo de Corinto. Así también de tus hijos el suspiro de la vida fue liberado, y tal como les diste la vida se las recibiste, para envolver en tormentos la ingratitud navegante de Jasón.


[230] HADES: Y así tus nuevos caminos, como trenzas de cereal rodeando tu cabello, desembocaron en el río de las almas, y te trajeron aquí, con mi licencia y deseo, pero bajo el torrente de tu propia voluntad. Esta es tu nueva morada, Medea, el reino que recibes en tus brazos. Una vastedad sin horizontes, sin días para cubrir tu ira y contener tu belleza. Adormece las bestias de tu furia y recuesta tu espada y tus cansancios sobre el cómodo lecho de los himnos a Hécate. Recibe los espectros de tus hijos, y gobierna las tormentas mientras acaricias el reencuentro con sus cráneos. HADES, HÉCATE Y HELIOS: Medea, Madre, oleaje tranquilo de la Ira.19

19 Hemos dejado el prólogo final de la obra, siendo escrito posterior a ella.


@mpaulownia


Eduardo Cifuentes Santander de Quilichao, Cauca. (1992) Licenciado artes escénicas del Instituto Departamental de Bellas Artes, Cali. Bailarín graduado de El Colegio del Cuerpo en Cartagena de Indias en el año 2016. Actualmente reside en la ciudad de Cali, donde se desempeña como coreógrafo en varios centros de formación en Danza. Es director y dramaturgo en el grupo MEC (movimiento en colectivo) un espacio de investigación y experimentación en Danza Contemporánea.


[233]

UNA CASA, MUCHAS VOCES Una casa es una casa Una casa con personas adentro sigue siendo una casa Una casa con una familia adentro sigue siendo una casa Una casa con una familia y un poco de amor, es, tal vez, un hogar.

Iniciemos el engaño con una luz cálida que emule el interior de una casa. Una luz que nos recuerde un espacio cómodo, tranquilo, acogedor. El sonido dibujará los espacios. De varios rincones se escuchan pequeñas voces que murmuran, las risas de un par de niños que revolotean por los pasillos haciendo destrozos, quebrando vidrios, rayando paredes; el ladrido de un perro que anuncia la llegada de un visitante, y a gusto personal, otros sonidos que ambientan ¿Qué hace falta para construir la imagen de un hogar? Un comedor donde se reúnan, padre, madre, hijos, e invitados. La silla principal será siempre para papá y la silla del otro extremo para mamá. Harían falta muchos detalles para construir un hogar, pero en este momento me serviré de estos para continuar el engaño. Esta noche hay una cena (sonido de cubiertos y platos) La primera en hablar es Miss Piggy, la hija mayor. A su lado un hombre pálido, y a su alrededor, varias moscas que revolotean.


[234]

Miss Piggy Laura, amiga, hoy no puedo, estoy con mi hombre, debo colgar. Prioridad es prioridad. Como les decía, esa noche aceptó comer conmigo en mi restaurante chino favorito; le había insistido varias veces que fuéramos, pero siempre se negó. Le pregunté: qué puedo hacer para qué salgas conmigo, y me dijo que no le gustaban las mujeres de cabello negro. Al día siguiente separé una cita con mi estilista y lo tinturé. Después de insistirle varias veces y de enviarle fotografías con el nuevo color de mi cabello, él accedió a comer conmigo en mi restaurante chino favorito. Esa noche, a la luz de un par de lámparas intermitentes, me dijo que estaba ojerosa, pálida, lista para dormir en un ataúd. Pero lo que él no sabía era que no estaba ojerosa, ni pálida, ni lista para dormir en un ataúd; era la iluminación del lugar que me hacía ver como un cadáver. Me hizo un par de preguntas y a todo le dije que sí, no le dije nada porque no quería molestarlo, no quería que saliera corriendo y me dejara ahí tirada. La gente pensaría que estoy loca por comer sola y que estoy planeando un asalto o acribillarlos con un arma. Para evitar ese tipo de molestias prefiero quedarme callada. Además, ser observada me desespera, me


[235]

irrita. Cuando el mesero llegó le preguntó qué deseaba para cenar y él ordeno chuleta de cerdo con papas fritas y una porción de arroz, y cuando el mesero me preguntó qué deseaba cenar, yo estuve a punto de decirle que solo comería una porción de arroz, pero no quería parecer extraña ni verme como esas mujeres de poco apetito que solo comen ensalada, así que ordené lo mismo. Laura, amiga, hoy no puedo, estoy con mi hombre, debo colgar. Prioridad es prioridad. Soy vegetariana desde chiquita, y esa noche, después de muchos años, volví a comer carne. Al poco tiempo de comer chuleta con papas fritas, todo mi estomago se hizo una orquesta de sonidos y un campo de batalla, empecé a ponerme pálida y lista para dormir en un ataúd. Mira guapo, debo irme a casa, me acaban de informar que mi mamá sufrió un ataque al corazón y murió. Él no dijo nada, se quedó sentado terminando su comida. Tomé mi bolso, pagué la cuenta, y salí corriendo a casa; vomité todo lo que se me atravesó: la calle, las gradas, los pasillos, la puerta de mi apartamento, la cocina, el baño, la sala, las paredes, los cuadros, las porcelanas, la alfombra, el gato, todo quedó impregnado del olor a chuleta con papas fritas. Alcancé a vomitar cada gramo de chuleta y decidí no ir al hospital; quería morir lentamente en


[236] mi apartamento, sola, tirada en el piso con la cara pálida y lista para ser enterrada. Para ambientar un poco la situación, encendí un par de velas y puse musiquita suave. Si voy a morir, debo morir con clase, con estilo. No quiero que nadie en un hospital sepa que me intoxiqué comiendo carne. Además, mi mejor amiga y yo hemos sido veganas toda la vida, no quiero que ella deje de hablarme cuando se entere que comí una chuleta de cerdo. Qué pensaría Laura si le digo que la traicioné, que comí un cadáver, que en todo mi cuerpo hay pedazos de carne que se descompone, y ni pensar en qué dirían los familiares del chanchito. Estoy segura que todos pensarán lo peor de mí, que por mi culpa su hijo está muerto. Pobres chanchos. Para evitar molestias, no le dije a nadie lo que había hecho. Laura, amiga, hoy no puedo, estoy con mi hombre, debo colgar. Prioridad es prioridad. Sobreviví a mi encuentro con una chuleta de cerdo y me propuse ganar su confianza. Aceptó que lo llamara más de una vez al día, y me dejó conocer a su mamá; pero solo en fotografías porque nunca quiso presentármela. Es un hombre muy detallista, muy preocupado por su aspecto físico, se echa todas las cremas que uso para retardar mi vejez y se pone la ropa que guardé de mi difunto marido. Si, Andrés, el que no quiso ser vegetariano. Aceptó que pagara el alquiler de su


[237]

apartamento, la universidad, la mensualidad del gimnasio, y otras cosas. Es todo un caballero. Al quinto mes de nuestra relación yo estaba segura que me propondría matrimonio, pero no, me llevó al restaurante donde comimos por primera vez, y me dijo, a la luz de un par de lámparas intermitentes, que estaba gorda, que adelgazara, que así no me quería. Ese día él decidió llamarme Piggy, como la marranita de los Muppets. ¡es un amor! ¡estamos hechos el uno para el otro! ¿cierto que sí? Hice de todo para agradarle: me operé la nariz, me achiquité las orejas, crecí un par de centímetros jugando básquetbol, me tinturé el pelo unas cinco veces, me sometí a una liposucción, a un aumento de labios. Aún me esfuerzo por encontrar un término medio entre la delgadez y la gordura. Aún no sé si mi nariz es lo suficientemente centrada o si mi altura es la justa. No sé si soy inteligente o bruta, callada o ruidosa, paciente o impulsiva…no sé nada porque él nunca me lo dijo. Él solo me decía Piggy, porque parezco a la marranita de los muppets. Laura, amiga, hoy no puedo, estoy con mi hombre, debo colgar. Prioridad es prioridad.


@Gustavo Insandara


Carlos Andrés Ibarra Cali, 1983. Se desempeña como farmaceuta clínico hace 16 años y dentro de poco recibirá el título de Comunicador social. Es ganador del séptimo Concurso Nacional de Cuento de RCN y el Ministerio de Educación. Es ganador del décimo Concurso Internacional de Cuento Ciudad Pupiales, de la Fundación Gabriel García Márquez. En el 2019 publicó su primer libro de cuentos, Hibris, con Fallidos Editores. Ha publicado relatos en los libros Colombia Cuenta y Antología 10 años de Écheme el cuento. También ha publicado relatos en algunas revistas.


[240]

Solus Ipse Aparecerá ante la fuente y se sentirá abrumado. Mirará en derredor y no verá más que un blanco opaco que se extiende como el infinito. Sólo estarán él y la fuente, uno frente a la otra, contrapuestos en la existencia. Se hará preguntas naturales: ¿dónde estoy?, ¿cómo he llegado aquí?, ¿quién soy? Otro más… todos los días es lo mismo… ¿A este lo habías visto antes?... No lo sé, todos se parecen. Por alguna razón sentirá calor. Se acercará a la fuente y mirará dentro. Observará su reflejo distorsionado y oscuro, intentará detallar su rostro pero el verdor del agua se lo impedirá. Tratará de ordenar sus ideas, sospechará que es quizás el único habitante del mundo, de ese mundo, y en un impulso de optimismo se proclamará rey. ¿Qué crees que haga?... Lo mismo que hacen todos… Es un espectáculo que no quiero ver… Yo tampoco, pero es imposible mirar para otro lado. El rey querrá aprovechar el agua de la fuente y se sumergirá en ella. Empezará a desnudarse y entonces notará algo: sus ropas


[241]

están sucias, viejas y gastadas. A lo mejor no soy un rey, dudará. Encontrará una daga entre su pantalón y deducirá que es un guerrero. Mira qué gran cuchillo… Este debe ser de los peligrosos… Deberíamos llamar a la policía… Esperemos a ver qué hace. El guerrero se meterá en la fuente y sentirá que la temperatura de su cuerpo disminuye. Tomará un poco de agua entre sus manos y la llevará a su rostro. Palpará una espesa barba y pensará que a lo mejor está un poco viejo. Sumergirá la cabeza, abrirá los párpados y verá todo turbiedad. Sacará la cabeza, le arderán los ojos, se los restregará, subirá sus manos hasta el cabello, lo acariciará y se encontrará con una húmeda melena agreste. Todos lo están mirando… Claro, a cualquiera le causa curiosidad… Pero si cada día es lo mismo. Este se va ahora y en un rato llega otro… Y la gente lo verá de todos modos. El guerrero continuará acariciando su cuerpo y palpará numerosas cicatrices en su pecho y en su espalda. Las observará horrorizado y se dirá: he sido azotado, no puedo entonces ser un guerrero, todo indica que soy un esclavo. Y se echará a llorar, gritará, maldecirá y dará golpes al agua. ¿Pero qué le pasa?... No lo sé, se ha alterado… Voy a llamar a la policía, capaz que coge es chuchillo y… No hagas eso, espera. El esclavo respirará profundo y retomará la


[242] calma. Sentirá sed y acercará los labios al agua, sorberá un poco y su boca se quemará con el sabor amargo, escupirá y maldecirá otra vez. Entonces una ráfaga de imágenes invadirá su mente, verá dos niños y una mujer, pero no los reconocerá. Se sentirá abatido, se pondrá de pie en medio de la fuente y se hartará de estar allí. ¿Es que no se da cuenta que está desnudo mostrando todo?... La gente se ríe… Yo no le veo la gracia… Antes te parecía gracioso… Sí, pero ya me cansé de ver lo mismo todos los días. El esclavo saldrá de la fuente y se vestirá de nuevo. Cavilará: soy un esclavo pero estoy libre, seguramente he logrado escapar y si me quedo aquí, me atrapan de vuelta. Ante sus ojos se dibujará un serpenteante camino gris que se extenderá hasta los confines del blanco de su universo. El esclavo se alejará de la fuente. Por fin se va… No me puedes negar que este fue especial… Para mí fue tan triste como los otros… En fin, ve a atender la mesa cinco, el cliente está levantando la mano.


@santiago_8ar

[243]


Jhonnathan David Torres (Armenia, 1990). Licenciado en Español y Literatura. Ha escrito algunos artículos para revistas de literatura. Recientemente publicó su primer libro Opúsculos: Manual de Antiayuda (2019) con Fallidos Editores.


[245]

Manual de antiayuda (fragmentos) Soledad y destino. Ratifico plenamente el juicio de Pascal: todas nuestras miserias proceden de que no sabemos quedarnos tranquilos en un cuarto. A solas con nosotros mismos, terror del pensamiento, juicio indomable; repugnancia de la materia, de cada átomo. Odio lascivo a nuestro propio ser; pulsaciones pensantes… * ¿Qué se puede decir de la desesperación? Casi nada, excepto esto: se le debe aceptar como parte íntegra del carácter y aprender a sobrellevarla en cualquier situación. Reprimirla, es aniquilar nuestra más verosímil vida interior y moral; es cercenar nuestra más íntima conexión con las raíces de nuestro «yo». Hay pues que hacer de ella un motivo de análisis, un motivo de profundización de sí mismos, posible a partir del acto creativo; y enjuiciar ese producto artístico que surge y contiene intacta la desesperación pasada, con absoluta indiferencia.


[246] * Todos los teóricos del problema de la muerte han pensado en su propio suicidio. Ante lo irresoluto, aún se puede batallar… Hay sin embargo en esa batalla, una desazón que ningún anestésico podría apaciguar y aún menos erradicar o falsear. * Habría que quedarse solos en momentos de tristeza. Nada estropea tanto el conocimiento del propio carácter como la compañía (aprender; aplicar como una lección). En los momentos en que nuestro «yo» alcanza su acmé doloro, próximo a la desesperación, ahí es cuando se debe escudriñar la fuerza de la sensación, del pensamiento; la manera como el «yo» actúa ante ese estímulo doloroso. Estudiar dichos pensamientos, dichas sensaciones cuando existen; repasarlos en el recuerdo y la memoria. He ahí l’apprendimento el conocimiento de se stesso. * Sobre el dolor narrado. Sin duda el vínculo del artista con el dolor es este: el recuerdo. No se trata en absoluto de emulación sino de experiencia concreta pincelada como


[247]

símbolo. Cada cual no puede hacer otra cosa que partir de su vida y entender determinada experiencia como un vestigio necesario para la transformación interior (capital del carácter) y profundización de sí mismo; para la creación base y estetización del recuerdo o experiencia en producto; que no deja de revelar al lector y a uno mismo, que no deja de evocar, suscitar, el doloroso aprendizaje del creador, el ingenio para hacer de la desesperación propia, un objeto digno de cruel belleza, de hiel. ¿Por qué los escritores y en general los artistas experimentan con tanta intensidad su dolor? Porque aprenden a juzgar críticamente con inteligencia emocional y estética el de los demás. * Encerrad por semanas a un hombre en su propio cuarto. Se transformará con el tiempo en una bestia abúlica. Liberadle. La bestia abúlica se reintegrará. Pero cada vez que sienta un quiebre, una ruptura violenta en sí misma, conquistará su soledad primitiva y retrocederá tranquila para instalarse serena y enancada en la pedagógica desesperación de su cuarto. De su mazmorra. *


[248] Un escritor puede, y hasta debe perder contacto con los seres; pero no con las palabras. La privación con la expresión incomunica y aniquila las raíces del «yo». Un hombre doblemente solo (que no posee siquiera extensión consigo mismo) es un suicida que espía su momento. * Más que por los países nórdicos, siento atracción por sus fiordos solitarios, por sus acantilados, por sus ruinas otoñales. Nada me emociona tanto como sus naturalezas muertas, el espectáculo de la abscisión, sus ventiscas, el rodar y crepitar de las hojas. Mi misantropía necesita un agravante. Y nada más molesto que relegarle esta tarea a quien sea: a un cualquiera. * En Groenlandia –donde el suicidio es un oficio endémico– o en cualquier otro rincón del planeta, un hombre no puede sino sentir la nostalgia de su materia… una melancolía oscilante e imperturbable. No sucede lo mismo con nosotros… pues, ante todo, estamos llamados por instinto y necesidad, a cultivar, a ejercer la misantropía, a perfeccionarla en el núcleo, en la periferia de las ciudades; con


[249]

sádica rabia, con dulce voluptuosidad; con ímpetu violento, con soledad. Con regocijo. * (Misántropos–Melancólicos). Solo se pueden leer con verdadero interés los primeros. Los segundos, irremediablemente, exasperan –aburren y aburren– tras la lectura de un par de páginas. * El odio intenso paraliza. No podemos fijar nuestra atención en otro objeto (aun cuando nos esforzamos) porque solo él es verdadero: nuestro ser le pertenece. * Todo verdadero ejercicio de introspección inicia siempre con una crisis de melancolía o aburrimiento. * Prever todo en este instante, excepto el grado de aburrimiento que me seguirá en años posteriores. De lo contrario, la vida será para mí algo intolerable.


[250] * Soportamos la vida gracias a la inconsciencia de nuestra degradación. Si accediéramos por semanas a un acmé indoloro, permanente, de la sensibilidad de nuestros órganos, de cada célula, nos tumbaríamos solitarios en un camastro, para que a la espera de la inanición, el hastío nos matara. * Hace poco conversaba yo con (X) sobre ciertos trámites mortuorios. El tema afloró porque había adquirido esa misma tarde los restos de su padre. Me relató esto y lo otro. Pero detalle importante, confesó ver el cuerpo putrefacto de su genitor (parcialmente momificado) que sería incinerado en breve. Según dijo, quedo petrificada por la fuerte impresión que causó el recibimiento de sus cenizas, pues con ellas en sus manos, no pudo hacer otra cosa que balancear y nutrir su propio desasosiego al pensar en lo que alguna vez habían sido y ahora eran. Yo que la comprendía (pues conocía de antemano el aprecio que entre ellos dos había), quise confortarla de alguna manera. Me fue imposible: pensaba en mí, no en su desazón. Así que le dije no sin pocos ambages que todos esos trámites mortuorios deberían en cambio


[251]

suscitar en todos nosotros la mayor de las indiferencias. Luego, pensando en la obligación que contraemos con los cadáveres de nuestros parientes más queridos, he escrito: «No sabemos lo que es la muerte hasta que nos vemos sometidos a cargar la materia de los demás. No existe en el planeta obligación más penosa, más fraudulenta que la de desembarazarse del embrollo que supone el cuerpo de alguien que no existe más, que en nuestra amenazada y transitoria memoria» La muerte que supone carnaval para estos, para aquellos es mero trámite. Pero ante todo la muerte es un adeudo. * Más que la experiencia positiva del aburrimiento, del tedio, de la desesperación y demás estados mórbidos del espíritu, me interesa describir la situación de esos fenómenos al igual que pensar en sus consecuencias y revelaciones, con el único fin de comprenderles en tanto estos constituyen para mí, mi más honda, verdadera y quizá única preocupación: yo. …«A decir verdad, no me intereso por mí, sino por mis desazones. Y ni siquiera por mis desazones, sino por lo que cubren o revelan, por el ser, por tanto, o por la negación del ser» (Cioran).


[252] * En todos mis pensamientos, en todo lo que escribo, hay estallidos, implosiones de cólera. Esto explica por qué después de escribir cualquier cosa, me toma tanto tiempo recobrar el ánimo o fuerza para desarrollar cualquier tema a más cabalidad o profundidad. Necesito de la violencia para escribir. Todos mis textos, mis pensamientos parten, surgen de ella. Violencia incontenible que se desborda, que se mece a la deriva en la página. * No me fio de la sensación, me fio del pensamiento. Sin embargo, solo escribo cuando una sensación me acorrala. De esta manera vuelvo a lo escrito con el discernimiento de la razón, redescubro la sensación, la estudio, la analizo, la anulo o reconstituyo, según el redescubrimiento (de mi yo) que encuentro en ella; y la ordeno en un constructo del todo lógico y poético… Me he empeñado en espiar racionalmente mis visiones y sensaciones. * ¿Axioma? Todos sufren, pero pocos que habiéndolo hecho, estetizan y estilizan su sufrimiento en un producto artístico (que es


[253]

dolor pensado, revelación). Se comprende entonces por qué el artista y su obra son objeto de estupor: un invisible cordón umbilical los une; el mismo que los emascula. * Nunca he pensado en la muerte, sin pensar en mí propia muerte. Tan ridículo es acostumbrarse al pensamiento de la muerte como no pensar en morir por voluntad propia. En mí, es un trabajo de duelo anticipado con el que lucho a diario. No puedo olvidar que tengo un gusto por lo fúnebre: la muerte, encarnada en la cuerda, la pastilla, el pistoletazo, en el salto del precipicio, adquiere una belleza enfermiza, de los objetos y los paisajes.


[254]

Sebastián Pasiminio Hernández Cali, 1991. Su pasión por los idiomas y su aprendizaje lo llevaron desde temprana edad a interesarse permanentemente por otras culturas, lo cual se desarrollaría posteriormente en estudios de Traducción en la Universidad de Antioquia —donde despertó su máximo interés por todo lo literario—. Luego, realizó estudios de Corrección y Estilo con la Universitat Autònoma de Barcelona y de Interpretación con el Humber College de Toronto, lugar en el que ahora reside la mayor parte del tiempo. Tanto en sus labores de traducción como literarias, su enfoque se esfuerza en siempre querer acortar brechas entre diferentes mundos, entregando al lector un mensaje con la mayor fidelidad y naturalidad que sea posible. Próximamente saldrá publicado en libro su traducción del poema dramático Manfred de Lord Byron.


@santiagopollo

Glacial A G.H.S. And I was happy that I could still see the hidden beauty of the land, And know the feeling of silence. —Alootook Ipellie, “How Noisy They Seem” Veía impasible derrumbarse el glaciar. El coloso se venía al suelo en un gran estruendo, dejando consigo un mar de bruma y un sinfín de aves que escapaban en todas las direcciones; las relativamente constantes colisiones daban origen a otro panorama al que, de nuevo, animal y hombre tendríamos que adaptarnos. No le di mucha importancia y no recuerdo ni siquiera haber oído ese ruido


[256] ensordecedor que generaban las toneladas de hielo y los graznidos de aquellas desesperadas almas que revoloteaban como si un qalupalik fuera tras ellas. Se me vino a la mente cómo corríamos asustados cuando pequeños al escuchar las terroríficas historias sobre estos y otros seres que nos contaba la abuela. Sin embargo, ahora, para mí ahkiyyinis, aglooliks y todo eso son solo recuerdos de un pasado tan lejano que ya no logra apresar con sus garras el presente ni controlar mi vida con ese miedo de muerte. Ahora mismo me preocupa más volver, porque veo el humo helado que emano al respirar hacerse cada vez más fuerte y las focas parecen llegar de la última pesca del día. No hay ni uno solo de los míos, pero sí el trofeo de la caza de hoy: un caribú adulto con grasa suficiente para ponernos a babear y asegurarnos unos buenos días con calor y alimento, pero que también pone alerta el olfato de invitados indeseados. Hace unas horas vi a algunos de ellos merodeando, buscando como yo, mezclándose sus níveos pelajes con el blanco sempiterno de estos parajes. Habría caído bien que mi qimmiq estuviera conmigo para alertarme de todo lo que no percibiera, pero nuestra angakkuq juraba sentir tan cerca de ella unas extrañas presencias que preferí dejar que este la cuidara para tranquilizarla. Si bien yo ya no era de estas creencias, nunca


[257]

perdí el cariño por ella ni el respeto por su saber, plasmado en sus curas para todos nuestros males. Recuerdo que, una vez, cuando apenas tenía mis primeros dientes, me debatía entre la vida y la muerte. Ella, para tratarme, me brindó su atenta compañía junto con unas bebidas que me salvaron. Además, en ese entonces, me contó una de sus historias que permaneció conmigo desde esas noches de sueños febriles. Contaba que uno de los primeros de nuestra tribu, uno de nuestros más grandes hombres, era un demiurgo que tenía gran control sobre el hielo y la nieve. De él heredamos muchas de nuestras habilidades, si bien algo limitadas. Su poder se usó para protegernos de todo peligro, pero enfrentó la prueba máxima cuando llegaron los tariaksuq. No se sabía a ciencia cierta qué querían estos seres oscuros: algunos decían que su naturaleza desconocida no era ninguna amenaza para nosotros y que no nos harían ningún daño mientras no los molestáramos; otros juraban que podían embelesarnos y llevarnos al otro plano en el que habitaban, del cual nadie regresaba nunca más. Como precaución, el demiurgo levantó el glaciar que ahora conocemos: un interminable muro inexpugnable que siempre mantendría estas criaturas a raya, pero que, a su vez, nosotros debíamos cuidar y por ningún motivo debíamos cruzar.


[258] Llevaba tantas horas absorto entre pensamientos y recuerdos que no me di cuenta de lo mucho que había recorrido de regreso. Volví la vista y los animales se veían apenas como pequeños puntos a lo lejos. Recordaba estar a menos de una dormida de distancia de nuestro campamento, pero ahora mismo no era nada fácil deducir qué hora sería exactamente sin una sola alma cerca y el persistente sol sobre mi cabeza iluminándolo todo día y noche, como solía hacerlo en esta época. Aun así, no me preocupaba demasiado la situación: no era la primera vez que cazaba solo y mucho menos la primera vez que perdía toda noción del tiempo. Siempre encontraba la forma de volver, sin importar el estado en el que estuviera o lo que hubiera ahí afuera. Sin embargo, no había podido dejar de notar que el aire estaba algo raro y que algunas ráfagas de calor me recorrían la espalda de vez en cuando; esto nunca era buena seña… Efectivamente, tras avanzar algo más, el viento llegó primero racheado y tolerable, pero luego se puso hosco y empezó con sus aullidos y golpes incesantes. No me quedó de otra que entrar por una de las grietas del glaciar. Allí encontré una calma casi absoluta, un silencio ensordecedor a pesar de las hostiles condiciones que había afuera. Avancé hasta un claro para descargar y disponerme a descansar porque la borrasca podría durar


[259]

de horas a días. Tan pronto preparé todo y apoyé mi cabeza en el vientre del caribú, escuché unos ruidos que no me parecieron el simple goteo de las estalactitas. Logré ocultarme y tomar mi lanza cuanto antes, dejando el cadáver detrás. Vi tres sombras acercarse a él y de inmediato me abalancé sobre ellas. Cayeron y de inmediato una de ellas rompió en llanto, la otra se fue a abrazarla y la que quedaba empuñaba temblorosamente un cuchillo en su mano derecha. Lo agitó un par de veces como pretendiendo hacerme retroceder, entonces extendí mi lanza hasta casi tocar su cuello. Ahora inmóvil, lo único que se le ocurrió hacer fue dejar caer el cuchillo y levantar ambos brazos. Las otras dos sombras permanecían casi igual de quietas, pero parecían gimotear. Como apenas las divisaba, sostuve en alto mi lanza y empecé a moverla para dirigirlas a una parte con más luz. Tras desplazarnos, todos pudimos vernos mejor. Se veían algo similares a los nuestros, pero con extraños ropajes, un pálido color de piel y sin marcas sobre sus rostros como las que llevaban varias de nuestras mujeres y nuestros mejores cazadores y guerreros. La intranquilidad que hubo en un principio se transformó en una completa extrañeza por el otro y en una incertidumbre de lo que pasaría después. Luego de un largo silencio, la segunda sombra, que ahora veía como una mujer de


[260] ojos y cabellos claros fue la primera en pronunciar unos sonidos incomprensibles. La sombra desafiante —un hombre de gran altura, cabellos oscuros y ojos claros— le respondió. En ese instante volví a ponerme en guardia pues sospeché que se estaban poniendo de acuerdo para atacarme. Sin embargo, me desarmó la dulce voz de la tercera sombra, una pequeña niña con los cabellos y los ojos de la mujer, que dijo algo que no pude comprender, pero sé que se dirigía a mí. Al ver que no podía entenderle, señaló el caribú y se señaló el estómago. Ahora notaba que las caras de preocupación también eran caras famélicas. Inseguro de qué hacer por la lástima que me provocó esto, apoyé mi lanza en el suelo. Casi de inmediato, el hombre se llevó la mano a su cinto y agarró una bolsa amarrada a él; igual de rápido se vio en el suelo cuando lo derribé con la parte roma de la lanza. Junto con él, cayeron de su cintura un pedazo como de tela blanca con dibujos en ella y un cilindro dorado que se expandió al tocar el suelo. La mujer tomó la bolsa y extendió la mano como queriéndomela entregar. Al ver que no la recibía, la abrió, la puso en el suelo y la pateó cerca de mí. Sin saber que esperar, la pinché un par de veces con el arma y de ella salió rodando algo que conocía demasiado bien: muktuk. Tras agarrar el pequeño trozo con la punta de la lanza, le di un mordisco.


[261]

El sabor era inconfundible; sin lugar a dudas era aquel manjar de ballena que nuestra tribu podía devorar hasta la saciedad. Tomé la bolsa mientras me miraban fijamente y la extendí a la niña, ofreciéndole un trozo, pero reaccionó con un gesto como de asco y luego sonrió; los otros también lo rehusaron, aunque en un gesto algo más cortés. No sabía quiénes eran estas criaturas tan similares a las mías ni por qué no querrían comer este alimento que llevaban consigo; sin embargo, sabía que entre los nuestros compartir el pan bajo el mismo techo era razón suficiente para no ser hostiles, así que quise responderles con una muestra de gratitud. Entonces, luego de soltar mi lanza en un gesto de que ya no tenían que temer, tomé mi cuchillo y empecé a desollar al animal. Los tres parecieron perder aún más su color de alguna manera, como si nunca hubieran visto de dónde venía la comida que acababa en sus estómagos. Su indisposición casi se transforma en desmayo cuando, luego de terminar mi labor, les pasé a modo de tregua los primeros trozos de carne cruda que corté. Al ver su reticencia, di yo el primer mordisco tras lo cual la mujer salió corriendo, supuse que quizá para vomitar. Unos minutos después, llegó con algo que parecía ser yesca; no me imaginaba de dónde podría haberla sacado pues los lugares más cercanos para conse-


[262] guirla estaban a unas dos dormidas de allí. Luego sacó dos rocas y tras golpearlas unas cuantas veces, la yesca comenzó a arder. Mis ojos no podían creer lo que veían... Los nuestros siempre habían llevado el fuego desde el paulatuuq hasta nuestros campamentos o, cuando no había forma de ir allí, lo creaban frotando madera con madera; por eso no podía evitar el desconcierto al verlo hecho así, aunque ellos me miraran con cierta perplejidad mientras empezaban a asar la carne. Sería estúpido creer que podrían ser como el demiurgo del que nos hablaba la angakkuq — aunque estos con dominio sobre el fuego—, pero no pude evitar pensar en ello... Tras quedar satisfechos y estar mirando por unos momentos las llamas, la pequeña se quedó profundamente dormida en las piernas de la mujer. La luz de la fogata acentuaba las ojeras de los rostros que tenía en frente y ambas miradas se perdían en lugares que solo ellos parecían conocer. El único abrigo de piel decente que les vi cobijaba a la niña y ambos parecían empezar a temblar a pesar del calor del fuego, entonces me levanté y empecé a juntar nieve y hielo a nuestro alrededor. Estuvieron mirándome mientras se abrazaban con el mismo desconcierto que yo los miraba antes. Casi estáticos y medio adormilados, vieron cómo se superponían y se alineaban casi perfectamente bloques tras bloques; luego


[263]

parecieron espabilarse asombrados cuando puse la última pieza en la parte más alta de la estructura que había hecho a nuestro alrededor y sintieron cómo conservaba el calor y nos guarecía mejor. Sus ojos se fueron cerrando en una expresión de tranquilidad mientras la fogata seguía ardiendo. Sin importar mi cansancio, seguí mirando las llamas fijamente hasta que vi en ellas imágenes como de otros tiempos, sueños, quizá premoniciones. Todo fue extrañamente familiar… Los nuestros me hablaban, me advertían de seres similares a nosotros: los llamaban los Otros. Mencionaban que, otrora, llegaron algunos seres con rostros como los nuestros y una lengua incomprensible, pero vistiendo distintas ropas y cargando distintas armas. Parecían llamarnos skrælingjar. Intercambiaban con nosotros pieles y comida y nunca fueron un mayor problema, pero se esfumaron tan misteriosamente como aparecieron. Tiempo después, más cerca de nuestra era, se dice que llegaron unos con descripciones más afines a estos que ahora comparten esta fogata conmigo. El fuego parecía aumentar y crepitar con sus imágenes y las voces de los nuestros hablaban de engaño y ruina por su presencia. Desperté sudando frío, perdido y sin siquiera saber cuándo me había quedado dormido. Si todo había sido un sueño, parecía demasiado real… Sin embargo, la apacible respiración de los tres que tenía al frente me


[264] hizo volver en mí y pensar que el cansancio y las viejas historias de los nuestros no eran una buena combinación para antes de dormir. Sin saber exactamente cuánto habría estado acostado, pero ya sintiéndome descansado, salí por un momento del aputiak para ver en qué condiciones iba la ventisca. Fue grande mi sorpresa al ver que ya afuera todo estaba tan tranquilo como en el glaciar. Regresé con entusiasmo para avisarle a los otros, aunque solo me topé con una inquietante extrañeza al no verlos. Considerando lo necesitados que se veían y que tal vez podrían tener algo que ver con nuestra gente, pensaba llevarlos a nuestro campamento, así que troceé lo que quedaba de caribú, tomé mis cosas y me puse a buscarlos por el glaciar. Di con una estrecha abertura y, tras terminar de recorrerla al cabo de unos minutos, vi que esta llevaba a un nuevo horizonte. Los nuestros siempre nos previnieron sobre pasar al otro lado por lo que podría haber en él, pero este no era el momento de ponerse con supersticiones. Luego de caminar por un rato, me encontré con una especie de campamento, similar al nuestro, aunque con unas construcciones que usaban algo como delgadas pieles en vez de hielo y nieve. Las personas que veía en él parecían usar las mismas extrañas ropas de la mujer, el hombre y la niña. Mientras planeaba


[265]

de qué manera acercarme, sentí los filos de unas lanzas apoyándose en mi espalda. Quienes las blandían no decían nada, solo me hacían avanzar con los leves toques de sus armas. Llegamos al campamento y todos me miraban como si fuera un tupilak. Luego de hablar entre ellos lo que sonaba como la extraña lengua de los Otros del glaciar, me despojaron de mis cosas, solo dejándome lo que tenía puesto. Después de esto, me ataron pies y manos y pusieron a dos personas armadas a vigilarme y a alternarse cada tanto. Logré mantener algo de energía con lo que ellos parecían considerar las sobras de su comida: ojos, corazón y carne cruda. En uno de mis momentos de duermevela, vi caminar a otro par de prisioneros. Se veían más similares a los nuestros, ella con su amauti y él con su anorak; sin embargo, no logré reconocer de lejos sus rostros ni su ropa. Cuando por fin estuvieron más cerca, apenas si pude ver sus tristes expresiones, casi imperceptibles en sus pieles que parecían plagadas con una maldición. Gritaron hacia mí unas palabras que se oían familiares y que sonaban como si me las gritaran directamente al oído; desesperado, traté de encontrarles algún sentido, pero no lo logré, por más que traté de hacerlo como si mi vida dependiera de ello. Sentí que me desvanecía. Cuando desperté, creí recordar que esta era mi


[266] tercera dormida: todo tipo de pensamientos rondaban mi cabeza y solo me preguntaba si me aguardaba un peor destino que a la pareja de prisioneros que había visto, fueran reales o no. En medio de esos desvaríos, el campamento abrió paso a varias personas. Entre ellas estaba uno al que todos daban un trato distinto, el cual supuse que era su líder; junto a él estaban el hombre, la mujer y la niña del glaciar. La pequeña me saludaba con la mano y se sonreía, inocente de todo lo que ocurría; mientras tanto, el hombre y la mujer hablaban con su líder. Los tres me señalaban y miraban constantemente. Luego de unos minutos, se acercaron a mí. Llegué a tener la vana ilusión de que era con la intención de liberarme, agradecidos por el caribú, el refugio y nuestro improvisado armisticio; para mi confusión, el líder sacó de su abrigo una roca dorada y me la enseñó mientras pronunciaba palabras indescifrables. Como no le entendía, comenzó a desesperarse hasta gritarme y su blanco rostro se puso rojo mientras lo hacía. No entendía qué pretendía con esta roca amarilla: cerca de nuestro campamento había montones de esta, pero era tan inútil como un mal viento que no sopla a favor de nadie… Al ver que su voz se gastaba en vano, el hombre y la mujer hablaron con él y señalaron hacia el lugar del que habíamos venido.


[267]

El líder pareció dar una orden y todos en el campamento empezaron a dispersarse. Una dormida más tarde, vi que todos parecían estar más activos que antes y tomaban cuanto se veía en el lugar, desde sus pertenencias hasta aquellas delgadas pieles que cubrían sus construcciones. Se reunieron alrededor de donde estaba y tras unas palabras de su líder ya nos encontrábamos marchando hacia el lugar que el hombre y la mujer habían apuntado, con el líder y conmigo a la cabeza, y los dos imbéciles de turno con sus lanzas pinchando mi espalda constantemente. Las ataduras y mi corto paso respecto a las zancadas de esta gente me hacían llevar un caminar pausado, lo que colmó la paciencia del líder al cabo de unos minutos. Él mismo me desató con un cuchillo que llevaba en su abrigo; supongo que no me consideraba ninguna amenaza ahora que no cargaba ni un arma conmigo. Sin embargo, con las pocas fuerzas que me quedaban, mantenía la esperanza de escapar y advertir a los nuestros acerca de estos Otros. Estuve mirando todo el entorno detalladamente para ver qué me podría servir para mi huida cuando noté que el glaciar y sus nieves se movían un poco más de lo habitual. Llegando casi a la abertura, sentí sobre mi cabeza una presencia distinta a la del glaciar. Era un búho nival que se posaba en la cima de una de las paredes bajas mien-


[268] tras me miraba con su característica aura de sabiduría. Solo pude sonreírme recordando de nuevo los augurios de nuestra gente. Unos pocos minutos más y por fin llegamos. Empezamos a entrar de uno en uno a causa de la estrechez de la abertura. El líder me detuvo un momento y alzó la voz mientras levantaba una mano; otra voz y otra mano levantada le respondieron desde atrás. Parecí ser el único en notar el tintineo y los movimientos sobre nosotros. Sabía que este era el momento... Llegamos a la parte más estrecha de la abertura y el líder me empujó de una patada como diciéndome que no me detuviera. Pasé con apenas un poco de dificultad, pero este mastodonte parecía estar atrancado: era ahora o nunca. Empecé a gritar y a golpear las paredes de hielo. El líder me respondía con sus gritos y golpeando también los muros helados que lo apresaban, con un gesto que en el fondo parecía pedir ayuda. Detrás de él, los rostros repletos de confusión de los Otros pronto se llenaron de pánico al alzar la vista y entender la situación. Las estalactitas de la abertura empezaban a caer a toda velocidad sobre ellos, pero yo las percibía como si se desprendieran e hicieran su viaje al suelo muy lentamente, sin entender muy bien el porqué. Luego comprendí todo: donde estaba, no estaba tan a salvo como creía y toneladas de hielo y nieve también empezaron a caer


[269]

@santiagopollo

lentamente sobre mí en unos segundos que duraron una eternidad. Luego de eso solo quedaba esperar... Veía impasible derrumbarse el glaciar. No vería ya en los cielos de noches oscuras las luces de todos los tonos que los nuestros decían eran los espíritus de nuestros antepasados. Aunque ya por lo menos sabría por mí mismo qué tan ciertas eran las leyendas y nuestra nunangat y nuestra gente estarían a salvo por ahora. Sonreí.


[270]

Abelardo Velásquez 29 años. Nací en Bogotá, crecí y amé en Medellín y ahora volví al lugar de nacimiento. Comunicador, Periodista, candidato a Magister en Gerencia para el Desarrollo y fugitivo. Escribo para encontrarme.


[271]

Manuel y fidel 1. Despertar. No podía seguir durmiendo. Afuera estaba pasando todo, el tiempo seguía moviendo el mundo real. Mientras tanto yo me entregaba a los sueños y no tomaba las decisiones conscientes que debía tomar. Qué agotador fue ese tiempo. El cuerpo pesaba tanto que era incapaz de ir al baño, comencé a orinar en los pocillos, botellas y latas que tenía en mi habitación y claro, el olor luego fue insoportable. Supongo que mi cuerpo también hedía, pero en medio del desorden y estando todo el tiempo conmigo mismo, nunca pude saber qué tan grave era. Lo que sí pude notar es que mi piel estaba acumulando capas de grasa. A veces tocaba mi cara y luego lamía mis dedos, nunca encontré un sabor particular en eso. Sueño: pasa con frecuencia que Manuel sueña con caídas. Sueña con cierta recurrencia que va en su bicicleta a toda velocidad bajando la calle 45 hasta la Avenida Caracas. Al frente ve el occidente de la ciudad y ve cómo el atardecer se aleja. Piensa: “debo perseguir el sol, subir a través del smog, saltar entre las nubes, cruzar la capa de ozono, encender motores y llegar hasta él. Arder, nadar en su fuego, abrazar las llamas o lo que sea que lo


[272] haga tan caliente y volver a casa para reposar, para enfriarme”. Justo cuando va llegando a toda velocidad a la Caracas, cruza el semáforo y en un parpadeo se encuentra frente a un inmenso abismo que le va robando la luz tan pronto va cayendo. Llega un momento en que deja de ver y solo siente alaridos de otros seres mientras desciende quién sabe a dónde. Cuando sueña esto, despierta asustado y sobre su cama, con la ligera sospecha de que ha llegado al fondo. Durante el día hacía un calor que no era normal y me daban ganas de rasgar mi garganta y asomarla por la ventana para que entrara en ella algo de aire. A veces, cuando despertaba un poquito feliz, ponía música a todo volumen. Sonaba cualquiera y cualquier cosa bailaba. Cerraba las cortinas de la ventana y saltaba sobre el colchón. También me he permitido la felicidad. –Chao mamá. –¿Qué? –Que me voy. –¿Para siempre? –No no. Salgo a la calle un rato y luego vuelvo. –¿Y eso? –Tengo que volver a salir, ¿no? –Sí, eso me alegra. Ahora nos vemos. Chao. Cuando abrí la puerta de mi casa, sentí un miedo extremo hacia lo que venía. Sentí


[273]

un ruido agudo en mis oídos, me restregué los ojos fuertemente. Luego vinieron todos los colores de la tienda que hay al frente de donde vivo. Los afiches de las gaseosas y las salchichas y las arepas y la cerveza. Los anuncios parecían hablarme y meterse muy adentro entre mis pupilas. HolaCómprameHolaCómprameHolaCómprameHolaCómprameHolaCómprameHolaCómprameHolaCómprame. PUNTO. Me puse mis gafas de sol, tapé mis orejas con los audífonos, salí. 2. Hola, soy Manuel. 24 años. Terminando ingeniería civil. Soltero. No tengo hijos –no quiero tenerlos–. De Bogotá. Me gusta toda la música. Me gusta el aguardiente. Me gusta la chicha. No me gustan las drogas. No me gustan los fríjoles. No me gusta trasnochar. Vivo con mi mamá, se llama Nora. Antes tuve un perro, pero un día se voló y no volvió. Nadie sabe por qué tuve un perro, me decían que yo era más de gatos. Quiero terminar la carrera e irme a vivir a una finca. Quiero que mi mamá se consiga un novio y deje de pensar en su trabajo. Quiero una chaqueta de jean, la que tengo está muy vieja. No creo en dios. No creo en las ONG. No creo en las noticias. Sí creo en la gente – en exceso, mucho, demasiado–. Sí creo en las series y novelas. Sí creo en los extraterrestres.


[274] Le tengo miedo a estar afuera, por eso duermo tanto. Un día estaba con un par de amigos en una tienda, comiendo empanadas y tomando cerveza, de repente sentí como si un agujero se hubiera abierto en mi pecho y toda mi felicidad hubiera sido absorbida por él. Ese día me fui a casa y dormí 15 horas seguidas, me desperté y comencé a llorar, fue la primera vez que soñé con el abismo. Todo comenzó a parecerme terrible y victimicé todas mis relaciones sociales, al punto de dañar mi teléfono, lanzar mi portátil por la ventana de la habitación y prohibirle a mamá que me hablara. Escribí las primeras semanas, pero lo dejé. No estoy enamorado, nunca he estado enamorado. Mi papá se fue de la casa cuando yo tenía cuatro años y mi mamá lloró mucho. Mis primeros recuerdos son de ella sentada al lado del teléfono con una taza de tinto, esperando que llamara alguien. Esa situación me hizo crecer con cierto desencanto por el amor romántico. Sin embargo, no puedo negar que siento mucho cariño por mis mejores amigos, que me gusta el sexo y que me pone triste ver a mamá llorando. Un test vocacional señaló que debía estudiar ingeniería civil y por eso hago esta carrera. Me gusta, no puedo decir lo contrario. ¿Que me haga feliz? No lo sé, ahora nada me alegra y justo por eso decidí dejar el encierro y salir a buscar.


[275]

3. Me llamo Fidel. Los domingos, Bogotá es una ciudad que abandona sus vicios y se dedica a descansar. Las familias salen en uno de sus carros y hacen fila en el parqueadero del Parque Simón Bolívar o cambian el corrientazo del trabajo por un restaurante saliendo de Bogotá o dejan de ver series en casa y van a cine a comer crispetas dulces–saladas. Era domingo. Me fui caminando por toda la 13 hacia el norte. Curiosos son otros paisajes, los de la gente cansada yendo a casa después de fiestas interminables donde todos se equivocan. Para ellos un tintico del vendedor ambulante, gafas como las mías para disimular las miradas perdidas y un taxi lo más pronto, antes de caer en un hueco parecido o incluso más grande que el abismo con el que yo sueño. Apenas estaba volviendo a todo, seguía sintiéndome extraño, pero también me sentía inmenso, cada paso era una manifestación de vida hacia esta ciudad. Me sentía importante luciendo mi sudadera negra, la barba de tres meses y un olor a mierda terrible. Llegué al Parque El Virrey. Fue lindo, una banda de hippies tocaba música que entretenía a las familias. Los vi un rato y luego me senté en el prado a ver los perros jugar. Pensamiento: perrito de mi corazón, único


[276] y para toda la vida, ¿sigues vivo? ¿Todavía estás en esta ciudad? ¡Manifiéstate! Ladra si estás aquí, pero ladra duro, hay muchos animales, hay muchas voces, hay mucho ruido. Oigo perros comiendo paletas y no eres tú. Ladra más duro porque la trompeta de la banda que distrae a la gente no me deja escucharte. Súbele más, los muertos que bajan por el caño siguen llorando, ¿sí estás aquí? Perrito a través de su pensamiento: no estoy aquí Manuel, acuérdese que me volé. Seamos sinceros, era su mamá la que me daba la comida y la que me sacaba a cagar al parque. Usted ni siquiera se acordaba de mí. Por eso me volé ese día que me sacó, porque en resumidas cuentas, usted fue un malparido conmigo. Me llevó a su casa para lamerle ese olor a tedio y la verdad, mi vida sí es muy cortica para dedicarme solo a eso. Ese día que me volé, corrí hasta el Parkway, jugué un rato con otros perros y hubo gente que dijo cosas como: “Ay, tan lindo el perrito, ¿de quién será?” o “Perrito, perrito, ven, ¿cómo te llamas?”. Ni siquiera me puso usted un puto nombre, ¿sí ve? Un malparido. Luego bajé por el Parkway hasta la Universidad Nacional y ahí me encontré unos borrachos y los borrachos me agarraron del collar y me jalaron hasta su casa. A los dos meses nos fuimos a vivir a Cali y no se imagina lo bueno que la he pasado, todavía vivo con ellos. Soy feliz y estoy gordo,


[277]

me sacan a cagar tres veces al día, los sábados me dan caldo de pollo y pechuga desmenuzada –¡DESMENUZADA!–. Cuando se van de vacaciones, me mandan a un hotel para perros y tiro de lo lindo con una criollita que siempre me espera. Lo más importante, me pusieron nombre: me llamo Fidel. 4. ¡Mierda! Sueño: Manuel está dentro de una jaula. Al frente hay una puerta y después de la puerta, unas escaleras. Escucha pasos. Es su mamá, tiene un vestido de cuero rojo y una cola de caballo que le estira la cara. Lleva un collar y el collar lo sujeta Fidel. –Hola malparido, ¿sed? –Un poquito, ¿hay agua? –No. –No Manuel –dice su mamá–. –¿Cuándo me van a sacar? –¿Se va a portar bien, malparido? –Me voy a portar más que bien. –¿De verdad, mi amor? –dice su mamá. –De verdad mamita. Fidel abrió la jaula y le dijo a Manuel que subiera las escaleras. Hizo caso y las escaló tan rápido como pudo. Desperté de nuevo en mi cama, en mi casa. Era media noche. Mamá estaba viendo televisión. Fui al baño, me bañé muy bien, me quité todos los pelos y salí otra vez. Fui


[278] a la terminal de transportes, no había mucha gente esperando para viajar. Mamá no me iba a extrañar. A mi llegada a Cali, busqué un hostal y ofrecí trabajarles gratis si me daban posada. Fui a varias veterinarias preguntando por Fidel. Conocí a varios con ese nombre, pero ninguno era el que buscaba. Pasaron meses. Alan era el dueño del hostal, lo conocí después de mucho tiempo, cuando llegó de un viaje largo que había hecho a Santa Marta, donde había abierto una sede de su hostal. –¿Manuel? –Fidel ¡Fidel! –¿Qué hace aquí? ¿Cómo me encontró? – dijo el perro sin mucho ánimo. –Soñé con usted y vine. –¿Se conocen? –dijo el dueño del hostal. –¡Sí! –dije yo, estaba tan feliz, tuve ganas de llorar. –Sí –dijo el Fidel, a secas. –Te vas a venir conmigo, ¿cierto? –¿Qué? Claro que no. Malparido. 5. Raíces. No terminé Ingeniería Civil. Mamá se levantó al señor de la tienda. Adopté un gato, le puse Fidel Segundo y me fui a vivir a una finquita en La Unión. Vendo vino artesanal y ya no sueño con abismos. Esta es la vida que merecía encontrar.


Isabel Cobo Cali, Colombia. 1995. Licenciada en Literatura de la Universidad del Valle y estudiante de IV semestre de MaestrĂ­a en Historia del Arte en la Universidad de Antioquia. Autora de El reflejo inevitable (2017), Fallidos Editores.


[280]

El Punctum en el arte de la violencia en Colombia La historia social y política de Colombia se ha visto impregnada de sangre desde sus albores como nación: alcanzar la independencia significó un proceso de emancipación crudamente violento, sin embargo, el derramamiento más mordaz vendría poco más de un siglo después, cuando el bipartidismo engendraría un odio tan profundo como ilógico entre compatriotas, dando como resultado las torturas y las violaciones a los derechos humanos más infrahumanas. Esta no fue la única etapa de nuestra historia en que viviríamos una constante zozobra por ser nuestro vecino y nuestro hermano el mismo enemigo, la pugna y la incertidumbre de no saber quién es Caín y quién es Abel se extendería a lo largo de todo el siglo XX; es durante las décadas finales del mismo que el enfrentamiento entre las guerrillas, las fuerzas militares y la población civil desataría el horror más exacerbado, el trauma como país que significaron los desplazamientos forzosos, las violaciones, los secuestros y los falsos positivos. En este contexto, el artista actúa como testigo directo de una guerra que no quisiera estar viviendo ni observando, pero su misión lo


[281]

impele a acercarse al horror, a la decadencia y a la devastación para dejar constancia de una realidad a no repetir, y ejercer su conciencia social mediante la obra como la súplica de detener el horror. De esta manera, el artista visual logra configurar un discurso mudo pero potente, pues a través de imágenes, representaciones, alegorías y propuestas vivenciales o relacionales instala una incomodidad y un cuestionamiento en la percepción y la mente del observador; el artista no ha dicho nada, tal vez sólo ha pronunciado el título de su obra, el poder de las imágenes, ya sean figurativas o simbólicas, es efectivo en su propósito de denuncia. El artista colombiano, como testigo y narrador de esta guerra encuentra múltiples mecanismos para dejar una huella que habla por sí misma, un significante que al ponerse en funcionamiento ante el espectador produce una serie de sensaciones y recuerdos de memoria histórica, activa el significado de una vivencia desoladora, pues no es necesario ser una víctima directa para comprender el daño y las rupturas que la violencia ha sembrado en Colombia. Este significante, sobre todo, activa el rechazo, no hacia la obra o hacia el artista sino hacia la realidad que estos evocan. En el contexto de la violencia colombiana han surgido obras de diferentes artistas contemporáneos que ejercen su labor en


[282] el sentido anteriormente mencionado del testigo/narrador; para los fines de este breve estudio abordaré cinco de ellos relacionados bajo tres temáticas particulares: Conflicto armado, niñez/escuela y cuerpo/territorio. El testigo es el nombre que comparten tanto la exposición como el documental dedicados a la obra de Jesús Abad Colorado en el año 2018, este fotógrafo antioqueño lleva décadas asumiendo la tarea de internarse en los territorios colombianos más duramente azotados por la guerra, con el único objetivo de captar en el momento justo todo el drama de un país. Tal vez su fotografía más icónica sea “La casa de Angie” (2002), en palabras del autor esta obra surgió en el momento en que retrataba el impacto de bala en aquella ventana como consecuencia de un encuentro sicarial, fue entonces cuando Angie, la protagonista casual, observa con curiosidad al fotógrafo e intuitivamente se acerca al agujero de la ventana guiñando un ojo, como quien dispara con la mirada. Cuenta Abad que posteriormente se acercaría el hermano de la niña siguiendo el juego de esta, y finalmente el padre también haría aparición con cierta desconfianza hacia el intruso. El interés que genera esta fotografía se basa en lo fortuito de su captura, así como en el mensaje o discurso que –sin palabrasenvía al espectador; este tiene que ver con


[283]

la inocencia de la mirada infantil de aquella niña que no pidió hacer parte de esta guerra, que tal vez se ha acostumbrado a escuchar y presenciar cruces de balas, esa niña cuya vida es cada día un milagro en medio del infierno que se cuece afuera y ahora se instala en la frontera entre su intimidad y el exterior: en esta ocasión se ha vulnerado el escudo de ladrillo y vidrio que la protege del mal, ha sentido el miedo mucho más cerca, pero pasado el enfrentamiento juega a acercarse al lugar donde momentos antes pudo haber perdido la vida si tan solo estuviese observando con la curiosidad que queda documentada en una de las fotografías más emblemáticas de este horror. Abad captura el momento justo para denunciar la afrenta a la inocencia que es esta guerra insensata, la mirada expectante de Angie pudo haber sido para siempre acallada sin ninguna otra razón que la de haber nacido en un país, una ciudad y una comuna en que los adultos se odian y se asesinan entre sí mismos. La mirada de Angie pide vivir. La composición de la fotografía la presenta cual prisionera de una realidad: la que vivieron todos los colombianos directa o indirectamente en las décadas más inhumanas de su historia. La inocencia vuelve a presentarse de manera aún más desoladora en la fotografía que Abad


[284] realiza en San Carlos - Antioquia cinco años antes de La casa de Angie. Momentos previos a la toma, el autor deambula por la morgue cuando en una de las salas halla a un niño de cerca de 11 años, quien con un gesto de resignación y fortaleza viste el cadáver de uno de sus vecinos, quien ha fallecido en uno de los enfrentamientos que el pequeño parece estar ya acostumbrado a atestiguar. Si bien, a primera vista se puede asociar la escena con el posible padre del niño, no hace falta que este detalle sea verídico para comprender el mensaje silencioso que Abad expone: esta no es la realidad que un niño debería vivir, este pequeño debe estar jugando y aprendiendo, no siendo testigo y parte del horror diario que le tocó en suerte. La casualidad sitúa de nuevo a Abad en el momento preciso en que en medio del cubrimiento de una masacre en Granada – Antioquia en el año 2000, una pareja decide contraer matrimonio aún con la devastación a sus espaldas. Son tres los elementos que componen el discurso de esta imagen: una patrulla de la cruz roja atiende a los sobrevivientes de la escena, un cartel a las puertas de la iglesia que reza “La guerra la perdemos todos, ayudemos todos a construir un proceso de paz”, y la inmensa cola del vestido de la novia que despreocupadamente rompe el espacio entre ambos elementos. La parte


[285]

inferior de la fotografía delata la sombra de la muchedumbre que temerosa se ha reunido ante la escena de la masacre, misma de la que con sólo ver su silueta se intuye el gesto de incredulidad y desprecio hacia la novia. Si las fotografías anteriormente nombradas llaman la atención por la carga de casualidad y horror que contienen, esta lo hace por el aparejamiento justo de los tres elementos mencionados: una tragedia, una súplica y una nueva esperanza en medio de ello, como quien debe inventarse una realidad alterna para seguir con sus sueños y proyectos a pesar del peligro y el dolor del exterior. Puede observarse esta imagen desde dos perspectivas: la del egoísmo de quien vela sólo por su felicidad en medio del trágico presente de su comunidad; o la de esa pareja que, consciente de la amenaza diaria que es vivir en medio del conflicto, decide apostar por la esperanza de lo que sólo se construye con amor y no con balas. En el mismo año Abad captura la amplia sonrisa de un niño de no más de 14 años quien presumiblemente ha sido reclutado por la guerrilla en la Serranía de San Lucas – Bolivar en el año 2000. En esta obra juega de nuevo la irónica mezcla de elementos presente en las anteriormente mencionadas, esta vez se trata de la combinación entre la gran sonrisa del joven y la pesada carga que lleva a sus


[286] cortos años: el uniforme y las municiones para asesinar. Esta indumentaria rompe con la imagen de su alegría, pero sobretodo con la de su cuerpo frágil y aún infantil, es demasiado para su edad no sólo el cargamento físico sino el psicológico, emocional y ético que su realidad le impone. Son, en definitiva, dos piezas que no encajan, pues -al igual que la mirada de Angie- la sonrisa de este niño debería estar puesta en otro lugar, no en aquel que sólo le proporciona la incertidumbre de vivir un día más. Las fotografías de Abad trasladan la violencia desde el plano de lo ajeno a lo propio, al encontrarse frente a ellas el espectador se sabe parte de un horror que nos ha sucedido a todos como colombianos, comprendemos pues que tal como lo dicta la frase fuera de la iglesia “la guerra la perdemos todos”. Abad nos invita a empatizar con aquellos niños que bien pudiésemos habido ser, bien pudiésemos haber perdido la inocencia y la paz como esta realidad se lo impuso a ellos. Apunta Fernández sobre el trabajo de Abad: Sus fotografías producen en nosotros un impacto emocional, un cuestionamiento de experiencias, de ideas y de posturas éticas, quizá similares a las que vivía una persona en la Edad Media o en nuestro mundo colonial cuando ingresaba al templo y se enfrentaba cara a cara con la divinidad a través de


[287]

los frescos y de los retablos de los altares: la realidad real (Fernández, 2018). De igual manera actúa la obra de Juan Manuel Echavarría, quien en su serie fotográfica “Los tableros del olvido” logra que el silencio de la deshabitada región de los Montes de María recobre su voz y cuente su historia mediante los vestigios del desplazamiento forzado. Es así como el autor decide recorrer un pueblo fantasma y enfocar su atención en las escuelas desoladas de esta población, “las escuelas muertas son la victoria de una guerra de gente que ha decidido no aprender a leer”. En estas fotografías Echavarría muestra lo que queda de lo que en otrora fuese un lugar para la esperanza y el futuro, el lugar donde se instruía a los más pequeños y hoy es sólo las ruinas de la fe que se había puesto en ellos como una la ilusión: que la educación sería lo único que podría transformar la realidad. En la obra de Echavarría son la maleza y el ganado quienes asisten a clases, los tableros siguen en pie esperando a los niños que ya nunca han de llegar, los niños que una vez se asombraron ante el saber y ahora es incierto su paradero y su supervivencia. Echavarría nos confronta ante el paradigma de la educación como la mayor arma de un pueblo que sucumbió ante el odio, un pueblo donde ganó la ignorancia de quienes lo desalojaron. Bien dice Susan Sontag en Ante el dolor de


[288] los demás (2003), que “las fotografías son un medio que dota de realidad (o de mayor realidad) a asuntos que los privilegiados o los meramente indemnes acaso prefieren ignorar” (Sontag, 2018, p.14). Es este el efecto preciso que provoca Echavarría en el observador, nos hace conscientes de esa realidad, la saca del plano de lo ajeno para mostrar lo que sucedió no sólo a los Montes de María, sino lo que nos sucedió a todos como nación; nos hace conscientes de la realidad real a la que alude Fernández y que expone Abad. Por su parte Roland Barthes, en su ensayo La cámara lúcida (1980), distingue entre el punctum y el studium de la fotografía, siendo el último aquel aspecto de la misma que nos provoca un gusto, atracción y aprobación, sin embargo no nos conmueve en el plano personal, el studium puede generar una reacción en cualquier observador, pues evoca un discurso universalmente conocido, en palabras del autor puede “a veces emocionarme, pero con una emoción impulsada racionalmente, por una cultura moral y política (…) la mayoría tan solo provocan un interés general (…) me complacen o no, pero no me marcan” (Barthes, 1990, p.66). Por su parte, el punctum de una fotografía hace referencia “ese azar que en ella me despunta (…) surge de la escena como una flecha que viene a clavarse”, el punctum “puede llenar toda la


[289]

foto (...) aunque muy a menudo sólo es un detalle” (Barthes, 1990, p.65). Siguiendo a Barthes, se trata entonces de un elemento o un conjunto de los mismos que interroga directamente al espectador, dotando a la obra de un significado hondamente íntimo, incluso innombrable pero potente en su efecto. En este sentido, las fotografías de Abad y Echavarría funcionan en ambas vías, su Studium es el carácter general de denuncia que provoca simpatía como sujeto a cualquier espectador de cualquier nacionalidad o en cualquier contexto; genera un interés vago, como el que, como colombianos, por ejemplo, sentimos ante las imágenes de la guerra de Irak. Sin embargo, el Punctum sólo se devela ante un observador que ha vivido directa o indirectamente la guerra colombiana; es ese detalle que bien puede ser la fisura en los tableros o la sonrisa de los niños el que provoca una empatía y una entrega mucho mayor ante la obra, es aquello que logra reflejar nuestra historia y hacernos sentir identificados en una imagen, provocando una “fuerza de expansión” (Barthes, 1990, p.90) en nuestra experiencia ante la obra y nuestra relación personal con la misma. Se trata pues de un elemento sumamente elocuente, que capta nuestra atención y nos obliga a observarlo en detalle mientras afloran cientos de sensaciones, recuerdos y pensamientos en


[290] nuestra conciencia; nos abstrae a la vez que logra reducir la distancia de quien sólo percibe el Studium, nos aproxima a la realidad que retrata. De igual manera, Miguel Ángel Rojas presenta su David, obra en la que el artista propone un diálogo intertextual entre la icónica escultura de su homónimo renacentista y la realidad colombiana de finales de siglo XX e inicios del XXI. En esta obra se presenta la referencia directa del cuerpo idealizado del siglo XVI, frente a la ruptura y la vulneración del modelo colombiano: se trata de un David que esta vez fracasó ante el violento Goliat que ha fragmentado su cuerpo, las minas antipersona en los campos colombianos. La imagen es contundente e irónica: el espectador se enfrenta sin posibilidad de escape a lo que la mayoría de las veces le es ajeno -el drama de las víctimas de la violencia-, pero también a esa clara alusión a la belleza, a lo estético, a esa vieja discusión de lo que es o puede ser hermoso en el arte. Está la dualidad de un hombre desnudo y los horribles rezagos de la guerra. La vanidad y lo incomprensible (Garzón, 2005). Es así como Rojas logra presentar el arte no sólo como mediador entre la belleza y el hombre -pues queda claro que, a pesar de su historia y su condición, el joven soldado


[291]

guarda el encanto de los ideales griegos -sino también, y de manera más categórica, el arte como ventana a una realidad que todos conocemos, pero poco vemos de frente, pocos experimentamos sus secuelas. La obra de Rojas nos empatiza, cual si se tratase de un reflejo de nuestro propio cuerpo, pues si bien no todos hemos sufrido tal mutilación, nuestro pueblo sí: el David de Rojas es el reflejo de nuestra imagen como nación, reflejo que no podemos eludir al ver la realidad de quienes han sido violentados en su ser por una guerra cada vez más ilógica. Si el cuerpo de un ser humano es su territorio, su propiedad, su dominio, al vernos reflejados de esta manera comprendemos que es el territorio de nuestra patria, sus campos, su memoria, su biodiversidad, sus ciudades los que han sido igualmente mutilados. Por otra parte, Colombia cuenta con artistas visuales por fuera de la fotografía que han logrado denunciar la realidad mediante discursos simbólicos en sus diferentes prácticas. Una de las más reconocidas en este sentido es Doris Salcedo, quien en sus instalaciones “Plegaria muda” y “La túnica del huérfano” expone de una manera particular su visión de la guerra colombiana y sus consecuencias. Su trabajo se basa en una labor de campo previa, en la que la artista investiga, cuestiona y analiza diversos testimonios de las víctimas


[292] de este conflicto; en uno de estos encuentros Salcedo dialoga con una niña de seis años en la frontera con Panamá, quien siempre porta la misma túnica blanca, al ser indagada sobre el significado de la misma la niña explica que es el último regalo que le hizo su madre antes de ser asesinada, y es lo que llevaba puesto el día de su tragedia familiar. A partir de esta historia, Salcedo configura una obra densa en su contenido y significado, se trata de dos mesas mutiladas, una más pequeña que la otra, las cuales se unen sólo mediante el tejido de miles de cabellos humanos. El significado de esta obra remite a la dualidad que divide la infancia de la protagonista: su vida anterior, el recuerdo de su familia como la parte robusta de la mesa; y su vida actual, la mesa más pequeña -forrada en la gasa que recuerda a la túnica- que necesita de la otra para mantenerse en pie. Ambas partes son unidas por los cabellos que simbolizan no sólo la fragilidad, sino también la fuerza que debe buscar la huérfana para concebir su vida después de la tragedia sin soltar ni olvidar su pasado; así mismo simboliza su humanidad misma, es decir, el cuerpo (o el territorio) de un ser vivo que debe hacer uso de lo que ha quedado más vulnerable de sí mismo para hacer frente a la situación más cruda que puede sucederle a su inocencia. La unión de las mesas simboliza la ruptura que


[293]

se ha ocasionado en la vida de esta pequeña, aquella cicatriz indeleble con la que deberá convivir el resto de sus vidas; misma cicatriz que ha quedado marcada en la memoria de todos los colombianos; en cierta medida esta obra dialoga con la idea de herida ya plasmada por la artista en su obra Shibboleth. El resultado final de La túnica del huérfano es un símbolo de resistencia. La obra de Salcedo transmite el sentido del cuerpo faltante, ausente, y evoca una sensación colectiva de la pérdida en lugar de crear representaciones literales de los efectos de la guerra. Sus trabajos tienen que ver con dualidades -fuerza y fragilidad, lo efímero y lo duradero- y evocan nociones de curación y reparación a través del proceso cuidadoso y laborioso de su factura (Revista Artishock, 2015). Plegaria muda, por su parte, expone una visión similar a la retratada por Abad y Echavarría, se trata de una instalación compuesta por mesas escolares dispuestas una sobre la otra a manera de ataúdes, de los cuales brota una tímida maleza. En esta obra vuelve a jugar la idea de las escuelas muertas como símbolo de lo que hemos perdido en esta guerra, de las vidas inocentes que sólo deseaban aprender y buscar un futuro mejor para sus comunidades, esas voces infantiles acalladas para siempre que ya no recitan


[294] rondas ni tablas de multiplicar. Esta obra, al igual que Los tableros del olvido, impacta por la carga ausente que denota, en las fotografías de Echavarría y la instalación de Salcedo se percibe una pieza faltante, un cuerpo que debería estar presente para dotar de sentido la escena, los objetos y los lugares; es esa ausencia la que “punza” o remite al Punctum que Barthes percibe en la fotografía, crea una incomodidad, un silencio, una zozobra que detona en el sentido de la denuncia. Por último, contamos con la obra “Aliento” de Oscar Muñoz, en la cual el artista propone una experiencia sensorial cercana a la estética relacional que refiere Bourriaud, pues esta obra sólo se completa en contacto con el espectador, es este quien la dota de significado y la hace aparecer ante sus propios ojos. Se trata pues, de una serie de espejos ovalados que en un inicio sólo reflejan la imagen del espectador, este, lleno de curiosidad se acerca cada vez más tratando de comprender el sentido de la obra, es así como en determinado momento nota que su respiración produce un cambio en el centro de la misma, se trata de una lámina que sólo se revela al contacto con el aliento del observador: la fotografía de uno de los miles de desaparecidos en Colombia debido al conflicto armado. Esta obra actúa en doble vía, por un lado, hace evidente la idea del olvido, de la desapa-


[295]

rición, de la eliminación de una huella, de una vida que sólo se recobra momentáneamente gracias al aliento de los vivos, gracias a sus acciones, su voz, y su lucha que no permiten olvidar para siempre lo sucedido. Por otro lado, el espectador comprende el significado de esa imagen sobre su propio reflejo: pudo haberle sucedido a él o ella, todos somos víctimas potenciales en esta historia, todos somos los desaparecidos, todos somos los muertos, “la guerra la perdemos todos”. En este sentido la obra crea una empatía entre el espectador y el protagonista de cada espejo, abstrae su historia del plano de lo ajeno al propio, crea vínculos y permite vernos como iguales, como colombianos, como la misma parte de una historia, como el mismo cuerpo fisurado que se nos refleja en la obra de Rojas, como el mismo territorio (cuerpo) abducido, mutilado y violentado, que ahora recobra su aliento, su voz y su presencia mediante el arte y las fibras que sólo este puede tocar en un país acostumbrado a la indolencia y al olvido.


[296]

Referencias Fernández, Carlos Arturo (2018). Geografías de dolor y resistencia, de Jesús Abad Colorado. En Periódico Vivir en el Poblado. Recuperado de: https://www.vivirenelpoblado.com/geografias-de-dolor-y-resistencia-de-jesus-abad-colorado/ Sontag, Susan (2018). Ante el dolor de los demás. Penguin Random House: Bogotá. El museo de arte contemporáneo de Chicago acoge una retrospectiva de Doris Salcedo. (2015) En Revista Artishock. Recuperado de: http://artishockrevista.com/2015/02/19/ museo-arte-contemporaneo-chicago-acoge-una-retrospectiva-doris-salcedo/ Garzón, Diego. (2005). El David de Miguel Ángel… Rojas. En Revista Semana. Recuperado de: https://www.semana.com/ cultura/articulo/el-david-miguel-angel-rojas/71699-3 Barthes, Roland (1990). La cámara lúcida. Editorial Paidós: Buenos Aires.




Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.