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Obra de una cuerpa consciente

Escena 1: pierna derecha

Pateo con violencia desde mi centro, la energía liberadora se concentra en la cadera y la adrenalina baja caliente a lo largo de mi estructura, se instala en la planta de mis pies para tensionar y soltar. De tanto patalear los tombos me sueltan.

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El peligro me dicta que debo correr cada vez más rápido con estas piernas cortas acostumbradas a la quietud del confinamiento, empieza un cosquilleo palpitante en la planta que no para hasta estar lejos de los gases lacrimógenos. No queda rastro de los calambres por permanecer horas en estado de reposo total, ni mucho menos de aquellos instantes donde sin razón, el ser de arriba se llenaba de vacío que generaba ardiente dolor y me pedía, particularmente a mí, que diera vueltas en círculo, a la mente era la que menos le gustaba esta idea y hacía que la boca se comiera las uñas.

Escena 2: pierna izquierda

Si no corro me atraparán. Si no corro los gases entrarán en mí. Si no corro el miedo se insertará como vómito, allá arriba, encima de mí. El problema es que no puedo correr. Palpito, transpiro en frío, me paralizo, se entumecen los dedos de mis pies y la rodilla no responde.

Agua tibia, vaho y manzanilla. El calor de un baño asfixia mis pensamientos, me acaricio y adormezco. De repente ¡Bam! estallan las aturdidoras, los gritos, el llanto, el ensordecedor sonido de la angustia, los músculos se relajan y vuelvo en mí. Me imagino en casa segura y completa y logro correr.

Desde la cuarentena empecé a sentir soledad, ausencia, desconexión por las posibles caricias que no recibí. Extrañaba entrelazarme con otras piernas, el contacto de unos labios, el ejercicio, las cremas, las faldas y la brisa de verano. Pero todo cambió aquel noviembre cuando unas piernas sudorosas decidieron ferozmente invadir mi espacio, romperme con alevosía en pedacitos, desde entonces no he vuelto a ser la misma. El pánico se apodera de mí en situaciones de riesgo, espero lo peor y apenas consigo temblar.

Escena 3: Caderas

Derecha: ¡Vamos! puedes moverte ¡vamos!

Izquierda: Mi rodilla no funciona. Derecha: ¡Imposible! porque mi rodilla sí se mueve. Izquierda: La dañaron.

Derecha: ¿Qué pasa? —le pregunto preocupada.

Izquierda: No sé qué me pasa — respondo angustiada con ganas de caerme— la rodilla no funciona.

Derecha: ¡Vamos! tú puedes moverte. Izquierda: No funciona, necesito tranquilidad. Un espacio seguro para poder correr.

Derecha: Vamos hacia un espacio seguro.

Izquierda: ¿Cuál?

Derecha: Las amigas, el silencio, el té de manzanilla, un baño caliente, tu canción favorita.

Son las caderas conocedoras de vida y muerte. Entre estallidos y silencios, entre la rabia y el miedo se encuentran las caderas, car gando la dualidad de senti-pen samientos que habitan en una.

Seres mutantes que se adaptan a las variaciones del entorno, desde la resiliencia. La ternura radical es su infinita paciencia, la memoria del cuidado, su re sistencia, y recuerda la juntanza como esas manadas poderosas que resistimos a las adversidades.

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