Capítulo 1
Antiguas plazas de madera Roberto C. Huerta Sanmiguel
C
omo si fuera un fósil antediluviano, la plaza de toros La Petatera, de Villa de Álvarez, ha mantenido la antigua tradición de su construcción vernácula de técnicas ancestrales y materiales regionales, en un mundo cada vez más enfermo de tecnología, y cada vez más alejado de nuestras raíces culturales. Es quizá el último buen ejemplo de las antiguas plazas de madera que se construyeron en México. Última heredera de una usanza constructiva que se remonta a los viejos tiempos en que el toreo se desarrollaba en las plazas públicas de la ciudad, primero delimitando el espacio con carretas y corrales, y luego con estructuras de madera más elaboradas en donde poco a poco fueron diseñándose elementos que integrarían el programa arquitectónico de las plazas como son los burladeros, el ruedo, las graderías, las cubiertas y los corrales. Vinculadas a las festividades religiosas dedicadas a los santos patronos de los pueblos, donde las corridas de toros forman parte de la tradición de celebraciones virreinales, las plazas de madera se extendieron de norte a sur de nuestro país y encontramos plazas como la de Paso del Norte (hoy Ciudad Juárez) que en 1882 instalaba su estructura de madera atrás de la Misión de Guadalupe hasta Yucatán, con su versión maya a base de hojas de palma, madera y bejuco que le da ese aspecto tan característico a la plaza de toros de Chikindzonot (Martos, 2002) que aún mantiene su tradición constructiva y que guarda una similitud tanto en su organización como en su propuesta arquitectónica con La Petatera de Villa de Álvarez y con las del resto del país que se construyeron sobre todo en el siglo XIX. En el caso de la región del occidente de México, y particularmente en el área que nos compete, en los estados de Colima y Jalisco, la construcción de plazas de toros se extendió por todo el territorio de acuerdo al calendario religioso.
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