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Guerrero Montoya, Juan Miguel “Juan Miguel Montoya”

tenerla veinte años, se deshizo la sociedad eliminando el primitivo encaste. Luego, los dos hermanos compraron la parte del socio de su padre en 2013 y añadieron vacas de Paco Medina, encaste Juan Pedro Domecq y “Jandilla”, vía “Montecillo”. Actualmente cuentan con 130 vacas de vientre que pastan en la sierra de Cebreros (Ávila), en la finca denominada “Los Lastrones”, a cuyo nombre se lidian las reses, hasta ahora en novilladas y festivales. Según ambos hermanos, en la temporada de 2018 “El balance fue bueno, positivo, puesto que están embistiendo los animales cada vez más. Hemos prosperado mucho en carácter, bravura y durabilidad, salió de todo, unos mejores que otros, pero siempre con cosas buenas para aprender y profundizar en la selección (...) “Y eso es lo que esperamos en la temporada 2019 seguir avanzando poco a poco y que continúe la dinámica de la temporada pasada. Que sigan embistiendo y podamos triunfar en las plazas como el año pasado pudimos hacer en Guadalix de la Sierra (Madrid), Villamantilla (Madrid) y Villanueva del Pardillo (Madrid), ente otras”. Hasta ahora, según declaró Luis el premio más importante que fue “el otorgado en Gudalix de la Sierra, en una novillada concurso al novillo más completo, en la que pudimos ver un novillo muy bravo yendo al caballo tres veces desde el centro literal de la plaza, dejándose pegar y empujando y después otorgando el triunfo del novillero Cristóbal Reyes, que pudo cortarle 2 orejas a ese novillo que además de bravo fue noble y colaboró en el triunfo del novillero”.

guerrero montoyA, Juan mIguel

“JUAN MIGUEL MONTOYA”

Matador de toros y posteriormente banderillero nacido en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), el 5 de agosto de 1980, aunque se le cree nacido en Marbella, seguramente por haber residido en dicha localidad malagueña desde pequeño. Lidió su primer becerro en público vestido de corto en 1996 en Algeciras (Cádiz), y dos meses después, debutó vestido de luces en Alcalá de Guadaira (Sevilla). Dos años después, lo encuentro en Marbella, el 29 de marzo, toreando en un mano a mano con David Cano, y de sobresaliente José Rodríguez. Poco después debutó en Sevilla en novillada sin picadores en un festejo nocturno el 16 de julio de 1998 en el tradicional ciclo de novilladas de promoción en la Real Maestranza, de teja y azabache, con José Hernández “Gitanillo de Alcalá” y Salvador Cortés, lidiando erales

de “Martelilla”. Montoya lidió el 2º y 5º, “Cantabien”, negro, número 5, y “Sobornante”, número 10, negro, respectivamente, con el balance artístico de vuelta al ruedo tras petición de oreja en su primero, y palmas en el otro. El 12 de marzo de 1999 debutó en Valencia, en el primer festejo de Fallas, con novillos de Salvador Guardiola, nobles y encastados, alternando con José Casanova y Joaquín Mompó, y pese a triunfar a medias por culpa de la espada (estocada muy tendida en la que fue arrollado, y pinchazo y estocada delantera (palmas); y media atravesada y estocada al segundo viaje, pese a lo cual cortó una oreja). Sin embargo debió causar buena impresión por su forma de interpretar el toreo si hacemos caso de la crónica que al día siguiente apareció en el diario “El País” de Joaquín Vidal, que transcribo por su belleza: “Hubo un torero gitano que se puso a torear al natural. Unas veces lo hacía como los ángeles; otras, como alma que lleva el diablo. Dependía del toro, por supuesto. El toro, que tuvo casta agresiva, lo trajo por la calle de la amargura. El toro, que tuvo temperamento pastueño, se rebozó en los naturales que el torero gitano le mecía con inspirada dulzura. Su gitanería no la podía negar el torero porque se llama Montoya y es moreno de verde luna. Salió vestido de triste –comentó alguien por allí–, pero no era verdad: venía vestido de Rafael de Paula, con un terno nazareno y azabache muy del gusto de los toreros gitanos. Después de los azarosos incidentes acaecidos con el toro de casta agresiva, el terno quedó embarrado, y la faz morena de verde luna del gitano Montoya, también. Fue porque menudearon los achuchones, las tarascadas, las caídas, los revolcones. No obstante, en cuanto recuperaba la verticalidad, ya estaba haciéndose presente otra vez, la muleta en la izquierda, intentando tenazmente, denodadamente, el toreo al natural. Novilleros de escuela anunciaban los carteles. Y quien organizó la función, que es el director de la Escola de Tauromaquia de València, matador de toros retirado llamado El Turia –Francisco Barrios en el Registro Civil–, les preparó una novillada de lujo; una novillada de las que deberían salir siempre, pues sólo un ganado así da importancia a la fiesta y mide a los toreros. Entre naturales y acosones se pudo apreciar que el gitano Montoya quiere ser torero. Entre los aspirantes a doctorarse en el arte de Cúchares suele haber dos categorías: una, los que quieren ser toreros; otra, los que quieren ser Enrique Ponce. Suele ocurrir en todos los ámbitos de la vida, para inquietud de los papás de las criaturas. Va un adolescente, dice –por ejemplo– que quiere ser artista, y su padre lo puede comprender. En cambio, si va y le dice que quiere ser Robert Redford, le

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deja perplejo, o quizá con ganas de pegarse un tiro. Los colegas de Montoya sospecha uno que quieren ser Enrique Ponce. La concepción pegapasista del toreo que se les apreciaba y las posturas que ponían eran, por lo menos, muy parecidas. Ambos muletearon muy decorosamente. Y José Casanova, que lo hizo con facilidad, templanza y buen oficio al flojo eral que abrió plaza, no pudo con la casta del cuarto, que embestía recrecido. Joaquín Mompó se enfrentó a más bonancible género y desarrolló largas faenas en las que no faltaron naturales de buen corte, trincherillas y otros detalles pintureros. Mató mal. Y en la tarea de descabellar al quinto, al dar el golpe se debió de descoyuntar un brazo y hubo de retirarse a la enfermería conteniendo a duras penas el intenso dolor. Saltó a la arena, finalmente, el segundo novillo del gitano Montoya, que lo recibió con un veroniqueo desaseado y movido. El gitano Montoya, con la capa parecía que no quería ser torero, ni Enrique Ponce tampoco. Llegó, sin embargo, el tercio de muerte –hoy convertido en turno de muleta– y allí se vio quién es él. Ya peinadas las guedejas de la negra cabellera, ya limpio de polvo el terno nazareno y azabache, ya en lo alto el ánimo, pasó por redondos a guisa de prólogo y, tomada a continuación la muleta con la izquierda, cuajó tres soberanas tandas de naturales. El toreo al natural en sus puras esencias ejecutó Juan Miguel Montoya, y aquella estampa del toro de casta embebido en los vuelos de una muleta que mecía la inspiración parecía un sueño. A lo mejor lo era. Un principiante que no quiere ser Robert Redford, sino torero auténtico, es insólito acontecimiento, añejo uso que permanecía perdido en la noche de los tiempos”. Tras esta maravillosa crónica del gran maestro Joaquín Vidal, ya tristemente fallecido, con la que prácticamente lo hemos “visto” torear, no es de extrañar que lo apoderase Paco Dorado, el llamado “Comandante Dorado”, que sabía algo de “eso”. Por fin, y con estos antecedentes, y tras haber toreado mucho sin caballos, debutó con picadores el 5 de junio de 1999 en la plaza de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), con novillos toros de “Guadiamar”, en un festejo en el que alternó con El Melli, Ángel Romero y Antonio José Blanco, con el resultado artístico de ser ovacionado. Terminó la temporada con 8 novilladas picadas, y en la temporada de 2000 bajaron mucho sus contratos e igual sucedería en las siguientes temporadas pese a tan buenos augurios siendo novillero sin picadores. Dado que apenas toreaba decidió tomar la alternativa el 23 de junio de 2005 en Algeciras (Cádiz), de blanco y azabache, con toros de Carlos Núñez de manos de otro torero de su raza, Antón Cortés, y el sevillano Cesar Girón de testigo, otro torero

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