Diseño de Portada: Jorge Raúl Nacif Goddard.
Dedicatorias
Para:
Don Raúl Goddard Solórzano + y Aurora Navarro Zarazúa, mis suegros y taurinos.
Marcela Goddard Navarro, quien, para verla en 1981, me obligo a ir a los toros, regalándome una experiencia jamás vivida en aquellos años.
Todos los cronistas, periodistas y fotógrafos taurinos que se la juegan en cada corrida, no sólo en la plaza de toros sino fuera de ella enfrentando al antitaurino.
Tulio Hernández Gómez+, jefe y amigo incondicional, taurino de excelencia.
Matador Manolo Mejía, sus atenciones para mi hijo Jorge Raúl, cuando era un niño, fueron expresiones dignas de un gran ser humano.
Matador Don Armando Tovar (El Ratón) por todo lo que me enseñó del arte taurino, obligándome a quedarme en la cara de los becerros.
A mi cronista favorito.
A mi escritora predilecta.
……………………………..................................…. 3
9
I.- Breves datos Geopolíticos e Históricos de la ciudad de México 1521 – 1970 …..............................….11
II.- Breves datos históricos sobre la tradición de “correr toros” en la Ciudad de Méxco..........................................…20
Datos sobre ganaderías de reses bravas en la Nueva España……………………………………………………................…...23
Datos sobre plazas de toros en la capital de la Nueva España en el siglo XVIII……………………………......................29
Las Fiestas Reales y la Plaza de Toros del Volador ..............34
Una Plaza de Toros permanente en la Ciudad de México.... 37
Datos de algunas corridas de toros en la Capital del Virreinato de la Nueva España………………………............…...44
Corridas de toros en honor de los Virreyes Segundo Conde de Revilla Gigedo 98 y de José de Iturrigaray......................52
Datos sobre el siglo XIX, el México Independiente y la tradición de “correr toros” en la Ciudad de México .……...…57
Algunos datos sobre la reglamentación Taurina en la Ciudad de México de 1778 a 1908 ………………………......................…71
III.- Anexo fotográfico…………..............................…………. 86
IV.- Bibliografía……………………................................……… 102
Registro Público del Derecho de Autor. INDAUTOR
Número de Registro: 03-2024-081310061800-01
Prólogo
La tauromaquia no se circunscribe a lo que sucede entre un toro y un torero en el ruedo de una plaza, sino que se trata de una expresión cultural que empapa diversos aspectos de la sociedad y cuyo desarrollo en México se vio enmarcado por un sincretismo que dio origen a una manera muy particular de sentir y de vivir.
Es por ello que esta obra viene a ser un documento referencial para conocer los orígenes de la tauromaquia mexicana y la forma en la que fue enclavándose como parte de las costumbres de los pueblos mesoamericanos. En efecto, el rito del toreo es de orígenes europeos, pero en México adquirió rasgos que lo han convertido en una tradición muy nuestra.
Y aunque el foco informativo de Noticias Taurinas es la Ciudad de México, el desarrollo del toreo en nuestro país no podría entenderse sin la punta de lanza que siempre ha representado la capital. Desde aquella primera corrida de toros, celebrada en 1526, la tauromaquia mexicana ha tenido a esta gran ciudad como base y sustento de todo lo que sucede en el territorio nacional.
Así como resulta fundamental comprender las bases de los primeros festejos en México, lo es también conocer el surgimiento de las primeras plazas de toros en la capital y la importancia que fueron adquiriendo con el paso de los años. Aunque hoy en día la actividad taurina se limita a la Plaza México y al Restaurante Arroyo, hubo épocas donde coexistieron varios escenarios taurinos de importancia. Es por ello que el libro hace alusión a esos cosos y, al mismo tiempo, las noticias taurinas referenciadas en este libro nos hacen caer en la cuenta de que el toreo en nuestra nación no es un tema baladí, sino que a lo largo de los siglos ha formado parte del estilo de vida de la sociedad mexicana y tuvo una relevante trascendencia en la evolución política y económica del país.
Dr. Jorge Nacif Mina
No debemos soslayar lo interesante que resulta el recorrido que hace el autor por las primeras ganaderías de bravo fundadas por estos lares, conocimiento y crecimiento campero que tuvo como buque insignia a la vacada mexiquense de Atenco, que, a la sazón, es la más antigua de todo el mundo, en cuanto a que todavía sigue en pie.
Un tema por demás polémico siempre ha sido el reglamento taurino y el hecho mismo de que la Fiesta haya sido históricamente no solo regulada por el gobierno, sino también presidida y sancionada por el mismo. No hay que olvidar que los jueces de plaza -en México- y los presidentes -en España- son representantes de la autoridad gubernamental. Dada la importancia de la normatividad del espectáculo, el autor nos presenta también un recorrido por los diferentes reglamentos taurinos que han tenido vigencia en la Ciudad de México a lo largo de los siglos.
Destacan también en la obra algunos informes clave para entender las tardes de toros referenciales en la Ciudad de México, tanto en la etapa virreinal como en la contemporánea época independiente. El conjunto, por lo tanto, estamos ante una publicación muy completa y que nos ofrece un panorama histórico de la tauromaquia mexicana.
Para finalizar, es menester señalar que el punto diferencial de este libro es que todo lo presentado tiene como base a las reseñas documentales. No en balde, Jorge Nacif Mina es uno de los grandes archivistas de este país y ahora se anima finalmente a dar el paso para presentar una contribución dentro del ámbito taurino, que desde hace muchos años ha representado una inmensa afición en su vida.
Mtro. Jorge Raúl Nacif Goddard 1
1 Licenciado en Comunicación, Periodista Taurino y Maestro en Desarrollo Humano.
Introducción
¿Por qué tratar de hacer un recorrido histórico sobre un espectáculo tan maltratado en los últimos años? Simplemente porque existen expedientes testimoniales resguardados en el Archivo Histórico de la Ciudad de México y en el Archivo General de la Nación que forman parte de la memoria y patrimonio histórico documental de México.
No me considero un especialista en la materia, ni mucho menos; soy un simple aficionado. Sin embargo, al tener 42 años custodiando y defendiendo los archivos mexicanos, la única forma que he encontrado para revalorar la tauromaquia es conociendo la ruta histórica que ha tomado desde aquel ya lejano 24 de junio de 1526, vez primera de una corrida que se llevó a cabo en nuestra historia mexicana, como quedó registrado en la “Quinta Carta de Relación” de Hernán Cortés al Rey de España.
Este recorrido histórico se desarrolla en la Ciudad de México, razón por la cual el primer apartado es sobre ciertos datos geopolíticos e históricos de 1521 a 1970, por lo cual he intentado dejar información verídica y testimonial sobre el escenario que fuera la capital de la Nueva España y del México Independiente.
Dar información sobre cómo fue el desarrollo de la Gran Capital desde la distribución de sus barrios, cuarteles mayores y menores, evolución en la traza de calles y la forma de sus administración y gobierno municipal, ayudará al lector a conocer e identificar cada lugar y momento de la evolución de la tauromaquia y, al mismo tiempo, difundir la historia misma de la Ciudad de México, un poco olvidada en la actualidad.
En el segundo apartado analizaremos la tradición de correr toros en la Ciudad de México desde el primer contacto conocido o registrado, las ganaderías, plazas de toros, corridas y reglamentación.
Dr. Jorge Nacif Mina
Se consultaron a varios autores y especialistas en la materia y se dan a conocer algunos expedientes, carteles y planos que forman parte de los testimonios taurinos, triunfos y fracasos de toreros, construcción de plazas y evidencias históricas, hechos consumados que forman parte de la historia, esa que nunca podrán quitarnos porque es parte de la Memoria Histórica Documental y Patrimonio de la Nación Mexicana.
El autor
Breves datos geopolíticos e históricos de la Ciudad de México 1521 a 1970.
Para poder indagar sobre la fiesta brava en la Ciudad de México, se requiere tener información sobre el escenario en donde se desarrolló en la Nueva España y en el México Independiente, razón por la cual elaboramos este breve texto sobre lo ocurrido en el plano taurino en la capital del país.
Pues bien, al iniciar la vida colonial en América los españoles conquistadores trazaron las nuevas ciudades según los sistemas utilizados en Europa; sobre todo de la región de Andalucía. Fueron dos tipos de traza los utilizados: la denominada cuadrícula que se empleaba en terrenos planos, y la traza irregular usada en sitios montañosos.
“Montones de cadáveres, edificios desmoronados, desolación y muerte después del memorable 13 de agosto de 1521. En consecuencia, no pudieron los conquistadores instalarse luego en la vieja capital, resolviéndose Cortés a retirarse a la cercana Villa de Coyoacán, empero, como lo hizo al fundar la Villa Rica de la Vera Cruz, también repitió la modalidad en este caso: nombró ayuntamiento que legalizara los actos de su gobierno, quedando designadas las primeras Autoridades, y después existió la Ciudad”.2
En realidad a Hernán Cortés se le debe la fundación de la Ciudad de México sobre los escombros de la destrozada Tenochtitlan, 3 aún en contra del parecer de sus capitanes; por razones de conveniencia y de visión política y militar, ya que no estaban los grupos naturales aplacados en su totalidad y, así como los hispanos sitiaron la ciudad mexica, así los vencidos podrían 2 Galindo y Villa, Jesús.- Historia Sumaria de la Ciudad de México. Editorial Cultura. México 1925. Página 92.
3 Tenochtitlan sin acento, es el sonido del náhuatl.
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hacerlo con los conquistadores al buscar recuperar su capital y su dignidad. Por esas razones a Cortés se le atribuye el título de fundador de la Ciudad de México.
Alonso García Bravo, con la ayuda de Bernardino Vázquez de Tapia y por orden de Cortés, realizó la traza de la ciudad. Se intentaba resolver el problema urbano de convivencia entre españoles e indígenas, propiciando cierta protección y la evangelización. La ciudad Española (República de Españoles) quedó en el centro limitada por sus canales y unida a tierra firme por la calzada de Tlacopan (Tacuba); afuera de dicha división quedaban los indios (República de Indios).
Es importante manifestar que fueron conservados los barrios indígenas a los cuales se les bautizó, por los Franciscanos, con nombres cristianos, aunque formando una dualidad en la denominación: San Juan Moyotla, San Pablo Zoquipan, Santa María Cuepopan y San Sebastián Atzacoalco. Sin olvidarnos de Santiago Tlatelolco. La figura de la traza quedó en un cuadrángulo ligeramente trapezoidal en el lado norte, que seguía los cursos de las actuales calles de Perú y Peña y Peña. El límite al oriente eran las actuales calles de Leona Vicario, la Santísima, Alhóndiga y Roldán; el límite sur eran las actuales calles de San Pablo y San Jerónimo; el límite oeste, San Juan de Letrán, conocida hoy como Eje Central Lázaro Cárdenas. De acuerdo con el plano de Antonio García Cubas, a mediados del siglo XVI la ciudad de México contaba con 100 manzanas y 8 acequias. 4
Con la interpretación que Justino Fernández realizó al plano de la Ciudad de México acreditado a Alonso de Santa Cruz, con respecto a la descripción de las calzadas y calles de la ciudad en el siglo XVI, podemos expresar que las dos calzadas principales norte-sur y este-oeste se cruzaban precisamente en lo que hoy en día es la esquina de las calles de Argentina y Guatemala, el antiguo centro Coatepantli, y el ángulo suroeste 4 La Enciclopedia de México. Tomo 8°, página 505.
del templo de La calzada que iba al Tepeyac partía del costado poniente de la Plaza Mayor y continuaba por lo que hoy en día son las calles de Brasil, Peralvillo y Calzada de Guadalupe. Explica Justino Fernández que, además de esas calles o calzadas, se distinguen en el plano de referencia la que limitaba la traza al sur, partiendo de San Pablo y terminando en Chapultepec.
Las calles que se conocieron como de San Juan de Letrán y hoy las recorremos con el nombre de Eje Central Lázaro Cárdenas, limitaban la traza por el poniente y venían desde el Pedregal de San Ángel, por lo que fue la calzada del Niño Perdido para continuar más al norte por Santa María la Redonda hasta Tlatelolco.
Siguiendo el trabajo de Justino Fernández con respecto al plano que comentamos, observamos que: aunque no tan claras y precisas como las anteriores, puede verse otras calles dentro de la traza ya perfectamente alineadas y que se identifican de la manera siguiente:
Calles de oriente-poniente, nombrándolas de norte a sur, empezando desde el frente de la iglesia de Santo Domingo:
- Belisario Domínguez y República de Venezuela, estas calles a mediados del siglo XIX se llamaban de la Cervantana, de la Perpetua, de Santo Domingo y de San Lorenzo.
- República de Cuba, González Obregón y San Ildefonso, las que se llamaron de Monte Pío Viejo, de San Ildefonso, de la Encarnación, de Medinas, del Águila y callejón de Dolores.
- Donceles y Justo Sierra, estas calles se llamaron de Santa Teresa, de Chavarría, de Montealegre, de Cordobanes, de los Donceles, de la Canoa y de San Andrés.
Las calles al sur de la calzada de Tacuba son:
- La de Francisco I. Madero que se llamó Plateros y San Francisco.
- Las de 16 de Septiembre que se llamaron de Tlapaleros y del
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Coliseo Viejo, y se interrumpían en el convento de San Francisco.
- Las de Venustiano Carranza, calles que se llamaron de las Rejas de Balvanera, de San Bernardo, de Capuchinas, de la Cadena y de Zuleta.
- Las de República de Uruguay, llamándose de Don Juan Manuel, de San Agustín, de Tiburcio y de Ortega.
En cuanto a las calles de norte-sur además de las principales ya enumeradas, se observan en la traza de la ciudad:
- Correo Mayor, que se llamaron de Correo Mayor, Indio Triste y del Puente de San Pedro y San Pablo.
- Isabel la Católica y República de Chile, calles que se llamarón del Ángel, del Espíritu Santo, de San José del Real, de Manrique, del Esclavo y de la Pila Seca.
Como es de pensarse, se dieron muchos otros cambios en la organización geopolítica del Distrito Federal, según lo marca el decreto del 16 de febrero de 1854, firmado por Antonio López de Santa Anna, dejando entre sus límites la formación: “… al norte, hasta el pueblo de San Cristóbal Ecatepec; al noroeste, Tlalnepantla; al poniente los Remedios, San Bartolo y Santa Fe; al suroeste, desde el límite oriente de Huisquilucan, Mixcoac, San Angel y Coyoacán; por el sur, Tlalpan; por el sureste, Tepepan, Xochimilco e Iztapalapa; por el oeste, el Peñón Viejo y entre este rumbo y el noreste y norte, hasta la medianía de las aguas del lago de Texcoco”. 5
En ese mismo decreto se dio la división territorial del Distrito Federal en “Ocho Prefecturas Interiores”, correspondientes a los ocho cuarteles mayores de la Ciudad de México y en tres prefecturas exteriores, siendo la de Tlalnepantla al norte, la de Tacubaya al occidente y la de Tlalpan al sur.
Otros cambios se generaron a partir del 6 de mayo de 1861, 5 Decreto del 1|6 de febrero de 1854, en Dublán y Lozano. Tomo VII páginas de la 49 a la 51.
cuando otro decreto dio al Distrito Federal la siguiente división política:
“ I.- Municipalidad de México 6
II.- Partido de Guadalupe Hidalgo.
III.- Partido de Xochimilco.
IV.- Partido de Tlalpan.
V.- Partido de Tacubaya”.
En el decreto, que fue publicado por el Gobernador del Distrito Federal, Miguel Blanco, se señalaban las villas, poblaciones y barrios que correspondían a cada demarcación. 7
Así, a partir del 5 de marzo de 1862, la división territorial del Distrito Federal quedó de la siguiente manera:
“I.- Municipalidad de México.
II.- Partido de Guadalupe Hidalgo, con las municipalidades de Guadalupe Hidalgo y Atzcapotzalco.
III.- Partido de Xochimilco, con las municipalidades de Xochimilco, Tulyehualco, Tláhuac, San Pedro Atocpan, Milpa Alta y Hastahuacán.
IV.- Partido de Tlalpan, con las municipalidades de Tlalpan, San Angel, Coyoacán, Iztapalapa e Iztacalco.
V.- Partido de Tacubaya, con las municipalidades de Tacubaya, Tacuba, Santa Fe y Mixcoac”. 8
Años después, con la Restauración de la República y la derrota de los conservadores, caída del Imperio de Maximiliano 9 y entrada
6 Se refiere al territorio de la antigua Ciudad de México.
7 Boletín Oficial del Consejo Superior de Gobierno, página 200.
8 Ibidem.
9 El 29 de octubre de 1864, el Ayuntamiento de México informó a la población de la ciudad que el Emperador Maximiliano y su esposa entrarían a la Capital el día 30 de octubre a las 10 de la mañana, Instilándose el Imperio, destituyendo a los Poderes Federales y por ende desapareciendo al Distrito Federal.
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de Benito Juárez a la ciudad de México el 15 de julio de 1867, se retomó la división territorial del 5 de marzo de 1862, misma que permaneció intacta hasta el 31 de diciembre de 1899, en pleno Porfiriato.
Según el censo de población levantado el 29 octubre de 1900, la división política del Distrito Federal era la siguiente:
“I.- Municipalidad de México.
II.- Distrito de Atzcapotzalco:
Municipalidad de Atzcapotzalco
Municipalidad de Tacuba.
III.- Distrito de Coyoacán:
Municipalidad de Coyoacán.
Municipalidad de San Ángel.
IV.- Distrito de Guadalupe Hidalgo:
Municipalidad de Guadalupe Hidalgo.
Municipalidad de Iztacalco.
V.- Distrito de Tacubaya:
Municipalidad de Tacubaya.
Municipalidad de Mixcoac.
Municipalidad de Cuajimalpa.
Municipalidad de Santa Fe.
VI.- Distrito de Tlalpan:
Municipalidad de Tlalpan.
Municipalidad de Iztapalapa.
VII.- Distrito de Xochimilco.
Municipalidad de Xochimilco.
Municipalidad de Milpa Alta.
Municipalidad de Tlaltenco.
Municipalidad de Aztahuacan. 10
Municipalidad de Tulyehualco.
Municipalidad de Ostotepec. Municipalidad de Mixquic.
Municipalidad de Atocpan. 11
Municipalidad de Tlahuac. 12
Solamente 3 años después, en 1903, la Ley de Organización Política y Municipal del Distrito Federal, 26 de marzo de ese año, dividió el territorio en 13 municipalidades, las que fueron: México, Guadalupe Hidalgo, Atzcapotzalco, Tacubaya, Tacuba, Mixcoac, Cuajimalpa, San Ángel, Coyoacán, Tlalpan, Xochimilco, Milpa Alta e Iztapalapa. 13
Con base en la Constitución Política de 1917, el Distrito Federal siguió la división en esas 13 municipalidades, y se modificó hasta 1924 en que se creó la municipalidad General Anaya.
En el mes de diciembre de 1928, en el Congreso de la Unión, se reformó el Artículo 73, fracción VI, de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, dando nuevas bases para la organización política y administrativa, suprimiendo el sistema municipal y la gubernatura del Distrito Federal, encomendándole el gobierno del mismo al Presidente de la República “… quien lo ejercerá por conducto del órgano que determine la ley respectiva”.14 Ese órgano de gobierno se denominó Departamento del Distrito Federal.
Las facultades de decisión y ejecución de ese nuevo órgano 10 Se respeta la ortografía del documento.
11 Muchas de las municipalidades hoy en día pertenecen a Hidalgo, Morelos o Estado de México.
12 Censo de Población del 29 de octubre de 1900.
13 Óp. cit. Dublán y Lozano. Tomo XXXV, páginas de la 336 a la 357.
14 La ley a que se refiere fue “La Ley Orgánica del Distrito y Territorios Federales, aprobada en diciembre de 1928 y entrando en vigor en 1929.
de gobierno fueron encomendadas a un funcionario nombrado directamente por el Presidente de la República, al que llamaron: “Jefe del Departamento del Distrito Federal”.
Analizando un poco la Ley Orgánica de referencia, podemos observar que se establece que el territorio del Distrito Federal se dividiría en “… un Departamento Central y trece Delegaciones Políticas”; “que el Departamento Central estará formado por las que fueron municipalidades de México, Tacuba, Tacubaya y Mixcoac”; que “Las trece delegaciones serán: Guadalupe Hidalgo, Atzcapotzalco, Iztacalco, General Anaya, Coyoacán, San Ángel, La Magdalena Contreras, Cuajimalpa, Tlalpan, Iztapalapa, Xochimilco, Milpa Alta y Tlahuac”. 15
Otra reforma a la Ley Orgánica del Departamento del Distrito Federal se generó el 31 de diciembre de 1941, derogándose la de 1928 y presentando cambios en la división territorial. Veamos cómo se dieron esos cambios:
El artículo octavo de esa nueva Ley Orgánica manifestó que el distrito Federal se dividía en:
“a).- En la Ciudad de México. 16
b).- En las Delegaciones que serán: Villa Gustavo A. Madero, Atzcapotzalco, Iztacalco, Coyoacán, Villa Álvaro Obregón, La Magdalena Contreras, Cuajimalpa, Tlalpan, Iztapalapa, Xochimilco, Milpa Alta y Tlahuac”. 17
Podemos observar que para 1941, el territorio que se había denominado sede del Departamento Central, se le llamó Ciudad de México, despareciendo la Delegación General Anaya, cuyo territorio se anexó a la Ciudad de México, así quedaron 12
15 Ley Orgánica del Distrito y Territorios Federales 1928.
16 A lo que en 1928 llamaron Departamento Central, para 1941 le denominaron “Ciudad de México”, nombre histórico que se había destituido durante 12 0 13 años
PARA EL Distrito Federal, y aunque su territorio no fue el mismo del antiguo Municipio de México, si se consideraba la Capital.
17 Ley Orgánica del Departamento del Distrito Federal, publicada en el Diario Oficial de la Federación el 31 de diciembre de 1941.
delegaciones en el Distrito Federal. 18
Esa división territorial en el Distrito Federal se conservó hasta diciembre de 1970; 19 esto significa que todos los que nacimos en el Distrito Federal hasta antes de 1964, conocimos una ciudad de México que fue capital del Distrito Federal. Recuerde usted querido lector sus clases de geografía política de la escuela primaria o secundaria, cuando nos enseñaban: “La Capital de la República Mexicana es el Distrito Federal, y la Capital del Distrito Federal es la Ciudad de México”.
18 Ibidem.
19 Una de las reformas significativas que se observa en el Capítulo II, de la Ley Orgánica del Distrito Federal de 1970, es la que establece que: “El Distrito Federal o Ciudad de México se divide, para los efectos de esta ley y de acuerdo a sus características Geográficas, Históricas, Demográficas, Sociales y Económicas en 16 Delegaciones…”, mismas que conocemos en la actualidad, lo que fue ciudad de México se dividió en las Delegaciones: Miguel Hidalgo, Benito Juárez, Cuauhtémoc y Venustiano Carranza.
Breves datos históricos sobre la tradición de “correr toros” en la Ciudad de México
El primer contacto taurino registrado o conocido en la Ciudad de México
El historiador Nicolás Rangel ha informado que la primera corrida de toros que se verificó en México fue el 13 de agosto de 1529, en conmemoración en honor de San Hipólito, fecha en que fue conquistada la Gran Tenochtitlan por los españoles liderados por Hernán Cortés; aunque el mismo historiador hace referencia que un año antes se había intentado. 20 En realidad en sesión de cabildo del Ayuntamiento de México celebrada el 11 de agosto de ese 1529, no sólo se ordenaba que se llevara a efecto una corrida de toros, sino que se realizara todos los años en esa misma fecha, el acta dice:
“… de aquí en adelante, todos los años por honra de fiesta del señor San Hipólito, en cuyo día se ganó esta ciudad, se corran 7 toros y que de ellos se maten 2 y que se den por amor de dios, a los menesterosos y que en la víspera de esta fiesta…” 21
Reflexionando en torno del acta de referencia, no podemos corroborar que en realidad la corrida del 13 de agosto haya sido la primera en la historia de México; menos aún, cuando en la sesión de Cabildo del 31 de julio del año de 1528, a cuatro años y cuatro meses del establecimiento del Ayuntamiento, en la misma ciudad de México, el entonces Tesorero y Gobernador Alonso de Estrada, y los miembros del Cabildo, determinaron que para las fiestas de San Juan, Santiago, San Hipólito, y de Nuestra Señora de los Ángeles, se corrieran toros en la ciudad. 22
20 Rangel, Nicolás. Historia del Toreo en México, época Colonial. 1529 – 1821. Primera edición de Editorial Cosmos, México 1980.
21 Actas de Cabildo Impresas. 630ª Archivo Histórico de la Ciudad de México, Fondo del Ayuntamiento de México.
22 Actas de Cabildo Impresas. 620ª. Fondo Documental Ayuntamiento de México. AHCM.
Es natural que la diferencia de datos cause un poco de polémica al tratar de tener noticias sobre cuándo se da el primer contacto taurino en México, dato importante para este trabajo ya que se fundamenta en que los conquistadores, junto con su idioma y religión trajeron, a lo que se conoció como América, sus usos y costumbres, entre estos últimos la celebración de corridas de toros. 23
Pero el asunto no queda ahí, otro historiador, aficionado a la fiesta brava, José de J. Núñez y Domínguez, manifiesta que en la obra “Efemérides nacionales o narración anecdótica de los asuntos más culminantes de la Historia de México”, escrita por Ricardo Pérez, miembro de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, en el año de 1904, se publicó que:
“El famoso espectáculo de los toros, tan de boga en estos tiempos, era desconocido por los antiguos mexicanos, hasta que los mismos conquistadores lo introdujeron en el país; y la primera de que se hace recuerdo verificóse el día 24 de junio de 1526, el día de San Juan, para solemnizar con aquella fiesta, netamente española, el regreso de Hernán Cortés de su viaje a las Hibueras… 24
El testimonio documental anterior nos muestra otra posible fecha para registrar la primera corrida de toros en México; este dato es más preciso que el que Nicolás Rangel establece, ya que se fundamenta en otra evidencia documental histórica, en la V Carta de Relación que el propio Hernán Cortés escribió a Carlos V narrando su viaje a las Hibueras, en una parte de la carta le informa al Rey que:
“Otro día, que fue de San Juan, como despaché este mensajero, llegó otro, estando corriendo ciertos toros y en regocijo de cañas y otras fiestas y me trajo una carta del dicho juez y otra de vuestra sacra majestad, por las cuales supe a lo que venía y cómo vuestra
23 Medina de la Serna, Daniel. El Toreo en la Nueva España. Bibliófilos Taurinos de México, A.C. México 1977, página24.
24 Núñez y Domínguez, José de J. Historia y Tauromaquia Mexicanas. Editorial Botas. México 1944, página 13.
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sacra majestad era servido de mandarme tomar residencia del tiempo que vuestra alteza ha sido servido que yo tenga el cargo de la gobernación de esta tierra y de verdad yo holgué mucho, así por la inmensa merced que vuestra majestad sacra me hizo en querer ser informado de mis servicios y culpas, como por la benignidad con que vuestra alteza en su carta me hacía saber su real intención y voluntad de hacerme mercedes. Y por lo uno y por lo otro cien mil veces los reales pies de vuestra católica majestad beso y plega a Nuestro Señor sea servido de hacerme tanto bien, que yo alguna parte de tan insigne merced pueda servir y que vuestra majestad católica para esto conozca mi deseo; porque, conociéndolo, no pienso que era chica parte de paga”. 25 Efectivamente, si tomamos los testimonios documentales como hechos verídicos, podríamos pensar que en ambos casos se tuviera razón; sin embargo, al consultar la obra Monarquía indiana del fraile Franciscano Juan de Torquemada, podemos leer en su capítulo V del libro “V” en que dice, refiriéndose a la llegada del Juez de Residencia Ponce de León, “… esta nueva se le dio a Cortés en San Francisco, después de haberse confesado y comulgado, y la recibió con buen ánimo; y estando el día de San Juan viendo correr toros, llegaron los dos mensajeros que el pesquisidor o visitador le enviaba con las cartas de su venida…”. O también podríamos consultar el libro Historia de la conquista de Nueva España del que fuera capellán de Cortés, Francisco López de Gómara, y quien escuchó decir al propio Don Hernán el relato de sus hazañas, escribió en su obra que “Cortés estaba en Francisco confesado y comulgado, cuando recibió este despacho (la llegada del visitador Ponce de León), y ya había hecho otros alcaldes y prendido a Gonzalo de Ocampo y a otros bandoleros del factor (...) dos o tres días después que fue San Juan, del año de 1526, estando corriendo toros en México, le llegó otro mensajero con cartas del Luis Ponce …”
Como lo establece Don José J. Núñez y Domínguez, en su Historia
25 Quinta Carta de Relación de Hernán Cortés. Cartas de Relación. Hernán Cortés. Editorial Porrúa. Colección Sepan Cuántos No. 7. Primera edición, México 1960.
y Tauromaquia Mexicanas, podemos afirmar que “Como se ve por los anteriores relatos es enteramente seguro que la primera corrida de toros que se efectuó en México fue el día de San Juan (24 de junio) de 1526, en que la ciudad entera ardía en festejos de todo linaje, según lo cuenta el cronista soldado Bernal Díaz del Castillo”.
Breves datos sobre las ganaderías de reses bravas en Nueva España.
Muy importante es conocer el origen de las reses bravas en México; sin embargo, esta investigación no traerá ningún dato nuevo, tal vez sólo refrescará la información que hace ya algún tiempo fue publicada por varios especialistas, de los que podemos mencionar a Don Manuel Fernández de Velasco con el texto “Cortés y el inicio de la ganadería”; a Don Daniel Medina de la Serna con el libro El Toreo en la Nueva España y a Don Enrique Guarner con su Historia del Toreo en México.
Con estos autores intentaremos recrear algunas noticias sobre las ganaderías que se desarrollaron en México, ya que hondas raíces tiene en estas tierras “la crianza de reses bravas y las corridas de toros” y se dice que desde aquel 11 de agosto de 1529, treinta y seis meses después de que se celebrara la primera corrida en la recién fundada ciudad, el Cabildo de la misma instituyó oficialmente se corrieran tres toros cada 13 de agosto, día de San Hipólito, para celebrar la caída de Tenochtitlan y el triunfo hispano que permitió la fundación de la ciudad española. 26 Así y desde aquella fecha empezaron a celebrarse corridas de toros varias veces al año tomando como motivo algún acontecimiento importante.
Como dato más importante que curioso, nos dice Don Manuel Fernández de Velasco que los “los indios empezaron a aficionarse a lidiar toros bravos, tuvieron que conformarse con ejecutar
26 Fernández de Velasco, Manuel. “Cortés y el inicio de la ganadería”, pagina 93, en Cortés, Navegante, arquitecto, economista y literato. Patronato del V Centenarios de Cortés A.C., 1992.
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sus faenas en el campo, sobre todo cuando se hacía el rodeo o herradero”.
Se dice de un tal Juan de Peralta, vecino de la ciudad de México, y pariente de Hernán Cortés que entre los años de 1575 y 1580, escribió un libro, redactado en España, de albeitería, 27 en el cual narraba que “… la multiplicación en la Nueva España del ganado de lidia fue increíble. Toros no se encerraban en las fiestas menos de setenta y ocho, que los traían de los chichimecas, escogidos y bravísimos”. 28
Hablando de ganaderías, del decir de los conocedores aquí citados, para el año de 1554 “se encontraba bien multiplicada la más célebre de todas las ganaderías bravas de aquel entonces, la de Atenco”. Daniel Medina de la Serna nos instruye que “…ha sido durante mucho tiempo lugar común, una cita inevitable, típica y tópica, al tratar de estos asuntos, es recordar que fue el Licenciado Juan Gutiérrez Altamirano, primo, apoderado y veedor de Hernán Cortés (…) quién trajo a esta Nueva España los primeros toros bravos, fundando así la primera ganadería brava mexicana (…) en el Valle de Toluca, con más precisión en el pueblo de Calimaya…”. 29
Se cuenta, que el pie de cría de la ganadería de Atenco inició en 1552, fueron doce pares de toros y vacas bravas importadas de las dehesas Navarra (Carraquiri) que producían toros pequeños de codicia ligera y fácil, en oposición de los castellanos de gran alzada, poder y dureza. 30
Es posible que se hubieran formado cruzas improvisadas con reses de casta, ya que se propagó y multiplicó el ganado bravío en la región de Toluca y se multiplicaron ganaderías de reses bravas por lo que, a finales del siglo XVI, abundó el ganado bravo en lo
27 La Real Academia de la Lengua Española define: Albeitería de Albéitar: F. Veterinaria.
28 Ídem. Página 93.
29 Medina de la Serna, Daniel. El toreo en la Nueva España. Bibliófilos Taurinos de México A.C. Primera edición. México 1997. Página 6.
30 Óp. Cit. Fernández Velasco, Manuel, página 94.
que hoy en día son los Estados de México, Michoacán, Querétaro, Zacatecas, Guanajuato y Tlaxcala.
Pero aún las dudas saltan por todas partes sobre el asunto, por ejemplo: el tratadista Pedro Romero Solís, en su estudio “El papel de la nobleza en la invención de las ganaderías de reses bravas”, publicado en el libro Arte y Tauromaquia, 31 manifiesta que “… la ganadería brava tal y como la conocemos hoy, es un invento sevillano del siglo XVIII”.
Podríamos seguir la discusión académica consultando el libro La Vida Cotidiana en la América Española en tiempos de Felipe II, de George Baudot, en el que se revela que la aparición del ganado y, por ende, de las ganaderías habían sido la gran innovación de los españoles en los campos del que se llamó el Continente Americano.
En la misma obra citada se manifiesta que las primeras reses fueron traídas de Santo Domingo, capital de las Indias en 1502, o de Cuba antes de que llegaran de España; se explica que a Santo Domingo fueron llevadas un poco después del segundo viaje de Cristóbal Colón y se reprodujeron rápidamente. El propio Baudot explica que “… en suma, todo comenzó en Santo Domingo, a la vez escala y bastión, remplazado después por Cuba”. 32
Sobre este asunto es necesario recordar a Enrico Martínez, quien en su obra Repertorio de los Tiempos e Historia de Nueva España, de 1606, manifiesta que en 1493 llegaron ganados para casta y pie de simiente a las Antillas; esta idea nos permite reflexionar sobre si no serían de ahí, de las Antillas, de donde el Licenciado Gutiérrez Altamirano, que fue Gobernador de Cuba, traería esas primeras reses para fundar la de Atenco.
En fin, según los datos históricos recopilados, podríamos
31 Romero Solís, Pedro. “El papel de la nobleza en la invención de las ganaderías de las reses bravas”. En Arte y Tauromaquia. Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Páginas 6 y 7.
32 Baudot, George. “La Vida Cotidiana en la América Española en Tiempos de Felipe II”. Página 9.
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mencionar también la fundación en el siglo XVI, por Vasco de Quiroga, la de San Nicolás Parangueo, en el Valle de Santiago, hoy Guanajuato, con reses criollas; se ha dicho también que en 1556 se trajeron a México reses de Navarra para cruzarlas. 33
Para poder cerrar este apartado, reproduciremos un trabajo denominado “Antiguas ganaderías mexicanas hasta 1910”, publicado en la obra de Enrique Guarner: Historia del Toreo en México. 34
Ganaderías Mexicanas
Atenco:
Antigüedad: 1522.
Origen: casta Navarra y Saltillo.
Localización: Estado de México.
Fundador: Juan Gutiérrez Altamirano – después Familia Barbabosa.
Guanamé:
Antigüedad: 1810.
Origen: reses de Salamanca no certificadas.
Localización: San Luis Potosí.
Fundador: Conde de Gálvez – después el Dr. A. Hernández Soberón.
Cazadero:
Antigüedad: 1854
Origen: vacas de Contadero con sementales de Miura, Concha y Sierra, Anastasio Martín y Arribas.
Localización: Hacienda del Contadero.
Fundador: José M. de la Peña.
33 Óp. Cit. Romero Solís, Pedro. Página 65.
34 Guarner, Enrique. Historia del Toreo en México. Editorial Diana. México 1979.
San Nicolás Peralta:
Antigüedad: 1898
Origen: Procede de Cazadero a la que se añadió sangre de Ibarra y Saltillo. Localización: Hacienda de San Nicolás de Peralta, cerca de Tequisquiapan.
Propietario: Ignacio de la Torre y Mier.
San Diego de los Padres:
Antigüedad: 1859.
Origen: vacas criollas y Marqués de Saltillo e Ibarra.
Localización: Valle de Toluca.
Propietario: Familia Barbabosa.
Santín:
Antigüedad: 1865
Origen: vacas Criollas y Marqués de Saltillo; posteriormente cruza con sementales de San Diego de los Padres.
Localización: Valle de Toluca.
Propietarios: Hermanos Barbabosa.
Venadero y Cienaguilla.
Antigüedad: 1886.
Origen: vacas criollas y sementales de dudosa procedencia. A partir de 1900 toros de Campos Varela.
Localización: Estado de México.
Propietario: José María Dosamentes Rul.
Parangueo.
Antigüedad: 1888.
Origen: Toros salvajes que por aislamiento se volvieron fieros.
Localización: Hacienda de Parangueo, Guanajuato.
Propietario: Nicolás del Moral.
Tepeyahualco.
Antigüedad: 1896.
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Origen: San Cristóbal de la Trampa y sementales de Anastasio Marín y Marqués de Saltillo. Se trajeron, con posterioridad Murubes, más tarde un nueva cruce con Saltillo.
Localización: Hacienda de Tepeyahualco, en Tlaxcala.
Fundador: José María Pavón y después Alberto Pares y Manuel Fernández del Castillo.
Piedras Negras.
Antigüedad: 1890.
Origen: Tepeyahualco, al que se agregó un toro sobrero de la corrida de Don Pablo Benjumea. Después se trajeron nuevos sementales de Murube y de Marqués de Saltillo.
Localización: Tlaxcala.
Propietario: Wiliulfo González y sucesores.
La Laguna.
Antigüedad: 1908.
Origen: Mismo que la de Piedras Negras. Localización: Tlaxcala a 7 kilómetros de Piedras Negras.
Propietario: ¿Wiliulfo González?
Zotoluca.
Antigüedad: 1908.
Origen: Tepeyahualco, de la que se toma el hierro.
Localización: Tlaxco, Tlaxcala.
Propietario: Rubén Carvajal.
Sinkehuel.
Antigüedad: 1896.
Origen: vacas criollas y Murubes; finalmente, en 1926, San Mateos.
Localización: Maxcanú, Yucatán.
Fundador: Antonio Pedrosa y, posteriormente, Rafael Peón.
Atlanga.
Antigüedad: 1908.
Origen: reses criollas y un semental de Miura; posteriormente Zotoluca y Piedras Negras. Localización: Tlaxcala.
Fundador: David Rodríguez.
Malpaso.
Antigüedad: 1906.
Origen: Tepeyahualco, añadiéndole Murube, Concha y Sierra.
Localización: Hacienda de Malpaso en Guanajuato.
Fundador: Gómez Gordoa. 35
Breves datos sobre las plazas de toros en la capital de la Nueva España del siglo XVIII…
Nos da noticia, Benjamín Flores Hernández, sobre las plazas de toros, diciendo que probablemente tuvieron su origen en la Alta Edad Media, ya que las relaciona con las mismas plazas públicas de las ciudades, recintos, en los cuales de manera tradicional se llevaron los festejos caballerescos y que, en ellos, eran parte fundamental las lidias taurinas. “Fue en las plazuelas y en las calles de los pueblos donde se verificaban aquellos regocijos populares, los que podríamos considerar antecedentes de las capeas, y en los cuales eran exclusivamente villanos de a pie quienes se enfrentaban a las reses”.
Cuando en esas plazas, plazuelas o calles se iban a correr toros, los accesos eran cerrados con tablas, carros o de cualquier otro modo con el objeto de evitar la fuga de los bureles en juego. En algunas ocasiones, cuando el lugar resultaba demasiado grande para la lidia, se reducía su espacio clavando en el suelo un número suficiente de barras de fierro, las que fijaban entre sí formando una circunferencia del tamaño deseado; naturalmente debería ser muy firme como para resistir la arremetida de los “bichos” 36
35 Ibidem.
36 Cossío, José María. Los Toros, Tratado Técnico e Histórico. 4° V. Madrid. Espasa Calpe
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Durante el reinado de Felipe III, fueron reformadas las principales plazas públicas de España, procurándose quedaran dispuestas de tal modo que formando un recinto cerrado del todo y contando los edificios que las circundaban con suficientes balcones resultaba prácticamente ninguna obra como preludio a las corridas.
El propio Benjamín Flores Hernández en su texto sobre las Plazas de Toros en La Nueva España del Siglo XVIII, nos cuenta que “… las primeras corridas de importancia verificadas en la Ciudad de México tuvieron lugar en la Plaza Menor o Plazuela del Marqués; pero pasados algunos años se fue prefiriendo a la Plaza Mayor de México para las corridas de toros que se organizaban para las fiestas reales, aprovechando los arcos y balcones del Palacio Municipal para acomodar al público e invitados a los festejos”. 37
Fue a partir del año de 1602 cuando se pusieron en la Plaza Mayor de México los cajones del mercado del Baratillo, cuando se comenzó a utilizar, la ya importante Plaza del Volador para correr ahí toros en las fiestas Reales.
El propio don Benjamín Flores Hernández, en el texto ya citado, expresa que al decir del historiador Nicolás Rangel “… es importante mencionar el hecho de que en el transcurso de los mandatos de ciertos virreyes [de Nueva España] del siglo XVIII, especialmente taurinos, tales como Fray García Guerra y el Conde de Alva de Aliste, se jugaron toros en los patios interiores del mismísimo Palacio Virreinal”. 38
En el siglo de referencia se generó un enorme desarrollo en la construcción de “circos taurinos”, pero no pudo ser igual en todas partes; en muchos pueblos y villas de la Nueva España se siguieron improvisando plazas para correr toros tomando el mismo método que se usaba desde la Edad Media: “…clausurar las bocacalles con 1967 – 1971. Página 489.
37 Flores Hernández, Benjamín. “La vida en México a través de la fiesta de los toros, 1770”. En el XIV Encuentro de Latinoamericanistas Españoles.
38 Óp. Cit. Rangel, Nicolás. Pp. 54 – 57 y 88.
trancas y tablajería.; así se hizo en el año de 1788 en San Miguel el Grande 39 y en 1801 en Jalapa. 40
En el México del siglo XVIII llegaron a ser muy importantes los ingresos obtenidos por los organizadores de las corridas; tanto que llegaron a alcanzar para que el Ayuntamiento de México pudiera costear todos los gastos de las entradas de los virreyes (cuando el Rey nombraba uno nuevo).
Ante el éxito económico se quiso celebrar festejos taurinos para obtener fondos para resarcir al erario del gasto de la ampliación de la Alameda y la construcción del Alcázar de Chapultepec, por ejemplo; de tal manera en algunos periodos virreinales se pretendió organizar temporadas anuales, en cuya planeación se integró la idea de levantar plazas permanentes, lo que propiciarían utilidades mayores y, así, no se tendría que levantar una provisional en cada ocasión.
Sin embargo, en poco tiempo las entradas producidas en las plazas de toros dejaron de ser de las más seguras de las rentas de la Real Hacienda, ya que la organización de las corridas dependía en mucho de las utilidades esperadas y no siempre eran buenas.
Una vez que se había determinado la verificación de corridas por parte del Cabildo de la Ciudad de México, los Regidores comisionados de fiestas cuidaban el fijar en paredes y parajes oportunos “rotulones” convocando a remate para la construcción de la plaza o para administrar la plaza, según fuera el caso.
Acudiendo nuevamente a la información que proporciona Benjamín Flores Hernández observamos que no siempre fue fácil encontrar postores que se interesaran en tomar la plaza por su
39 Diligencias practicadas por el gobernador y demás naturales con su República de la villa de San Miguel el Grande, sobre su fiesta anual en celebridad del señor San Miguel Arcángel, 1739 -1800, 32 fojas. Archivo General de la Nación de México. Historia, 473. Diversiones Públicas 1799 a 1806.
40 Sobre Corridas de toros en Xalapa y orden para que no se vuelvan hacer sin expreso permiso de la Superioridad.1801, 10 fojas, Archivo General de la Nación de México. Historia, 472. Diversiones Públicas 1789 a 1809.
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cuenta; y, en otras ocasiones, el Ayuntamiento de México no ponía a subasta sino hasta que ya estaba construida la plaza.
Vemos que en expedientes resguardados en el Archivo Histórico del Distrito Federal, en el fondo del Ayuntamiento de México, algunos ejemplos de lo que costaba el asiento de una plaza: “… seis mil pesos una en el Volador en 1772, rematada a Juan Ruiz de Cervantes y Tomás de Sigüenza 41 […] dieciséis mil otra en el propio Volador en 1775 […]; quince mil pesos otra más allí otorgada a don Ignacio Castera […]; ocho mil pesos la que obtuvo en 1788 Don Manuel Lozano, representado por Juan Arredondo, con derecho a hacerla donde quiera […]; diecinueve mil quinientos pesos a Don Mariano Pérez de Tagle, apoderado de Don Francisco Guerrero y Torres, por levantarla en la plaza de San Lucas. 42
Así, una vez rematada la plaza, quien quedaba con ella debía comprometerse a edificarla a total satisfacción de las autoridades organizadoras.
Dándole seguimiento a la información que hemos obtenido para este apartado, observamos que los cosos (plazas), ya estuvieran en poder de un asentista o administrados de manera directa o indirecta por las autoridades, siempre se dividía para su construcción y venta en unos compartimientos que recibían el nombre de “cuartones”, el conjunto de los cuales formaban toda la plaza; para fijar el precio de cada uno de esos “cuartones” se tomaba en cuenta su situación, ya fuera de sol o de sombra.
Tomando como fundamento algunos expedientes resguardados en el Archivo General de México y en el Fondo Documental del Ayuntamiento de México del Archivo Histórico del Distrito
41 Autos de toros que se lidiaron en la Plazuela del Volador al recibimiento del Excmo. Sr. Marqués de Casafuerte. 1772. 5 fojas. Fondo del Ayuntamiento de México .Vol. 4300, Cuentas gastos entradas de Virreyes, expediente 1. Archivo Histórico de la Ciudad de México.
42 Expediente formado sobre tomar el sitio de entre la Acordada y Paseo Nuevo para formar la plaza en que anualmente se lidien toros… 1778 Archivo General de la Nación de México Historia Volumen 381. Castillo de Chapultepec.
Federal, podemos poner algunos ejemplos de lo aquí referido. Veamos:
Para el coso levantado en la Plaza del Volador en el año de 1722, con ocasión del recibimiento del Virrey Marqués de Casafuerte, cada cuartón de sombra fue vendió en cien pesos; cada uno de sol, ubicados en la acerca de la Universidad, a noventa pesos; y los que se encontraban cerca de la Acequia Real, siendo también de sol, ochenta pesos. 43 En la plaza construida también en la del Volador, pero en el año de 1769, para las corridas promovidas por el Virrey Marqués de Croix, para tener fondos económicos para el Presidio de San Carlos, se vendieron los “cuartones” en doscientos pesos los de sol y en trescientos cincuenta los de sombra. 44 Y para la segunda de las temporadas ofrecidas en la plaza del Paseo Nuevo (1796 – 1797), se consiguió vender algunos cuartones de sombre a trescientos cincuenta pesos y algunos de sol a doscientos pesos; y los de media sombra oscilaban entre doscientos treinta y cinco y trescientos pesos. 45
En las mismas fuentes documentales históricas encontramos que los que adquirían los cuartones se convertían en subarrendatarios de la plaza, lo que propiciaba arbitrariedades y abusos contra aquellos que querían asistir a la corrida ya que el precio lo daba el dueño del “cuartón”. Tales abusos se terminaron hasta que comenzó a funcionar la “Real Plaza de San Pablo”, debido a que en ella no se vendían “cuartones” sino asientos separados, o lumbreras completas, asignándosele un precio fijo a cada localidad. 46
43 Expediente Citado. “Autos de Toros que se lidiaron en la Plaza del Volador. Fondo del Ayuntamiento de México” .Vol. 4300, Cuentas gastos entradas de Virreyes, expediente 1. Archivo Histórico de la Ciudad de México.
44 “Autos y cuadernos formados para la corrida de toros en virtud de superior determinación del Excelentísimo señor Virrey de esta Nueva España”. Volumen 470 Diversiones Públicas. Archivo General de la Nación de México.
45 “Cuenta de la segunda corrida de toros celebrada con el plausible motivo de la colocación de la Estatua de nuestro augusto soberano, señor Carlos IV (q .D. g.) en la plaza mayor de esta capital, en el mes de enero y febrero de 1797”. Expediente 17. Cuentas de gastos de Virreyes, volumen 4300. Ayuntamiento de México, Archivo Histórico del Distrito Federal.
46 Aviso al Público “Sobre la situación de diferentes tipos de localidades” Ramón
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A partir de ese momento, todos los proyectos de construcción para plazas de toros permanentes calculaban “un precio fijo a cada una de las localidades”.
Recurriendo de nueva cuenta al trabajo de don Benjamín Flores Hernández, pero ahora con respecto a la ubicación y cronología sobre algunas plazas de toros, encontramos que los lugares tradicionales donde se armaban o construían cosos taurinos en la Ciudad de México fue en las siguientes plazas: del Volador, Paseo de Bucareli, Don Toribio, Jamaica, San Diego, San Pablo y Plaza Mayor; “… las hubo en las cercanías del Alcázar de Chapultepec y en las plazuelas de San Sebastián, Santa Isabel, Santiago Tlatelolco, San Lucas, Tarasquillo, Lagunilla, Hornillo, y San Antonio Abad”.
Las Fiestas Reales y la Plaza de Toros del Volador.
Las corridas de toros que se organizaban para las fiestas reales se celebraran en un principio en la plaza menor o plazuela del Marqués, luego en la Plaza Mayor, pero a partir del siglo XVIII se escogió la Plaza del Volador. 47
Carlos III, Rey de España, instruía al virrey por medio de la Cédula Real del 19 de abril de 1770, diciendo:
“… ha parecido preveniros que con ningún motivo ni pretexto permitáis que se tengan corridas de toros en la enunciada plazuela, nombrada del Volador, observándose sólo se corran las que se llaman Fiestas Reales y las que hacen a la entrada de los virreyes en el virreinato, que las demás que ocurran celebrarse, se ejecuten en la plazuela de San Diego o en la de Santiago…”. 48
Según Luis González Obregón, en su libro sobre las Calles de la Ciudad de México, expresa que la plaza del Volador estuvo en el predio que hoy en día ocupa el edificio de la Suprema Corte Gutiérrez del Mazo. Diversiones Públicas, Vol. 856. Toros II, expediente 61. 1815 – 1816.
47 Expediente citado, 12, volumen 4300. Ayuntamiento de México. Archivo Histórico de la Ciudad de México.
48 Expediente 26, volumen 855. Ayuntamiento de México. Archivo Histórico del Distrito Federal.
de Justicia, sobre la calle de José María Pino Suárez, la que por mucho tiempo se conoció también como el predio de las escuelas o de la Universidad. El nombre de “el Volador” le vino porque en tiempo de México Tenochtitlan, allí se realizaba el juego del mismo nombre, “consistente en el descenso de cuatro indígenas, sostenidos por sendas cuerdas, de lo alto de un palo de altura considerable, dando vueltas alrededor de él”. 49
La Plaza del Volador pertenecía al Marquesado del Valle de Oaxaca, pero en el siglo XVIII, el Ayuntamiento de México la tenía arrendada para montar ahí el famoso mercado del Volador 50 y armar cosos taurinos. 51
Es conveniente destacar, por simple dato histórico, que el marquesado del Valle de Oaxaca fue otorgado por el Rey Carlos V a Hernán Cortés, con respecto a los terrenos que comprendían, en la Ciudad de México, los lotes donde se construyeron la Casa de Hernán Cortés que fuera después el Palacio Virreinal, hoy Palacio Nacional, y el que fuera el inmueble de la Universidad.
Hemos comentado que la plaza del Volador servía, la mayor parte del año como mercado; es decir, en ese espacio se colocaban los puestos autorizados para la vendimia pública. Fue en la época de las Reformas Borbónicas cuando el Virrey Segundo Conde de Revilla Gigedo 52 ordenó al Intendente Bonavia, que se realizara un reglamento de mercados, para la formación del Principal de la Plaza del Volador, lo que ejecutó el 11 de noviembre de 1791.
Fue muy lógico entender sobre la molestia que era tener que andar quitando los “cajones y mesillas” del mercado para armar la plaza de toros; los días en que había corridas los comerciantes
49 González Obregón Luis. La Vida en México en 1810. Editorial Librería Bouret, ParisMéxico 1911. Páginas 13, 16 24, y 25.
50 El Mercado del Volador se conoció como el Mercado Principal de la Ciudad de México.
51 Para el año de 1799 el monto del alquiler era de tres mil pesos anuales.
52 Escribimos Revilla Gigedo porque así se firmaba el virrey.
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se trasladaban a la Plaza del Árbol, donde las ventas siempre eran menores, creando tal situación problemas en la ciudad de México.53
Otro problema que se enfrentaba cada vez que se intentaba montar o armar una plaza de toros en el Volador, fue la cercanía con la Universidad, a la que, al decir de Benjamín Flores Hernández en su estudio sobre las Plazas de Toros en la Nueva España del siglo XVIII, nunca les gustó se formaran allí, pues los jóvenes estudiantes “que por su poca refleja toman ocasión fácilmente para distraerse,” encontraban motivo para no acudir a sus clases, “y más si habitasen o concurriesen en ellas mujeres, como es tan regular, y suele suceder”. 54
Además, es de considerarse que los tablados se construían muy pegados a la puerta principal de la Universidad, lo que provocaba dificultad para ingresar en ella. Por esa causa, la Real Cédula del 19 de abril de 1770, instruí que cuando se armaran o construyeran plazas en el Volador “hayan de ser precisamente dejando libre y desembarazada la puerta de la mencionada universidad en la forma que antecedentemente está convenida y acordada entre ésta y esa ciudad”. 55
Pero no todo lo que rodeaba a la construcción o armado de una plaza de toros en la del Volador eran inconvenientes; es más, tuvo sus ventajas para algunos, ya que al estar en las inmediaciones del Palacio Virreinal permitía formar un pasadizo que conducía directamente al palco del Virrey dentro de la plaza de toros, así este gobernante no salía a la calle para acudir a la corrida. 56
53 Expediente 60, Diversiones Públicas volumen 856. Ayuntamiento de México, Archivo Histórico del Distrito Federal.
54 Diversiones, volumen 855. Ayuntamiento de México. Archivo Histórico del Distrito Federal.
55 Ibidem.
56 Lo mismo pasó muchas veces en la Universidad, los constructores, con el fin de quedar bien o que no se presentaran objeciones a dicha construcción, se obsequiaban una gran cantidad de localidades, al grado de construirse una puerta que llevaba de la Universidad al ruedo.
Se tiene registrado tanto en el Archivo Histórico del Distrito Federal como en el Archivo General de la Nación que en la plaza del Volador se corrieron toros desde el año de 1713 al de 1815, por motivos festivos, ya fueran religiosos o paganos, jura de reyes, nacimiento de infantes o recibimientos de virreyes en la Nueva España. 57
Una Plaza de Toros permanente en la Ciudad de México.
Faltando 30 años para finalizar el siglo XVIII se había comprobado en la tesorería del Ayuntamiento de México, y por los propios virreyes, el éxito económico que traía consigo la organización de corridas de toros en la ciudad, así que la idea de construir una plaza fija o permanente, con la posibilidad de ser de mampostería, giraba en el entusiasmo de los gobernantes ya que se pensó ofrecer temporadas anuales, cuyo producto iría íntegramente a la Real Hacienda.
Existe un expediente en el Archivo de Indias, en Sevilla, 58 que contiene un documento del año de 1770 que el Marqués de Croix dirigió a Carlos III, en que se comunicaba que para cumplir con la orden de celebrar corridas de toros anuales que dejaran buenos recursos económicos para las obras materiales, se había determinado construir un “coso firme” en el campo de Santiago, aunque no se tuvo éxito en la encomienda, esa fue la primera noticia formal que se tuvo sobre tal asunto en la capital de la Nueva España.
Después de muchos intentos y muchos años, en el año de 1788, el entonces virrey de Nueva España, don Manuel Antonio Flores, vio la necesidad de revivir la idea de dotar a la capital con una plaza de toros duradera, y como se había pensado años antes, sirvieran sus 57 Se puede consultar: volumen 4300, expediente 1; volumen 855, expediente 10, de Diversiones Públicas del Fondo del Ayuntamiento de México, del Archivo Histórico del Distrito Federal. Y los “autos formados para las corridas de toros…” AGN, Historia, 470; “Cuenta de las 12 corridas de toros que comenzaron el día 5 de noviembre de 1770 y finalizaron el día 6 de diciembre del mismo año. La que dan como Comisarios el marqués del Valle de la Colima y Don José Mateos Chirinos, regidores perpetuos de esta Nobilísima Ciudad”. AGN Historia. Volumen 470.
58 Volumen 2618, año 1770. Archivo General de Indias. México.
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productos para resarcir el erario público, en especial de los gastos de la construcción del Castillo de Chapultepec; naturalmente que las plazas de toros armadas y desarmadas siguieron utilizándose en la Ciudad de México.
El Virrey, para tales efectos, comisionó al maestro mayor y veedor segundo de arquitectura de la ciudad de México, don Ignacio de Castera para que “hiciera vista de ojos” a todos los sitios y explanadas de la ciudad, con el fin de determinar cuál de ellos podría ser el más adecuado o presentara mayores ventajas para establecer temporadas anuales de lidias de toros.
Ignacio de Castera informó al Virrey, el 17 de junio de ese año de 1788, que el lugar propicio para levantar un coso taurino “… se encontraba a espaldas de las casas de Pobres y Acordada, entre estas y el Paseo Nuevo (Bucareli); allí concurren las más bellas circunstancias […], por llegar los maderos por agua hasta él, siendo apartado lugar, y al mismo tiempo visible, resguardado por al inmediación de la Acordada, y muy inmediato a calles bastante libres y acompañadas”. 59
Fue el 17 de agosto, de ese año, cuando el Virrey, atendiendo la opinión de don Ignacio de Castera, dirigió un documento al soberano español, en el cual, con un razonado análisis sobre las desventajas que las plazas de toros presentaban, ya que, “siendo provisionales y de madera su firmeza y seguridad consistía en el débil ligamiento de sogas y cueros que sostenían y abrazaban todo el maderaje”, sin que pudiera contar con tan solo un clavo. En verdad el texto del virrey dejaba muy en claro el riesgo que se presentaba que una estructura tan débil, como el de las plazas de toros que se armaban o construían en esa época, que albergaba a tantas personas que acudían a presenciar las corridas de toros, aumentaba “ante la eventualidad de que ocurriera un terremoto en plena faena”; no exageraba el Virrey, ya que en la ciudad de México los sismos y temblores tenían cierta frecuencia y la historia ha registrado esos fenómenos naturales desde la época del México 59 Expediente sin número, volumen 381, Historia. AGN.
Tenochtitlán. También, se fundamentó la necesidad de una plaza de toros fija, construída de mampostería, argumentando que durante las corridas en muchas de las lumbreras se prendían braseros, tradición que podría ocasionar incendios si esa lumbre alcanzara las maderas con que se fabricaban los cosos taurinos en la capital de la Nueva España.
Sin embargo, al parecer la petición del Virrey Antonio Manuel Flores no fue atendida en la metrópoli hispana, y las plazas de toros siguieron siendo como siempre provisionales, enfrentando la problemática de que ya casi no había quiénes se animaran a la construcción de los cosos para las temporadas taurinas de 1791 y 1792, quedándose la Real Hacienda sin recuperar los fondos gastados en las obras del Alcázar de Chapultepec.
Igualmente el Virrey Segundo Conde de Revilla Gigedo, intentó pagar a la Real Hacienda un total de 100 038 pesos, dos tomines y un grano, que se adeudaba desde el año de 1788, de la obra del Alcázar del Castillo de Chapultepec, realizando 8 corridas de toros para el mes de noviembre de 1792; para lo cual comisionó a don Juan Gutiérrez y a don Juan Aranda, ministros de la Real Hacienda, para que procedieran a fijar “rotulones” en los parajes acostumbrados para “convocar postores sin pérdidas de tiempo y que teniendo oportunidad formalicen sus posturas para la plaza de toros”.
60
Nada se lograba ya que los que podían ser licitantes temían perder dinero, como le sucedió a don Joaquín de Torres en el año de 1790, por eso hasta el día 31 de mayo de 1793 los comisionados de la Real Hacienda, manifestaron al Virrey la conveniencia de construir una plaza “de figura vistosa, de comodidad y fortaleza […] con buenas maderas, bien trabajadas y con clavazón fina”. 61
Para la edificación proponían que “… después de examinar
60 Expediente 12, fojas 3, volumen 381. Historia AGN.
61 Ibidem, foja 12.
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las plazuelas y albarradas de la ciudad, no parece hay otro más a propósito que el que media entre la Casa de la Acordada y Paseo de Bucareli, en que ya otra vez se pensó…” 62 era el mismo lugar que había escogido don Ignacio de Castera en 1788.
Aunque se habían presentado dos proyectos para la construcción de la primera plaza de toros fija, uno de José del Mazo y Avilés y otro de Manuel Tolsá y que ninguno de ellos rebasaba los vente mil pesos, la obra no llegó a ser una realidad.
Parafraseando a uno de nuestros autores sobre el tema de las plazas de toros, Benjamín Flores Hernández, 63 cuando escribió que, a pesar de todos los proyectos expresados en la Nueva España, no habría de llegar a contar con plaza de fábrica. La única con esas pretensiones de permanente, dice, que llegó a existir, antes del triunfo de la Independencia de México, fue a finales del año de 1815, y solo de madera, pero rodeada de una barda de mampostería, que fue destruida por un incendio al inicio de 1821; nos referimos a la que estuvo ubicada en la manzana constituida hoy en día por la iglesia de San Pablo al norte, la calle de Topacio al oriente y la de Jesús María al Poniente, en plena zona de la antigua Merced; sí, era la Plaza de Toros de San Pablo la que llegó a ser considerada “Real Plaza de Toros”.
La noticia más exacta que se tiene registrada sobre una plaza de toros en San Pablo es la que manifiesta sobre las corridas organizadas en los meses de noviembre y diciembre del año 1788, cuando el asentista Manuel Lozano desbarató el coso que estaba armando enfrente del Colegio de las Vizcaínas y lo llevó a la Plazuela de San Pablo, a causa de las protestas de los dirigentes de aquel Colegio. 64
Ya para el 5 de julio de 1815, el Virrey Félix María Calleja del Rey ordenó al intendente Ramón Gutiérrez del Mazo que comprara al Ayuntamiento de México la madera que había
62 Ibidem.
63 Ensayo sobre “Las Plazas de Toros en la Nueva España del Siglo XVIII”. Página 155. 64 Expediente S/N. volumen 381. Historia AGN.
servido para la plaza de Volador, para construir una permanente en San Pablo. 65
En un documento oficial, el Intendente Ramón Alfredo del Mazo, remite el 14 de septiembre de 1816, al Virrey Félix María Calleja, las cuentas de la construcción de la nueva “Plaza de Toros en San Pablo” y sobre el costo de haber desmantelado la Plaza de Toros del Volador y trasladado a San Pablo de los enseres y maderas, como fue ordenado.
Del documento, que incluye dos cuentas a las que llamaba comprobadas, podemos observar que el costo de la Plaza de Toros de San Pablo sería de 49,364 pesos, 9 reales y 9 granos, y el del desmantelamiento de la plaza del volador incluyendo los traslados fue de 1,920 pesos, 3 reales y 9 granos. 66
Al respecto, el propio Ramón Gutiérrez del Mazo, en su Aviso al público que colocaron en distintos lugares de la Ciudad de México, informó a los habitantes de la metrópoli sobre su inauguración, explicando que se hallaba “a espaldas de la Parroquia de San Pablo…” 67 y no en la plaza pública ya que ahí se había construido la parroquia, la que por cierto sigue en pie y oficiando misa.
Algunos datos registrados en expedientes del Archivo Histórico del Distrito Federal, en el fondo documental del Ayuntamiento de México, nos ayudan a conocer que la vida de la “Plaza de Toros de San Pablo” no duró más de cinco años, un incendió la destruyó poco antes de la consumación de la Independencia; años después el 7 de abril de 1833, en el mismo lugar se inauguró un nuevo coso taurino y el que fue utilizado hasta 1861 en que fue demolido. 68
65 Volumen 856, expediente 61. Ayuntamiento de México, Archivo Histórico de la Ciudad de México.
66 1920 pesos, 3 reales y 9 granos
67 Volumen 856, expediente 61, foja 123. Ayuntamiento de México, Archivos Histórico de la Ciudad de México. Volumen 4300, expedientes del 1 al 31. Ayuntamiento de México, Archivos Histórico de la Ciudad de México.
68 Las plazas de ensayo eran pequeñas y servirán para que los diestros ensayaran pases y suertes antes de una corrida. Ver a Daniel Medina de la Serna en: El toreo en la Nueva España, página 85.
Para concluir este apartado, tomaremos del ensayo sobre las “Plazas de Toros en el Siglo XVIII en la Nueva España”, de Benjamín Flores Hernández, un cuadro que concentra la construcción de los cosos durante el siglo XVIII y hasta antes de la Consumación de la Independencia de México.
Registro
de Plazas de Toros en la Ciudad de México. Benjamín Flores Hernández.
Lugar
Tiempo que sirve Forma Chapultepec. 1702 – 1703. 1716. Sin información.
Don Toribio. 1813 (¿?) – 1828. Sin información. Hornillo 1785 (ensayos) 1 Sin información. Jamaica. 1783, (ensayos) 1787, (ensayos) 1813 – 1816. Sin información.
Paseo Nuevo, Bucareli. 1796 – 1797. 1803 (ensayos).
Sin información.
Plaza Mayor. 1794 Ochavada.
San Diego. 1701 – 1702 1708. 1753. 1765. Sin Información.
San Lucas. 1790 -1791
Sin información.
San Pablo. 1788. Sin Información.
Real Plaza de Toros de San Pablo. 1815 – 1821. Circular.
San Sebastián. 1729. Sin información.
Santa Isabel. 1730. Sin información. Tarasquillo. 1803. Ochavada. Tlatelolco. 1733. Sin Información. Volador. 1713. 1716. 1722. 1728. 1732. 1734. 1742. 1747. 1755. 1761. 1768. 1769 – 1770. 1770 -1771. 1785. 1787 – 1788. 1789 – 1790. 1791 – 1799. 1803. 1815.
Ochavada. Cuadrada. Ovalada. Ochavada.
Ochavada.
1 Las plazas de ensayo eran pequeñas y servirán para que los diestros ensayaran pases y suertes antes de una corrida. Ver a Daniel Medina de la Serna en: El toreo en la Nueva España, página 85.
1 Las plazas de ensayo eran pequeñas y servirán para que los diestros ensayaran pases y suertes antes de una corrida. Ver a Daniel Medina de la Serna en: El toreo en la Nueva España, página 85.
Breves datos sobre algunas corridas de toros en la Ciudad de México.
Como escribió Don Nicolás Rangel, en su Historia del Toreo en México, “Hondas raíces tiene en nuestro país la afición a las corridas de toros, puesto que, desde que pudo contarse con ganado bravo, las temporadas en que se verificaban fueron muy frecuentes o por lo menos anuales…” 69
Pues bien, debemos recordar, y se puede comprobar en la documentación sobre el tema resguardada en el fondo documental histórico del Ayuntamiento de México, del Archivo Histórico de la Ciudad de México: las corridas de toros se organizaban en la capital de la Nueva España “… cada entrada de un nuevo Virrey, los días de San Hipólito, la jura de un nuevo monarca, el parto feliz de la reina, las bodas de los reyes, la canonización de algún santo, los onomásticos de los príncipes, virreyes y virreinas, un tratado de paz o la noticia de haber llegado sin novedad la Flota, eran motivo más que suficiente para que los tranquilos vasallos del Rey de España se entregaran al viril ejercicio […] a alancear reses bravas …” 70
La asistencia a la diversión taurina era basta, no sólo llegaba el pueblo ansioso de distracción y festejo, sino que también concurría el Virrey, el Arzobispo, los Oidores de la Real Audiencia, el Cabildo Metropolitano ( eclesiástico), el Santo Oficio, la Inquisición, los Capitulares y Regidores del Ayuntamiento, los miembros de la Universidad, la virreina y su séquito, hombres, mujeres, jóvenes y niños también llegaban a la plaza de toros para entusiasmarse y vitorear a los valientes que se enfrentaban a las fieras demostrando no solo valor sino la pujanza y habilidad que arrebataban aplausos entre la concurrencia ahí concentrada.
69 Óp. Cit. Rangel, Nicolás. Página 5.
70 Ibidem.
Dr. Jorge Nacif
Nicolás Rangel comenta que “…no había arte taurino en aquellas lidias, pero sí mucha destreza para evitar las peligrosas cornadas de los toros, pues ni siquiera, como en la Edad Media, ejercitaban los caballeros tan peligroso deporte armados de punta en blanco, sino con vistosas y ricas vestiduras, hechas para lucir, pero no para defender”. 71
Podemos observar que los festejos taurinos se realizaban tanto para la celebración de fechas y fiestas religiosas como paganas, incluyendo aquellas que tuvieran que ver con victorias bélicas de la Corona Española, además de que en cada corrida se tenía la esperanza de obtener recursos económicos que se aplicaban a diferentes obras públicas o directamente a la tesorería municipal, pero lo mejor es que la carne de los bureles se repartía entre los pobres de la capital de la Nueva España.
Datos de algunas corridas de toros en la Capital del Virreinato de la Nueva España.
El Virreinato de la Nueva España inició como tal a la llegada de Don Antonio de Mendoza, primer Virrey, así que su llegada se celebró por tres días continuos, disponiéndose “de cien toros” que fueron encerrados en toriles diferentes; la mayoría de esos bureles procedían de las dehesas de Peredo y de Salcedo, 72 iniciando así con un Virreinato que culminaría el 27 de septiembre de 1821 con la entrada del Ejército Trigarante a la Ciudad de México.
Para el año de 1538, cuando Francia y España firmaron “la Paz de Aguas Muertas,” 73 en la capital de la Nueva España los gobernantes, llenos de júbilo, organizaron las celebraciones que para el caso se recomendaban, encabezadas por el propio Antonio de Mendoza y, como señala Guarner, no podían faltar los juegos
71 Ibidem. Páginas 6 y 7.
72 Tanto Nicolás Rangel como Enrique Guarner, manejan el mismo dato, para Rangel ver página 8 y para Guarner la página 31, obras ya citadas.
73 Después de la Tregua de Niza, el tratado de Aguas Muertas es firmado en junio de 1538, entre Carlos V de España y Francisco I de Francia, con la intención de frenar los enfrentamientos por la Corona del Sacro Imperio Romano Germánico.
de cañas y el “alanceo de toros”; sobre el asunto, Nicolas Rangel citando a un cronista de época, que por cierto no dice su nombre en la cita, dijo que: “ … para fin y remate de los festejos de aquel día, se soltaron toros bravos para lidiarlos allí mismo, fungiendo de toreadores los vencedores y los vencidos que habían figurado con tanto éxito en la plaza de Rodas, y nadie se cansaba de esas fiestas, tanto que al tercer día hubo nuevas corridas de toros …” 74
Años más tarde, cuando el gobierno de Antonio de Mendoza, en 1541, logra el triunfo sometiendo a los sublevados de Mochitiltic,75 en el Ayuntamiento de México los capitulares determinaron celebrar la victoria con una corrida de “una docena de toros”. Desde momento quedó instaurada como fiesta religiosa “el día de Santiago”, registrándose en actas de cabildo que en esa fiesta, año con año, se corrieran doce toros. 76
El escritor taurino Enrique Guarner afirmó que los protagonistas de las corridas de esos años no eran “lidiadores profesionales, sino auténticos deportistas que deseaban poner de relieve sus habilidades; la mayoría mostraba valor, entre ellos muchos indígenas que se aficionaron, muy pronto, al juego de sortear reses bravas, convirtiéndose en peones de los caballeros”. 77
Al respecto Nicolás Rangel, también opinó preguntándose si los “indios” eran toreadores o peones de lidia, a lo que afirmó que ambas cosas, “…pues un poco más tarde los encontraremos no sólo como toreros sino como maestros en el arte de sortear reses bravas”. 78
74 Óp. Cit. Rangel, página 8.
75 Dieron comienzo las sublevaciones entre 1531 y 1536, al mando de Tenamaxtli (nativo de Nochistlán), recorriendo lo que hoy es el Norte de Jalisco y Sur de Zacatecas. Por el Poniente lo hizo Coaxial, natural de Magdalena, principalmente en Mochitiltic. El historiador José López Portillo y Wéber asienta: “…Y de las cúspides se elevaron columnas de humo negro que llevaron en su momento, por todo el vasto y viejo Chimalhuacán, la señal de la rebelión.”
76 OP. Cit. Guarner, página 32.
77 Ibidem
78 Óp. Cit. Rangel, página 9.
Dr. Jorge Nacif Mina
Trato especial merece, en materia taurina, Don Luis de Velasco, ya que desde su llegada, en 1550, como Virrey de la Nueva España dio impulso importante a la fiesta taurina; apoyándonos un poco en el cronista español don Juan Suárez de Peralta analizado por José de Jesús Núñez y Domínguez en su obra Historia y Tauromaquia Mexicanas, publicada por editorial Botas en el año de 1944, en que podemos observar que el Virrey Don Luis de Velasco poseía “la mejor caballería de caballos que ha tenido príncipe alguno […] y durante su virreinato constantemente favoreció la cría de ganado de raza equina, dándole un vigoroso impulso”. 79 Al ser un magnífico jinete, el Virrey, gustaba de “alancear toros bravos,” “… y que pasaba por ser uno de los más nobles caballeros del séquito del emperador Carlos V, y es sabido que éstos acostumbraban ejercitarse en las corridas de toros tal y como se usaba en los no muy lejanos tiempos de la dominación mora en España”. 80
Es más, “…Don Luis de Velasco, se encaminaba todos los sábados al bosque de Chapultepec, pues ahí tenía siempre media docena de toros bravos, que los corrían en un toril […] en esas corridas, don Luis, “alanceaba los toros” como se acostumbraba a mediados del siglo VI”. 81
En ese momento no se desperdiciaba ocasión para ordenar se organizara una corrida de toros; así sucedió en el mes de mayo de 1555, cuando por orden del Virrey se corrieron toros para celebrar que en el virreinato del Perú había sido derrotado el sublevado Francisco Hernández Girón; para esa corrida de toros el virrey informó que “… él daría los toros y tomaría una cuadrilla, a que sería vestida por su cuenta”. 82 Esa ocasión pudo haber sido la primera vez que un virrey de la Nueva España pisaba la arena de un coso taurino.
Curioso es lo que nos cuenta Juan Suárez de Peralta en sus
79 OP. Cit. Núñez y Domínguez, página19.
80 Ibidem.
81 Ibidem, página 20.
82 Óp. Cit. Rangel, página 13.
Noticias Históricas de la Nueva España 83 respecto a los toros que se lidiaron en mayo de aquel significativo 1555: “Toros no se encerraban menos de setenta u ochenta, que traían de los chichimecas, escogidos, bravísimos que lo son a causa de que debe de haber toro que tiene veinte años y no ha visto hombre, que son cimarrones, pues costaban mucho estos toros y tenían cuidado de los volver a sus querencias de donde los traían, si no eran muertos aquel día u otro…” 84
Con respecto a la parte final del texto de Suárez Peralta, Enrique Guarner nos aclara que esos setenta u ochenta toros fueron regresados a sus dehesas, ya que se buscaba incrementar la ganadería, 85 es decir que en aquella corrida los bureles no se mataron y fueron utilizados como sementales.
Corría el siglo XVI y las corridas de reses bravas no eran sólo para conmemorar fiestas religiosas o santos; como hemos observado también eran objeto de festividad civil, pagana o militar, como fue el 9 de mayo de 1557 en que llegaron a la ciudad de México dos cartas importantes de la metrópoli hispana, una del Emperador Carlos V y la otra del príncipe Don Felipe, 86 “… por las que se mandaba que se jurara, tuviera obediencia a Don Felipe como Rey de España y de las Indias”. 87
Naturalmente que el júbilo fue creciendo, ya que era la primera ocasión que en la Nueva España se experimentaba el cambio y la jura de un Rey, por lo que las acciones que se prepararon para la jura fueron solemnes y la celebración llena de festejos. La jura que se realizó en la Ciudad de México fue el día 6 de junio de 1557 y para el otro día, el 7 de junio, como era de esperarse, se corrieron toros en honor de Felipe II Rey de España y las Indias.
83 Noticias Históricas de la Nueva España, publicadas tres siglos más tarde, en 1878, constituyen una interesante narración sobre la conspiración del segundo marqués del Valle, hijo de Hernán Cortés.
84 Juan Suárez de Peralta en Historia del Toreo en México de Nicolás Rangel. Páginas 14 y 15.
85 Óp. Cit. Guarner, página 32
86 Felipe II fue Rey de España, Sicilia y Cerdeña del 16 de enero de 1556 al 13 de septiembre de 1598.
87 Óp. cit. Rangel, página16
Dr. Jorge Nacif Mina
Las celebraciones de cada 13 de agosto, día de San Hipólito, 88 no se abandonaban en la Ciudad de México y además de realizarse el Paseo del Pendón que salía del Templo de San Hipólito y llegaba en solemne peregrinación a la Catedral Metropolitana, se realizaban las ya esperadas corridas de toros; en el año de 1557 se dieron varias festividades en la plazuela del Marqués; ahí, para la corrida de toros, “se añadió una puerta levadiza para el toril de la plaza”; se cuenta que fue por esos años en que se introdujo el “cambiador de suertes,” que al decir de Enrique Guarner se sentaba en el mismo palco de las autoridades.
Veamos el Acta de Cabildo donde se discutían los pormenores de las fiestas de San Hipólito para el 13 de agosto de 1577: “Ese día ante los capitulares del Ayuntamiento de México se ordenó que para la corrida fueran 24 toros los que tenían que estar encerrados para el mismo día del festejo, el responsable fue el señor Gerónimo Bustamante, al que le indicaron que era necesario se hiciera un corral con la puerta levadiza, además de “… ver y escoger los toros y hacer las diligencias que le está cometido, se le comete que los ha de encerrar y sacar a la plaza por su orden, y quitarles cuando le pareciere para sacar otro y le dé el Mayordomo para esto y lo demás que fuere menester…” 89
En este resumen de corridas no podemos olvidar la participación de la Compañía de Jesús, la que llegó a Nueva España en el año de 1572, dedicándose a la educación de los indios, además de cooperar en la organización de varias corridas de toros. Por ejemplo: en el año de 1606 organizaron una corrida de toros para tener recursos para la iglesia de San Gregorio; otras corridas resultaron de la conmemoración de la Beatificación de Francisco Javier, siendo los días 29, 30 y 31 de diciembre de 1606; también hubo corridas, más fastuosas, ante la canonización de San Ignacio de Loyola.
Durante el siglo XVI y el XVII se corrieron toros en la Ciudad de
88 El 13 de agosto de 1521 cayó México Tenochtitlán en manos de los conquistadores Españoles, y ese día era el de San Hipólito, que se convirtió en el Santo de la Conquista, razón por lo cual la celebración era muy importante.
89 Actas de Cabildo de la Ciudad de México año 1577, fiestas de San Hipólito. Archivo Histórico de la Ciudad de México.
México para conmemoraciones religiosas, civiles y como festejo de los Virreyes, siempre con la idea de que quedará dinero para sufragar gastos del Ayuntamiento. Sin embargo se tiene registrado que ante la entrada del Virrey Diego Carrillo y Pimentel 90 en el año de 1621, no se celebraron las corridas de toros acostumbradas.
El Virrey era antitaurino, así que cuando se enteró de la preparación de los festejos, determinó entrar a la ciudad de noche, malográndose los gastos ya realizados ante la frustración de la población que esperaba ansiosa ver correr toros. El gobernante suspendió todos los festejos taurinos de 1621 a 1624, tiempo que estuvo en la Nueva España.
Al final del siglo XVII “hubo la famosa temporada en que participaron elementos de la clase popular,” entre las más importantes está la que se celebró en la Plaza de San Diego, la que ocupaba el “Quemadero de la Inquisición,” el festejo se efectuó el 15 de noviembre de 1770 y se mataron dos toros por la mañana y diez por la tarde. 91
Como escribió don Antonio Barrios en el prólogo de los “Cuadernos Taurinos”, recopilación de la “Gazeta de México,” 92 las corridas de toros, en tiempo de la Colonia, en el siglo XVIII, únicamente se llevaban a cabo por motivos religiosos o políticos; entre los religiosos, nada diferente a los siglos XVI y XVII.
Dentro las corridas del siglo XVIII se fueron incorporando modalidades importantes para la fiesta en Nueva España, por ejemplo en el mes de octubre de 1732 93 se incorporó la señal con pañuelo blanco para iniciar la corrida y en 1734 94 se cambió levantando una antorcha o sonando un clarín, costumbre que prevalece hasta nuestros días.
90 Carrillo de Mendoza llegó a la Nueva España un desventurado 21 de septiembre de 1621. Su gobierno estuvo marcado por acciones mal entendidas que propiciaron, tres años después, su salida de la Nueva España. Primero fue la destrucción del dique que contenía las aguas del río Cuautitlán e interrumpió las obras del desagüe de Huehuetoca, por considerarlas muy caras.
91 Óp. Cit. Guarner, página 34.
92 En el año de 1722, se publica el primer periódico Mexicano llamado “Gazeta de México”.
93 Gazeta de México número 59 desde el primero hasta el fin de octubre de 1732
94 Gazeta de México número 78, desde el primero al fin de mayo de 1734.
Pues revisando
la
“Gazeta” de México”, nos damos cuenta de que para el siglo XVIII en la ciudad de México se registran 11 de corridas de toros de 1728 a 1742:
Registro de Noticias Taurinas en la Gazeta
de México de 1728 a 1742.
Gazeta de México
Número 12, desde el primero al fin de noviembre de 1728.
Número 14, desde el primero hasta el fin de enero de 1729
Número 15, desde el primero hasta el fin de febrero de 1729.
Número 35, desde primero hasta fines de octubre de 1730.
Número 41, desde el primero hasta fines de abril de 1731.
Información Original
“ El día 8 [en que hizo ciento y noventa y nueve años, dos meses, y veinte y siete días que se lidiaron los primeros de esta ciudad) se corrieron valientes y feroces toros en la Plazuela del Volador, a la celeridad de los plausibles desposorios de los Serenísimos Príncipes de España y Portugal, continuándose esta semana cuatro días, y la siguiente tres, habiéndose iluminado las tres primeras noches toda la ciudad de hachas y luminarias, en que la lealtad de los vecinos mostró su general júbilo universal regocijo.”
Desde el día 24 de enero se corrieron todos en la ciudad de México.
“Desde el 14 hasta el 17 se corrieron toros en la Plazuela de San Sebastián.
“Desde el 23 al 26, se lidiaron toros en la Plazuela de Santa Isabel y se hicieron otras demostraciones de júbilo y regocijo en aplauso de la referida dedicación (se refiere a Santa Isabel).
“Varias son las opiniones de los autores, que refieren la fábula del signo tauro, entra a los veinte de este cuarto mes, a quién los atenienses llamaron Memacterion; pero la más corriente es, que señalándose en Fenicia, provincia de Asia, la mayor por milagro de hermosura, Europa, hija de Agenor, y de Argiopa, aficionado de sus perfecciones Júpiter, para poder conseguir sus intentos se transformó en un manso Novillo, y la robó por el mar a la Isla de Candía, y habiendo intitulado con su nombre aquella parte del mundo, imprimió entre los Astros, para perpetua memoria del hecho, una imagen de aquel bruto: tiene dominio sobre los colores verde blanco.
Número 61, desde el primero y hasta fines de diciembre de 1732.
Número 78, desde el primero hasta el fin mayo de1734.
“… no satisfecha la singular lealtad de su Excelencia con las repetidas, festivas solemnes demostraciones, que a el aplauso de la Restauración de la Importante Plaza de Oran, hizo ejecutar el mes antecedente, determinó se continuasen en este, algunas de regocijo y alegría; en cuya consecuencia los días primero, segundo, tercero y cuarto, nono, décimo, undécimo, se corrieron toros en la Plaza del Volador , y fue cosa admirable ver aquellos días en el hermoso ochavado ”
“Los días 24, 25, 26 y 27 se corrieron toros en la plaza del Volador […] por disposición de la Nobilísima Ciudad, que quiso obsequiar al señor Arzobispo como a su nuevo Virrey. La seña para comenzar la agitación de los toros (fuera del pañuelo, instituida en tiempos de Nerón) fue la de levantar una antorcha o tocar el clarín.
Como se puede observar en el cuadro, se encuentra una corrida muy especial, la referente a la toma de la plaza de Orán por las tropas españolas en el año de 1732 y que, por ese motivo, se corrieron toros en la Plaza del Volador; pues en el libro Historia y Tauromaquias Mexicanas de don José de Jesús Núñez y Domínguez se inserta la descripción poética de las fiestas con qué la Nobilísima Ciudad de México celebró ese suceso, y entre sus fojas se leen unos versos referente a los toros de esos días:
“En la plaza de los toros el sol fue el desquite, dando con tantas hermosuras, en cada deidad efigie.
Para que si allá en los rayos vencerle, no fue difícil, lo sea aquí, cuando los soles en su esfera multiplique” […]
“Unos con rejón en mano, otros con la lanza triste, aquellos que los enojen y aquellos que los piquen.
Así quedó en siete tardes para que mejor se lidien cien toros, que a ser vinieron victimas que sacrifiquen.
Tan célebre que parece, que el dictamen los elige solo para que entretengan, no para que perjudiquen.
Y con razón, pues no la hay para que a tal bruto quite vida, al que es en arriesgarla con lo que a tal dueño sirve”. 95
Benjamín Flores Hernández nos informa que: “El domingo 15 de octubre de 1769 don Carlos Francisco de Croix, marqués de Croix, virrey de la Nueva España, se dirigió en un oficio a dos de los regidores perpetuos de la ciudad de México –don Pablo Antonio Madrazo Escalera y Canal, marqués del Valle de la Colina, y don José Mateos y Chirinos- para comunicarles su decisión de organizar una serie de ocho corridas de toros y de nombrarlos a ambos por comisarios de ellas”. 96
95 Óp. Cit. Núñez y Domínguez. Páginas 28,29 y 30.
96 Flores Hernández, Benjamín. “La vida en México a través de la fiesta de los toros, 1770”. En el XIV Encuentro de Latinoamericanistas Españoles.
Dr. Jorge Nacif Mina
Cinco semanas después, el lunes 20 de noviembre, iniciaron las lidias en un circo ovalado construido por el alarife mayor de la ciudad, el vallisoletano Ildefonso Iniesta Bejarano, las cuales tuvieron lugar los días 20, 23 y 27 de noviembre y 1, 4, 7, 11 y 14 de diciembre, y se continuaron luego del 8 al 11 de enero de 1770. Un año después volvió a haber corridas, con la misma organización, ahora en una estructura ochavada diseñada por el arquitecto mexicano Francisco Antonio Guerrero y Torres, que fueron del 5 al 8 y del 19 al 22 de noviembre y del 3 al 6 de diciembre de aquel 1770. Fueron, pues, en total veinticuatro días de toros, aparte un ensayo previo al segundo ciclo, casi siempre a mañana y tarde, en los que se mató un total de 422 reses de las dehesas que en el Real de Minas de emascaltepec, en las estribaciones del Nevado de Toluca, poseían Julián Antonio del Hierro y Juan Francisco Retana – hacienda de Yeregé y de la vacada novogallega de Antonio José Serratos. De estos astados dieron cuenta dos cuadrillas de toreros de a pie y una de lidiadores de caballo, acaudilladas respectivamente por los espadas sevillanos Tomás Venegas, el Gachupín toreador, Pedro Montero y el picador Felipe Hernández el Cuate”. 97
Corridas de toros en honor de los Virreyes
Segundo Conde de Revilla Gigedo 98 y de José de Iturrigaray.
En el Archivo Histórico del Ex Ayuntamiento de México, y que forma parte del Archivo Histórico de la Ciudad de México,99 se encuentran entre otros muchos documentos y expedientes taurinos los referentes a las festividades organizadas por la corporación municipal de la Capital de la Nueva España y que se llevaban a efecto cuando un nuevo Virrey era nombrado y entraba a la Ciudad de México.
97 Flores Hernández, Benjamín. “La vida en México a través de la fiesta de los toros, 1770”. En XIV Encuentro de Latinoamericanistas Españoles. Páginas de la 596 a la 597. El Virrey ponía su nombre y firmaba, como se observa en sus documentos, como Revilla Gigedo.
98 El Virrey ponía su nombre y firmaba, como se observa en sus documentos, como Revilla Gigedo.
99 En el cual tuve el placer de trabajar desde el año de 1983 y dirigir desde el de 1986 y hasta 1998.
Así sucedió tanto con el Virrey Juan Vicente Güemes Pacheco de Padilla, conocido también como segundo Conde de Revilla Gigedo, el virrey urbanista, y don José de Iturrigaray, quién junto con Primo de Verdad y Ramos, pudo haber sido el líder de una Nueva España independiente de la España de José Bonaparte 100
Se dice que los festejos en honor a Revilla Gigedo 101 duraron 8 días, llevándose a cabo a finales del mes de noviembre del añejo año 1789, en la Plaza del Volador que, como ya sabemos, era la escogida por el Ayuntamiento para ese tipo de grandes celebraciones, acondicionando el predio y levantando el coso taurino, obedeciendo las indicaciones de los Capitulares, los que tomaban las determinaciones es sus “Sesiones de Cabildo”.
Como fue menester, el Ayuntamiento de México, encargado de obedecer y llevar a cabo los procedimientos administrativos generados en el Cabildo, se encargó, siempre, de la organización de las fiestas taurinas, estando como comisionados, para esa ocasión, los señores Regidores Propietarios, Don Antonio Rodríguez de Velasco y Don Ignacio de Iglesias Pablo, para que dirigieran los trabajos preliminares, contratación de los toreros, pago de los gastos, obtención del mejor ganado; en materia de construcción con la asesoría del Obrero Mayor de la Ciudad de México. En la corrida esos señores Regidores Propietarios se gastaron $37,000.00102
En las corridas tomaron parte los considerados mejores toreros de la época, así se recuerda a los toreros de a pie: Tomás Venegas, Pedro Caneba, Alonso Gómez “El Samirano”, José Bernardo Chávez, José Miguel de Bustamante, Julio Figueroa, Antonio Ximenez, Cayetano Blanco, Federico Monroy y José Baraza; como picadores a: Manuel Tenorio, Josep y José Maria de Silva y Juan León. 103
100 El Virrey Iturrigaray, en 1808, cuando la Francia de Napoleón invade España, apoyó la idea de Primo de Verdad y Ramos de establecer un autogobierno, siendo él la Cabeza de la Nueva España y no atender ni a las Cortes ni a los franceses.
101 Ibidem. Página 33.
102 Ibidem. Página 35.
103 Ibidem.
Dr. Jorge Nacif Mina
Los gastos de aquellos 8 días de corridas abarcaron desde los muleros, la policía, los porteros, los caballos, las mulas de arrastre, los torileros, los clarineros, los muleteros (de las muletas), los encargados del encierro, los que hacían el registro de la plaza, todo, pero sin contar los gastos de la construcción de la plaza.
Según la información que pudimos recoger de la obra “Historia y Tauromaquias Mexicanas” pudimos saber que los lidiadores no estaban mal pagados, al contrario “…solamente Tomás Venegas recibió cuatrocientos duros por ocho corridas y Julio Figueroa Cuatrocientos Veinticinco, en tanto que el picador Tenorio obtuvo Ciento cincuenta duros por su trabajo”. 104
Años después, para celebrar la llegada de José de Iturrigaray, quien recibió el mando de la Nueva España el 4 de enero de 1803, el Ayuntamiento, como era de costumbre, comenzó los preparativos, no solo de las fiestas sino de las corridas de toros, las que cerrarían, en la Plaza del Volador, con broche de oro las fiestas de toma de posesión del nuevo Virrey.
Sin embargo, en esa ocasión, la corrida de toros tuvo un significado muy especial, ya que el Virrey Marquina, al que sustituyó Iturrigaray, había prohibido las corridas de toros en la Nueva España durante toda su estancia como Virrey.
Razón por lo cual, no sola se había levantado la plaza de toros en el Volador con cierta rapidez y eficacia, sino que muy pronto se compraron los toros y los toreros ensayaban todos los días en la “Plaza de los Pelos”, la que se encontraba muy cerca del Paseo Nuevo o de Bucareli; por eso no importó que la corrida se efectuara una semana antes de la celebración de “Carnestolendas” 105 pues una vez entrada la cuaresma ya no sería posible llevarla a efecto.
La corrida de toros en honor del Virrey Iturrigaray nos dice José de Jesús Núñez y Domínguez, encierra un suceso entre Don
104 Ibidem.
105 (Del lat. caro, carnis, carne, y tollendus, de tollĕre, quitar, retirar). Léase Carnaval, es decir, los tres días que preceden al comienzo de la Cuaresma.
Gabriel Yermo el Virrey, donde lo hace ver como una causa contra Iturrigaray en 1808; no podríamos saber si fue verídico el final del suceso, pero transcribiremos la narrativa de Núñez y Domínguez, porque además nos permite conocer cómo se llevó a cabo aquella tan deseada corrida de toros por los vecinos de la Ciudad de México.
“Cuando los clarineros dieron la señal para que comenzara la corrida, previa venia de su Excelencia, el gozo de este subió de punto, pues siendo andaluz de pura cepa, gaditano por más señas, se perecía por las fiestas de toros. Comentaba animadísimo todos los lances con las gentes de su séquito, pero principalmente con su hijo Don José, que lucía el brillante uniforme de oficial de carabineros reales y con su secretario don Rafael Ortega, que ostentaba a su vez los vistosos arreos de ayudante del Regimiento de Caballería de Calatrava.
Entre lance y lance, acudían al palco sirvientes que llevaban refrescos y nieve así como fuentes desbordantes de los más variados dulces, y cuando alguno de los toreros lo merecía, el virrey le arrojaba galas para premiar su arrojo y habilidad.
Todo había transcurrido en el mayor contento, cuando, después de haber matado al primer toro, vio su Excelencia que el capitán de la cuadrilla se encaminaba al palco de Don Gabriel Yermo, uno de los hombres más ricos de la colonia; y que subía a él y hablaba con el citado Yermo.
Don Gabriel, propietario de fincas rústicas y urbanas, tenía una gran preponderancia en el comercio de todo el reino. Además de que monopolizaba la venta del aguardiente llamado Chinguirito producido en sus haciendas de caña de azúcar, tenía el abasto de carne, en el que ejercía una verdadera dictadura, diciéndose que en su afán de lucro a veces había introducido a la ciudad ganado muerto por enfermedad. Relacionado con el más alto comercio de cuyo tribunal era miembro y temido y respetado por su caudal, que acrecentó con un buen matrimonio, Don Gabriel imponía su voluntad aún en contra de las disposiciones del Gobierno.
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Por ello obligaba a los toreros que a él, exclusivamente, le vendieran los toros que mataban en el coso, a pesar de que había una disposición terminante que otorgaba a dichos toreros al par que la propiedad de las reses muertas, la libertad de venderlas a quien quisieran. Yermo constreñía a los lidiadores a que se les vendieran los toros a cuatro pesos, no obstante que su precio era de ocho o de diez.
Por tal motivo, el matador del primer toro de la corrida inaugural en honor de Iturrigaray subió al palco de Yermo, cosa que extraño de sobremanera al virrey. Y habiendo averiguado la causa de eso montó en cólera su Excelencia, reprobó la costumbre que adulteraba la ley y ordenó que los toreros vendiesen a quienes les viniere en gana, la presa de su valor o destreza o que el abastecedor les pagase el justo precio.
En menos de lo que se cuenta supo Yermo lo acontecido; y, llevado de su violento carácter y de la soberbia con que estaba habituado a tratar a las autoridades, pasó al palco del virrey, quien lo recibió con avinagrado gesto. Pero Yermo no se arredró por ello y reclamó al virrey su proceder, en términos descomedidos. Iturrigaray, que pudo haberle hecho sentir todo el peso de su autoridad se limitó a echarle en cara su conducta, diciéndole poco más o menos que aquello era una ratería en hombre tan rico; le [ afeó ] sus procedimientos mezquinos y le dejó tan corrido que orgulloso mercader salió del palco mascullando disculpas pero encendía el alma de cólera y de venganza.
La corrida prosiguió, pero como a pesar del sigilo que se guardaba en estos casos, se divulgó en un santiamén por toda la ciudad lo ocurrido en el palco virreinal, en la noche fue tema de las conversaciones en metideros públicos y hogares.
Y mientras los toreros bendecían al virrey por aquel acto de justicia que aumentaba sus ganancias, pues en las corridas se mataban varios cientos de cornúpetas, Don Gabriel Yermo sentía acrecentarse su odio contra Iturrigaray y juraba su pérdida.
Cinco años esperó para ello, durante los cuales cada vez más se acumulaba el rencor en su corazón. Y cuando en 1808, en vista de la situación en España invadida por Napoleón, Iturrigaray estuvo a punto de independizar a la Nueva España, cuyos ayuntamientos proponían, por boca de los Licenciados Primo de Verdad y Azcárate, que el pueblo reasumiera su soberanía, Yermo, que conspiraba en la sombra, poniéndose al frente del elemento español al que armó, aprehendió al virrey la noche del 15 de septiembre de 1808, lo depuso, encarceló y envió preso a España, en complicidad con las altas autoridades del gobierno.
Tomó así cumplida venganza del viejo agravio, de que fueron causa inocente unos bravos toros de lidia”. 106
Datos sobre el siglo XIX, el México Independiente y la tradición de “correr toros” en la Ciudad de México.
Al inicio del siglo XIX, aparte de los sucesos ya narrados en las corridas en honor a Iturrigaray, las lidias formales se seguían efectuando en el Volador, que se reservaba para esos acontecimientos; se sabe que hubo buen ganado y se registró más de un incidente, pese a la destreza y habilidad de los diestros que se jugaban la vida.
Aún durante la guerra por la Independencia, siguieron celebrándose festejos taurinos en la Ciudad de México, aunque se tiene poca información, se sabe, gracias a los informes municipales, que se continuaron las obras de lo que sería la nueva plaza del San Pablo, la que años después fue utilizada para recaudar fondos para combatir a la insurgencia.
Con respecto a la Plaza del Volador, las últimas corridas que ahí se celebraron fueron en el año de 1808, a la llegada del Virrey Venegas; se cuenta que en las cuadrillas figuró, entre otros espadas, el mexicano Agustín Marroquín, quien al decir de varios autores, incluyendo a José de Jesús Núñez y Domínguez, “… cobró siniestra 106 Óp. Cit. Núñez y Domínguez. Páginas 50, 51, 52 y 53.
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fama, fue nada menos que uno de los colaboradores más cercanos del cura Miguel Hidalgo y Costilla, 107 Padre de la Patria. Con él anduvo desde su entrada a Guadalajara y con él cayó prisionero en Acatita de Bajan”. 108
A la plaza del Volador le sustituyo una pequeña, “fea” e incómoda construida en la última Calle de Necatitlan, hoy calle de 5 de febrero, que se inauguró el 13 de agosto de 1808, con la celebración de San Hipólito y la caída de Tenochtitlán en manos de los conquistadores hispanos. El cartel de esa corrida de los 287 años de la derrota de los mexicas y triunfo español estuvo formado por los hermanos Sostenes y Mariano Ávila y como banderillero actuó Marcelo Villasana, que poco tiempo después se convirtió en espada y recorrió el país ya en el México Independiente. 109
Por cierto, está registrado en los textos taurinos aquí citados que el torero Manuel Bravo, de gran reputación y destreza, salió de México para continuar su carrera en Cuba y se piensa que este diestro hubiera influido de alguna manera en el ánimo de Bernardo Gaviño para que viniera a México en el año de 1835.
La plaza de Necatitlan duró cerca de once años, haciéndole la competencia una que se construyó en la Alameda con el nombre de Plaza de “El Boliche” situada en lo que ha sido la Avenida Hidalgo, inaugurada en el año de 1819, con la actuación de los hermanos Ávila y toros de Puruagua, ganadería de Michoacán. “… en este coso hubo festejos notables y la terrible cogida y muerte del banderillero Dionisio Ramírez el Pajitas …” dicha plaza existió hasta el año de 1835, en que fue sustituida por la de San Pablo,
107 Se dice, también en la Historia y Tauromaquias Mexicanas, que de Miguel Hidalgo y Costilla y su relación con la Tauromaquia no hay más noticia que la de haber vendido ganado de lidia y de haber asistido como diestro a una corrida en San Luis Potosí, alternando con el propio General Calleja.
108 El propio Núñez y Domínguez en su obra taurina, fundamenta la existencia del torero Marroquín en varias biografías de Miguel Hidalgo y Costilla, en la de Baz, reproducida por Julio Zarate le llama “el torero Marroquín”; Bustamante en su Cuadro Histórico y Pérez Verdía, en su “Historia Particular de Jalisco, dicen que era “torero de oficio,” sin embargo Alamán le llama “capitán de bandoleros”.
109 Cit. Guarner, página 43.
misma que ya existía pero que no se concluyó en su totalidad.110 Es más, para el 27 de septiembre de 1821, antes de que fuera incendiada, a la entrada del Ejercito Trigarante a la Ciudad de México, consumando la Independencia, 111 aún la plaza estaba inconclusa.
La nueva plaza de San Pablo debió ser inaugurada en el año de 1833, 112 pero fue hasta el año de 1835, el domingo de Pascua de Resurrección, con la actuación de los hermanos Ávila y la presentación del torero gaditano, Bernardo Gaviño; con la cuadrilla de banderilleros españoles Juan Gutiérrez y José Rivas y el picador Pedro Romero “El Habanero”.
Como lo hemos visto la Plaza de San Pablo se comenzó a construir desde principios del siglo XIX, aunque desde 1788 ya se hablaba de una plaza de toros en aquella zona. “Era en realidad un hermoso edificio ubicado en las inmediaciones del templo que lleva su nombre y en cercanías al Hospital Juárez 113 Había sido construida con ladrillo tezontle y madera. Ofrecía capacidad para 15 000 concurrentes, poseía dos filas de palcos y ocho o diez de graderías. Existían barreras y contrabarreras. En el centro del redondel un mástil enarbolaba la Bandera Mexicana” 114
Para tratar de ser lo más verídico posible, sobre la reinauguración de la Plaza de Toros de San Pablo, y tomando ejemplo de muchos cronistas e historiadores, nos valdremos de la historia oral, comentando lo que vio un viajero francés que estuvo en México por ese tiempo, y aunque ya se ha publicado esa crónica, creemos
110 Sobre la Plaza de San Pablo ya hemos dejado nuestros comentarios en el apartado correspondiente.
111 Enrique Guarner, escribe que “… para celebrar su llegada se iniciaron numerosos festejos, entre los que no podían faltar las corridas de toros.”.
112 En aquellos años en la ciudad de México se sufría la epidemia cólera asiática, así que se prohibieron espectáculos donde se generaran aglomeraciones, por lo que se suspendió la inauguración de la Plaza de San Pablo.
113 El Hospital Juárez se dañó fuertemente en el sismo del 19 de septiembre de 1985, demoliéndose tiempo después; el Templo de San Pablo continúa ahí, siendo testigo mudo pero fiel de la historia de sus alrededores.
114 Cit. Guarner. Página 44.
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que es la más oportuna para ilustrar textualmente el testimonio de la inauguración del dicha plaza de toros en 1835. El viajero fue Mathieu de Fossey, ciudadano francés que estuvo en México de 1831 a 1835, y terminó publicando un libro al que llamó “Viaje a México”.
Fossey inicia su relato diciendo que llegó al tendido de sombra, el que estaba ocupado por hombres bien vestidos y su vista era “hermosísima” ya que se observaba casi por completo el coso taurino; distinto era, comentaba, el aspecto del lado contrario, “ ….donde se vía en derredor de la valla y en los palcos un mar de gentío, en cuyas últimas filas se arrojaban en las primeras, contrastando su miseria y desaseo con el lujo asombroso de los demás concurrentes …”
Como la corrida fue presidida por el Presidente de la República, “… al aparecer […] don Antonio López de Santa Anna, la banda del cuerpo de artillería […] tocó una sinfonía bélica. En seguida los que debían correr los toros desfilaron de dos en dos, precedidos de cuatro locos, especie de payasos insulsos…”
Al referirse Fossey a los toreros expreso que “Visten los toreadores como Fígaros, con calzones y almilla de raso color, medias de seda blanca. El vestuario es andaluz y no les estorba en sus movimientos”.
Estando la cuadrilla en el centro de la plaza y a punto de iniciar el paseíllo, después de haber pedido permiso al Presidente, Fossey narra que “… resonó la trompeta dándose la señal, y todas las miradas se dirigieron hacia la puerta del toril. Ábrase esta y un toro negro con manchas negras se arroja brincando por la plaza. Atónito por el estampido de la música y los palmoteos, hace una pausa para reconocer el terreno y, paseando la vista por todo lo que le rodea, se detiene. En eso salen los toreadores en derredor de él, excitándole y haciéndole fluctuar unas capas coloradas, a tiempo en que un chulo aparece en ademán de sacrificarse. El toro lo enviste y éste le escabulle. El animal corre de un lado a
otro hiriendo al aire con sus astas. Irritado más y más, maneja sus ojos arrojando centellas. De repente el torero huye del toro y se acoge detrás de la valla, pero el bruto lo sigue con tanta furia que de nada le valió para contenerlo y el animal cayó sobre aquel desgraciado, a quien sacaron fuera con la cabeza ensangrentada y el cuerpo abrumado por la paliza”.
Según el autor, siguieron un grupo de banderilleros los cuales “… colocaban unos venablos (lanzas cortas) de dos pies de largo, a los cuales se afianza un cohete adornado con listones de papel de color. Salió el primero dando brincos delante del toro y lo llamaba hacía él. Este le arremetió con furia y cuando ya lo iba a alcanzar el toro, hizo una gentil treta, clavándole en el cuerpo las dos banderillas y salieron de ellas chorros de fuego, mientras el toro gemía incesantemente”.
“En seguida mostró su bravura otro joven banderillero, que con gran precisión de movimientos clavó un rosa en medio de la cabeza del toro […]en seguida que resonó el anfiteatro con gritos y vítores de toda clase …”
“A continuación del anterior se inicia el tercio de varas, que no tiene por objeto castigar al burel, ni restarle facultades, sino que era ocasión para que lucieran los vaqueros. Estos van armados de garrochas con la cual pican al toro sobre el pescuezo, cuando se abalanza sobre ellos. Los caballos van tapados de los ojos, porque si vieran la embestida del astado huirían de él. Es muy frecuente que muchos de ellos salgan despanzurrados y con las entrañas afuera”.
“Después de la suerte anterior”, sigue narrando Fossey, “… había llegado el momento de matar al toro y las trompetas volvieron a resonar. No quedaron en la plaza más que el animal y su matador, pero esta vez la pelea era a muerte, así es que este momento cautivó la atención de todos los concurrentes. Habiéndose cubierto la espada con la capa de torero se dirigió hacia el animal buscando una posición favorable; varias veces fue atacado y el torero esquivó al burel. De repente el matador clavó la espada con tal habilidad y
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destreza […]El bruto cayó chorreando sangre. El toro permanecía tirado mientras otro torero le dio otra cuchillada en la nuca. El lidiador volvió a saludar al presidente, que le recompensó con un bolsa llena de pesos”.
“En seguida salió un tronco de tres mulas empenachadas que engancharon al toro de sus tiros y echando a correr a galope, se llevaron el cuerpo inerte de aquel hermoso burel que antes había sido brioso y temible”. 115
Cinco años después, el 5 de enero de 1840, la Marquesa Calderón116 de la Barca, presencia una corrida de toros, en México, llevada a efecto seguramente en la Plaza de San Pablo, y en su libro “La Vida en México”, la narra, quedando como otra muestra fehaciente de testimonio del suceso histórico; en esta ocasión se hará una transcripción exacta de la carta en donde la Marquesa registra lo que vivió en México el 5 de enero de 1840.
“Esta mañana temprano, día de la corrida de toros extraordinaria, aparecieron unos carteles en todas las esquinas anunciándola, junto con ¡un retrato de Calderón [de la Barca]. 117 El Conde de la Cortina vino poco después del almuerzo, acompañado de Bernardo, 118 el primer matador, a quien nos trajo a presentar. Os envió el convite impreso en seda de color blanco, orla de encaje de plata y unas borlitas colgando de cada esquina, para que veáis con que primor suelen hacer aquí estas cosas. El matador es un hombre guapo, pero de exterior torpe, aunque dicen que es de una gran agilidad y muy hábil. Debo escribiros mañana una reseña de mi primera corrida de toros”.
115 Fossey, Mathieu. Viaje a México. En Historia del Toreo en México, de Enrique Guarner, páginas 44 y 45.
116 Frances Erskine Inglis, de nacionalidad escocesa, conocida como Madame Calderón de la Barca, casada con Ángel Calderón de la Barca, primer ministro plenipotenciario de España en México, nombrado en virtud del Tratado de Paz y Amistad concertado entre México y España, y donde ésta reconocía la Independencia, firmado en Madrid el 28 de diciembre de 1836.
117 La corrida fue en honor del Primer Ministro Don Ángel Calderón de la Barca.
118 Se refiere a Bernardo Gaviño, primer espada, que había nacido en Cádiz en 1812, y estaba recién llegado a México.
“Ayer por la tarde, había grandes temores de que lloviese, lo cual habría obligado a aplazar la lidia, no obstante se aclaró el cielo, y nunca sabrán los pobres toros cómo su suerte dependió de las nubes. Un palco, de los del centro, con alfombra y araña de plata, estaba dispuesto para nosotros; pero nos fuimos con nuestros amigos los Cortina, que tienen el suyo al lado. El espectáculo, a pesar de no haber visto la magnificencia de la arena de Madrid, me parecía movido y deslumbrante en grado sumo. Imaginaos un inmenso anfiteatro, con cuatro grandes filas de palcos, a cuyos pies se extienden los asientos al aire libre, lleno todo a reventar; los palcos ocupados por señoras lujosamente ataviadas; en las graderías, el alegre colorido de una muchedumbre enardecida de entusiasmo: dos bandas militares tocando a perfección trozos de óperas, señoras y campesinos, y oficiales de gran uniforme: una extraordinaria diversidad de colores, y todo el conjunto iluminado por este cielo eternamente azul. Ya podéis concebir que el espectáculo fue tan variado como curioso.
Cerca de las seis y media, un toque de trompetas anunció la llegada del Presidente, quien vino de uniforme, con su estado mayor y tomó asiento a los acordes de Guerra, Guerra, I bellici trompi. Poco después los mandatarios y los picadores, a pie los primeros y a caballo los segundos, hicieron su entrada, saludando a todo el público alrededor de la arena, y fueron recibidos con un estallidos de vítores.
El traje de Bernardo 119 de azul y plata, era magnífico, y le costó quinientos pesos. Diose la señal, se abrieron las puertas, y salió el toro; no tan grande, no de aspecto tan fiero como los de España, sino pequeño, nervioso, bravo y desparramando la vista.
- Tres veces suena el clarín: ¡atención!, la señal se oye, se dilata la caverna, y con muda expectación la gente que hincha el circo abre la boca de todas partes. Surge con salto formidable el poderoso bruto y, mirando salvajemente, huella con pie inquieto la arena, sin lanzarse ciegamente al enemigo. Con su testuz amenazante apunta 119 Se refiere al torero Bernardo Gaviño.
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a todas partes y dispone su ataque, sacudiendo inquietamente la cola enfurecida, y sus ojos fulguran chispas […] –
Cuadro tan fiel como poético. La primera pose del toro es bellísima. Pasta, en su Medea, no podría superarla. Mientras los matadores y los banderilleros llaman la atención del toro con sus capas encarnadas, los picadores le clavan sus lanzas. Precipitase el animal contra los primeros y lanza al aire las capas que le arrojan; saltan los toreros la valla que circunda la arena; arremete contra los otros y derriba a los caballos, y muerden el polvo sus jinetes en varias ocasiones; recobrando, ambos al instante el equilibrio, pues en ello no hay tiempo que perder. Quisieron después los matadores recurrir a los fuegos artificiales; eran unos cuetes adornados con ondeantes cintas que prendían en las astas del toro, y hacían que éste al revolver la testa, se viera envuelto en llamas. Alguna que otra vez, el picador agarraba la cola del cornúpeto, por su extremidad, y levantando el pie derecho le hacía pasar sobre la cola, y sin soltarla corría el caballo en dirección contraria a la de la res, obligándola a caer en tierra.
Enloquecido por el dolor, arrojando caños de sangre, erizado de dardos y cubierto de cohetes corre el desafortunado toro en contorno, embistiendo, ciego a hombres y caballos, intentando saltar la barrera repetidas veces; más la multitud, con su griterío y agitando sus sombreros se lo impide. Por último, acosado, y al cabo de sus fuerzas, le da el golpe mortal el matador, lo que se le considera como la suerte suprema. Quedose inmóvil el toro, como sospechando que le había llegado su hora, dio algunos pasos vacilantes y terminó por echarse. Una última cuchillada y el toro exhala el postrer aliento.
Sonaron los Clarines y tocó la música. Entraron a la plaza cuatro caballos, engancharon al toro de sus tiros y, echando a correr a galope, se lo llevaron fuera de la arena.
Esta última parte produce una gran impresión y recordaba la de un sacrificio Romano. De manera similar dieron muerte a
ocho toros. El espectáculo, en conjunto, es de una gran belleza; la habilidad de que hacen gala divierte; más ese modo de atormentar al toro repugna, y porque aquí embotan las puntas de sus cuernos, siente uno más simpatía por él que por sus adversarios del género humano 120 […]
Pero dejad que os confiese que si al principio me cubrí la cara porque no me atrevía a mirar, poco a poco fue creciendo mi interés de tal manera, que ya no pude apartar los ojos del espectáculo, y entiendo muy bien el placer que encuentran en estas bárbaras diversiones los que están acostumbrados a ellas desde la infancia …121
Dejaremos que el lector disfrute de las narrativas anteriores, sin hacer de nuestra parte comentario alguno, ya que ambos textos son parte de lo que vieron sus autores y de cómo dicen que lo vieron.
Las corridas de toros en la Ciudad de México continuaron, aunque es conveniente aclarar que desde el triunfo de la Constitución Política de 1824, siempre se dejaba ver que la fiesta taurina era de origen español y por ende se debía de desterrar del país, tanto cuanto exageradas las opiniones, más aún, la religión Católica Apostólica y Romana, también la trajeron los españoles poniéndole mucho de su ideología y sobre las deidades Tenochcas pusieron a los santos católicos, y sobre los templos de los mexicas se construyeron grandes iglesias y catedrales españolas, y sin embargo no intentaron desterrar la religión traída por los conquistadores hispanos, al contrario en esa primera Carta Magna Mexicana, la de 1824, se estableció como única religión la Católica Apostólica Romana.
En fin, el estilo y técnica del toreo mexicano, (una vez entrado 120 Madame Calderón de la Barca opinó que no podría ser bueno el acostumbrar al pueblo a que vea estos espectáculos sangrientos.
121 Calderón de la Barca, Madame. La Vida en México. Traducción y Prólogo de Felipe Teixidor. Páginas 58 y 59. Editorial Porrúa. Colección Sepan Cuantos. Novena edición, México 1990.
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el México Independiente a partir, no tanto del establecimiento del Primer Imperio sino de la República Federal Mexicana ante la Jura de la Constitución Federal de 1824), habían partido del aprendizaje que, durante el virreinato, los mestizos e indígenas, de los toreros hispanos, pero con ciertas características propias y al paso de los años fueron surgiendo diversas cuadrillas con lidiadores mexicanos que de alguna manera habían interpretado lo aprendido en algo a lo que podríamos bautizar como tereo mexicano de mediados del siglo XIX mexicano.
Enrique Guarner, descubre ante nuestros ojos que la mayoría de esas cuadrillas “… estaban encabezadas por espadas autóctonos, especie de señores feudales que ejercían su dominio sobre determinadas zonas” “en cada feudo 122 había una cuadrilla regional con un jefe nativo…” 123
Esas cuadrillas actuaban en muchas ferias y celebraciones religiosas y paganas, acumulando hasta 40 corridas o más al año, por lo que los diestros podían vivir de manera holgada, además de ser populares entre las ciudades y poblaciones en las que actuaban.
En la bibliografía taurina para México, se menciona la existencia de por lo menos tres toreros más o menos famosos en aquellos años del siglo XIX: Ignacio Gadea, Ponciano Díaz y Arcadio Reyes.
A Ponciano Díaz se le ha llamado el típico Torero Mexicanos del Siglo XIX, y gracias al libro de Manuel Horta sobre ese diestro, hemos podido conocer algo de su vida y carrera taurina; dice que nació el 19 de noviembre de 1858, en la Ganadería de Atenco, donde su padre trabajaba; años después, en una fiesta de Atenco, a la que asistieron muchos aristócratas, se permitió que Ponciano toreara una eral. “Ante el asombro de los presentes realizó grandes proezas demostrando gran valor y logró las más diversas suertes que en aquel momento se conocían en México”.
Se anota que el primer novillo que mato Ponciano Díaz fue
122 En realidad en México podrían haber sido Señoríos y no Feudos.
123 Óp. Cit. Guarner. Página 51.
en la Villa de Tlalnepantla en el año de 1877, y después de haber formado parte de cuadrilla de Bernardo Gaviño, el 3 de abril de 1879, de manos del propio Gaviño toma la alternativa en Ciudad de Puebla de los Ángeles.
Debemos tomar en cuenta que Ponciano Díaz no tomó la alternativa en la Ciudad de México, porque el Presidente Benito Juárez, al restaurarse la República Federal, el 28 de noviembre firmó y proclamó un decreto con el cual se prohibían las corridas de toros en la ciudad de México. 124
Razón porque la capital de la República Mexicana no tuvo fiesta taurina hasta el 9 de diciembre de 1886, en que Porfirio Díaz derogo el decreto de prohibición taurina en la Ciudad de México.
Hemos encontrado, en los documentos históricos, 125 que Ponciano Díaz inauguró su empresa taurina y su plaza de toros situada en el Paseo de Bucareli, el 15 de enero de 1888. Veamos como Manuel Horta narra ese suceso:
“Al toque del clarín, salió el primer toro enchilado y palangano, recibiendo tres buenas varas, Ramón dejó dos pares y Calderón otros dos al cuarteo. Ponciano, previó aviso a la autoridad, se dirigió al palco en donde estaba su madre y le brindó así: - Por mi patria y por ti, madre mía. La providencia ha querido que preste a tu vejez el humilde fruto de mi trabajo - . Después, se fue directamente al toro y le dio cuatro naturales, tres cambiados, cuatro en redondo y dos (a su modo); levantando la espada apuntó con suma atención sobre la cruz del lomo y se fue acercando poco a poco en línea recta y pasito a pasito; a la vez que hizo ligeros movimientos con la muleta para llamarlo. Llegando a cierta distancia, se pasó y
124 Benito Juárez proyectaba una animosidad hacía los españoles, no obstante había aprovechado la celebración de corridas durante la guerra de intervención para recabar fondos que sirvieran para mantener a las tropas de la República Federal; recordemos aquel en que Margarita Maza de Juárez organizó en la Plaza de San Pablo y en la actuó el diestro mexicano Pablo Mendoza.
125 Nos referimos a los expedientes que sobre corridas de toros se encuentran en el Fondo Documental del Ayuntamiento de México del Archivo Histórico de la Ciudad de México, en donde se fundamenta la investigación de este breve estudio.
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quedó inmóvil, siempre con la punta de la espada mirando al lugar preciso. Por fin el toro se arranca con suma velocidad y el torero haciendo un ligero movimiento con el engaño le clava al toro el estoque en el expresado centro del morrillo. Después cogió otra espada y haciendo con un movimiento de muleta que el animal inclinara la cabeza, apuntó con gran tino clavó la punta de aquella en el testuz. El toro cayó como herido por Júpiter y dicen que a ello le llaman descabello. El ruedo se llenó de ramilletes y se tocaron dianas por las tres bandas de música que había en la plaza.
[…] El sexto toro, color amarillo y cara prieta, dio tres salidas en falso; con mucha guapeza y manejando magistralmente su cuaco, el torero puso dos pares y medio de banderillas, bonísimos aquellos y regular el último. Bajó del caballo entre nutridos aplausos y brindó en los medios del ruedo al sol y a la sombra. Dio tres naturales, uno en redondo y lo mató con metisaca perfecto”. 126
No obstante que Ponciano Díaz se había convertido en un ídolo de la tauromaquia mexicana, Eduardo Noriega, 127 Crítico taurino de aquella época, subrayó los efectos que había observado en Ponciano, “… aconsejándole aprender de la escuela española, que ha dado una gran temporada en la plaza Colón, […] Pero para el público el torero debía de seguir recetando bajonazos y golletazos”.
128 Sin detenerse mucho para meditar lo que su público opinaba, Ponciano se preparaba para ir a España y tomar la alternativa en Madrid. 129
Como lo habíamos comentado, junto con la Restauración de la República, Juárez determinó prohibir en la Ciudad de México las corridas de toros; además que en el artículo 87 de la ley para la dotación de fondos municipales expedido en el Distrito Federal el 28 de noviembre de 1867, quedaba ordenado
126 Horta, Manuel, revista Siglo XIX, en Historia del Toreo en México, de Enrique Guarner. Página 56.
127 Conocido como “Tres Picos” considerado el más entendido de los críticos taurinos.
128 Ibidem.
129 Manuel Horta describe la corrida del 17 de octubre de 1889, en que Ponciano Díaz tomó la su alternativa en la Villa y Corte.
que: “… el municipio estaba facultado para la adquisición de dinero” concediendo permiso para la celebración de diversiones públicas, exceptuando las corridas de toros; es muy posible que los ideólogos del ordenamiento, hubieran considerado a la fiesta brava como inmoral o antinacional por sido una celebración nacida en España; la prohibición comentada nos puede parecer irracional, más aún cuando leemos en los mismos ordenamientos que estaban permitidas las apuestas en las peleas de gallos y de carreras de caballos que se efectuaban en el Hipódromo de la Condesa.
Pero los tiempos cambian y para el mes de noviembre de 1886, en el segundo periodo de gobierno del general Porfirio Díaz, fue enviada una solicitud al Ayuntamiento de México para que se aprobara la reanudación de las corridas de toros dentro de, la entonces poco extensa, zona metropolitana. La petición llegó a la Cámara de Diputados y resultó aprobada y por ende favorable en el seno de la Comisión Permanente, siendo firmada por los Diputados Tomás Reyes Retana y Ramón Rodríguez Galván; dándose a conocer el veredicto el día 28 de noviembre de 1886; regresaban las corridas de toros a la Ciudad de México con 85 votos a favor y 36 en contra.
Aunque a partir de ese día ya se podía realizar todo tipo de negocios y construcciones en torno a la Fiesta Brava, quedó concertado que quienes fueran empresarios deberían pagar al
Ayuntamiento de México un 15 % del total de las entradas de cualquier corrida, antes de descontar sus gastos. En realidad ese dinero cobrado por la autoridad municipal sirvió para impulsar las obras de drenaje que se realizaban en el Valle de México, y que se interrumpieron por falta de recursos económicos suficientes.
Como era lógico, las corridas de toros fueron la esperanza de empleo de muchas familias y de grandes ganancias de muchos empresarios que arriesgaban sus capitales, se emprendieron las edificaciones de las plazas del Paseo y la de Colón, sin embargo
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antes que aquellos cosos fueran concluidos, en lo que hoy se conoce como San Cosme se inauguró una plaza pequeña a la que llamarón de San Rafael.
Por fin toros en la Ciudad de México; el día 20 de febrero de 1887, se inaugura la Plaza de San Rafael con la presentación de Ponciano Díaz con toros de Parangueo. Cuenta Enrique Guarner que la concurrencia generó un lleno total, no quedando hueco alguno 130
La temporada de corridas 1899 - 1900, fue anunciada con gran interés, ya que los toreros participantes estaban envestidos de mucha fama; Antonio Fuentes y Enrique Vargas, conocido como ”el diminuto” por ser un torero de baja estatura. Para la corrida se escogieron toros de las mejores ganaderías españolas, entre las que destacaban Miura, Murube, Saltillo, Veragua y José Cámara, ganado que fue encerrado en la Hacienda de los Morales.
Pero había otro atractivo taurino de mucha importancia, los toros se correrían en una nueva plaza construida en las actuales esquinas de Álvaro Obregón y Avenida Cuauhtémoc, a la que llamarón “Plaza de Toros México” al respecto nuestro historiador taurino Enrique Guarner nos explica que “… fue construida con cierta rapidez, pues quedó concluida en setenta días. Estaba situada en un terreno colindante con la Calzada de la Piedad, a unos doscientos metros del Panteón
Frances. Fue construida por una empresa norteamericana y los empresarios fueron los ex toreros Ramón López y Diego Prieto, el cuatro dedos […] la primera corrida se efectuó el 17 de diciembre de 1899 y el entradón fue absoluto…”. 131
A partir de ese momento y las primeras tres décadas del siglo XX, muchas fueron las corridas y muchos más los toreros que se presentaron en las plazas de toros de la Ciudad de México, algunos de ellos fueron:
130 Óp. Cit. Guarner. Página 64.
131 Ibidem, página 77.
Antonio Fuentes, Enrique Vargas “El diminuto”, Luis Mazzantini, Antonio Moreno “Lagartijillo”, Joaquín Hernández “Parrao”, Antonio Reverte, José García “Algabeño”, Rafael Molina “Lagartijo chico”, Manuel Jiménez “Chicuelo”, Rafael Gómez “Gallito”, Antonio Montes, Rafael González “Machaquito”, Ricardo Torres “Bombita”, Francisco Fernández “Faico”, Tomás Alarcón “Mazzantinito”, Francisco Bonal “Bonarillo”, Arcadio Ramírez “Reverte Mexicano”, Vicente Pastor “Chico de la Blusa”, Rodolfo Gaona, José Gómez Ortega “Joselito”, Manuel Mejía Bienvenida, Vicente Segura, Diego Rodas “Morenito de Algeciras”, Francisco Martín Vázquez, José Claro “Pepete”, Antonio Moreno “Morenito de Alcalá”, Castor Jaureguibeitia “Cocherito de Bilbao”, Manuel Rodríguez Sánchez “Manolete”, Luis Freg, Juan Belmonte, Merced Gómez, Samuel Solís, Ignacio Sánchez Mejías, Juan Silveti, Juan Luis de la Rosa, Domingo González “Dominguín”, Ángel Fernández “Angelete”, Alfonso Cela “Celita”, Bernardo Casielles, Marcial Lalanda Antonio Márquez, Manuel García “Maera”, Julián Sáinz “Saleri II”, Juan Anllo “Nacional II”, Francisco Peralta “Facultades”, Juan Espinosa “Armillita”, Rafael Rubio “Rodalito”, Cayetano Ordoñez “Niño de la Palma”.
Algunos datos sobre la reglamentación taurina en la Ciudad de México.
Nos dice José de Jesús Núñez y Domínguez que “Sabido se tiene que durante el régimen colonial los virreyes procuraron constantemente reglamentar las corridas de toros, y al efecto dieron diferentes disposiciones, que tenían de modo principal, a evitar los desórdenes a que se entregaba el populacho. Pero esos decretos bien pronto se echaban al olvido, y así cuando nuestro país declaró la Independencia, con más razón se les tomó por letra muerta”. 132 Sin embargo, y para dejar aquí una muestra de aquellas
132 El autor, Don José de Jesús Núñez y Domínguez, en su obra sobre la Historia y Tauromaquia Mexicanas, expresa además que “todo lo que perteneciera a la dominación española era considerado como caduco y que había prescrito.”
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disposiciones, con el permiso de los lectores transcribiremos literalmente un bando público sobre el buen orden en la plaza de toros del año de 1778, y el que a la letra dice:
“Don Luis María Moreno de Monroy y Luyando y Gonzalo González de Catarretón [?], regidores perpetuos de esta N. C. y comisarios de la actual corrida de toros &.
Por quanto en la fiesta de toros suelen acontecer varias desgracias, ocasionadas del peligroso abuso de acosarlos y picarlos con espadas, rejones, u otras armas, y de entrar y saltar a la plaza mucha gente, a más de los toreros señalados, estorbando a éstos la pro - defensa de tomad seguridad en las barreras, y experimentándose las demás peligroso por su intransibilidad para las fugas. Prohibimos que durante las corridas, ninguna persona de cualquier condición que sea [mozo], o uno de los [ ] armas, picando los toros a él privar por las barreras, o en otra cualquier situación; ni salir al recinto de la plaza mientras dure la corrida, desde que se despeje hasta estar muerto, y arrastrando fuera el último toro, ni con el pretexto de vender bebidas, confituras, barquillos, ni otras cosas, ni con el de ir a tomar los dulces que de los balcones se tiran a los toreros; […] la irremisible pena de dos años de presidio a disposición de Excmo. Sr. Virrey quien de inmediato se impondrá a el que contraviniere si fuere español, y cien azotes si fuere de color quebrado. Y mandamos que para el puntual cumplimiento de dicha providencia se fijen cartelones en las cuatro [ ] y puertas de la plaza. México 21 de noviembre de 1778”. 133
Aunque la redacción de la época podría complicar un poco la lectura del contenido del documento, podemos darnos cuenta que en la ciudad de México, en las corridas de toros el público gustaba de picar a los bureles cuando salían, claro desde su palco o barrera, 133 Bando de los señores regidores comisionados para las corridas de toros, sobre el buen orden de la plaza. Ramo Municipal: Diversiones públicas. Toros, vol. 855, Exp. 20, f 2. Secretaría del Excmo. Ayuntamiento de México. Año de 1778. Fondo Documental del Ayuntamiento de México Archivo Histórico de la Ciudad de México.
estorbando a los toreros en su labor, además de que meterse a la plaza en plena corrida con el pretexto de vender bebidas o alimentos, o a recoger los dulces que la gente de los balcones le tiraran a los toreros; además de establecer las penas de rigor, si fuera español dos años de presidio y si fuera de color quebrado cien azotes.
Núñez y Domínguez también escriben que, ya en el México Independiente, exactamente en el año de 1822, “… en las corridas de toros las cosas iban de mal en peor, por lo que, a raíz de una bronca, que se originó por el pésimo ganado de una corrida celebrada en esta capital, la Regencia [del primer Imperio Mexicano] que era la que gobernaba a la Nación, diera órdenes terminantes para que se formulara desde luego un nuevo reglamento de toros…” 134
La realidad es que no se podría saber si fue el primero que se generó en el México Independiente, pero por lo menos es el más cercano a la consumación de la Independencia, el documento, que lleva el nombre de “Aviso al Público” fue elaborado y firmado por el Jefe Superior Político interino de la provincia de México, el General Luis Quintanar, documento de 8 artículos que a la letra indican que:
“AVISO
AL PUBLICO”
“Habiéndose notado la inobservancia de algunas prevenciones hechas por el Gobierno para conservar el buen orden en las corridas de Toros, he resuelto como Capitán General y Jefe superior político interino de esta Provincia, se reiteren, añadiendo otras que ha aconsejado la experiencia son necesarias para conseguir aquel último objeto.
1.- Luego que la tropa acabe de despejar la Plaza, no quedarán en ella por motivo alguno sino los Toreros. En el caso de que algún aficionado quisiere ejecutar alguna habilidad, pedirá permiso a la Autoridad que preside la Plaza, y sólo estará dentro
134 Óp. Cit. Núñez y Domínguez. Página 95.
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del circo el tiempo necesario para ejecutarla: por consecuencia nadie bajará a la Plaza hasta después de muerto el último toro, a excepción del tiempo en que dure el embolado, su hubiere. 2.- Los capataces de las cuadrillas de los Toreros antes de salir a la Plaza, se presentarán con su gente al Alcalde para que éste vea si hay algún ebrio, en cuyo caso no les permitirá torear y les impondrá una pena proporcionada.
3.- En las vallas y entre barreras no quedará persona alguna que no esté expresamente destinada.
4.- No se arrojarán absolutamente a la Plaza desde las lumbreras y tendidos, cáscaras de fruta, ni otra cosas que a más de ensuciarla puedan perjudicar a los Toreros. Tampoco se escupirá ni arrojará nada sobre las gradas, que incomode a los que en ellas están.
5.- Con el fin de que el Público se instruya del caso en que puede darse al Toro al que lo mate con destreza, advierte que sólo ha de ser cuando presida la Plaza la Autoridad Superior del Imperio, como un distinción de su alto carácter, entendiéndose si tuviese por conveniente concederlo. Lo mismo sucederá respecto de las galas que se distribuyan a los Toreros.
6.- Estos no dedicarán suerte alguna a persona determinada ni exigirán gratificación para evitar así la emulación y malas resultas que suelen originarse en principio.
7.- El señor Jefe del Estado Mayor auxiliará al gobierno con la fuerza armada en los casos que sea necesario, y concurrirá por su parte a que los militares observen el buen orden en los términos que se previene para el paisanaje, haciendo también que algunas patrullas ronden por la circunferencia exterior de la Plaza, a fin de evitar los robos, y obscenidades que ya se han advertido. Se impedirá igualmente que los vendedores de dulces, frutas etc., no transiten por las balaustradas de las lumbreras, sino por los tránsitos de sus entradas.
8.- Es de esperar que instruido nuevamente el público de esta Corte de las expresadas prevenciones, procure hacer compatible la diversión a que convidan las corridas de Toros, con el buen orden y moderación que tanto importa en esta clase de concurrencias, en el concepto de que si alguna persona desobedeciere o faltase a unas providencias que sólo tienen por objeto el bien público, sufrirá la pena a que haya lugar. México 6 de abril de 1822. – Luis Quintanar. Rúbrica”. 135
Existen otros muchos ejemplos de reglamentación que se encuentran resguardados en los archivos históricos, y como lo hemos dicho, especialmente en el Fondo Documental de Ayuntamiento de México; muchas de ellas forman parte de decretos que reglamentan las Diversiones Públicas en General y una de esas diversiones son y han sido las corridas de toros, para seguir observando los reglamentos podríamos analizar algunos otros.
Por ejemplo él fue firmado por José María Azcárate, coronel retirado y Gobernador del Distrito Federal, con el cual el 28 de diciembre de 1851 se dirige a la población de la Capital de la República Mexicana para que supieran:
“Que entretanto se publica el reglamento he creído conveniente formar para la diversión de Toros, con el deseo de evitar los peligros a los que se exponen los toreros, cuando se arrojan a la plaza frutas o cáscaras de estas y cualquier otro objeto, que pueda ocasionarles resbalones o caídas, he dispuesto lo siguiente.
ARTÍCULO UNICO.- Se prohíbe en las diversiones de Toros, tirar a la plaza frutas, cáscaras, o cualquier otro objeto que pueda causar algún mal a los toreros, bajo la pena de 5 a 50 pesos de multa, o de tres días a tres meses de grillete, sin perjuicio de la que imponga la autoridad competente por el daño que se ocasione.
Y para que llegue a noticia de todos mando se publiqué por bando en esta capital, y en los demás lugares de comprensión del
135 Aviso al Público sobre corridas de toros firmado por Luis Quintanar, en Historia y Tauromaquias Mexicanas de Núñez y Domínguez. Página de la 96 a la 98.
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Distrito, fijándose en los parajes de costumbre. México diciembre 28 de 1851. Miguel M. Azcárate.- Mariano Guerra (Secretario)”. 136
El bando público anterior nos deja claro que se esperaba la publicación de un reglamento sobre diversiones públicas en general para el Distrito Federal, haciendo testimonio de verdad lo comentado párrafos arriba, es decir, que la tradición de correr toros en la ciudad de México se consideraba parte de las diversiones públicas y por ende muchas veces se incluía en la reglamentación varias diversiones públicas en un sólo documento.
Otro bando público conteniendo prevenciones en materia de corridas de toros, y que también era “… entretanto se expide el Reglamento especial para las corridas de toros…” fue el publicado por José Ceballos, Gobernador del Distrito Federal, por medio del Secretario Nicolás Islas y Bustamante en el mes de febrero de 1887, conteniendo un total de XX artículos con los cuales se intentaba normar las corridas en las plazas de toros. Podemos observar que se indicaba que ninguna corrida podría verificarse si antes no se tuviera un informe satisfactorio del reconocimiento de la plaza y de todas sus áreas, incluyendo sus oficinas, ese trabajo debería realizarlo el área responsable de obras públicas del Ayuntamiento de México y de los otros Ayuntamientos con los que se formaba el gobierno del Distrito Federal. 137
Se manifestaba, en el texto normativo, que los empresarios taurinos tenían que obtener, de manera previa, la licencia respectiva del Presidente Municipal correspondiente, el que daría el aviso al Gobierno del Distrito Federal, que como observamos, tenía el control de las Diversiones Públicas y en este caso de las corridas de toros, no obstante en esos años del Porfiriato, el municipio era libre y soberano.
136 Reglamento que prohíbe arrojar fruta u objetos al ruedo de la plaza de toros. Gobierno del Distrito Federal, Bandos. Caja 20, Exp. 16. Fecha: 1851, 28 diciembre. Miguel María Azcárate. Archivo Histórico de la Ciudad de México.
137 Importante es dejar muy claro que el Distrito Federal desde su creación, el 18 de noviembre de 1824, se fue integrando con la unión varios municipios libres y soberanos, los que tenían como corporación de Gobierno a los Ayuntamientos, siendo la Ciudad de México la capital del Distrito Federal.
En las prevenciones publicadas por bando, el que elaborado por acuerdo del Gobernador del Distrito Federal, establece que los miembros de las cuadrillas de los toreros tenían la obligación de presentarse en la corrida de “un modo conveniente” vestidos con decencia y bien equipados y “… las cabalgaduras de que se haga uso para la pica, lanzar o colorear, y para conducir los toros muertos, serán mansas y se hallarán en buen estado de servicio …” Se indica que las cuadrillas, los dependientes y mozos que estuvieran seleccionados para el servicio de la plaza y, por ende, participarían en la corrida de toros, tenían que presentarse ante el empresario, administrador o persona responsable de la plaza para que se comprobara que todos estuvieran “arreglados y listos” para la corrida de toros; naturalmente que había la autoridad para que si “alguno de los individuos tuviere impedimento justificado, se le reemplazará desde luego dándose el aviso correspondiente al Regidor que presida”.
Otra de las responsabilidades que el ordenamiento le daba a la empresa taurina, fue la de que la corrida y festejo se llevara de manera expedita “… que se ejecute sin tropiezo alguno, vigilando especialmente que las espadas estén bien montadas y afiladas, y que las picas o garrochas sean rectas, fuertes y, tengan el fierro con el tope conveniente”.
También, en aquel febrero de 1887, la preocupación de que “Todas las puertas que den entrada al redondel y la contra valla, se asegurarán debidamente, y en las primeras se colocarán los criados necesarios para que cuando algún toro salte la valla lo vuelva al redondel…”, tan importante la preocupación que en el mismo artículo se establece que la contravención de este se castigaría con multa de diez a cien pesos, “… sin perjuicio de que si el toro llega a salir de la plaza y ocasione alguna desgracia, la empresa indemnice el daño, a juicio de la autoridad judicial respectiva”.
Una prevención para lograr tanto la atención del público como el respeto a los diestros y sus cuadrillas es la que ordena que “…en
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el tiempo destinado para la pica, para banderillear y para matar al toro, no se hará otra cosa diversa,” sino dedicar exclusivamente la atención en el desarrollo de los tercios taurinos, lo cual comenzó a ser la prioridad.
Aunque curiosa y contrastante con la formalidad que se quería dar a las corridas de toros en 1887, otro artículo indicaba que “Se prohíbe dedicar a las autoridades, corporaciones o particulares, las corridas o las suertes que en ellas se ejecuten”. Esta prohibición se venía acarreando desde el artículo 6° de la norma firmada y publicada por Luis Quintanar en 1822, evitando un quién sabe qué, pero limitando a los diestros en su actuar. Al público no se le estaba permitido que tirara basura, fruta o cualquier objeto al redondel, pero además no podía dirigirse a los toreros ni a sus cuadrillas, “distrayéndolos o profiriendo palabras obscenas”. Y los vendedores tenían prohibido la venta de comestibles y bebidas embriagantes dentro de la plaza, “… la infracción de este artículo se castigará con una multa de cinco a veinticinco pesos…”
Reglamentando a partir de la señal para que la corrida diera comienzo, se indicó la importancia de que “… quedará completamente despejado el redondel y el espacio comprendido entre la valla y la contra valla, para que este último lugar sólo se ocupe por la cuadrilla y los mozos que deberán cuidar las puertas de salida, así como por los agentes de policía que estuvieren en servicio”.
El ordenamiento no olvidaba, entre otras cosas, los servicio médicos y obligaba a la empresa el tener en la plaza, durante cada corrida “… un médico cirujano con su respectivo botiquín y un local a propósito, para que si hay alguna desgracia, se den los auxilios necesarios”. Quedaba claro que uno de los Regidores del Ayuntamiento sería el encargado de presidir la corrida, siendo responsable tanto de que la cuadrilla y vigilancia estuviere lista como en buen estado las cabalgaduras y los objetos necesarios para la función: Ese Regidor sería el “Presidente” o Juez de Plaza.
Una de las labores del Regidor encargado de plaza y corrida, fue el aprobar al ganado así que se indicaba en la prevención que “Por ningún motivo se permitirá jugar novillos en lugar de toros”; la infracción se castigaría con una multa de entre diez y cien pesos. Finalmente quedaba también claro que el Regidor, que presidía la corrida, quedaba facultado para imponer la multa de cinco a veinte pesos en los casos de “contravención” que no tuvieran pena señalada en el “Reglamento” o consignar a los infractores a la autoridad correspondiente. 138
Ya para los años 90 del siglo XIX, en 1895, el Gobernador del Distrito Federal, Pedro Rincón Gallardo, remitió un comunicado público estableciendo que “… considerando conveniente para el mejor orden de las corridas de toros que se verifiquen en el Distrito Federal, la observancia del Reglamento que rige en la Municipalidad de México, he determinado lo siguiente:
Artículo único: Se declara vigente en todas las Municipalidades del Distrito Federal, el Reglamento para corridas de toros, expedido por el Ayuntamiento de México y aprobado por este Gobierno el 22 de diciembre de 1894…” 139 El documento fue publicado el 12 de marzo de 1895.
El documento de Pedro Rincón Gallardo nos muestra la existencia de un reglamento oficial que fue aprobado el 22 de diciembre de 1894 y que en 1895 se confirma su vigencia para el Distrito Federal.
No obstante la vigencia del Reglamento taurino del 22 de diciembre de 1894, el Ayuntamiento de México, por medio del Secretario Juan Bribiesca, para el 26 de noviembre de 1896, publicó un aviso en donde se manifiesta que la corporación municipal había tenido a bien aprobar adiciones y reformas al reglamento
138 Reglamento especial para las corridas de toros. Gobierno del Distrito Federal, Bandos. Caja 57, Exp. 3. año 1887. Archivo Histórico de la Ciudad de México.
139 Queda vigente el Reglamento para corridas de toros en las municipalidades del Distrito Federal expedido por el Ayuntamiento y aprobado el 22 de diciembre de 1894. del Distrito Federal, Bandos. Caja 65, Exp. 17. Archivo Histórico de la Ciudad de México.
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para corridas de toros del 8 de enero de 1895, del cual no se había señalado su existencia el 12 de marzo del mismo año.
Por la importancia de las adiciones y reformas haremos la transcripción literal del aviso, dejando claro que sólo se publicaron los artículos modificados o agregados: 140
“Art. 17. Después de verificado el encierro, durante el apartado y mientras permanezcan los toros en los chiqueros y toriles, hasta su salida al redondel , habrá constantemente un agente de policía y dos vaqueros que vigilen para impedir la entrada a dichos locales a toda clase de personas que pudieran causar daño al ganado o debilitar sus fuerzas; debiendo ser severamente castigados los que al abrir o cerrar las puertas para su separación en los chiqueros, lo hagan brusca o inoportunamente para lastimar a la res. Los toriles tendrán un techo que sin impedir la entrada de luz y el aire al toro que se encierre, sean transitables para las personas que deben para sobre ellos.
Art. 19. En los corrales de la plaza habrá una piara de cabestros, para que en caso necesario salgan al redondel conducidos por dos vaqueros, y se lleven al toro, que por defecto físico o impericia del matador, no pudiera morir en la plaza.
En el primer caso, la autoridad que presida castigará severamente al veterinario que antes del apartado haya dado por buena y sin defectos la res desechada.
Por ningún motivo se consentirá en los corrales anexos a la plaza, la permanencia de vacas o terneras.
Art. 26. El empresario, boletero o interventor que permita la entrada a la plaza a personas que no lleven billete o que estos no tengan el sello de la Tesorería Municipal, y las personas que pretendan entrar sin el correspondiente billete sellado, serán consignadas ante la autoridad competente. No necesitan billete de entrada los dependientes o mozos de la plaza, que usarán una contraseña visible. 140 Hemos dejado el texto como aparece en el documento para que nuestros lectores puedan analizar personalmente su contenido.
Las empresas proveerán a los revendedores que juzguen idóneos de un placa con su número de orden.
Art. 36. Imponer las multas en que incurran la Empresa o los Lidiadores. Un Director taurino expensado por la Empresa y que ella nombre con aprobación del Regidor comisionado por el Ayuntamiento, es el que debe ordenar el cambio de tercios, el cual se comunicará por medio del clarín. Este Director cuidará de que la cuadrilla ejecute inmediatamente la orden, bajo la multa de uno a veinte pesos. El diestro que insista en ejecutar su suerte después del toque de clarín será castigado con multa de cinco a diez pesos.
El Director taurino podrá consultar con el Regidor que presida, para que éste las imponga, las multas que creyere justas dentro de las prevenciones de este Reglamento. Art. 40. Remitir al Ayuntamiento para su aprobación y por lo memos con sesenta y dos horas de anterioridad a la en que deba verificarse la corrida, dos ejemplares manuscritos del programa que ha de ejecutarse, firmados por el empresario. Uno de dichos ejemplares quedará en el archivo del Ayuntamiento y el otro se devolverá a la empresa con autorización expresa y escrita para que lo publique.
En este programa constará el nombre de un Director taurino, que será el que ordene la marcha de la lidia y el cambio de tercios, correspondiendo al Regidor nombrado por el ayuntamiento la presidencia del espectáculo.
Art. 41.- La antevíspera de la función habrá en las cuadras los caballos necesarios para el servicio de los picadores. Los caballos serán cuando menos, cinco por cada toro que haya de lidiarse, quedando obligada la empresa a facilitar cuantos fueren necesarios.
Art. 42. El día fijado en el artículo anterior serán reconocidos los caballos por un profesor veterinario dependiente del Municipio, que inspeccionará si están sanos, si tienen alzada de seis y media cuartas y las necesarias resistencias para el objeto a que se les destina; separando en una cuadra los que no reúnan
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dichas condiciones, quedando obligada la empresa a reponer los que no se hayan admitido.
Expresado profesor extenderá una certificación expresando los caballos que haya disponibles el día de la prueba, y los que deberán ser sustituidos antes de la función, a cuyo efecto practicará nuevo reconocimiento con anticipación debida el día en que aquella se verifique. La citada verificación se remitirá al Presidente del Ayuntamiento, para que haga llegar a poder del que lo sea en la corrida.
Los caballos reconocidos, aptos para el servicio, se marcarán de un modo indeleble, para comprobar en cualquier momento su identidad.
Art. 52. Los corrales, cuadras y arrastraderos de la plaza se conservarán siempre perfectamente aseados y desinfectados. Habrá en las dependencias de las plazas de toros los estanques de agua que la comisión de Diversiones Públicas designe y que servirán para abrevadero del ganado. También habrá lugares donde el ganado reciba sombra. Queda prohibido destinar a cualquier industria o comercio los locales de la plazas y sus anexos. Art. 57. Las cuadrillas deberán componerse cuando menos, de dos matadores, cinco picadores, seis banderilleros y un puntillero, los que deberán estar en plaza media hora antes de la anunciada para principiar la corrida, presentándose desde luego a la autoridad que presida.
Art. 93. Queda al prudente arbitrio del Director taurino prolongar los términos que se conceden a los toreros para la ejecución de las suertes, debiendo tener presente el número de toros que han de ser lidiados.
Aprobadas estas reformas por el C. Gobernador del Distrito,141 141 Es conveniente recordar que El Gobierno del Distrito Federal, desee el 18 de noviembre de 1824, en que se publica el decreto de su creación, funciona como una Secretaría de Estado más, es decir el gobernador no es electo sino nombrado por el Presidente de la República, sin embargo los municipios que lo formaban si eran libres y soberanos.
se ponen en conocimiento del público para sus efectos; en el concepto de que comenzarán a regir el día 1° del próximo Diciembre. México, Noviembre 26 de 1895. – Juan Bribiesca, secretario” 142
Como se puede observar las adiciones y reformas al reglamento taurino del 8 de enero de 1895, le daba a las corridas un sentido de más control en cada uno de los aspectos en que se dividían las acciones para organizar una fiesta brava en cualquier plaza, en este caso del Municipio de México, lo que permitía que, desde que el encierro se verificaba o aprobaba hasta la posibilidad de que los diestros alargaran el tiempo de la ejecución de sus suertes, la corrida se llevara en perfecto concierto.
Unos cuantos años más tarde, ya entrado el siglo XX, el 18 de noviembre de 1905, el secretario del Gobierno del Distrito Federal, Angel Zimbrón, publicó un aviso de importancia para los aficionados a las corridas de toros, al haberse generado anomalías importantes en una corrida llevada a efecto, en ese mes y año, en la Plaza México. Así el aviso:
“… En vista de la manera con que se condujeron algunos concurrentes a la última corrida de toros verificada en la Plaza México, el Gobernador ha tenido a bien disponer, se recuerde al público los preceptos contenidos en los artículos 21, 63, y 66 del Reglamento para Corridas de Toros, en el concepto de que la Autoridad está dispuesta a aplicar con toda severidad a los infractores las penas marcadas en las disposiciones citadas:
ARTICULO 21.- Queda Prohibido:
Fracción II.- La venta de bebidas embriagantes en cualesquiera de los departamentos de la plaza, así como que los concurrentes las introduzcan. Al que intente hacerlo, no se le permitirá la entrada
142 Adiciones y reformas al reglamento para corridas de toros del 8 de enero de 1895. Ayuntamiento Constitucional de México. Gobierno del Distrito Federal, Bandos. Caja 67, Exp. 24. Fecha: 26 noviembre 1896. Archivo Histórico de la Ciudad de México.
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aun cuando presente su boleto. Tampoco se le permitirá al que se presente en estado de ebriedad.
Fracción III.- Que los espectadores arrojen objetos al redondel, llamen la atención del toro cuando está ejecutándose alguna suerte, le puncen o maltraten cuando salte al callejón, profieran insultos contra los lidiadores, falten al respeto a la Autoridad, ocasionen desperfectos a la plaza o trastornen de cualquier modo el orden.
ARTICULO 66.- En los casos de delito, el responsable será aprehendido y consignado a la Autoridad respectiva, para los procedimientos a que haga lugar.
México, noviembre 18 de 1905. Ángel Zimbrón. Secretario. 143
No obstante el aviso anterior, de nueva cuenta, pero ahora el 10 de noviembre de 1908, el Gobierno del Distrito Federal publicó, ahora siendo secretario Ignacio Burgoa, otro aviso dirigido a la población en el cual se recuerda que:
“La fracción III del artículo 21 del reglamento vigente sobre Corridas de Toros y Novilladas, prohíbe:
Que los espectadores ARROJEN OBJETOS AL REDONDEL, llaman la atención del toro cuando esté ejecutándose alguna suerte, le puncen o maltraten cuando salte al callejón, profieran insultos contra los lidiadores, falten al respeto a la Autoridad, ocasionen desperfectos a la plaza o TRANSTORNEN DE CUALQUIER MODO EL ORDEN.
Lo que se recuerda al público, por disposición del C. Gobernador, en el concepto de que se CASTIGARA A LOS INFRACTORES CON ARRESTO INCONMUTABLE DE OCHO A TREINTA DIAS, según la gravedad de la falta.
143 Se le recuerda al público que en las corridas de toros se deben respetar los artículos 21, 63 y 66 del Reglamento para corridas de toros con el fin de evitar desórdenes en las mismas. Gobierno del Distrito Federal, Bandos. Caja 73, Exp. 45. 18 de noviembre de 1905. Archivo Histórico de la Ciudad de México.
Libertad y Constitución. México, 10 de Noviembre de 1908. Ignacio Burgoa, secretario”. 144
Al parecer uno de los graves problemas que la Ciudad de México enfrentó, desde que se conformó la ciudad española, en materia taurina, fue la que el público intentaba participar activamente en la corrida, ya fuera arrojando objetos, dañando al burel o metiéndose continuamente con los diestros o autoridad.
Así la vida taurina de la Ciudad de México hasta la primera década de siglo XX.
A su consideración estimado lector …
144 Sobre corridas de toros y novilladas; recordando la fracción III del artículo 21 vigente. Gobierno del Distrito Federal, Bandos. Caja 75, Exp. 29. 10 de noviembre de 1908.