Nº 338

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Creadoras

56 | C R E A D O R AS contra la despoblación

Bosque, lluvia, tormenta, trueno, rayo, cuchillo, san verso, dibujo. Lourdes García Pinel y Lucía Martín Ba espacio literario y gráfico de Carta Local. Buen viaje a El bosque de las durmientes

Solsticios

Era bello aquel balanceo en medio del claro del bosque. Los pies delgados con esos deditos tan dulces meciéndose hacia un lado y otro como un péndulo de carne. Uno, dos, hasta cien cuerpos de mujeres jóvenes en un movimiento simétrico, perfectamente acompasado, el largo cabello enmarañando sus rostros, los cuellos rotos por el rudo esparto de las cuerdas colgantes.

Y llegó el otoño. Desplegó su melena de hojarasca, sus ojos grises irrumpieron en una lluvia obstinada de goteras y ventanas rotas, y sus bostezos despertaron un aire que casi era viento. A todos nos parecía bella aquella mujer marrón que sembró de melancolía nuestra tierra.

No lo quería creer. De hecho, no lo creí hasta que yo misma encontré aquel claro. No podía ser verdad lo que me habían contado esas mujeres de ojos sombríos y vestidos negros a la puerta de sus casas de adobe. No podía ser cierta aquella historia disparatada y mitológica de que las niñas cuando nacían en aquel lugar no tenían derecho a un nombre. No podía ser que a todas las llamaran de la misma forma áspera y seca "¡Tú, niña!", no podía ser que al florecerles los pechos las uncieran al arado como bueyes para que labrasen la tierra, no podía ser que antes de llegar a la segunda década de sus vidas las casaran ya viejas, las entregaran a hombres de manos rugosas y atroces, que no dudarían en uncirlas a un nuevo yugo, que no dudarían en hacerles hijos salvajemente, hasta que no pudieran más "me decía una de las viejas supervivientes dibujando una circunferencia en el aire con sus dedos ajados", y caminaran hasta este claro del bosque, se anudaran una larga cuerda al cuello, la colgaran del árbol más hermoso, y así, cerraran los bellos ojos para convertirse en una durmiente.

Ya casi nos habíamos acostumbrado a ella cuando enfermó. La mandíbula cuadrada se le afiló hasta convertirse en un cuchillo albino y sus ojos en vez de agua lloraron nieve en copos muy redondos y brillantes. Aquella dama blanca parecía siempre enfadada. Por eso, quizá, rugía frío del que nació un viento rencoroso, que se filtraba a gritos por todas las rendijas. Nuestros padres llamaron a esa mujer invierno. Todas las noches, al amor de la lumbre, los más viejos nos cuentan leyendas de la mujer primavera, rubia como el trigo, la cabellera recogida en hermosas flores. Incluso hay quien asegura que alguna vez conoció a una dama robusta, venida del Sur del Mundo, con la cabeza calva, los pechos enormes agostados por el calor. Dicen que seca la tierra y lanza rayos de sol con sus ojos huecos, pero muchos creemos que eso son cuentos de vieja, que aquí nunca llegará ese fuego ni esa luz ni esas noches plagadas de grillos alegres y luciérnagas que parecen estrellas.

Lourdes García Pinel (Madrid, 1973) es periodista y maestra de Educación Infantil. Ha publicado en varias

antologías, entre ellas “Esas que también soy yo”, en la editorial Ménades y “69: microrrelatos eróticos”, en Altazor. Finalista en III y IV edición de Premio Internacional Museo de la Palabra. Ganadora del concurso de microcuento “Anika entre Libros”. Los dos relatos que fueron publicados en el anterior número de Carta Local, correspondiente a los meses de Julio y Agosto, son también de su autoría. Por un error de la Asociación AMEIS, Asociación de Mujeres Escritoras e Ilustradoras, salieron sin firmar. Sirva esta pequeña nota para subsanar el error.


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