ESPECIAL FIL GUADALAJARA 2015
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Del Paso cervantino Por su aportación al desarrollo de la novela, aunando tradición y modernidad, como hizo Cervantes en su momento. Sus novelas llenas de riesgos recrean episodios fundamentales de la historia de México haciéndolos fundamentales —JURADO DEL PREMIO CERVANTES 2015
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Ilustración: © F E R N A N D O D E L PA S O
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E DI TOR I A L
Sonetos para un cuerpo ajeno y propio FERNANDO DEL PAS O —————————
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Bajo la sombra de la Historia FERNANDO DEL PAS O
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¿Una literatura de la Historia? ALEJANDRO TOLEDO
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Comprender Oriente desde América Latina HERNÁN G. H. TABOADA
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Un autor en busca de incongruencias ANGELINA MUÑIZ-HUBERMAN
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Los privilegios de la tinta R A FA E L VA R G A S
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Un viaje cervantino ADOLFO CASTAÑÓN
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De El Día a La Jornada: todo un Proceso SANDRA LICONA
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Arreola, editor; Del Paso, biógrafo N E L LY PA L A F O X
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Los "cuates" Rulfo y Del Paso ROBERTO GARCÍA BONILLA
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Fernando del Paso, constructor de catedrales ALEJANDRO TOLEDO
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Del Paso cervantino
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on la concesión, en los primeros días de noviembre, del Premio Cervantes a Fernando del Paso se redondea una década dorada para las letras de nuestro país en los anales de ese galardón. De los once ganadores entre 2005 y 2015, cuatro han sido mexicanos: abrió Sergio Pitol en el año más distante y le siguieron José Emilio Pacheco en 2009 y Elena Poniatowska apenas en 2013 (podríamos añadir a esa lista, por cuestiones de residencia y mutua adopción, a Juan Gelman, que lo obtuvo en 2007). Los cuatro forman parte de una generación excepcional, la de los nacidos en los años treinta del siglo pasado, ajenos todos al boom que tanto eclipsó a las otras literaturas en lengua española, practicantes de una sana vida pública no sólo en sus libros sino en periódicos, revistas y suplementos, tan cosmopolitas como adoradores de su patria chica. Para el Fondo éste es un premio de singular relieve, pues hoy casi todos los libros de Del Paso se mantienen en circulación con nuestro sello. Salvo un par, cada obra empezó su vida en otra casa editorial —de Siglo XXI al Conaculta, de Diana a Joaquín Mortiz— pero hoy han confluido aquí, como esperamos que ocurra con los demás volúmenes de la producción delpasiana. Para celebrar el premio con que Fernando corona los festejos por su 80 aniversario, hemos reunido en esta entrega dos números previos de La Gaceta: el número 488, de agosto de 2011, y el 532, de hace apenas medio año. En el primero, publicado a raíz del lanzamiento de Bajo la sombra de la Historia, no sólo se reseñó ese ambicioso volumen sino que pasamos revista a su lúdico ensayo sobre el Quijote, su vocación de pintor y periodista, y su empatía para escribir autobiográficamente en nombre de Juan José Arreola; en el segundo nos concentramos en su novelística, sobre todo en el que es su relato favorito: Palinuro de México. Estas páginas son un aplauso de papel de parte de quienes, desde el Fondo, admiramos al escritor y al ser humano, fuerte y digno en los buenos y los malos momentos. Felicidades a Del Paso cervantino. W
Barroquismo y autobiografía I L A N S TAVA N S
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Palinuro de México ARTUR LUNDKVIST
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Un Habsburgo en la conquista de México CLAUDIO MAGRIS
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Traducir a Del Paso GIULIANA DAL PIAZ
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José Carreño Carlón
León Muñoz Santini
D I R E C TO R G E N E R A L D E L F C E
ARTE Y DISEÑO
Tomás Granados Salinas
Andrea García Flores
D I R E C TO R D E L A G AC E TA
F O R M AC I Ó N
Javier Ledesma Grañén
Ernesto Ramírez Morales
J E F E D E R E DAC C I Ó N
V E R S I Ó N PA R A I N T E R N E T
Martha Cantú, Adriana Konzevik, Susana López, Alejandra Vázquez
Impresora y Encuadernadora Progreso, sa de cv
C O N S E J O E D I TO R I A L
IMPRESIÓN
Citas y monstruo FERNANDO DEL PAS O
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CAPITEL NOVEDADES Los derechos de autor en los libros electrónicos
Suscríbase en www.fondodeculturaeconomica.com/editorial/laGaceta/ lagaceta@fondodeculturaeconomica.com www.facebook.com/LaGacetadelFCE La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Bosques del Pedregal, 14738, Tlalpan, Distrito Federal, México. Editor responsable: Tomás Granados Salinas. Certificado de licitud de título 8635 y de licitud de contenido 6080, expedidos por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de febrero de 1995. La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro Postal, Publicación Periódica: pp09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica. ISSN: 0185-3716
ERNESTO PRIANI E ISABEL GALINA F OTO G R A F Í A D E P O R TA DA : © L E Ó N M U Ñ OZ S A N T I N I
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I L U S T R AC I Ó N : © F E R N A N D O D E L PA S O
DEL PASO P OCERVANTINO ES Í A
En la mitología sobre la temprana vocación de Del Paso se cuenta que quiso ser médico y economista. También que se afanó por ser, antes que un inventor de mundos narrativos, un poeta a la antigua usanza: sus Sonetos de lo diario aparecieron en 1958, ocho años antes de partir plaza con José Trigo. La editorial Vuelta reunió esos endecasílabos y otros versos en un volumen del que hemos tomado este elogio de la fugacidad de todo lo que pasa por nuestro cuerpo
Sonetos para un cuerpo ajeno y propio FERNANDO DEL PAS O
I Cuanto a tu sangre nombres, cuerpo, invoca una sola palabra: sangre llama a lo que sólo sangre se reclama desde tus pies al filo de tu boca. Cuanto a tu carne nombres, cuerpo, evoca la sola carne que a la carne llama, la que se mira y besa y hiere y ama, que se penetra y lame, huele y toca. Llámate cuerpo a secas, no te esmeres en ser de otras palabras el reflejo, la oscura huella, su inasible sombra. Quédate cuerpo a solas y no esperes ser otra cosa que el desnudo espejo de la sola palabra que te nombra. II Cuerpo de lento, tardo entendimiento: tarde te has descubierto, cuerpo amado; largo tu sueño ha sido, y desdichado, breve tu amor, tu aprendizaje lento. Solo en tu desolado pensamiento y al rencor de ti mismo abandonado tarde aprendiste a amarte, tarde has dado muerte a tu olvido y a tu vida aliento. Lento cuerpo sin nombre y sin edades, cuerpo de lentitud impronunciable; deja que larga, dulce, lentamente, y cuerpo a cuerpo, acariciadamente, en una soledad inacabable se junten nuestras lentas soledades. W
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Fotografía: C O R T E S Í A D E PA U L I N A D E L PA S O
DOSSIER
Del Paso cervantino Pasa la vida. Se construyen catedrales con palabras, con planos de gran complejidad. Se practica la publicidad, se aprenden idiomas y se deja el país. Se absorbe todo el saber posible sobre ferrocarriles, medicina, historia decimonónica, mundos judío e islámico. Se traduce la propia voz a esta y aquella lengua, se reciben aplausos de modesta resonancia, se conquistan lectores. Y se recibe a la postre el más alto reconocimiento a las letras en lengua española. Sean estas páginas un veloz recuento de los pasos de don Fernando hasta el Premio Cervantes
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Ilustraciones: © F E R N A N D O D E L PA S O
BAJO LA SOMBRA DE DEL P PA ASO
A D E L A N TO
Bajo la sombra de la Historia El lector que incursione en la incursión historiográfica de Del Paso encontrará una infinidad de campos de batalla intelectuales. El fragmento que presentamos aquí —mera probadita de la no pesada erudición del autor, de su humor velado, de su disposición a llamar las cosas por su nombre— es una suerte de reseña crítica de Orientalismo, el celebrado estudio de Edward Said. Sirvan estos párrafos de invitación a nuestros lectores FERNANDO DEL PAS O
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n Los persas de Esquilo el coro se lamenta: “¡Ahora está gimiendo toda la tierra de Asia / al haberse quedado vacía!” El desastre por el que gime, nos dice Edward Said, es la derrota del ejército del rey Jerjes a manos de los griegos, en la batalla naval de Salamina, ocurrida en el año 480 antes de nuestra era. Pero la catástrofe no es recreada por la voz de uno de los vencidos: un persa, sino por la voz de uno de los vencedores: un griego. Es decir, el coro está formado por personajes persas inventados por un griego. En otras palabras, en la obra del gran dramaturgo heleno, Asia no habla por sí misma: “habla a través de la imaginación de Europa y gracias a ella; una Europa —añade Said— que, según se la describe, ha vencido a ese ‘otro’ mundo hostil de más allá de los mares que es Asia”. En Asia, y en particular en el territorio asiático que conocemos con el nombre de Medio Oriente, no se dieron, pues, los poetas que cantaran sus glorias y sus tragedias, ni artistas que celebraran sus triunfos o conmemoraran sus derrotas. Ésta es la conclusión a la que podemos llegar a lo largo del libro Orientalismo de Edward Said. Este autor, después de hablar sobre Los persas, se refiere a Las bacantes, de Eurípides,
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“quizás el drama más asiático de todos los dramas atenienses”, nos dice, y del análisis de ambas concluye que los aspectos que en ellos se oponen a Occidente seguirán siendo los motivos especiales de la geografía imaginaria europea… “Europa es poderosa y capaz de expresarse, Asia está derrotada y distante”. En los escritos de Edward Said se transparenta la obsesión de un brillante académico que vivió a caballo entre dos mundos —Oriente y Occidente—, por demeritar o incluso desvirtuar una buena parte de los estudios elaborados por los orientalistas europeos y norteamericanos, a partir de un supuesto que no deja de tener, de cualquier manera, cierto grado de validez: el profesor Said, leemos en la contraportada de la edición en castellano, “nos muestra cómo la relación entre Oriente y Occidente es una relación de poder, construida sobre la subordinación de la idea de Oriente al fuerte imaginario occidental asentado en la superioridad centralista de un nosotros enfrentado a un ellos, lo no europeo, vivido como lo extraño”. La extraordinaria preparación, los abundantes y sólidos conocimientos de Said, profesor durante varias décadas de literatura inglesa y comparada en la Universidad de Columbia y director del Arab Studies Quarterly, así como su experiencia vital —residió de joven en Jerusalén y El Cairo, de adulto en los Estados Unidos—, lo habilitan para abarcar en su análisis a los eruditos más prominentes especializados en el Oriente, como Silvestre de Sacy, Edward
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William Lane, Ernest Renan, Gustave von Grunebaum o Louis Massignon. Y, al mismo tiempo, para hacer una crítica de aquellos escritores que, como Flaubert, Lamartine, Nerval, Pierre Loti o Chateaubriand, se sintieron atraídos —incluso subyugados— por esas características del Oriente que, insiste nuestro autor, deben su existencia más a la imaginación europea que a la realidad y que han estado siempre destinadas al consumo occidental. Entre ellas el misterio, la crueldad, la lujuria, lo exótico, el despotismo y en fi n, todo aquello que forma parte de esa retahíla de “clisés etnocentristas, acumulados durante los siglos de lucha de la Cristiandad contra el islam”, como califica el escritor español Juan Goytisolo, en el prefacio de Orientalismo, los lugares comunes que a su vez han alimentado la “visión subjetiva, embebida de prejuicios”, que se tiene en Occidente del Medio Oriente. Estos lugares comunes no sólo han provenido de los especialistas, sino también de viajeros, comerciantes y diplomáticos, fi lósofos y “administradores del Imperio”, autores de toda clase de “teorías, epopeyas, novelas, descripciones sociales e informes políticos relacionados con Oriente, sus gentes, sus costumbres, su mentalidad y su destino”. Existe sin embargo en el libro de Said una inmensa laguna: su ignorancia de los puntos de vista de los grandes arabistas que se han especializado en la España musulmana; es decir, nada menos que en esa inmensa parte de la Península ibérica que dejó de ser
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Europa durante ocho siglos, para transformarse en una más de las patrias de Oriente. En el prólogo que escribió Said para la edición en castellano, fechado en el 2002, el profesor intenta explicar esta omisión al argüir que su propósito “no era el de examinar la historia de los estudios orientales en todo el mundo, sino en los casos especiales de Gran Bretaña y Francia, y posteriormente en Estados Unidos”. Esto, de hecho, ya estaba expresado en la edición original, en la cual el profesor manifiesta su interés de centrarse en el material británico y francés no sólo porque Gran Bretaña y Francia fueron las naciones pioneras en los estudios orientales, sino también porque “mantuvieron estas posiciones de vanguardia gracias a los dos entramados coloniales más grandes que la historia del siglo xx ha conocido”. Sin embargo, Said nos dice que, debido a su reciente familiaridad con la obra de Américo Castro y de Juan Goytisolo, “hubiera deseado saber más acerca del orientalismo español”. Said es de la opinión que “la simbiosis entre España y el islam nos proporciona un maravilloso modelo alternativo al crudo reduccionismo de lo que se ha dado en llamar ‘choque de civilizaciones’”, tras afirmar que “el islam y la cultura española se habitan mutuamente en lugar de confrontarse con beligerancia”. Esta disculpa no llena, sin embargo, el vacío que representa la ausencia, en Orientalismo, de eruditos de importancia fundamental, como el propio Américo Castro, Cansinos Assens, Miguel Asín Palacios, Emilio García Gómez, Jacinto Bosch Vilá o Juan Vernet Ginés, entre otros muchos, todos españoles; ni la de tres extranjeros que figuran entre los más ilustres de los estudiosos de la España islámica: el alemán Adolfo Federico de Schack, el francés Évariste Lévi-Provençal —antiguo director del Instituto de Estudios Islámicos de Argelia— y el erudito holandés R. P. Dozy. Hay en Orientalismo una sola alusión a la penetración, en España, de la “elevada cultura” y “la magnificencia” de los musulmanes, en una cita que Said hace de Edward Gibbon, en la cual el célebre historiador inglés señala lo que todos sabemos o deberíamos saber: que ese esplendor de la España musulmana fue contemporáneo del “periodo más oscuro e indolente de los anales europeos”. Pero Said, en mi opinión, se equivoca en dos cosas. La primera: en España sí hubo un choque de civilizaciones, o al menos de dos comunidades de confesiones distintas: el cristianismo y el islam —de hecho hubo también una confrontación con los judíos, como todos sabemos—. Y cuando Abdalá el-Zequir perdió en 1492 el último reducto árabe en España, el reino de Granada, se consolidó el triunfo de los cristianos en la península. En las regiones españolas en las cuales los musulmanes estaban en el poder, hubo largas épocas de tolerancia hacia judíos y cristianos, pero también brotes de intolerancia y matanzas. El investigador Alexandre del Valle —cuyas opiniones debemos tomar con cierta reserva— nos dice que los musulmanes almohades arrasaron la ciudad y la diócesis de la ciudad cristiana de Elvira, y cita a Asín Palacios, quien escribió sobre la política constante de persecuciones y delaciones de lo que calificó como una “inquisición islámica en la península”. No estar al tanto de todo esto es la causa de la segunda equivocación de Said: España y el islam no se habitan mutuamente. Todavía se respira en muchas palabras españolas el perfume de la lengua árabe, y todos los días cientos de millones de hispanoparlantes pronunciamos el nombre de Dios en árabe en la palabra ojalá —quiera Dios—, derivada de la expresión árabe wosallah, según el sabio Joan Corominas y según otras fuentes de la expresión in cha Allah, inmortalizada por los labios del propio Mahoma como expresión de modestia en el Corán: azora xviii, versículo 23. Otra palabra no menos popular es ¡olé!, la cual, afirman todos los eruditos, procede también del nombre del dios musulmán. Pero esto no significa de ninguna manera que el islam haya seguido vivo en el corazón de España. Fue sí notable la trascendencia de la poesía árabe en la literatura arábigo-andaluza y los antiguos romances. Y en España, en particular en la región de Al-Andalus, sobreviven numerosos ejemplares de la asombrosa arquitectura árabe de diversas épocas: el esplendor omeya, los reinos de taifas, el dominio beréber y los reinos almorávide y almohade. No sólo las conocen muy bien los españoles y los especialistas: también el turista culto que se deleita con la hermosísima mezquita de Córdoba, la Aljafería de Zaragoza, la Torre de la Giralda y el Alcázar de Sevilla o los
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prodigiosos palacios nazaríes de la Alhambra. Pero sabemos muy bien que, después de la expulsión, primero de sus judíos —en el Annus mirabilis de 1492— y después de sus moriscos, consolidada a raíz del decreto firmado por Felipe III en 1609, España se españolizó hasta el tuétano; se hizo más España que nunca: una España donde los que se autodenominaban “cristianos viejos” se ufanaban de usar, en vez de cinturón, lonjas de tocino. Un historiador del orientalismo occidental no puede ignorar el profundo desgarramiento que causó el violento, bárbaro destierro que sufrieron los moriscos de Valencia, Castilla, La Mancha, Granada y tantas otras regiones españolas. Como señala JeanPaul Roux, esta clase de actos no sólo denuncian “un espíritu más agresivo que el de las peores agresiones armadas”, sino también “expresan el rechazo absoluto del otro”. La única cohabitación que existe hoy día en España entre musulmanes y cristianos no tiene su origen en los ochocientos años de dominio árabe, sino —como sucede en otros países de Europa— en la multitudinaria migración que se inició en el siglo pasado procedente de los países musulmanes del África del Norte. Y se trata de una coexistencia precaria y conflictiva, agravada por los espantosos atentados de 2004 en la estación madrileña de Atocha, lo cual Said, por supuesto, no pudo imaginar. Said, en otras palabras, desperdicia la oportunidad de reflexionar sobre la influencia de Oriente en la obra de uno de los más grandes escritores de Occidente: Cervantes. Ésta es una omisión lamentable, porque, como sabemos, Cervantes vivió el Oriente —o cuando menos “la Berbería”, que para los españoles era el “Reino de Argel”— en carne y huesos propios, como cautivo que fue de los piratas argelinos durante el nada despreciable lapso de cinco años. Se dice que allí, en Argel, comenzó a escribir El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. La lectura de la obra de Cervantes, complementada con el estudio de por lo menos dos libros: El problema morisco (desde otras laderas), de Francisco Márquez Villanueva, y Cervantes y la Berbería, de Emilio Sola y José F. de la Peña —para citar sólo dos títulos contemporáneos—, le hubiera bastado al profesor Said para darse cuenta de que ningún otro autor europeo de su época y de otras épocas anteriores y posteriores, tuvo jamás una experiencia personal y una comprensión, un conocimiento tan profundos de una de las grandes tragedias compartidas por moros y cristianos. Es decir, por orientales y occidentales. Y que esas vivencias, por supuesto, salen a relucir, con brillos muy especiales y muy sugestivas ambigüedades, en buena parte de la obra del gran escritor español. Los moriscos, es necesario recordarlo —y subrayarlo—, eran moros bautizados, es decir, cristianos, pero su lengua y costumbres eran rechazados por los españoles, los cristianos viejos, que no quedaron satisfechos hasta echar de España al último de ellos. En su hermoso libro, Francisco Márquez Villanueva nos dice: “Debo a Miguel de Cervantes mi despertar a los aspectos doctrinales y humanos de la expulsión de 1609-1614. Fueron Ricote y su vecino Sancho Panza quienes, en su día, me hicieron comprender el gran fraude latente bajo aquella terminología neutralizadora de tantos sufrimientos y de tan pavorosas responsabilidades morales…” Para Said, el concepto que del Oriente ha prevalecido en Europa es un invento que responde más a la cultura que lo produjo —esto es, la occidental— que al supuesto objetivo que se plantea una especialidad —el orientalismo—, que debiera fijarse como meta principal el conocimiento profundo y desprovisto de prejuicios de la historia, la cultura y la forma de ser de una parte de la misma humanidad a la que todos pertenecemos. La idea de Oriente es, así, una especie de construcción colectiva a la que cada erudito europeo o estadounidense ha contribuido sin apartarse de los cánones establecidos por la costumbre, la pésima costumbre, de considerar como superior a la civilización europea sobre la oriental. Una sólida construcción a la que se adhieren no sólo las opiniones generalizadas en calidad de añejos y arraigados lugares comunes, sino también los enfoques particulares de intelectuales cuya especialidad no ha sido el orientalismo, dando así lugar —nos dice Said— a varios Orientes que coexisten en uno solo: “un Oriente lingüístico, un Oriente freudiano, un Oriente splengeriano, un Oriente darwiniano [y] un Oriente racista” entre varios otros. W
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BAJO LA SOMBR A DE LA HISTORIA Ensayos sobre el islam y el judaísmo, vol. 1 F E R N A N D O DE L PA S O
A partir de la pregunta “¿en qué creen los que sí creen?”, Del Paso alimenta su curiosidad por “el otro” y nos presenta un recorrido por su historia como medio de explicación. Estos “ensayos sobre el islam y el judaísmo” responden a la curiosidad que lentamente fue madurando en la mente del autor mientras trabajaba en la prensa inglesa y francesa; se trata de una obra de interpretación histórica sobre las dos principales religiones del Medio Oriente, en la que, con la soltura del amateur, pero con el rigor de quien quiere entender en profundidad, analiza sus prácticas y representaciones culturales: dioses, costumbres, tradiciones, ideologías, cosmologías y todo aquello que constituye su interpretación del mundo. El resultado es una visión panorámica del surgimiento y desarrollo de ambas civilizaciones, escrita con precisión y la chispa narrativa que caracterizan la obra del autor, cualidad que la sitúa al alcance de todo público. historia 1ª ed., 2011, xvii + 934 pp. 978 607 16 0637 2 $490 (pasta dura) 978 607 16 0811 6 $380 (rústica)
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Ilustraciones: © F E R N A N D O D E L PA S O
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Gran parte de la literatura de Fernando del Paso orbita en torno a la historia. Sus novelas están empapadas de hechos reales y opiniones sobre esos hechos, como si su prosa quisiera no sólo describir sino entender aquello que ha ocurrido. Su reciente libro es entonces una nueva vuelta de tuerca en su afán por hibridar lo y literario con lo histórico. Uno de sus mayores conocedores explora aquí ese vínculo
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¿Una literatura de la Historia? ALEJANDRO TOLEDO
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a obra narrativa de Fernando del Paso se ha escrito, también, bajo la sombra de la Historia. Para decirlo palinurescamente: la ciencia de la Historia es un fantasma que ha habitado, toda la vida, en el corazón del escritor mexicano. O si no toda la vida, para no caer en exageraciones (y por ser algo, a la distancia, de difícil comprobación, pues habría que estudiar al personaje desde los primeros balbuceos, por lo menos, y seguirlo en su desarrollo intelectual hasta los tiempos actuales), sí puede decirse que en sus tres grandes novelas una de las raíces más sólidas de la ficción son los hechos históricos. En José Trigo (1966), por ejemplo, se entrecruzan dos sucesos: la guerra cristera de 1926-29 y el movimiento ferrocarrilero de 1958-59; en Palinuro de México (1977), pese a algunas desubicaciones geográficas y temporales (como situar, a propósito, la Escuela de Medicina aún en el Centro Histórico de la Ciudad de México, cuando ya se había trasladado a Ciudad Universitaria), el acontecimiento central es el movimiento estudiantil de 1968; y Noticias del Imperio (1987) describe a detalle la intervención francesa de 1862-66, y la instauración y desplome del imperio de Maximiliano de Habsburgo. Una de las raíces más sólidas de sus ficciones, sí, porque la otra raíz es obviamente la literaria. Fernando del Paso no intentó en esos títulos, en principio, hacer historia (aunque lo haya logrado, en alguno de los dos sentidos de la expresión), sino nove-
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las, y éstas siguen tradiciones narrativas muy claras. Como “objetos literarios” u “objetos verbales” que son, se les podría describir con independencia de las situaciones ahí referidas. En José Trigo se amalgaman cuatro influencias: la literatura prehispánica, sobre todo la poesía náhuatl, y Juan Rulfo, por un lado; y Luz de agosto de William Faulkner y el Ulises de James Joyce, por el otro. Palinuro de México vuelve por momentos a Joyce, en el planteamiento de un capítulo teatral como catarsis de la novela, pero también integra a François Rabelais, Laurence Sterne, Cyril Connolly, el surrealismo y la psicodelia; y en cuanto a Noticias del Imperio, al monólogo de Carlota de nuevo se le han acreditado señas joyceanas (relacionándolo con el monólogo de Molly Bloom) y se habla, igualmente, de que las variaciones estilísticas de la novela, capítulo a capítulo, vienen del Ulises, aunque es claro que Del Paso leyó además a los autores que se han ocupado de Benito Juárez y la pareja imperial, sean novelistas, dramaturgos o historiadores. La historia alimenta a la novela; y la novela se nutre de la historia. Una, en Del Paso, no podría vivir sin la otra. Entre ambas especialidades se establecen vasos comunicantes; y se crean, sin que el objetivo haya sido aquello que de forma comercial se conoce como “novela histórica” (por lo común, simplificaciones tanto de la historia como de la literatura), cuerpos literarios de ecos o reverberaciones múltiples con los que se llegan a comprender, quizás hasta en profundidad (con una profundidad tal vez distinta de la de un científico de la historia), ciertos pasajes históricos. Palinuro de México es parte de una corriente que se ha denominado “narrativa del 68” y que está constituida por más de 30 novelas y algunos cuentos. No se es-
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pere de estos libros un recuento puntual, día a día, de lo que fue el movimiento estudiantil. Lo que hay de éste en Palinuro de México es poco, si se busca la noticia de primera plana… aunque en esa época los diarios no fueron referencias confiables, pues se publicaba sólo aquello que era decidido por el gobierno. En parte por ese control que se tenía de la prensa, la literatura tuvo que contar lo que se había callado en los medios con control oficial. Lo que Del Paso hace es crear un “estado de ánimo” de los jóvenes de entonces, una trama que gira alrededor de un grupo de estudiantes cuya participación en el movimiento no es directa. No obstante, se percibe desde ellos el espíritu contracultural, que fue uno de los motores de la protesta. Así, las aventuras de los amigos en la ciudad, e incluso sus pasajes amorosos (cuando explota una gran libertad en los territorios de la cama), narran el 68 de otra manera. Ocurre así en otras novelas memorables sobre el 68, como La invitación (1972) de Juan García Ponce, Si muero lejos de ti (1979) de Jorge Aguilar Mora o Muertes de Aurora (1980) de Gerardo de la Torre, en donde probablemente no se encontrará el 68 histórico —que sí está en los testimonios recogidos por Elena Poniatowska para La noche de Tlatelolco (1971) o en el autobiográfico Los días y los años (1971) de Luis González de Alba— sino la parte más íntima de lo que fueron esas jornadas. La Historia vuelta historias. Coinciden José Trigo y Palinuro de México en que la perspectiva desde la que se cuenta es la de los vencidos: cristeros, ferrocarrileros o estudiantes que sufrieron la represión E SIGUE EN LA PÁGINA 10
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Para mirar Bajo la sombra de la Historia desde diversos miradores —¿un minarete en este caso?—, invitamos a un experto en la cultura islámica a comentar las ideas que Del Paso presenta en su libro. Lo que nuestro colaborador encuentra en esta obra es un enfoque novedoso, bien informado, controvertido, destinado a ser una referencia inevitable en el ámbito hispánico
RESEÑA
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ifícil en estos momentos es decidirse a escribir sobre el islam y el judaísmo, cuando está cambiando aceleradamente la ciencia que todos creíamos adquirida. Algo semejante a lo que ocurrió entre 1978 y 1979, años en que aparecía el libro de Edward Said Orientalismo, para decirnos que no hay que ilusionarse con la idea de tener al Oriente en la punta de los dedos, que no es éste sino una creación fantasiosa que el Occidente produjo con aviesas intenciones. Y confirmándolo o desmintiéndolo, estallaba en Irán un movimiento que no seguía el modelo de los hasta entonces habituales, sino que se autodenominaba una revolución islámica, que nadie había previsto. Como nadie había previsto lo que para simplificar se ha llamado la “primavera árabe” de nuestros días. La perplejidad hoy resultante quizá constituya el entorno más favorable para que un latinoamericano se lance a la empresa de presentar otra vez, desde su nacimiento, a los dos protagonistas del conflicto que agita la prensa a cada momento: el judaísmo y el islam. Es lo que hace Fernando del Paso, anteponiendo un epígrafe que nos señala su impulso principal: “El contenido de este libro no es lo que yo quiero enseñar: su contenido es lo que yo quería aprender.” No sé si conscientemente o no, tales palabras recuerdan las de otro famoso heterodoxo inclasificable, Georges Sorel, quien, no encontrando en ningún sitio la ciencia que buscaba, tuvo que enseñársela a sí
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mismo. Sospecha que me parece confirmada cuando Fernando del Paso repite lo de John Esposito: “Nunca tuve la intención de escribir este libro.” El libro se escribió solo, valga la paradoja. Los porqués nos los va aclarando la extensa introducción, la cual recuenta una muy larga génesis, así como los modos en que su autor se fue acercando vivencialmente al tema. Nos dice cómo conoció por primera vez a unos judíos, cómo determinados acontecimientos del Medio Oriente lo sorprendieron en alguna etapa de su vida laboral, qué libros, qué escritores. Esto es bastante raro en las costumbres de los investigadores, quienes nos suelen presentar los resultados de su búsqueda como si un camino llano y directo los hubiera llevado a ellos. Describiendo por el contrario su ruta escarpada y tortuosa, Fernando del Paso deja constancia de las idas y vueltas que dieron sus intentos por comprender a los judíos y al islam. Valentía admirable que muchos quisiéramos empuñar, y más la de lanzarse a la empresa con pleno conocimiento de que requiere un abultado bagaje de conocimientos especializados, pero también que se hace necesaria más que nunca en nuestros días y en nuestro medio. Nuestro medio latinoamericano, aclara para mayor detalle, vivir en cuyo ámbito lo convierte en un testigo privilegiado de los tiempos que corren. El resultado es un insólito volumen que abreva en todas las fuentes y de todas sospecha, que nos hace saber cómo las páginas que leemos han consumido sí años de lecturas, variadas y políglotas, pero además décadas de interrogantes nacidos de las más diversas situaciones y del encuentro con los autores y personajes más inesperados. La misma forma de citar una bibliografía heterogénea, de libros voluminosos y de las
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fuentes que menos esperaríamos encontrar en un libro sobre el islam y el judaísmo, nos revela que no es cuestión del trabajo de unos meses sobre un corpus de fotocopias o el recurso constante a internet (que falta conspicuamente, alabemos de paso). También cuando nos topamos a cada momento con la atención minuciosa a ciertos detalles, con el descubrimiento de discrepancias o de complementariedades entre un autor y otro, con la labor de confrontación entre distintas versiones de la Biblia y el Corán. Todo ello nos habla de una labor prolongada y cordial. Con lo anterior casi sobra lo que digo ahora, que estos ensayos sobre el judaísmo y el islam no se van a parecer a lo que existe sobre el tema. Por empezar, pocas son las obras que se dedican al mismo tiempo a ambos tópicos, y casi sólo a ellos: hay sí muchas sobre el judaísmo, muchas sobre el islam, sobre ambos y el cristianismo; hay tratados generales de las religiones, pero ensayos sobre judaísmo e islam, pocos. Agrego: no resultan en una síntesis celebratoria, no en una condena del orientalismo ni en una celebración del mismo, ni propaganda de un bando contra el otro, ni en una aséptica paráfrasis que evite discutir los hechos sobrenaturales, ni en un irénico llamado a contemplar la verdad de todas las religiones. Más bien es un irrespetuoso, políticamente incorrecto llamado a ver de ellas la mentira, empezando por las dos que son objeto de escrutinio. Las costumbres académicas, y hasta las sociales, nos han acostumbrado a evitar cualquier referencia a las propias convicciones religiosas, incluyendo el descreimiento, que es también E SIGUE EN LA PÁGINA 10
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Ilustraciones: © F E R N A N D O D E L PA S O
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¿UNA LITERATURA DE LA HISTORIA?
VIENE DE LA PÁGINA 8 E del Estado. En Noticias del Imperio hay una variación, pues en ese gran caleidoscopio del siglo xix que es la novela destacan Maximiliano y Carlota, que llegaron a México para gobernarlo (y que finalmente también fueron derrotados), sí, pero hay el esfuerzo por mirar las cosas no sólo desde ahí sino integrar ópticas muy diferentes, con un afán total, como si se tratara de una asamblea en la que todos los involucrados (republicanos o imperialistas, liberales o conservadores, franceses o mexicanos) exigieran tener voz y voto. Acaso la distancia en el tiempo permite esa visión panorámica cuando en los otros casos, el movimiento ferrocarrilero o el movimiento estudiantil, se trataba de abordar asuntos cronológicamente más cercanos al escritor, que exigían además una toma de partido. En uno de los capítulos finales de Noticias del Imperio reflexiona Del Paso sobre las relaciones entre la literatura y la historia. Tiene a la mano tres naipes: uno es el del dramaturgo Rodolfo Usigli, autor de una obra sobre el Segundo Imperio, Corona de sombra, quien se siente incómodo ante la historia; el segundo naipe es una frase de Jorge Luis Borges, al que le interesa “más que lo históricamente exacto, lo simbólicamente verdadero”; y el último naipe es de György Lukács, teórico de la novela histórica, para quien es un “prejuicio moderno el suponer que la autenticidad histórica de un hecho garantiza su eficacia poética”. De estas tres opciones, ¿cuál será la carta elegida por Fernando del Paso? Escribe: “Quizás la solución sea no plantearse una alternativa, como Borges, y no eludir la historia, como Usigli, sino tratar de conciliar todo lo verdadero que pueda tener la historia con lo exacto que pueda tener la invención. En otras palabras, en vez de hacer a un lado la historia, colocarla al lado de la invención, de la alegoría, e incluso al lado, también, de la fantasía desbocada […] Sin temor de que esa autenticidad histórica, o lo que a nuestro criterio sea tal autenticidad, no garantice ninguna eficacia poética, como nos advierte Luckács.” Como el del novelista, también el oficio del historiador se ha modificado. Antes se atendían los grandes sucesos, las grandes mareas de la historia, y el acento se aplicaba en quienes como líderes parecían conducir la historia. Ahora lo cotidiano, la vida diaria, y aquello que realizan personajes de los que no sabemos siquiera sus nombres (partes actuantes y modificantes de ese orbe, ese “nadie” que es “todos”), importan al científico de la historia tanto como lo que ocurre en la vida pública más iluminada. El historiador ha tenido, por tanto, que enfocarse en aquello que antes era sólo interés de los novelistas, a quienes se sabía dedicados a la “historia privada de las naciones”, según el credo de Balzac. Y éstos, los novelistas, no se asumen ya como simples divulgadores de la historia (papel que se ejercía con cierta comodidad en el siglo xix, al modo de Pérez Galdós o Salado Álvarez en sus “episodios nacionales”) sino como alguien que investiga y se acerca a algo que puede ser históricamente exacto o simbólicamente verdadero. Desde finales del siglo xx el historiador actúa como novelista y el novelista como historiador, con similares responsabilidades en el uso de la pluma y el microscopio. Ése es el punto al que arriba Fernando del Paso en sus novelas. Es curioso que luego de sus tres grandes edificios narrativos de intención histórica la obra de Fernando del Paso se haya dispersado hacia la novela policiaca (Linda 67, 1995), la escritura de textos para niños (De la A a la Z por un poeta, 1988; Paleta de diez colores, 1990; Ripios y adivinanzas del mar, 2004), el teatro (La muerte se va a Granada, 1998), la poesía (Sonetos del amor y de lo diario, 1997; PoeMar, 2004) o la revisión bibliográfica (Viaje alrededor de El Quijote, 2004), y que una de las estaciones visitadas sea un libro hecho sólo de palabras y sólo para la palabra (Castillos en el aire, 2002), o de ésta en su relación con la imagen (puesto que es un libro ilustrado por el autor), en donde la fantasía verbal en su expresión más libre guía la mano, como si efectivamente se tratara, en afanes terapéuticos, de una cura de esa Historia a cuya sombra antes ha vivido… y a la que volverá en el futuro. W
Alejandro Toledo es crítico literario y periodista. En 2006 el Fondo publicó El hilo del Minotauro, su antología de “cuentistas mexicanos inclasificables” y en 2012 lanzamos el segundo volumen de las obras completas de Efrén Hernández, preparadas y prologadas por Toledo.
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COMPRENDER ORIENTE DESDE AMÉRICA LATINA
E una religión, como reza el dicho islámico. Por no seguir estas costumbres, Fernando del Paso evita las medias palabras y ambigüedades que demasiadas veces oscurecen los recuentos sobre las religiones ajenas y las rechaza para subrayar con ironía omnipresente sus contradicciones y extrañezas. Quizá la religión islámica, por estar más apegada a símbolos premodernos, es más castigada. No estoy de acuerdo en ciertos juicios suyos sobre su enraizamiento psicológico, que la diferencia del judaísmo y el cristianismo actuales. Eso, retomo lo de mi primer párrafo, lo habría dicho yo también antes de la primavera árabe. Hoy no sé. De todos modos, no hay acá nada comparable a la antipática diatriba de la ególatra Oriana Fallaci. Lo de Fernando del Paso transpira un profundo humanismo, una compasión humana que nace paradójicamente de su posición agnóstica, declarada desde la primera página, y para que menos dudas queden, ahí mismo definida con rigor. Sabe que el resultado le va a significar reproches de todos lados. De los que se consideran afectados, que para colmo pertenecen a ambos bandos, porque no puede acogerse a los judíos para que lo defiendan de los musulmanes, ni viceversa. A los dos les tocan palos. A los tres, porque también está presente quien no es sujeto del libro pero es omnipresente en él; más bien, yo diría que es el libro un ejercicio de tiro por elevación dirigido al cristianismo, a la iglesia católica precisamente. Agrega Fernando del Paso que los reproches saldrán también del campo de los especialistas. Con modestia afirma que no los mundialmente famosos, que “nunca se dignarán siquiera hojear estos modestos ensayos”, sino sus coterráneos, mexicanos y latinoamericanos que se han ocupado de estos temas, y entre los cuales me hace el honor de colocarme. Yo no lo haré, y los otros, si actúan con sinceridad y son verdaderos estudiosos, podrán sí hallar faltas, nombres mal escritos y sobre todo bibliografía que se deja de citar. Pero pregunto: ¿quién se ha atrevido hasta ahora a elaborar un libro tan amplio y personal sobre estos temas? No ha aparecido todavía el Pococke o el Renan latinoamericano, y si hace algunos años podía deberse a la falta de infraestructura y medios, ahora el culpable es nuestro apocamiento. Del que Fernando del Paso ha sabido sobreponerse, ejercitando una amplia relectura. En adelante, lo que se escriba entre nosotros sobre estos temas deberá serle una respuesta. ¿De qué habla entonces? Ya es hora de decirlo porque nada previsible es el índice y en la vaguedad del título cabe todo. Habla del islam y del judaísmo, por supuesto, y en ese orden, no en el de aparición histórica. Alterna la frondosidad en el desarrollo, que sigue sus interrogantes personales, y el meticuloso método cronológico y temático, aunque no sin súbitos cambios de registro. Ya hablé de la introducción. Luego viene una serie de disquisiciones sobre el orientalismo. No creamos que calca, a la moda de hoy, lo que dice Edward Said; esto hay que dejarlo para los que del Oriente y del orientalismo sólo han sabido lo que el palestino dijo; tampoco se ríe de las falacias de éste, faena que hay que dejar a los orientalistas satisfechos de sí mismos. Nuestro autor critica y recupera al mismo tiempo, y aquí recordamos y valoramos aquello de que había escrito antes, que el ser latinoamericano lo convierte en testigo privilegiado. Y prosigue con Mahoma, “Vida y milagros”. El desarrollo es largo. Abundan los detalles, y ya sabemos que sobre el Profeta éstos se conocen en sobreabundancia. No retoma la vulgata sobre el comercio caravanero de Meca, los cambios sociales que propiciaron la aparición sociológica del islam. Todo esto, tópico en los manuales, y que me parece bastante fantasioso, le interesa menos que el hombre Mahoma. Quizá por ello cita tanto a Washington Irving, fuente que en general los orientalistas desdeñan, y a Martin Lings, cuya narrativa puede no convencernos, pero es imposible que
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no nos atrape. Sólo puede seguir la estela de ambos quien domine la técnica novelística como para dar cuenta de las contradicciones de Mahoma, cuya vida sigue hasta el final, y allí se detiene. Continúa con la más antigua historia bíblica, la cual entremezcla continuamente con la de los judíos de la diáspora, de los actuales, sus anhelos y sus odios, su tragedia. Escritos muy lejanos, en torno al Holocausto, sirven a veces de marco a los juicios y reflexiones sobre el Pentateuco, los Jueces, la Monarquía davídica, el exilio. Al lado de los detalles de la Toráh figuran aquellos otros, pintorescos y extravagantes, de la tradición rabínica. Lo dicho antes sobre Mahoma se repite: el interés del presente libro es por el hecho humano, e ignora las disquisiciones habituales sobre la historia y sus determinaciones. Aunque ya no va tras la personalidad de cada patriarca, sino tras la de aquella gran tradición que es el judaísmo. Sus intereses le impiden tomar en cuenta las reelaboraciones que desde hace algún tiempo se han hecho y se están difundiendo, con fervor y con escándalo, sobre el carácter mítico de la historia más antigua de los patriarcas, e incluso de los reyes de Israel, y sobre la vida de Mahoma. Conoce sí La Biblia desenterrada, de Finkelstein y Silberman, pero no acude a su argumento básico. Éste, como toda gran teoría, va a ser superado en el tiempo. Fernando del Paso, que aspira a ser más duradero, privilegia el uso de las fuentes primarias, y repito que el Corán es escrupulosamente leído, y en varias versiones e idiomas, lo mismo que la Biblia. Pero no creamos que en forma de calca de los manuales que ya existen. Cada información está acompañada de comentarios; la mayoría son heterodoxos y para mí absolutamente inéditos. En todo sentido: en relación con la sacralidad del tema y en relación con la respetabilidad de la erudición tradicional. A veces son notas de simple sentido común. He dado cuenta del contenido de los capítulos más importantes, pero de ninguna manera de todo el libro. No he dicho nada de la imagen europea del islam, de la influencia de las Mil y una Noches: no alcanza el espacio. Aunque sí son obligadas unas palabras para el caso Rushdie: imprevisible siempre, el autor se esfuerza por asumir el punto de vista islámico; repite consideraciones de otros, sí, pero en algo su autoridad es incuestionable, al decidir sobre el mérito, que no lo entusiasma, del indobritánico. Sólo conozco a otro novelista, el fallecido Carlo Coccioli, que discriminó entre el fárrago de la publicidad y vio justo en la calidad del colega condenado a muerte. Hay más temas: al acabar un pequeño tratado de angelología judeo-cristiano-islámica da lugar a una miscelánea, repleta de curiosidades islámicas, paralipómena de tanta investigación, y unas páginas sobre el sufismo que reivindican a este movimiento. Parece terminar pero tenemos la impresión de que las hasta ahora más de setecientas páginas son sólo un comienzo, de que como el Corán esta obra no tendrá fin, como no tuvo comienzo, que se va a prolongar, que va a seguir escribiéndose sola. Afortunadamente. W Hernán G. H. Taboada es investigador del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe, de la UNAM. Es autor de La sombra del islam en la conquista de América ( FCE, 2004).
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También pedimos a una profunda conocedora de la cultura judía que leyera el nuevo libro de Del Paso y lo comentara desde ese universo cultural. La ironía, por momentos subida de tono, y la gana de encontrar contradicciones en los textos sagrados son los principales hallazgos de nuestra colaboradora, quien aprecia los arrestos del autor pero no sus conclusiones
RESEÑA
Un autor en busca de incongruencias ANGELINA MUÑIZ-HUBERMAN
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ernando del Paso, en su nuevo libro Bajo la sombra de la Historia. Ensayos sobre el islam y el judaísmo, realiza un divertido e irreverente paseo por los textos sagrados bíblico y coránico. Su intención, como él mismo afirma, es llegar a un público amplio. El título, nos dice, indica que la “Historia es en sí, ella misma, una sombra”, pues los presentes ensayos entremezclan con habilidad información histórica, sustentada por una amplia bibliografía, con ingenio paródico. El libro empieza con un largo ensayo, “Las mil y una noches de la bbc”, en el cual el autor hace un recuento del periodo de su vida que pasó en Londres. Principia por definirse como agnóstico y latinoamericano. Continúa con sus recuerdos de infancia en relación con la religión y su conocimiento de niños de otras religiones. Esto lo presenta como “una ex-
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posición de aquellas circunstancias de mi infancia, mi adolescencia y mi vida como adulto que me llevaron a escribir [este libro]”. Nos describe su desempeño en el campo de la publicidad y agrega: “Hice textos e imaginé comerciales para todos los productos imaginables y por imaginar.” Posteriormente, en 1971, gracias a una beca Guggenheim se instala en Londres, donde trabaja para la bbc. De este modo se empapa de la política internacional. Su postura queda definida al identificarse con los periodistas Robert Fisk y Thomas Friedman. De los ingleses lo que más apreció fue el sentido del humor: “único en el mundo”. Regresando a su infancia el autor nos relata la vida del México después de la segunda Guerra Mundial. La casa de la familia, convertida en casa de huéspedes, recibe a algunos judíos perseguidos por el nazismo, de los cuales dos habrán de ser sus tíos al casarse con las hermanas de su madre. Hace un repaso histórico de la época. Destaca el desinterés y la negativa de Lázaro Cárdenas por acoger a los perseguidos judíos, como el
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caso de varios barcos impedidos de atracar, en contraste con el recibimiento entusiasta de los españoles republicanos. Por cierto, agregaríamos que, entre éstos, llegaron judíos que habían luchado por la segunda República Española. Del Holocausto o su nombre en hebreo Shoá, se remite a dos películas ya clásicas: Noche y niebla de Alain Resnais y Shoá de Claude Lanzmann. Aclara que en la primera, aunque se menciona que los masacrados en los campos de concentración pertenecían a veintidós nacionalidades, “no se nos dice que seis millones de esas víctimas pertenecían a la población judía de Europa”. De la segunda, expone su carácter testimonial, treinta años después de los hechos, basada en entrevistas, tanto de judíos sobrevivientes como de sus verdugos. A continuación, aborda el tema de judíos y musulmanes en América Latina. Reafirma su imparcialidad por no ser creyente de ninguna religión. Parte de la época colonial con la temible Inquisición y las quemas de judaizantes. E SIGUE EN LA PÁGINA 14
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Los privilegios de la tinta
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ernando del Paso ha contado varias veces que él es zurdo natural. Sin embargo, su familia lo forzó desde pequeño —como se acostumbraba hasta hace no mucho en un mundo en el que prácticamente todo ha sido concebido para ser usado por gente diestra: desde los pupitres hasta los picaportes, pasando por las llaves del agua— a utilizar la mano derecha para saludar, para comer, para escribir. Andando el tiempo acabó por volverse diestro para esas y muchas otras cosas, pero hubo una actividad que realizó siempre con la mano izquierda y nadie, por fortuna, intentó prohibirle: dibujar. Y dibujó mucho, gracias a un talento tan natural como su zurdez, inspirado en las tiras cómicas de los periódicos y en las historietas que le compraban. “Yo quería dibujar historietas —le dijo a Alejandro Toledo en una entrevista realizada a raíz de la aparición de Castillos en el aire (fce, Tezontle, 2002), libro de dibujos
contamos con una serie de dibujos que son, en más de un sentido, el mejor testimonio de admiración que un dibujante le puede brindar a otro. Entre 1980 y 2001 Fernando del Paso hizo veintinueve dibujos en tinta china, increíblemente laboriosos y claramente evocativos de la imaginativa óptica de Escher. Diecinueve de ellos forman parte del libro Castillos en el aire. Fragmentos y anticipaciones. Homenaje a Maurits Cornelis Escher y se corresponden con veintiún poemas en prosa (escritos asimismo por Del Paso) que no son espejo ni descripción de los dibujos sino piezas complementarias. El otro artista, Alan Aldridge, formaba parte de la iconosfera inglesa e internacional cuando Del Paso llegó a Londres. El motivo: la enorme cantidad de dibujos que había realizado para ilustrar el libro que recogía las letras de las canciones de los Beatles, así como numerosas portadas de discos de otros grupos, carteles para anunciar conciertos y portadas de libros del afamado sello Penguin. Sobre él sí tuvo oportunidad de escribir una nota periodística el 7 de febrero de 1974, a raíz de una exposición retrospectiva. En esa nota (“La Beatlemanía
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R AFA E L VAR G A S
Esta Gaceta es una galería portátil: en sus páginas cuelgan algunos de los cuadros que Del Paso ha pintado a lo largo de casi siete decadas de exploraciones gráficas. Su bien arraigada vocación por el pincel, sólo superada por la que lo convirtió en uno de nuestros escritores esenciales, ha encontrado cobijo en un museo en su honor que prepara la Universidad de Colima. Asomémonos aquí a su producción dibujística
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y poemas en prosa sobre el que volveremos más adelante, y la apertura de la exposición homónima—. Pienso ahora (es una boutade) que hubiera preferido inventar historietas que escribir novelas.” Estas palabras hacen recordar unas muy parecidas de otro gran novelista: el norteamericano John Updike, quien en 1968 confesó a Paris Review que su primera ambición había sido convertirse en creador de dibujos animados para Walt Disney. No son pocos los escritores que desde niños se han sentido inclinados hacia el dibujo. Dasso Saldívar, el biógrafo de Gabriel García Márquez, cuenta que “la primera expresión artística del niño Gabito fue el dibujo” y que aún en la adolescencia, cuando empezaba a hacer pininos como cronista y poeta (primera parte de la década de 1940), se consideraba, sobre todo, dibujante: “era el encargado de las ilustraciones de la revista Juventud durante esos años”. Hay un estrecho parentesco entre dibujo y escritura. De hecho, se puede decir que en el comienzo fueron lo mismo. Los caracteres que utilizamos para escribir en los más diversos idiomas se originaron como dibujos, representaciones de cosas que hoy, después de un largo proceso de estilización y refinamiento, nos parecen abstractas. Además, ambas actividades se realizan con los mismos instrumentos. Y la simple cercanía con ellos produce ganas de escribir o de dibujar. Por lo menos, de garrapatear algo; de disfrutar el espectáculo de la tinta impregnando el papel, el roce de éste contra el canto de la mano. Es fácil imaginar lo que para Fernando del Paso debe haber sido muy difícil: deslindar una actividad de la otra, porque practicó las dos desde la infancia. La literatura acabó por imponerse como su actividad central y desplazó el dibujo al margen. Pero no por demasiado tiempo si consideramos que su primer libro, Sonetos de lo diario, apareció en 1958, y el segundo (la espléndida novela José Trigo) en 1966, y para 1973 ya se encontraba presentando su primera exposición de dibujos en el Institute of Contemporary Arts, en Londres. Del Paso se instaló en esa ciudad a mediados de 1971 gracias a la obtención de una beca Guggenheim, y al poco tiempo comenzó a frecuentar exposiciones en museos y galerías. Parte de su itinerario en ellos puede reconstruirse gracias a los artículos que enviaba al periódico El Día.1 A través de su lectura se advierte el ánimo receptivo con que acude a encontrarse con artistas clásicos y nuevos pero, también, que llega a esos encuentros provisto de una mirada crítica e informada gracias a la cual aún hoy resultan interesantes y provechosos. Londres será una ciudad clave para el reencuentro de Fernando del Paso con el dibujo, pues en ella habrá de familiarizarse con dos artistas que influirán de manera determinante en la definición de su estilo: Maurits Cornelis Escher y Alan Aldridge. M. C. Escher, holandés, muere en 1972, a los 74 años de edad, justo en el periodo en que Del Paso comienza a conocer su obra. Si en ese momento se hubiese encontrado colaborando ya con El Día, muy probablemente habría escrito un artículo sobre el llamado “maestro de la ilusión artística” en el que veríamos la admiración que el joven escritor mexicano sentía por el célebre dibujante y grabador europeo. Pero en vez de ese testimonio escrito
1 Recogidos en otro libro publicado también por el fce, en coedición con la unam y El Colegio Nacional: el tercer volumen de sus Obras. Ensayo y obra periodística, cuya compilación, estudio introductorio e índices son obra de Elizabeth Corral Peña.
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Rafael Vargas es periodista, traductor (acabamos de publicar su versión de Flaubert, Joyce y Beckett. Los comediantes estoicos, de Hugh Kenner), ensayista, editor.
ilustrada ) Fernando del Paso escribe un párrafo para explicar al lector la naturaleza de la obra de Aldridge que, creo, puede utilizarse también para aproximarse al trabajo plástico del propio Del Paso: “En muy pocos artistas se han conjugado con tal abundancia, y en forma tan obsesiva, las principales constantes del arte manierista de todos los tiempos: el estilo serpentinata, el conceptismo, la naturaleza mágica, el mundo como laberinto, las máquinas de imágenes, el onirismo, la locura, el pansexualismo y el hermafroditismo —en su clásica expresión arcimboldesca— y, más que nada, el deseo de decirlo todo.” Del Paso califica el trabajo de Aldridge como “nuevo manierismo”, y quizá no sea disparatado cobijar sus dibujos bajo esa misma denominación. Naturalmente, hay en ellos una síntesis de muchos otros artistas (como Klee, Kandinsky y Miró), y en los trabajos que ha hecho como ilustrador —por ejemplo, en su libro de poemas sobre las letras del alfabeto, De la A a la Z por un poeta (Origen, 1990)— se percibe también la asimilación de la tradición pictórica inglesa. Con el tiempo, y en la medida en que trabaja con una mano cada vez más suelta, sus dibujos se han estilizado, como ocurre con una firma, pero entre los primeros y los más recientes hay una clarísima línea de continuidad. La riqueza de esta parte de su universo creativo es vasta, y se trasluce no sólo en lo que ha escrito sobre artes visuales, sino también en su propia obra literaria. Sobre esa relación ha escrito de manera amplia e inteligente una de las más atentas lectoras de la obra de Fernando del Paso: Elizabeth Corral Peña en “Pintando a máquina. La influencia pictórica en la obra literaria de Fernando del Paso”, ensayo publicado en 1998 en la Nueva Revista de Filología Hispánica de El Colegio de México. La mano izquierda de Fernando del Paso tiene casi setenta años de actuar en plena libertad. La ha empleado para mostrarnos imágenes que no sabemos si son dictadas por alguna suerte de sueño o visión, o simplemente por la inercia del dibujo: es indudable que, una vez que la tinta toca el papel, cobra vida, se conduce por cauces insospechados; lo mismo crea esferas dictadas por el sueño de un matemático que figuras completamente ajenas a la geometría. No es posible decir que ha creado un mundo autónomo y del todo distinto al que ha creado su hermana derecha (en este caso la mano derecha sí sabe lo que hace la mano izquierda), puesto que los dos están hechos de tinta; sino, más bien, un mundo que, simultáneamente, acompaña y desafía al otro, en el que una mesa no está compuesta por líneas que semejan una superficie y cuatro patas, sino sólo por una palabra que es, quizá, su representación más extraña: mesa. Explorar ese mundo será cada vez más fácil gracias a la Universidad de Colima, que en mayo de este año abrió en la población de Nogueras un museo que lleva el nombre de Fernando del Paso. Ese museo alojará de manera permanente una gran parte de su obra plástica, pero también manuscritos originales, cuya lectura permitirá saber si, al igual que otros de sus colegas, Del Paso dibuja nerviosamente mientras escribe, o cuando corrige sus originales, antes de entregarlos a la imprenta. W
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UN AU TOR EN BUSCA DE INCONGRUENCIAS
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E De la época contemporánea hace un somero repaso de los países latinoamericanos y sus comunidades judías y musulmanas. Del actual Estado de Israel señala los aciertos en materia social, sanitaria, libertad de religión, de expresión, cultural y artística: “Es, en pocas palabras, la única democracia del Medio Oriente.” También menciona sus errores políticos, sus facciones derechistas y ortodoxas. En fin, el conglomerado de opuestos y contradicciones de toda nación. Hasta aquí llega la primera parte, introductoria, del presente libro. La segunda trata de Mahoma y el nacimiento del islam. La tercera parte (que es la que se me pidió que reseñara) lleva como título: 1] “Historia antigua de un pueblo deicida” y 2] “¿El fin de la nación judía?” El primer título, de orden ambiguo e incierto, no puede referirse al pueblo judío, ya que el judaísmo no ha matado a su Dios. Los autores de los libros integrados en el llamado Antiguo Testamento o mejor Tanaj, en hebreo, no podían prever la futura existencia de Jesús. En todo caso, se les acusaría de carecer de dotes adivinatorias. La acusación de “pueblo deicida” proviene del cristianismo. Sin embargo, es necesario recordar que la declaración Nostra Aetate del Concilio Vaticano ii (1962-1965), iniciado por el papa Juan XXIII, eliminó el epíteto. A partir de una interpretación peculiar del texto en sí, son muchas las sorpresas que descubre Fernando del Paso. A su modo, se vale de Maimónides en cuanto al juego entre sentidos literal y figurado de las palabras, y a la flexibilidad de las interpretaciones. Por tratarse de una literatura tan antigua y, al mismo tiempo escrita a lo largo de tanto tiempo y por tantos autores, es, en su origen, de orden épico. La recopilación de textos que abarca constituye, ante todo, una colección de los diversos géneros literarios: épico, lírico, sapiencial, místico y hasta un rudimentario intento teatral, como consigna María Zambrano al interpretar la historia de Job en El hombre y lo divino (fce, 1955). Dos grandes investigadores, Robert Alter y Frank Kermode, también se refieren a la diversidad de géneros bíblicos en su libro The Literary Guide to the Bible (Belknap Press, 1990). Otro notable crítico literario, Northrop Frye, en The Great Code. The Bible and Literature (Harcourt Brace Jovanovich, 1982), parte de la relación entre lenguaje, mito y el uso metafórico de las palabras. Si el origen es épico podría compararse no con textos religiosos (aunque la religión sea una presencia fundamental), sino con la épica griega (Ilíada y Odisea), la europea medieval y la prehispánica. En todo caso, no resultaría objeto paródico, por pertenecer a lo fantástico. Asimismo, la unión y desunión entre tribus y clanes, las guerras, el dominio territorial, la imposición de religiones, los dioses que pelean de un lado o de otro se enfocarían desde otro ángulo. Pero, y éste es el gran pero, para la tradición occidental y cristiana el judaísmo es un obstáculo inevitable. De ahí que la imparcialidad sea difícil de lograr, como el mismo autor afirma. La técnica de Fernando del Paso se centra en el señalamiento de las incongruencias del texto bíblico. Incongruencias propias de todo texto literario y más aún de los de épocas tan antiguas. Incongruencias propias del ser humano que nunca será constante en su vida y actuación. Incongruencias que habrá desde las obras cervantinas y shakesperianas hasta las de moda actuales, incluyendo las detectivescas y harrypotterianas. Y como Dios es una creación humana, por más que se lo espiritualice, en algún momento se traicionará. La búsqueda de tales incongruencias parte del Génesis en adelante o bien el autor se entretiene con cálculos matemáticos: “Si hacemos un cálculo conservador de dos coitos semanales, ciento cuatro al año, resulta que nuestros primeros padres tuvieron que realizar más de diez mil veces el acto sexual antes que Eva se embarazara por tercera vez.” Su recuento de los animales que se refugiaron en el arca de Noé echa de menos a escarabajos, moscas, mosquitos y otros insectos, así como microorganismos tales como bacterias y virus. Acusa a Dios de ignorancia. Sobre la edad de los personajes bíblicos, que sabemos que es simbólica, imagina escenas grotescas: “La Biblia no indica que Abraham y Sara hubieran sido rejuvenecidos por una o varias noches, así que podemos suponer que ambos unieron sus pieles ajadas y secas, sus arrugas y verrugas, sus flaccideces, sus pubis calvos, sus bocas desdentadas, en fin, sus decrepitudes.” Más adelante afirma que “Abraham era un sicópata.” De pronto, Fernando del Paso da saltos históricos y relaciona algún hecho bíblico con la política actual del Estado de Israel mencionando, por ejemplo, que fue
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Dios quien primero consideró a los judíos extranjeros en su tierra y no los palestinos del siglo xx. Los vacíos narrativos, propios de la literatura en general, le sirven para desarrollar escenas quevedescas y hasta goyescas. Crea, como resultado, un tratado del absurdo, tal vez por influencia de la fórmula latina: Credo quia absurdum est. Sigue pasando revista a los textos de Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio, sin olvidarse de señalar todos los defectos, las maldades, las traiciones, las complicaciones, los enredos, aplicados a la época antigua y contemporánea. Al rey David lo califica primero de “bandido, traidor, adúltero y asesino” para luego describir su grandeza. De este modo no hace sino resaltar lo que sabemos de la Biblia: es un libro que no encubre lo negativo del ser humano, pero tampoco lo positivo: en una palabra, es un libro sobre las pasiones humanas. De ahí su universalidad y su contemporaneidad. Para describir el reinado de Salomón cita las palabras del ya rebasado historiador del siglo xix Ernest Renan, que lo calificó como “uno de los gobiernos más tiránicos del mundo”. Después destaca su obra cumbre como constructor del Templo de Jerusalén e impulsor de la cultura y la economía. Sobre el Cantar de los Cantares asegura que es un libro bellísimo sin señalar sus incongruencias. Según avanza en el tiempo el texto bíblico, Fernando del Paso reconoce que el carácter fantástico va perdiendo terreno y que el histórico lo gana. Mas entonces nos dice: “Una historia sin duda de gran interés para los especialistas, pero más bien farragosa para los lectores.” En efecto, lo paródico es menos accesible. Por lo que tacha a los libros de los Reyes de “monótonos hasta el cansancio”. Los profetas, alucinados, “presentaban cuadros psicológicos anormales […] aunque desempeñaron un papel trascendental en la historia del pueblo judío y en el judaísmo como religión”. A Isaías, basado en la versión cristiana, lo considera el antecedente de un Dios universal. De los profetas menores destaca su preocupación fundamental por la clase pobre. Menciona también a profetisas, como Noadías y Míriam. A Jeremías lo nombra “el profeta inquisidor que condenó el lujo de la casa real y la explotación y opresión de que eran víctimas los débiles”. Pasando a la sección titulada “¿El fin de la nación judía? Del retorno de Babilonia a la rebelión de bar Kojba”, de nuevo recobra el ímpetu paródico basándose en una cita del Dictionnaire encyclopédique du judaïsme donde se dice que el decreto de aniquilamiento de los judíos en el reino de Persia reforzó más su fe que los sermones proféticos. En cuyo caso, el autor proclama que “el Holocausto habría también significado un enorme beneficio para el judaísmo”. Sin comentarios. Según la historia avanza, los hechos se describen más escuetamente. El regreso del destierro en Babilonia bajo el reinado de Ciro el Grande, la conquista de Alejandro el Magno de Israel, la rebelión de los Macabeos, la conquista de los romanos, el gobierno de Herodes el Grande, las enseñanzas de Hilel y Shamai, Salomé y Yojanán el Bautista. La heroica defensa de Masada, sitiada durante tres años por las mejores legiones romanas y el suicidio final de los combatientes y sus familias, se describe según el libro de Flavio Josefo. La rebelión de bar Kojba contra los romanos, un relevante hecho histórico, se expone brevemente. A continuación se incluye un apéndice sobre la historia de Job utilizando como base el libro de Jung Respuesta a Job, y otro, sobre Freud y Moisés, en torno a las diferentes teorías en cuanto al origen judío o egipcio de Moisés, figura central para las tres religiones monoteístas. De este modo se cierra esta sección de un libro entre lo paródico y lo serio, la burla y la imaginación, el análisis y el rigor, así como la trasgresión. Un libro cuyo propósito final es un enigma. El propio autor se une a las palabras de John L. Esposito de no haber tenido la intención de escribirlo: “pero aquí está”. W
Angelina Muñiz-Huberman es narradora, ensayista y poeta, estudiosa del exilio y del judaísmo. Es autora de El siglo del desencanto ( FCE, 2002) y Las raíces y las ramas. Fuentes y derivaciones de la Cábala hispanohebrea ( FCE, 1993).
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El ensayista que presentó Bajo la sombra de la Historia veló armas en el género con un trabajo sobre la mayor obra de Cervantes. En ambos libros abundan la erudición y la inventiva; los dos se asientan en vastas lecturas y en la desparpajada certeza de tener algo nuevo que decir ahí donde tanto se ha dicho. Acompáñenos el lector en este breve recorrido en torno al Del Paso autor de ensayos
RESEÑA
Un viaje cervantino ADOLFO CASTAÑÓN
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iaje alrededor de El Quijote, de Fernando del Paso, es un libro escrito por un escritor imaginativo, pero también informado y leído. No es ésta una obra improvisada sino producto de varios años de lecturas acuciosas e inteligentes. Es un libro que aporta varias cosas concretas a la discusión sobre el Quijote que, hasta donde sé, no habían sido observadas por los estudiosos y editores. a] La inconsecuencia en Cervantes de que el cuarto donde Don Quijote tenía sus libros se haya desvanecido y que a nuestro héroe no se le haya pasado por la cabeza dar la vuelta a la casa para saber qué había pasado con el cuarto desaparecido por el mago Frestón. Es una observación ingeniosa que sólo podía haber hecho un novelista y que hasta ahora —según el autor— no había hecho ningún cervantista. Se han intentado algunos croquis de la casa pero no se dice una palabra ni se pinta un dibujo del cuarto desaparecido. b] La segunda aportación crítica de fondo se refiere al personaje Álvaro de Tarfe, que aparece al final de la segunda parte. Es un personaje “nacido” originalmente, si así puede hablarse, en la novela apócrifa de Avellaneda pero que Cervantes trae a la segunda parte del Quijote para que jure ante una autoridad que tanto el Quijote como el Sancho que conoció en la otra novela son apócrifos. En el mar de historias de la novela de Cervantes, este detalle había pasado casi inadvertido a los cervantistas, hasta donde llega mi ignorancia.
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La aparición del libro de Fernando del Paso sobre Don Quijote de la Mancha ocurrió a unos meses de que se cumplieran 400 años de la publicación de esta legendaria novela tan cómica como melancólica. Se trata de un libro importante dentro de la bibliografía cervantina por diversas razones, como más adelante se podrá concluir, pero también porque es uno de los pocos libros que las letras mexicanas han dedicado a interrogar las figuras de Don Quijote y sus personajes —otros escritores mexicanos que se han ocupado en libros de Cervantes y de su novela han sido Francisco A. de Icaza, Ermilo Abreu Gómez y Carlos Fuentes—. El volumen también importa dentro de la obra del propio Fernando del Paso —quien, por cierto, cumplió 70 años justo cuando el Quijote cumplía 400— pues se trata del primer libro de corte ensayístico que el autor dedica a un tema único, y resulta significativo que Del Paso haya elegido medirse precisamente con el Quijote, la novela fundadora de todas las novelas y, por supuesto, la novela más importante de la lengua española. El libro se compone de siete capítulos. El primero, titulado “Quijotitos a mí”, está inspirado en la expresión que los labios de Don Quijote exclaman ante la jaula de los leones: “¿Leoncitos a mí? ¿A mí leoncitos, y a tales horas?” La expresión traspuesta de la novela al ensayo tiene no poco de irónico y de autoburlesco, y denuncia cómo el autor es consciente de que al escribir este libro se le tome —lo cito— por “un insolente bravucón, el cual sin que nadie lo haya forzado […] pide que le abran la jaula de los leones” (p. 10). Pero en el empleo de esta frase también da a entender que, más allá de las reacciones de los lectores —bostezo, ignorancia, ganas de comérselo vivo por el atrevimiento de atreverse a jugar críticamente con la novela: lo sigo parafraseando—, Fernando del Paso conoce y domina
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la novela como lector hasta ser capaz no sólo, por así decir, de meterse en la jaula de los leones sino de ponerse su piel y de disfrazarse con ella. En este capítulo inicial el novelista metido a conferenciante muestra su baraja, sus supuestos y presupuestos, y da las reglas de un ambicioso juego que consistió en “aprender a nadar en ese océano paciente sin fondo que es la bibliografía cervantina”, como ha dicho él mismo y que ha consistido, añado yo, en lanzar como en un literario frontón la esfera de su inteligencia contra la pared elástica de la novela de Cervantes tanto como contra la pared innumerable de la crítica cervantina: “más de cinco mil títulos y casi 19 mil entradas como consta en la Bibliografía del Quijote por unidades narrativas y materiales de la novela”; para no hablar del Anuario Bibliográfico Cervantino o de la Cervantes International Bibliography. Del Paso en efecto hará rebotar la esfera de su inteligencia y de su experiencia entre los muros del Quijote y su crítica con erudición amena, destreza sinóptica que hacen de éste un ejemplar libro de crítica literaria —un genuino breviario— donde el asunto o sujeto tratado se prolonga en el examen de la crítica o de la historia o teoría de ese asunto dando como resultado un doble espejo de la memoria capaz de convocar la idea de infinito —una de las obsesiones que al parecer de este lector recorren y unifican la obra toda de Del Paso—. En este pórtico, el autor detalla al lector la historia personal de sus lecturas y explaya la trama de su libro: alrededor de algunos temas selectos, elegidos o electivos, prosperan y se engarzan tanto las opiniones del propio autor como los pareceres de otros lectores, juicios que a su vez, nos advierte él, “son de dos clases: unos, aquellos que la
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VIAJE ALREDEDOR DE EL QUIJOTE F E R N A N D O DE L PA S O
Más que a una travesía de erudito —aunque llena de auténtica sapiencia—, Del Paso se lanza como creador literario a la excursión por El Quijote, equipado especialmente con las armas del novelista que se adentra en la invención de un colega. Con esta obra el autor nos guía de manera fresca e iconoclasta por el paisaje quijotesco, donde se enzarza en permanente debate con los especialistas, para quienes Del Paso sostiene que su texto será de dudosa utilidad. A buen paso, nos enfila por siete capítulos llenos de humor en los que se exploran lo mismo el viaje como tema literario que la biblioteca de Alonso Quijano y la multiplicidad de Dulcineas. En este lúdico periplo alrededor del hidalgo, el ingenioso autor orienta la lectura para “descubrir bellezas, honduras y enigmas insospechados” en el inagotable panorama de La Mancha más universal. lengua y estudios liter arios 1ª ed., 2004; 258 pp. 968 167 233X $114
fama se ha encargado de consagrar, y por lo mismo son parte ya indeleble de la historia de la crítica cervantina […] Otros, son las opiniones, los juicios, con lo que me he topado durante mi camino de lector solitario, y que […] me ha parecido justo […] resaltar y no nada más por lo atinados que parezcan, sino también por su belleza” (p. 19). Desde el principio Del Paso pone sobre la mesa las preguntas de su juego: ¿estaba tan chiflado que no se daba cuenta de lo que pasaba? ¿Ama, puede amar Don Quijote a alguien? ¿Es realmente valiente o sólo es un bravucón ingrato? ¿Estaba Don Quijote loco? ¿Se burlaba o no Cervantes de él? ¿Hasta qué punto se cifra la cultura española en esta novela? ¿Hasta qué punto es posible leer inocentemente el Quijote? ¿Es Don Quijote un falso misterio o un verdadero objeto de culto? ¿Es posible leer sus páginas a la luz de una idea de trascendencia? ¿Es posible leer los textos de la crítica como un solo texto polifónico paralelo al orden geométrico perspectivista que se cruza y traslapa en la novela? ¿Es Don Quijote un texto de espíritu poético y religioso o bien es sólo una máquina para hacer reír y llorar? Estas preguntas frontales y a veces abruptas me hacen preguntarme si el libro de Fernando del Paso es una obra iconoclasta o en realidad es el homenaje más vivo que se le haya brindado al Quijote desde México, desde hace muchos años. En el segundo capítulo el autor ya va entrando en materia y, como en una muñeca rusa, el Viaje alrededor de El Quijote se abisma y desdobla en “El viaje como aventura de la imaginación”. Sigue los pasos de la hermosa monografía de Howard Rollin Patch: El otro mundo en la literatura medieval, traducida por Jorge Hernández Campos para el Fondo de Cultura Económica y que lleva un valioso apéndice de María Rosa Lida de Malkiel sobre “La visión del trasmundo en las literaturas hispánicas”. No voy a intentar resumir el capítulo pero sí me gustaría subrayar el predicado de la voz viaje como “aventura de la imaginación” y añadiría yo como aventura espiritual y religiosa, de la Odisea a la Eneida, del Rig-Veda a la leyenda del Vellocino de Oro, de las correrías de san Brandán a Quetzalcóatl. Pero Del Paso va más allá de Patch y de María Rosa Lida y cumple en este capítulo un repaso sinóptico realizado al vuelo de sus botas de novelísticas siete leguas, viaje por el viaje en la literatura contemporánea, para no hablar del examen y repaso que hace de la noción de viaje en la obra misma de Cervantes, como ilustra su Viaje al Parnaso. Al promediar el capítulo y a partir de las citas del libro de Joseph Campbell El héroe de las mil caras (traducido por Luisa Josefina Hernández), queda claro que en la lectura de Fernando del Paso la noción de viaje y la noción de héroe están asociadas en un horizonte espiritual, simbólico y religioso. Cabría añadir aquí que en la época de Cervantes el viaje era un lujo que sólo se podían pagar los señores ricos o bien un castigo o bien una prueba religiosa o militar. Ya en este capítulo el lector puede irse dando cuenta de que el Viaje alrededor de el Quijote que cumple Fernando del Paso —más allá de la odisea por la erudición cervantina— es un viaje trascendente, ya por el firmamento, ya por los subsuelos de las creencias religiosas, ya por el horizonte del mito donde el autor va enfocando su investigación en torno al Quijote como una búsqueda de las verdades que perfilan la verdad mayor y trascendente de su protagonista.
Y es precisamente el tema de la verdad el que aflora y se despliega tensamente en el siguiente tramo “El salto inmortal de Don Álvaro Tarfe o El complot de Argamasilla de la Mancha”. En esta estación —una de las más entretenidas y sabrosas del libro— se estrecha e interroga la figura —para siempre elusiva y para siempre captada y capturada— de un personaje que aparece en la segunda parte del Quijote pero que en realidad proviene del texto apócrifo del aborrecible Alonso de Avellaneda. Ese personaje —recordémoslo— se llama Don Álvaro Tarfe. Al encontrarlo, “De inmediato, Don Quijote le dice a Sancho que le parece haber topado con ese nombre cuando hojeó el libro de la segunda parte de su historia. Se refiere, desde luego, al Quijote apócrifo de Avellaneda. Don Quijote entabla conversación con el personaje, y le pregunta si él es ‘aquel Don Álvaro Tarfe que anda impreso en la segunda parte de la historia de Don Quijote, recién impresa y dada a la luz del mundo por un autor moderno’, y el caballero responde: ‘El mismo soy […] y el tal Don Quijote, sujeto principal de la tal historia, fue grandísimo amigo mío, y yo fui el que le sacó de su tierra, o, a lo menos, le moví a que viniese a unas justas que se hacían en Zaragoza, adonde yo iba’.” Además de sus contribuciones puntuales y contundentes, Del Paso repasa con amplitud e inteligencia crítica tanto la novela como las opiniones de los cervantistas especializados. Para ellos ciertamente este libro será quizás un escándalo o una obra iconoclasta pues, soberbios como suelen ser la mayoría de los profesionales del detalle, acostumbrados como están a oír llover sin pensar que se pueden mojar, el hecho de que un ingenio lego —o no preparado— les venga a decir que no miraron en detalle, suscitará previsibles suspicacias. El libro de Del Paso pone al día también otras cuestiones en sus diversos capítulos como por ejemplo la que discuten las virtudes de Don Quijote (¿era realmente generoso?, ¿era valiente?) o las que nos hacen ver que en realidad bajo el nombre de Dulcinea se concentran muchas realidades espirituales y morales. Una última razón para subrayar la importancia del libro de Fernando del Paso consiste en que se trata del primer libro de ensayos con un tema en común que publica el novelista y de uno de los pocos que se han publicado sobre el personaje y sobre Cervantes en México, aunque innumerables autores mexicanos hayan hecho alguna vez incursiones sobre el tema. W
Adolfo Castañón sabe hacer libros: escribirlos, traducirlos, editarlos. Fue gerente de Producción y Editorial del Fondo; es actualmente miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.
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PERFIL
De El Día a La Jornada: todo un Proceso Colaborador de la prensa escrita casi por azar, Del Paso ha tenido una dilatada presencia en las páginas de diarios y revistas de nuestro país. Sus crónicas, artículos, síntesis informativas, reseñas, hablan de él casi más que de los asuntos de los que se ha ocupado, pues en todos se manifiesta su particular modo de observar los hechos y relacionarlos con una realidad no siempre explícita SANDRA LICONA
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n 1973 el prestigioso semanario inglés The New Statesman, una de las mejores y más serias publicaciones en el mercado editorial anglosajón de la época, celebraba la nada despreciable edad de 60 años, con un “rostro” joven y sus páginas abiertas a la política, la economía, la crítica de arte y la literatura, con un espíritu “anticolonialista” y una línea editorial “digna de confianza”, “inteligente” y atenta “a los problemas contemporáneos”, que, al mismo tiempo, “conservaba en términos generales una posición de izquierda definida y limpia”. Esta reflexión en torno a la revista inglesa —que no llegó a ser una apología sólo por cuestiones de espacio, según confesó ahí mismo su autor—, creada en 1913 por los “socialistas” Sidney y Beatrice Webb, marca el ingreso de Fernando de Paso al gremio periodístico, en una columna que tituló Un Día de Éstos y como colaborador del diario mexicano El Día —aunque en ese momento su residencia estaba fincada en Londres— a invitación expresa del director del periódico, Enrique Ramírez y Ramírez, a quien conoció durante la visita del entonces presidente Echeverría a la capital británica en aquel lejano 1973. Del Paso vivió en Londres de 1971 a 1985; un año después fue nombrado consejero cultural de la Embajada de México en París, cargo que ocupó hasta 1989. Después se desempeñó como cónsul general de 1989 a 1992 y luego regresó a México, para fincar su residencia en Guadalajara, donde asumió la dirección de la Biblioteca Iberoamericana Octavio Paz de la Universidad de Guadalajara. Aunque podría considerarse que su ingreso al mundo de los artículos, las entrevistas y los reportajes era una consecuencia directa o lógica de su labor como escritor, en realidad Del Paso siempre aspiró a conservar su “pureza como novelista”, y sólo aceptó aquellas tareas por cuestiones financieras, ya que el sueldo que le pagaba en aquella época la bbc de Londres “no me alcanzaba para vivir”. Son varios los escenarios desde los cuales el escritor ha hecho públicos su pensamiento, sus inquietudes literarias, plásticas e históricas, así como sus ideas políticas, y uno de esos territorios es el periodismo que ha practicado, primero —como dijimos arriba— en El Día, donde colaboró hasta 1977, y luego en la revista Proceso, pasando por publicaciones como Interviú, Revista de la Universidad, Revista de Bellas Artes, Alfil, Plural (en su primera época), Vuelta, Utopías y el periódico La Jornada, pero, salvo los dos primeros medios, en ninguno hizo “carrera”. Si bien sus primeros trabajos dan cuenta de su interés en exposiciones, novedades editoriales, espec-
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táculos, política cultural, publicaciones periódicas inglesas, artistas y corrientes artísticas, el 23 de septiembre de 1973 Del Paso publicó un artículo que inauguró, por así decirlo, “una línea de trabajo que seguirá después con relativa frecuencia: recoger y comentar lo dicho en las principales publicaciones periódicas —sobre todo inglesas— en torno a algún asunto particular”, como lo documenta Elizabeth Corral Peña, autora del estudio introductorio de Obras III. Ensayo y obra periodística, volumen publicado en 2002 por el fce, que reúne 300 textos periodísticos de Del Paso. Aquel artículo fundacional —en cuanto a una manera de expresar sus reflexiones políticas— se tituló “La prensa de Inglaterra ante la tragedia chilena”, en donde el autor de José Trigo narra la reacción editorial que tuvieron algunos medios impresos ante la tragedia de Chile y la muerte de su entonces presidente Salvador Allende: “Inglaterra, entre sus tradiciones, tiene también la de una impecable libertad de prensa y expresión, y sus periodistas, la de no permanecer indiferentes ante los acontecimientos brutales que pueden establecer un precedente inaceptable, así sea para poner término a una situación con la que pueden o no estar de acuerdo en principio, o básicamente”, escribió entonces. Del Paso resumió las opiniones de diarios como The Guardian, The Times y The Financial Times, del que destaca un texto firmado por Geoffrey Owen, quien escribió: “Es muy difícil considerar la muerte del presidente Allende de Chile y la ascensión al poder de las fuerzas armadas, en otros términos que no sean los de una tragedia para Chile y la América Latina.” A los artículos en El Día, siguieron los reportajes para Proceso. Era 1977 y la revista de Julio Scherer todavía era incipiente en el mercado editorial. Si bien en esas páginas dio prioridad a los temas de carácter político y social, tanto de Europa, principalmente Gran Bretaña, como de América Latina, sobre todo México, también llevó a cabo la cobertura del mundial de futbol España 82, con una serie de artículos por demás sui generis, congruentes con alguien a quien nunca le había interesado el deporte; por lo mismo, en aquellos textos —cuenta Corral Peña en su estudio— “predominaron aspectos políticos, sociológicos, culturales y hasta gastronómicos”. Ese mundial de futbol, del que resultó campeón Italia, en una fragorosa final contra Alemania, con marcador de 3-1, se disputó entre el 13 de junio y el 11 de julio de 1982, trayecto en el cual Fernando Del Paso escribió alrededor de 13 artículos con una gran variedad de temas, siempre ligados al deporte, en lo general, y al balompié, en lo particular, pero sin dejar de lado la reflexión. Un ejemplo: el 14 de junio Del Paso publicó “Perfume de futbol para quitarle a España el fuerte olor a Golpe de Estado”, en el que plantea por qué un juego debe continuar a pesar de tragedias como la matanza de 11 de los atletas israelíes que participaban en la
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olimpiada de Múnich, en 1972; o antes, en 1936, cuando nadie se opuso a que los juegos se realizaran en la Alemania de Hitler; y en 1968, cuando los juegos olímpicos se inauguraron en México a pesar de que “todavía estaba fresca la sangre de los estudiantes sacrificados en la Plaza de las Tres Culturas”. Luego vendrían otros artículos, por demás elocuentes e interesantes, como “La poesía, el futbol y las fuerzas extraterrestres”; algunos con más jiribilla: “Deporte y discriminación”, “Deporte y violencia” o “La mujer, el futbol y las piernas de los jugadores” y, para ser congruente con sus intereses más legítimos, “El deporte, el arte y la cultura”. Otro más: “La iglesia, el futbol y los goles milagrosos”. Y para rematar, un día después de la final escribió “Tras de la operación comercial del futbol, otra crisis política”, donde si bien se refiere a la final entre Italia y Alemania, también hace alusión al “futbol tan pobre” que jugaron los anfitriones, a la operación de seguridad que en aquella época recibió el nombre de Naranja 82, y a la gastronomía, en un mundial y en un país donde “la cocina ha sido siempre abundante y deliciosa, aunque a veces un poquito bronca”. En su paso por Proceso, antes de aquel mundial, el también pintor y dibujante hizo trabajos más ad hoc con la línea editorial de la revista, como serias reflexiones sobre el terrorismo, las armas y todo lo relacionado con la guerra, lo mismo en una reseña que en un artículo de fondo o una entrevista. En 1982, cuando Fernando del Paso recibió el Premio de Novela Rómulo Gallegos por Palinuro de México, se refirió a su oficio de periodista en estos términos: “Fue un sentimiento de culpa el que un día me decidió a usar esas palabras, el lenguaje, que es el único o al menos el principal instrumento que tengo para conocer mi mundo y comunicarlo de una manera más directa y eficaz, más sencilla, para denunciar la realidad. Comencé así a hacer periodismo, a escribir artículos.” Y en 2007, luego de recibir el premio que otorga cada año la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, dijo también al respecto: “Yo no he escrito nada de lo que me haya arrepentido, ni en novela ni en periodismo. En periodismo dije muchas cosas que no diría ahora, pero eso es otra cosa. Ése fue otro Fernando del Paso, tenía yo otra edad, tenía yo otra forma de pensar que no he cambiado, sino que los tiempos cambian, uno cambia y todo cambia.” Desde su retorno a México en 1992, Del Paso colabora con La Jornada cada vez que los acontecimientos, como él lo ha explicado, “lo indignan lo suficiente para decir: aquí estoy”. W Sandra Licona, periodista, se encarga de la relación del Fondo con la prensa.
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Arreola, editor; Del Paso, biógrafo Un muy joven Fernando del Paso encontró en Juan José Arreola al primer editor de su poesía: Sonetos de lo diario apareció en 1958 en los célebres Cuadernos del Unicornio. La cercanía de ambos escritores, pese a la diferencia de edades, duró más de cuatro décadas y tuvo un fruto inusual: Memoria y olvido, el libro autobiográfico que Juan José nos legó a través de la prosa de Fernando N E L LY PA L A F O X
A diez años del fallecimiento de Juan José Arreola, quien murió el 3 de diciembre de 2001 a las 3 de la tarde, a los 83 años, en la capital de Jalisco
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uan Villoro dijo alguna vez que un maestro reconoce en un discípulo no a quien es sino a quien será. Pablo Neruda escribió en un ejemplar de 20 poemas de amor y una canción desesperada: “A Juan José Arreola, con fe en su destino.” Décadas después, el editor que fue Arreola leyó el manuscrito de Sonetos de lo diario de un Fernando del Paso de apenas 23 años, y con esa visión de los maestros decidió publicarlos en la colección Cuadernos del Unicornio (1958-1963). El autor de Varia invención también tenía 23 cuando Neruda firmó la dedicatoria; era el verano de 1942 cuando Arreola recitó de memoria “Farewell” y el “Poema 20” ante un Neruda admirado que no dejó de llamarlo “poeta” durante toda la velada. Arreola leyó los versos de Fernando del Paso con ecos lopezvelardianos y también tuvo la certeza de estar frente a un auténtico hombre de letras: “Mi corazón mojado solicita / ser hijo de un paraguas cotidiano, / y graduado en sus alas, tan temprano / enjuagar las escuelas de visita.” Los poetas nunca se equivocan: puede faltarles algo de razón, pero nunca verdad. Al año siguiente de Sonetos de lo diario Fernando del Paso publicaría en la revista veracruzana La Palabra y el Hombre el relato “El estudiante y la reina”, dedicado esta vez a Juan José Arreola con un epígrafe de James Joyce: “Her eyes gave him no sign of / love or farewell or recognition”. Bajo el signo de Joyce, Del Paso emprendió una narrativa poderosa que lo ha colocado como uno de los novelistas más prominentes de las letras mexicanas. Si “toda belleza es formal” según Arreola, también lo son cada uno de los libros que dio a la estampa. El unicornio de los cuadernos en donde aparecieron los poemas de Del Paso fue dibujado por Héctor Xavier y Arreola eligió plaquettes de formato alargado para que en las portadas luciera el cuerno del mitológico animal. Las medidas eran 24 cm de alto por 14 de ancho. Se vendían sólo en algunas librerías, como Porrúa y Madero. El colofón de Sonetos de lo diario dice que se terminó de imprimir el 3 de noviembre de 1958 en los talleres de los maestros tipógrafos Salido en la calle Medellín 36; 400 ejemplares compuestos en Bodoni. El gusto por las minucias tipográficas llevó a nuestro editor a elegir sobre todo las fuentes Garamond, Baskerville, Caslon y Bodoni. “En ese otro lugar de la mancha”, la tipográfica, como bien dice Jorge F. Hernández, los cuadernos eran piezas de arte. Él mismo hizo dibujos y acuarelas de unicornios y de otras especies de la fauna fantástica. Si los grandes impresores como Claude Garamond, Giambattista Bodoni o William Caslon dejaron un tipo de letra para recordarlos, Juan José Arreola legaría un paisaje sembrado de unicornios. Habría que reconocer en Arreola a uno de los primeros editores de literatura mexicana. Podría incluso hacerse parcialmente una historia a partir de la nómina de autores que Arreola publicó; sólo por mencionar algunos, en ella se cuentan Sergio Pitol, José Emilio Pacheco, Elías Nandino, José Agustín,
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firmó uno de sus miedos: “deJosé Carlos Becerra, Elena Poniajar de ser escritor para ser un towska, Alejandro Aura, Alfonhablador”. Nietzsche dijo also Reyes, Emilio Uranga, Carlos guna vez que hablar mucho de Fuentes. Las ediciones iban de uno mismo es la mejor forma la mano de los talleres literarios; de ocultarse y tal vez eso haen ellos y desde 1953, un año descía el flujo verbal del narrador pués de que Arreola concluyera cuando se iba por las ramas la beca de la primera generación y por las ramas de las radel Centro Mexicano de Escritomas. Empezaba un tema para res, y a invitación de la fundadora abandonarlo y de inmediato de dicho centro, Margaret Sheed, comenzaba otro para después Arreola se inició como animador volver al principio, a la maney tallerista: “Para mí ésa fue una ra de una botella de Klein o tarea apasionante, tan apasiouna banda de Moebius. nante que en un momento yo dejé MEMORIA Y OLVIDO Quien tuvo la suerte de espor completo de escribir porque Vida de Juan José Arreola (1920-1947) cuchar al escritor jalisciense estaba leyendo obras manuscride viva voz sabrá que el pritas.” Trabajó textos ajenos y pudo F E R N A N D O D E L P A S O mer impulso del auditorio era ver en sus autores no a los jóvenes buscar la manera de registrar que eran sino a los escritores que La fructífera amistad entre dos escritores cuya veneración a la sus palabras; eso fue justaahora son. mente lo que se propuso FerEs cierto que el autor de Con- palabra ha sido ejemplar cristalizó nando del Paso en 1994; Juan fabulario dejó de escribir; si lee- en este volumen. La voz de uno y José Arreola y él se reunieron mos una vez más la fecha del co- las manos de otro emprenden la lofón de los Sonetos de lo diario, 3 revitalización del pasado y trasforman no menos de cuarenta veces a lo largo de casi un año para de noviembre de 1958, habrá oca- el recuerdo en (auto)biografía y grabar su vida contada; sumasión de recordar un bloqueo que testimonio para la historia de las ron unas treinta y cinco horas sufrió Arreola y que explica tam- letras hispanoamericanas. En de grabación; luego la edición bién la presencia del amanuense largas conversaciones grabadas, dejó sólo una parte de esa vida, y el biógrafo en su escritura. El luego transcritas y pulidas para la que se inicia con el primer 15 de diciembre de 1958 vencía el hacerlas parecer un monólogo en recuerdo, en 1920, y acaba en plazo para entregar los textos de vivo, Arreola cuenta parte de su vida 1947, poco después del regreBestiario que acompañarían los y crea una imagen propia —no por so de Arreola de París. Arreola dibujos de animales, realizados en fuerza apegada a los hechos, ya que fue de la estirpe de los Monpunta de plata, que ya tenía listos omite algunos pasajes con la licencia taigne, de los Villon, de aqueHéctor Xavier. En su primera edi- del olvido—. Del Paso incursiona llos que deben confesarse y al ción el libro se llama Punta de Pla- así, desde la historia oral, en uno intentarlo también se pierden ta / Bestiario (1959), pero Arreola de los géneros inmerecidamente para encontrarse. no entregaba el trabajo y la unam designados menores: la autobiografía, El tiempo termina por reuestaba a punto de exigir que devol- y confirma la imagen que Arreola viera el anticipo. El 8 de diciembre tantas veces trazó de sí mismo a través nir siempre a los poetas. Luego de la muerte de Arreola la se presentó el joven José Emilio de entrevistas y testimonios: la de un Pacheco en la casa de Río Elba 32, diletante consagrado a la palabra. Esta prensa tapatía recogió algunos fragmentos que leyó Ferdonde se hacían los Cuadernos edición sigue la que en 1994 inauguró nando del Paso en ocasión de del Unicornio. Después de entrar la colección Memorias Mexicanas su funeral: “Memoria y olvido: le dijo: “No hay más remedio. Me del Conaculta. Quien desee seguir ¿qué sería de la memoria sin el dicta o me dicta.” “Arreola se tum- transitando por los textos de Arreola olvido, que la decanta y la desbó de espaldas en el catre, se tapó a la vez autobiográficos y escritos linda?, ¿qué sería del olvido los ojos con la almohada y me pre- por un tercero puede acercarse al sin la memoria, que lo espanta guntó—recuerda Pacheco—: ¿por recientemente reeditado El último y no lo abarca? Déjame, Juan cuál empiezo? Dije lo primero que juglar (Jus, 2010), donde el escribano José, olvidarte mientras te se me ocurrió. Por la cebra. Enton- es Orso, su hijo. recuerdo. Déjame recordarte ces, como si estuviera leyendo un mientras te olvido.” Y evocó texto invisible, el bestiario empe- tierra firme 1ª ed., 2003, 272 pp. las tardes con Pablo Neruda, zó a fluir de sus labios: ‘La cebra 968 16 6995 9 el invierno cruel de París, el toma en serio su vistosa aparien- $141 agua de chía, los temblores de cia, y al saberse rayada, se entigreZapotlán el Grande, el paso de ce’.” Los textos fueron concluidos a tiempo. José Emilio Pacheco se autonombraría, con las mujeres hermosas y los versos de Ramón López Velarde. orgullo, “el amanuense de Arreola”. A diez años de la muerte del inapresable confaEl autor de La feria había dicho, en 1965, que trabajaba en un libro que se llamaría Memoria y olvido y que bulador, recuerdo a Fernando del Paso mientras justificaría su vida de escritor; con gracia añadía que a olvido un poco a Juan José Arreola. W las pruebas de imprenta se remitiría. Ese libro fue parcialmente posible gracias a la colaboración de Fernando del Paso, a quien el tiempo lo pondría en el lugar del Nelly Palafox, editora, escribió junto con Adolfo biógrafo. A decir de Arreola la escritura no se logró, Castañón Para leer a Juan José Arreola sino más bien se transformó en un libro hablado y con- (Conaculta, 2009).
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PERFIL
Los “cuates” Rulfo y Del Paso Al estilo de Memoria y olvido, aquí una entrevista de largo aliento se convierte en un texto en primera persona que da cuenta de lejanos acontecimientos, anécdotas, percepciones, hipótesis: García Bonilla es el escriba que ayuda a ordenar los recuerdos de Del Paso y nos permite asomarnos a una amistad esencial en su desarrollo literario ROBERTO GARCÍA BONILLA
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o recuerdo el día exacto en que conocí a Juan Rulfo, pero sé que era un momento esperado. Yo conocía ya la literatura de Rulfo y sabía que algún día lo iba a conocer y que su encuentro iba a ser especialmente grato para mí, como lo fue el de Arreola. Lo conocí muy probablemente en el Centro Mexicano de Escritores cuando no estaba ya en sus oficinas originales, sino en una calle de nombre literario. Yo comencé escribiendo sonetos; fue el gran poeta español Miguel Hernández el que hizo detonar mi vocación interna, como escritor. Durante un año escribí varios sonetos, que se llamaban Sonetos de lo diario (1958), publicados por Juan José Arreola en los Cuadernos del Unicornio. Esos sonetos yo los sometí, junto con una solicitud, para tener una beca del Centro Mexicano de Escritores. No me dieron la beca, pero me invitaron a visitarlos porque les había llamado la atención y a asistir a las clases literarias que impartía Arreola. Fue ahí donde comencé a escribir José Trigo; debe haber sido en el año 58 o 59, porque un año después me dieron una beca con los primeros capítulos de la novela. En el Centro Mexicano de Escritores nos reuníamos cinco o seis becarios, cada miércoles, con Juan José Arreola, Juan Rulfo y Francisco Monterde. Entre los becarios recuerdo a Alejandro Aura, Juan Tovar y Vicente Leñero. De alguna manera, Arreola intervino para que Rulfo y yo nos conociéramos. La primera influencia que yo tuve de Rulfo fue la personal, la que ejerció él personalmente sobre mí como amigo y como maestro, pues después de cada reunión semanal en el Centro Mexicano de Escritores él y yo nos íbamos al café del sanatorio Dalinde, porque él vivía enfrente de este edificio. Nos íbamos caminando sobre Insurgentes, y no sé si por fortuna o por desgracia, en ese entonces sólo había uno o dos Sanborn’s por toda la ciudad, y tampoco había Vip’s, es decir, no había muchos lugares donde tomarse un café. La cafetería del Dalinde nos ofrecía un refugio y ahí nos pasábamos las horas tomando café —yo era joven, podía dormir—, fumábamos como chacuacos y hablábamos mucho. Rulfo era un gran lector de literatura, muy en especial de novelas; conocía prácticamente todo lo que se había escrito y me hablaba mucho de eso. Su charla, sus conocimientos, su sabiduría fueron la primera influencia en mí. Yo continuaba elaborando José Trigo y en uno de los capítulos del libro quise hacer una especie de homenaje a Juan Rulfo, algo así como un pastiche literario que cuando apareciera la gente dijera “qué rulfiano es esto”. Ésa era mi intención. La novela salió y resultó que de ese capítulo nadie dijo “esto es muy rulfiano”, pero a cambio de eso algunas personas señalaron la influencia de Rulfo en otros capítulos, en otras partes del libro en donde ni siquiera yo sospechaba que existían. Con eso me di cuenta de que el pastiche es siempre superficial, que
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por eso se dice que tal o cual autor son “inimitables”: como no se pueden imitar, se cae en un pastiche superficial que puede ser bueno, tener sus cualidades, pero que no consigue su propósito. En cambio la influencia de Rulfo era más profunda, tanto que no era evidente para mí. Tenía más que ver con la soledad, con la muerte, con la desolación y con la desesperanza. Yo creo que ésa es una influencia más directa e importante de la obra de Rulfo en José Trigo. No podría detectar esta influencia en Palinuro de México o en Noticias del Imperio, pero puede haber vestigios. Aunque nuestra relación se dio básicamente a través de la literatura, Rulfo y yo hablábamos de una gran variedad de temas que no tenían necesariamente que ver con la literatura, de modo que entre nosotros se creó una amistad muy rica. Nunca tuvimos conversaciones íntimas respecto a su vida con su esposa y sus hijos. No fue una amistad de ésas que solamente se dan en la adolescencia y no vuelven a darse nunca, pero sí una amistad en la que se eliminó el mayor obstáculo que había, que era la diferencia de edades. Un obstáculo que con Arreola, por ejemplo, sólo pude eliminar al pasar los años. Arreola fue mi maestro, y muchos años después, cuando esa diferencia de edades se fue acortando, como se acortan siempre las diferencias en la medida en que uno crece, se convirtió también en mi amigo. Tanto Rulfo como Arreola me llevaban casi 20 años de edad, que en ese momento eran muchos años. Con Rulfo ese obstáculo desapareció inmediatamente. “Rompimos el turrón”, nos hicimos “cuates”. A Juan José Arreola yo lo sentía distante porque lo veía como una persona mayor a pesar de que tenía la misma edad de Rulfo. Lo mismo me ocurrió con Paz, con quien tuve siempre la actitud deferente que se tiene hacia una persona mayor y llegué a ser un buen amigo suyo, pero no un “cuate”. Yo creo que esa palabra puede marcar la diferencia, señalarla muy bien. En realidad mi amistad con Rulfo fue muy intensa durante un año y medio porque nos veíamos cuatro o cinco horas a la semana; después yo inicié mi largo viaje al extranjero que comenzó en 1969 y volví a México hasta 1992. Soy muy malo para escribir cartas y Juan Rulfo también lo era, de modo que nunca nos escribimos. Nos encontramos en algunas ocasiones en congresos, creo que una de ellas fue en las Canarias, y fue como si hubieran pasado sólo unas semanas de no habernos visto. No tuvimos oportunidad de enriquecer nuestra amistad desde que yo me fui a Estados Unidos y luego a Europa. Rulfo y yo hablábamos de algunos aspectos de la política del momento, de los oficios que él y yo habíamos desempeñado y que no tenían nada que ver con la literatura. Rulfo había vendido neumáticos y me hablaba de sus fotografías, pero no me las enseñaba, y también de algunas “chambas” difíciles que había tenido. Una de ellas fue de corrector de estilo en el Instituto Nacional Indigenista; para él había sido terrible porque decía que muchos investigadores no sabían decir lo que querían decir, así que no se trataba nada más de una corrección de estilo, o de sintaxis y ortografía, sino que de plano no se les entendía. Todo escritor es producto de muchísimos escritores, principiando por aquellos que son los más grandes
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en el idioma en el que escribe. Todos somos productos de Cervantes, Quevedo, Góngora, Lope; son nuestros orígenes y ésa es la gran influencia que tenemos en la sangre. También se adquieren influencias diversas que dependen del lugar en el que se vive, la época y las lecturas que haga uno. Por supuesto, también somos producto de Azuela, de Yáñez, de Martín Luis Guzmán, de Rafael F. Muñoz y algunos otros novelistas que tomaron la Revolución como tema. En Rulfo, esta influencia no es exclusiva, porque en él están también las influencias europeas; una de ellas era la de Jean Giono, pero sólo de algunas novelas, y de un novelista y poeta suizo de habla francesa: Charles Ferdinand Ramuz, de quien Rulfo había leído Derboranza (1933) y El gran miedo a la montaña, y a mí me parece que de ellos tenía una influencia muy fuerte, pero positiva. De Ramuz tomó lo que podríamos llamar la antropomorfia, una especie de mimetismo con la naturaleza, grandes virtudes del ser humano que sirven como descripción, como metáforas de paisajes. No hay que olvidar que, después de todo, la novela se llama Pedro Páramo y páramo es un desierto y Pedro significa piedra. Al final del libro Pedro Páramo se “fue desmoronando como si fuera un montón de piedras”. El impacto que Rulfo causó en mí fue distinto al que me produjeron otros escritores mexicanos como el propio Arreola o Carlos Fuentes, por el hecho de que a los otros los leí cuando yo ya pretendía ser un escritor y estaba haciendo mis pininos. En cambio a Rulfo lo leí antes, cuando todavía no había descubierto mi vocación. Aunque a los diez años escribí un poema y a los trece una novela que no terminé y que por desgracia tiré a la basura —me gustaría tenerla ahora— yo no me consideraba un escritor; durante muchos años no pensé en escribir. A Rulfo lo leí como lector común. Después de una larga época de verdadera disipación, que duró toda la secundaria y un año de preparatoria, de pronto redescubrí el amor por la lectura, y digo “redescubrí” porque, como muchos otros escritores de mi generación, nos iniciamos con Julio Verne, Walter Scott y Alejandro Dumas. Leí Pedro Páramo antes que El llano en llamas. Me impresionó muchísimo por lo mismo que supongo impresiona también a la mayoría de los lectores y los críticos: las dos características principales de la novela son, una, la manera genial en que pone a hablar a los muertos con los vivos, de una manera muy convincente que no le estorba al lector pero que resulta muy perturbadora, y, dos, la forma de escritura, el estilo de Rulfo que encarnan los personajes y que no hablan realmente como los campesinos de Jalisco: los personajes de Rulfo hablan como quisieran hablar los campesinos, si pudieran hacerlo. Ésa es también una de las grandes virtudes de Rulfo que explican su poder de convencimiento. W Roberto García Bonilla, crítico literario, es autor de Un tiempo suspendido: cronología de la vida y la obra de Juan Rulfo (Conaculta, 2008).
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Fotografía: C O R T E S Í A D E PA U L I N A D E L PA S O
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Aquí una visión panorámica de la novelística de Del Paso. Uno de sus más fieles lectores recorre aquí los cuatro librazos con que este autor riguroso y juguetón, paciente y ambicioso, desinhibido y siempre audaz se ha ganado un lugar en la historia literaria de la lengua. Al mirar así las edificaciones verbales de don Fernando se pueden apreciar sus influencias y transformaciones A RTÍ C U LO
Fernando del Paso, constructor de catedrales ALEJANDRO TOLEDO
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s difícil imaginar un contexto social en el que obras de significación sean vistas, es decir reconocidas, desde su nacimiento. El libro aparece y, en una cadena de resonancias, va encontrando lectores. Quizá por ello escribe Gaëtan Picon que los trabajos literarios surgen venciendo resistencias que no son sólo interiores —la incapacidad de quien escribe o la lucha con el lenguaje— sino también exteriores. Además, el reconocimiento es siempre ilusorio. La sociedad literaria reacciona de los modos menos esperados; se atiende al autor no sólo —o no precisamente— por la calidad de la obra, sino también por el manejo que haga de sus relaciones (amistad o enemistad con los críticos y los escritores consagrados), el lugar que ocupe en la burocracia cultural, etcétera. Hay libros menores que han tenido recibimiento de obra maestra, y viceversa. El tiempo suele poner las cosas en su lugar, aunque ocurre muchas veces, por razones más bien misteriosas, que esos juicios que nacen de lo efímero logran perdurar. Por eso la historia literaria debe ser constantemente revisada, vuelta a escribir. No para sacar del tiempo al texto literario sino para traerlo a este tiempo. Para describir los tres libros centrales de Fernando del Paso (Ciudad de México, 1935), la crítica ha acudido a variaciones de la palabra novela. A José Trigo (1966) se le llamó “paisaje de signos y símbolos” (Esther Seligson) o “pirámide verbal” (Óscar Mata). Para Severo Sarduy, Palinuro de México (1977) fue “como esa Venus de Milo de Dalí, toda hecha de cajones”. José Emilio Pacheco vio Noticias del Imperio (1987) como un castillo con ventanales, salas del trono, pasillos, comedores, letrinas y albañales. Estos intentos por definir la obra delpasiana parecen tener en común la percepción de una tendencia a lo fragmentario (que también es, hay que decirlo, una tendencia a la unidad). El traje de la novela acaso no le acomoda a estos volúmenes si se parte de una idea tradicional del ejercicio novelístico. ¿Es Finnegans Wake (1939), de James Joyce, una novela? Fragmentos o adelantos de ese trabajo del irlandés aparecieron en diversas revistas de Europa bajo el título de Work in Progress. El capítulo de Anna Livia Plurabelle caminó en forma autónoma hacia la edición y a traducciones sobre todo al francés y al italiano. Ya completo el corpus, lo fragmentario se mantuvo, es decir, se pudo comprobar que esas astillas que venían del todo tenían a su vez vida propia, que aun detenidas en un solo tomo seguían siendo “obra en proceso”. No se olvide que el mismo Joyce pensó en Ulises (1922) como un organismo: el capítulo “Calipso” representa los riñones, el de “Los lotófagos” la piel, el de “Hades” el corazón, el de “Eolo” los pulmones… Hay, por cierto, una novela de Jean Paul Richter, La edad del pavo (Flegeljahre, 1804-1805), construida como catálogo de un museo de historia natural; “Erizo de mar”, “Piedra margosa”, “Cedro de Líbano”, “El boquerón”, “Sasafras” o “Centón de colas de gato con visos pálidos de ratón”, se lee en el índice. Este libro del escritor alemán presenta muchas afinidades en tono y estilo con Palinuro de México: Palinu-
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ro y el primo Walter tienen su contraparte en los gemelos Walt y Vult, uno de tendencia romántica y el otro un escéptico natural; los cuatros personajes están en el fin de la adolescencia, en la edad del pavoneo. Durante mucho tiempo pensé que La edad del pavo era uno de los textos fundadores de Palinuro de México, influencia directa o dilecta, mas su autor asegura que desconoce el libro del romántico alemán. Hemos ido —en una inesperada perífrasis— de Fernando del Paso a James Joyce, y de éste a Jean Paul Richter; de seguir ese camino en retroceso tendríamos que llegar primero a Laurence Sterne —al que Richter leyó con fruición—, y luego a Miguel de Cervantes, con lo que la vía narrativa quedaría completa. ¿En qué se parecen estos autores? La idea tradicional de la novela se pierde en ellos. Hay que hacer notar entonces que esta otra tradición, de “ruptura” o de “vanguardia” —por llamarle de algún modo—, inició hace ya varios siglos, y resulta así inverosímil que en nuestros días al aparecer un libro estructuralmente complejo éste sea rechazado por no corresponder a una forma narrativa más sencilla o menos vigorosa. Se preguntó antes si Finnegans Wake es novela, ¿cabría una pregunta similar acerca del Quijote, el texto que precisamente es el umbral de la novela moderna? Al frecuentar una obra es posible descubrir la tonada de su canción que es —como señala Proust— diferente en cada autor. A fuerza de lecturas puede uno canturrear esa melodía particular, acelerar las notas, moderarlas o interrumpirlas, para marcar su compás y su repetición. “A decir verdad —escribió Stevenson—, desde el momento en que al prosista le es dado ser menos armonioso está sentenciado a renovar constantemente y a gran escala la variedad del movimiento, y a no decepcionar al oído con el trote de una métrica establecida.” Feliz, pero ardua, sentencia. Un recurso posible para comprender esa melodía propia de un escritor consiste en escucharlo. Aquellas grabaciones legendarias de James Joyce donde lee fragmentos del capítulo “Anna Livia Plurabelle”, de Finnegans Wake, nos enseñan que para el irlandés la palabra es, sobre todo, música. Al decir sus textos en voz alta, Joyce canta: “Allalivial, allalluvial! Some here, more no more, more again lost alla stranger”… Las páginas de una novela se vuelven así partitura. En la composición de José Trigo, Fernando del Paso acudió a diversas fuentes: hay tanto ecos de la poesía indígena como de prosistas modernos notables como Joyce, Faulkner o Rulfo. Esas otras voces se integran, se suman, en una voz nueva, “singular”, porque de algún modo las contiene y de otro las trasciende. Quizá podría afirmarse (aunque hay algunos sonetos anteriores y por lo menos un par de cuentos) que en esa novela terrestre que es José Trigo “nace” el decir (estilo o tono) delpasiano. Lo que sigue son variaciones, permutaciones: Palinuro de México tiene como leitmotiv al navegante de Eneas (que también interesó, en su “tumba sin sosiego”, a Cyril Connolly), y lo que antes era raíz, etimología, adquiere la plasticidad del vaivén de las olas marinas que alimenta el sueño del piloto Palinuro; Noticias del Imperio ejerce, en cuanto al ritmo y la palabra, una suerte de combinatoria entre el Del Paso que a cada frase reinventa el lenguaje y aquel que va descubriendo imágenes insólitas, es decir entre José Trigo y Palinuro…
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Las relaciones entre la obra de Fernando del Paso y la crítica literaria no han sido exactamente felices. Sobre todo ocurrió con José Trigo, su primera novela: los demonios se le volcaron. Hay signos que permiten descubrir que ante la inminente salida de ese primer ejercicio novelístico del autor había una predisposición casi general en contra. El 8 de junio de 1966, por ejemplo, el suplemento La Cultura en México, que dirigía Fernando Benítez, publicó una entrevista realizada por Juan Carvajal a la que antecedía la siguiente cabeza: “¿Estamos frente a un genio? Apasionante incógnita de nuestras letras, la novela José Trigo de Fernando del Paso”. La conversación se complementaba con un adelanto del libro y un muestrario de opiniones (Juan Rulfo, Álvaro Mutis, Jomi García Ascot y Archibaldo Burns) bajo el título: “Cuatro escritores opinan sobre una obra maestra desconocida”. Esa presentación en sociedad de José Trigo va a contener ya las posturas extremas en que se ha movido, quizá, la lectura de los trabajos narrativos de Fernando del Paso. Juan Rulfo fue especialmente generoso: “José Trigo es la más formidable empresa que en el terreno idiomático se haya intentado en Hispanoamérica. Es una novela barroca, sí, pero como dice Carpentier: en América Latina si no somos barrocos no somos novelistas.” Igual camino recorrió Álvaro Mutis: “La obra en la cual viene trabajando Fernando del Paso hace varios años es, a mi modo de ver, el propósito más ambicioso que se haya realizado en la literatura hispanoamericana. Superando los límites tradicionales de la novela, es una de esas obras totales, grandes resúmenes de la creación humana que rompen, por razón de la vastedad de su alcance, todos los moldes de la expresión literaria. Del Paso ha creado, con una sabiduría y una eficacia agotadora, un lenguaje enteramente nuevo, que se ajusta sabiamente a los propósitos del autor de ofrecernos un mundo riquísimo, afincado y entrelazado a las más antiguas y profundas corrientes de la especie. Obra impar, única, su destino en el panorama de nuestras letras es la más apasionante incógnita literaria de que yo tenga noticia. He seguido, durante varios años y con entusiasta fidelidad, el proceso de creación y siempre me he preguntado cuál pueda ser la reacción del lector habitual ante una obra que renueva desde sus bases los caminos tradicionales de nuestras letras.” La novela estaba por entrar a la imprenta, y se sabía de su contenido a través de los comentarios de los amigos de Fernando del Paso y de lo que él mismo empezó a declarar. Los responsables de La Cultura en México (el propio Benítez o el secretario de redacción, José Emilio Pacheco) cumplieron su tarea poniendo un poco en duda lo que se decía en los textos, primero con la pregunta irónica (“¿estamos frente a un genio?”), y luego al restar seriedad a los cuatro escritores que opinaban de una obra maestra que aún no había sido terminada, y que por lo mismo no habían leído completa. Fernando del Paso contribuyó a alimentar el escepticismo crítico con una deliberada altivez que aparece en la entrevista de Juan Carvajal y continuará en sus siguientes presentaciones públicas. Dice: “Hablo de soberbia, porque estoy consciente de que el experimento que he hecho con el lenguaje español no tiene precedentes y es, además, irrepetible.”
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FERNANDO DEL PASO, CONSTRUCTOR DE CATEDRALES
Con el transcurrir de los meses (y de las reseñas) Fernando del Paso se sentiría más autorizado para dar un diagnóstico severo del ejercicio crítico: “Lo primero que se me ocurre decir es que la crítica literaria no existe en México. Sin embargo, ésta es una verdad a medias. Hay en nuestro país personas ampliamente capacitadas para ejercer una crítica literaria de altura, sólo que no se ocupan de ella o lo hacen en ocasiones muy raras. Los llamados críticos actuales, por otra parte, no hacen sino reseñar los libros de una manera superficial, o dedican sus columnas a la chismografía.” A cada momento, Del Paso reiteraba un malhumor que era eco de lo que aparecía sobre José Trigo en periódicos y revistas de la época: “Me interesan los juicios sobre mi libro, y a ellos reacciono con respeto algunas veces, con desprecio otras, en ocasiones con agradecimiento y en ocasiones con risa… Por otra parte, de la misma manera que acepto el derecho de los críticos pensar y declarar que José Trigo es un libro informe, disparatado, me reservo el derecho de pensar y declarar que los juicios de quienes así opinan abundan en adjetivos que reflejan sus propias cualidades.” Tal vez ocurrió con José Trigo que los críticos literarios se sintieron en principio rebasados por una novela que pedía más de una semana de lectura, y cuyo directo antecedente era —a ojos de estos “lectores profesionales”— otro mamotreto con fulgor de ilegible: Ulises (1922) de James Joyce, que hasta ese momento prácticamente no había dejado huella en la narrativa mexicana. En su entrevista de presentación en sociedad, Del Paso llama al irlandés “mi maestro por excelencia, por lo que escribió y porque vivió para escribir”. Aparecía en 1966, entonces, una novela que estructuralmente (y a miradas miopes) era casi copia al carbón de aquella que había causado tanto revuelo en el París que fue una fiesta para los movimientos de vanguardia. La ciudad de Dublín se transmutaba en los campos ferrocarrileros de Nonoalco-Tlatelolco. Como en el original en lengua inglesa, cada capítulo manejaba una técnica narrativa distinta (monólogo interior incluido), y había en el relato un centro, un omphalos, que era también un punto geográfico identificable: allá la torre Martello, acá el puente de Nonoalco. Un poco la sana arrogancia de Fernando del Paso, otro la férrea incultura (o apatía profesional) de la mayor parte de los reseñistas, crearon ese curioso nudo ciego que tendría más tarde diversos modos de deshacerse. Uno de esos modos pudo ser el premio Xavier Villaurrutia; otro, los ensayos que comenzaron a aparecer en diversas latitudes. Si la obra de Del Paso comienza con un libro de poemas Sonetos de lo diario (1958) y con el ejercicio prosístico “El estudiante y la reina” (1959), es con José Trigo que da el primer paso de una carrera más signada por la confianza en sí misma que en el juicio de los críticos. José Trigo no sólo era la versión mexicana de Ulises. A esta apreciación inicial se llega contemplando superficialmente el índice y algunos capítulos. La presencia joyceana también aparece en un detalle de la novela. La primera palabra y la última se enlazan para darle cualidad o calidad de sombra o fantasma al personaje que da título a la novela, pues José Trigo “Era” (p. 21 de la nueva edición del fce) “nadie” (p. 467). Esto es una variante de Finnegans Wake de Joyce, cuya frase final se interrumpe (“A way a lone a last a loved a long the”, al concluir la obra) para continuar en la línea inicial (“riverrun, past Eve and Adam’s, from swerve of shore”, etcétera, al comenzar). La novela es más que un juego erudito. Sobre todo lo es en su lectura de la realidad mexicana (Del Paso funde dos momentos de la historia: el nacimiento del “charrismo sindical” en los años cuarenta y el movimiento ferrocarrilero de 1958-1959) y en la importancia simbólica de la zona elegida: Nonoalco-Tlatelolco, que habría de tener un papel más que central en el movimiento estudiantil de 1968. Al final de José Trigo los campamentos ferrocarrileros son demolidos, y comienza a construirse la nueva ciudad de NonoalcoTlatelolco. Por momentos, la novela parece observar el futuro: “Pero allá, en el atrio del templo del Señor Santiago, se derrumba el mundo, se desmorona en luces, piedras, polvo y estrellas: llegó el ejército, llovió sangre, se apagó el canto de los escogidos que antes subía hasta la cúpula dorada envuelto en incienso, y el fuego, el olor a azufre, el humo de la pólvora, una inmensa nube blanca…” (p. 458). El movimiento estudiantil de 1968 (que el fragmento anterior atisba en su desenlace trágico) será el
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eje temático que estructure Palinuro de México, segundo trabajo novelístico de Fernando del Paso. Uno de los juicios “duros” que recibió José Trigo, el de Ramón Xirau, acaso sirvió como anuncio de lo que elaboraría más tarde el novelista: “Del Paso ha escrito su novela total; nos debe, sin paradoja, la novela parcial, tal vez incompleta, tal vez imperfecta, en la cual la poesía pueda venir a sostener y fundamentar lo que ahora es, obsesivamente, estructura y deseo de lógica, aun en los sueños y las imágenes.” José Trigo es una novela de la tierra. Los personajes buscan el suelo original, y el mapa que los guía será el propio lenguaje que viene de esa tierra y los llevará a ella. Así, las palabras también se remontan al origen prehispánico, como punto generador. Palinuro, en cambio, tiene sus centros geográficos en dos ciudades (Londres y México), pero su proyecto de escritura recrea la danza del mar en una refulgencia plástica que asume como referente al marinero Palinuro, piloto de Eneas. El cuerpo de las novelas de Fernando del Paso depende de una anécdota base que sirve como recipiente a un conjunto heteróclito. En José Trigo un hombre recorre los campamentos ferrocarrileros buscando al personaje que da título al libro. En Noticias del Imperio, la tercera novela del autor, una Carlota enloquecida dialoga con un mensajero —acaso imaginario— sobre la intervención francesa en México y la instauración y caída del imperio de Maximiliano. En Palinuro de México el esquema estará sustentado en la referencia mítica, siendo que la novela representa la deriva de Palinuro en las aguas del mar hacia la muerte. Y esa sensación de flujo sin control es el efecto narrativo que permitirá el entrelazamiento de los diversos ejes que actúan en la novela. El referente mítico también destaca la presencia marina, que da pie a una constante creación de imágenes, y es el barroquismo, entendido aquí como el abigarramiento de colores y formas, la forma peculiar de Palinuro de México. El original mecanográfico de esta novela sufrirá sus avatares: con Palinuro obtiene Del Paso el Premio de Novela México en 1975, pero el libro no podrá ir a imprentas mexicanas y se editará en España dos años más tarde (Alfaguara, 1977). El volumen mexicano (de Joaquín Mortiz) es de 1980: casi quince años después de José Trigo, aparece en librerías del país Palinuro de México. Por ello quizá la “historia crítica” no fue similar a la que tuvo la primera novela. No se trataba ya de un escritor novel con aires de genio incomprendido, sino de un autor que gozaba de cierto crédito, aunque su producción no fuera regular: sólo le pertenecían Sonetos de lo diario, y esa novela anterior aparecida a mediados de los años sesenta, y que para entonces iba en su sexta edición. Además, el mundo socioliterario se había ampliado en cuanto a páginas culturales, suplementos, revistas… Transitó Palinuro de México por esta sociedad literaria como transitan tantos otros libros: reseñas favorables y desfavorables, entrevistas… y una sola edición de cinco mil ejemplares que tardaría más de diez años en agotarse. Para entonces Fernando del Paso vivía en Europa, y desde la edición española de Palinuro se empezaron a abrir para él nuevos mercados y nuevas lecturas. Ya no asumiría, por ello y quizá también como efecto de su exilio voluntario, la postura soberbia que lo hizo defender José Trigo de la fiebre crítica de aldea. Palinuro de México caminó sola y bien entre los lectores para los que había sido escrita. Hay opiniones muy generosas de Artur Lundkvist —incluida en este mismo número de La Gaceta (p. 27)—, Severo Sarduy, Marco Antonio Montes de Oca y Claude Fell. En 1982 recibió en Venezuela el premio internacional de novela Rómulo Gallegos. En 1982 y 1985 aparecieron las versiones portuguesa (Difel) y francesa (Fayard), que antecedieron a las traducciones al inglés, alemán y holandés. En Francia le fue otorgado a Palinure de Mexico el premio a la mejor novela extranjera, que no había ganado hasta entonces ningún autor mexicano, y se le descubrió una influencia central: Rabelais. Se internacionaliza Del Paso, y la crítica sobre su obra vive esa ampliación geográfica. Vendría entonces Noticias del Imperio, que apareció simultáneamente en España y México en 1987, y que ha tenido un inusitado éxito de ventas y de crítica. De nuevo era difícil que se repitiera la historia de José Trigo, la casi unánime descalificación a un trabajo monumental. Ya los libros de Fernando del Paso habían creado un muro —reducido pero homogéneo— de lectores “cultos”, y a ellos se agregaron espontáneos en número crecido: hasta 1995 llevaba en Méxi-
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co catorce reimpresiones en rústica, y cinco en pasta dura, con tirajes altos. Portal de la crítica sobre Noticias del Imperio fue sin duda el oportuno “Inventario” de José Emilio Pacheco, en el que se dice que esta novela “no está hecha para ser leída: está hecha para ser habitada semanas o aun meses enteros”. Escribe Pacheco: “Si sus ejes geográficos son dos de las grandes ciudades del barroco arquitectónico, Viena y México; si el modelo de su prosa son las grutas de Cacahuamilpa, donde Carlota encontró el perfil infernal de Dante, el dibujo que esta novela recorta contra la tempestad de la historia es la silueta de un castillo. Noticias del Imperio es la novela de los castillos —Schönbrun, Miramar, Chapultepec, Bouchout— y tiene como ellos ventanales, salas del trono, pasillos, comedores, letrinas y albañales; la ambición de tocar el cielo y elevarse por encima de los demás y el descubrimiento final de que todo es polvo y ceniza, tierra hecha con los despojos de las víctimas del poder”. El monólogo de Carlota que estructura Noticias del Imperio está compuesto por frases largas y párrafos igualmente extensos que llegan a abarcar varias páginas: es un ejercicio lírico que fija su atención en el fluir de las imágenes. Al llamarlo “ejercicio lírico” se pretende destacar la preferencia que tiene por el canto, y en el que la información histórica está al servicio de la continua creación de metáforas. Se le ha comparado con el monólogo de Molly Bloom que cierra Ulises de James Joyce, pero es fácil diferenciarlos: mientras éste sigue la corriente de la conciencia, aquél tiene una resonancia verbal, es música de la palabra y no del pensamiento. Como en Palinuro de México, todo corre al servicio de la imagen plástica, y los infinitos encadenamientos que dan forma al monólogo crean un sentido de catarsis fulgurante. Noticias del Imperio es una novela polifónica. El discurso amoroso de la emperatriz enloquecida prologa o precede los capítulos históricos, dividido cada uno de éstos en tres apartados en voz de historiador, narrador omnisciente o personaje en primera persona. El diálogo de tiempos y voces da un contrapunto que activa la novela. Las intensidades del monólogo encontrarán su equivalente en los relatos de batallas o sucesos diversos de la guerra, en los que Del Paso logra una insólita maestría. Un centro de la novela es “Con el corazón atravesado por una flecha”, que describe la tortura que el coronel Du Pin inflige al preso Juan Carbajal a bordo de una barcaza; recuerda dos relatos de Martín Luis Guzmán: “La fiesta de las balas”, incluido en El águila y la serpiente, y “El lazo de Canuto Arenas”, publicado en la versión periodística de La sombra del caudillo: los tres refieren con enorme frialdad expositiva —un poco a la manera del Franz Kafka de En la colonia penitenciaria— un acto de tortura y castigo en medio de la guerra. De más está decir que el boom de Noticias del Imperio no envolvió del todo a José Trigo ni a Palinuro de México, que acaso nunca podrán estar en las gavetas del bestseller. Una parte de la crítica literaria también fue olvidadiza con la obra anterior. Y por ello no se atendió una cuestión técnica acaso esencial: la mayor parte de los recursos que utiliza Del Paso en Noticias del Imperio ya había sido trabajada en José Trigo y Palinuro de México. La imaginería plástica del monólogo de Carlota remite, como ya se mencionó en estas páginas, al estilo de Palinuro, y la búsqueda de distintos tonos y estilos en los capítulos que se ha llamado históricos viene de José Trigo. El trabajo de relacionar unos libros con otros empieza más tarde, cuando la obra narrativa de Fernando del Paso interesa a los ensayistas y los investigadores. Sin duda Noticias del Imperio era buen pretexto para emprender esa visión en perspectiva de tres novelas que tuvieron su aparición en fechas tan distantes como 1966, 1977 y 1987. Ya han sido escritos varios libros que procuran, desde el enfoque académico, el balance de la narrativa de Del Paso; y hay una antología de textos críticos que tiene esa intención panorámica. Pero la obra no es la crítica sobre esa obra. W
Alejandro Toledo, ensayista y crítico, tuvo a su cargo la edición de las Obras completas de Francisco Tario, cuyo primer volumen fue publicado este año por el FCE.
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ENTR EV I STA
Barroquismo y autobiografía Una conversación con Fernando del Paso a propósito de Palinuro de México I L A N S TAVA N S
Aunque esta conversación se realizó poco después de la aparición de la segunda novela de Del Paso, hay aquí diversas claves sobre su modo de concebir la literatura en general, sobre su forma de abordar la ficción, sobre la inevitable interacción entre vivencias e invención, sobre escritores y el poder público, sobre bibliotecarios ilustres. Publicada en inglés, aparece por primera vez en español en estas páginas
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BARROQUISMO Y AU TOBIOGRAFÍA. UNA CONVERSACIÓN CON FERNANDO DEL PASO A PROPÓSITO DE PALINURO DE MÉXICO
ilan stavans: Dado que en Palinuro de México usted funge no sólo como autor de la novela, sino también como comentarista cultural, me pregunto si podría dar un paso atrás por un momento y evaluar para mí sus méritos y logros. A casi dos décadas de que se publicara por primera vez, ¿qué opinión le merece? ¿Cuáles son sus excesos? ¿Le cambiaría algo el día de hoy? ¿Ha pensado en una edición revisada? fernando del paso: La novela sí sufre de exceso: exceso en el estilo, exceso en las referencias. Lo mismo se puede decir de mis únicas otras dos novelas: José Trigo (1966) y Noticias del Imperio (1987). Pero la mayoría de estos excesos son deliberados. De hecho, recuerdo que una vez se me preguntó durante una entrevista por qué no era capaz de escribir libros más cortos, condensados. Respondí que Palinuro de México podría haber tenido alrededor de 3 000 páginas y que yo había hecho un esfuerzo consciente por abreviarlo y el resultado habían sido 650 páginas. Soy un escritor barroco por naturaleza, extravagante y desmesurado. Se trata de un impulso espontáneo en mí. Al mismo tiempo, he pasado de un estilo muy complicado a uno más accesible. Mi tercera novela es notablemente menos compleja que la segunda y, de manera similar, la segunda es menos difícil que la primera. Así que creo que he logrado algunos avances; mi ruta artística ha ido de complejidad excesiva a simplicidad relativa. En cuanto a lo que hoy le cambiaría o no a la novela, para ser honesto, me es difícil decir. Los libros son como los niños: una vez que nacen, el mundo es suyo y ellos son parte del mundo, y nuestro papel en la formación de sus vidas disminuye a medida que pasa el tiempo. Ellos tienen sus propias virtudes y sus propios caminos, y lo único que uno puede hacer es presenciar su desarrollo y sentir asombro por lo que pueden o no pueden lograr. Tengo conmigo la edición mexicana de Palinuro de México, publicada en 1980. Pero el libro salió primero en España, bajo el sello Alfaguara, en 1977, tres años antes. ¿Por qué? Puedo darle una explicación curiosa. La novela en forma de manuscrito fue galardonada con el Premio Novela México, patrocinado por la Editorial Novaro, una editorial, como usted sabe, dedicada a las historietas y a títulos de segunda y tercera categoría. Entonces Editorial Novaro creó este importante premio, que le fue otorgado primero al dramaturgo y novelista mexicano Jorge Ibargüengoitia, después al escritor español Juan Marsé y en su tercer año a mí. Pero surgió un conflicto cuando el dueño se dio cuenta de que el ladrillo tamaño mamut que había ganado el premio era demasiado y se negó a publicarlo. Sin embargo, el jurado se rehusó a cambiar su veredicto y puesto que el dueño no quiso que nadie más publicara el libro, pasaron un año y medio o dos antes de que mi agente literaria, Carmen Balcells, pudiera sacarlo de Editorial Novaro. Ésas son las vicisitudes que lo llevaron primero a la península Ibérica y sólo después a México. Supongo que la reacción crítica en estos dos países fue muy diferente. Después de todo, la novela es, entre otras cosas, una investigación de la psique mexicana, de su pasado y su presente. Los críticos españoles fueron un poco más generosos. No obstante, ambos coincidieron en que la novela tenía una riqueza extraordinaria, un contenido poético loable, buen sentido del humor, pero también que era un libro exagerado, arrogante, demasiado ambicioso y, por lo tanto, frustrante en algunos aspectos. Su intento por crear un macrocosmos era encantador, según ellos, pero también contraproducente. Hasta donde yo sé, la novela ha sido traducida al francés, portugués, alemán e inglés. La versión en inglés de Elisabeth Plaister fue publicada por vez primera, por supuesto, bajo el sello de Quartet en Londres en 1989. La traducción de Plaister, con la excepción de una pequeña crítica en The Times Literary Supplement, pasó sin reconocimiento alguno en Inglaterra. Su recepción fue un desastre: nadie habló de ella, nunca obtuve un solo penique. La edición francesa salió antes, en 1985, justo al reanudarse las clases después de las vacaciones de verano, y fue un gran éxito. En traducción de Michel Bibard, ganó el premio al mejor libro extranjero del año; cada periódico y suplemento literario la discutió y elogió. Es importante tener en cuenta que un buen segmento de su público lector francés, hasta donde yo sé, era joven y entu-
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siasta, al igual que Palinuro de México se ha mantenido un favorito de todos los tiempos entre los jóvenes en mi país natal. En Portugal también pasó inadvertida, pero la traducción al alemán de Suzanne Lang (que le tomó cinco años terminar) también fue un éxito. Fue presentada durante la Feria de Fráncfort de 1992, y poco después en Múnich ganó el premio a la mejor traducción. Hace poco el libro también apareció en Holanda, donde en pocos meses ha vendido 6 000 ejemplares, un éxito de ventas para un país tan pequeño. Sólo por curiosidad, ¿la versión portuguesa circuló en Brasil? Así es, pero sin reacción alguna. Huelga decir que la lengua portuguesa en Brasil es bastante diferente y por lo tanto dudo que el país fuera un mercado adecuado para una novela densa traducida al otro lado del Atlántico. En una línea similar, será interesante ver cómo le va a la traducción británica de Plaister con los lectores estadunidenses. Me interesa su trabajo con los traductores. ¿Alguna de estas versiones sufrió grandes cambios? O más bien, ¿podríamos hablar de “variaciones” del libro y no de “versiones”? ¿Los traductores tenían libertad para manipular el texto en alguna medida? Trabajé con todos ellos por correo. Elisabeth Plaister y yo nos escribimos por un largo tiempo, y luego, casi al final del proceso, vino desde Portugal a visitarme durante unas semanas a París, donde yo vivía en ese momento. Es natural que tuviera errores y equivocaciones, por supuesto; sin embargo, en mi opinión es una espléndida traducción. Permítame pasar al tema del poliglotismo. En su carrera como lector, el conocimiento de otros idiomas, supongo, ha sido esencial. Usted habla inglés y francés, ¿cierto? Pero hasta ahí. De niño no tuve una educación bilingüe, pues asistí a las escuelas públicas de la Ciudad de México. Mis primeras lecturas de Alejandro Dumas, sir Walter Scott, Julio Verne, Eugenio Sue y Emilio Salgari fueron en español, a menudo en terribles traducciones hechas en Barcelona y Buenos Aires. Me familiaricé con Faulkner, Erskine Caldwell y Thomas Wolfe en español. Mi pasión por un puñado de dramaturgos también data de estos años formativos, cuando mis habilidades orales y de lectura en las lenguas de Shakespeare y de Diderot eran inexistentes. Por supuesto, de vez en cuando me encontraba una traducción extraordinaria, como la que Borges hizo de Las palmeras salvajes, de Faulkner; sin embargo, éstas eran excepciones, no la regla. Comencé a hacer algunas lecturas en francés e inglés por mi cuenta cuando cumplí veinte o veintiún años, pero no estaba ni siquiera cerca de dominar esas lenguas con soltura. No fue sino hasta después, cuando en compañía de mi familia me instalé por primera vez en la ciudad de Iowa durante un par de años, y luego en Londres durante catorce años, que pude dominar ambas lenguas. Obviamente al regresar a México a mediados de los años ochenta dejé de practicarlas, y, como resultado, he olvidado mucho. Todavía puedo escribir una carta al dentista o consultar a un editor extranjero, pero sin duda no podría escribir literatura en ninguna de ellas. No, no me considero un auténtico políglota. El español es mi lengua madre, mi única lengua. Pero escribió Palinuro de México después de que el inglés se convirtiera en una herramienta y no un obstáculo, ¿verdad? Sí. Lo pregunto porque su español me parece libresco, extraño, y su sintaxis extranjera, o por lo menos peculiar, para un hablante nativo. Este asunto de escribir en la propia lengua materna pero pensar o imaginar en otra me obsesiona, y con justa razón: yo me fui de México a mediados de mis veinte y casi de inmediato establecí una lealtad doble con el inglés. He discutido el tema con Ariel Dorfman, Felipe Alfau y Julián Ríos. Como creo que usted estará de acuerdo, el español de Borges tiene lo que yo describiría como un toque shakespeareano —o más bien, chestertoniano—. Su gramática, la forma en la que usa los adjetivos y los adverbios, es extravagante, extraña. Algo similar puede decirse del español de Cortázar en Rayuela, también mezclado con galicismos de sus décadas en Francia. Estas particularidades, sin perder nunca su atractivo, a menudo se
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vuelven problemáticas: la traducción que Borges hace de Faulkner acaba convirtiendo el texto en otro de su propia autoría. (El escritor argentino Ricardo Piglia, en su novela Respiración artificial, dedica una sección a éste, el más curioso de los giros de Borges.) Todo esto me trae de nuevo al español de Palinuro de México. ¿Sería justo hablar de una especie de “promiscuidad” entre el español, el inglés y el francés en la novela? Sí, sin duda. Además, al releer mi tercera novela, Noticias del imperio, descubrí una tendencia a imitar la sintaxis inglesa, una lucha entre el español y el inglés, e incluso una inclinación a anglicanizar y a afrancesar. Esto se presenta como un resultado natural, huelga decir, de décadas en Europa. Cada vez que tomo conciencia de esta metamorfosis, trato de encontrar una lengua neutral, y por eso, en Palinuro de México, casi todos los personajes (Palinuro, Walter, Fabricio y Molkas), cuando recurren al diálogo, tienen el mismo tono de voz. Sin embargo, esta artificialidad, esta “contaminación” entre las lenguas y estilos, en realidad no me preocupa. Después de todo, la literatura no es más que invención, artificio puro. Y tal vez debería añadir que más allá de esta “promiscuidad lingüística”, como usted la llama, Ilan, la novela también está impregnada de un sentido del humor británico. Aunque mi inglés era pobre cuando llegué a Londres, entendí el humor y el estado de ánimo nacionales con bastante rapidez. Esto, supongo, nos devuelve a una de sus preguntas anteriores: cuando me acerqué a la traducción de Elisabeth Plaister, me di cuenta de que en inglés muchas cosas sonaban mucho mejor, más originales que en el original en español. Esto me recuerda que Gabriel García Márquez dijo una vez que la traducción al inglés de Gregory Rabassa de Cien años de soledad era “más precisa” que el original, y que Borges, al hablar de Vathek, de William Beckford, sugirió que el original era infiel a la traducción. Estos comentarios son fascinantes, aunque sólo sea porque García Márquez tiene poco que ver con el inglés, pero Borges, por otro lado, lo conocía demasiado bien. ¿Alguna vez ha traducido a otros al español? Nunca. O más bien, nunca un texto literario, sólo comunicados de prensa y otras cosas similares. Lo que me gustaría traducir es poesía, pero por desgracia mi conocimiento de otras lenguas es limitado. Por cierto, empecé mi carrera escribiendo sonetos, pero luego cambié a la prosa de ficción. Su primer libro, publicado en 1958 (a los veintitrés años de edad), es una colección de sonetos, Sonetos de lo diario. Sí. Juan José Arreola la publicó en su colección El Unicornio, y he escrito algunos más a lo largo de mi vida, pero nunca más de veinte en total. Una o dos veces he experimentado con verso libre, pero el resultado fue muy desalentador. El soneto funciona mejor para mí. Hablemos ahora sobre cuándo y dónde escribió Palinuro de México. En la ciudad de Iowa y Londres. Me tomó ocho años, desde 1968 hasta 1976, pero a eso debería añadir varios meses más en los que tuve que rectificar la ortografía y la información. ¿Cuántas versiones escribió? Depende del capítulo. En algunos casos escribí muchas versiones —de veinte a treinta— y otros salieron ya acabados. Un ejemplo: el capítulo 24, “Palinuro en la escalera o el arte de la comedia”, que no hace mucho fue publicado independientemente en forma de libro, comenzó como una descripción breve. Sentí que era muy teatral y por lo tanto decidí convertirlo en una pieza dramática. El capítulo fue creciendo a medida que se acumulaban las versiones, hasta que me quedó claro que no había semejanza entre la primera descripción y el texto final. Entonces, cuando terminé la novela, quemé el manuscrito. Lo hice porque no quería que nadie supiera cómo había llegado al resultado final. Quería ser el único propietario del secreto, que yo sabía que tarde o temprano olvidaría. ¿Sucedió lo mismo con sus otras novelas? No. Tengo dos cajas con el manuscrito y las notas de la primera, y fragmentos dispersos de la tercera. La novela fue escrita bajo los auspicios de diversas becas y programas de escritura.
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Al principio de mi carrera Juan Rulfo me sugirió que solicitara la subvención de la Fundación Ford y me enviaron a Iowa. Yo trabajaba como redactor en una agencia de publicidad en México y lo abandoné todo. Después de eso solicité una beca Guggenheim, recomendado por Rulfo, Miguel Ángel Asturias y Octavio Paz, quienes habían leído José Trigo y estaban dispuestos a apoyarme. Gracias al dinero que recibí de la fundación el libro comenzó a tomar forma. Luego, en Londres, comencé a trabajar para la bbc, donde fui locutor y productor de programas sobre América Latina. Posteriormente, en 1985, la familia se mudó de nuevo para que yo pudiera trabajar en Radio France Internationale como periodista, y finalmente me enlisté en el servicio diplomático de México. Palinuro de México, obviamente, se benefició en gran medida de mis viajes tempranos por el mundo, justo antes de que la familia llegara a Francia. Hábleme sobre el papel de la medicina en su novela. Yo originalmente quería ser médico y comencé mis estudios en la escuela de medicina, pero por razones personales tuve que abandonarlos. A medida que el libro tomaba su forma actual —y vaya que pasó mucho tiempo para que así fuera—, me di cuenta de que mi interés por la medicina se basaba en mi pasión por sus aspectos románticos. Comencé a entender que no es más que una ciencia del fracaso; trata de salvar la vida de una persona y, si bien tiene éxito en ocasiones, es verdaderamente impotente en tanto que no puede explicar los enigmas del cuerpo humano. Nuestro cuerpo es un microcosmos y es lo único que realmente poseemos en la vida: con el cuerpo amamos y odiamos, con el cuerpo disfrutamos y sufrimos. Julio Cortázar utilizó la frase “un cadáver viviente”. Eso es exactamente lo que somos: un cadáver viviente. Me fascina nuestro interminable cuestionamiento de las limitaciones físicas y la relación entre cuerpo y alma. ¿Hay algún médico que, como escritor, haya marcado su pasión por la medicina? ¿Quizás Anatomía de la melancolía, de Burton? Me impresionó Burton, pero, para ser honesto, no hay un escritor médico que admire. Mi intento por construir un puente entre estos dos campos, la literatura y la ciencia médica, es resultado de sí mismo. Permítaseme repetir que estoy interesado en la historia de la medicina, pero sólo como un sueño romántico. Lo cual no es tan distinto de la historia de la novela como género literario. Después de todo, el progreso de la novela también es una cronología del fracaso, ¿o no? Pienso en Cervantes y Diderot… En su intento por abarcar el mundo, la novela enciclopédica, de la que usted es paladín, no puede sino quedar corta ante su sueño totalizador. Tal vez, pero mi intención en Palinuro de México no era globalizar. Desde el principio yo conocía mis límites, aunque a veces, lo sé, es difícil notarlo a partir del texto. Yo no describiría mi novela como un fracaso, sino que eso, por supuesto, corresponde a los críticos. Un desafío en Palinuro de México, o debería decir un obstáculo, es el constante cambio entre narradores: oscila entre la tercera y la primera persona, y viceversa. No me propuse emplear ese tipo de recurso literario. Sucedió a medida que el manuscrito tomaba forma y de la manera más espontánea. De repente me di cuenta de que no estaba creando un elenco de personajes, sino, de hecho, un solo protagonista con una serie de facetas o máscaras. Dentro de esa multiplicidad yo mismo, como creador de la novela, también estaba incluido, aunque sólo sea porque el libro tiene un alto grado de contenido autobiográfico, si bien mezclé el aspecto autobiográfico con la ficción, y viceversa. El protagonista que todo lo abarca podía convertirse en ocasiones en el primo Walter, quien termina siendo otro aspecto de Fernando del Paso; no de lo que una vez fue del Paso, sino de lo que podría haber sido. Tal vez eso explica por qué el primo Walter me recuerda al protagonista de “The Jolly Corner”, de Henry James. Sin embargo, este personaje omnipresente también puede aparecer como Molkas, Fabricio y los otros
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amigos de Palinuro, siendo Molkas quien representa los aspectos más vulgares y sin refinar de este personaje de personajes, mientras que Fabricio simboliza su lado más refinado. Una vez dicho esto, debo decir que los personajes secundarios —el abuelo Francisco, mamá Clementina, papá Eduardo, la tía Luisa, el botánico francés— están más claramente definidos y no pueden ser percibidos como variaciones de un mismo individuo. Pasemos entonces al barroquismo (o neobarroquismo) en su estilo que mencionó hace un rato. Cuando usted habla de prosa barroca, no puedo evitar pensar en las diferencias entre las culturas literarias mexicana y cubana. Digo esto porque a pesar de las múltiples referencias a la historia y el arte mexicano en Palinuro de México, a mí me parece más adecuado situarla junto a la obra de Cortázar, Guillermo Cabrera Infante, José Lezama Lima, Severo Sarduy, Reinaldo Arenas y Alejo Carpentier. Es autorreferencial, carnavalesca, paródica y satírica, y, al mismo tiempo, ofrece una variedad de niveles de significado e interpretación. Por supuesto, todo esto ha llegado a ser conocido como la marca de los escritores cubanos. Los escritores mexicanos, en cambio, son mucho más accesibles, con la excepción, obviamente, de Carlos Fuentes, con quien us-
“Desde el principio yo conocía mis límites, aunque a veces, lo sé, es difícil notarlo a partir del texto. Yo no describiría mi novela como un fracaso, sino que eso, por supuesto, corresponde a los críticos” ted comparte más que el estilo hiperactivo. Ambos países, Cuba y México, heredaron de la península Ibérica una cosmovisión híbrida y altamente complicada, parte cristiana, musulmana y judía; una sopa a la que cada uno añadió aún más ingredientes: en el caso de Cuba una dimensión mulata y criolla, y en el caso de México una mestiza. Y estos ingredientes fueron a su vez desbancados por influencias orientales e hindúes. Nuestra arquitectura es igualmente barroca: rococó, churrigueresco, plateresco y otras texturas híbridas compiten entre sí por un espacio y un reconocimiento dentro de la misma catedral y monasterio. Éstas convierten sus objetos en exageraciones, o en lo que Borges llamaría “caricaturas de sí mismos”. No obstante, en la literatura las dos naciones no podrían ser más diferentes. Claude Roy, un escritor francés, afirmó alguna vez que las culturas precolombinas ya eran barrocas, lo que significa que en la América hispana y portuguesa tales tendencias ya estaban en marcha, incluso antes de que llegaran los conquistadores. Un punto interesante. Pero como usted sabe, de acuerdo con Eugenio d’Ors hay más de veinte tipos diferentes de estilo barroco. La definición más simple de barroco es un estilo que trata de saturar el espacio al abusar de las curvas hasta el punto de la hipérbole, y usted estará de acuerdo conmigo en que Coatlicue, la diosa azteca, es, en efecto, barroca. En cuanto a mi propio “barroquismo”, está influido por Rabelais y Joyce (quien, por cierto, no es exactamente un escritor barroco, pero en aquel entonces tampoco estaba lejos de serlo), y por figuras más contemporáneas como Günter Grass, Lezama Lima y Carpentier. Pero, una vez más, los escritores mexicanos son de alguna manera alérgicos a los excesos. Mencioné a Carlos Fuentes como una excepción, y, por supuesto, no todos sus libros; ciertamente dos o tres. Él nació en 1928 y usted en 1935. Tal vez en una etapa más temprana de su carrera eso significaba que eran parte de generaciones diferentes, pero usted cumplió sesenta y él está cerca de los setenta años, por lo que la diferencia de edad es insignificante. Fuentes ha sido una figura magnéti-
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ca, el centro de un sistema solar alrededor del cual gravitan otros autores. Él ha eclipsado a otros. Tiene razón. Hoy puedo decir que pertenecemos a la misma época en la literatura mexicana, aunque, para ser exactos, él comenzó mucho antes que yo, y sus primeras novelas, hasta Terra nostra, tuvieron en mí un profundo impacto. ¿En qué sentido? La región más transparente se me presentó como una revelación. Fue una novela que revolucionó la ficción mexicana ya que se situó en una atmósfera decisivamente urbana: su protagonista, como usted sabe, es la Ciudad de México. La novela me influyó con su actitud y apertura a otros estilos. En ese tiempo leíamos al mismo conjunto de autores: Flaubert, cuya aproximación a la novela admirábamos, así como Joyce; y en términos más técnicos, John Dos Passos, Hemingway, Virginia Woolf y Faulkner. Sin ellos no seríamos lo que somos hoy. Más que ser una influencia, yo diría que Fuentes y usted mantienen un diálogo transtextual y transtemporal. Él, por supuesto, se ha consumado como adaptador, reescribiendo (¿o debo decir robando?), por ejemplo, un guion de Cabrera Infante, un cuento de Adolfo Bioy Casares, un tema central en Los papeles de Aspern, de Henry James, etcétera. Pero en el caso de usted se puede hablar de puentes que llegan a la obra del otro. En el último capítulo de Palinuro de México usted menciona, entre muchos otros nombres literarios y de medios masivos, a Artemio Cruz, y en uno de los primeros capítulos su protagonista sale a comprar un ejemplar de La región más transparente. Luego, por supuesto, está el capítulo “Una bala muy cerca del corazón”, en el que discute el destino de Ambrose Bierce. En los años ochenta Fuentes publicó Gringo viejo, novela en la que están presentes el espíritu de su capítulo, si no es que sus mismas palabras. Incluso lo describe como eso, un “gringo viejo”, como usted ya lo había hecho: “viejo gringo”. Ambrose Bierce, por cierto, también aparece en Noticias del Imperio... Poco después de la publicación de Palinuro de México, almorcé con Fuentes. En esa ocasión me dijo: “Fernando, me han dicho que uno de tus capítulos se ocupa de las aventuras de Bierce en México cuando éste se une a las fuerzas militares de Pancho Villa. No quiero leerlo, y no lo leeré porque estoy preparando toda una novela sobre el mismo tema; he estado trabajando en ella durante algún tiempo.” Es, entonces, una coincidencia, pero una coincidencia esperada. Después de todo, una vez que un escritor descubre a un personaje fascinante como Bierce, que cruzó la frontera a la edad de setenta y tantos años, viajó a través de México, y de quien nunca se supo de nuevo, el tema se convierte en un imán para los demás. Usted no es sólo novelista sino también pintor, y su arte pictórico se ha exhibido en varios países. De vez en cuando Tristram Shandy se atreve a usar dibujos y diseños para expresar lo que no pueden decir las palabras. Cabrera Infante rindió homenaje a Sterne en Tres tristes tigres, donde para describir la oscuridad se imprimió una página completa con tinta negra y se hacen presentes, también, una variedad de diseños. Otros, parte de algo que yo llamo “la tradición enciclopédica” —que incluye Rayuela, de Cortázar, a Georges Perec, Umberto Eco, John Barth y a Carlo Emilio Gadda— también han hecho uso de esta práctica. Me parece interesante el hecho de que usted no lo haga, a pesar de su experiencia como pintor. Me vi tentado, pero opté por mantener estos mundos aparte. Mi idea de literatura todavía se basa en su tradición oral. Una buena página es aquella que puede ser leída y disfrutada en voz alta. Su sonido es lo que realmente importa; uno en verdad no debería enredarse con trucos fáciles. Como uno de sus muchos aspectos, Palinuro de México también puede ser abordada como una novela política. Uno de sus temas recurrentes es la matanza de estudiantes, en octubre de 1968, en la Plaza de Tlatelolco. Cuando los Juegos Olímpicos estaban a punto de comenzar, el gobierno mexicano, como usted bien sabe, enfrentaba una fuerte presión de las fuerzas sociales que exigían un cambio democrático. Sin embargo, bajo la negativa a abrirse, el partido en el poder bajo el liderazgo del presidente Gustavo Díaz Ordaz ordenó al ejército enfrentar la revuelta estudiantil con tanques y balas. Muchos miles murieron y muchos más
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BARROQUISMO Y AU TOBIOGRAFÍA. UNA CONVERSACIÓN CON FERNANDO DEL PASO A PROPÓSITO DE PALINURO DE MÉXICO
resultaron heridos. Por supuesto, el incidente de Tlatelolco aparece en numerosos lugares dentro de la literatura mexicana, desde la memorable La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowska, hasta los libros de José Agustín, Gustavo Sainz y Parménides García Saldaña. Empero, su obra posee un lugar especial en ese librero: el protagonista de José Trigo es asesinado por los escuadrones del ejército en Tlatelolco. Y, sin embargo, para 1968 usted tenía treinta y tres años; ya era demasiado viejo como para ser un estudiante universitario en la Universidad Nacional Autónoma de México o el Instituto Politécnico Nacional, las dos instituciones académicas en las que comenzó el levantamiento. Por lo tanto, Palinuro de México es, en cierto sentido, sobre nostalgia política. Tiene razón. Para 1968, todavía en México, yo ya había comenzado a escribir la novela (bajo otro título). Estaba casado y tenía una vida pequeñoburguesa. Fui testigo de la revuelta estudiantil pero nunca me involucré. Siempre he sido un intelectual de izquierda, aunque en los últimos años uno más moderado. Estuve más activo durante las protestas de Bahía de Cochinos, contra los Estados Unidos. Y, sin embargo, el incidente de Tlatelolco dejó una profunda huella en mí. De pronto ya tenía a un nuevo personaje, llamado Palinuro, un estudiante de medicina asesinado en 1968, y quería hacer uso de él. Por supuesto, para entonces yo ya había leído La tumba sin sosiego, de Cyril Connolly (publicado bajo el seudónimo de Palinurus), que había recibido como regalo de un amigo poeta, Francisco Cervantes. Este nuevo personaje me obligó a volver a la Ciudad de México de los años cincuenta para el escenario de la novela, lo que —todavía un hecho curioso para mí— no molestó a ningún lector mexicano. La novela había comenzado como una creación nueva de mis años de adolescencia, sobre todo de mis años de preparatoria en la calle Justo Sierra. Entonces me di cuenta de que Palinuro necesitaba morir en 1968, pero como no quería sacrificar lo que ya había escrito, dejé que la discrepancia entre fechas permaneciera. El ambiente de la calle Justo Sierra me atraía enormemente y lamenté abandonarlo por un ambiente estéril como el del campus de Ciudad Universitaria. Sin embargo, Palinuro se había impuesto a sí mismo como el corazón de la novela y no había nada que yo pudiera hacer. Además, puesto que mi protagonista en José Trigo ha-
Humor, humores y el espíritu de 1968 AGUSTÍN RAMOS
En 2013 el Fondo sumó a su catálogo Palinuro de México, la segunda novela de Del Paso, en la que un texto del brillante Francisco González Crussí da la bienvenida a los lectores y sugiere modos de abordar esa obra graciosa, erótica, política, médica. Acucioso lector de ese libro, Ramos da una vuelta de tuerca y muestra, con entusiasmo contagioso, por qué los lectores gozarán ese texto desopilante
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i libro predilecto de todos lo que he leído —sin distinción de género— sobre el movimiento estudiantil mexicano de 1968? Palinuro de México. Y la edición de Palinuro que más gusta es la del Fondo de Cultura Económica, colección Letras Mexicanas, porque de algún modo conmemora la primera, que realizó en 1980 en nuestro país Joaquín Mortiz y que mereció el calificativo de libro-objeto. La portada reproduce en fondo blanco un cuadro de la serie Visiones, de Fernando del Paso, expuesta por primera vez en el Museo Carrillo Gil en julio de 1981. Y la cuarta de forros reformula, mediante la mirada de Daniela Edburg, la fotografía del novelista en postura y atavío
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bía muerto en Tlatelolco, me sentí muy mal por repetir, así que decidí que Palinuro sería golpeado en 1968 pero no moriría sino hasta después. Esto ha provocado confusión entre los lectores: la crítica y los lectores cuidadosos han malinterpretado mis palabras, alegando que Palinuro fue de hecho otra de las víctimas durante la masacre. Su respuesta nos lleva a un tema crucial: el empate, sin duda problemático, entre el gobierno mexicano y los intelectuales del país. Tampoco quisiera ser repetitivo, ni dedicar demasiado tiempo a un tema en el que se ha gastado una increíble cantidad de tinta. Los escritores y artistas latinoamericanos, como usted sabe, a menudo comienzan sus carreras como opositores al gobierno, altavoces para las masas, antagonistas de los poderes fácticos. Pero tarde o temprano acaban abrazando al enemigo que vilipendiaron y contra el cual lucharon en sus días de juventud. Los ejemplos son numerosos e incluyen a Octavio Paz y a Carlos Fuentes. ¿Podríamos incluirlo a usted también en la misma lista? Al fin y al cabo, desde mediados de los años ochenta usted ha sido parte del cuerpo diplomático de México. Y ahora dirige la Biblioteca Iberoamericana Octavio Paz en Guadalajara, financiada por el gobierno. ¿Ha traicionado sus principios adolescentes? ¿Los lectores de hoy debemos leer Palinuro de México desde una perspectiva diferente, y no, como se ha hecho, como una forma de protesta? Es fácil, por lo menos en México, hablar de “gobierno”, “el Estado”, como si fueran nada más que entidades abstractas. Uno tiene amigos en el gobierno, amigos de toda la vida. Además, escritores y artistas muy valiosos, desde José Vasconcelos hasta Jaime Torres Bodet, han trabajado para el gobierno de México desde… bueno, desde tiempos inmemoriales. No olvidemos que nuestra economía está conformada de tal manera que el individuo pensante, una vez hecho el compromiso con el arte o la literatura, tiene muy pocas opciones para ganarse la vida. En mi caso, estoy muy lejos de ganar suficiente dinero por las regalías, premios y galardones para mantener a mi familia. El mío ha sido lo que yo llamaría un succès d’estime. Además, después de años en Londres y París, mi decisión de incorporarme al cuerpo diplomático se convirtió en una suerte de regreso, un regreso a mi patria, un regreso a mi alma y a mis fuentes. Esto me permitió regresar al
idénticos a los que éste lució para una sesión con Enrique Bostelmann. Otro acierto grande es el prólogo. Francisco González Crussí optó por afrontar el desafío refiriendo mesuradamente las 650 páginas de Palinuro de México en un completísimo resumen de apenas dos páginas. En ellas, dice, el “tema recurrente” de la novela es el “cuerpo humano y su estudio por la medicina”, concluyendo que ésta de Fernando del Paso es “una obra maestra” con “la marca inconfundible del genio”. El tercer motivo de mi preferencia es subsidiario del prólogo y me permite establecer variantes acerca del que, a juicio del autor del texto introductorio, es el tema central, acerca de los ejemplos que ilustran tal tema y acerca de la conclusión que dicho autor inscribe. Traslademos el énfasis, tan acertadamente puesto por González Crussí en el cuerpo humano y su estudio médico, a otro “tema recurrente” en Palinuro: la erudición, que no se limita a la medicina, y procede de una etapa pre-Google. Erudición gonzalezcrussiana que, al contrario de lo que representa el polvo vilipendiado por Bierce, aporta saber, cosquillea la imaginación y obliga a la concentración. Por supuesto que al variar en la apreciación del eje también variarán los ejemplos, sin por ello demeritar los de González Crussí respecto del médico capitán de navío, el médico dictador, el médico juez, el médico arqueólogo…
estudio del arte pictórico, la música y la danza mexicanos, y contribuir a su difusión. Lo que significa que tengo la conciencia tranquila, en la medida en que represento la política del país desde una perspectiva cultural, y no la política del país desde el punto de vista político. Por último, he estado pensando en su trabajo como bibliotecario, que, en muchos aspectos, es lo que hace en la Biblioteca Iberoamericana. La civilización hispanoamericana tiene una larga tradición de figuras literarias que se convierten en directores de las principales bibliotecas, desde nuestro arquetípico Borges, pasando por Leopoldo Lugones, Alfonso Reyes, Paul Grousac y muchos otros. Añada a esto el hecho de que otro aspecto de Palinuro de México es su catalogación de libros pertenecientes a las culturas hispana, anglosajona y francesa. ¿Qué puede decirnos sobre su relación personal con los libros? Para ser honesto, mis funciones como director de la Biblioteca Iberoamericana —que es muy pequeña: 18 mil títulos, creada apenas en 1991— me dejan poco tiempo para tener una relación con ellos. Y, sin embargo, mi relación con el libro es bastante estrecha. Antes de abrir uno siempre empiezo por olerlo. Por supuesto, los libros antiguos huelen mejor. En el caso de los más recientes, el olor no es ni agradable ni muy definido. Antes de salir de México hacia Inglaterra poseía unos dos mil volúmenes, que tuve que almacenar durante más de dos décadas. Me encantan las pastas antiguas, pero he dejado de leer. Realmente no me mantengo al tanto de las publicaciones recientes. En lugar de ello, dedico mi tiempo al arte de la relectura. Últimamente he estado releyendo a Joyce, Don Quijote y la Biblia, que me siguen asombrando por su carácter inagotable. W
Traducción de Dennis Peña. Ilan Stavans es autor, junto con Iván Jaksić, de ¿Qué es la hispanidad? Una conversación y de la antología personal Lengua fresca, publicados en 2011 y 2012 por nuestra filial chilena.
Aun descontando los temas consabidos —amor, vida, muerte— es imposible recontar lo que hay de “recurrente” en Palinuro de México. Empero, para un lector del siglo xxi el “tema recurrente” bien podría ser la ironía, la burla, la comicidad, la farsa, la parodia, la euforia: en una palabra, el humor… Porque esta novela se inmiscuye tanto en los humores más corporales —saliva, sudoraciones, jugos vaginales, semen, excrecencias— como en los más etéreos y no menos contundentes, como el humor a secas. Un pináculo de éste se halla en el “El Ojo Universal”, capítulo tan táctil que parece un muestrario de texturas, al igual que en un pasaje intermedio del paisaje londinense en el capítulo “El sentimiento tragicómico de la vida”. A la vez, el amor humano constituye el fluido vertebral de esta novela, un amor corporal que alcanza lo indecible, lo incorpóreo: el sentido que orienta al piloto de una nave con destino tan exacto como impredecible. Y ya no variando sino simplemente atendiendo el estimulante prólogo de González Crussí, quisiera identificar en el arte y en la ciencia y en la filosofía —que de todo se encuentra en Palinuro de México—, el sentido histórico plasmado por Del Paso en su obra novelística y ensayística, a fin de leer en su obra las metáforas de la dirigencia de los movimientos sociales, no necesaria ni deseablemente dirigencias individuales sino dirigencias colectivas (de profesionales liberales
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en Noticias del Imperio, de ferrocarrileros y maestros en José Trigo, de médicos y estudiantes en Palinuro). Y así como González Crussí concluye que esta obra lleva “la marca inconfundible del genio”, con idéntico argumento concluyo que esta obra maestra respira por todos sus poros la marca inconfundible de la libertad. Con esa misma libertad, en medio de una isla o al final del capítulo donde un cortejo fúnebre deriva en crónica de carrera ciclista en la que la difunta Clementina llega al panteón Jardín en décimo noveno lugar, esta elegía del cuerpo y sus humores contiene, como ninguna otra en cualquier género, la liberación que significó el espíritu de 1968. ¿Qué sería el espíritu de 1968? Lo que sigue vivo a pesar de la muerte que marcó una fecha sin metáforas, la muerte que alcanzó a Palinuro en la escalera. Palinuro de México corporiza y sigue reincorporando a la vida ese espíritu: el asalto de la imaginación y el decreto del estado de felicidad permanente. ¿Libertad, goce, delirio, voluntad, deseo? Sí, y más. Transgresión, rebeldía, ánimo burlesco, resistencias que se corresponden virtuosamente con herramientas estrictamente literarias, como —por mencionar sólo una— el juego de voces narrativas, atentatorio a la voz dictatorial del autor, convergente en un nudo inefable que reanuda y desanuda este libro. W Agustín Ramos es novelista.
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Pocos después de que apareciera la segunda novela de Del Paso, el bien informado académico sueco —y uno de los actores clave en el otorgamiento del Nobel a diversos autores hispanoparlantes— publicó este texto en el diario Svenska Dagbladet; en nuestra reciente edición de José Trigo una reseña parecida hace las veces de prólogo. Así se comprueba la atención internacional que siempre ha despertado nuestro homenajeado R ES EÑA
Palinuro de México ARTUR LUNDKVIST
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ace unos diez años el mexicano Fernando del Paso publicó su primera, gigantesca novela: José Trigo, que, con audaces cambios de estilo en la tradición de Joyce, pretendió hacer una radiografía del desarrollo reciente de México. Algunos opinaron que se excedió en el intento, pero de cualquier manera convenció de sus extraordinarias dotes narrativas y de su multifacética comprensión de las cosas. Con grandes expectativas se esperaba un nuevo libro suyo y ya apareció: Palinuro de México. Tiene dimensiones todavía más imponentes que el anterior, pero es bastante diferente en su orientación. A primera vista se aprecia como una gigantesca parodia donde todo es excesivo, con un conocimiento enciclopédico amontonado hasta el absurdo y con un exuberante lenguaje que fuerza las recurrentes tendencias barrocas hasta el límite. En su novela anterior, José Trigo era un ser extrañamente elusivo que venía y desaparecía, que se hacía presente y se desvanecía, al grado de que era incierto si se le debía entender como real o tan sólo como simbólico. Algo semejante ocurre en el nuevo libro con Palinuro, seudónimo autoseleccionado por un ser anónimo, con referencia a aquel Palinurus que, en Virgilio, es el piloto de Eneas en la travesía de Cartago a Italia y que cae del barco para luego ser asesinado. De intrincadas historias de familia emerge Palinuro como un estudiante de medicina muy excéntrico. A pesar de su jerga clínica, que siempre alude a las entrañas del cuerpo humano, parece que no logra acostumbrarse a las autopsias y las operaciones. Aquello en que se mueve sin inhibiciones en la fantasía le es insoportable en la realidad. Esto contrasta con la prima Estefanía, la heroína imponente del libro, que no soporta oír hablar de cosas que ella enfrenta cotidianamente como enfermera. Al lado de Palinuro hay otro narrador en primera persona con quien frecuentemente parece confundirse, como si ambos fueran distintas caras de la misma moneda. Este narrador también estudia medicina pero la deja para trabajar en una agencia de publicidad y vivir con Estefanía. Él se dice un pintor que no pinta y un escritor que nada escribe. Sin embargo, parece haber leído toda la literatura mundial e intercala miles de nombres en sus exposiciones no sólo sobre poetas sino sobre filósofos, artistas y estrellas de cine. La mayor parte del libro se desenvuelve entre el yo, Palinuro y unos cuantos estudiantes de medicina con conversaciones y actuaciones fantásticas. Una anécdota parece simbólica para entender de qué se trata: un avión que de contrabando transporta perfume se accidenta en la montaña y el aroma de los perfumes permite a los rescatistas llegar hasta él. Pero es demasiado tarde y el perfume se mezcla con el olor a cadáver. Ese mismo olor a cadáver penetra el libro y se mezcla con el perfume de rosa de las más bellas fantasías.
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De entre los estudiantes de medicina el más retador es Molkas, que bate récord en masturbación, supuestamente con objetivos científicos, y cuya característica es que sólo puede hacer el amor con mujeres que tienen leche en los pechos. Estefanía es la suprema belleza del romanticismo sexual, a quien el narrador dedica su canto general con una inmensa corriente de lirismo que mezcla constantemente lo sublime y lo grotesco. Lo tangible se incrementa por el hecho de que al éxtasis se contraponen jugadas realistas y frías y porque, a veces, lo maravilloso se trasmuta en repulsivo. Largamente Estefanía y el narrador aparecen como una pareja amorosa, increíblemente innovadora, “tan feliz como se puede estar en este mundo”. La imaginación poética va de lo caprichoso a lo hipersensible entre diálogos sin sentido y explosivos actos rituales. Así ocurre por ejemplo cuando un espejo se apaga y muere, seguido por un entierro con retórica fúnebre. Después la pareja se obsesiona con la idea de tener un hijo y las fases del embrión se siguen con todos los detalles posibles e imposibles, y, en su imaginación, amenaza con nacer como un monstruo muerto. Intercalados, hay capítulos dedicados a las experiencias de Palinuro. Entre otras cosas ocurre que la agencia de publicidad, donde consiguió empleo el narrador, lo recoge y lo manda a un viaje por islas imaginarias. Resulta una exhibición extraordinaria de la fantasía satírica, una especie de continuación hiperbólica de Los viajes de Gulliver. Casi ninguna de las ilusiones de la publicidad moderna se salva de ser cifrada en una paradoja horrenda. Allí están las islas de la abundancia y de la escasez; las islas del placer inimaginable y de la felicidad plena; allí están las islas donde todo se puede alquilar y las islas donde se recibe un salario por el solo hecho de existir; las islas de la seguridad absoluta y las islas de las bromas pesadas; las islas de la producción vertiginosa y las islas de los objetos consumidos. El autor no rehúye ningún recurso de la especulación en espiral que les confiere rasgos lógicos y verosímiles a las cosas más insensatas. Como contrapunto a estas extravagancias sigue un capítulo a lo largo del cual Palinuro hace una verdadera travesía infernal por un hospital, donde se enfrenta a casi todas las modalidades del sufrimiento humano. Esto toma la forma de unos informes fantásticos y fácticos, con los cuales un experto lo confronta; una pieza terrible pero necesaria después de todas las bromas superficiales de los estudiantes de medicina. En ésta como en otras partes del libro uno se queda con la impresión de un conocimiento especializado de la ciencia médica que difícilmente puede ser sólo el fruto de la lectura o la experiencia transmitida por otros. Una visita a Londres provoca una loa a esta ciudad: Del Paso traza un mapa meticuloso, la describe con espléndida comprensión y gran detalle, al tiempo que muestra los rasgos de carácter de los ingleses. En seguida pasamos al testimonio de un testigo presencial sobre un episodio dramático con Pancho Villa durante la Revolución mexicana, donde el brutal heroísmo es confrontado con compasión razonable.
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La penúltima parte se llama “El arte de la comedia” y está construida como una pieza de teatro en dos planos, uno real y otro de marionetas. El primer plano se mueve con realismo trágico sin luces de bengala, mientras que el segundo hace una caricatura de la realidad con efectos irónicos. Aquí el autor se involucra directamente en el repudio contra la brutal matanza de estudiantes que ocurrió en la capital de México en vísperas de los Juegos Olímpicos en 1968. Palinuro, generalmente tan evasivo, se encuentra mortalmente herido en la calle, una de las víctimas de la masacre, y es llevado a una casa en espera de la ambulancia. Un policía, que se demora largamente en ponerse los pantalones, y un burócrata, convencionalmente patriótico, participan en el diálogo donde el moribundo emite su testimonio y su acusación. Esta parte, suficientemente larga para una función de una noche completa, rompe el estilo y la postura del libro de una manera llamativa y, probablemente, intencional. Finalmente se cierra el libro con un fortissimo lírico bajo el generoso título “Todas las rosas, todos los animales, todas las plazas, todos los planetas, todos los personajes del mundo”, para el que se precisaría un estudio pormenorizado frase por frase para revelar sus secretos y para poderlo desentrañar razonablemente. Sin duda, con el tiempo más de uno lo hará; ese texto puede salvar del desempleo a muchos investigadores de literatura. En la comparación obligada con otros autores actuales de América Latina, se puede decir que el compatriota de Del Paso, Carlos Fuentes, ha mostrado ser igualmente erudito, universalmente abarcante e increíblemente superador de fronteras en su última novela Terra nostra, pero mantiene una narrativa más firme en su iluminación visionaria de la historia española. Sin embargo, dos cubanos se acercan más a Del Paso: Lezama Lima en su magistral y extrañamente elusivo Paradiso y Cabrera Infante en su satírica y desbordantemente divertida novela habanera Tres tristes tigres. Pero el mexicano es mucho más multifacético y endemoniadamente penetrante, no sólo en cuanto a las condiciones locales sino también al panorama cultural global. Las novelas mencionadas son desinhibidamente abiertas pero a la vez se cierran en parte sobre sí mismas con un hermetismo surgido de su exuberancia selvática. Por su parte, Del Paso parece inspirarse en el flujo de palabras, en la autoprocreación del lenguaje, a tal grado que, por momentos, éste se tiñe de un automatismo descarriado. El esplendor amenaza con autodestruirse. ¡O tal vez es sólo el lector que se tambalea bajo la inmensa carga! W
Traducción de Asa Cristina Laurell. Artur Lundkvist, notable crítico literario, fue miembro de la Academia Sueca. Una reseña suya hace las veces de prólogo en la reciente edición de José Trigo publicada por el FCE.
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Ilustración: © A L E J A N D R O M AG A L L A N E S
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El 29 de junio de 2007 apareció en el influyente diario italiano Il Corriere della Sera esta elogiosa nota del autor triestino a propósito de la traducción de Noticias del Imperio, erario le pareció desbordado y pol libro que al riguroso crítico literario polifónico, joyceano y muy osado. es Aguilar el habernos facilitado la versión original del artículo Agradecemos a Héctor Orestes
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Un Habsburgo en la conquista de México CLAUDIO MAGRIS
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aximiliano, te debes cuidar / y no abandonar tu castillo de Miramar! / Esa corona de Moctezuma / es copa gálica, llena de espuma. / Del Timeo Danaos quién no se acuerda: / Bajo la púrpura encuentras la cuerda.”1 Así decía en Trieste, en 1864, una cancioncita anónima cargada de esas referencias cultas y áulicas tan frecuentes —escribió Gian Luigi Beccaria en un gran ensayo— en el canto popular. Esas estrofas tan pegajosas se referían al ofrecimiento de la corona de México a Maximiliano de Habsburgo, el hermano del emperador Francisco José. Recibió esa oferta en el improbable castillo de Miramar, en el que residía y que había mandado construir junto al maravilloso parque sobre las ásperas rocas del Carso, en la ribera del mar de Trieste. El archiduque Maximiliano debió ponerle atención a esa canción, que equiparaba esa absurda corona con el caballo de Troya y con los insidiosos regalos de los griegos antiguos, de los que el verso virgiliano, inserto en la canción misma, dice que es necesario desconfiar. Pero el hijo de Habsburgo no quiso escuchar ni esa sabiduría popular ni a sí mismo. “Me siento feliz en mi querido Miramar”, escribió en una carta con palabras que serían retomadas, hace unos años, en el nombre de un espectáculo de Paola Bonesi, pero partió, como dice un poema de Carducci, a bordo del “fatal Novara” hacia un trágico y patético destino, que, en el fondo, era coherente con su personalidad contradictoria, que una biografía de Gabriele Prasch-Pichler saca a la luz. Iluminado liberal que había gobernado con espíritu abierto y reformador la región lombardo-véneta y condenado la esclavitud de los negros en Norteamérica, él también fue el romántico reaccionario que en Granada, sobre la tumba de Fernando e Isabel, se abandonaba a visionarios sueños de imposibles imperios; buen escritor de crónicas de viajes y mediocre poeta, digno heredero de un verdadero trono que acepta con diletante ingenuidad el trono ilusorio e insensato de un país del que no sabe casi
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1 Algunos dicen que estos versos, citados en diversas fuentes con algunas variaciones, son de autor anónimo, pero otros se lo atribuyen al poeta italiano Giosuè Carducci.
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nada, se equiparaba, en una de sus líricas, a un pájaro herido en sus alas, imposibilitado para volar. Emperador de México, elevado a un poder —para beneficio de los intereses de los franceses— impotente para bloquear la revolución social y nacional del presidente Benito Juárez, Maximiliano deviene una contrafigura de sí mismo, una marioneta en manos de los franceses, que jalan los hilos de sus actos y lo dejan caer, cuando él —pese a que era atacado por Juárez y por su revolución— intenta gobernar de acuerdo con lo que le dictaba su espíritu generoso y su sentido austriaco del Estado, con liberalidad, sensibilidad social y laicidad adversa a la injerencia de la iglesia. Abandonado por el ejército francés del mariscal Bazaine, Maximiliano se niega a huir, a diferencia de otros soberanos felones que gobernaron antes y después de él. Permanece con el que considera su pueblo, hasta afrontar con extrema dignidad la muerte, su fusilamiento en Querétaro por parte de los revolucionarios; su esposa Carlota le sobrevivirá, enloquecida, durante muchos, muchos años, volviéndose también ella una figura del mito. Los dos infelices esposos imperiales, comprensiblemente, cautivaron la fantasía literaria y cinematográfica, desde la obra de teatro de Franz Werfel hasta la de Friedrich Schreyvogel que mi padre Duilio llevó a escena hace muchos años en un espectáculo de luz y sonido en Miramar. También están muchas películas, entre ellas un viejo y fascinante novelón con un gran Paul Muni que interpretaba a Benito Juárez (por amor al cual, el padre de Mussolini le puso ese nombre) que le explicaba a Maximiliano prisionero, en una escena memorable, su profundo respeto hacia él y su dolor pero también la necesidad de fusilarlo, como escarmiento a las potencias europeas para que no dispusieran, arrogantemente y a su libre albedrío, de los destinos de su pueblo. Entre las tantas reelaboraciones literarias de esta vicisitud, la más grande es la poderosa —“barroca, extravagante y desmesurada”— novela Noticias del Imperio del narrador mexicano Fernando del Paso, uno de los escritores más significativos de toda la literatura. Publicado en 1987 y traducido a muchas lenguas con muy notable éxito (al igual que su anterior novela épica Palinuro de México, de 1977, que lo impuso con mucha resonancia a nivel internacional), el libro se publica ahora en Italia en una pequeña editorial, Imprint Edizioni, de Alfredo Profeta, hacia la cual va mi más profunda gratitud
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por haber publicado un texto bellísimo y desmedido, muy difícil de trasladar de una lengua a otra y admirablemente traducido por Giuliana Dal Piaz en un trabajo que duró años, iniciado por puro entusiasmo, aun antes de tener garantizada la más mínima posibilidad de ser publicado. Desbordado y polifónico, según la tradición narrativa latinoamericana, el libro entreteje y disuelve perspectivas, historias y planos diversos; la novela experimental joyceana deviene una lujuriante y grandiosa epopeya, de osada pero plenamente comprensible y arrastrante invención lingüística que, tal parece, hace hablar a las cosas mismas, la maraña de la vida y de la pasión en un genial empaste de fantasía dilatada y precisión concreta, sensual, atenta a cada instante y a cada detalle de la realidad. Renzo Sanson en el periódico Il Piccolo di Trieste habló de una gran corriente fluvial, remolinos y arenas movedizas que engullen, agua turbia que arrastra troncos podridos y hojarasca de matorrales arrancados de raíz pero también delicadísimos y geométricos encajes de Bruselas. Los capítulos dedicados a la crónica histórica —a veces mediada por cartas, entretejida con reflexiones irónicas, dilatada para comprender no sólo la política y las batallas sino también la cotidianeidad, las comidas, las canciones populares, el tropical y trágico fluir de toda la existencia— se alternan con los capítulos (poéticamente más altos) en los que todo es narrado a través del monólogo delirante de Carlota, anciana demente que entremezcla tiempos y lugares, en un continuo morir del presente y violento emerger del pasado—. Es el Tiempo mismo el que habla en el apasionado, doloroso e implacable desvarío de Carlota, enredándose y desenredándose como un ovillo, generando y devorando incesantemente la vida y la historia. Al igual que en Palinuro de México, también en esta grotesca epopeya estaciones y épocas se condensan en un eterno, fugaz y lacerado presente. W
Traducción de María Teresa Meneses. Claudio Magris, novelista y ensayista nacido en Trieste, es el más reciente ganador del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romanes; el discurso que publicó al recibirlo apareció en La Gaceta de febrero pasado.
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Ilustración: © D R . A L D E R E T E
Entre sus peculiaridades, la traducción literaria se presta al enamoramiento. Eso es lo que explica que Dal Piaz haya emprendido el trasvase de Noticias del Imperio al italiano: el amor de una lectora que descubrió la obra y no pudo contener el impulso de llevar a su protagonista a otra lengua. Al describir su trabajo, la autora explica desde adentro, por decir de alguna manera, la evolución de la prosa delpasiana
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Traducir a Del Paso GIULIANA DAL PIAZ
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80 AÑOS DE DEL PASO
DEL PASO CERVANTINO
TRADUCIR A DEL PASO
JOSÉ TRIGO F E R N A N D O DE L PA S O
Si la controlada transgresión al lenguaje causó sorpresa e incomodidad en la crítica cuando José Trigo se publicó por primera vez, hoy se la reconoce como una de las grandes proezas de la narrativa mexicana en los años sesenta. Publicada en 1966 y ganadora del Premio Xavier Villaurrutia en ese mismo año, ésta, la primera novela de Fernando del Paso, en la que se retratan con detalle y empatía la desesperanzada vida de los ferrocarrileros en el México de mediados del siglo xx, es el punto de partida obligado para recorrer el camino literario del autor de Palinuro de México y Noticias del Imperio. Por su estructura y lenguaje esta obra es un delicado mecanismo de relojería: sus capítulos están organizados a manera de parábola, una particular disposición que acaso desea reproducir la estructura arquitectónica de las pirámides prehispánicas. Del Paso se entrega por completo a la experimentación, pero también se coloca como un desafiante lector de nuestra historia. letr as mexicanas Ilustración de portada de Edgar Clement 1ª ed., 2015; 467 pp. 978 607 16 2658 5 $230
PALINURO DE MÉXICO F E R N A N D O DE L PA S O
Con precisión poética y quirúrgica, Del Paso, cual experto del bisturí, aborda aquí uno de los momentos más delicados de la historia reciente del país —el movimiento estudiantil del 68, aunque con deliberación juega con la cronología de la vida universitaria en el centro de la Ciudad de México— mientras reelabora el lenguaje médico para construir una obra polifónica que se vale de la cultura y la recreación de todos los mundos imaginables, en los que conviven mitología, ciencia, medicina, poesía, política, crítica cultural, sátira social, arte, publicidad, erotismo y burla, a fin de mostrarnos a su protagonista: Palinuro, quien nació bajo el signo de la desmesura. Palinuro de México es, de todos sus libros, el favorito del autor por su alto contenido autobiográfico, pues su personaje principal fue quien quiso ser y el que los demás creían que era y también el que nunca pudo ser aunque quiso serlo. letr as mexicanas Dibujo de portada de Fernando del Paso 1ª ed., 2013; xiii + 648 pp. 978 607 16 1424 7 $270
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esde tiempos anteriores a la invención de la imprenta, la traducción es el instrumento que permite acceder a obras escritas en una lengua diferente a la nuestra. Desde siempre, por lo tanto, la mediación del traductor es al mismo tiempo instrumento valiosísimo y penalización (todos conocemos el dicho “traductor, traidor”) para los autores de cualquier época y nacionalidad. A diferencia de la traducción “técnica” de un artículo, de una conferencia o de un documento, en la que lo más importante es trasladar el concepto a otro idioma sin mínimamente alterar el texto, la traducción literaria requiere —además de esa misma, necesaria, fidelidad de fondo al original— recrear una atmósfera, transmitir una emoción, conservar, en las palabras de otra lengua, lo esencial del ritmo original que el autor le imprimió a su obra. Para mí, la traducción de Noticias del Imperio fue un acto de amor. Hay traductores para los cuales el amor por el texto puede llegar poco a poco. O incluso nunca, si para ellos la traducción es sólo un trabajo rutinario. Para mí, en cambio, el amor fue primero: leyendo la novela todavía no con el ánimo del traductor sino como un lector cualquiera, me impactó profundamente el personaje de Carlota, con todas sus contradicciones, de la hermosa soberana altanera a la mísera anciana que pierde, con la conciencia de sí, los últimos vestigios de dignidad; de la esposa traicionada y ofendida que se regocija por la derrota y la muerte de Maximiliano, a la joven todavía enamorada del apuesto príncipe rubio que llevara a la sombría corte belga el encanto de Viena. Al final me enamoré de su personaje. Fue por esa fascinación que sentía que empecé a traducir la novela al italiano sólo para mí, para escuchar y sentir en mi propia lengua los devaneos de Carlota, para reproducir en mi idioma lo mejor posible el ritmo incomparable que Fernando del Paso sabe darle a sus páginas. Por ese ritmo —ese ritmo tan especial que se percibe plenamente cuando, como lo hice yo con varios capítulos, se lee el texto en voz alta—, me dejé llevar: por ese ritmo y por la pasión que resuena en sus páginas. Sin duda es Carlota la protagonista absoluta de la novela. Sus monólogos revelan una variedad de sentimientos —y al mismo tiempo un excepcional conocimiento, de parte del autor, del ánimo femenino— que no deja de sorprender. Sentimientos que van desde la amargura por los sesenta años de insana, inútil espera de Maximiliano, al dolor por la pérdida del esposo amado, mezclado con el rencor por su repetida infidelidad; al encono hacia aquellos que, como Napoleón III o el emperador Francisco José, habían impulsado a los jóvenes príncipes de Miramar a emprender la absurda aventura por sus propios intereses; al remordimiento por la ambición y las ingenuidades que tanto ella como su esposo habían demostrado; a la compasión por las debilidades de Max; y finalmente a una estrujante nostalgia y ternura por la menuda “sílfide de Laeken” que ella había sido de niña, la pequeña Carlota huérfana, que acunaba la ilusión de una infinita noche mágica en la que toda la familia, padres, abuelos, tíos y hermanos, durmieran todos con ella bajo el techo estrellado de una misma enorme habitación redonda. Así como me había enamorado de Carlota, de la misma forma me rechazó a final de cuentas el personaje de Maximiliano: príncipe culto y lleno de intereses, bastante “iluminado” para la época, pero egocéntrico, inmaduro y superficial desde el punto de vista humano, rescata sus errores y defectos por los innumerables achaques sufridos en México y por la valentía de su muerte —sin por ello volverse más grato al lector. Noticias del Imperio es una obra que parece haber nacido bajo el signo de la lentitud: lentitud en la escritura —por la impresionante labor de investigación histórica, Fernando del Paso tardó aproximadamente siete años en completarla—; lentitud en la traducción al italiano, en la que yo podía trabajar sólo a ratos, cuando me lo permitía una profesión que me obligaba a mudar de país cada tres o cuatro años; y finalmente lentitud en la publicación de la edición italiana, a pesar de las palabras de aliento recibidas tanto del mismo autor, que había conocido en ocasión de su toma de posesión en la Academia Mexica-
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na de la Historia, como del escritor italiano Claudio Magris, estudioso de historia y cultura del Imperio austrohúngaro. En el cielo de la literatura existen, sin embargo, estrellas que velan por la suerte de las obras más significativas: en 2006, diez años después de mi primer encuentro con el autor y casi veinte años después de la publicación de Noticias del Imperio en México, descubrí por pura casualidad una pequeña editorial de Nápoles dispuesta a publicar una obra tan compleja. Un editor napolitano que lloró de emoción mientras con su esposa y colaboradora leía en voz alta el primer capítulo, y que logró realizar una publicación tan demandante gracias a dos circunstancias: la traducción estaba lista, sin cargo para la editorial, y Fernando del Paso renunció generosamente a los derechos de esa primera edición italiana. ¿Qué puedo decir de esta novela que no se haya dicho hasta la saciedad? No me voy a detener en la precisión y la amplitud de la investigación histórica, característica constante de la obra de Del Paso. Como es sabido, a lo largo de Noticias del Imperio corren dos diferentes “líneas” textuales: por un lado están los capítulos pares, con los hechos históricos o una dramatización de los mismos; el que habla entonces es el autor o un personaje histórico del cual podemos conocer escritos y opiniones. Por el otro lado, en los capítulos nones, así como en los subpárrafos de los capítulos pares, están las múltiples interpretaciones de la realidad, cuando Carlota u otro personaje ficticio relata los acontecimientos desde su propio punto de vista. También obra de ficción son ciertos diálogos entre personajes reales, diálogos que sin embargo bien hubieran podido ocurrir, por inspirarse en documentos históricos o cuando menos corresponder al temperamento y al perfil de quien esté narrando. Nunca se hará suficiente hincapié en la fantasmagórica variedad del vocabulario de Fernando del Paso. Cuando me acerqué, hace poco más de un año, a José Trigo (que aún no había leído), me di cuenta de que mi labor al traducir Noticias del Imperio fue posible gracias a la evolución que el vocabulario del autor sufrió en los años que median entre las dos obras. Si en su momento hubiera sido José Trigo la novela a traducir, habría declarado mi incompetencia ante un texto tan complejo y variegado, tan arraigado en modismos del lenguaje popular. Es más, definir José Trigo como “una novela” es absolutamente reductivo: es en realidad un poema sinfónico, casi una summa de la lengua popular mexicana, antología de dichos y proverbios, deformación de palabras por asonancia y contraste, neologismos que son al mismo tiempo eco de expresiones corrientes e innovaciones de las mismas… absolutamente fascinante y —lo repito— totalmente intraducible, no sólo al italiano sino, creo yo, a cualquier otro idioma. Noticias del Imperio se caracteriza, en cambio, por un vocabulario elegante pero mucho más “común”, más maduro, que no muestra —si así puedo decirlo— la curiosidad y la transgresión de quien está experimentando. Es por cierto el imperio universal de la palabra, con lenguajes y estilos que cambian según el personaje que esté hablando, desde el río desbordante y frenético, erótico e irreverente, incluso crudo por momentos pero impecablemente literario, de los monólogos de Carlota, a los intermedios —de vez en cuando dolidos, divertidos, surreales, irónicos, a veces gramaticalmente incorrectos— de tantos personajes populares o anónimos: el mendigo ciego, el “hombre de letras” de la imprenta ambulante, el jardinero de la Quinta Borda, el espía de la batalla con los legionarios franceses en la Hacienda de Camarón, el cura vasco del pueblo michoacano, el acusador público en el juicio a Maximiliano en Querétaro, o el soldado encargado del tiro de gracia en el Cerro de las Campanas. Al respecto, tuve que tomar por momentos la decisión (y el autor me animó invariablemente a hacerlo) de traicionar el original: no seguir literalmente el texto sino privilegiar el ritmo y utilizar un lenguaje más popular, cuando el personaje así lo requiriera. También decidí no intentar explicar, multiplicando las notas al pie de página, las palabras o los nombres indígenas de animales y plantas: preferí las cursivas para las palabras que dejaba en lengua original —tanto cuando se tratara del español o del náhuatl como del alemán o del francés—. Me gustó también respetar el nombre auténtico de los lugares que aparecen repetidamente en las páginas, como el Cerro de las Campanas o la Quinta Borda.
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Fotografía: C O R T E S Í A D E PA U L I N A D E L PA S O
DEL PASO CERVANTINO
TRADUCIR A DEL PASO
NOTICIAS DEL IMPERIO F E R N A N D O DE L PA S O
Como un perfecto caleidoscopio que superpone las voces de personajes históricos e inventados, la tercera novela de Del Paso entrevera con naturalidad eventos documentados con escenas ficcionadas para recrear un periodo fallido y efímero de la historia patria. Sesenta años después del fusilamiento de Maximiliano y recluida en el castillo de Bouchout, la emperatriz Carlota de Habsburgo recorre, a través de un vívido monólogo —una de las altas cumbres de las letras nacionales—, los senderos de la locura para narrar desde los comienzos de la intervención francesa hasta el cumplimiento del destino trágico de un imperio con pies de barro. En ocasiones irrumpe también la voz objetiva del ensayista que aclara las posibles contradicciones entre las diversas “verdades históricas”. Una obra maestra que se subleva a las presupuestas estrategias narrativas y renuncia a la perspectiva única y que consagró a su autor como uno de los más grandes novelistas de México —en 2007 una encuesta de la revista Nexos señaló a esta obra como la mejor novela nacional de los últimos 30 años— y América Latina. Mi labor de traducción fue facilitada, por cierto, por la posibilidad de consultar directamente al autor cada vez que algún paso de la obra me pareciera de dudosa interpretación (privilegio que raramente se presenta a un traductor y que es fundamental aprovechar cuando la ocasión lo permite). Quiero dar aquí una muestra de la traducción, y de las libertades que por momentos me tomé con el texto, con un paso en las dos lenguas del monólogo agramatical del mendigo ciego (capítulo vi, párrafo 3), que le cuenta a su perro la experiencia de la gran ciudad a través de los cuatro sentidos que le quedan, agudizados por la ceguera: ¡Alpiste para los pájaros! ¡Compren tinta! Que en esta suidad hay muchas inundaciones y en mi pueblo ni una, pues sí. Pero en mi pueblo no hay la estatua de un león, como aquí en la Calle de San Antonio, que con su cabeza señala la altura a la que llegaron las aguas en el año de desgracia de 1629… Que en esta suidad hay muchas ratas, pues es verdad. Pero en el pueblo de donde vine no había carnavales y aquí en el Carnaval, hay huevos rellenos de aguas perfumadas y confeti y serpentinas que me hacen cosquillas. Que no hay que fiarse aquí de la comida que dejan en los zaguanes porque pueden tener veneno para las ratas, de ese que llaman polvo muricida, pues sí. Pero aquí en diciembre hay muchas piñatas, y en mi pueblo no las había. Y aunque a mí no me dan permiso para pegarles, porque soy muy bueno para romperlas, nunca dejo de darme un buen atracón de jícamas y cacahuates… ¿Y dónde más se oyen tantos boleros y habaneras toda la noche, aunque sea de lejos? En mi pueblo no. ¿Y música francesa en la Plaza de Armas después del toque de ánimas? En mi pueblo no. Que aquí me hacen desaires y a veces me tiran el sombrero de un sopapo para que me descubra cuando pasa un padrecito o un fraile, pues sí. ¿Pero donde más hay un Tívoli del Elíseo con días de campo los domingos llenos del olor de las tortas compuestas de sardina y salchichón? En mi pueblo por ejemplo nunca ha habido Evangelistas, que son los que escriben las cartas de los que no podemos escribir, como yo… Un día de éstos te voy a llevar a donde están ellos, la Plaza de Santo Domingo, para que conozcas el olor de la tinta del huizache y oigas el ruidito que hace la pluma cuando rasguea el papel… y si te portas bien, te voy a llevar a la esquina de la Casa de los Azulejos, que tiene las paredes más lisas y más frías de todo México, y te voy a llevar un domingo a la Alameda, para que conozcas la banca donde se sentaba Don Foré… ¡A cenar! ¡Pastelitos y empanadas! Scagliola per gli uccelli! Comprate l’inchiostro!
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Che in questa sittà ci so’ tante inondazioni e al mio paese manco una, è vero. Ma al mio paese non c’è la statua d’un leone come qua a via Sant’Antonio, che con la testa dice l’altezza dove arrivò l’acqua nell’anno di disgrazia 1629… che in questa sittà ci so’ tanti ratti, beh, sì, è vero. Ma al paese non c’erano carnevali e qui nel carnevale ci sono le uova piene d’acqua profumata, coriandoli e stelle filanti che mi fanno il solletico. Che non ci si può fidare delle cose da mangiare che lasciano nei portoni perché ci può stare il veleno pei topi, quella che chiamano polvere muricida, sì, è vero. Ma qui a dicembre ci sono tante pignatte e al paese non c’erano. E anche se a me non mi danno il permesso di picchiarci sopra perché sono bravissimo a romperle, comunque mi mangio un sacco di ‘jícamas’ e noccioline americane… e poi dove si sentono tanti ‘boleros’ e tante ‘habaneras’ tutta notte, pure se da lontano? Al mio paese no. E musica francese nella Plaza de Armas dopo la campana del deprofundis? Al mio paese no. Che qui mi fanno tanti sgarbi e ogni tanto mi levano il cappello con una botta perché mi scopra quando passa un pretino o un frate, beh, sì. Ma poi dove c’è un Tivoli dell’Eliseo con le scampagnate la domenica piene d’odore di panini con sardine e salame? Al mio paese, poi, non ci so’ mai stati gli evangelisti, quelli che scrivono lettere per chi come me non sa scrivere… un giorno ti porto dove stanno loro, a Piazza San Domenico, giusto per sentire l’odore dell’inchiostro di ‘huizache’ e il rumore della penna che gratta la carta… e se ti comporti bene, ti porto all’angolo della ‘Casa de los Azulejos’, che ha le pareti più lisce e più fredde di tutta Città del Messico, e una domenica ti porto all’Alameda per farti vedere la panchina dove si sedeva Don Foré… Venite a cenare! Dolcetti e pasticci ripieni!
Me honra y me halaga haber sido la voz italiana de Fernando del Paso con Noticias del Imperio. Espero que por muchos años más la novela más premiada de las letras latinoamericanas siga su exitoso camino, cambiando para muchos lectores —como en su momento lo hizo para mí— la percepción y la comprensión de la historia: no sólo frías páginas aburridas sin ninguna relación con los hombres y las mujeres de hoy, sino el relato vivo de las aventuras y desventuras de seres de carne, hueso y sangre, como nosotros, para los cuales es inevitable probar simpatía, antipatía, rechazo o amor. W
Giuliana Dal Piaz se desempeñó, a lo largo de dos décadas, como agregada cultural de Italia en México, Toronto, Bogotá y Buenos Aires. Ha traducido, además de a Del Paso, a Giulio Andreotti al español y a la mexicana Shenny Madrigal al italiano.
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letr as mexicanas Intervenciones de la portada de Alejandro Magallanes, Manuel Monroy y Dr. Alderete 1ª ed., 2012; 726 pp. 978 607 16 1185 7 $290
RIPIOS Y ADIVINANZAS DEL MAR F E R N A N D O DE L PA S O
Mientras que los adultos que se toman muy en serio el significado de los vocablos y tomarían el término ripio como una palabra o frase superflua, Del Paso nos enseña a reinventar las definiciones. En términos estrictos, un ripio se emplea con el solo objeto de completar la composición poética o redondear una rima, pero para este autor esa palabra nombra a unos diminutos animalitos que viven en el fondo del mar de su imaginación y que, claro, le ayudan a hacer versos. Los pequeños lectores encontrarán que Ripios y adivinanzas del mar permite conocer todo aquello que conforma el paisaje marítimo, desde la arena y los navíos hasta las características únicas de cada especie que hace del océano su hogar y que a manera de verso son presentadas por el autor. La segunda sección del libro, bellamente ilustrado por Jonathan Farr, juega con la creatividad del público para descifrar enigmas relacionados con el océano y presenta un breve diccionario de términos que ampliarán el léxico, tanto del público infantil como de quien ceda a la curiosidad y se sumerja en este mar de adivinanzas. los especiales de a la orilla del viento Ilustraciones de Jonathan Farr 1ª ed., 2004; 36 pp. 978 968 16 7444 1 $130
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DEL D EL PASO C CERVANTINO ERVA NTI NO
ADELANTO
Citas y monstruo Dos pellizcos a Bajo la sombra de la Historia FERNANDO DEL PAS O
Está en preparaciónn el segundo volumenn de los ensayos que Del Paso al ha dedicado, principal nte, pero no exclusivamente, mo. al islam y al judaísmo. Adelantamos aquíí os: este par de fragmentos: re en uno, con el que abre la obra, se explica ad con gracia y sinceridad el modo de procederr del autor; en el otro,, se visita a un célebree gía personaje de la mitología y de literatura. Arrimémonos a la buena sombra de don Fernando
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DEL PASO CERVANTINO
CITAS Y MONSTRUO. DOS PELLIZCOS A BAJO LA SOMBRA DE LA HISTORIA
¿CERCA DEL DESIDERATUM DE WALTER BENJAMIN? Al lector del primer volumen de este libro, Bajo la sombra de la Historia, no le sorprenderá encontrar en este segundo volumen una inmensa, abrumadora cantidad de referencias bibliográficas. Les llamo así, “referencias”, porque no se trata de “notas”. En otras palabras, no agregan ninguna información. No incluyen tampoco comentarios del propio autor sobre lo dicho o relatado en el cuerpo principal del texto. No remiten a otras lecturas. Siempre he pensado que si el contenido de una nota aporta un material complementario lo suficientemente interesante como para formar parte del texto principal, debe incorporarse a éste. Y que si su contenido es irrelevante, se debe prescindir de él. Esto no se aplica, por supuesto, a los trabajos académicos de aspiraciones exhaustivas en los cuales, por medio de esas notas, se amplía al máximo, entre otras cosas, la información bibliográfica y documental en beneficio de los investigadores. No es éste el caso: mis referencias bibliográficas se limitan a proporcionar los datos indispensables y —elementales— que deben respaldar una cita: el nombre del autor del libro de la cual fue sacada; el título del libro; el nombre del traductor si lo hay; el nombre del coordinador —o coordinadores— de la edición en el caso de que se trate de un estudio colectivo; el nombre de la editorial, el nombre de la ciudad en la cual fue impreso, el año en el que se publicó la edición consultada y la página donde aparece lo citado. Los historiadores que son testigos contemporáneos de la época sobre la que escriben son los únicos que, al menos en teoría, podrían darse el lujo de no citar a otros autores. Sus obras, sin embargo, deben ser leídas siempre con grandes reservas: reflejan una sola, única mirada, nunca exenta de prejuicios personales. El resto, es decir, esa mayoría de historiadores cuya labor es la de narrar o de narrar y analizar hechos del pasado —incluso de juzgarlos por su cuenta y riesgo—, no tiene escapatoria: deben acudir a otros historiadores, así como a documentos de la época —y de otras épocas previas—, de los cuales, en ocasiones, y en el mejor de los casos, ellos son los propios descubridores, y por lo tanto son quienes tienen el privilegio de darlos a conocer por la vez primera y, con esos documentos, enriquecer la historia. En nuestro tiempo abundan los libros de esta especialidad que prescinden de las referencias bibliográficas, ya sea porque sus autores consideran que lo que han tomado prestado es de conocimiento público —sucede que lo ha dicho más de un autor: dos, tres, diez, todos— o porque saben que los historiadores de los que hacen uso desaparecieron hace tiempo y no pueden ya reclamar que no se les dé el crédito correspondiente. Mi toma de posición me impide la pertenencia a esta segunda clase de autores. No soy una autoridad en los temas que trato, ni pretendo serlo. En muchas formas sigo siendo neófito, aunque no en el sentido de la etimología de esta palabra: “planta nueva”. Por el simple hecho de haber comenzado como aprendiz de historiador a una edad ya avanzada, con muy escasos conocimientos previos de la materia que decidí abordar, siempre me ha deslumbrado el descubrimiento original que hice de esos hechos tantas veces escritos y dichos y, por lo mismo y en agradecimiento, me he permitido citar cuando menos a uno de los autores de lo que para mí fue una revelación. Pero no sólo la gratitud ha influido en esta decisión: también las vacilaciones naturales de quien, siendo sólo, como dije antes, un amateur —amante— de la historia, se lanza a la desahuciada aventura de volver a contar lo que numerosos y grandes, inimitables historiadores se han encargado ya de darnos a conocer. Es así que mi libro podría estar destinado a pertenecer a esa clase de obras con frecuencia desestimadas por los especialistas, en virtud —más exacto sería decir “en defecto”— de que el método con el que la he confeccionado ha consistido, en buena parte, en “cortar” y “pegar”. O en otras palabras, en recabar un gran número de citas y colocarlas aquí y allá, a conveniencia, en el cuerpo del texto principal. Mis limitaciones me han obligado a acudir a este método que, por supuesto, no garantiza la fidelidad a la historia o a los autores concernidos. Tampoco la belleza, la exactitud, la claridad o la trascendencia del texto final. Pero ha sido el único a mi alcance. Lo que sí refleja este procedimiento es el criterio de
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cada autor que lo emplea para elegir a los historiadores a los que habrá de citar, así como el aplicado a la selección de las frases o párrafos escogidos y, lo que es más importante, a su ubicación definitiva en el texto. El resultado de esta labor es lo único que importa. El resultado que será siempre único: si diez autores aceptaran el reto de enfrentarse a una misma bibliografía y emplear este recurso, producirían diez libros diferentes, porque en ellos también se traslucirían sus gustos, intereses y obsesiones personales. Y es sólo por eso que vale la pena la aventura. ¿Llamé “inmensa” a esta dilatada profusión de referencias bibliográficas? Sí, es inmensa: hay cientos, miles. ¿La llamé abrumadora? No, no es necesariamente abrumadora para el lector común, que puede ignorarlas por completo y sólo recurrir a ellas cuando así se lo demande su curiosidad o en los casos en que sospeche que algo afirmado en el texto está equivocado o le parezca demasiado extravagante para ser verdad. Abrumador —o cuando menos calamitoso— será el número de citas para la editorial que publique este libro y para todo aquel estudiante que se disponga a espulgarlo no sólo con el sano propósito de aprender, sino con la también sana intención de encontrar errores. De poca monta algunos: números de página equivocados, nombres mal escritos, etc., y de gravedad otros: la tergiversada interpretación de las palabras de un autor o, cuando se trata de una cita textual, adjudicarle lo que nunca dijo o atribuir esas palabras no a su dueño, sino a otro autor. Lo que los ingleses llaman misquotation. Espero no haber incurrido en esta clase de aberraciones. Me gustaría advertir, por otra parte, que el hecho de aprovechar una cita, sacada de un libro o estudio, para que cumpla una función distinta en un nuevo contexto, más que un error es un pecado del que se tiene que cuidar todo historiador. Con una salvedad: los casos en que esa “función distinta” no constituye una traición al autor original y sí sirve —sucede con frecuencia— para iluminar ese nuevo contexto y ser iluminada por él. Tampoco debe tomarse esta gran copia de referencias como un alarde de erudición. Entiendo a ésta como una acumulación de conocimientos que nada tiene que ver con lo que Platón llamó “la virtud suprema”, esto es, la sabiduría —wisdom en inglés, sagesse en francés—: esa habilidad connatural que, unida a la inteligencia y la sagacidad, la prudencia y el buen juicio, le sirve al historiador para orquestar esos conocimientos y hacer hablar al conjunto con una voz nueva. No, no creo haber sido agraciado con esta cualidad y tampoco haber alcanzado esa erudición que George Steiner llamó —y aquí va la primera cita de este segundo volumen— una erudición “de primerísimo orden”, misma que requiere “una memoria capaz pero minuciosamente precisa, finura y una especie de piadoso escepticismo en el manejo de testimonios y fuentes”… además de “nariz de perro trufero”.1 En la Biblioteca de Babel existirá algún día un ejemplar del libro de historia absoluto y definitivo cuyo autor ideal y anónimo nunca tuvo ni tendrá que acudir a ningún otro historiador para llevar a cabo su obra, porque en sí misma esta obra representará desde siempre la función invertida del prisma. Es decir, no recibirá un rayo de luz que al atravesarla se descomponga en los colores del arcoíris: será receptora de esos colores, multiplicados al infinito por una infinita variedad de matices: opiniones, juicios, verdades, leyendas, perplejidades, suposiciones, sueños y mentiras, exhumaciones, y transformará ese caudal en un solo haz de luz blanca y purísima. En el otro extremo de la sala dedicada a la Historia de esa misma Galaxia de Gutenberg, se hallará también un día, sin duda, el libro que —según el mismo Steiner— era el desiderátum de Walter Benjamin: “un libro compuesto únicamente de citas”.2 Es en ese sentido que, al parecer, apuntaba su monumental y ambicioso proyecto conocido como El libro de los pasajes —Das passagen Werk—, en cuya elaboración se adivina la presencia de otra obra inconclusa, de apetito tan descomunal, como manifestó Flaubert en Bouvard et Pécuchet. Pienso que Bajo la sombra de la Historia es un libro que se acerca al objeto deseado por el gran críti-
co alemán, de no haber sido por la irrupción, en su contenido, de esa apremiante, compulsoria necesidad que tiene el yo de decir: aquí estoy. Y bueno, todo esto es sólo un intento por explicar —quizás incluso justificar— cómo este corpulento, ingente número de referencias ha servido para que quien esto escribe aprendiera a volar, en los diversos horizontes de la Historia, con un sinnúmero de alas prestadas. Pero no se trata de una disculpa. Si tuviera que disculparme por hacer este libro, más me valdría no haberlo escrito nunca.
EL GOLEM Las combinaciones de letras y palabras nos dan muchas sorpresas. Es al jasidismo, nos dice nuestro autor, al que le debemos la leyenda del Golem u homúnculo; es decir, lo que en el ocultismo se define como pequeño ser incorpóreo, ingrávido y asexuado. En la obra de Paracelso se revela el secreto para fabricarlo, y Goethe da el nombre de homunculus al pequeño hombre químicamente elaborado por Fausto. El Golem fue el tema de una excelente novela del escritor austriaco Gustav Meyrink —1915— en la que narra los misterios del gueto de Praga del siglo xvi y la creación del monstruo por el rabbi Juda Loew ben Bezulel. La leyenda inspiró también los cuentos que bajo el título Isabel en Egipto escribió Achim von Arnim (1812), y una obra teatral escrita en hebreo por H. Leivick (1825).3 El cine mudo también se ocupó de este monstruo —en cierto sentido precursor de Frankenstein— en películas en las que aparece como un servidor de piedra autómata e incondicional de gran estatura y aspecto espantable que adquiría vida cuando se le colocaba en la boca un papel en el que estaba escrita una combinación de letras que formaban una palabra sagrada o el nombre de Dios, y quedaba inanimado cuando se le retiraba el papel. La más conocida de esas películas fue la alemana dirigida por Paul Wegener en 1920, Der Golem.4 Unos años antes, en 1914, Wegener había hecho una primera versión que destruyó. El Golem cumplía la función de protector de los judíos en el siglo xvi: aterrorizaba a los antisemitas.5 En la cultura judía, leemos en el Dictionnaire des littératures Larousse, la palabra golem, que aparece en el versículo 16 del salmo 139 —traducida en las biblias en español como “embrión”— se aplica a la materia prima a partir de la cual Dios creó al hombre. Según A. D. Grad, la leyenda se originó en Bohemia: relata la fabricación de una criatura de barro, de acuerdo con un rito cabalístico apropiado, sobre la cual se pronuncia el Chem Hameforasch o Nombre inefable y temible que sólo conocen los iniciados. Sigue una marcha circular a su alrededor, “acompañada de la recitación de las doscientas veinte formas del alfabeto secreto”. Por último, se inscribe en la frente del monstruo las tres letras Alef, Mem y Tau, que forman la palabra emet, “verdad” y es entonces cuando la criatura adquiere vida. Se cuenta que cuando el golem del rabbi Loew ben Bezul se volvió incontrolable, éste lo destruyó. Para esto, le bastó borrar la letra inicial, de modo que a la palabra verdad la sustituyó la palabra met, que significa “muerte”.6 El robot fue, antes de ser una realidad, una invención similar. El escritor checo Karel Capek estrenó en 1920 una obra teatral en la cual aparece por primera vez la palabra robot, derivada de robota, que en checo significa “trabajo forzado”. La pieza tenía por título R.U.R. —Rossum’s Universal Robots o Los Robots Universales de Rossum—. El robot, como se sabe, ha tenido una larga vida tanto en la realidad como en la literatura de ciencia-ficción. La obra maestra del género es, probablemente Yo robot, de Isaac Asimov. W
3 Dictionnaire historique, thématique et technique des littératures (1990), p. 639. 4 Der Golem, wie er in die Welt kam, Paul Wegener (1920). 5 A. D. Grad (2001), 104; véase “Golem” en The New Encyclopaedia Britannica (1993), micro.
1 George Steiner (2009), p. 257.
6 Dictionnaire historique, thématique et technique des littératures (1990),
2 George Steiner (2008), p. 123.
p. 639.
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Viñeta: © A R C H I VO D E L A G A C E TA
CAPITEL
Las elecciones de los e-lectores
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i tú, joven lectora, estás leyendo estas frases en el pdf de La Gaceta a través de un navegador, valiéndote de tu teléfono celular y de la conexión a internet que tienes en casa, entonces encarnas al usuario que se describe en la Encuesta Nacional de Consumo de Medios Digitales y Lectura entre Jóvenes, realizada a finales de agosto y principios de septiembre por iniciativa de ibby México y Banamex, con el apoyo de diversas instituciones académicas y la editorial responsable de esta revista. Se trata de un ejercicio demoscópico para describir y acaso comprender el modo en que dos grupos sociales —por un lado, jóvenes de entre 12 y 29 años, independientemente de su ocupación, y por otro, estudiantes de licenciatura y posgrado, independientemente de su edad— se relacionan con el universo digital, para lo cual se describe cuáles son los dispositivos preferidos por esas poblaciones, su asiduidad a los diversos recursos que ofrece internet y el gasto que ejercen para aprovisionarse de material de lectura, entre muchas otras variables que arrojan algo de luz sobre una realidad tan nueva como compleja, tan esperanzadora como deprimente. En ese estudio se confirma que las mujeres leen más que los hombres, que la tabla preferida para surfear por internet es el smartphone, que el ePub es un ilustre desconocido y que gratis es el nombre del juego.
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penas una semana después de darse a conocer este trabajo, el Conaculta hizo lo propio con la Encuesta Nacional de Lectura y Escritura 2015, que complementa y en menor grado contradice lo hallado por ibby México. Éste es el tercer intento, en poco menos de una década —en 2006 y 2012 hubo otras dos pesquisas de alcance nacional casi sobre los mismos asuntos—, por describir las prácticas de lectura en todo el país, aunque sólo en éste se incluye la escritura como tema de investigación, en el entendido de que leer y escribir son verbos estrechamente ligados. Permítasenos extraer de ambas encuestas sólo unos cuantos datos, reconociendo de inmediato que cada una permitiría extensas disquisiciones sobre una gran variedad de materias.
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n acierto compartido por las dos investigaciones es la distinción entre lectura voluntaria y lectura impuesta: si la primera está guiada por el placer o la curiosidad, la segunda responde a obligaciones académicas o laborales —en el mundo ideal, lo dictado por la escuela o el trabajo debería causar placer o despertar la curiosidad, anulando así la dicotomía, pero no es éste un espacio para devaneos utópicos—. Así, por ejemplo, el Conaculta produjo un dato inesperado, que podría hacer que más de uno levante la ceja al conocerlo: el principal indicador de lectura, o sea el número de libros que los entrevistados dicen haber leído en el último año, se disparó en 2015 a 5.3, cuando en las encuestas previas no pasaba de 3 libros anuales; ese salto probablemente se explica porque en promedio la población estudiada —mayores de 12 años— lee 1.8 obras por obligación y 3.5 por placer. Estas sorprendentes cifras son compatibles con un hallazgo de la encuesta de ibby México: mientras que 40% de los jóvenes (y 56% de los estudiantes) reconoce haber leído “en los últimos tres meses algún li-
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DE NOVIEMBRE Y DICIEMBRE DE 2015
¿GORDITOS O ENFERMOS?
MARIHUANA Y SALUD
La obesidad en niños y adolescentes
JUA N R A MÓN DE L A FU ENTE (COOR D.)
B E AT R I Z Y. S A L A Z A R VÁ Z Q U E Z , M IG U E L S A L A Z A R VÁ Z Q U E Z Y RU Y PÉR EZ TA M AYO
¿Gorditos o enfermos? es un instrumento práctico y de consulta para prevenir o, en su caso, combatir el sobrepeso y la obesidad desde edades tempranas. Cada vez más personas tienen exceso de peso, lo que lleva a la inevitable pregunta que sirve de punto de partida a la obra: ¿son sólo gorditos o en realidad están enfermos? Este libro, fruto de un exitoso programa aunado al profundo y diverso conocimiento de los autores, desmenuza qué es y cómo se mide la obesidad, cuáles pueden ser sus consecuencias y qué la provoca, sin dejar de lado la discusión sobre sus condicionantes sociales y culturales. Así descubrimos que existen algunos factores inalterables pero también otros que sí se pueden cambiar. Al educar en torno a la naturaleza del problema del sobrepeso y la obesidad en niños y adolescentes, ¿Gorditos o enfermos? presenta una forma sencilla y práctica de enfrentarlo: buenas costumbres para un futuro saludable. tezontle 1ª ed., fce, 2015; 84 pp. 978 607 16 3318 7
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Este estudio ofrece una revisión sistemática de un tema tan complejo como controvertido: la relación que existe entre la marihuana y la salud. Aborda desde los aspectos más básicos (referentes a los conceptos biológicos y farmacológicos), hasta sus implicaciones culturales, sociales y legales, sin perder su objetivo central: los aspectos clínicos en su dimensión biológica, psicológica y antropológica con un enfoque preventivo, diagnóstico y terapéutico. Marihuana y salud es fruto de los trabajos de un grupo de investigadores provenientes de la Academia Nacional de Medicina, de México, y de la Facultad de Medicina de la unam, coordinados todos ellos por Juan Ramón de la Fuente. Esta obra permitirá a los lectores aproximarse a los aspectos fundamentales del fenómeno con objetividad, sin prejuicios, con el propósito de entender y no con el afán de juzgar, los aspectos socioculturales de este fenómeno. Textos de Dení Álvarez Icaza, Rodolfo Rodríguez Carranza, Luciana Ramos, Oscar Prospéro, Francisco Mesa Ríos, Gady Zabicky y Mario Melgar Adalid biblioteca de la salud 1ª ed., fce, 2015; 464 pp. 978 607 16 3021 6 $275
DIPLOMACIA ENCUBIERTA CON CUBA Historia de las negociaciones secretas entre Washington y La Habana WILLIAM M. LEOGR ANDE Y PETER KOR NBLUH
La imagen más común sobre la relación bilateral entre Cuba y los Estados Unidos es que simplemente no hablaban uno con otro. Kornbluh y LeoGrande dejan claro que, sin excepción, todos los presidentes estadunidenses, desde Kennedy hasta Obama, han tenido múltiples intercambios con el gobierno cubano. Este libro presenta una crónica completa de la historia de este diálogo, reconstruida a partir más de una década de investigación, analizando archivos desclasificados y entrevistando a personajes clave de esta intrincada historia. Diplomacia encubierta con Cuba es un intento de evaluar el registro histórico de las negociaciones, tanto secretas como oficiales, en este momento especialmente pertinente en que se han reabierto las embajadas en ambos países: tanto Washington como La Habana parecen haberse dado cuenta de que los intereses internacionales, nacionales y mutuos de sus países se beneficiarían con la negociación exitosa de relaciones bilaterales normales.
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Sin embargo, el pasado está lleno de lecciones útiles para los responsables de las políticas contemporáneas acerca de cómo transitar por el camino a la normalización de relaciones. ¿Cómo han evolucionado las pláticas previas entre Washington y La Habana? ¿Por qué algunas han tenido éxito y otras no? ¿Qué les puede enseñar esta historia a los nuevos responsables de la aplicación de políticas, así como a los académicos y a los ciudadanos afectados por la situación predominante hasta hace poco? Prólogo de Jorge Domínguez; traducción de Sandra Sepúlveda de Amor política y derecho 1ª ed. fce, 2015; 632 pp. 978 607 16 3321 7
AIRE EN LIBERTAD Octavio Paz y la crítica JOSÉ ANTONIO AGUILA R R I V ER A (COOR D.)
Convencidos en la centralidad de Octavio Paz para la vida pública e intelectual de Hispanoamérica, académicos, escritores, poetas e intelectuales como Adolfo Gilly, Jorge Aguilar Mora, Xavier Rodríguez Ledesma, Héctor Aguilar Camín, Jesús SilvaHerzog Márquez, Maarten van Delden, Rafael Rojas, Malva Flores, Yvon Grenier y José Antonio Aguilar Rivera, ejercen en esta completa obra una de las mayores enseñanzas que dejó este intelectual, guía y conciencia de un tiempo: la crítica como pedagogía de la imaginación. Más que el de un homenaje a quien ya corre el riesgo de convertirse en un ídolo, el espíritu que anima a este libro colectivo es el diálogo que ejerce la crítica como punto de partida.
Ilustración: © F E R N A N D O D E L PA S O
N OV E DA D E S
bro o parte de un libro” por obligación, 61% de esa población (y 78% de los estudiantes) lo hizo por gusto o interés personal, es decir que desde ambos miradores se percibe la gran diferencia que hay en la intensidad con que se practica cada uno de estos tipos de lectura.
E LOS DE ABAJO
LA CUCHARA SABROSA DEL PROFESOR ZÍPER
MARIANO AZUELA, V ERSIÓN DE VÍCTOR DÍA Z ARCINIEGA
JUA N VILLORO; I LU S T R AC ION E S D E R A FA E L BA R AJAS, EL FISGÓN
Cien años se cumplen en 2015 de la aparición de Los de abajo. Novela revolucionaria no sólo por su temática y el tratamiento realista de los personajes, sino por su decisivo efecto en las letras mexicanas. Con el paso de esta centuria la obra ha probado, mediante sus múltiples ediciones y reimpresiones, su capacidad de mantenerse vigente, al tiempo que ha experimentado una serie de transformaciones debidas tanto a la acuciosa mano de su autor —quien buscó fortalecer la trama y afinar el argumento mediante la inserción o supresión de pasajes completos— como a la intervención de editores que adaptaron el léxico y la sintaxis o hicieron otras enmiendas propias de su oficio. Una versión “definitiva” de esta obra, por tanto, se ha vuelto difícil de vislumbrar; Víctor Díaz Arciniega, sin embargo, se ha dado a la labor de recuperar los aciertos de la última edición cuidada por el propio Azuela y de señalar las diferencias entre las ediciones de 1920 y 1915, con lo cual pone de manifiesto los mecanismos creativos que originaron esta singular obra, a la vez que sirve a dos fines de suma importancia: poner al alcance del lector la versión asentada por el médico jalisciense y restituir el espíritu y las palabras del realismo literario que éste revolucionó.
El mundo puede dar muchas sorpresas; una de las más asombrosas ocurrió el día en que el corpulento baterista Gonzo Luque se puso a dieta. Pero Gonzo desprecia las ensaladas y sólo come frutas si están escondidas bajo una montaña de helado, así que Zíper tendrá que crear un invento para ayudarlo. Juan Villoro y Rafael Barajas, El Fisgón, se unen de nuevo en La cuchara sabrosa del profesor Zíper, una obra que expone con ingenio y humor, pero también con una visión crítica, temas de actualidad como la obesidad, la violencia, la corrupción, el cuidado del medio ambiente y la inequidad de género. Éste es el tercer título inédito de la serie, al cual lo preceden La fabulosa guitarra eléctrica del profesor Zíper y El té de tornillo del profesor Zíper, que el fce publicará próximamente con nuevas ilustraciones de El Fisgón. a la orilla del viento, 223 1ª ed., 2015; 136 pp. 978 607 16 3201 2 $60
letras mexicanas 5ª ed., 2015; 259 pp. 978 607 16 3214 2
vida y pensamiento de méxico 1a ed., 2015; 632 pp. 978 607 16 3217 3
l reporte de la investigación del Conaculta, disponible en el Observatorio de la Lectura de librosmexico.mx, contiene dos agudos ensayos de interpretación, escritos por Roberto Igarza e Inés Dussel, que entre otras cosas cuestionan la trascendencia de indicadores como el comentado en el párrafo anterior, que de alguna manera se asemeja a la tasa de crecimiento del pib: todos sabemos que captura mal la realidad económica, pero por inercia, comparabilidad, simpleza seguimos usándolo. La medida reina de los hábitos de lectura —también hablar de hábito tiene algo de anacronismo— sigue siendo el número de libros leídos en un año. Y lo que dice el estudio del Conaculta es que en los últimos tres años el ritmo de lectura de los mexicanos creció 20 por ciento, si comparamos 2.9 con 3.5, o incluso ¡80 por ciento!, si se considera la suma del placer y la obligación.
M
ás estable es el porcentaje de quienes se consideran a sí mismos lectores. En 2006, 56.4% de los encuestados decía serlo, porcentaje que cayó a 46.2 en 2012 —tal caída explicó el lúgubre título del informe de esa encuesta: “De la penumbra a la oscuridad”— y que regresó a 57.3 en el año que corre. Entre los jóvenes usuarios de internet, sólo 47% dice leer libros electrónicos, proporción que sube a 59 entre los estudiantes. Queda a nuestros estados de ánimos juzgar como medio lleno o medio vacío este vaso.
C
oncluyamos prestando atención a un tema un tanto esquivo para el que la encuesta de ibby México da algunos datos duros. Uno de los grandes retos de los editores, sea que produzcan ejemplares impresos o archivos digitales, es lograr que los lectores perciban el valor de lo que leen, expresado de alguna manera en el precio del libro. Se sabe que la red de redes, con su engañosa abundancia de información gratuita, ha hecho creer a muchos internautas que no es necesario pagar por los libros; habiendo opciones gratuitas, y a menudo ilegales, para conseguir lo que uno quiere leer, ¿por qué gastar unos pesos? Compárese lo que, según la encuesta, pagan los jóvenes por tener acceso a internet con lo que pagan por comprar ebooks o por suscribirse a bibliotecas electrónicas; en promedio desembolsan 192 pesos al mes para conectarse (los estudiantes erogan más: 231 pesos), mientras que se lo piensan mejor antes de adquirir algo que leer: 81% no pagó nada por sus libros electrónicos, sobre todo en formato pdf y Word, y los pocos que sí gastaron apenas superaron los 40 pesos mensuales (70 pesos, en el caso de los estudiantes); la encuesta estima también el gasto en libros impresos: en este caso, sólo 31% de los jóvenes reconoce no haber pagado nada por sus ejemplares de papel (18% por lo que toca a los estudiantes) y el promedio de los anticuados que siguen comprando no llega a los 70 pesos al mes (poco más de 100 para los estudiantes). ¿Es ir demasiado lejos postular que aquello por lo que en verdad pagan estos lectores es por el objeto de celulosa?
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ueda para otro análisis revisar la importancia que tienen los maestros como mediadores de lectura: ambos estudios les atribuyen una marcada influencia a la hora de recomendar lo que conviene leer. El efecto multiplicador que los docentes pueden tener en la calidad y la intensidad de la lectura debería permitir, a las instituciones gubernamentales pero también a las editoriales privadas, afinar las estrategias de fomento a la lectura.
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TOMÁS GR ANADOS SALINAS @tgranadosfce
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A RTÍ C U LO
LOS DERECHOS DE AUTOR EN LOS LIBROS ELECTRÓNICOS Presentamos aquí la tercera entrega de un trabajo de reflexión histórica, cultural y tecnológica sobre la naturaleza del e-book; en esta ocasión, nuestros destacados “humanistas digitales” se proponen revisar los muchos desafíos jurídicos que imponen las peculiaridades de estos documentos inmateriales E R N E ST O P R I A N I S A I S Ó E ISABEL GALINA RUSSELL
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no de los temas que con la digitalización y la aparición de internet se han vuelto centrales para los agentes de la producción cultural, lo mismo del cine y la música que del libro y la pintura, es el de los derechos de autor. Alrededor del mundo se ha emprendido una intensa campaña de defensa del copyright ante la amenaza que representan la fácil reproducción y la veloz distribución de los archivos digitales. En el ámbito del libro, esto ha supuesto la paradoja de que, en palabras de Andrew Piper, “compartir textos nunca haya sido tan popular —e ilegal”.1 En lo esencial, se ha querido asumir que la protección legal de los libros electrónicos funciona de la misma forma que para los impresos, pero, como debería ser obvio, el libro electrónico tiene propiedades que obligan a repensar la cuestión de los derechos y la forma en que este sistema se aplica y opera, así como en los problemas que genera. En esta entrega describiremos de manera general algunos de los puntos clave a considerar, y entraremos en algunas de las discusiones centrales que la protección de los derechos de autor está generando en el mundo del libro electrónico; también presentaremos algunas de las iniciativas más recientes en torno a los derechos de autor a nivel mundial, sin la pretensión de agotar un tema que es muy amplio y que se encuentra en pleno debate. El derecho de autor es un concepto legal que permite a los creadores de una obra original decidir cómo ésta puede usarse y distribuirse. En algunas legislaciones, como la mexicana, el derecho de autor se divide en derechos morales y patrimoniales; en el derecho anglosajón se utiliza el concepto de copyright. En ambos casos existen limitaciones a estos derechos que permiten que la obra sea utilizada para algunos fines sin necesidad de la autorización del titular de los derechos patrimoniales o del copyright. Existen diferencias entre las distintas legislaciones alrededor del mundo pero para los fines de este capítulo basta con establecer que una obra original está protegida
1 Andrew Piper. The Book was There. Reading in Electronic Times, The University of Chicago Press, 2012, posición 1304 (edición electronica).
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desde el momento que es fijada en un soporte; esta protección se refiere sobre todo a la elaboración y la distribución de copias de la obra y generalmente existen algunas excepciones a la exclusividad de la copia. Estos conceptos básicos están cubiertos en la Convención de Berna para la protección de obras literarias y artísticas, y por el Tratado de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual sobre Derecho de Autor de 1996; todos los países que han suscrito estos acuerdos contemplan esto de alguna forma en su legislación nacional. En el mundo del libro impreso siempre ha sido posible hacer copias del ejemplar una vez que ha sido publicado. La forma más popular (y que no implica la reproducción de una obra a gran escala, como es el caso de las ediciones pirata) se hace a través de fotocopias. Es claro, sin embargo, que la fotocopia es un producto inferior al original y que, por lo tanto, su circulación queda restringida a individuos o pequeños grupos. Lo que es importante destacar aquí es que, en el caso de la fotocopia, y a diferencia de la reproducción digital, existe una diferencia entre el producto original y la copia, que hace que la reproducción de la obra sea un problema perjudicial, pero acotado. En el caso de lo digital, la copia es prácticamente igual al original. No existe diferencia entre una y otra, y la reproducción se puede realizar fácilmente usando computadoras personales u otros dispositivos que son de uso común. Aquí, por supuesto, el riesgo de la reproducción —incluso por personas en lo individual— representa un problema mayor para el mundo editorial porque además las copias son muy fáciles de distribuir. Una vez que alguien, por ejemplo, ha escaneado un libro entero, puede compartirlo con mucha facilidad con muchas más personas. Y si el libro ya es electrónico ¿qué impide que la copia que yo compré se la distribuya a no sólo a mi pareja o a algún amigo, sino a todos mis conocidos? Para tratar de evitar que se compartieran los libros electrónicos con cualquiera, incluyendo pareja y amigos, se creó el drm (Digital Rights Management). El drm es un conjunto de tecnologías utilizado por editoriales y otros productores de contenido para controlar el uso de ese contenido
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Ilustración: © H E N R I M I C H A U X
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LOS DERECHOS DE AU TOR EN LOS LIBROS ELECTRÓNICOS
y los dispositivos después de su venta. Actualmente, los formatos para libros pueden dividirse en este momento en dos tipos: aquellos que están basados en estándares abiertos y aquellos que son propietarios. Esto está ampliamente ligado con las posibilidades que tenemos para interactuar con el texto y los elementos que necesitamos para poder consultarlos. Por ejemplo, para poder leer un libro electrónico de Amazon, necesariamente requerimos un dispositivo Kindle o el software que lo emula, ya que el formato *.azw, aunque está basado en xml, es un formato propietario. Mientras tanto un libro electrónico publicado como ePub puede ser utilizado en un gran número de dispositivos, ya que es un estándar abierto. La elección de formato para la publicación está estrechamente relacionada con el dispositivo de lectura en el cual puede leerse el libro. Pero tanto los formatos propietarios como los abiertos pueden tener drm. Por ejemplo, el formato propietario de Amazon tiene drm y no podemos cambiar el formato del libro electrónico a otro para poder leerlo en otro dispositivo. Por lo tanto, si compramos numerosos libros en Amazon, tendremos que seguir contando con el dispositivo para leerlos en el futuro. Sin embargo, también los formatos abiertos, tales como el ePub, pueden tener drm. Así, un libro en ePub con drm también tiene restricciones en cuanto a su reproducción o distribución. Como puede verse, esto hace que el panorama sea bastante complicado, pues por un lado existen distintos formatos y por otro distintos drm que tienen propiedades diversas. A la hora de comprar un libro electrónico, hay que estar muy atento a las opciones que se nos ofrecen y a los requerimientos que exigen para ser leídos. El uso del drm ha sido muy controversial. Sus promotores argumentan que es necesario para proteger los intereses comerciales de los productores de contenido y que previene el copiado ilegal de materiales digitales. Sus detractores, sin embargo, señalan que no detienen el copiado ilegal, ya que existen tecnologías para “romper” el drm, y que entorpece e incluso en ocasiones no permite que se realicen acciones legítimas de copiado de los materiales. El problema con el drm, sostienen, es que impide que los usuarios lleven a cabo acciones que son legales en el mundo del libro, por ejemplo —como ya lo habíamos dicho— prestar un libro a un amigo, pero también leerlo con el software que permita un mejor manejo de nuestra biblioteca, hacer copias de seguridad o usar los materiales dentro de los límites de los derechos patrimoniales para fines educativos, de crítica o de investigación. También suscita importantes interrogantes en torno al acceso futuro a estos materiales, por la sobrevivencia de la tecnología con que se hace, y cuestiones de preservación a largo plazo. Debido a las restricciones impuestas por el uso del drm también se plantean preguntas significativas en torno a quién es el dueño de la copia, pues nuestro “ejemplar” del libro no necesariamente está bajo nuestro control. Por ejemplo, en el 2009, en un caso muy sonado, Amazon retiró copias de Rebelión en la granja ya adquiridas por lectores debido a que descubrió que no existían los permisos legales para vender esa obra.2 Como se ha comentado en entregas anteriores, los libros electrónicos que se compran en Amazon son manejados en una cuenta del usuario en la nube; el usuario accede a esta cuenta a través de numerosos dispositivos y Amazon se encarga de sincronizar la cuenta. Así, cuando compramos un libro en línea automáticamente es entregado a nuestro Kindle vía inalámbrica. Con la acción referida, quedó claro que Amazon también tenía la capacidad de borrar o retirar libros de las cuentas. El equivalente en el mundo impreso sería que, una vez comprado un libro, la librería entrara a tu casa, retirara el ejemplar del librero y dejara el dinero correspondiente al reembolso. La indignación que generó saber que Amazon aparentemente tenía la autoridad y el derecho de borrar algo que un lector había comprado fue notable, pero ante todo planteó importantes preguntas en torno a qué estaba comprando un lector al adquirir un libro electrónico y hasta dónde tenía propiedad sobre ese archivo.3 Aunque Amazon posteriormente se disculpó por la forma de resolver esto, han continuado surgiendo casos de usuarios que encuentran sus cuentas borradas4 y sin acceso a libros que ellos consideraban ya comprados. Se presenta entonces la polémica de que, para los vendedores, el lector no compra el libro electrónico de la misma forma que compra el libro impreso: el lector simplemente compra el acceso y éste puede ser revocado. Otro aspecto importante es que, al no poseer un objeto físico como el libro impreso, sino solamente contar con acceso a un archivo digital, no existe una forma fácil de prestar un libro que hemos comprado. Esto tiene importantes consecuencias sobre todo para las bibliotecas. En un documento publicado en 2012, la Federación Internacional de Bibliotecas del Mundo (ifla, por sus siglas en inglés) detalló los principales obstáculos para el préstamo de libros electrónicos y propuso algunas soluciones para las bibliotecas.5 Uno de los problemas clave es que en la mayoría de las legislaciones existe la figura jurídica del agotamiento de los derechos de propiedad intelectual para los objetos físicos. Esto es lo que permite que un libro pueda ser revendido o prestado sin necesidad de pedir permiso al titular de los derechos patrimoniales. Es decir, sólo se contemplan ganancias para ese titular con la primera venta. Sin embargo, como explica el documento de la ifla, el concepto de “préstamo” sólo se aplica a los objetos tangibles o físicos. Por lo tanto, el concepto de préstamo electrónico o e-lending no funciona de la misma manera. El préstamo de libros electrónicos pareciera caer dentro de la idea de comunicar al público, de la misma forma que una transmisión o emisión. Por lo tanto, el titular de los derechos patrimoniales debe otorgar permiso para esta transmisión. El libro electrónico se convierte, así, más en una suscripción a un servicio que en la compra de un objeto físico. De hecho, la última propuesta de Amazon, que sigue el modelo de otros servicios similares, ha sido la presentación
2 Mark King, “Amazon Wipes Customer’s Kindle and Deletes Account with no Explanation”, en The Guardian, 22 de octubre de 2012. Consultado en www.theguardian.com/money/2012/oct/22/amazon-wipes-customerskindle-deletes-account. 3 Brad Stone. “Amazon Erases Orwell Books From Kindle”, en The New York Times, 17 de julio de 2009. Consultado en www.nytimes.com/2009/07/18/technology/companies/18amazon.html?_r=0. 4 Bobbie Johnson. “Amazon Boss Bezos: Kindle Move Was ‘Stupid’”, en The Guardian Technology Blog, 24 de julio de 2009. Consultado en www.theguardian.com/technology/blog/2009/jul/24/amazon-drm. 5 ifla, E-Lending Background Paper, 2012. Consultado en www.ifla.org/fi les/assets/clm/publications/iflabackground-paper-e-lending-en.pdf.
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de un servicio de suscripción que, por una cuota mensual, dé acceso a un número importante de libros. De acuerdo con esta lógica, una biblioteca entonces debe negociar el préstamo de los libros electrónicos como un servicio adicional y no como algo a lo que se tiene automáticamente derecho al adquirir una obra. Adicionalmente, como cualquier servicio, éste puede ser cancelado o modificado, lo que borraría la diferencia entre el servicio de suscripción del que hablamos y el acceso a una biblioteca. Por supuesto, esto contrasta mucho con el modelo del libro impreso, que, una vez adquirido, el dueño puede realizar cualquier acción con el objeto, menos copiarlo. Cabe aclarar que esta situación todavía está en discusión y no existen aún conceptos legales claros para establecer cómo se determinará el préstamo del libro electrónico en el futuro y si eso podrá hacerse. El tema está a discusión y grupos interesados alrededor del mundo trabajan en establecer cambios necesarios en las leyes para llegar a un equilibrio que proteja el interés de los comerciantes pero también el del acceso a la cultura por parte de la sociedad. Hay grupos de personas que argumentan que es necesario modificar los preceptos de cómo y por qué se protegen las obras, e idear nuevos modelos de producción y comercialización de materiales digitales, incluyendo la música y los libros. Esto no significa eliminar los derechos de autor pero sí que se reconsidere cómo pueden generarse modelos de negocio y qué intereses se quieren salvaguardar al proteger la producción intelectual. En el mundo físico, las ganancias se generan a partir de la venta de copias de las obras. En el mundo digital, en el que la copia es sencilla y perfecta así como barata, los productores deben cambiar sus modelos de negocio. Adicionalmente, fenómenos como la web 2.0 demuestran cómo a través de la tecnología se puede aprovechar la creatividad humana y crear nuevos canales de publicación en donde el deseo de producir y compartir no necesariamente están vinculados directamente a una ganancia económica directa. Por lo tanto, es importante contar con formas eficientes para proteger los derechos morales de los autores (es decir, que sean reconocidos como los creadores de una obra) bajo un esquema menos restrictivo en torno a la generación de copias o el uso de la obra. Iniciativas como Creative Commons han buscado formas legales y sencillas para que los usuarios puedan compartir con mayor facilidad sus materiales y que sus lectores puedan hacer uso de éstos sin todas las restricciones que rodean a los derechos de autor. Actualmente una obra está protegida desde que es fijada en un soporte y nadie puede usarla o copiarla sin la autorización del titular de los derechos, de tal forma que, si queremos utilizar una foto que encontramos en internet o traducir un artículo que nos parece interesante, debemos pedir permiso al titular de los derechos correspondientes. Sin embargo, no siempre es posible o fácil encontrarlo, sobre todo cuando estamos hablando de proyectos grandes que utilizan una gran cantidad de material de distintos orígenes. Adicionalmente, puede ser que el autor de la obra esté dispuesto a que hagamos uso de algún material que ha publicado y por el momento no existe una forma de que indique que este permiso está otorgado de antemano. Creative Commons son una serie de licencias que permiten al titular de los derechos patrimoniales indicar con anterioridad qué usos se pueden hacer de su obra. A diferencia de la legislación actual que parte de la premisa de “todos los derechos reservados”, las licencias cc están basadas en la idea de “algunos derechos reservados”. El razonamiento detrás de éstas es que la creatividad humana se basa en apoyarse en el trabajo de los demás así como en colaborar y compartir conocimiento. El uso excesivo del copyright destruye y no fomenta la producción creativa e intelectual. Las licencias cc son apoyos legales para la ejecución de movimientos abiertos de información tales como Open Access, Open Software Movement, Open Science, Open Government y Open Data, por mencionar algunos ejemplos. En los últimos años, cada vez se levantan más voces de individuos y organizaciones que están preocupados de que los derechos de autor y la aplicación del drm detienen en vez de fomentar la creación y la colaboración artística y científica. Proponen y se manifiestan por nuevos modelos de legislación y comercialización para los materiales digitales. Los siguientes años serán claves para ver cómo se irá modificando la legislación en torno a los derechos de autor y cómo éstos se aplican en la práctica para las publicaciones digitales. De la misma forma, habrá que ver si el libro electrónico deja de ser concebido como un objeto y el modelo de venta se asemeja más al del contrato de un servicio y las implicaciones que esto tiene para los lectores alrededor del mundo. Las editoriales y los autores de libros electrónicos deben conocer estos aspectos legales cuando piensan en las diferentes formas en que quieren comercializar su obra. Una editorial, por ejemplo, deberá pensar no sólo en el formato sino también si quiere implementar un sistema de drm y cuáles serán las restricciones que desea establecer. Un autor, al elegir una plataforma de publicación, deberá contemplar no sólo el porcentaje de regalías sino también qué restricciones aplicará la plataforma en términos de formato y drm, y si esto permitirá que su obra llegue al público deseado. En algunos casos, un autor puede estar más interesado en una amplia difusión que en una protección estricta (y que además nunca está garantizada) o moverse dentro de un sistema más restrictivo con consecuencias tales como la preservación de su obra a largo plazo o su ingreso a bibliotecas. Estas decisiones dependerán del tipo de publicación y su objetivo, y pocas veces existe una opción única y clara. Adicionalmente, éste es un campo que está cambiando constantemente y por lo tanto habrá que mantenerse informado acerca de los cambios que seguramente se darán en los próximos años.
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DEL PASO CERVANTINO
LOS DERECHOS DE AU TOR EN LOS LIBROS ELECTRÓNICOS
MODELOS DE DISTRIBUCIÓN Y COMERCIALIZACIÓN Si la naturaleza digital del libro electrónico ha conducido a una discusión desde la forma hasta el modelo de protección de los derechos de autor, también lo ha hecho en el tema de su distribución y comercialización, toda vez que un archivo digital puede hacerse llegar a muchos destinatarios, de una manera mucho más sencilla que un libro físico. En esta sección analizaremos cómo el cambio del objeto físico al digital tiene consecuencias para la cadena de comercialización del libro, así como los nuevos actores que surgen en ella. La distribución y comercialización del libro impreso está basada en su materialidad, en su entidad como objeto. Los libros impresos son productos que tienen un cierto tiraje que debe moverse físicamente por canales que los hagan llegar a los puntos de venta. A fin de cuentas, el éxito comercial de un libro depende de la cantidad de ejemplares que sean vendidos a través de numerosos establecimientos distribuidos por un territorio, ya sea un país o un continente. En este sentido, la cadena de producción editorial de los impresos comienza con el autor, que se encarga de la generación del manuscrito, y pasa por la editorial, que asume los gastos de la edición —los cuales incluyen, además de la formación, los de la elaboración del objeto físico, por ejemplo la impresión y el papel—. Las editoriales también se encargan de la promoción del libro y, en algunos casos, de la distribución, aunque en otras ocasiones las editoriales utilizan los servicios de una distribuidora para asegurarse de que sus libros lleguen a las librerías, donde los potenciales lectores pueden adquirirlos. El autor generalmente recibe un pago de regalías por el número de ejemplares vendidos, mientras que la editorial vive de las ganancias que se generan entre los costos de producción y los ingresos por la venta final, al igual que los distribuidores y las librerías. Debido a la inversión económica que implica, las editoriales tienen que llevar a cabo cuidadosas evaluaciones al decidir qué manuscritos quieren publicar porque el objetivo es tener éxito en las ventas. La llegada del libro electrónico ha modificado parte de esta cadena, particularmente la que tiene que ver con las librerías y las formas de distribución. El comercial no es el único modelo de producción editorial que se ve afectado por la llegada del libro electrónico. Hay editoriales cuyos objetivos no son comerciales, como las académicas, que están en posibilidad de enfocarse más en el valor de los contenidos que en el éxito de venta de sus obras, gracias a subsidios y otras formas de financiamiento que les permiten publicar sin depender directamente de la comercialización. El movimiento que se conoce como de “acceso abierto” está promoviendo un modelo de distribución diferente para la publicación académica. En este mismo sentido, también han existido editoriales que se encargan de realizar publicaciones por encargo, modelo en el cual el autor es quien absorbe los costos de la publicación. Debido a su costo elevado, la publicación por encargo no se realizaba con mucha frecuencia. Adicionalmente, un autor individual que publica así su libro continúa enfrentándose a importantes limitantes para distribuirlo, por lo que termina restringida a amigos y colegas. Pero esto cambió también radicalmente con la llegada del libro electrónico, que disminuye enormemente los costos y ha facilitado la distribución de una manera tal que la autopublicación ha crecido en los últimos años de manera muy importante. De los cambios en estos dos últimos modelos hablaremos en la siguiente entrega, cuando examinemos las otras formas de producción de libros electrónicos. Concentrémonos por ahora en el impacto de los cambios en el comercio del libro electrónico. Lo hemos dicho ya varias veces, pero no está de más recordarlo: la gran diferencia entre el libro impreso y el electrónico es que uno es un objeto físico y el otro no. Debido a eso, todos los conceptos relacionados con su distribución y comercialización se alteran significativamente, si preguntamos, por ejemplo, ¿cuáles son los costos en la producción de un libro electrónico y quién los asume?, ¿cuál el costo de su distribución?, ¿qué adquirimos cuando compramos un libro electrónico?, ¿cuál es el rol del autor, la editorial y la librería en este nuevo escenario? Es interesante notar que una de las primeras empresas de comercio electrónico, y una de las de mayor éxito hasta la fecha, fue una librería. Aunque hoy en día Amazon vende una enorme variedad de productos, en 1994 comenzó como una librería en línea y se dedicaba sólo a la venta de libros impresos. En aquel entonces las transacciones por internet eran marginales y había poca confianza por parte del consumidor para realizar una compra sin haber visto el producto que adquiría. Para muchos comprar un libro por internet no tenía mucho sentido ya que era mucho más placentero y fácil ir a una librería y realizar la compra ahí. Sin embargo, Amazon rápidamente demostró que una de sus ventajas era el amplio catálogo que podía ofrecer: miles de títulos disponibles que la mayoría de las librerías físicas simplemente no podían procurar. El libro como objeto físico implica costos de distribución así como de almacenamiento y las librerías necesariamente manejan un inventario limitado. Amazon ofreció por primera vez una gama de títulos muy amplia y la entrega veloz de los libros a domicilio. El éxito del modelo le permitió
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La gran diferencia entre el libro impreso y el electrónico es que uno es un objeto físico y el otro no. Debido a eso, todos los conceptos relacionados con su distribución y comercialización se alteran significativamente
sobrevivir al dot com crash entre 1999 y 2001. En los años subsecuentes, muchas de las grandes librerías tradicionales como Barnes & Noble en los Estados Unidos, Waterstones en el Reino Unido o el fce y Gandhi en México, también empezaron a ofrecer la posibilidad de comprar libros a través de sus sitios de internet. El éxito de la venta de libros en línea le ha pasado factura ya a las librerías físicas. Quizás el caso más célebre es la clausura, en 2011, de la cadena de librerías Borders, una de las más grandes de Estados Unidos. Según especialistas, uno de los grandes problemas es que no manejó adecuadamente sus ventas en línea.6 Hoy en día, para sobrevivir, las librerías tienen que tomar en consideración las ventas de libros impresos por internet, a la que en los últimos años se ha sumado la opción de vender libros electrónicos para poder mantenerse vigentes en el mercado. Esto último también ha afectado a las editoriales, que han tenido que incorporar a sus canales de distribución las ventas en línea, y a su catálogo, los libros electrónicos. En los últimos años las editoriales y las librerías han buscado nuevos modelos de comercialización para manejar los libros electrónicos dentro de sus catálogos y se han ido desarrollando mecanismos más eficaces de venta en la medida en que el mercado de los libros electrónicos se ha vuelto más lucrativo, sobre todo en países como los Estados Unidos y el Reino Unido. Se considera que es sólo cuestión de tiempo que otros países sigan estos pasos. Sin embargo, la venta de libros electrónicos aunque pareciera ser igual al modelo de la venta de libros impresos, no lo es y veremos cómo el hecho de que no estamos hablando de un objeto físico ha empezado a modificar los papeles y también las relaciones entre los autores, las editoriales, las librerías y los lectores. Una de las principales limitantes cuando se produjeron los primeros dispositivos de lectura es que realmente existía poca oferta comercial de contenidos.7 Esto cambió significativamente en 2007 cuando Amazon lanzó no solamente el dispositivo de lectura Kindle, sino también una conexión inalámbrica a una amplia gama de contenidos a través de la misma plataforma de su tienda. Incluso Kindle se vendió no como un “dispositivo” sino como un “servicio” que permitía el acceso. La compra de un Kindle incluía la conexión inalámbrica a su tienda. Es más, una de las razones por las cuales la venta del dispositivo se demoró en otras partes del mundo es porque Amazon buscaba asegurar la conexión por los distintos proveedores de servicios de internet. Esto marcó, como señalamos antes, el inicio de la verdadera comercialización del libro electrónico: la combinación del dispositivo, la oferta y la conectividad. Librerías tradicionales como Barnes & Noble rápidamente tomaron nota del modelo exitoso de Amazon y se apresuraron a ofrecer también dispositivos de lectura. En 2009 anunció el lanzamiento del Nook, dispositivo de lectura basado en el sistema operativo Android para la lectura de libros electrónicos. En México, la librería Gandhi puso en venta el dispositivo de lectura Enos como parte de su estrategia comercial de libros electrónicos y en fechas recientes, junto con Porrúa, han hecho una alianza con Kobo. La marca Sony lanzó su dispositivo de lectura, el Sony Reader, en 2006, originalmente para las librerías Borders. En un inicio, por el modelo impuesto por Amazon, la idea era asociar la venta de libros electrónicos a un vendedor y un dispositivo. Sin embargo, muy pronto se vio que ese esquema no era conveniente. De hecho, en parte gracias a que el Sony Reader se podía adquirir en puntos de venta que no son librerías, poco a poco la relación entre dispositivos y librerías se fue desvaneciendo, hasta hacerlo completamente con la utilización de las tabletas como dispositivos de lectura. Pero un fenómeno paralelo a esta relación entre dispositivos y librerías es que los fabricantes de dispositivos, como Apple, ofrecen tiendas donde es posible comprar libros electrónicos; con iBooks, Apple permite la descarga y la lectura de libros electrónicos en todos sus formatos. De la misma forma, Google Play Books ofrece una amplia gama de títulos de libros electrónicos. Todas estas empresas son hoy, a nivel mundial, los grandes distribuidores de libros de manera global y han comenzado a poner en jaque todo el ecosistema de las librerías tradicionales y puesto al menos en tensión la relación con las editoriales. Si bien éstas están descubriendo que no necesariamente necesitan utilizar las librerías físicas como sus únicos puntos de venta, sino que pueden utilizar su sitio web para vender directamente sus libros impresos a los lectores y cada vez con mayor frecuencia sus libros electrónicos, lo cierto es que el éxito en la venta de libros electrónicos pasa por utilizar una de las grandes empresas de distribución que, cabe decirlo, no tienen la misma relación con el libro que la que tienen las librerías.
6 Josh Sanburn. “5 Reasons Borders Went Out of Business (and What Will Take Its Place)” en Time, 19 de julio de 2011. Consultado en business.time.com/2011/07/19/5-reasons-borders-went-out-of-business-and-what-willtake-its-place. 7 Ibid.
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NOVIEMBRE-DICIEMBRE DE 2015
DEL PASO CERVANTINO
LOS DERECHOS DE AU TOR EN LOS LIBROS ELECTRÓNICOS
Éste es un tema que se ha comenzado a discutir, sobre todo en Europa. Estas nuevas plataformas tecnológicas están modificando significativamente la cadena de comercialización de los libros y, sobre todo, muestran la llegada de nuevos actores que no sólo cobran relevancia en el nuevo mercado editorial, sino que comienzan a dominarlo y a cambiarlo. ¿Cuáles son las implicaciones de estos cambios para los lectores? Son numerosas y, por ser un mercado que apenas se está consolidando, el panorama es dinámico y poco definido en muchos aspectos. Al escribir esta sección, Amazon lanzó un servicio de suscripción para acceder a miles de libros electrónicos similar al que otros grupos como oysterbooks.com y entitlebooks.com, lo que constituye otra innovación más en el mercado del libro electrónico, que tal vez cambie una vez más la relación de lectores y libros. Pero veamos con detalle.
La experiencia del consumidor Una de las primeras consecuencias para los lectores en esta revolución es que cuentan actualmente con una oferta de títulos mucho más amplia, tanto en libros impresos como en libros electrónicos, que la que se hubiera podido imaginar hace unos años. La mayoría de las tiendas en línea de libros impresos permite la entrega a destinos internacionales, con lo cual un lector, por ejemplo, en México puede fácilmente pedir libros en una librería virtual en España y éstos serán entregados por paquetería a su casa. Como es el caso con la compra de otros objetos físicos en internet, la entrega debe de pasar por aduana y en su caso deben de pagarse los impuestos correspondientes. El caso de la compra de libros electrónicos sin embargo es muy diferente, ya que hablamos de un archivo que se transmite por la red mundial y que puede estar albergado en numerosos lugares y al que podemos acceder a través de numerosos dispositivos. Esto ha facilitado enormemente la venta de los libros a nivel mundial, aunque no está exento de problemas por la cuestión de los derechos de autor y el mantenimiento del modelo de negocios tradicional de las editoriales. En ocasiones es posible encontrar que un libro electrónico que uno desea no está a la venta en el país en donde uno se encuentra. Así, por ejemplo, si un usuario adquiere una Kindle en Estados Unidos puede comprar en la tienda general de Amazon pero, si viaja a otro país, es posible que no pueda adquirir y descargar ciertos libros electrónicos del mismo sitio. Esto depende de los permisos que se han negociado con las editoriales. Lo mismo ocurre en las tiendas virtuales de libros en español, porque a veces las editoriales mantienen separadas geográficamente sus áreas de negocio. Así que, aunque se hable de un mercado global de libros electrónicos —y en cierta medida exista para los grandes actores: Amazon, Apple, Google, con capacidad de negociación global—, para el lector sí existen ciertas limitantes por lo que toca a la distribución. El formato del libro electrónico que adquirimos tiene importantes implicaciones en cómo y a través de qué dispositivos podemos acceder al libro. A través de algunos ejemplos podemos describir el panorama actual para un comprador de libros electrónicos. Amazon es actualmente la empresa líder en la venta de libros electrónicos y su dispositivo de lectura Kindle. Un lector que compra libros a través de Amazon tendrá sus libros en el formato propietario de Amazon (*.azw). Éstos sólo se pueden leer utilizando el dispositivo Kindle, o sus emuladores para computadora, tabletas o smartphone, y no otro lector. Amazon construye una biblioteca para cada usuario y éste puede elegir a dónde son enviados los libros (por ejemplo, a su Kindle o a su celular) y adicionalmente guarda una copia en la nube. Si un usuario compra un nuevo dispositivo, su biblioteca puede migrar a él. Si un lector quiere usar su Kindle para leer libros electrónicos que vienen en otro formato, el sistema es poco flexible. Actualmente en el Kindle se pueden leer libros en pdf aunque esto no fue posible con su primera versión. También se puede leer libros electrónicos en ePub, pero se requiere de pasos adicionales por parte del usuario, ya sea convirtiendo el archivo al formato del Kindle o instalando un lector de ebooks diferente. En este sentido, Amazon ha apostado por un sistema propietario ligado a un dispositivo para acaparar el mercado, lo que lo ha inmiscuido en numerosas disputas por sus supuestas prácticas abusivas de negociación con las editoriales.8 Al escribir estas páginas, la tienda en línea enfrenta una disputa con las editoriales más importantes de Estados Unidos, entre otras Hachette, para establecer el precio de los libros, pero que en realidad afectará no sólo el precio sino, muy probablemente, el futuro de la comercialización del libro en el mundo. El resto de las empresas ha procurado ofrecer sus libros en formato ePub para que puedan ser leídos a través de diversos dispositivos, como el Nook o el Enos, o a través de apps hechas para ello en los distintos sistemas operativos de las tabletas. Esto permite al lector manejar con mayor facilidad una biblioteca y la posibilidad de adquirir libros de diferentes vendedores. Los lectores pueden utilizar el sistema del mismo vendedor, por ejemplo MyNook, para administrar sus libros o utilizar otro software independiente para administrar la biblioteca personal. Así existen programas tales como Calibre, que permite la administración de libros electrónicos y auxilia al lector en las tareas de conversión de formatos o la sincronización entre distintos dispositivos, entre otras características. Apple ofrece iBooks, que funciona para sus sistemas operativos y dispositivos tales como el iPad y iPhone. iBooks permite la compra de una amplia gama de títulos y también funciona como administrador de libros electrónicos. Este tipo de programas auxilian al lector que busca adquirir y manejar libros electrónicos desde diversas fuentes. Aunque relativamente fácil, esta solución requiere de mayor destreza por parte del lector a diferencia, por ejemplo, de Amazon, que ofrece una solución restrictiva pero sencilla para el usuario novato. Sin embargo, hay que tomar en consideración que para los libros comprados pueden existir otros factores, principalmente el drm, que impiden que un libro electrónico sea manejado por un software independientemente, sin importar que esté en formato ePub o no. Ése es el caso de libros electrónicos que se compran en la tienda de iBooks, ya que dependiendo de los permisos puede ser que no podamos transfe-
rirlos a otros sistemas para su lectura. Lo mismo ocurre con Adobe Digital Editions. Por lo tanto, si uno quiere leer un libro en *.ade es necesario bajar el software e instalarlo en su computadora. Sin embargo, por el momento no existe *. ade para el sistema iOS y, por lo tanto, para leer uno de estos libros es necesario hacer más cosas.9 Como se puede apreciar, el panorama para la compra, lectura y administración de libros electrónicos continúa siendo muy confuso. Esta situación ha llevado a que los usuarios tengan realmente dos opciones para su biblioteca electrónica. Una es escoger una plataforma, por ejemplo Amazon, y solamente comprar libros en esa tienda y de esta forma manejar todo dentro de un mismo sistema. La otra opción es tener los libros repartidos en distintas plataformas y acceder a ellas dependiendo de las opciones que ofrecen. Así, un usuario tendrá unos libros en Amazon, otros en Calibre, otros en iBooks, etcétera. Por supuesto que tales opciones son por el momento poco satisfactorias y se espera que esto se estabilice en los siguientes años a favor de los lectores del mundo y no de las compañías que buscan acaparar el mercado y dificultan la compra de libros en múltiples plataformas. Para las bibliotecas, que tradicionalmente han sido depositarias de los libros y se han encargado de ofrecer el préstamo así como la conservación de los mismos, el panorama de los libros electrónicos en esta diversidad de plataformas es aún más complicado. Las bibliotecas en general han visto la oferta de contenidos digitales como una buena oportunidad para incrementar la diversidad de opciones disponibles para sus usuarios, que pueden acceder a esos materiales de forma remota y sin horarios. El mercado actual del libro electrónico, con su variedad de formatos y dispositivos de lectura y las numerosas restricciones impuestas por las editoriales para abatir la piratería, desafortunadamente tienen un impacto negativo en las bibliotecas y la posibilidad de que continúen ofreciendo el servicio que han hecho durante mucho tiempo para el bien de la sociedad: principalmente permitir a los usuarios el acceso a los libros. Los libros electrónicos implican una serie de retos técnicos, legales y estratégicos que principalmente han producido confusión y frustración entre bibliotecarios, usuarios y editoriales.10 Antes se comentó acerca de los libros electrónicos que se desarrollan como apps. Estos libros electrónicos son innovadores en su presentación y generalmente incluyen multimedia. De forma similar a los libros electrónicos en Amazon, las apps son desarrolladas para algún sistema operativo en particular. Aunque innovadores e interesantes, estos libros electrónicos presentan importantes retos en cuanto a su preservación a largo plazo. Las apps son mucho más dependientes de algún software y hardware en particular, a diferencia de los formatos abiertos tales como el ePub, y es bastante probable que aquéllos no puedan ser leídos en cinco o diez años. Esto abre importantes interrogantes sobre el libro electrónico como portador y memoria del conocimiento humano y sobre cómo puede aprovecharse esta nueva tecnología sin sacrificar la perdurabilidad.W
Isabel Galina es investigadora del Instituto de Investigaciones Bibiliográficas. Ernesto Priani es profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
9 Brian Croxall. “Reading Adobe Digital Editions on your iOS Device”, en The Chronicle of Higher Education, 12 8 Alison Flood. “Amazon.com withdraws thousands of ebooks in pricing row with publishers” en The Guar-
de abril de 2011. Consultado en chronicle.com/blogs/profhacker/reading-adobe-digital-editions-on-your-ios-
dian, 23 de febrero de 2012. Consultado en: www.theguardian.com/books/2012/feb/23/amazon-ebooks-
device/32664.
pricing-row-publishers.
10 ifla, op. cit.
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