¡Eloy...por siempre!
Por: Juan Antonio de Labra Fotos: Oskar Ruizesparza
Pablo Hermoso y Eloy Cavazos salieron a hombros en Tlaquepaque
La foto final del festival de gala en Tlaquepaque estaba cantada: Eloy Cavazos a hombros. No cabía la menor duda, con todo y eso que nunca es fácil para ningún torero reaparecer de una lesión de hombro tan severa, y ya cuando le habían dicho que no iba volver a torear.
Y como en el ruedo estaba otro perro de presa llamado Pablo Hermoso de Mendoza, aquella imagen de temporadas pasadas volvió a repetirse con los dos maestros en volandas.
Así que la gente, al igual que esos dos colosos del toreo, salió feliz de “El Centenario” tras presenciar un festival benéfico de mucha categoría, que debe ser el relanzamiento de una plaza que podría convertirse en un magnífico satélite del coso “Nuevo Progreso” de Guadalajara, donde podría organizarse –las noches de viernes–un interesantísimo ciclo de novilladas.
Eloy no lo tuvo fácil porque enfrentó un novillo de Montecristo que resultó muy exigente, prácticamente desde que le dio un pinturero y ceñido quite por chicuelinas. Desde ese preciso instante caldeó los ánimos el incombustible Cavazos que demostró, por enésima ocasión, que el carisma es una cualidad muy importante para cualquier intérprete, y más todavía en un arte tan “vivo” como es el toreo.
Ya con la gente en el bolsillo, y tras brindar el gran Vicente Fernández, Cavazos siguió en la misma línea en una faena dinámica, variada, recia, por momentos arrebatada, pero de una entrega absoluta para llevar a buen puerto su cometido inicial.
Y aunque en determinados pasajes se vio apremiado por un novillo complicado, que
se revolvía sobre las manos, Eloy acabó imponiendo su singular experiencia. El pinchazo tendido que precedió a la estocada no fue impedimento para que le concedieran dos merecidas orejas, digno premio a una esforzada labor que le granjeó el grito de “¡torero, torero!”, una voz familiar que, seguramente, volvió a endulzar su oídos. No descarten por ahí que de pronto le pongan su dinero sobre la mesa y vuelva a vestirse de luces. Eloy por siempre... “Amén de los amenes”, que decía Juncal.
Por cierto, para los suspicaces, llamó la atención no ver en Tlaquepaque a Rafael Báez –su apoderado de toda la vida–, ni a su fiel escudero, Antonio Franco “El Tableao”. ¿Aires de cambio? Puede ser.
Al lado de Eloy, el rejoneador navarro también dio un gran espectáculo con dos toros de muy buena condición, ambos de la divisa de San Pablo, a la que le está sentando bien lidiar toros para rejones.
El ensabanado que salió en primer lugar fue de menos a más y terminó embistiendo con temple, ese mismo que Pablo imprimió a sus caballos en las distintas suertes que ejecutó en medio de la algarabía de un público muy receptivo.
En las dos faenas el navarro lució mucho sobre el caballo bayo, con el que ejecutó riesgosas piruetas, a centímetros de los pitones, y ligadas en un palmo de terreno. Y clavó banderillas largas y cortas con suma facilidad, entendido con mucha maestría los terrenos de un ruedo de reducidas dimensiones.
Al lado de los dos viejos lobos de mar, Joselito y El Payo hicieron un esfuerzo por agradar, siendo el novillo de Joselito menos propicio para ello porque terminó agarrado al piso y distraído.
Adame intentó hacerle bien las cosas pero la falta de transmisión del toro no con-
tribuyó al lucimiento del hidrocálido, y de paso, en un descuido, sufrió una fuerte voltereta de la que se levantó hecho un jabato para ver si con ello terminaba convenciendo a la nutrida concurrencia. Después de señalar un pinchazo colocó un fulminante volapié y cortó una oreja.
El Payo se encaró con un espectador que lo había estado hostigando a lo largo de una faena aceptable ante el novillo más potable de la noche, perteneciente al hierro de Medina Ibarra. Sólo en algunas series consiguió llevar embebido al novillo, con seguridad y mando, pero sin terminar de redondear una labor que fue premiada con una
San Pedro Tlaquepaque, Jal.- Plaza “El Centenario”. Festival benéfico. Lleno de “Agotado el boletaje” siguiente orden: Medina Ibarra (1o., 4o. y 5o.), desiguales en juego, de los que destacó el 5o. San Pablo 440, 460, 420, 445, 450 y 465 kilos. Antonio Lomelín: Silencio tras aviso. Pablo Hermoso de Mendoza
¡Lleno impresionante!
oreja tras haber matado de un pinchazo y una estocada en la que dio el pecho.
El novillero Antonio Lomelín le plantó cara al complicado ejemplar que abrió plaza y destacó en algunos ayudados en los que intentó llevar al de Medina Ibarra muy tapado, pues el novillo tendía a acostarse
mucho en el último tiempo de la suerte. La gente agradeció su actitud, pero en una noche de tanta responsabilidad se antojaba mayor entrega de su parte, si consideramos que detrás de él iban a salir al ruedo dos consumados maestros que atesoran una desmedida ambición, esa misma que los condujo a compartir la puerta grande.
Ficha boletaje” en noche despejada y con intermitentes ráfagas de viento. Novillos de distintas ganaderías en el Pablo (2o. y 6o.), buenos, el 2o. premiado con arrastre lento. Y Montecristo (3o.), complicado Pesos: Mendoza (oreja y dos orejas y rabo): Eloy Cavazos (dos orejas). Joselito Adame: Oreja. El Payo: Oreja