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I. LA HISTORIA
from PLAZA DE T OROS LAPETATERA
by FCTH
Capítulo 1 anTiguas Plazas de madera
Roberto C. Huerta Sanmiguel
Como si fuera un fósil antediluviano, la plaza de toros La Petatera, de Villa de Álvarez, ha mantenido la antigua tradición de su construcción vernácula de técnicas ancestrales y materiales regionales, en un mundo cada vez más enfermo de tecnología, y cada vez más alejado de nuestras raíces culturales. Es quizá el último buen ejemplo de las antiguas plazas de madera que se construyeron en México. Última heredera de una usanza constructiva que se remonta a los viejos tiempos en que el toreo se desarrollaba en las plazas públicas de la ciudad, primero delimitando el espacio con carretas y corrales, y luego con estructuras de madera más elaboradas en donde poco a poco fueron diseñándose elementos que integrarían el programa arquitectónico de las plazas como son los burladeros, el ruedo, las graderías, las cubiertas y los corrales.
Vinculadas a las festividades religiosas dedicadas a los santos patronos de los pueblos, donde las corridas de toros forman parte de la tradición de celebraciones virreinales, las plazas de madera se extendieron de norte a sur de nuestro país y encontramos plazas como la de Paso del Norte (hoy Ciudad Juárez) que en 1882 instalaba su estructura de madera atrás de la Misión de Guadalupe hasta Yucatán, con su versión maya a base de hojas de palma, madera y bejuco que le da ese aspecto tan característico a la plaza de toros de Chikindzonot (Martos, 2002) que aún mantiene su tradición constructiva y que guarda una similitud tanto en su organización como en su propuesta arquitectónica con La Petatera de Villa de Álvarez y con las del resto del país que se construyeron sobre todo en el siglo XIX.
En el caso de la región del occidente de México, y particularmente en el área que nos compete, en los estados de Colima y Jalisco, la construcción de plazas de toros se extendió por todo el territorio de acuerdo al calendario religioso.
Sin embargo, no todas siguieron el mismo patrón constructivo, los materiales regionales y la tradición edificatoria de cada región constituyeron su característica distintiva.
El caso de la plaza de toros de Villa de Álvarez, conocida popularmente como la “petatera” por la característica de cubrirla con petates, no fue un ejemplo aislado en la región, fue quizá la única que se conoció con ese nombre que en su momento llegó a ser incluso un término despectivo. Hubo muchas más plazas de toros de madera que usaron el petate como elemento para cubrir cubiertas y graderías, como es el caso de las poblaciones del sur de Jalisco, en particular las vecinas a la laguna de Sayula en donde crece el tule, la materia prima con la que se tejen los petates y los cestos.
Sin embargo, el uso del petate tampoco fue exclusivo en la región de Jalisco y Colima, se sabe que desde principios del siglo XIX varias plazas en la República Mexicana incluían el petate como parte de los materiales básicos de su construcción.
El armamento de los cosos requería también de clavos, lías, cueros, reatas y goznes para dar solidez a la fábrica, petates para forrar el interior de las lumbreras y, finalmente pintura y colgaduras para completar el adorno (Flores, 1981).
La Petatera de Villa de Álvarez no es un fenómeno aislado, ni siquiera es una obra original. Lo que sí, es rara, tal vez única porque ya no quedan más plazas como ésta en la región. Es una obra hecha con muchas herencias constructivas y culturales; son trescientos años de influencias que forzosamente tuvieron que quedar en la memoria de sus infinitos constructores. Construida con tecnología indígena, es como toda la obra de Colima, el resultado de todas las épocas, por eso hasta la fecha aún sigue tan viva, porque ha ido evolucionando y recibiendo influencias tecnológicas desde los tiempos en que se armaban las palizadas para lacear toros, hasta una evolución constructiva que tuvo en los años treinta como un coso de dos niveles y muy similar a la antigua plaza de toros de Ciudad Guzmán.
En estas plazas, el petate,1 ese viejo sistema indígena de tejer el tule, se incorpora a un género arquitectónico español y se convierte en muro, en cubierta, en alfombra; deja de ser la cama del indígena, deja de ser el ataúd que los acompañaba al inframundo y se convierte en el elemento característico utilizado como recubrimiento para cubrir las desnudas estructuras de madera, es pues un edificio para festividades españolas vestido de indio.
Alfredo Chavero,2 en su recorrido por tierras colimotas, registra casi con horror en sus apuntes de viajero, la inexplicable sensación de ver las paredes con petates (Ortoll, 1987), cuando visitó el modesto teatro de la ciudad, el cual estaba construido con la misma tecnología con la que hasta la fecha se construye La Petatera, es decir, a partir de horcones, varas, latas y petates.
Esta tecnología, que en particular comprende el sur de Jalisco y Colima, repitió sus esquemas formales en otros edificios, en otras petateras que repitieron el esquema en Co-
1 De petlatl, estera, usada para dormir. 2 Chavero, Alfredo. (1841-1906), literato, historiador y político mexicano. Es autor del tomo I de la obra México a través de los siglos.
quimatlán, en la Concordia y en Villa de Álvarez; también se construyeron en los pueblos cercanos al llano grande, al llano en llamas que menciona Juan Rulfo, vecinos de la zona lagunar de donde viene el tule, donde se construyen los cestos, las sillas, los equipales y los petates. Donde se baila a ritmo de sones, y donde reina el mariachi y las tradiciones más arraigadas de una cultura que se da junto a los volcanes de este lado del mundo. Festividades religiosas acompañadas de toros, bailes, charros, tequila o tuxca; esta tradición que se extiende a los pueblos de Cocula, de Tecalitlán, Zapotlán, El Grullo, Tuxcacuesco. Las corridas de toros en octubre que se realizaban en la plaza mayor de Ciudad Guzmán en honor a San José, el patrono contra temblores, y que era un edificio construido de madera en dos niveles y forrado de petates con una propuesta arquitectónica muy similar a la petatera colimense de los años treinta.
Otros pueblos tuvieron petateras de uno o dos niveles como es el caso de Teocuitatlan de Corona, Unión de Tula; en Atoyac se registra una plaza de toros cubierta con petates hasta hace algunos años, quizá fue la penúltima de la región, porque la última, la sobreviviente queda en Colima, y es La Petatera de Villa de Álvarez, la sobreviviente de una enorme tradición cultural centenaria.
Estas petateras también fueron fiel reflejo de un trabajo comunal, son lo que le da sentido a un grupo de individuos, que a través de canciones, danzas y disfraces afianzan su identidad y orgullo cultural a través de los días festivos, del trabajo y diversión en equipo, de acción recíproca como se da en el tequio, 3 y que suelen imprimir energía a esas tradiciones de organización y manejo de trabajo, con esas costumbres que fortalecen el orgullo colectivo.
La Petatera, los orígenes de una tradición
A mediados de enero, un grupo de hombres construye religiosamente, como se viene haciendo desde hace siglos, el rito solemne de la edificación de una plaza de toros. Por lo regular son gente de campo, algunos al terminar la construcción se van a las salinas, otros son albañiles, vecinos de los pueblos de Villa de Álvarez que salen de sus casas como todos los meses de enero para cumplir con una tradición centenaria. Puntuales, como todos los años, llegan para armar su pedazo de tablado, su segmento de plaza de toros, y entre todos van construyendo su arquitectura artesanal y lo hacen sin planos, sin esquemas previos, sin el trazo de un topógrafo, sin el diseño previo.
Se trabaja primero con un punto en la tierra, en ese lugar se clava una estaca, la referencia con que se traza el círculo, el centro del radio que da lugar a los segmentos o tablados como se conocen a las concesiones que se dan a las familias que participan en la construcción.
3 Tequio viene de tequitl, trabajo, y se refiere al trabajo comunal que los miembros del pueblo realizan sin remuneración como parte de su compromiso con la comunidad.
La plaza de toros de Villa de Álvarez, conocida como La Petatera, por su recubrimiento de petates, es una tradición constructiva de origen religioso que convoca a todo el pueblo de Villa de Álvarez, es una vieja herencia que guardan sus constructores en algún lugar de sus casas.
Portátil y efímera ha sobrevivido a los embates de los tiempos, a otros ritos, a los de la modernidad, a los del comercio y recientemente a los embates de los políticos. Ha sobrevivido quizá porque en el resto del año los tabladores la protegen en sus viviendas, porque la costumbre centenaria es más grande que las tentaciones, y porque al final de los festejos cada quien vuelve a guardarla, y nuevamente el próximo año se arma otra vez. Así ha sido siempre y como toda tradición que se respete, ésta es transmitida de generación en generación para que el pueblo no se quede sin festejos, y para que San Felipe de Jesús esté contento y no se olvide de su gente, para que calme la furia de la tierra, del viento y del fuego. Porque ése es su oficio, su difícil oficio de santo: el evitar que tiemble en Colima, el de impedir que el fuego y las tempestades acaben con las casas y con la gente.
En cambio, la tarea de la gente del pueblo es más sencilla, ellos nomás tienen que hacer las fiestas solemnísimas cada año, para honrar a San Felipe, y que empiezan, una vez terminada la plaza, con una cabalgata de Colima a Villa de Álvarez que congrega a una gran cantidad de jinetes de la región que recorren las principales calles de ambas poblaciones, y la cual es presidida por unos muñecos descomunales hechos de otate, carrizo y vara forrados de cartón y tela, conocidos como los mojigangos,4 que llegan a alcanzar una altura de tres a cuatro metros y que por lo general representan a las autoridades municipales.
El aspecto religioso es significativo, por lo que se celebra una misa en medio del ruedo indicando el inicio de las solemnes fiestas. La actividad taurina en la plaza se inicia con el toro de once, una cena baile, el recibimiento que ofrece el ayuntamiento, así como jaripeadas y corridas formales de toros, con los diestros más populares del momento.
Sin embargo, para remitirnos a los orígenes de La Petatera, es hablar de una leyenda. El milagro que no solamente resulta interesante en lo arquitectónico, cuando una estructura de sus dimensiones y complejidad se basa en hacer trabajar postes y vigas amarrados con sogas, logrando no sólo un equilibrio estructural sino estético.
Pero quizá el milagro empezó en el siglo XVII, cuando la Villa de Colima fue víctima de un temporal de incendios y de temblores que dejaron en la ruina a las 40 de las 52 casas que por aquel entonces existían.5 La gente de la Villa de Colima, que un siglo atrás había
4 Reyes, Juan Carlos. Ticus, Diccionario de colimotismos. Universidad de Colima, 1991. Este autor define la palabra de bojiganga, del portugués bujiganga, que es cierta danza en la que se utilizan disfraces de animal, probablemente voz de origen africano. 5 Son varios los autores que señalan una época de desgracias en cuanto a daños materiales de la población, entre ellos podíamos citar a Manuel Rivera, quien en 1894 escribe su célebre Reseña Histórica de la Santa Iglesia Catedral de Colima y solemnísimas fiestas con que fue celebrada su consagración. Y el cual seguramente se basó en una serie de documentos que existieron en el archivo del Municipio, así como en documentos parroquiales, ya que para la edición de dicho trabajo contó con el apoyo de la Sociedad Católica.
decidido cambiar de sede,6 decidió hacerlo de nuevo ante lo que pensó era un mal augurio. El pueblo entero decidió volver a marcharse a otro sitio, daba lo mismo, al fin y al cabo de todas maneras tenían que construir nuevas casas. Sin embargo, el alcalde mayor, don Alonso Orejón, en 1658 dictó un edicto prohibiendo que lo hicieran7 .
Finalmente, aquellas personas no abandonaron la destruida villa, y bien pudieron quedarse por mostrar obediencia al alcalde mayor o porque éste encontró un argumento más convincente para retenerlos: lo que en realidad necesitaba la villa era la protección de un santo patrono para protegerlos de catástrofes.
En el año de aquella desgracia, el pueblo de Colima se reunió en una especie de cónclave para discutir el nombre y las características que debía reunir el futuro santo patrono, por lo que finalmente se decidieron por el mártir mexicano Felipe de Jesús, muerto en Japón y crucificado con otros compañeros de la misma orden. Sin embargo, fue hasta el siglo XIX cuando se empezó a tramitar la canonización de este mártir o protomártir, como le llamaban, y fue por entonces cuando del Cabildo Metropolitano solicitaron a las autoridades de Colima:
[…] solicitar en los archivos los documentos que hagan referencia a la aparición del glorioso mártir San Felipe y motivos que este cuerpo tuvo para elegirlo y nombrarlo su santo Patrón y abogado y siendo bastante a la intención de acreditar el Portento, se haga como solicita dicho Metropolitano cuerpo…8
Las autoridades de Colima contestan explicando las causas que sus antepasados los habían llevado a la elección, así como el hecho de que sus mayores habían jurado que ellos y sus hijos y los hijos de sus hijos y demás descendientes, honrarían al santo con solemnes fiestas y con las mayores muestras de devoción, culto y regocijo que fueren posibles, por lo que hasta esos tiempos lo habían cumplido exactamente y sin contratiempos, realizando vísperas, procesión, sermón y misa con octavo día y habían paseado al santo por varias jurisdicciones:
[…] y la mayor parte de los moradores de ella y a esta celebridad han añadido siempre el común Júbilo de marchas, fuegos, luminarias, carros de luces, comedias y Toros que se han lidiado siempre en la plaza de aquella Villa, porque estos públicos festejos hechos en muestra de común alegría con que aquella vecindad celebra a su ínclito Patrón… 9
6 La historia oficial nos dice que la Villa de Colima fue fundada en Caxitlán, en el año de 1523, y posteriormente cambió su sede en 1525 al lugar en el que ahora se encuentra la ciudad de Colima. 7 Levy, José. Hoy en la historia. Sección del periódico Ecos de la Costa del día 23 de marzo. 8 El Estado de Colima. Mayo 1 de 1874, pág. 149. Archivo General del Estado. Nota: Este periódico, en su sección llamada Gacetilla, hace referencia a una serie de documentos curiosos que había en el Archivo Municipal fechados entre los años de 1804 y 1805 y que tratan ampliamente el tema de la colecta de limosnas relativas a los gastos para su canonización, así como a los motivos que tuvieron para nombrarlo Santo Patrón. 9 Ibid., pág. 169.
Sin embargo, no siempre las cosas transcurrieron como lo mencionaban las autoridades municipales de aquellas fechas, anteriormente en 1720, la realización de tales festejos había sido motivo de una fuerte disputa entre las autoridades municipales y las religiosas. Los alcaldes mayores y demás justicias habían desairado y provocado disgustos a los organizadores de las fiestas, impidiéndoles el uso de las calles y de la misma plaza principal para las corridas de toros y demás actividades, lo que obligó al marqués de Valero a intervenir para que las fiestas en Colima se realizaran con tranquilidad.10
El espectáculo taurino tuvo desde el origen de las celebraciones a San Felipe un lugar prominente. No se puede olvidar que los señores de “razón” eran en su mayoría españoles o criollos, y era natural que incluyeran en sus actividades dichos festejos, pues eran parte de su cultura. Una tradición taurina centenaria cuyos orígenes españoles había sido concebida a caballo, razón por la cual los primeros ruedos se montaban en el campo, a partir de cercas rudimentarias que limitaran el área de acción del toro.
En un principio la fiesta se realizaba alanceando al toro desde la montura, actividad que poco a poco fue ganando adeptos hasta convertirse en un espectáculo imprescindible en cualquier festejo. Al hacerse costumbre, surgió la necesidad de construir plazas para solemnizar los reales acontecimientos; y desde el siglo XV las corridas de toros tomaron un gran incremento y constituían uno de los principales atractivos de las funciones, por tal razón en las solemnidades religiosas siempre se llevaban a cabo actividades taurinas, por lo que desde entonces se ligan estas dos actividades, lo cual resulta paradójico, pues el papa Pío V, en 1567, publicó su famosa bula “De Salutis Gregis Dominici”, donde prohibía a los fieles asistir a las fiestas de toros por considerarlas costumbre de circo romano, y esta disposición se vino a atenuar poco a poco gracias a los oficios de Felipe II, quien convenció al papa Gregorio XIII de su abolición. Ya en los siglos XV y XVI Sevilla se convierte en la primera ciudad con el mayor número de festejos taurinos (García, 1996).
Por aquellas fechas la actividad taurina ya no es solamente asunto del populacho, en ella empiezan a participar personajes de la realeza como el mismo rey Carlos I de España, o don Sebastián, rey de Portugal. Uno de los lidiadores más afamados fue Francisco Pizarro,11 conocido en España con el título de “impávido torero”. Por su afición llevó la fiesta de toros al Perú en unión de uno de sus capitanes, Diego Ramírez de Haro, quienes entre sus actividades de guerreros se daban tiempo de organizar corridas, en donde al parecer, desde ahí se extendió esta costumbre a otros puntos conquistados de América (García, 1996: 10).
10 Nota: En el Diccionario de historia, geografía y bibliografía del estado de Colima, de Francisco R. Almada, se menciona brevemente la existencia de tal disputa, y es muy probable que dicha referencia haya sido tomada de los textos originales o de la reimpresión que apareció en el periódico oficial El Estado de Colima de 1874, referido anteriormente. 11 Francisco Pizarro (1478-1541), conquistador español nacido en Trujillo. Se trasladó a América en 1502 y acompañó a Balboa en el descubrimiento del Mar del Sur. En 1524 se asoció con Almagro y Luque para emprender la conquista del Perú. Fue gobernador de Toledo, capitán general y adelantado en las tierras por conquistarse. El conquistador hizo prisionero al inca Atahualpa en 1532, y después de un proceso lo hizo ejecutar.
En el siglo XVII, época de la Casa de Austria, marca el apogeo de la fiesta taurina como espectáculo privativo de la nobleza. En Madrid, durante el reinado de Felipe II, se dio un gran número de corridas de toros en la plaza del Arrabal (García, 1996: 10).
Es en Barcelona donde se da la primera corrida de carácter real, por el natalicio de una de las hijas de Felipe III. Posteriormente, el duque de Olivares, con el ánimo de quedar bien con el entonces rey Felipe IV, se le ocurre hacerle un lugarcito para organizarle las grandes fiestas, por lo que fundó el Real Sitio del Buen Retiro, en donde en medio de jardines y otros edificios pensados para el esparcimiento del rey y sus amistades, figura: “Una plaza de toros de madera, lujosamente decorada y lacada, en la que se celebraron corridas de toros, amén de las que se celebraban en la Plaza Mayor con gran aforo de público y han descrito los grandes ingenios con que contaba la corte, enriqueciendo con literatura y pintura el carácter de aquellas fiestas” (García, 1996: 11).
Con la llegada de la Casa de Borbón al trono de España, su primer monarca, Felipe V, quien para decirlo en términos taurinos era “villamelón”, convence a la nobleza de que abandone el toreo, que por entonces era asunto de caballeros. Sin la presencia de la nobleza en dichas fiestas, el pueblo la sigue realizando, pero le hace modificaciones, como por ejemplo, al no haber caballeros, la actividad se convierte en una de las suertes, la de picar con vara larga. Se inicia el toreo a pie, y por consecuencia el cambio en muchos aspectos.
Con el cambio de clases sociales y ritos taurinos, tuvo por consecuencia el cambio de lugares. En Madrid y sus alrededores se construyen varias plazas, en su mayoría de madera, y en los pueblos se hace costumbre el cerrar bocacalles con carretas adosando a estos espacios palizadas para proteger al hombre que lidia a pie (García, 1996: 13).
El siglo XVIII recibe al toreo con otro concepto espacial; en Sevilla, la Real Maestranza de Caballería había construido una plaza de madera de forma cuadrada en el año de 1707, pero años después, en 1733 en el mismo lugar se realizó otra, también de madera, pero ya con la forma redonda. A partir de entonces la Real Maestranza se convierte en el sitio más importante del toreo al sustituirse la de madera por una de mampostería.
En México, la primera corrida de toros que se llevó a cabo fue en honor de Hernán Cortés, en 1526, con reses que traían para su abastecimiento; y los primeros toros nacidos en suelo mexicano para lidia fueron criados por uno de sus primos, el licenciado Juan Gutiérrez Altamirano, quien formó la primera ganadería con toros navarros en la hacienda de Atenco. Oficialmente fue Nuño de Guzmán, quien junto con los alcaldes y regidores en 1529 “ordenaron y mandaron que de aquí en adelante, todos los años por honra de la fiesta del Señor de San Hipólito, en cuyo día se ganó la ciudad, se corran siete toros e [sic] que de ellos se maten dos y se den por amor de Dios a los monasterios y hospitales […]” (Álvarez, 1998), por lo que se armaban cosos de madera para la ocasión a las que la gente llamaba “empalizadas”.
A la llegada de un nuevo virrey a la Nueva España era festejo obligado, al que se le concedía su propio palco, donde era acompañado por los tribunales, el claustro universita-
rio, los oidores, el arzobispo, los inquisidores y los munícipes; los aficionados se acomodaban en los tablados. Los toros se corrían en la Plazuela del Marqués y en las plazas Mayor, del Volador, de los Marqueses de Santa Fe de Guadiola, de los Palos y San Pablo, así como en diversos lugares que eran acondicionados mediante empalizadas.
En Cañadas de Obregón, Jalisco, un pueblo alteño, existe la plaza de mampostería más antigua de América (Gómez, 1995). De planta cuadrada, es quizá el testimonio constructivo más interesante de lo que fueron este tipo de edificaciones. En este coso resalta, además de la concepción geométrica, la zona de “palcos” a partir de un espacio sustentado por arcos de medio punto, así como las graderías de piedra y el ruedo ovalado. Se estima que la construcción de esta plaza es de 1680.
En 1770 aparece en la Ciudad de México el primer intento de reglamento taurino, su difusión fue a través de avisos en los mismos carteles de las corridas:
Ninguna persona, de cualquier calidad o condición que sea, a más de los toreros nombrados, entrará a la plaza a pie ni a caballo mientras que lidien los toros, ni saltará a ella de las barreras o lumbreras con ningún pretexto, pena de un año de destierro a los nobles, de 100 azotes a los de color quebrado, y dos meses de cárcel a los españoles; y ninguno, bajo las mismas penas, será osado a picar a los toros desde dichos parajes con espada, garrocha, púas o jaretas, ni entrar [a] la plaza a vender dulces, pasteles, bebidas, ni ninguna otra cosa. Y no obstante que todo lo dicho se hará saber por bando, que será publicado en la misma plaza cada día de corrida antes de empezarla, se advierte también en este cartel, para que nadie pueda alegar ignorancia (Álvarez, 1998: 7,770).
Pero el desarrollo de los festejos en Colima tiene una connotación eminentemente religiosa, por ese motivo la organización corre a cargo de las mayordomías que organizaban diferentes aspectos del festejo.
En el año de 1772, el Cabildo de la Villa de Colima decide reglamentar los festejos a San Felipe de Jesús mediante un acuerdo que firman todos los que componen la autoridad municipal, poniendo así de manera definitiva fin a las disputas que años antes habían tenido entre sí tanto el alcalde mayor, el cabildo, como los organizadores del festejo. El documento que a continuación se presenta es importante no sólo por ser el primer documento conocido en el que se mencionan las fiestas con su corrida de toros, sino también lo es porque al reglamentar, lo que seguramente ya era una tradición, nos ilustra ampliamente sobre las actividades y costumbres con las que la gente del siglo XVIII se divertía.
En la Villa de Colima, en seis días del mes de Febrero de mil setecientos setenta y dos años, estando en la sala de Ayuntamiento los señores que componen este Ilustre Cabildo, como lo han sido de uso y costumbre, que lo son, el señor Don José Francisco de Campos Freyre, Procurador por Su Majestad, y teniente general de Alcalde mayor; Presidente el señor don Pedro Noverto de Orozco; Alcalde de 2° voto, el señor don Juan Efigenio Zolórzano; Juez de cargo fiel ejecutor, el señor don Atanasio Brizuela Regidor y alférez mayor el señor don Miguel […]
por Su Majestad que dios guarde varios años […] a efecto de tratar los negocios que convienen para el gobierno y permanencia bienestar [sic] de esta República, siendo uno de ellos en el que está constituido todo el vecindario de esta Villa, con el voto y juramento solemne que tenemos echo [sic] de celebrar anualmente en su día al Glorioso Procto Mártir, Señor San Felipe de Jesús, que para ello le tenemos prometido por sus fiestas con la mayor solemnidad y veneración y culto, para en parte se lleven a efecto de haber el señor ofrecido por Patrón y Defensor de temblores como consta de su antigua tradición que nos trasciende, desde nuestros antecesores hasta los presentes, marcándonos con caridad por el rigor de ese elevado volcán que tan inmediato nos acomete. Teniendo de nosotros dar satisfacción a las deudas biendividas [sic], como lo está de nuestro acreedor el Señor San Felipe de Jesús, que como nuestro Patrón no permitirá el vicio de la vanidad a la satisfacción de su deuda. Por asentado hemos acordado y mandamos que las fiestas anuales a que nos hemos obligado se celebren en la forma y manera digna.
Primeramente, la noche que se acostumbra soltar las cajas y los pitos son los que se disparen en cuatro docenas de voladores […] de reseña, costeados entre los cuatro oficiales, y en la tarde de la marcha, el alférez de cabalgaduras recibirá a los convidados que marcharen con sólo aguas de las especies que ofrece este país, y asimismo repartirá para los tiros de arcabuces, la pólvora acostumbrada, y en la noche saldrá el carro costeado, prorrateado entre los cuatro oficiales con la moderación que no exceda a lo acostumbrado al recibimiento que hiciere en la noche el Capitán en su casa a las compañías de la encamisada, será con un costo de seis pesos de caldos no prohibidos.
Ytem. Los fuegos que se disparen en la plaza, no excedan a cada uno de los oficiales que les tocasen sus loas de doce cada uno de los dichos oficiales.
Ytem. Al día siguiente que se jueguen a los toros acostumbrados que no aiga [sic] almuerzo de ninguna manera y sólo se refiera lo de la noche antes.
Ytem. Que la vela que hasta ahora se ha acostumbrado al Señor San Felipe de Jesús en las casas de los oficiales, éstas de ninguna manera las ha de hacer y se les conmuten a que cada uno den dos libras de cera de Castilla labrada, para ofrenda en el altar del Santo Patrón les ardan, y éstas sean de entregar el día de la elección de los nuevos oficiales para que las enciendan todos los días, horas de misas en [¿favor?] de la fe con que abrazamos su patrocinio, siguiéndose la orden, desde el capitán de Cristianos, hasta el alférez de Moros, que siendo veinticuatro velas de a tres en libra, habrá para todo el año. Arda dos o tres horas una vela, y para precaver el exceso que por fervor, o vanidad, quiera alguno de los oficiales excederse a lo que tenemos acordado y mandado, mandamos que ninguna persona altere ni baje los gastos aquí expresados aunque se halle con las mayores facultades, y aunque diga ser manda, porque en ese caso buscará que le conmute, condone por la pena que se le impone de cien pesos aplicados para la cámara de Su Majestad que dios guarde, que para exigírselas se les concede facultad a los señores jueces […]12
El espacio que ocupó originalmente la plaza de toros fue la plaza principal de Colima, como era la costumbre en la mayoría de las poblaciones en donde dicho espacio se empleaba no sólo como centro de reunión de la población, sino como el lugar en donde se realizaban varias de las actividades de la Villa. En el siglo XVIII ya era utilizada como
12 Acta de Cabildo del 6 de febrero de 1772. Sección F, caja 2, folios 23, 24 y 25. Archivo Histórico del Municipio de
Colima.
tianguis, al venderse en ella semillas y víveres al menudeo, actividad que llegó a restringirse, incluso, era de tal importancia este espacio que se prohibió el entrar con algún tipo de arma, por lo que el cabildo en 1789 impone penas a aquel individuo que ingrese a la plaza con “armas ofensivas”.13 También era utilizada por el ejército para concentrar a las tropas; y para el siglo XIX se utilizaba para los festejos patrios, por la banda de música, así como para el despegue de globos aerostáticos que se realizaban en ceremonias especiales. Esta plaza permaneció de tierra hasta agosto de 1859, fecha en que el Ayuntamiento decide empedrarla (Huerta, 1990: 10).
De empalizada a petatera
A partir de entonces es muy probable que la plaza cambie de sede, y para 1869 encontramos que las corridas de toros de febrero ya se realizaban en la Plaza de la Concordia,14 un espacio muy próximo a la mancha urbana de la ciudad de aquellos tiempos. Dicho espacio continuó utilizándose como sede de la plaza por muchos años. Por un recibo del director de la banda de música que amenizaba las corridas, encontramos que para 1904 aún se armaban las plazas en este sitio.15
El crecimiento de la ciudad fue probablemente la causa del paulatino desplazamiento de la plaza de toros hacia Villa de Álvarez, donde ocupa su sitio en el Jardín Principal, para que al igual que le pasa en Colima, poco a poco se vaya desplazando hacia el poniente a medida que la población y el crecimiento natural lo requieren.
Las corridas de toros continuaron desde el siglo XVIII sin ningún problema a partir de la reglamentación que realiza el cabildo, en 1799 continúan realizándose normalmente, como vemos en la solicitud que le hacen unos vecinos, probablemente encargados de los festejos a las autoridades:
[…] Todos y mancomunados y una bastante forma que lugar haya ante unos decimos: Para que las fiestas (que en honor […] y lustre de la Reina de los Ángeles con el título de la Concepción) se verifiquen según la antigua costumbre con las acostumbradas corridas de Toros que para ello somos los comprometidos y obligados en razón de nuestro cordial afecto y satisfacción del Público para su debido efecto suplicamos a la Justificación de vosotros se sirva ser el conducto acostumbrado, […] el Muy ilustre Señor Presidente e Yntendente en la Provincia, la correspondiente licencia para tales corridas de toros en los días que se acostumbra en los anteriores años en que recibiremos merced, gracia y justicia, pedimos y suplicamos grande hacer en todo camino. Concluimos, juramos en forma debida.
José Vicente Escamilla, Don Felipe Cruz, y Don Darío Rodríguez.16
13 Acta de Cabildo de 1789. Sección F, caja 2, foja 298. Archivo Histórico del Municipio de Colima. 14 Fondo Felipe Sevilla del Río, Sección FSR, caja 4, expediente 39, 2 fojas. Archivo Histórico del Municipio de Colima. 15 Íbid. 1 foja. El recibo dice: Recibí del C. tesorero de las obras materiales de esta ciudad, la cantidad de 20 veinte pesos, por la audición que se dio con la Banda que dirijo en la plaza provisional de toros de la “Concordia” por los jóvenes aficionados a beneficio de las mismas. Colima, 14 de febrero de 1904. Rafael V. Castell. 16 Fondo Felipe Sevilla del Río, Sección FSR, caja 4, expediente 39, 1 foja. Archivo Histórico del Municipio de Colima.
A principios del siglo XIX continúan realizando festejos en la Villa de Colima en la plaza principal con el permiso de las autoridades, según dan fe los documentos del cabildo, como éste del 31 de diciembre de 1807:
Concedo para ocho días las corridas de toros que solicitan los suplicantes con motivo de solemnizar a nuestra señoría santísima; con calidad de que no se deba cosa alguna de tributos, […] de la comunidad, propios ni en otros fondos públicos y que el cabildo dicte las disposiciones convenientes para que no haiga [sic] desórdenes, juegos prohibidos, ni otro rubro que impida las garantías de los espectadores en la plaza.17
Las fiestas continúan, y en 1824, como en todos los años, la comunidad se organiza para nombrar a los mayordomos, así como voluntarios que estén dispuestos a colaborar con trabajo y recursos para las fiestas de San Felipe, al que ya para entonces la comunidad religiosa lo consideraba Padre de la Patria: “El día 5 del entrante febrero se ha de celebrar la festividad del gran Protomártir San Felipe de Jesús y según la costumbre inmemorial debe de ser cargo de este Ylustre como Padre de la Patria […]”.18
Dos años después, en 1826, el primer presidente de México, Guadalupe Victoria, expide un decreto mediante el cual otorga a dos territorios del país permisos para la realización de ferias anuales, uno de ellos es Tlaxcala, en su capital y el pueblo de Huamantla; el otro territorio es Colima, en donde en el segundo párrafo del decreto del 21 de abril dice: “2° Se concede a Colima una feria anual que durará quince días contados del cinco al veinte de marzo con libertad de todos los derechos por diez años […]”19
Con esto se garantizaría la continuidad de dichos festejos, a pesar del error en la redacción del documento que menciona equivocadamente al mes de marzo por el de febrero.
Para estas fiestas se elegían comisiones para arreglar las corridas de toros y recibimientos,20 y estaban formadas y organizadas por las personas responsables de acuerdo a los días de festejos. Por ejemplo, una comisión que se formó a mediados del siglo XIX para los festejos señalaba que el primer y segundo día de las fiestas de aquel año, el responsable era el prefecto don Luis Queirós con otras cuatro personas, el tercer día le tocó a don Joaquín Campos, el cuarto día la organización fue para La Quesería, representada por cuatro personas, el quinto día para don Filomeno Urzúa, el sexto, La Magdalena; el séptimo, los Matadores; el octavo le tocó a don Alejo Espinosa. Por el Ayuntamiento de Colima, firmaba Manuel Álvarez el 15 de febrero de 1842.
17 Íbid. 18 Íbid. 19 Primera Secretaría de Estado, Sección Gobierno. Fondo Felipe Sevilla del Río, Sección FSR. Caja 4, expediente 9, 1 foja. 20 Comisión para arreglar las corridas de toros y recibimientos del día 15 de enero de 1842. Fondo Felipe Sevilla del
Río, Sección FSR, caja 4, expediente 39, 2 fojas, Archivo Histórico del Municipio de Colima.
Los recibimientos21 de aquel año corrieron a cargo de los representantes de los gremios de trabajadores colimenses que costearon los gastos en los eventos que iniciaron los últimos días de enero, los primeros cuatro días de febrero, para continuar después con las actividades propias del día que se celebra a de San Felipe. Quienes encabezaron estos recibimientos fueron:
Día 27:
Para los Plateros, Don Ramón Vidriales; para los Herreros, Don Cruz Salazar; para los Carpinteros Don Benigno SH.
Día 28:
Para los Obrajeros de lana, Don Encarnación Velasco; y para los de algodón Don José María Torres.
Día 29:
Para los Zapateros, Juan Martínez; para los Curtidores Juan Carrillo; para los Silleros, D. Robles.
Día 30:
Para los Sastres, Solórzano; para los Barberos, Campos; para los Sombrereros, Don Ramón Larios.
Día 31:
Para los Albañiles, Manuel Servantes.
Febrero.
Día 1:
Para los Vinateros, A. Galindo; Para los Puesteros, Seferino Robles.
Día 2:
Para Loseros, D. Pedro Perigué; para los Coheteros Saúl Osorio y para los Panaderos D. Ignacio García.
Día 3:
Para Labradores D. José Alcázar; y para Huerteros, Juan Vírgen.
Día 4:
Para Comerciantes, Don Sebastián Fajardo.
Al parecer, en dichos recibimientos, pero sobre todo en las corridas de toros, se daban muchos escándalos, probablemente al calor de las bebidas; el público se volvía peligrosamente violento, al grado de que las autoridades insistían en el desarme de la gente, porque para 1849, el jefe político del Territorio de Colima, José Mariano Guerra de Manzanares, general graduado de brigada, emitía el siguiente bando:
Que deseando evitar en cuanto sea posible los desórdenes que pudiesen ocasionase con motivo de las corridas de toros que van a verificarse en el presente mes, este gobierno político ha tenido a bien dictar para su observancia los artículos siguientes. 1° Ningún individuo se presentará con armas ni largas ni cortas en las esperadas corridas, aun cuando sea militar no estando en servicio, y aunque tenga licencia para portarlas.
21 Juan Carlos Reyes, en Ticus, op. cit., define la palabra Recibimiento: (De recibir, del latín recipere). Convite ofrecido al pueblo por una persona, grupo o institución, durante las fiestas patronales u otras fiestas comunitarias. Los recibimientos, son parte de la tradición en las Fiestas Charro-taurinas de Villa de Álvarez.
2° El que contraviniere el artículo anterior, se le aplicarán las penas que se impusieron en el bando publicado en esta ciudad en 26 de marzo del año pasado…22
Sin embargo, hasta entonces, nada se sabía de los hombres que habían construido esas efímeras obras. Por primera vez, en 1854, tenemos noticia de uno de los directores de tales plazas, por un recibo que se expide a los comisionados por el Ayuntamiento de Colima para las fiestas de San Felipe el 9 de febrero de ese año, encontramos que Filomeno Medina,23 ese interesante colimense del siglo XIX, cobra cincuenta y dos pesos por la dirección de la plaza de toros.24 Es muy probable que Medina trabajara en su construcción durante más temporadas, ya que en dicha obra sus directores han mantenido una continuidad importante.
Quizá debido al espíritu liberal de la época, y a la vez, a la coincidencia histórica entre dos hechos totalmente opuestos que para entonces se conmemoran el mismo día: la antigua celebración del cinco de febrero a San Felipe, se convierte por unos años en la celebración de la Constitución,25 por lo que las corridas de toros se empiezan a hacer normalmente, pero ahora, se apropian de la tradición con otro pretexto totalmente laico. Sin embargo, estos eventos, organizados normalmente por cofradías, o mayordomías, en donde la participación es religiosa, para el año de 1869 las corridas de toros sufren una crisis. Las fiestas son suspendidas, quizá la democracia aún no termina por ponerse de acuerdo, y quizá por eso un grupo de ciudadanos decide protestar ante la municipalidad.
Ciudadanos Munícipes. Vox populi, vox Dei. Los que suscribimos, ante ustedes respetuosamente haciendo uso del derecho de petición que nos asiste, decimos: que somos sabedores de que a nuestra anterior solicitud sobre que se hagan las fiestas acostumbradas de Febrero, recayó una providencia en sentido negativa aunque ignoramos lo positivo del caso de no habesenos [sic] notificado todavía, mas por si así fuere, reforzamos nuestro anterior pedimento […]26
Furiosos, por la falta de festejos, varios ciudadanos invocan su derecho de tener corridas de toros, entre las cuarenta y cuatro personas que firman el documento dirigido al municipio, encontramos a Lucas Refugio Huerta, Roberto Barney, Benito García, Bruno Rangel y Vidal Cárdenas.
22 Bando del 1 de febrero de 1849. Fondo Felipe Sevilla del Río, Sección FSR. Caja 4, expediente 39, 1 foja, Archivo
Histórico del Municipio de Colima. 23 Filomeno Medina fue poeta, periodista, escultor, político liberal, jefe de policía, capitán de zapadores del Batallón
“Comonfort”, juez del Registro Civil, contratista del Ayuntamiento. En 1856 el jefe político Manuel Álvarez le encarga el levantamiento del plano de la ciudad. Muere en Colima en 1868. 24 Recibo expedido a los señores comisionados por el Ilustre Ayuntamiento de Colima, el 9 de febrero de 1854. Fondo Felipe Sevilla del Río, Sección FSR. Caja 4, expediente 39, 1 foja, Archivo Histórico del Municipio de Colima. 25 La Constitución fue jurada el 5 de febrero de 1857, primero por los congresistas y luego por el presidente. 26 Fondo Felipe Sevilla del Río, Sección FSR. Caja 4, expediente 39, 2 fojas, Archivo Histórico del Municipio de
Colima.
La corporación a quien acabamos de dar nuestro voto, confiados, para todo el año actual, o es Demócrata o no: o nos juzga hijos del pueblo y derecho a pedir, o nos juzga vecinos de esta Capital o nos declara extraños e indignos de representar […]27
Deciden que todo mundo tiene derecho a divertirse, argumentan que desde los egipcios, babilónicos y otros pueblos, tienen derecho histórico al regocijo después de sus faenas en el campo. La crítica a la administración por la falta de toros es terrible, al parecer, los colimenses de entonces eran apasionadamente taurinos, o de plano encontraron un buen pretexto para el debate político.
Sólo en Colima que estamos sentenciados a no tener ni un teatro, queremos echarla de serios, de novadores y reformistas a nuestro modo. Sólo en Colima todo muere, para nada hay vida; no, para los artesanos, ¡y para qué?, lo ignoramos. Venga el movimiento, haya un rato de recreo: que gocen los pobres, esa clase a quien no le es dado tener convivialidades [sic]; esa clase que desea limpiarse el sudor por un momento y gozar aunque sea con unas pobres fiestas, concedámoselas puesto que quiere, ¿o nomás la leva es para el pueblo? Pedimos fiestas en la plazuela de la Concordia antes que todo por el aniversario de la carta fundamental. Colima, enero 20 de 1869.28
Las corridas de toros continuaron realizándose con algunas interrupciones, y es en el barrio de la Concordia (López, 1998), en su jardín, donde la tradición continúa. En 1890 un grupo de vecinos recaba firmas para tener el permiso del gobierno para realizar las fiestas ese año. Sin embargo, con el inicio del siglo XX, los toros se mudarían al pueblo de Villa de Álvarez, y para 190629 encontramos que en las fiestas participan ganaderos de la Hacienda de Nogueras, los señores Vergara Rangel; de la Hacienda de Buenavista, el señor Salvador Ochoa; de la hacienda de Quesería, el señor Francisco Santa Cruz; de la Hacienda de La Capacha, el señor Miguel Álvarez. Al parecer el nombre de los diestros no es importante, pues en el cartel no aparece ningún matador, y únicamente los responsables de los recibimientos y los toros, probablemente esto se deba a que eran lidiados por gente del pueblo.
Dos años antes, en 1904, se hacían en Colima, en la plaza de la Concordia, los últimos festejos a beneficio de las mejoras materiales para ornato y embellecimiento de la ciudad.30 En el cartel, o más bien en la invitación para dicho festejo, se menciona una “corrida de toretes” que serían lidiados por una cuadrilla de aficionados, bajo la presencia de distinguidas señoritas, que como reinas se dignarían a asistir al palco oficial.
27 Íbid. 28 Íbid. 29 Cartel de Fiestas en Villa de Álvarez. En la revista Feria de Villa de Álvarez 98, 1857-1998, 141 años de tradición.
Febrero de 1998, Villa de Álvarez, Colima. 30 Fondo Felipe Sevilla del Río, Sección FSR. Caja 4, expediente 39, 13 documentos, Archivo Histórico del Municipio de Colima.
La última de las petateras
En el caso de la última de las petateras, la de Villa de Álvarez, su presencia simbólica le da identidad no sólo a los pobladores del lugar, sino que es el reducto último no sólo del estado, sino de toda una región.31 Al poner de manifiesto su vigorosa concepción plástica a través de la flexibilidad y tremenda resistencia que ha soportado no solamente las cargas propias del edificio, sino las del tiempo, con su propuesta a partir de materiales como los petates, otates, mecates de ixtle y las diferentes maderas que se utilizan para absorber los diferentes esfuerzos tanto de tensión como de compresión que se presentan en el edificio.
¿Usted quiere saber cómo se construye? —dice el “Tigre”, don Rafael Carrillo Alcaraz—.32 Se pone un centro como usted lo está viendo, un tubo para meter un alambre y hacer el círculo; entonces tengo un otate de dos metros y medio, con las medidas de altura, como van las plateas para dar esta altura y repartir los palcos, tengo otro de cinco metros para la altura de atrás, hago todo este reparto, entonces ya la construcción: llevan cinco horcones, cinco soleras de madera, seis trancas, que son ésas que se ven; tres latas largas, que son ésta, ésa y ésa, para la gradería, de a cinco metros para que quede uno aterrado y cinco de luz, se llevan como 24 petates, se lleva ixtle, se llevan sogas, cuatro o seis sogas, se llevan tablas, como 14 o 15, todo eso va dentro de la construcción de suerte que ahí está.33
Actualmente, la construcción de La Petatera se lleva casi quince días que empiezan desde mediados de enero para tenerla lista alrededor del cinco de febrero. Se inicia con el hincado de los pies derechos y puntales, a los que se unen vigas o latas de madera, las cuales son amarradas con mecates, luego se colocan latas en el sentido diagonal que son las que soportan los tablones de la gradería, y éstas se sujetan a las vigas por medio de fajillas de madera. Cada tablado, cuya capacidad es de aproximadamente para 70 personas, tiene su propio ingreso a través de una escalera, que al cerrarse sirve como control a la sección. Cada tablado, de los 70 que la conforman, tiene una separación de 2.5 metros por 6.20 de largo y van uniéndose entre sí, lo que se conoce como “encadenamiento”, y lo cual da la rigidez y, a la vez, la elasticidad al edificio.
En la parte inferior de los tablados se colocan bancas sobre el suelo y una vez armada la estructura se forra con petates, que es lo que le da la característica al edificio. Son petates en la cubierta, conocidos como “sombras”, las cuales pueden ser “largas” y “cortas”, en un diseño de cubierta pensado en el movimiento del Sol, y colocados por medio de
31 Gómez Amador, Adolfo. La verdadera identidad de la Villa. Periódico Ecos de la Costa, 3 de febrero de 1998, Colima, Col., primera sección, p. 4. 32 Rafael Carrillo (1913-1998). Conocido como “El Tigre”, por el color amarillo de sus ojos. Nació en La Huerta del
Rosario, Villa de Álvarez. Campesino, vendedor de legumbres, mozo, salinero y fontanero, se dedicó a la construcción de La Petatera desde 1944 hasta 1986, fecha en que por motivos de salud dejó como encargado de la obra a su ayudante Ramón Cervantes Gómez. 33 Entrevista a Rafael Carrillo, por Luz María Mejía. Texto y fotografías de Ignacio Gómez Arriola, en “La Petatera en
Villa de Álvarez. Persistencia de una tradición centenaria”. Revista Palapa, de la Facultad de Arquitectura, números 6-7, Universidad de Colima, Colima, México, 1988, p. 17.
poleas y lazos. El petate que se coloca bajo las tribunas se conoce como “naguas”, que se cose entre sí, y es el elemento que más impacta estéticamente al edificio. Como anexos al edificio se construyen también los toriles, los cuales constan de pasillos y corrales armados con palos y troncos que se comunican con la plaza.
Pero si en el armado de la plaza se llevan cerca de quince días, su desmantelamiento, un día después de concluir los festejos, se realiza en tres o cuatro horas.
El petate sucio lo metemos arriba, éste es el petate del año pasado, y siempre procuramos meter nuevo onde se ve más mejor.34
Bibliografía
Álvarez, José Rogelio (1998). Enciclopedia de México, tomo XIII, SEP, México, D.F., p. 7,768. Flores Hernández, Benjamín (1981). Sobre las plazas de toros en la Nueva España del siglo XVIII. Estudios de Historia Novohispánica, no. 7, p. 119. García, José Julio (1996). Historia de la tauromaquia. Edit. Grupo Metrovideo Multimedia, Madrid, España, 200 pp. Gómez Loza, Esther (1995). Pasado y presente de un pueblo alteño: Cañadas de Obregón, Jalisco. Revista del Departamento de Estudios de la Cultura Regional. Universidad de Guadalajara, Editorial Lapuente, p. 29. Martos, Luis Alberto (2002). De toros y toreros en Yucatán, Diario de Campo 47, Boletín interno de los investigadores del área de antropología. Conaculta, INAH, México, pp. 2-4. Ortoll, Servando (1987). Por tierras de cocos y palmeras. Apuntes de viajeros a Colima, siglos XVIII y XX. Instituto José María Luis Mora, México, D.F., pp. 88, 89. Reyes, Juan Carlos (1991). Ticus, Diccionario de colimotismos. Universidad de Colima, Colima, México. Huerta Sanmiguel, Roberto (1990). Lucio Uribe, el alarife de Colima. Universidad de Colima / H. Ayuntamiento de Colima, p. 10. López Razgado, Irma (1998). La Concordia, En los Barrios de mi ciudad, año II, No. 5, Ediciones Beli.
34 Íbid.