REVISTA DE LITETATURA 3ยบESO NS LES CORTS
CARPE DIEM
LA BUHARDILLA La DESCRIPCIร N OBJETIVA Y SUBJETIVA MARZO de 2012
ÍNDICE 1. Con Oriol de Albert Vallespinós Torner 2. Un final feliz de Yonay Arroyo 3. Me aburro de Anna Andreu y Marina Albacar 4. Sábado en casa de papá de Anna Andréu y Mariona Sasso 5. El pequeño zulo de Ignasi Puch y Daniel Giró
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6. Sofía de Marta Clavero y Marta Isern
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7. Pánico de Nadia Vera
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8. En el sótano de mi casa de Paula Arias 9. ¡Maldita corriente! de Goretti Barberà y Andrea Sugrañes
10 y 11 11,12 y 13
10. Atrapado en el sótano de Jorge Celi
13 y 14
11. Encerrado de Pol Roca
14 y 15
12. Lágrimas desesperadas de Sara Avanti y Andrea Arévalo
15, 16 y 17
13. Terrible pesadilla de Yulisa Pérez y Paulina Lavanda
17 y 18
14. Encerrado en el sótano de Guillem Munté e Ignacio Arteche
19 y 20
15. Hace mucho que no te lo decía de Laura Masip y Claudia MENA
21 y 22
16. La posibilidad de la locura Òscar Almagro y Albert Ojeda
23 y 24
17. Terror oscuro de Sharon Stoll y Mar Serrallonga
25 y 26
18. La soledad del verano de Javier Ibar
26 y 27
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CON ORIOL Estaba con Oriol en el sudoeste del mapa Supermarket. Mi equipo iba perdiendo por mil puntos, pero creíamos en la remontada. Los dos llevábamos armas de poco alcance y poco pesadas para poder correr más. Giramos la esquina cuando de pronto vimos a un enemigo que, sin darnos cuenta, cogió a Oriol por el cuello. Él llevaba una vestimenta de camuflaje. Casi no se le veía. Llevaba un gorro que le tapaba la cara y sólo se le veían los ojos rojos como el fuego. Inmediatamente cogió un cuchillo y se lo clavó a Oriol, que perdió la poca vida que le quedaba y fue eliminado. Yo estaba desesperado y empecé a disparar, pero lo perdí de vista. Entonces se acabó la partida. Perdimos por muy poco, pero fue una derrota difícil de asumir, me despedí de Oriol y apagué la Play. A la mañana siguiente me encontré con Oriol en el instituto. Allí comentamos las partidas que hicimos y me contó que el tipo que le acuchilló le dio un tremendo susto ya que no se lo esperaba. Al salir del instituto a las cinco y media continuamos con nuestra rutina y Oriol me acompañó al supermercado a comprar la merienda. De repente, al entrar al supermercado, un hombre cogió a Oriol y me tiro al suelo. Yo, entumecido al caer por el golpe, me giré y vi a un hombre que tenía agarrado a Oriol. Iba vestido todo de negro. Con gorro que le tapaba la cara y guantes. Todo el mundo estaba observando. Dos adolescentes que hablaban a gritos, se callaron. Un niño pequeño que estaba riendo empezó a llorar por el miedo que transmitía el hombre. Entonces sacó un cuchillo del bolsillo y dijo estas mismas palabras: ‘Si no queréis que le haga daño a este chico, dadme el dinero de la caja fuerte’ Albert Vallespinós Forner 3r ESO A
UN FINAL FELIZ Entre ceja y ceja observo la plena luz del sol que se adentra por las ranuras de los porticones. Me encuentro sola en una de mis antiguas aulas, con las ventanas abiertas de par en par, con el sudor que me recorre todo el cuerpo y con el deseo de encontrar pasados recuerdos de anteriores estudiantes de aquella universidad. Siento un escalofrió en el interior del cuerpo que no consigo frenar. Al haber entrado en aquella aula mi hedor no se desprendió como anteriormente, con mi enfermedad claustrofóbica me costaba un gran trabajo respirar. Pero con toda la rapidez posible recojo cuadernos que cubren el suelo de la clase sin dejarme desplazar. Con la puerta abierta, la fuerte brisa recorre su interior. Escucho los fluorescentes como si les diese pereza de 2
despertarse, observo serenamente aquel paisaje reluciente que se refleja en aquellos pequeños ojos verdes que parecen hierba. En un pequeño estanque se dibuja la silueta de una adolescente de veinte años con una familia a la que tengo que cuidar con un gran cariño, con una hija de trece meses y un marido entusiasmado por mi inteligencia. Desde mi interior escucho los chirridos escalofriantes de aquellas antiguas bisagras que cuelgan de las puertas. Durante unos instantes observo un viejo cuadro en el que recuerdo aquellos tiempos pasados con mis compañeros. En unos instantes pienso que lo mejor es salir de allí, si no quiero recordar la vida de los anteriores difuntos. Una fuerte brisa golpea intensamente la puerta dejando caer la maneta. Comienzo a recordar la antigua tragedia que ocurrió en aquella Universidad de estudiantes de Náutica. Mis ojos se desvelaban cada vez más imaginando las cosas de otra manera. Las paredes grises como el polvo se desplazaban de un lado al otro aumentando el grado de mi enfermedad. El día oscurece dejándome a ciegas. Con un gran chispazo los fluorescentes se apagan al momento. La luz de la luna no me ilumina lo suficiente para poder escapar. En aquellos momentos empiezo a recordar aquella trágica anécdota que ocurrió dos días antes de las vacaciones de Navidad. Nos dirigíamos al comedor, cuando de repente un irritable y repetitivo sonido sonaba sin parar. Los alumnos incluyéndome a mi seguíamos sin pensar. Al entrar vimos como las llamas cubrían todo su inmobiliario. No sabíamos cómo reaccionar a aquella tragedia y nos quedamos reflexionando. El incendio cada vez iba a más hasta que nos rodeaba sin dejar escapatoria. Varios compañeros intentaron huir entre las llamas cosa que les resultó bastante difícil y acabaron perdiendo la vida, en cambio con otros he vuelto a tener varias relaciones. Ahora el problema es cómo salir de esta habitación. Intento de pensar alguna solución para conseguir huir, cosa que me resulta muy difícil. Entre los pupitres encuentro una palanca de metal con la que puedo intentar de abrirla. Con todos mis esfuerzos intento hacer la máxima presión posible contra la cerradura, de manera que si tengo la fuerza necesaria puedo conseguir revolotearla por los aires. Por fin lo consigo y logro salir de aquella encarcelada habitación, que nunca vuelvo a pisar durante muchos años.
Yonay Arroyo Valverde 3º ESO C
ME ABURRO Como siempre, me aburro en casa y mis padres están con unos amigos en el salón del primer piso, no me hacen ni caso. Decido curiosear por mi casa, y subo al tercer piso, donde está la buhardilla. Abro la puerta. Veo una habitación grande, con una pequeña ventana que apenas deja pasar un rayo de luz. Hay muebles por toda la habitación, sin ningún orden aparente. Todos están cubiertos por sábanas, ya viejas que en su momento 3
fueron blancas, ahora grisáceas, a causa del polvo. Las paredes no tienen un color definido, pero podríamos decir que están entre un color crema y un blanco roto, oscuras, por la falta de luz. Lo único que ilumina la estancia, aparte de la pequeña ventana, es una bombilla que cuelga del techo, en el centro de la habitación. Entro, a paso lento, con ganas de rememorar viejos recuerdos. Noto un fuerte olor a cerrado, bastante desagradable, y me dirijo a abrir la ventana. Como no llego, cojo una silla, la que veo más capaz de aguantar mi peso. La ventana no opone resistencia y se abre apenas sin esfuerzo alguno. Entra un fuerte corriente de aire, que me obliga a cerrar los ojos. Creo que me ha entrado algo en el ojo, quiero ir al baño a comprobarlo. Al girarme, la puerta se cierra haciendo mucho ruido. Reacciono rápidamente, corro hacia la puerta cojo el pomo e intento girarlo, pero está inmóvil, parece de piedra. Grito, grito con todas mis fuerzas, pero parece que nadie me oye. Estoy encerrada aquí y nadie puede sacarme. El silencio me asfixia, me cuesta respirar, pero me distraigo un segundo, algo vibra en mi bolsillo. ¡El móvil! Lo miro, se le está acabando la batería. Llamo al fijo de casa, pero el móvil no aguanta y se apaga. Las esperanzas que tengo para salir de aquí se han esfumado. Me muevo por la habitación, en busca de algo que me pueda servir para llamar la atención. Nada, todo es inútil: muebles demasiado pesados, fotos viejas, y veo la caja, llena de trozos de madera y una idea irrumpe en mi cabeza. Cojo el primer trozo que veo, un bastón con una de las puntas bastante afiladas, y con una fuerza que no sé de dónde la he sacado, meto el bastón entre el marco y la puerta. Nada, no cede. Saco el bastón y, al hacerlo, la puerta de abre lentamente hacia dentro. ¡Y yo todo el rato empujando hacia fuera, cuando se abre hacia dentro! ¡Qué tonta he sido! Ana Andreu y Marina Albacar 3º ESO A
SÁBADO EN CASA DE PAPÁ Es un bonito sábado por la mañana, son las diez y media. Me despierto medio bostezando y estirándome, me levanto con pocas fuerzas para empezar el día. Este fin de semana me toca estar con mi padre: mis padres se separaron hace ya dos años. Bajo las escaleras medio dormida, llego a la cocina, busco cualquier cosa para comer… finalmente cojo un bol de cereales y regreso a mi habitación con la intención de hacer un trabajo de sociales, un maldito árbol genealógico. Empiezo a buscar álbumes familiares pero no los encuentro por ninguna parte. ¡Ah! Quizás ya sé donde hay álbumes que puedan servirme… ¡En la 4
buhardilla! Aprovecho que mi padre ha salido a pasear con su nueva mujer para subir ahora, ya que nunca me ha dejado ir al desván. Voy corriendo por el pasillo hasta llegar justo debajo de la trampilla. Tiro de la cuerda vieja que cuelga del techo y baja una pequeña escalera muy empinada. Subo. Al ver ese altillo me vienen a la mente todos los recuerdos de cuando era niña. Siempre me había gustado estar allí, seguramente porque no me permitía ir sola. Siempre que oía abrirse la trampilla yo corría tras él para colarme a su lado pero rápidamente me descubría y me obligaba a bajar. Desde aquí arriba, se oye la odiosa música de Carol, mi hermana mayor. A ella le gusta el rock duro, al contrario que a mí, que me gusta el pop y el reggaeton, aunque prefiero llamarla música latina. Por mucho que digan que nos parecemos yo no lo veo: ella es alta y morena, y yo soy bajita y rubia; ella siempre está enfadada con el mundo y yo siempre intento ser feliz. Me adentro en la buhardilla, está llena de cajas, de trastos viejos de papá que quizás solo ha usado un par de veces y muchísimo, muchísimo polvo. ¡Cómo se nota que en esta zona de la casa Jeffry no limpia! Empiezo a abrir algunas cajas, pero de momento no encuentro nada útil, solo antiguallas: revistas, ropa, juguetes… Oigo a Jeffry, el mayordomo. Ya ha llegado, tan puntual como un reloj y empieza con sus tareas: el aspirador o “la mejor máquina creada por el hombre” como dice él. Me da pereza bajar, ya le saludaré más tarde. Sigo chafardeando entre cajas completamente ausente, cuando de repente… ¡BOM!, alguien ha cerrado la trampilla: habrá sido Jeffry, pero me da igual, después la abriré yo desde dentro. Sigo con las cajas, parece que haya miles. ¡Aleluya! La última caja, suerte que todos los álbumes están aquí, sino me quedo sin poder hacer el trabajo y con un cero. Cojo los que creo que me van a ser de mayor utilidad y me dispongo a salir… noto que la trampilla está atascada. No puedo salir. No… No puedo salir. ¡No pedo salir! -grito-. Grito lo mismo una vez tras otra pero nadie me oye. Llamo a Jeffry pero no me oye. Pienso en llamar a Carol, pero ¿Para qué? Si no me va a oír. Se empieza a ir la luz, esa luz que entraba por las pequeñas ventanas, pero no lo entiendo, todavía es muy temprano, acabo de desayunar. Voy a ver por una de las dos ventanas qué está pasando. Se ha nublado todo el cielo. Creo que va a caer un buen chaparrón dentro de poco. Casi sin luz, en un sitio tan pequeño y lleno de polvo me empiezo a poner muy nerviosa, noto que me cuesta tragar la saliva, no puedo respirar ¿A esto se le llama angustia? ¡No lo sé! ¡Me da igual! Solo intento calmarme… no puedo. Para cambiar el monótono tema de mi mente me digo: ¡Piensa!, ¡Piensa!, ¡Piensa en cómo puedes salir de aquí! Pero vuelve el mismo tema: 5
pensar en lo peor. ¿Y si me quedo encerrada aquí para siempre? No puede ser, se acordarían de mí. ¿Y si…? basta ya de malos pensamientos. Me levanto. Intento tragar saliva, intento respirar hondo. Estoy justo encima de la trampilla. Salto. Salto. Salto. Pero nada. Ahora entiendo lo que decía papá. No sé que hacer. Al estar tan nerviosa no puedo pensar. Todo se vuelve oscuro, muy oscuro… Se me nubla la vista… Me caigo al suelo. Oigo a mi padre gritar: -¡Álex, Alexandra! ¡Reacciona, despierta! Abro los ojos, ¿Qué ha pasado? ¿Me he dormido? ¿Todo ha sido un sueño? y digo: -Papá ¿Qué ha pasado? -¡Gracias a Dios! ¡Qué susto me has dado! Hija, ¿Cuántas veces te he dicho que no subas a la buhardilla? ¡Ya no sé cómo decírtelo! Te has quedado encerrada, por suerte, Carol te buscaba muy enfadada por cogerle su camiseta preferida. Como no te ha encontrado en tu habitación, ha decidido volver a la suya y entonces ha oído un golpe que provenía de arriba. Ella ha intentado abrir la trampilla pero no ha podido. Entonces le ha pedido ayuda a Jeffry. Cuando he llegado con Marta he visto que te sacaban de la dichosa buhardilla. -No sigas papá, tienes razón, con la alergia al polvo y con el miedo que tengo a la oscuridad… ¡He metido la pata! -Álex, pienso que deberías… -¡Ah no! No pienso darle las gracias a Carol. Anna Deu y Mariona Sasso 3º ESO A
EL PEQUEÑO ZULO Estaba haciendo los deberes de castellano que eran para el día siguiente. Los ejercicios eran larguísimos y nunca se acababan. Había una palabra que me inquietaba, no sabía qué significaba. Así que decidí bajar al sótano, donde hay un diccionario. Antes de bajar saqué el móvil del cajón como me habían indicado papá y mamá. Cuando ya estaba bajando al sótano, oí el pitido del móvil que indicaba batería baja.
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Abrí la puerta y entré. El sótano era un pequeño zulo de cemento que utilizaron mis abuelos para refugiarse de los bombardeos durante la segunda guerra mundial, posteriormente se hizo sótano, se pusieron unas láminas de parqué que crujen mucho y se almacenaron allí los trastos viejos. Había una serie de armarios y muebles cubiertos con sábanas roñosas, las paredes estaban conservadas tal como eran, de cemento, sin ventilación ni ventanas; uno de los muebles era un sofá muy bajo donde me senté para leer el diccionario. La palabra que buscaba era jirón. Descubrí qué quería decir; así que decidí subir para continuar la tarea, pero vi que la puerta estaba cerrada. No la había oído cerrarse así que me extrañó un poco. El pomo de la puerta no respondía, le di vueltas y vueltas y al final me quedé en la mano. Estuve forcejeando con la puerta, nada. Me estaba empezando a asustar. El sonido del móvil era más y más molesto, no cesaba. Decidí buscar una herramienta de mi padre pero me acordé de que se las llevó consigo porque se habían ido a la montaña, de aniversario de bodas. Rompió a llover y las gotas me retumbaban en la cabeza, el sonido monótono y repetitivo me molestaban mucho, y el móvil seguía sonando. La humedad hizo que la puerta se abombara y que el pestillo de la puerta no coincidiera con la cerradura e imposibilitara aún más abrirla. Me senté en un rincón cubierto con una de las sábanas desgastadas que cubrían un mueble. Todos ellos eran de madera que estaba carcomida y descolorida; no servía para nada guardar aquellos trastos inútiles. Los vidrios de los armarios estaban rotos y llenos de moho. El frío me invadía y empezaba a no sentir las yemas de los dedos de los pies y de las manos, las orejas también estaban insensibles y la nariz empezaba a no sentirla. Ya aceptaba que moriría aquí las extremidades me fallaban los ojos se me cerraban me escocían, y el móvil seguía pitando y la lluvia cayendo. Era una tortura para mí. Me sentía impotente al saber que mis padres se lo estaban pasando en grande y yo estaba agonizando en el sótano, me torturaba. Además era joven, tenía mucha vida por delante, que pronto llegaría a su prematuro fin. La vida se me escapaba por entre las manos, ese chico que en su día fue un niño alegre, moría. Entonces sentí un calor horrible y me saqué mi jersey y entonces caí al suelo, todo a su alrededor se fundió en negro. Ignasi Puch y Daniel Giró 3º ESO A
SOFÍA Sofía tiene dieciséis años, estudia primero de bachiller. Es alegre, vital y trabajadora; entre sus aficiones esta la natación y la lectura. Esta tarde de domingo decide quedarse en casa. Está aburrida, no sabe qué hacer. Así que decide bajar al sótano, al que hacía tanto que no entraba. Le gusta llamar a esta habitación ‘’la sala de los
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recuerdos’’, ya que en ella se hallaban miles de recuerdos con grandes historias. Es una sala pequeña pero acogedora; es una habitación muy cálida, hace un olor muy agradable. Le encanta a Sofía esta habitación. Hay una estantería azul llena de trofeos de natación al lado hay otras estanterías repletas de cajas y en el suelo hay unas fotos muy bonitas, que Sofía no entiende porque están en el suelo. De repente la puerta se cierra y toda esa luz artificial se va al garete, Sofía intenta abrir la puerta pero es imposible, está rota. Se crea un lugar claustrofóbico, misterioso y oscuro, a Sofía le provoca horror. Esa maldita oscuridad hacía que su miedo aumentara segundo a segundo. La estantería azul, vieja y fea. Le parece que se desplaza, al igual que las otras estanterías llenas de caja; las paredes amarillas poco a poco van absorbiendo la oscuridad del ambiente, el parquet viejo cruje cada vez más. Las fotos esparcidas por el suelo se quedan sin imagen por culpa de la oscuridad que estaba matando a Sofía. Pero de repente alguien abre la puerta, Sofía medio muerta de miedo escapa de la habitación y se jura a sí misma que jamás volverá a entrar.
Marta Clavero García y Marta Isern Cases 3r ESO A
PÁNICO Estoy leyendo un libro, en el comedor, en un sillón cómodo al lado de una chimenea, mis padres me habían dejado sola en casa, aún tardarían dos horas en volver porque fueron a comprar. Recordé que mi padre me dijo que fuera a poner la lavadora, pero me daba pereza ya que estaba calentita, pero decidí ir antes que me castigaran. Me dirigí al sótano abrí la puerta y vi aquellos escaleras que siempre me habían dado miedo. Crujieron al poner un pie sobre el escalón y cada vez se estrechaba sentí vértigo en el estómago, y la barandilla de la escalera está muy oxidada. El sótano es grande y oscuro, siempre me ha impresionado bajar a él. Suerte que arriba hay unas pequeñas ventanas por las que entra un poco de luz. Ahora la habitación está iluminada por esa tenue luz del atardecer. Al fondo del todo hay un armario de madera envuelto con unas telarañas, a un lado del sótano está el baúl donde permanecen unos libros viejos que ya no usamos. Ahora la luz iluminaba mi cabello rubio como el oro y mis ojos verdes como el césped. Empiezo a poner la lavadora que tenía a mi lado. De repente de un golpe de viento se me cierra la puerta, intento abrirla pero no puedo, me acerco al baúl donde encima hay una bolsa que está llena de polvo, la abro a 8
ver si hay alguna linterna ya que se está haciéndose de noche, encuentro una pero no tiene suficiente luz. Intento tranquilizarme, miro a ver si tengo mi móvil para llamar a mis padres, pero recuerdo que me lo he dejado en el comedor. Empiezo a sentirme como si no tuviese suficiente aire, me subo encima del baúl para abrir alguna ventana, al saber que no puedo salir del sótano rápidamente. Se me apaga la luz de la linterna y me siento agobiada. La oscuridad del sótano me invade y empiezo a tener frío, me acerco a la puerta a ver si ha llegado alguien. Recuerdo que abajo de las escaleras hay unas llaves que abren la puerta del sótano, voy bajando hasta que me tropiezo y caigo al suelo frío y lleno de polvo , me tuerzo un tobillo, intento levantarme pero no puedo, de golpe empiezo a sentir pánico, al saber que no puedo moverme de allí ni salir del sótano intento tranquilizarme. Al cabo de un rato consigo levantarme, cojo las llaves, pero me resulta difícil subir las escaleras coja y a oscuras, escucho un ruido, han llegado mis padres a casa. Empiezo a pedir gritando ayuda. Finalmente, abre la puerta mi padre y logro salir del sótano. Nadia Vera 3º ESO C
EN EL SÓTANO DE MI CASA Me llamo Elena y tengo diecisiete años. Soy una chica de piel morena, de estatura media, ojos marrones y pelo largo, ondulado y castaño. Me considero una chica tranquila, quizás un poco solitaria, para nada me gusta conocer gente nueva. Soy claustrofóbica y además tengo una enfermedad, que por cierto llevo bastante bien, el asma; y también tengo cierto miedo a la oscuridad desde que era pequeña, por no decir bastante. Acabo de volver del instituto, ha sido un día muy cansado, estamos en los exámenes finales y… ¡perfectos! No hay nadie en casa, un momento de tranquilidad para mí sola. ¿Qué me toca comer hoy? ¡Ah sí! ¡Macarrones y huevo frito! Bin pues, prepararé la comida y cuando acabe de comer iré a mis clases de tenis. Vaya tarde más movidita que me espera. Media hora más tarde. Me hallo ante el plato vacío. Ha sido el mejor plato de macarrones que he hecho nunca. ¡Cómo tengo la cabeza!, ¿Dónde habré puesto las raquetas de tenis?, ¿Podrían estar en el salón?... ¡Ya sé, están en el sótano! Inmediatamente, sin pensármelo, me dirijo al sótano. 9
Cada vez me cuesta más abrir está maldita puerta, además, las llaves están ya casi oxidadas y no entran en el pomo. Al fin la abro. ¡Por dios!, ¡pero que desorden! La única bombilla que da luz a esta habitación está a punto de apagarse, hay trastos por todas partes, las estanterías están llenas de las herramientas para el huerto y hasta linternas, palas y una guadaña tiradas por el suelo. ¡Oh, no, lo que me faltaba! ¡Mierda, se ha cerrado la puerta y las llaves están por fuera! No puedo abrirla. “¡Socorro, por favor, sáquenme de aquí!” Vale, vale, calma, tranquila, vas a poder salir. Ya lo verás. Qué mareo. Veo borroso y… ¡Estoy sudando! Ay, la luz cada vez es más tenue. Tengo frío, me siento acorralada. ¿Qué hago? Los muebles están llenos de polvo y muy sucios. ¿Qué es ese ruido? ¡Ah, se ha caído un espejo! Me veo deformada en él. Subo la mirada, a mi alrededor hay más espejos. ¿Qué es esto? Me tiemblan las piernas mientras me dirijo al ser que me está observando. ¿Hay alguien ahí? ¡Uf…!, Es un espantapájaros. ¿Desde cuándo tenemos uno en casa? Empiezo a andar hacia atrás, choco contra la pared y sin fuerzas me derrumbo. Definitivamente esto es una pesadilla. Me siento agobiada, inútil y no puedo hacer nada, así que voy a esperar a que mis padres vuelvan de trabajar y me saquen de aquí. Media hora después, meditando. ¿Qué hora es? ¡Ya debe haber pasado un día! Seguro que nadie se ha fijado en mi ausencia. ¡Oigo voces!, ¡Son mis padres!, ¡¿Me vienen a buscar?! No, seguro que son imaginaciones mías. ¿Me estaré volviendo loca? No, ¡No! Entre lágrimas me acuerdo de una película, que tuvo un desastroso final. Suerte que aquí no hay esos personajes terribles. ¡Espero! ¡Noo! Otra vez oigo esas voces extrañas. La bombilla se ha fundido, subo rápidamente las escaleras, me caigo, sin aliento me levanto, choco con la puerta y empiezo a dar golpes sin parar. No me oyen, hundida en mis lágrimas me quedo en silencio. Oigo el ruido de las llaves, han oído los golpes de la puerta. ¡Estoy salvada! - Cariño, bajo al sótano a buscar una linterna para la excursión de mañana- le dice mi madre a mi padre. ¡Claro! Se piensan que estoy en tenis y por eso no me han venido a buscar. Abre la puerta. Entra una luz resplandeciente, no puedo abrir bien los ojos, las lágrimas me lo impiden. Veo una sombra delante de mí, me levanto, es mi madre. La abrazo con todas mis fuerzas, bueno, las que me quedan.
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Paula Arias 3º ESO A
¡MALDITA CORRIENTE!
Cuelgo el teléfono. Voy a por una linterna y al pasar por el pasillo me miro en el espejo. Veo mi despeinada media melena morena contrastando con mi rostro pálido y blanco, solo los labios conservaban su rojo llamativo de siempre. Miro mis ojos marrón oscuro y profundos, que en ese momento parecían dos….en medio de un blanco glaciar, y veo mi dura expresión de terror. Cojo aire, y me dirijo hasta la buhardilla. Subo el primer peldaño y pienso: ‘Todo esto solo por un jarrón viejo e inútil capricho de mi abuela…’. Entro y observo el cuarto. Veo que está todo muy sucio y oscuro. Cojo aire otra vez, enciendo la linterna, apenas tiene pilas. ‘Tendré suficiente’, pienso. Se ilumina parte de la buhardilla y aparecen extrañas formas blancas, como fantasmas; son cajas, muebles y trastos viejos tapados con lo que eran manteles blancos, y ahora no son más que un cúmulo de telarañas y polvo negro como las nubes de tormenta. Poco a poco y con unos guantes más o menos limpios que encuentro en el suelo, voy levantando los manteles. Cuando llevaba ya unos ocho o nueve, por fin encuentro el jarrón. Me levanto y me dirijo hacia la puerta. ‘Uf…ya está, ¡lo he conseguido!’ me digo a mí misma. Justo cuando ya iba a salir, a unos tres pasos de la puerta…¡PAM! Pasa una fría y escalofriante corriente de aire que cierra la puerta de golpe impidiendo que se pueda abrir desde dentro. Intento abrirla una y otra vez pero no hay manera. Empiezo a ponerme cada vez más nerviosa, con un ligero temblor en mis manos, como a punto de entrar en un ataque de pánico solo de pensar que me he quedado encerrada en esa horrible negra a la que tanto he temido siempre. Me siento en un rincón, encogiendo las piernas y rodeándolas con mis brazos. Miro mi móvil. Solo son las cinco, hasta las siete no viene nadie en casa y encima no tengo nada de cobertura… Aterrorizada, levanto la mirada del móvil y observo a mi alrededor, fijándome en la pequeña ventana rectangular y sucia. Entra muy poca luz, menos de la que hace mi linterna que está ya en sus últimas. Al lado está lleno de cajas amontonadas. En una de ellas hay juguetes de cuando era pequeña, aún me acuerdo de cuando me sentaba bajo el árbol de Navidad jugando con ellos. A su derecha, un armario grande con la madera destartalada, con astillas en los cajones y una gran estantería hecha pedazos con humedades y moho que la recubría toda. Bajo la mirada al suelo y veo la cosa más nauseabunda del mundo, una vieja trampa de ratones con una víctima que vete tú a saber cuánto tiempo llevará ese 11
animal allí…Está lleno de moscas y algún que otro gusano blanco y grueso. A todo eso lo envuelve un olor horrible a humedad y carroña, que me provoca las peores arcadas que nunca habría imaginado. Dejo de fijarme en mi alrededor y me doy cuenta de que el suelo debajo mis pies se ha vuelto blando, bajo la vista, miro mis pies y veo que estoy pisando encima de una moqueta sucia llena de polvo y desteñida. ‘Parece de la abuela de mi abuela con esos dibujos…’ A su derecha, un muñeco que parece ser un payaso, con unos labios gruesos y blancos, dos pozos negros sin final encima la nariz, unos pelos estropajosos de un rojo fuego. Sus extremidades son largas con los dedos como fideos… ‘Esto no es un juguete, esto no es mío, ¡Yo nunca compraría semejante cosa!’ Mi imaginación no para de funcionar, cada vez tengo más miedo y se me pasan más y más películas terroríficas por mi cabeza. Rápidamente se me ilumina la bombilla, cojo una silla entre todo ese mar de polvo, la pongo debajo de la ventanilla y me subo. Agarro el móvil y miro si tengo cobertura… ‘¡Tengo, tengo!’ Goretti Barberà y Andrea Sugrañes 3ºESO C
ATRAPADO EN EL SÓTANO Un nublado día de otoño, mientras hacía mis deberes, mis padres se fueron a visitar a unos amigos lejanos. Al acabar los deberes necesitaba las herramientas para hacer un trabajo de tecnología y bajé al sótano. Al bajar las escaleras vi el reflejo de un niño pelirrojo, que aparentaba ser más mayor de lo que es. Era alto y muy delgado. Su piel blanca como la nieve estaba repleta de pecas de un color anaranjado. En su pequeña cara había dos esmeraldas que resaltaban sobre toso lo demás. Entre ellas había una puntiaguda nariz en la cual resaltaba una gran verruga en la punta. Debajo de ellas hay unos finos labios rojos como el fuego que escondían unos dientes descuidados. En cada lado de la cabeza tenía unas orejas muy pequeñas disimuladas por el pelo rizado. Llegué al sótano y encendí el interruptor. La luz no se encendió y con precaución bajé las escaleras. La habitación era muy pequeña y muy oscura. Solo estaba iluminada por los rayos de sol que entraban por una pequeña ventana. Como ese día estaba nublado entraba poca luz ya aún estaba más oscura. Las paredes estaban amarillentas y la pintura estaba bufada y a punta de caere a causa de la elevada humedad que estaba presente. En el fondo, pegada a una pared, había una estantería metálica muy oxidada y poco resistente. En ella se encontraban muchos objetos antiguos de mis padres. El desorden era presente en ese cubículo. Había cajas tiradas por todo el suelo que guardaban viejas revistas, muñecos viejos, trofeos de cuando mis padres eran jóvenes, y muchos más trastos que ya no utilizábamos. En todas las esquinas había telarañas, las viejas vigas de madera del techo estaban podridas y la estructura muy perjudicada. 12
Cada vez que pisaba, el suelo crujía y yo me estremecía de miedo. Cuando estaba en el centro del cuarto, a causa de una ráfaga de viento, la puerta se cerró. Me asusté de tal manera que me quedé pálido e inmóvil. Al girarme le di un leve golpe a la estantería que se me vino encima y como no reaccioné a tiempo. La caja de herramientas me golpeó en la cabeza haciéndome una brecha en la frente. Me quedé inconsciente y desangrándome en el suelo. Al abrir los ojos vi el reflejo de una persona y me asusté. Esa persona era yo. No me reconocí porque tenía la cara completamente cubierta de sangre. Saqué fuerzas de flaqueza y me levanté para buscar un trapo. Me limpié y presioné con fuerza la herida. Estaba débil, me senté en una esquina apoyando la espalda en una pared. Las asquerosas paredes de moho parecían que se acercaban cada vez más haciendo que la habitación parecia cada vez más pequeña, hasta el punto que me dio l sensación que me aplastaba. Me di cuenta que empezaba a tener claustrofobia a causa de lo nervioso que estaba. Cada vez tenía más frío. Intenté alcanzar una vieja manta. Era de un color marrón roñoso y estaba hecho añicos. Tenía moho por todas partes y un olor a humedad. Noté un cosquilleo en el brazo. Lo miré. Tenía una araña. Desde pequeño les había tenido pánico a las arañas. De un golpe seco la maté. Me quedó una gran mancha negra. Solo la había aplastado el cuerpo y las patas seguían aún a su alrededor. Me dio un escalofrío y me la saqué de encima. Luego, con la manta, me limpié el brazo. En el suelo seguía la estantería. Ahora le tenía un odio terrible. Con toda mi rabia le di una patada. El estruendo se oyó en toda mi casa. Las antiguas cajas marrones que había aplastado la estantería se habían roto porque estaban emblandecidas por la humedad. A causa del frío y de la gran pérdida de sangre empecé a delirar. Vi a mis padres sentados en frente de mí y cuando los quise tocar desaparecieron. Ahora estoy sentado en una esquina muerto de frío y desangrándome tapado con la vieja y sucia manta esperando a que mis padres lleguen para que abran la dichosa puerta y me salven. Jorge Celi 3º ESO A
ENCERRADO Hoy viernes sendos compañeros del instituto me invitan a pasar la tarde en sus respectivas casas. Yo acepto y voy a casa de uno de ellos. Entro y me siento en una silla de color madera cerezo. Al momento los dos chicos se acercan a mí por la espalda, me cogen y me suben a una buhardilla, para reírse un rato. Dentro de ese extraño lugar empiezo a pensar por qué me tenían que encerrar a mí y no a otro. Quizás es porque soy bajito y un poco rechoncho o 13
pude ser que tengan envidia de mi inteligencia y mis calificaciones escolares. Creo que es por qué se aprovechan de mi vulnerabilidad y de mi inocencia. Esto me hace recordar una mala experiencia similar: Un día en colegio, unos chicos mayores me cogieron y, me llevaron a una clase. Ahí se empezaron a reír de mí y a pegarme. Al final me dejaron encerrado en la clase pero pude salir rápidamente por la ventana. Ya no pienso más en mí y, me fijo, por primera vez, en esta habitación. Es amplia y casi no tiene muebles, aunque casi no se ve el suelo de moqueta gris, a consecuencia de los montones de libros viejos y pesados, y de la acumulación de viejas facturas escritas en pesetas. Al fondo de la sala se ve un pequeño sofá, para dos personas, cubierto por un trapo verde, viejo y lleno de quemaduras de cigarro. Las paredes de esta jaula son de una madera color piel, al igual que el techo del cual cuelga una pequeña lámpara que emite una luz amarillenta, tirando a blanco y un parpadeo incesante. Sentado en una esquina juego con una pequeña pelota que encontré por ahí. Pasa el tiempo y, en un mal lanzamiento, la pelota se pincha y del aburrimiento la habitación se me va volviendo más incómoda. Me siento cada vez más encerrado y no puedo soportarlo. Por el cuerpo me recorre una sensación de miedo y pánico que me hace sentir que las paredes se estrechan y que el sofá me aplasta contra la pared y no me deja respirar. La luz es más blanca y parpadea con mayor frecuencia, igual que mi corazón. Golpeo y golpeo la puerta pidiendo clemencia, pero es inútil, la única respuesta son sus risas que me hacen enfurecer. Esta furia me vuelve loco y remuevo todo lo que encuentro: libros, papeles… Dejo la habitación peor, si es que se puede y gracias a eso, aparece una pequeña llave plateada que coincide con la cerradura de la buhardilla. Abro la puerta y me alivio, siento una sensación de libertad que me hace olvidar de esos compañeros, que de no haber sido por eso los estaría pegando con todas mis fuerzas. Salgo de la casa y paseo por la calle admirándola y disfrutándola como si acabara de salir de la cárcel. Es muy tarde, las diez y media de la noche y camino para casa. Entro. Cojo mi teléfono móvil, conecto los auriculares y escucho música durante horas, intentando olvidar todo aquello.
Pol Roca 3º ESO C
LÁGRIMAS DESESPERADAS El sol está empezando a ocultarse en Manhattan, seguramente ya son 14
alrededor de las cinco. En invierno, el sol suele ponerse más temprano. Sentada en la parte trasera de un viejo y pequeño taxi estoy yo, en dirección a casa de mi madre ya que ella está enferma de cáncer de pulmón y necesita compañía en estos momentos. A través del retrovisor lateral derecho veo mi rostro; mi pelo oscuro, largo y lacio, mis ojos claros que reflejan preocupación no tienen el brillo de todos los días, también se ve mi nariz pequeña bien definida y que encaja perfectamente en mi rostro de tez blanca como la nieve y mis labios finos de color rosado. Mis ojos avellanados desvían su mirada hacia el retrovisor interno del coche. Su mirada inquisidora no se despega de mí y eso me incomoda. Vuelve su mirada azulada, apagada y triste, hacia delante y sigue conduciendo. Esta situación es demasiado incómoda. Me dedico a mirar por la ventanilla y lo único que se ve a través de ésta es la gente, más abrigada que un oso, caminando como zombis de un lado a otro. Apenas se puede ver la puesta de sol, los enormes edificios no la dejan ver. Siempre ocurre lo mismo cuando vives en una gran ciudad lo cual es una decepción para mí, ya que me encantaría vivir a orillas del mar y cada noche poder ver el hermoso ocaso en el horizonte. El sonido de un claxon me saca de mis pensamientos, y así me devuelve a la cruda realidad. Un atasco infinito se desarrolla. Todavía estamos en el centro de la ciudad, y las calles parecen no terminar nunca. Al paso de un siglo el taxi gira hacia la derecha dejando atrás el laberíntico atasco. Un precioso parque se alza ante nosotros. Árboles de un lado a otro, al parecer el tiempo no les afecta ya que su color es de un verde vivo que resalta con la puesta de sol, que en este momento se hace perfectamente visible. Dos segundos más tarde, me doy cuenta de que conozco este parque. El coche va perdiendo velocidad hasta parar. El conductor baja rápidamente del coche y se acerca a mi puerta para abrirla, bajo del coche y, sin enterarme, me agarra de las manos y me arrastra hasta un árbol de grueso tronco. Cedo fácilmente y en mi mente solo pasan tantas preguntas sin respuesta alguna. Con gritos desesperados al señor, avanzo prácticamente siendo arrastrada por el anciano. Él hace caso omiso a mis gritos y con una soga me ata al árbol. Al asegurarse que no puedo escapar empieza a alejarse hasta desaparecer por completo. Yo, atada en este árbol, no sé cómo hacer para salir de aquí. Lágrimas empiezan a brotar por mis mejillas. Alzo mi mirada y la oscuridad de la tenebrosa noche se ha apoderado de todo. El parque ya no se ve igual, y eso me provoca miedo. Me parece ver sombras y, encima, el viento hace que las ramas y las hojas hagan un ruido escalofriante al chocar. Solo es el viento, intento calmarme 15
repitiendo esta frase en mi cabeza pero todo esfuerzo es en vano. Mis ojos ya, seguramente, rojos del llanto se desvían a una zona de juegos del parque. A medida que siguen cayendo lagrimas de mis ojos, hermosos recuerdos llegan a mi mente que al menos consiguen calmarme por el momento en el que estoy pasando.
Aún recuerdo esos días en que papá, mamá y yo solíamos pasarlo en grande en este parque. Veníamos los días de verano, y yo una niña de siete años, con una gran sonrisa en mi rostro me montaba en los columpios, si no recuerdo mal, me encantaba subirme en ellos. Papá solía ponerse detrás de mí y me empujaba mientras yo reía divertida e imaginaba que volaba por los aires. Desde el columpio, podía ver a lo lejos como mamá preparaba un picnic, primero ponía un gran mantel a cuadros blancos y rojos en el suelo, después una cesta de comida y se sentaba, con una sonrisa, a leer su libro favorito. Cuando papá y yo nos dirigíamos hacia donde se encontraba mamá, ella sacaba unos bocadillos caseros riquísimos y yo se los quitaba de la mano y me los comía.
Siento como la última lágrima recorre por mi mejilla. No aguanto más estar aquí. A lo lejos escucho unos pasos acercarse. Muerta del miedo, me quedo inmóvil. Lo último que quiero en estos momentos es que sea el mismo anciano de antes. Tengo los ojos cerrados. No quiero ver quien está delante de mí. Sólo quiero irme, estar recostada en el sofá de mi casa bien calentita con una taza de chocolate caliento mirando mi película favorita. Al oír una voz masculina mi piel se eriza. Es totalmente desconocida para mí. No puede ser el anciano, la voz es de alguien joven. Poco a poco voy abriendo mis ojos y, efectivamente, veo un joven muchacho de unos veinte años, de tez blanca, bonitos ojos de color miel que transmiten seguridad y protección, con una nariz bien definida y unos labios rosados, empieza a desatarme del árbol. No puedo apenas moverme y al pasar unos pocos minutos el joven me acaba de desatar, la verdad estoy demasiado asustada e impactada por todo y no sé qué hacer, el chico con una gran sonrisa me dice algo que apenas alcanzo a escuchar y solamente asiento, poco a poco empiezo a
salir del trance en el que me
encontraba, la voz masculina del chico me intenta calmar y yo amablemente, pero con el corazón a mil por hora, le doy las gracias un millón de veces. Impulsivamente abrazo al chico y mis lágrimas vuelen a salir de mí, dejando su 16
camisa mojada de tanto llanto, pero esta vez no de terror o de sufrimiento sino de felicidad, inmensa felicidad.
Sara Alanti y Andrea Arévalo 3º ESOC
TERRIBLE PESADILLA Yo, una niña de doce años, que como único entretenimiento tengo jugar con mi perrita, nunca olvidaré aquel horrible día de invierno en el que yo tan solo tenía siete años
Mamá se había marchado hacía una hora, era la primera vez que me dejaba sola, en la casa con la abuela. Nunca me había acostumbrado a ella, ni a su antigua y horrible casa. Mi única compañía era Candy que a pesar de ser una pequeña cachorra de labrador era traviesa, juguetona y muy curiosa. La abuela se había ido a dormir y Candy no paraba de dar vueltas. Después de un tiempo la empecé a llamar porque dejé de escuchar sus ladridos, fui a buscarla y como no la encontré en el salón habrá una puerta que estaba debajo de las escaleras que conducían al piso de arriba. Era una habitación con una escalera llena de polvo, tenía telarañas en el techo y, a juzgar por las sucias sábanas que cubrían unos muebles, nadie había estado allí en años, el olor del aire me provocaba ganas de vomitar y si no hubiera sido porque escuché un ladrido habría cerrado la puerta y me hubiese ido. Cuando puse un pie en esa escalera, la vieja madera crujió, y lo siguió haciendo hasta que estuve en el suelo de esa habitación. Cuando cojí a Candy en brazos, una fuerte ráfaga de viento cerró la puerta, corrí hacia ella y la intente abrir, pero no pude así que decidí quedarme quieta hasta que alguien viniera a ayudarnos. 17
Bajé con cuidado y me dispuse a sentarme en alguno de esos muebles, quité la sabana de uno y me encontré con un espejo enorme, Candy ladró al verse reflejada en él, yo en cambio me miré con desilusión. A pesar de tener el pelo largo, suave y rubio, con unos, según mamá, unos lindos ojos azules como el cielo, a mí no me gustaba mi aspecto, tenía unas pestañas largas, la nariz fina y una tez muy blanca, tanto que ni las perlas se podían comparar con ella, mi pómulos tenían
pequeñas pecas, que
deseaba que desaparecieran, y unos labios muy finos y rosados. Inmediatamente volví a coger la sabana y a cubrir el espejo. Odiaba verme en ellos, ya que siempre que lo hacía me daba cuenta de mis defectos y no solo físicamente. Preferí sentarme en el suelo que en un sofá polvoriento. Observé con atención a mi alrededor, inspiré y expiré varias veces para intentar calmarme pero el único aire que pude recibir un olor nauseabundo. Miré al techo, la madera estaba medio mojada, la bombilla que apenas iluminaba esa oscura habitación se rompió, estallando en mil pedazos, me había quedado en medio de la oscuridad, corrí hacia la puerta con desesperación y volví a intentar abrirla, pero solo conseguí romper el pomo. Me senté en la escalera y de mis ojos empezaron a brotar lágrimas. Pasado unos minutos, que a mí me parecieron horas, me comencé a inquietar, quería salir, las paredes comenzaron a hacerse más pequeñas, el aire me comenzó a faltar y mi vista se volvió borrosa, a los lejos escuchaba los ladridos de Candy, y eso fue lo último que escuche. Cuando me desperté estaba en el salón y mamá estaba a mi lado, la cabeza aún me daba vueltas, entonces mamá decidió volver a casa. Ese día descubrí que era claustrofóbica, y que odiaba los espejos, desde entonces no he vuelto a verme en uno, ni a ir a un sótano. Ahora que soy mayor pienso que no fue una simple ráfaga de viento, pero ¿quien pudo ser? Solo estábamos, Candy, yo y la abuela…
Yulisa Pérez y Paulina Lavanda 3º ESO C 18
ENCERRADO EN EL SÓTANO Es un frío y nublado día de navidad. Me llamo Tom Hankiston y soy un chico de 12 años. Estoy en mi habitación haciendo un invento, ya que es mi pasión. Construyo un cohete. Me faltan dos materiales, pólvora, que me servirá para impulsarlo y una cápsula de plástico, que me servirá para poner la pólvora presionada dentro. Voy a preguntar a mi padre dónde puedo encontrar los materiales que necesito, me dice que mire en el sótano, aunque no es seguro que este allí. Mis padres han ido a comprar los regalos de navidad para la familia. Bajo al sótano, donde me ha dicho mi padre que los busque. Intento abrir la puerta, pero está atascada. Después de varios intentos consigo abrirla. Cuando ya estoy dentro del sótano enciendo la luz, son dos fluorescentes los que iluminan el sótano. Las escaleras de madera que nos conducen a la habitación están cubiertas por una capa de polvo que impide ver su autentico color. Es una habitación fría, apenas entra luz por las pequeñas ventanas, ya que son pequeñas y le impide el paso las viejas contraventanas, que realizan ruidos escalofriantes al moverse. En una esquina, cubiertos con una sabana blanca, que ahora perecía negra por la cantidad de polvo que la cubría, están los viejos muebles que llenaban el comedor y fueron sustituidos por unos nuevos. También están mis juguetes viejos. Todo está desordenado y sucio. Allí, seguramente no encontrare lo que necesito. Empiezo a bajar las escaleras. Remuevo todo, cajas, muebles, etc. pero no encuentro lo que necesito. Cuando me dirijo hacía las escaleras para subirlas, veo una mecha, que me podría servir para que el cohete se elevase,(pero a saber cuanto tiempo lleva allí, no me servirá). Subo las escaleras, me dirijo hacía la puerta, la intento abrir, la empujo, porque pienso que está atascada, la puerta no se abre. Empiezo a asustarme. Pido ayuda, gritando mucho. Los fluorescentes se aflojan, empiezan a perder intensidad. La habitación se me hace cada vez más pequeña. Todo lo veo negativo, las telarañas parecen grandes extensiones de arenas movedizas, que cuando me meto en una, me cuesta mucho salir. Los cajones de los muebles parece que se abren y se cierran como si fuesen grandes bocas de monstruos, los 19
fluorescentes empiezan a parpadear, parecen unos grandes ojos que me están observando. Las contraventanas impiden el paso de la luz, y la poca que entra junto a los parpadeos de los fluorescentes dan un toque terrorífico al sótano. El polvo, es una gran tormenta de arena que entra en mis ojos y me molesta. Me siento en un rincón de la habitación, y me quedo mirando un caballo de madera. De repente empiezo a recordar, que en mi infancia con ese caballo pasaba los días jugando con él, me imaginaba que era un poderoso baquero y nos recorríamos todo el lejano oeste. Me lo regalaron cuando cumplí cinco años y no me separe de el asta los ocho, ya que estaba creciendo y ya no cabía en él. Cuando ya estoy un poco más calmado me fijo en un espejo cubierto con una tela blanca muy fina, voy hacia él y quito la tela y me veo reflectado en él, mis dos orejas pequeñas, mis grandes y azules ojos, mis pequeñas pecas y mi cabello rubio como el oro. En ese instante recordé cuando mis padres se miraban en él cuando lo tenían en su habitación, y yo me acercaba y veía la belleza de mi madre. En ese instante, oigo que mis padres que llegan de comprar los regalos de navidad, empiezo a dar golpes a la puerta y a gritar desesperadamente para que mis padres me puedan oír. Al oírme, se dirigen hacia la puerta del sótano. Después de intentar abrir la puerta varias veces consiguen abrirla. Les explico todo lo ocurrido a mis padres. Después del susto todo vuelve a la normalidad. Aun tenia ganas de hacer el invento. Subo a la guardilla para ver si encuentro los materiales, esta vez he puesto una silla para que sujete la puerta, finalmente los encuentro. Acabo el invento después de un par de horas intensas de trabajo y finalmente mi cohete es un éxito. Al final, solo he pasado unos veinte minutos encerrado en el sótano, pero para mi ha sido una eternidad. Guillem Munté e Ignacio Arteche 3º ESO C
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HACE MUCHO QUE NO TE LO DECÍA
Un, dos, tres… ¡Malditas escaleras! Cada año tengo que subir esos diez peldaños de madera que crujen al pasar por encima y solo para entrar en la buhardilla y coger cuatro mantas. Como cada invierno, abro la puerta de la buhardilla que siempre se atasca. Bien, ya estoy dentro. Las mantas… ¡Allí están! Tan inalcanzables como siempre, encima de un armario de dos metros y medio al que nunca le hemos dado utilidad. Cojo la escalera plegable, que está al lado de la puerta, ya un poco oxidada por el paso de los años. Le quito las tres telarañas y la apoyo en el armario. A ver si las alcanzo… Me veo reflejada en un espejo de cuerpo entero. Recuerdo la última vez que me miré, solo era una niña pequeña con el pelo rubio y suave, con una sonrisa cándida, quizá un poco bobalicona. Ahora he crecido, se me ha rizado y enredado el pelo, se me ha oscurecido, me he hecho más alta y el espejo me devuelve una sonrisa más pícara. Bueno, vamos a centrarnos: subo la escalera, alcanzo las mantas, tienen demasiado polvo, bajo. Me quedo mirando esas mantas antiguas de colores grises y blancos. Mientras tanto, la pérfida escalera desciende lentamente hasta tocar la puerta, que se cierra de golpe con un chillido metálico y sepulcral. ¡Qué susto! Intento abrir la puerta, pero no puedo, solo se puede abrir des de fuera. Bien, como no tengo nada que hacer me siento en el sillón de terciopelo marrón, desde donde puedo ver toda la habitación. Es un sillón amplio y cómodo pero quizás cuando te sientas se hunde demasiado; seguramente por eso lo trasladaron arriba. En frente de mí hay unas cajas viejas y desgastadas que hace años que no abro. Detrás de estas hay un armario de tres cajones con molduras florales y aves zancudas. Esta desvencijada cajonera en un pasado fue de mi abuela y ha acabado en un trastero oscuro, tétrico y desordenado. Me fijo bien y observo que alrededor del armario, la pintura está más deslucida de lo normal y se cae a pedazos. Veo dos alfombras en esa esquina sucia, donde la pálida luz, que está en el centro
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de la sala, no ilumina. Justo al lado esta ese armario cochambroso junto a esa escalera culpable de que se haya cerrado la puerta. Empieza a hacer mucho calor, me quito el jersey, me estoy agobiando y estoy agotada, no me gusta estar aquí. Este cuarto tiene demasiado polvo. Me cuesta respirar y es muy pequeño. Me entra claustrofobia. ¡Tengo que salir de aquí! La bombilla empieza a parpadear, me siento extraña en mi propio hogar. Me levanto, me dirijo al centro de la buhardilla. Tengo la luz encima de mi cabeza, se mueve lentamente de derecha a izquierda, no hay corriente, no lo comprendo. De pronto, veo una silueta detrás del armario ¡Es Alice, mi muñeca de porcelana! Solo que antes estaba más nueva y limpia y ahora el vestido se ha dañado con el paso del tiempo. Ahí está mi cajita de música que al abrirla se oye un chirrido que durante tantos años me ha acompañado. Recuerdo el día en que me castigaron, subí a mi habitación, encendí la caja de música y me sentí mucho mejor. Justo al lado vuelvo a ver los felpudos, pero los veo de una manera distinta, los veo más sucios, más viejos, más oscuros ¡Quiero salir de aquí! De golpe oigo un ladrido ¡Es chispitas! Recuerdo el truco que le enseñé, pero seguro que no se acuerda. Se pone a ladrar, cada vez más y más fuerte, hasta que se oyen unos gritos, son llantos ¡Es mi hermana pequeña! Lo que me faltaba ahora era esto; Yo encarcelada aquí, mi hermanita de dos años llorando, mi perrito aullando como un lunático y nadie más en casa. Súbitamente siento un silencio en mi mente, se me hace eterno, me viene un escalofrío, se origina un ambiente terrorífico, ¿Dónde he dejado las mantas? Bueno, da igual, ahora lo importante es salir. Me fijo en todos los objetos del cuarto, ninguno de ellos me sirve para escapar de este infierno. Quizás si cogiese una de las alfombras que está junto a esa cajonera, me serviría para darle golpes a la puerta hasta romperla y poder salir. ¡Pero qué estoy diciendo! Mi madre me mataría si viese la puerta destrozada y hecha pedazos en el suelo. Pienso cómo salir, pero no consigo hallar una solución coherente. Súbitamente, oigo unos pasos que retumban cada vez más fuerte. Entonces se oye cómo la puerta chirría. Los siguientes segundos se me hacen eternos, hasta que se abre la puerta y consigo ver una silueta en la oscuridad. Me fijo bien y descubro que es mi madre. ¡Estoy 22
salvada! Me apresuro hacia ella y le doy un abrazo. Y le susurro una cosa que hace años que no le digo: te quiero. Laura Masip y Clàudia MENA 3º ESO C
LA POSIBLIDAD DE LA LOCURA Me veo desesperada y hambrienta, encerrada en un oscuro sótano. En la pequeña sala, solo puede distraerme el goteo incesante del agua del grifo. Un triste candil, iluminando el resplandor del charco, alumbra unas sucias cajas, donde no prefiero acercarme, a causa de que se ocultan unas ratas repugnantes. Delante, algunas ratas suben corriendo las escaleras que ocultan unas enormes telarañas. A la derecha, se sitúa un sofá impregnado de recuerdos, en él, mi difunto perro, pasó los últimos días de su larga vida. Delante del sofá se puede ver unas tuberías chirriantes y un grifo, que al abrirlo, las tuberías de la izquierda se enfrían y las de la derecha se calientan hasta tal punto que al tocarla, me puedo hacer quemaduras a la piel. A la derecha de las tuberías puedo ver una pared solitaria sin ninguna decoración, la puedo ver como una pared húmeda, hecha de cemento, con algunas grietas. Es tan vieja que se puede derrumbar. -¿Parece que es mediodía? Me pregunte. Los rayos de sol que traspasaron la ventana me despertó. Primero iba a quitarme las regañas con agua fría, pero en las escaleras note el cansancio de mis piernas, estaba totalmente cansada, ya que el día anterior trabaje sin descanso en el campo. Al quitarme las regañas, rápidamente baje a desayunar. Al acabar de desayunar, entro la abuela por la puerta de la cocina y con ojos de prepotencia me obligo acompañarla al mercado del pueblo, para comprar comida de toda la semana, agotada levante la cabeza y entre en su viejo coche. Al volver a la granja, me paro la atención el deslumbramiento de la superficie de las tejas del tejado y de los grandes ventanales. La abuela al ver como me fije, me mencionó: -La granja es muy vieja, como yo, no muy grande, pero confortable. Desde detrás de la granja esta el campo de cultivo y un establo con varios animales de granja. A mi me gustaba mucho esa granja, ya que me acordaba, esa luz de tarde, a mis padres. 23
Al cabo de unos minutos, yo estaba a mi habitación, la puerta se abrió. entró la abuela y con unos ojos desafiantes, me obligaba hacer otra tarea. Menciono que tenia que ir a dar de comer a los animales, me impuse, no es que no me gustara, ya que me divertía jugando con ellos, pero estaba cansada. Al negarme la abuela se enfado, insistió, pero no cambie de opinión. Ella, exigente, me cogió de los pelos y me
obligo a bajar al sótano, me empujó y
me resbale por las escaleras, me di un fuerte golpe en la cabeza que me dejo aturdida. Al despertarme, lo primero que vi era un charco en el suelo, causado por
el hilo de agua que se descolgaba del un grifo cercano, pude verme
reflejada en el charco, mi cara, yo. Yo soy una chica, con el pelo castaño claro, lo llevaba recogido en un moño, me gusta llevarlo así, desde pequeña, nunca me maquillaba, ya que no hay ningún chico en la granja y pocos en el pueblo. Tengo los ojos mas azules que el cielo, unos pómulos marcados, mejillas rosadas y labios carnosos. Una barbilla prominente que contrasta con mi pequeña nariz. Pasaron horas y horas, desesperada, empecé
a tener hambre, el
estomago me gruño repetidamente, como un gran perro salvaje. Eche de menos a mis padres, empecé a llorar al recordar la muerte de ellos. Llamé a mi abuela, muchas veces, no contesto, pensé que se fue a comprar, pero no era una razón coherente. Me preocupe, comencé a distraerme con el trepar de un escarabajo. El sueño me venció y me derrumbe en el viejo sofá. Al despertarme, pude saber que era la mañana del día siguiente, pasó el día entero, creo que no era lógico, que mi abuela aun no me hubiese abierto la puerta, volví a llamarla, no contestó. Me asusté con el gruñido del suelo, era una rata que procedió de las cajas, donde mi abuela guardaba trastos viejos. A la derecha se ve ese grifo que me despisto, todo el rato. A la izquierda hay una pared sin nada de decoración, es húmeda y tiene grietas. A su lado hay esas escaleras, con una madera totalmente gastada. Suspiré. Espero que a mi abuela no le haya pasado ningún problema, podía ser probable a sus 82 años. Si no saliera de allí, caería en la locura, al final moriría.
Óscar Almagro y Albert Ojeda 3º ESO C 24
TERROR OSCURO Me acabo de mudar a un pueblo pequeño situado en un valle, lejos de la gran ciudad y de la contaminación. Al abrir la reja del jardín, un caminito pequeño y largo nos conduce hacia la puerta de la casa. Vivo con mis padres Ana y Juan y mi perro Coco, mi mejor amigo. Después de instalarnos mi padre se marcha de viaje por negocios y mi madre va de compras al mercado del pueblo más cercano, a unos siete quilómetros. Me quedo sola junto a Coco, juego con mis muñecas para pasar el tiempo. Él cuando las ve las muerde y nos empezamos a reír juntos, como siempre. Es tanta mi curiosidad por conocer la casa que decido explorar todos los rincones. De repente siento un escalofrío, miro por la ventana y está nevando. Me pongo mi jersey preferido, uno de color entre marrón y rojo. Salgo de mi habitación y empiezo a abrir puertas de par en par. Corro con Coco hasta el final del pasillo y tropiezo con una de ellas cerrada, pero la consigo abrir, no sin dificultad, mientras el perro bebe agua. Tras la puerta aparecen unas escaleras y bajo poco a poco. Llego al final, es un sótano muy pequeño, lleno de trastos viejos y con una única ventana abierta que lo ilumina. En el suelo, una alfombra redonda de color rojo, tapa una parte de aquella sucia habitación. A un lado hay un viejo y gran armario cubierto de polvo. Al otro lado un espejo roto donde impacta la luz de la ventana. Camino hacia el fondo donde una mesa chiquita aguanta una lámpara con muchos brazos y un payaso de juguete con unos platos en las manos. Me agacho a coger unos muñecos que están dispersos por el suelo. Todos se ven sucios, viejos y medio rotos. Un súbito viento cierra la puerta de un golpe. Me asusto y me giro hacia allí, pero no le doy importancia y busco con la mirada algo con que entretenerme. Observo la luz reflejarse en el viejo espejo, donde se refleja el payaso de juguete de la mesita. Me acerco para jugar con él, pero al querer tocarlo empieza a mover los platos con un fuerte sonido. Del susto salto para atrás y resbalo con la alfombra. Me quedo tendida en el suelo mirando una lámpara que cuelga del techo llena de telarañas. Me levanto lentamente y sin querer piso un oso de peluche y lo agarro fuerte. Me recuerda mi primer peluche, el que me regalaron cuando tenía dos años, de eso hace quatro años. Vuelvo a subir las escaleras para enseñarle a Coco lo que he encontrado pero 25
al intentar abrir la puerta me doy cuenta que aquel fuerte golpe la ha encallado y me impide salir. Doy golpes lo más fuerte posible y grito desesperadamente aunque sé que Coco no me puede abrir. Oigo rascar en la puerta y un ladrido. Sigo intentándolo pero la puerta se me resiste y no consigo abrirla. Me giro a ver la ventana, cada vez la luz es más tenue, la habitación se oscurece y mis ojos no ven nada. Tardo unos instantes en acostumbrarme y vuelvo a bajar las escaleras, esta vez se me hacen eternas. Al fin llego y camino sin rumbo, pero de repente tropiezo con algo. ¿Un monstruo? ¿Un fantasma que me quiere hacer daño? Me separo un poco y puedo ver la lámpara que se ríe de mí, vaya susto me ha pegado. El estar sola, sin luz y en un lugar desconocido me produce un miedo extraño. No sé qué hacer, cada vez me pongo más nerviosa de no poder hacer nada para poder salir de este oscuro y espantoso lugar. Me siento en un rincón a llorar con el peluche entre mis brazos. Tengo mucho miedo, mis nervios aumentan y hacen que me falte el aire poco a poco. A pesar de sentir la humedad y el frío de la habitación yo tengo calor, mucha calor. Siento que me ahogo, necesito salir de aquí ya no lo aguanto más, creo que voy a morir. Escucho el motor de un coche, levanto la cabeza y mis ojos dejan de echar lágrimas. Me levanto con mi peluche, cruzo el sótano con dificultad, subo las escaleras con precaución para no caerme y llego a la puerta. Le oigo otra vez ladrar y empiezo a gritar más fuerte con la poca energía que me queda. Oigo unos pasos acelerados y una frenada en seco. Alguien intenta abrir la puerta con mucho esfuerzo y al cabo de unos segundos, que parecen interminables consigue abrirla, es mi madre. Me lanzo a sus brazos a llorar y me estrecha apasionadamente. Me besa en la frente con sus fríos labios y me susurra al oído: << No pasa nada, cariño. Ya está aquí mamá>> La estrecho con más fuerza y rompo otra vez a llorar. <<Gracias, mamá, te quiero>> consigo decirle entre sollozo y sollozo. Sharon Stoll y Mar Serrallonga 3º ESO A
LA SOLEDAD DEL VERANO Estoy en casa solo porque mis padres han ido al aeropuerto a recoger a unos amigos que no veíamos hace mucho tiempo. Tardarán en llegar puesto que 26
vivimos fuera de la ciudad. Estoy jugando a la Play 3, a un juego nuevo. Suena la Black Berry, Leo el mensaje y son mis padres que quieren que saque la botella de vino más cara para cuando vengan. Bajo con desgana, hace mucho calor y además me han interrumpido el juego .Aunque en la bodega se debe estar más fresco. Abro la puerta. Bofetón de calor, como si estuviera en un desierto. No recordaba así la bodega: el calor entrando por los ventanucos, la puerta chirriante, el sol que arrasa todos y cada uno de los rincones, las filas de estanterías de la derecha, de la izquierda, de adelante, de atrás… El reflejo de las botellas es deslumbrante. A pesar de la luz algo oscuro atraviesa mi pensamiento, Ya sé, la puerta está cerrada y he dejado las llaves fuera, no puedo salir. Una sensación nauseabunda me viene al estómago. El reflejo de una de las botellas me golpea en la cara y no me deja ver bien. Me aparto y otra botella hiere mi visión, no puedo deshacerme de ellas, cierro los ojos y bajo las escaleras lentamente. Una de ellas cruje, y cuando paso al siguiente escalón, se rompe, me caigo. Al abrir los ojos, me vuelve a deslumbrar una de las tantas botellas, Así que, sin levantarme del polvoriento suelo, tanteo hasta que llego a una estantería, me oculto tras ella para intentar situarme y un laberinto inmenso de cristal, me confunde. Hace un calor aplastante, debo estar a 40º por lo menos, miro el reloj y solo ha pasado un cuarto de hora, yo creía que llevaba allí metido como 3 horas. Noto que la cara se me cae al suelo, me siento, no puedo sostenerme en pie. Tengo que salir de aquí pero el final de las escaleras está lejos. Tampoco tendría fuerzas para derrumbar la puerta, no puedo salir, no hay opciones. Noto un fuerte martilleo en mi cabeza. Y no es un martillo, es el sonido de las pisadas de mis padres con sus amigos. Abren la puerta y una brisa fresca me acaricia la cara como si estuviera en Dinamarca. JAVIER IBAR 3r ESO C
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