Feliz #DíaDelLibro
Para muchas personas, una de las mejores cosas que nos ha pasado en la vida ha sido aprender a leer. Por eso, el 23 de Abril es una fecha tan significativa. En AMEIS (la Asociación de Mujeres Escritoras e Ilustradoras) nos recuerda nuestra pasión por los libros desde todos los ámbitos posibles: las bibliotecas, las librerías, la escritura, la ilustración. Porque en AMEIS estamos todas: escritoras, lectoras, libreras, bibliotecarias, ilustradoras… Todas las mujeres (y también hombres, es una asociación inclusiva) que buscamos en la letra impresauncobijo,unamigo,unafuentedeaprendizaje,arteoentretenimiento.
De siempre, nos han dicho que también se conmemora el nacimiento de dos grandes genios (Shakespeare y Cervantes), pero muchas nos preguntamos si ese día no nacieron también escritoras ilustres, que hayan sido silenciadas como tantas otras en todo tipo de disciplinas. Por eso este 23 de Abril, en AMEIS nos gustaría recordar la importancia de la literatura escrita por mujeres, la necesidad de rescatar y buscar referentes femeninos. Porque sin esa otra mitad el mundo está huérfano. Sin esa otra mitad, el 23 de Abril es una efemérides incompleta.
Agradecemos a la Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP) su contribución a visibilizar la literatura escrita por mujeres brindándonos desde hace tres años dos páginas para publicar nuestros cuentos, poemas e ilustraciones. Nos ilusiona especialmente la recopilación de todos estos trabajos precisamente el día que se celebra nuestra pasión por la lectura. En AMEIS queremos creer que este, gracias al espacio que nos ofrece FEMP, es nuestropequeñoaporteparacompletarel23deAbril,unafecha,queojaláalgúndíatambién recuerdeelnacimientodealgunaescritorarelevante.
Desde luego que la mejor manera de disfrutar esta fiesta es comprando, leyendo y regalando libros. Y si son de mujeres, mejor. Quién sabe, quizá entre esos títulos esté la escritora ilustre, nacida un 23 de Abril, que conmemore junto a Shakespeare y Cervantes, y por lo tantocomplete,elDíadelLibroenunfuturo.
Vocal de la Junta Directiva de AMEIS
Lourdes García Pinel“De la literatura y la cría de gallinas”
Estrenamos en esta edición de Carta Local el espacio “Creadoras contra la despoblación”, una nueva sección nutrida con obras en las que los pequeños municipios, el mundo rural y el reto demográfco se convierten en tema principal de la creación de mujeres, escritoras, poetas, ilustradoras, bibliotecarias, editoras, lectoras, etc., que forman parte de AMEIS, la Asociación de Mujeres Escritoras e Ilustradoras creada hace año y medio con la voluntad de integrar y visibilizar a las mujeres de todos estos sectores. Julia Otxoa (San Sebastián, 1953) abre esta sección.
Julia OtxoaMi especialidad es la cría de gallinas, visito granjas, asesoro e imparto cursillos para todos aquellos que quieran iniciarse en la producción de gallinas como medio de vida. Yo, en re alidad, soy escritora, pero como todo el mundo sabe de los libros no se puede vivir, motivo por el cual la gran mayoría de escritores trabajan a tiempo parcial en otra serie de cosas relacionadas o no con la literatura para conseguir un sustento de vida.
Todo esto de las gallinas empezó para mí de un modo realmente curioso, por aquel entonces la empresa de telecomunicaciones en la que venía trabajando desde hacía más de diez años, seriamente afectada por la crisis financiera que sacudía los Estados Unidos y Euro pa, realizó una reestruc turación de plantilla con el consiguiente despido de un número elevado de empleados entre los cuales me encontraba yo. Así que de la noche a la mañana me vi con la urgente necesidad de encontrar un trabajo que me proporcionara un sueldo para subsistir y poder dedicarme el tiem po restante a escribir.
Una tarde estando en mi estudio reflexionando so bre esta nueva circunstan cia que el destino me había
deparado, repasé distraídamente los títulos de los libros que, apretujados unos contra otros en las estanterías, parecían esperar cual personajes que yo decidiera al fin qué hacer con mi vida. De pronto, aparecieron ante mis ojos un manual de Rick y Gail Luttmann sobre Cómo criar gallinas junto al Diccionario filosófico de Voltaire y un volumen con los relatos completos de Chejov. Me pareció que aquella mezcla disparatada de gallinas, filosofía y relatos quería decirme algo. Decidí que aquella misma t arde leería aquel libro sobre las gallinas, ignoraba cómo había llegado hasta mi biblioteca, no recordaba en absoluto haberlo comprado, pero esto no era nuevo para mí; desde hacía tiempo veía desaparecer libros de mis estanterías y aparecer otros totalmente desconocidos.
Así que aquella t arde al descubrir aquel manual tuve la seguridad de que podía ser un buen presagio, y lo leí de un tirón.
Su lectura fue como un rapto de amor, me quedé totalmente prendada, hasta el punto de que durante un mes acudí todos los días a la biblioteca municipal y me leí exhaustivamente todo lo que encontré sobre el universo gallináceo. Tras todo ello me consideré realmente capaz de poder responder
a cualquier pregunta que alguien pudiera hacerme sobre gallinas ponedoras, gallinas para carne o gallinas para exposición.
Comencé ofreciendo charlas sobre este tema en ayuntamientos de pequeñas aldeas rurales, resultó tal éxito que en poco tiempo me llovieron las invitaciones y tuve que recorrer medio país visitando granjas e impar tiendo cursos acelerados. Pero claro, todo esto lo iba alternando con mis compromisos como escritora, en congresos, charlas sobre mi obra literaria, etc. Durante algún tiempo me organicé bastante bien, dividía mi agenda entre las gallinas y la literatura sin que un sector profesional se viera perjudicado por el calendario del otro, hasta que mi cabeza sin duda alguna demasiado presionada por el excesivo trabajo, me jugó una mala pasada.
Todo comenzó en unas jornadas de literatura en la Universidad de Verano en Santander que trataban sobre la microficción española en el siglo xx, al llegar el turno de mi intervención y tr as hablar durante escasos diez minutos sobre la evolución de la microficción a través del tiempo en nuestro país, de pronto y sin venir realmente a cuento, me puse a describir detalladamente las características del palo en el que acostumbran a posar se las gallinas para dormir, les anoto aquí mi disertación gallinácea:
El palo debe ser lo suficientemente grueso para que las gallinas puedan sujetarse bien en él con sus patas. Lo ideal sería una barra de unos cinco centímetros, siempre que sus bordes estén bien redondeados. Sin embargo para las gallinas pigmeas puede utilizarse una escalera o mango de escoba, o palos que se balanceen colgando de cadenas o alambres, ya que esta especie de gallinas es muy juguetona y le gusta realizar cabriolas antes de dormir.
Fue tal el desconcierto del público y de mí misma que lo único que deseé en aquellos momentos fue huir, pero la serena voz del profesor que me había presentado, y que permanecía sentado junto a mí en la mesa me lo impidió: “No se preocupe, siga”. A partir de ese momento continué con la conferencia sobre la microficción sin ningún otro percance. Pero mi ánimo como es natural se había quedado seriamente dañado.
Este tipo de incidente s se volvió a repetir no sólo en los eventos literarios en los que participaba, también en
las charlas sobre gallinas intercalaba reflexiones literarias que dejaban totalmente k .o. a la audiencia granjeril, más interesada en los cuidados de sus gallinas ponedoras que en el mundo literario de la posmodernidad. Pero lejos de suponer esto un serio motivo para que cesaran las invitaciones en uno u otro campo, se multiplicaron aun más. La gente de ambos públicos, literario y gallináceo, encontraba divertido aquel galimatías en el que se habían convertido mis charlas y asistía a los cortacircuitos de mis neuronas como quien asiste entusiasmado a una de scabellada se sión circense.
Además llegó un momento en el que yo también le cogí gusto a todas aquellas conferencias disparatadas y dejé de sufrir por el estado caótico de mi cabeza, muy al contrario, mis charlas comenzaron a ser divertidas también para mí y me resultó imposible actuar ya de otro modo distinto al que lo hacía.
Para finalizar e sta breve semblanza de mi trabajo, he de confesar mi
honda satisfacción por el inesperado rumbo que mi vida tomó hace tiempo, ya que paradójicamente, con mi extraño compor t amiento, he logrado interesar a no pocos escritores en la cría de gallinas y a su vez, muchos granjeros han comenzado a escribir pequeños poemas para sus animales. Haber colaborado en el acercamiento de estos dos universos tan distintos es para mí algo t an profundamente hermoso que a veces, reflexionando sobre ello, suelo levitar ascendiendo sobre la tarima de mi habit ación durante breves instantes, inmerso mi espíritu en una especie de rapto de felicidad máxima.
www.juliaotxoa.net
Julia Otxoa (San Sebastián, 1953) www.juliaotxoa.netPoeta y narradora, su creación se extiende al campo de la poesía visual, la fotografía, y las artes plásticas en general. Su obra, con más de treinta títulos publicados en poesía, narrativa y narrativa infantil ha sido traducida a varios idiomas e incluida en diferentes antologías de poesía, poesía visual y microrrelato, en España y América. Algunos de sus títulos más reciente s:” Taxus baccata”; ”La lentitud de la luz”; ”Un extraño envío”, “Un lugar en el parque” “Escena de familia con fantasma” ,“Jardín de arena” y “Confesiones de una mosca”.
© Julia Otxoa. Publicado en la antología Esas que también soy yo . Editorial Ménades.Relato, poema, dibujos
Amplían su ámbito creativo y, además de Contra la Despoblación, escriben y dibujan contra el COVID-19 y por quienes nos guardan, cuidan y protegen. Ester González frma el poema “Son mis acantilados”, Inma Porcel el relato “Protocolo de emergencia” y Lydia Puertas los dibujos. Las tres forman parte de la Asociación de Mujeres Escritoras e Ilustradoras (AMEIS) que nació hace ya un año y medio con el objetivo de dar visibilidad a las mujeres de la literatura y el arte (estas son sus coordenadas: ameisescritoras@gmail.com , @ameisasociacion). Feliz degustación cultural.
SON MÍOS MIS ACANTILADOS
Todas soñábamos campanas de cristal opaco a modo de quesera, para ese olor tan fuerte que desprende el disimulo.
Todas intentando cerrar las heriditas con gesto de paisaje, colgadas de su brazo con ojos que no miran nada y ven todo.
Habríamos necesitado camiones de yodo, kilómetros de vendas.
Todas lanzándonos besos al aire, como nueras al salir de misa de doce. ¿Cuántos golpes hacen falta para un beso así, sin desmontarte, una cara así, que no se resquebraje con el sol caliente y el recuerdo? Pero oigo unos gritos distintos hoy al otro lado de mi nuca. Es la calle.
Me decido a pasar por encima de todos los miedos, me lleno hasta las rodillas de su barro pestilente, me sumerjo en el agua helada y hacia delante otra vez.
Otra vez.
Los músculos tonificados y la piel a prueba de balas de cañón. Hoy sí son míos todos mis acantilados.
Ester González
(Mérida 1970) Licenciada en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte. Vive en Madrid y trabaja de profesora en un instituto de Enseñanza Secundaria y ha sido finalista de los concursos de poesía
Lydia Puertas:
Mi nombre es Lydia Puertas. Estudié Bellas Artes en Toulouse. Me vine a España y siempre he seguido pintando, dibujando, haciendo grabado. Ahora llevo años haciendo dibujo rápido con el grupo de Urban sketchers. En este periodo de confinamiento, intentamos ayudar retratando a l@s sanitari@s para darles ánimo y como agradecimiento.
PROTOCOLO DE EMERGENCIA
Pensé que alguien había entrado en casa. Fue de madrugada. Sobresaltado, desperté a Petronila que roncaba como un moloso y le indiqué que se escondiera en el vestidor. Ella abrió un poco los ojos y, familiarizada con el protocolo, que yo mismo dicté para casos de emergencia, obedeció sin hacer preguntas. Alcanzó una manta, y acomodándose entre los abrigos continuó durmiendo. «Bendito sueño el tuyo, mujer», pensé mientras echaba la llave.
Permítanme que me presente: soy, Ivan Berengato Manteca. Teniente de la Guardia civil de este pueblo serrano de cincuenta y ocho habitante s, (alguno más en verano), al que fui destinado hace cuarenta años. Aquí conocí a mi señora: Petronila García Rebollo, hija de labriegos, gorda y buena mujer, aunque incapaz de darme hijos, con la que me uní en matrimonio al poco de llegar. Y aquí hemos envejecido, lejos del ajetreo de la urbe; donde uno asiste a cada nacimiento y a todos los entierros y nunca pasa nada, sin que por ello ceje mi celo vigilante.
Pues bien, como les iba contando, esa noche bajé las escaleras escopeta en mano y recorrí la casa sin encontrar nada sospechoso. Al cabo de media hora catalogué el asunto de falsa alarma y volví a mi alcoba, dejé la escopeta junto a la mesilla y me quedé dormido. A la mañana siguiente me despertaron los golpes de Petronila que aún permanecía encerrada en el ve stidor. Cuando abrí la puerta ella me recibió con la ropa limpia.
—¿Qué pasó anoche? —quiso saber. —Nada. Oí un ruido y bajé a echar un vistazo. — ¡Ah, bueno!
Me entregó la muda y con un movimiento de cabeza me indicó que me metiera en el baño.
Cuando bajé a la salita ella estaba terminando de preparar el desayuno. Encendí la radio y me senté a la mesa a esperar que me lo sirviera. Después pasé la mañana en el cuartel y, como de costumbre, la tarde en el casino.
Pasaron los días sin que nada alterara nuestra calma, hasta que la noche del domingo, serian las dos de la mañana, me despertó la tormenta. La lluvia azotaba la ventana haciendo temblar los postigos y temí que las tejas salieran volando. Desvelado, me puse a contar los segundos transcurridos entre el rayo y el trueno, ejercicio que practico desde la infancia, y en ésas estaba cuando oí, otra vez, unos ruidos que procedían de la planta baja, (como de arrastre de cadenas). Recordé que Benito Torres Caídas, empresario de la madera, me había contado que le faltaban unos tablones y mucho temía haber sido víctima de un robo. Salté de la cama y me puse a escuchar detrás de la puerta. El ruido me llegaba nítido a pesar de la tormenta y de los ronquidos de mi mujer.
Pese a mis muchos años de ejercicio, jamás me había enfrentado con el delito en su esencia pura y, a mi edad, el
verme obligado a cumplir con mi deber de hombre y agente de la ley, lo confieso, hizo flojear mis piernas que cedían como cuerdas dentro de las zapatillas.
—Petronila, despierta. — ¿Qué pasa? ¿Qué pasa?—respondió ella dando un respingo. —Hay alguien abajo. Esta vez va en serio. Escóndete —le dije mirando su carita redonda.
Al imaginármela degollada, me embargó un sentimiento de ternura y amor nuevo, porque, aunque burra, mi Petronila había sido la mujer más buena del mundo. Y la empujé hacia el vestidor. Pero ella, esta vez no accedió a mis peticiones y cogiendo la bata salió escaleras abajo dejándome solo entre los ropajes.
— Viejo, imbécil. —me pareció oír cuando se cerró la puerta.
El terror se apoderó de mí de tal forma, que me desplomé y quedé tendido como una cucaracha, patas arriba, sin ser capaz de darme la vuelta. Cuando reaccionaron mis miembros y pude incorporarme, no sin cierto sonrojo, supe que era mi obligación salir del ropero y socorrer a mi esposa de forma inmediata.
Cuál fue mi sorpresa cuando la encontré en la cocina, dándole un tazón de leche a una perrilla canela, que al verme movió el rabo arrastrando una cadena.
—No la iba a dejar fuera con la noche que hace ¿no?
— ¿Desde cuándo está ese animal en mi casa, Petronila? —Desde que yo la traje a la mía. —Contestó.
Volví a la cama y a la mañana siguiente envié una carta certificada a mis superiores solicitando mi jubilación.
Inma Porcel
(Granada, 1965). En 2018 publica su primer libro de cuentos, “Otra vez el grillo anuncia el verano”. Sus relatos se han publicado en varias antologias. Algunos han quedado finalistas en concursos de cuentos.
Historia gráfca
Isa del Cañizo , alias Pedrusquita París 1993. Fue traída a Madrid, como ella dice, y desde niña ha dibujado. Estudió Medicina, especialidad geriatría. Ha seguido dibujando de manera compulsiva. Le gustan los viejecitos, los peces, los insectos y los pinos piño-
Relato: Nunca Jamás
Marivi Antón Tetuán, Marruecos 1946. Enfermera jubilada, escritora en activo. Dos novelas auto editadas. Las Estaciones del Olvido, y De cine. Publicaciones colectivas del Taller de Clara Obligado, El ALEPH, y Usted de qué se ríe y en Antología de Minificción Erótica con Penitencia. Pendiente de publicación de la novela, Nudos Familiares y del I Tomo de la colección, Los chicos de la Bomba de quimio… novela infanto-juvenil.
volvería a pasar.
Lecturas
EL PUEBLO
Sara MedinaTus amaneceres se iluminaban en la huerta, cuando los tomates olían y las calabazas se asaban, eras la raíz del mundo y medías no más que un humano.
Te aburrías para después sembrar, permitías al solitario darte un abrazo, caminar a tu lado o acompañar a tu sombra. Tenías que escuchar para cambiar de renglón, y si debías hablar, era para decir algo.
Te gustaba hacerte cueva a veces, otras subir persianas y ventilar la casa a tu regreso. Tener un balcón con geranios o un patio en el que colgar las sábanas al sol y allí poder cantar tan alto como un pájaro, entrever el paso del tiempo a través de los visillos, escuchar el tic tac de la verdad.
En tu pasillo, por las tardes, había espacio para la duda y se toleraba el abismo. La muerte merodeaba por la casa en forma de ser de luz y, si barrías, se iba a pasear por la plaza, silbando, con las manos en los bolsillos.
Algún atardecer engendrabas milagros, al mirar el paisaje y, sentirte agradecido de tu pequeñez, único.
La tierra no se amordaza, se ara. No fuiste para nacer edificio, ni para ascender a rascacielos. No te dijeron: «asfalto eres y en asfalto te convertirás».
LA CASA HUMANA
Hace mucho que las paredes de nuestra casa son de piel, aunque no conseguimos recordar en qué momento empezó a correr sangre por las cañerías ni cuándo comenzaron los latidos de las lámparas. Sin embargo, nos fuimos acostumbrando a recorrer las salas de carne, con pasos cada vez más pesados por miedo a causar heridas, pero era casi imposible no lastimar aquella delicada piel con nuestros torpes miembros Un día mi madre enfermó. Mamá, ten cuidado, le decíamos, pero ella se arrastraba como un trasto viejo sin ningún miramiento. Entonces, una de las cañerías se malogró, y la casa humana comenzó a proferir gritos t an clamorosos, que nos sentimos amenazados. Las puertas se abrieron como fauces hambrientas, y las ventanas nos acechaban por todas las habit aciones, parecía que íbamos a ser engullidos. Mi padre contemplaba aterrado la tragedia, sin poder hacer nada, sin poder mover sus patas de madera y su respaldo de terciopelo, sin poder salvar a mis hermanas que proferían gritos de mimbre.
Poeta y dramaturga, participa habitualmente en diferentes recitales de poesía e imparte clases de escritura creativa. Ha escrito y dirigido dos obras de teatro basadas en textos poéticos de su autoría. Todo mi amor en una noche y Sci Vivere—. Es autora del poemario Como arderá la niebla, publicado en 2015. Ha resultado finalista en numerosos concursos literarios y ha colaborado en la primera traducción al castellano de las poesías de la Premio Nobel Elfriede Jelinek. Sara Medina es miembro de AMEIS.
Algunas re señas de su poemario: http://www.latintadelpoema.com/proverso/2017/09/06/resena/ http://www.letras.mysite.com/srod210117.html
Casas, bosques, caminos, quietud, pueblos. Las Creadoras Contra La Despoblación de AMEIS vuelven a los territorios ansiosos de repoblación con sus versos, sus prosas, sus cuentos y leyendas, sus magias y embrujos literarios. Es (vuelve a ser) tiempo de lectura (como siempre), al fresco de riberas y manantiales, al fresco de noches estrelladas, a la fresca de tertulias ancestrales en calles y zaguanes hace bien poco vacías y ahora redivivas. Lugares de siempre que han pasado del olvido a ser refugios de vida, sosiego y paz; terapias contra la desazón que alteró planes, proyectos y calendarios; despensas de historias genealógicas en las que avituallarse, ahora, para fortalecerse ante incertidumbres y temores venideros. El Pueblo, La Casa Humana, La Giganta Manev, El Pronóstico.
LA GIGANTA MANEV
Aunque nos lo prohibieron, todos sabíamos cómo encontrar a la giganta Manev. Sólo teníamos que seguir sus huellas colosales hasta lo más profundo del bosque. Cuando nos divisaba, decía con su cautivadora voz: Venid, venid, y todos los niños corríamos como locos, hechizados por el e spectáculo de su cuerpo. Sus pechos se abrían como ventanas y en el interior podían vislumbrarse dos saloncitos de juegos con toboganes infinitos. La giganta Manev nos facilitaba la entrada tumbándose delicadamente sobre la espesura para no asust arnos. Pero cuando caía la noche cerraba los ojos, y nos dejaba a oscuras. Aunque lo peor no eran las tinieblas. Lo peor eran esos cerrojos que no nos dejaban salir y se convertían en bocas, de las que salían colmillos y lenguas.
PRONÓSTICO
Mercedes L. Caballero
Abruptamente inadecuada acuso la reserva de las piedras, hueco de batallas silentes, abrazo de lo abisal.
El mandato de un silbido es camino de polvo y reconquista, añoranza extranjera en corazones de pana.
Adherida a la inocencia se acomoda la espalda al dibujo de los pájaros, ascenso encubierto de renaceres y muertos. Quietud sonrojada, pronósticos de silencio.
Es Licenciada en Periodismo y desde hace veinte años desarrolla esta labor alrededor de la información y crítica de danza, disciplina sobre la que ha publicado varios libros. Formada también en la escritura de ficción ha realizado cursos y talleres sobre feminismo y escritura, relato y poesía. Es miembro de la Academia de las Artes Escénicas de España y de la Asociación de Mujeres Escritoras e Ilustradoras (AMEIS), que quiere visibilizar el papel de las mujeres en la literatura, como lectoras, bibliotecarias, editoras, escritoras etc.
POEMAS Y DIBUJOS
Paraíso
Emily DickinsonDetrás de la Colina
La Casa de atrás
Allí se encuentra El Paraíso
Perder se entre pensamientos que cavan zarzas entre aguas turquesas que sostienen la niñez.
Ser Raíz que mama del árbol que habita en este paraíso que anhelas acunando pájaros tatuados en la piel de un viejo libro que un niño desdentado hojea entre el vacío de sus dedos.
¿Acaso no fui lluvia o escarcha?
¿Acaso no fui dolor que hirió tu piel ajada?
A las afueras
A las afueras, una mujer llora golpes de viento tensan sueños la casa de barro en la quietud habita entre el eco Alguien se hunde en esta penumbra, abejas sin consuelo.
Llorad, por el vencejo que no sabe volar. Llorad, por el perro cojo que ya no ladra. Caos que fluye entre las escamas que recorre cuerpos.
No hay lugar para la alegría en este silencio.
en el espacio despoblado
MI PUEBLO
Volví al paisaje de mi infancia, las calles están vacías, regresan miles de risas, el arroyo donde me bañaba apenas lleva agua, la vegetación se adueña de patios y casas, y los animales campan libres. Recorrí el pueblo desierto, ya no queda casi nadie.
SINFONÍA DE FLORES
El día amanece lloroso, las rosas coquetas se sacuden las lágrimas, las azucenas derrochan su olor, las delicadas amapolas derraman su sangre entre los trigos y las margaritas se emborrachan de llanto. cada flor aporta su embrujo, el día gris se vuelve un cuadro perfecto.
SOLEDAD
Las lilas se abren, la casa continúa cerrada. Las hierbas cubren el patio de hogar vacío
Ya no hay risas
Ya no hay quien llore a los muertos.
Cabezas blancas, manos adheridas a un bastón. Una conversación abierta en la plaza, arregla el mundo ajeno. No hay mujeres en la calle, No hay niños, ni gritos ni risas, Retumba el silencio.
Creadoras
Bosque, lluvia, tormenta, trueno, rayo, cuchillo, sangre, verso, dibujo. Lourdes García Pinel y Lucía Martín Baena espacio literario y gráfco de Carta Local. Buen viaje
El bosque de las durmientes
Era bello aquel balanceo en medio del claro del bosque. Los pies delgados con esos deditos tan dulces meciéndose hacia un lado y otro como un péndulo de carne. Uno, dos, hasta cien cuerpos de mujeres jóvenes en un movimiento simétrico, perfectamente acompasado, el largo cabello enmarañando sus rostros, los cuellos rotos por el rudo esparto de las cuerdas colgantes.
No lo quería creer. De hecho, no lo creí hasta que yo misma encontré aquel claro. No podía ser verdad lo que me habían contado esas mujeres de ojos sombríos y vestidos negros a la puerta de sus casas de adobe. No podía ser cierta aquella historia disparatada y mitológica de que las niñas cuando nacían en aquel lugar no tenían derecho a un nombre. No podía ser que a todas las llamaran de la misma forma áspera y seca "¡Tú, niña!", no podía ser que al florecerles los pechos las uncieran al arado como bueyes para que labrasen la tierra, no podía ser que antes de llegar a la segunda década de sus vidas las casaran ya viejas, las entregaran a hombres de manos rugosas y atroces, que no dudarían en uncirlas a un nuevo yugo, que no dudarían en hacerles hijos salvajemente, hasta que no pudieran más "me decía una de las viejas supervivientes dibujando una circunferencia en el aire con sus dedos ajados", y caminaran hasta este claro del bosque, se anudaran una larga cuerda al cuello, la colgaran del árbol más hermoso, y así, cerraran los bellos ojos para convertirse en una durmiente.
Solsticios
Y llegó el otoño. Desplegó su melena de hojarasca, sus ojos grises irrumpieron en una lluvia obstinada de goteras y ventanas rotas, y sus bostezos despertaron un aire que casi era viento. A todos nos parecía bella aquella mujer marrón que sembró de melancolía nuestra tierra.
Ya casi nos habíamos acostumbrado a ella cuando enfermó. La mandíbula cuadrada se le afiló hasta convertirse en un cuchillo albino y sus ojos en vez de agua lloraron nieve en copos muy redondos y brillantes. Aquella dama blanca parecía siempre enfadada. Por eso, quizá, rugía frío del que nació un viento rencoroso, que se filtraba a gritos por todas las rendijas. Nue stros padre s llamaron a esa mujer invierno. Todas las noches, al amor de la lumbre, los más viejos nos cuentan leyendas de la mujer primavera, rubia como el trigo, la cabellera recogida en hermosas flores. Incluso hay quien asegura que alguna vez conoció a una dama robusta, venida del Sur del Mundo, con la cabeza calva, los pechos enormes agostados por el calor. Dicen que seca la tierra y lanza rayos de sol con sus ojos huecos, pero muchos creemos que eso son cuentos de vieja, que aquí nunca llegará ese fuego ni esa luz ni esas noches plagadas de grillos alegres y luciérnagas que parecen estrellas.
Lourdes García Pinel (Madrid, 1973) es periodista y maestra de Educación Infantil. Ha publicado en varias antologías, entre ellas “Esas que también soy yo”, en la editorial Ménades y “69: microrrelatos eróticos”, en Altazor. Finalista en III y IV edición de Premio Internacional Museo de la Palabra. Ganadora del concurso de microcuento “Anika entre Libros”. Los dos relatos que fueron publicados en el anterior número de Carta Local, correspondiente a los meses de Julio y Agosto, son también de su autoría. Por un error de la Asociación AMEIS, Asociación de Mujeres Escritoras e Ilustradoras, salieron sin firmar. Sirva esta pequeña nota para subsanar el error.
en solsticio
MEMENTO BAUMAN
Lucía Martín Baena
Vida líquida entre la lluvia. No podéis condenar la tormenta.
No se puede detener el tsunami. Y tras el agua, el sol seca la ropa que tendí ayer. Y yo sigo mojada húmeda como las cuevas dónde no llega la luz.
Liquidez tras el cierre. Liquidando gastos.
Licuando la fruta de sangre de mi vientre. Estoy sin un duro.
Regreso a lo cotidiano como el cadáver al barro. El tronco caído que hace que el agua se estanque. Vuelve a llover.
Oigo los truenos desde mi cama, la manta se vuelve pesada y quiero salir al rayo.
¿Qué pensarás tú desde esa otra cama en ese otro sitio? ¿Escucharás el granizo?
¿Irán a morir los pájaros contra tu ventana?
PUM, PUM, PUM parecen globos que estallan contra el cristal.
Dejan sus vísceras en el suelo, el agua limpia la sangre
El agua limpia el espíritu -y yo que tengo que trabajar mañana-, me seco como la ropa que tendí al sol. Soy una momia en un desierto empapado.
Para remediar esta estéril desdicha lleno de lágrimas mis ojos, lleno de lágrimas la habitación, la casa, el vecindario.
Tengo que nadar para llegar a la cocina.
¿Y esto es la vida líquida? Lo difícil es mantenerse a flote.
Y para no ahogarse en el charco es mejor pesar poco. Preparo un café
pienso en ti, no demasiado es bueno querer, pero no demasiado. Y recuerdo ese cuento de Bradbury, en el planeta de la lluvia constante, no quedaban ya ni los colores de las plantas.
Lucía Martín Baena Madrileña, nacida en el 94 y graduada en Historia del Arte en la Universidad Autónoma de Madrid, Lucía trabaja actualmente como redactora de cultura para La Sexta Noticias. Su trabajo literario se ha centrado en la poesía y su puesta en escena. Su poemario “Éstas son mis noches” se presentó en la edición 2019 de “Poesía Market” organizado por el espacio cultural Utopía 126 de Barcelona. En él se incluyen ilustraciones realizadas también por su autora, que también realiza collage y poemas visuales. Ha participado en diversos eventos y recitales organizados por AMEIS.
sangre, mujer, niña, tierra, yugo…, fuego, lumbre, lágrimas. Prosa, Baena son las creadoras en solsticio de AMEIS que frman en este artístico.
Mesa y tarde
Escena de tarde, visita frustrada al barrio lejano, a la Isabel Cienfuegos recrea con palabras un escenario que
MUEBLES
Ha llamado al timbre del portal. Mira el anagrama junto al cuarto piso, una flor o una rueda. Un símbolo como en los tatuajes. Hay también una palabra que sugiere asistencia, o algo así. En el resto de los pisos solo ve números al lado del botón.
- ¡Abre! He traído los muebles, le dice a la rejilla. Suena vacío al otro lado. Tarda en llegar una respuesta.
- Espera. Bajarán a recogerlos.
No está segura de que haya contestado su hija. El tono decidido, nuevo ahora, y la voz, podrían ser los suyos. No le han dicho que suba.
El calor la golpea; un empujón que casi la derriba. ¿Qué hace ella aquí, un domingo de agosto, a la hora de comer? Arde la fachada de ladrillo, el aluminio en el portal, tan feo. Una sábana cuelga de la ventana, con el mismo dibujo y una frase pintada en rojo y negro. “Centro Social Okupado”.
Allí vive. Su niña. Por eso ha ido. Para intentar verla. Verla y hablar, saber. No pretende otra cosa. Bueno, comer con ella, eso sí lo ha pensado. Quizá pasar la tarde. Tiene una cena luego. Para ahorrar tiempo, por si acaso, ha venido preparada. Un ves-
tido de seda y maquillaje, sin el que ya no sale. Ahora, con el calor, nota pegajosa la cara.
El calor de estos barrios donde no corre el aire. Barrios como los de su infancia, en los que trabajaron sus abuelos, que abandonaron sus padres y que su hija nunca había pisado; niña de escaparates y de facultad. Pero no quiere darle vueltas. Pasó el tiempo de las discusiones. Ya solo quiere verla, sólo eso.
Para ello ha urdido la trama de los muebles; algo práctico que le ha hecho llegar por conocidos. Le ha dicho que pensaba tirarlos. Así, como desechos a reciclar, los ha aceptado. Pero ha sido muy ingenua. Recibirlos de mano de su madre no estaba en el trato.
Y aquí está, con la mesa metálica de picnic y las sillas plegables dentro del coche. Viejos muebles de su propia infancia, que un día significaron prosperidad. Salir en coche, comer en el campo los domingos. Ella se los llevó al casarse, pero nunca los utilizó. Hasta hoy, para esto. Esto, que no ha valido de nada. Se siente e stúpida con la bolsa de plástico, en la que se recuece un pollo asado que acaba de comprar. Metal y pollo.
El calor rebota entre fachadas. Silencio de la calle sin comercios ni ba -
res. Quizá la gente duerma. ¿Cuánto tiempo va a tener que e sperar hasta que bajen? Otros, que no serán su hija, extraños.
Podría ir sacando los muebles del coche. Ahora, le apetece terminar
Isabel Cienfuegos : (Madrid 1954). Escritora y neumóloga en un hospital público de Madrid. Sus cuentos se han publicado en diversas antologías. Ganó el V Concurso de Microrrelato del Bistró, de la Central de Madrid (2016), y un segundo premio en el I Certamen de Relato Breve de la Fundación Fomento Hispania (2017). Ha publicado también en revistas nacionales e internacionales. Es autora de dos libros de relatos Mañana los amores serán rocas (Cuadernos del Vigía 2012) y Puntos de luz en la noche (Ed. Ménades 2019). Este último, finalista del premio Setenil 2020.
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de una vez. Quiere irse a un lugar civilizado, en donde corra el aire. Al ático donde esta noche cenará con amigos, o al centro, lejos de este olor a miseria. ¿A qué juega su hija? ¿Qué pretende? ¿Y con quién?
En el portaequipajes, la mesa se ha encajado. Tira furiosa, se araña, logra hacerla salir. Saca también a empujones las sillas, y una botella de agua. Deja todo en el suelo. Cierra con un portazo. Quiere llorar, pero no piensa hacerlo. Toma aire, bebe un sorbo. Ya está mejor. Va a dejar todo en el portal y va a largarse. La mesa lo primero. Desplegada en medio de la acera, con la bolsa del pollo encima, sigue ine st able y coja, igual que cuando la estrenaron. Desfallece y la furia se aplaca. Abre una de las sillas. Cruje. L a lona está muy vieja, quizá no la sostenga. Se tiraría el agua encima para refrescar se, pero no puede ser, la pintura de ojos no iba a resistir. Toma un trago. Va a ponerse mala si no se marcha pronto. Bebe otra vez. Si la dejasen entrar en el portal. El pollo se está recalentando. Abre un poco, retira la tapa de cartón. Un pollo comprado en cualquier parte. Ni bien ni mal. Se dejará comer. Cómo se lo reprocharía su madre Gastar dinero así. Ella ofreció pollo al ajillo, riquísimo y mucho más barato, en esta misma mesa, mientras su abuela le acusaba también de manirrot a por desechar las patas, con las que ella hacía un guiso delicioso. Pollo y reproches.
No sabe si reír o llorar. Se siente culpable sin saber bien de qué. Vencida y sudorosa. Ha empezado a comer sin darse cuenta, con las manos, y gotea la grasa alrededor. No ha oído salir a las mujeres. Una es mayor, o lo parece. Gruesa, muy seria, envuelta de la cabeza a los pies en negro. A su lado, una joven lleva también cubierta la cabeza, pero con un pañuelo rojo, alto y coqueto como un tocado de princesa, ojos muy oscuros de kohl, y vaqueros ceñidos, decisión en los gestos, y que la interroga.
- ¿Son los muebles? Le dice, con acento extranjero, señalando, impaciente.
Pero a ella no le apet ece cont estar. Bebe agua, muerde de nuevo el pollo. Acaso debería levantarse, pero no. La chica empieza a recoger las sillas. Hay un fino desprecio en la forma en que se recoloca, impaciente, el borde del tocado. Hasta que la mayor t oma por el brazo a la joven y la frena. Abre una silla y se sienta a compartir la mesa. Toma un ala del pollo. Mastica saboreando muy despacio. Roe la piel, los huesecillos, mientras que le sonríe tranquila, dispue st a a compartir la tarde.
Isabel Gómez Liebre : (Madrid 1961). Licenciada en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid. Funda y dirige y enseña desde 1999 en la Escuela de Artes Plásticas Isabel Gómez. Mientras continúa trabajando en sus proyectos www.estudioisabelgomez.com . En 2011 funda y dirige junto con Enrique Luengo la Galería Liebre de Madrid, considerada galería de referencia www.galerialiebre.es , participando en Arte Santander, Just Madrid, Estampa o Photo España. En 2016 intensifica la dedicación a su propia obra y presenta el Proyecto Lilliput que se exhibe en el Centro Galileo de Madrid y el Museo de la Universidad de Alicante y en la Sala Meca de Almería. En 2018 Pierre Valls la incorpora en el Proyecto Manifiesto. Actualmente trabaja en el Proyecto QuixotA, que sigue línea con sus anteriores proyectos,
hija que vuela sola, a la mesa compartida con una desconocida… que Isabel Gómez Liebre dibuja… Ésta es la propuesta…buscando subvertir el papel de los héroes, desde una perspectiva feminista. *Isabel Cienfuegos
Lecturas para
Una Estancia. Sucede la noche. Un nevado pueblo, al calor de una salamandra, que de pronto se convierte en presagio.
Relato, poemas… Lecturas para Navidad de Carmen Peire y Sonia Aldama, unas navidades como jamás imaginamos que podrían ser, que serían,
DESDE QUE TE VI CON LA PATA DE PALO
El tío Juan llevaba unas muletas de madera enganchadas al sobaco. Había perdido la pierna en la guerra, por encima de la rodilla. Era gordo e inmenso, o así aparecía a los ojos de ellos, sobre todo si lo comparaban con su abuelo, que abultaba la mitad que él. Era un buda feliz, con unos ojos achinados por sus mofletes. Lloraba de risa y las lágrimas no le caían por el interior de la cara, sino hacia las sienes. Le visitaban en vacaciones de Navidad, cuando iban al pueblo donde vivía la familia materna, en el norte, el sitio más frío y nevado de la península, eso les parecía, en una casa de piedra donde se concentraban todos, el abuelo en la planta baja encargándose del economato de la fábrica de cementos, los demás en la primera y segunda planta. Según entraban empezaban a tiritar y no paraban hasta coger el tren de vuelta. Solo las tardes en casa del tío Juan, con el calor de los diez primos, la salamandra y la humanidad que desbordaba cualquier silla, podían entrar en calor. Allí cantaban su canción favorita, alrededor de él: Desde que te vi con la pata de palo, dije para mí malo, malo, malo, malo
Solía bailar su canción de pie, sosteniéndose sobre su única pierna y golpeando con las muletas en el suelo,
hasta que no podía más y caía desplomado en la silla. Así se convertía en el centro de atención, todo empezaba a girar en torno a él y con ello la segunda parte del entretenimiento navideño: ¿nos dejas jugar con el muñón, tío Juan? Entre carcajadas, echando tanto la cabeza hacia atrás que parecía que se iba a caer, se sentaba al lado de la salamandra, se quitaba el imperdible, se remangaba la pernera y aparecía una inmensidad de carne blanca con un nudo en medio hacia adentro, como si en realidad se hubiera tragado el resto de la pierna un agujero negro que todo lo absorbía. A veces pensaban que quien pudiera meter la mano allí conseguiría sacársela. ¡Cuántas veces han recordado aquello, cuántas veces lo han hablado! ¿De qué madera estarían hechas sus muletas que propiciaban aquel juego? ¿Quién podía presumir en el pueblo, como hacían ellos, de jugar con un muñón producido por un obús? Al tío Juan lo envolvía un aire épico, que él se encargaba de alimentar, sobre todo cuando fantaseaba con su participación en la guerra, nunca supieron en qué bando, pero decisiva para salvar a sus camaradas de armas. Lo del obús lo cambiaba de un año para otro. Unas veces fue por salvar a un perro que se había enganchado en una alambrada y allá fue a rescatarlo, porque era amante de los animales. Al año siguiente la narración se centra-
ba en el rescate de un orfanato donde caían bombas sin cesar, y más adelante fue sustituido por el asalto a un almacén de alimentos para dar comida a toda una población. Lo de menos era el motivo y lo que cambiara, lo de más la intensidad con que contaba la historia y cómo gesticulaba con manos y cara, como si concentrara en ellas la inexpresividad de su parte inferior. El broche final era, de nuevo, su canción: desde que te vi con la pata de madera, dije para mí, muera, muera, muera, muera.
Le gustaba la caza, el vino y el mucho comer. En aquel pueblo, a lo más que se podía aspirar era a la caza menor, conejos, perdices, patos, alguna codorniz. Tenía un Dos Caballos adaptado, con los cambios en el volante, que usaba para desplazarse y para cazar El techo era de loneta y solía llevarlo quitado, por lo grande que era y porque le gustaba mirar no solo al frente, también hacia el cielo. Una mañana, mientras conducía, avistó una bandada de patos sobrevolando, el tío Juan no pudo dejar que pasara la ocasión: cogió la escopeta que tenía en el asiento del copiloto, soltó el volante, intentó apuntar y se estrelló contra un árbol. Nunca más volvieron a cantar su canción en Navidades.
para Navidad
salamandra, mezclando risas que terminan en llanto, al compás de una canción popular Aldama, con ilustraciones de Silvia Domínguez. Creadoras contra la Despoblación para que serán… ni en las pesadillas siquiera.
SUCEDE LA NOCHE
Cesó el viento, el zumbido permanece, cesó el viento y nos dejó solos apenas acompañados de la vibración y el elixir del contagio.
Las calles siguen mojadas de aullidos y estufas ardiendo, subsisten peces, rincones y exhaustas monedas que no necesitan nada a cambio.
Cesó el viento sin aparente arrojo y cobardes mecimos la noche acostumbrada al goce interesado de los cuerpos. Nos deleitamos como discípulos errantes del viento del norte, agitados por la incertidumbre y el temblor de las hojas. Gotean nuestras manos sin asidero y vuela el zumbido y desaparece. Escampan las horas dormidas en la desamparada lentitud de los nidos de arena.
Regresa el viento y no hay quietud guía ni horizonte capaz de revelar por qué se resiste la deslumbrante negrura del desvelo. Sucede la noche.
ESTANCIA
Como árbol salpicado que reside en ramas descalzas, me sobrepongo en cada transición, soy hoja que habita en este puro otoño.
Sonia Aldama Muñoz (Madrid, 1973). Escritora y politóloga. Publica en 2013 el poemario Cuarto solo, Aflora Libros. Algunos de sus relatos están incluidos en las antologías Cuentistas Madrileñas (Ediciones La Librería, 2006), En legítima defensa. Poetas en tiempos de crisis (Bartleby, 2014), Diez relatos de mujeres (Torremozas, 2015), Servicio de habitaciones (120 pies, 2016), Esas que también soy yo (Ménades, 2019) y Relatos nada sexys (Ménades, 2020). En 2017 publica el poemario La piel melaza, Torremozas. Cofundadora de la Asociación de Mujeres Escritoras e Ilustradoras, 2018. Sucede la noche, Enkuadres, 2020 es su tercer libro de poemas.
Lecturas de
Carta de una jaula
Ya sé que son muchos años.
De comida, de agua. De ritmos, de placeres.
Ya sé que la captura quedó tan atrás que ya no te acuerdas.
Ni siquiera yo.
Por eso te escribo, para qué no se te olvide que soy tu jaula. Recuerda que los barrotes están hechos de piel, para que apenas se distingan y que la sensación de libertad sea completa. Han sido muchos años, para elegir, qué se quedaba fuera y qué dentro. Esa fue la tarea más difícil, pero es lo que me ha dado la personalidad que deseabas.
Cómo duermes, qué comes, por qué luchas, cómo sobrevives.
Me prometiste, cuando te ofrecí protección, adecuarte al tamaño y a la forma que acordamos juntos. Cuando sentías que el mundo era, excesivamente, grande para ti.
Sin embargo ahora te asomas demasiado a los bordes.
Y mira que estoy hecha a medida.
Pero últimamente no sé qué te pasa.
Te escribo para recordarte que no voy a dejar que te vayas.
Yo soy lo que eres, lo que has sido.
Dime, en que te estás convirtiendo y cambiaré.
Eva Manzano Plaza Nace en Madrid, donde vive y trabaja. Su trayectoria profesional alterna las artes plásticas con la escritura. En 2020 se edita Recetas de lo salvaje pequeño con Thule Ediciones. En 2019 publica Lágrimas, Ed. Pastel de Luna y recibe el premio LiberisLiber por el libro Mitos Nórdicos, Ed. Nórdica, 2018. Se integra en AMÉIS y participa en Esas que también soy yo. Antologa e ilustra Las más extrañas historias de amor, Ed. Reino de Cordelia, 2018 y, durante ese año, coordina la sección de Literatura infantil y juvenil en Gestiona Radio en el programa de Literatura y Compañía. Otros libros publicados son: Lo que imagina la curiosidad, Ed. Libre Albedrío, 2017, Recetas de lluvia y azúcar (14 ª edición), Ayúdame a pensar, ¿Dónde está Babia? (2ª edición) y 82 ojos y un deseo, de Thule Ediciones. Colabora como ilustradora en Me acuerdo, Jesús Marchamalo, Edicionesmínimas. Sus relatos figuran en varias antologías de España, Argentina, Méjico y Perú. Algunos de sus libros han sido traducidos al turco y al chino.
Una jaula y un armario, una jaula que recuerda cómo y para qué está lavanda… Son las Lecturas de esta entregaEva Manzano Plaza
invierno
está hecha; y un armario para esconderse que ya no esconde y que huele a naftalina y a
El olor de las niñas malas
Naftalina y lavanda. Dentro del armario la oscuridad es de lino y tergal. Mi madre y yo, hechas un ovillo, una junto a la otra, refugiadas en el universo mullido de las mantas y los abrigos de lana. Con la frente apoyada en las rodillas, siento el relieve de mis costras. Tengo facilidad para caerme de la bicicleta. Es domingo por la tarde y escucho la voz del locutor de radio que canta los resultados de la quiniela. Mi madre lanza un ssshhh entrecortado. Aspiro el perfume a violetas de mi trenza que me hace cosquillas en la pierna. Me tranquiliza, no como el olor a betún y alcohol de mi padre.
A lo lejos, oigo un golpe seco, quizá la puerta del frigorífico cerrándose y el aluminio de las cacerolas chocando contra las baldosas.
—Torpe, inútil, mujer de mierda, a ver si aprendes a cocinar —la voz de mi padre se tambalea como un equilibrista a punto de caer.
Tiemblo al compás del cuerpo de mi madre. Tanteo su cara y recojo mis dedos húmedos y salados igual que el caldo de pollo. Mi madre, como si fuera una oración, murmura una receta… limpiar bien las codornices… cortar las cebollas en juliana… añadir laurel y cilantro…
Pisadas de botas que se arrastran por el pasillo, vidrios que estallan en el parquet y al grito de «sé dónde te escondes» mi madre vuelve a su letanía… se dejan cocer dos horas y se comen frías acompañadas de verduras. Yo me tapo la cabeza con una falda de pana. De repente, el armario se abre y aprieto los ojos muy fuerte para que la luz no pueda hacerme daño. No me muevo hasta que el aroma metálico de la sangre invade la habitación. Es como chupar un picaporte de bronce.
A veces me sigo colando en el armario para recordar a mi madre, nítida al fondo de lo oscuro, envuelta en naftalina y lavanda.
En mayo de 2014 se publicó Nido ajeno, su primer libro de relatos en solitario, en la Colección El pez volador. La mujer que vendía el tiempo (Colección Delirios del Taller), ganadora del I Premio de Novela Breve Escritura Creativa Clara Obligado, es su primera novela.
Afincada en Sevilla desde 2018, imparte clases de novela en la librería El Gusanito Lector y talleres online de escritura creativa.
Más información en www.nuriasierra.com
Lecturas de
Las creadoras despiertan en este número de sueños de juventud y
El despertar
“I did not sleep, I never do when I’m over-happy, over un-happy or in bed with a strange man.”
“No dormí. Nunca duermo cuando soy demasiado feliz, o demasiado infeliz, o cuando estoy en la cama con un extraño.”
Edna O’brienAnoche visité mi juventud. Anoche desperté.
Compartía una cama muy grande, junto a siete hombres que dormían. Iban calzados, vestidos de traje, con sus camisas blancas. Siete cuellos de nueces altivas, como puntiagudas tráqueas de gallos combatientes. Respiraban hondo, casi a la vez. Ni un espejo en aquella habitación, ni una silla, ni un armario, ni un miserable ventanuco. Sólo ellos y yo y la cama, que olía a mí, y las paredes de techos muy altos, recién pintados con cal. Todos ellos eran hombres hermosos.
En el suelo brillaba una lámpara. Me incorporé. Tenía dos a mi izquierda y cinco a la derecha. Mi camisón blanco apenas me cubría las rodillas. Estuve un buen rato estudiando por partes los cuerpos de los hombres. De alguno reconocí las manos, de otro el gesto de la boca cuando esconde palabras, o el perfilado mentón, o unos ojos alejados entre sí, de párpados grandes y redondos, o una piel pálida que se acaricia durante horas antes del amanecer. Pero a ninguno lo podía ubicar del todo en mi memoria, especialmente a los dos que dormían en los extremos de la cama. No obstante, había esa sensación recóndita de pertenencia. De pronto me sobresaltó la voz del que tenía a mi derecha, su tono insolente:
–¿Y tú qué estás haciendo aquí?
Aun entonces no sabía que esa voz era la tuya.
Me giré hacia el de la izquierda, que ahora yacía de costado. Conocía bien la espalda larga, su querencia por acoplarse a mi cuerpo como si solo fuésemos uno. Él simulaba estar dormido. En un momento se sacó las botas de dos patadas, y comenzó a cantar:
–Enterré una flor entre tus muslos, Mujer, mujer, mujer, Ya hace mucho que la enterré.
No llevaba calcetines, las plantas de sus pies eran rugosas. Me vino a la mente un narciso, la risa de sus ojos, el narciso creciendo de mi pubis. Pero justo cuando yo lo que deseo es besar labios, tú vuelves a la carga.
–¿Qué coño estás haciendo aquí?
Y me inquietas, me inquieta la idea de que despiertes a todos los hombres. No te respondo. Beso la nuca del hombre del narciso, saboreo su piel. La flor crece.
–No mandas –te digo–, en el mundo de los sueños no mandas.
Noto tu irritación, y el aire se hace espeso por el aliento de tanto hombre. Noto que el narciso va a comerse la habitación entera, con todos nosotros adentro y de pronto temo las preguntas, una especie de estallido de hombres que quisieran saber quién fue cada uno para mí. Pero para eso tendría que repensarme siete vidas…
–¿Por qué no tuve siete vidas como los gatos? –te grito, indignada–. ¿Eso quieren saber ellos? ¿Eso es lo que tú quieres contar?
–Bueno, tendríamos siete historias –respondes, en el maremagnum del narciso cuyos pétalos son terrible, dolorosamente suaves.
Y luego añades, no sin cierto odio, con tu estúpida voz de narrador:
– Solo que tú, Verónica, nunca supiste amar.
Carola Aikin (Publicado en el libro de cuentos Las primaveras de Verónica, Páginas de Espuma, 2018)
invierno
viajan al verso evocador de una contienda entre hermanos.
De un cielo a otro
Una gota de sangre cae de un cielo a otro, deslumbrante.
Victor Serge, Manos
Como una grieta fumea la mirada. Baraja su astilla clavada de luz. No hay nadie en las arterias. Los aviones laminan el cielo del Jarama seco, trigueño, traslúcido. Hay tanto resol que no se puede tragar. El frío está lleno de animales.
Sangre seca en vasijas sin barro con la promesa de un lago quieto de un ancho fruto.
Nadie alcanza el anzuelo en la orilla.
Peces agrietados de frío y superficie.
Gemas salobres embarradas
que flaquean en los cauces sin recodos de la meseta.
El esqueleto permanece de pie en el enjambre de los alisios con plumas de sol en el pelo tornasoladas invisibles.
Astillados vocablos gritería muda. Un aljibe hundido: atribulada raíz sin tallo, nada verdea (ningún brote). Millones de seres semejantes a enramadas secas que no hacen sombra bajo su pie.
Piedras mis padres piedras mi casa piedras la tumba para esta extensión de huesos y su soniquete de tinaja y su reguero de pólvora.
Uno es otro irremediablemente a un lado y al otro del cielo.
Llamaradas hermanas vienen a abrevar
en la noche del nopal. Todos interiores los mares de este pedrusco terrestre.
Cuatrocientos millones lo cruzarán a dentelladas de sueñera y olvido. No se sale ileso de la travesía demorada el alma el hambre inclinada cumplido el tiempo.
Soplamos escamas de peces andinos. Flamean un instante en el aire. Un cuenco de ruido abriga el costillar. Se rumia el paisaje de memoria errónea. Cortejo de migrantes sin exequias para encender una vida con otra con pétalos de cal. El frío está lleno de animales. No hay atajo en la noche cuántica.
Lectura en
Dos autoras, con su relato y su poema, acercan a quien los
Flores de sombra
A menudo me preguntan si echo de menos el trabajo. Nada, les digo. Vivo como una reina. Aunque últimamente me acuerdo de la gente que pasaba por allí. Del danés —un cliente de esos que te ilumina el día, como dicen los poetas y los cantantes. Y es que era verlo entrar en la peluquería, con su cuerpo fuerte y sus ojos de aguamarina y sentir una alegría que todavía me hace temblar. Tarareaba con la Niña Pastori eso de tú me camelas, me lo dicen tus sacais. El hombre daba los buenos días y se quedaba en silencio mientras le cortaba el pelo. Ni una pregunta cansina de ésas —guapa, menudas ojeras me traes; cielo, ¿cómo es que llevas gafas oscuras aquí dentro?; ¿tienes hijos?, o ¿por dónde vives tú? Yo le regalaba un masaje en la nuca y él respondía con un “gracias” sonoro y una sonrisa. Lo llamábamos Viggo, por su parecido con ese actor que hacía de rey de los elfos, de chófer de un músico americano y ahora, según he oído, de gay con un padre tan insoportable como mi ex. El fin de semana pasado lo añoré… profundamente. Sé que es extraño; nos habíamos tratado poco. Aun así, era grande mi desconsuelo —¡mi deseo! Decidí hacer algo, lo que fuera. Quizás anduviera solo y le agradara un reencuentro. ¿Y si me animaba a buscarlo? La libertad es muy bonita, pero maldita la gracia de vivirla como un alma en pena.
El sábado por la mañana me acerqué a mi antigua casa. No me dio pena el SE VENDE en letras negras del cartel naranja chillón sobre el ladrillo feo del edificio. Rabia sí, por los años malgastado en aquel piso oscuro. Pero, a lo que iba… con un poco de suerte, mis prendas más estilosas y juveniles seguirían allí. Me sacudía una antigua excitación. No era cuestión de presentarme ante Viggo de cualquier manera… darle un susto. “Antes desnuda que invisible” —y me refiero a esa ropa infame que nos quieren calzar a las mujeres de una edad, como para que no nos vuelva a mirar nadie. Me fui directa a los armarios del pasillo, tan abarrotados de cosas como siempre. Al abrirlos,
encontré una caja con ropa mía —soy más alta y grande que mi hija, y supongo que no sabrá qué hacer con ella. Escogí una camiseta negra, de tirantes, y un pantalón ancho de algodón con flores amarillas y azules. Qué poco los había usado, con tal de evitar el odioso ¿adónde vas? o, ¿con quién has quedado? Cogí un estuche con barras de labios, pinceles y coloretes. Saqué una polvera y se me ocurrió maquillarme. Quedé menos pálida, como más viva. Qué bien se te ve, me decía una amiga hace poco, pareces otra. Desde luego que soy otra. Ya he cumplido. Sin críos a los que proteger ni marido del que huir. Libre al fin. Sin heridas. Sin miedo. Sin angustia. Feliz como tantas que dimos el paso, aunque nos costara la vida.
Serían las ocho y pico de la tarde cuando llegué al centro de estética, después del cierre. Es una buena hora para supervisar las cosas, aunque solo sea por la costumbre. Se me encoge un poco el corazón al colarme en un sitio al que ya no pertenezco. Solo quiero ponerme guapa, dije en voz alta, como disculpándome. Observé las pinzas, las horquillas y los ganchos de diseño del escaparate. Me dieron ganas de coger alguna peineta de fiesta, con brillantitos incrustados. Desde que no me tiño, algo tengo que ponerme en el pelo para no perder esa gracia mía. Me acerqué al ordenador para buscar el archivo de los clientes, pero no tuve que encenderlo… ¡sabía dónde tenía que ir! Yo misma le pregunté una vez a Viggo por su barrio. Me invitó a visitarlo y me dio su dirección completa. La memoricé por si acaso me atrevía. No la había olvidado.
Envalentonada, emprendí el camino. Tal vez estuviera cenando y lo interrumpiera. Me di un paseo por la cuesta del Espíritu Santo, y me apoyé en una barandilla, deslumbrada ante el sol rojo del atardecer, envuelto en ese cielo morado que cubre mi pueblo al final del día. Oscurecía, y me sobresalté, alarmada ante la posibilidad de no encontrar a Viggo por el tiempo que estaba perdiendo en aquel rodeo. Aceleré el paso y anduve hasta su barrio. Di con su calle y, al llegar a su casa, me paré delante de la verja. Estaba abierta y entré. Atravesé la
hierba seca, hacia la única ventana iluminada. Estaba abierta, y de ella emanaba una flor de humo. Marihuana. Me sonreí. Viggo yacía en una cama, medio dorm ido. Permanecí allí con la esperanza de que se espabilara. Y él, como si sintiera mi presencia, parpadeó y abrió sus ojos como cristales. ¡Rocío! fue la única palabra que pronunció, como asombrado. ¿Quieres unas caricias en la nuca?, le pregunté. ¿O prefieres que te arregle la barba? Su gesto de sorpresa, su reconocimiento, nuestra emoción… fue de una dulzura indescriptible.
Amanecí muerta de placer y de sueño. Me marché con el presentimiento de que recibiría una visita de Viggo. Me apeteció ir a las salinas de la Bahía, y allá fui a disfrutar de la mañana. Qué gusto contemplar las bandadas de flamencos. ¿Estaría allí el que se había escapado del zoo? ¿Andaría cortejando a una hembra? Ojalá, pensé. Y deseé con todas mis fuerzas encontrarme con Viggo aquella misma tarde. Así fue. Me estremecí al verlo avanzar junto a los cipreses, su cuerpo ancho entre las hojas verdinegras, dejando a un lado el cementerio inglés. Traía una maceta de flores que parecían gardenias, buenas para la sombra. La dejó junto mi lápida, y se arrodilló. Le caían lágrimas por las mejillas, apenas audibles, como gotas de limón sobre un plato. Estaba desconsolado, confundido entre la gente que le rodeaba. Son periodistas, solo vienen a grabar unas imágenes, le dije. Van a hacer otro programa de televisión, ¿sabes? A buenas horas. Tantas veces lo conté… No llores, anda. En cuanto se vayan nos quedamos tú y yo solos.
Maya G. VinuesaMaya G. Vinuesa
nació en Cádiz en 1968. Es profesora de traducción literaria en la Universidad de Alcalá. Ha traducido y ha estudiado la narrativa de varias autoras africanas, entre ellas Amma Darko y Buchi Emecheta. Es autora de la novela “Una habitación en Lavapiés”.
“otro lado”. Y lo hacen desde diferentes perspectivas, pasó… lecturas para esta primavera recién estrenada…
en primavera
(A mi madre, que se marchó dulcemente en un año de adioses inesperados)
Se cerraron las puertas del mundo de repente aquel marzo sin flores ni esperanza de abril ni velos blancos de mayo ni verano.
Y nosotros echamos todos los cerrojos de tu casa para intentar salvarte.
Debías sobrevivir.
Pero resistir no es vivir sin miedo en las espaldas sino seguir erguido y acostumbrarse al peso aunque el centro de la Tierra se empeñe en su trabajo.
El triunfo no está en salir ileso, la herida forma parte del binomio que marca el principio y el final de la batalla, después hablarán las cicatrices, memoria del dolor y de la sangre.
Vencer es asomarse al precipicio y construir un puente, ignorar la obstinada invocación a la hondonada y cruzar mirando al otro lado mientras continúa viva y seductora la posibilidad del salto.
Porque volar no es suspenderse en el vacío, es conseguir que las alas se desplieguen capaces de impulsarnos para llegar incluso hasta las nubes sin levantar los pies del suelo.
Y tú lo hiciste. Resististe con nosotros. Te asomaste a la ventana y te lanzaste al vuelo de las palmas repletas de agradecimiento.
Y venciste Saliste del encierro con alguna que otra cicatriz pero venciste.
Triunfaste. Era de justicia que lo hicieras.
Pero te esperaba septiembre terco, como siempre, implacable, decidido a no caer en ninguno de los trucos que inventamos para ti.
Inma Chacón (Zafra-Badajoz), finalista del Premio Planeta 2011, por su novela Tiempo de arena, es Doctora en Ciencias de la Información y Licenciada en Periodismo por la UCM. En narrativa es autora de La princesa india (Alfaguara, 2005), Las filipinianas (Alfaguara, 2007), NICK: una historia de redes y mentiras (La Galera, 2011), Tiempo de arena (Planeta, 2011), Mientras pueda pensarte (Planeta, 2013) y Tierra sin hombres (Planeta, 2016). También ha publicado la colección de relatos, Voces. Antología personal (Editora Regional de Extremadura, 2015), y varios poemarios -Alas (Ellago Ediciones, 2006) y Urdimbres (Ellago Ediciones, 2007), entre otros-. En el campo de la dramaturgia cuenta con obras como El laberinto y la urdimbre (Éride, 2015) o La Baltasara (Antígona, 2018).
los lee a ese lugar que unos llaman "más allá" y otros, sencillamente, perspectivas, la de quien pasa, libre, y la de quien se queda, añorando a quién estrenada…
Homenajes
Asimetría*
Me siento en el sofá, miro la tele. Bebo whisky con hielo, aunque no debería. Cambio de canal compulsivamente, la luz de la pantalla rebota en la ventana. Me hundo en los cojines. Tras unos minutos me paro en un programa. Es la final de un concurso de misses. Veinte chicas, jóvenes y con pocas luces, desfilan en traje de baño. Me inclino hacia adelante para verlas mejor. Las hay rubias, morenas, blancas, negras, de ojos azules, verdes. Son tan diferentes. Y sin embargo, me digo, hay algo que las asemeja. Son esas dos condecoraciones que lucen todas, esas hermanas gemelas, dos cúpulas vaticanas superlativas y simétricas. En conclusión, me digo, dos mierdas de tetas siliconadas y falsas. Levanto el vaso y brindo por ellas. Que gane la mejor. O no, que gane la más tetuda.
C ambio nuevamente de canal. Me quedo en las noticias. No os creáis. Porque el presentador está macizo. Guerrashambresdesahuciosmásguerras. ¿Y qué hay de mí? Yo también libro mi propia guerra. Noticias de sanidad. El macizo afirma que hay problemas con ciertas prótesis, su mala calidad las ha vuelto nocivas. Muchas mujeres han solicitado que se las extraigan. Me imagino a decenas, centenares de mujeres con pechos que explotan y quedan en nada. Y me alegro. Que se jodan. Por gilipollas. Levanto el vaso. También brindo a la salud de ellas.
Miro el reloj. Es hora de dormir. Me voy al lavabo con el vaso. Preparo la caja azul. Me sitúo frente al espejo. Me quito la blusa. Desabrocho el sujetador. Extraigo de su copa izquierda la pirámide blanda y aterciopelada que hace invisible mi asimetría a los ojos de los demás. La dejo en la caja. Le doy las buenas noches. La quiero y la odio. Observo en el espejo la línea violácea que adorna mi torso.
Notifica que allí antes hubo alguna otra cosa. Aprieto los ojos. Pienso en misses y cirujanos plásticos. Luego apuro la bebida y dejo que el cubito se derrita, como si le diera la oportunidad al hielo de recordar el agua que había sido.
* Asimetría fue galardonado con el 1er. Premio del V Concurso de relatos breves del Diari de Terrassa, Diari de Terrassa, 2014, y se incluye en el libro Cosas que decidir mientras se hace la cena (Ed. Base, 2015). Se encuentra también en la antología Esas que también soy yo, Ed. Ménades.
Maite Núñez. Escritora y licenciada en Historia Moderna. Premio Internacional de Relato “Tomás Fermín de Arteta” (2007), el “Luis del Val” (2011), o el Premio de Relato Corto “Diari de Terrassa” (2014), entre otros. Libros de relatos propios: “Cosas que decidir mientras se hace la cena” (2015) y “Todo lo que ya no íbamos a necesitar” (2017), ambos en la Editorial Base. Es socia de AMEIS, Asociación de Mujeres Escritoras e Ilustradoras.
Antonia Santolaya. (Ribafrecha, La Rioja, 1966). Licenciada en Bellas Artes, especialidad Pintura, por la Universidad Complutense de Madrid. Entre 1993 y 1994 estudió fotograbado y fotoserigrafía en Ormond Road Workshop (Londres), además de un curso avanzado de postgraduado en Grabado en St. Martins School de Londres. Desde el año 2000 trabaja profesionalmente como ilustradora de libros infantiles, fecha en la que ganó, en colaboración con su hermana Dori Santolaya, el Premio Apel•les Mestre por Las damas de la luz. Desde entonces ha trabajado con varias de las editoriales más importantes del panorama nacional, como SM, Anaya, Destino, o Santillana. También imparte talleres de ilustración.
No hay juegos de espejos. O sí. “Me voy al lavabo con el vaso. de espejos, pero hay espejos: “…dice mirándose al espejo, Aparecen espejos, pero hay abuelas, madres, hijas, hermanas,Ilustración de Antonia Santolaya
Homenajes de mayo
La rebotica
Mi farmacéutica se ha jubilado. Vino al mundo en una botica rural en 1932. Desde entonces, exceptuando su época de estudiante, siempre ha vivido encima de una farmacia, al lado de una farmacia, o en frente de una farmacia. Tuvo tres hijos, pero no conoció las bajas por maternidad, ni más de cinco días seguidos de vacaciones. Digamos que su profe sión era un destino desde la cuna, más que una vocación. Me consta que le habría gustado dedicarse a la judicatura –a la que no podían acceder las mujeres en aquella época- lo cual no le ha impedido ejercer su profesión con la honestidad y dedicación propias de e sa generación que lo ha sopor t ado todo. “ Creo que no hay profesión que haya cambiado más que la mía. De la rebotica de mi padre, con aquellos morteros, espátulas, y matraces con los que hacíamos pomadas y jarabes, a las
pantallas de ordenador de ahora hay una incongruencia difícil de asimilar”, dice mirándose al espejo, preguntándose en el fondo cómo será su vida de jubilada. En su piso de la ciudad, en frente de la que ha sido su farmacia durante los últimos treinta años, ha montado un pequeño museo de la rebotica antigua. Junto a un pildorero hay una fila de tarros, frasquitos con preciosas etiquetas y carteles publicitarios de remedios que ya no existen (Barachol contra la sarna). Huele mucho a botica nada más entrar en el piso. Es domingo, el día de su cumpleaños. Voy a felicitarla. Parece contenta, tal vez porque su nieta ha empezado la carrera de Derecho y podrá ser jueza o lo que quiera. Está ordenando por alturas unas cuantas probetas de cristal. Tengo el privilegio de poder llamarla “mamá”, pero su verdadero nombre es Anunciación Marcellán Abad.
vaso. Preparo la caja azul. Me sitúo frente al espejo”. No hay juegos espejo, preguntándose en el fondo cómo será su vida de jubilada”. hermanas, mujeres… Hay homenajes.Cristina Grande. (Lanaja, 1962). Licenciada en Filología Inglesa por la Universidad de Zaragoza. Autora de los libros de relatos La novia parapente, Dirección noche, con el que fue finalista del Premio Setenil en 2006, y Tejidos y novedades. Fue nombrada Nuevo Talento Fnac por su novela Naturaleza infiel. Agua quieta, Lo breve, Flores de calabaza y Nieblas altas reúnen selecciones de sus columnas publicadas en Heraldo de Aragón, donde colabora semanalmente desde 2002.
VACÍO
Ando con flores en las manos y a lo lejos te veo plantar el trigo. Mientras corro hacia ti, no para de crecer. Yo tampoco. Avanzo entre las espigas altas, juegas al escondite. C antas. La cuadrilla de vecinos viene a ayudar antes del amanecer para aprovechar la fresca. Desapareces. Las hoces ensayan el baile propio de la siega. Te veo en la era. Empieza la trilla. Avientan la paja. Te sigo hasta el molino cargada con el grano. Los sacos de harina vuelven ladera abajo hasta la casa de piedra. Te pierdo de vista, pero en la cocina esperas para enseñarme a amasar. Sonríes. Espolvoreas de blanco la mesa y te limpias las manos en el delantal.
Todo eso, madre, desde que he llegado al pueblo a ponerte estas flores y, al pasar por la única tienda abierta, olí el pan.
Relatos
Veinticuatro de junio
Si les preguntas no te responderán. Puede que percibas un cambio mínimo en su gesto, una ligera dilatación en las pupilas, un rictus en la comisura de los labios. Como mucho.
Si insistes, negarán con vehemencia que ese día que tú dices, a la misma hora, cada año, desde que la memoria es memoria, la aldea se sumerge en un silencio ensordecedor que ni los perros se atreven a romper. No te dirán que se recluyen en las casas a las ocho en punto. Que cierran los postigos y taponan cualquier resquicio en las paredes. Que acuestan a los niños en las camas de sus padres. Que una niebla pegajosa baja de la montaña y alarga su sombra por las calles. Te dirán que mientes si afirmas que una leyenda habla de una mujer, o de una niña, nadie lo sabe con seguridad. Se reirán en tu cara, te tomarán por loco pero distinguirás el miedo, una vibración entre las sílabas que confirmará tu presentimiento.
Y ante tu mirada incrédula te asegurarán que nadie, nadie en la aldea cree en las leyendas ni en las supersticiones.
De Tenerife, filóloga. Primer Premio de “La pobreza en cien palabras” de EAPN España, 2018 y 2019; ganadora de Junio 2019 de “Relatos de abogados” de la Abogacía Española; Ganadora de noviembre 2018 y 2019 de “Relatos en Cadena” de la Cadena Ser; Primer Premio del Concurso de Microrrelatos AMIR, México, 2019; Primer Premio del Concurso de Microrrelatos Redpal de Andalucía; Segundo Premio Certamen de cuentos Madrid Sky; Primer premio de Cuentos de Navidad de Zenda, 2020; Primer Premio del Certamen internacional de microrrelatos de San Fermín 2020; Ganadora Premio Nacional de Poesía infantil Charo González, 2020
Elena Casero(Valencia, 1954) es Técnico de Empresas Turísticas. Ha publicado las novelas Tango sin memoria, Demasiado Tarde, Tribulacione s de un sicario, Donde nunca pasa nada y Las óperas perdidas de Francesca Scotto. El libro de relatos Discordancias y el de microrrelatos Luna de perigeo.
La Asociación Félix de Martino de Soto de Sajambre nace en 1994 con la necesidad de recuperar el patrimonio histórico y cultural de Soto de Sajambre, un pequeño pueblo de la vertiente leonesa de los Picos de Europa, que proporcionó un oriundo del pueblo, Félix de Martino, que hizo fortuna en México y construyó una Escuela en Soto a principios del siglo XX, dotándola de un material de gran valor didáctico. La Asociación se encarga, entre otros fines, de organizar conferencias, eventos musicales y organiza desde hace 10 años un concurso de microrrelatos anualmente con distinta temática en cada edición. El tema de este año fue “La España vaciada”. Los relatos “Vacío” y “Veinticuatro de junio”, que se publican en esta página, son obra de las dos últimas ganadoras.
En el mes en el que el verano se abre paso llegan a Carta que se fueron y que irrumpen de nuevo cuando el olor nuevo visibles, audibles y palpables. Un automatismo el miedo a una leyenda en la que nadie cree pero que todosElena Bethencourt Elena Casero Elena Bethencourt
de junio
Carta Local relatos que evocan recuerdos,
en la aldea cada veinticuatro de junio…
Un susurro desde el reverso
La foto la encontré en un marco de madera, en uno de los cajones de su mesilla de noche, un par de horas después de su muerte. Permanecí en su casa una semana, junto a mi madre. Aquellos días no salí a la calle, me movía sin rumbo por las habitaciones, entre sus paredes, abriendo y cerrando con brusquedad las puertas de los armarios. Al tercer día, cansada de no poder dormir y algo desorientada, me senté varios minutos en su cama, intenté atrapar sus últimas horas de vida. Me quedé ahí esperando, respirándole, bajo su librería de madera, junto a Camus, Marei, Porter, Kundera, Saramago, Marías, Warthon, Onetti…
Murió de repente, sin tiempo para esperar, sin tiempo para despedidas. Murió mientras dormía. Estaba desnudo. Lo incineramos. El cielo estaba azul. Una semana más tarde, con el marco en la mano, fui probando cómo quedaría su sonrisa en los pocos huecos libre s que había en el salón de mi casa, y donde el gato no fuera capaz de subirse. Finalmente, decidí que el mejor lugar era junto a sus cenizas. Estaban metidas en una urna color perla. En el t anatorio me dijeron que era biodegradable. Tenía forma de jarrón.
No hubo funeral. Tan solo leí unas palabras frente al féretro. Fueron dos párrafos y una poesía de León Felipe que dice que cualquiera es bueno para enterrar a los muertos, cualquiera, menos un sepulturero.
Es posible que, al principio, solo recordemos los últimos instantes que compartimos con los que se van. Un gesto, sus ojos, algunas palabras. Luego la memoria va más
allá y volvemos a evocar su vida en sentido inverso. Buscamos en las grietas, en las esquinas y recovecos. Hay momentos en los que siento una irrefrenable necesidad de hablar de él, con él. No es suficiente solo pensarle. Me pregunto en qué consiste realmente un duelo, si en aprender a olvidar o en aprender a recordar. A lo mejor es un poco de ambas cosas. A él no le asustaba la muerte, era, según sus palabras, un mero trámite a la nada.
Con la llegada de la primavera, decidí ir al vivero. Busqué un magnolio joven y robusto, una maceta de barro y dos sacos de tierra mezclada con mantillo. Abrí la urna color perla y mezclé sus cenizas con la tierra fresca. Hundí mis manos y mezclé la muerte con la vida. Hoy mi padre es un magnolio y como decía aquel poema, cualquiera, cualquiera es bueno para enterrar a los muertos…
Ayer, mientras limpiaba el polvo de la estantería, aquel marco, con su foto dentro, cayó al suelo. El cristal se hizo añicos, la foto escapó, resbaló del marco como resbala una carta bajo una puerta. Me agaché. Con la yema del dedo índice retiré los cristale s del reverso y coloqué la imagen en su sitio. Entonces descubrí algo. Eran unas palabras escritas, unas palabras torpes y apresuradas. En ese instante, él volvió a la vida. Pude tocar su cara caliente y arrimar mi mejilla a su sonrisa, una sonrisa que rápidamente se transformó en susurro, un susurro desde el reverso.
Eva Losada es Licenciada en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad Complutense. Es profesora de escritura creativa y novela en La plaza de Poe. Con su segunda novela El sol de las contradicciones (Alianza editorial, 2017) resultó ganadora del XVIII Premio Unicaja de Novela Fernando Quiñones. En 2010, su primera novela, En el lado sombrío del jardín (editorial Funambulista, 2014) fue seleccionada como finalista en el LIX Premio Planeta de novela y el Premio Círculo de Lectores 2010 para escritores noveles. En 2004 fue finalista en los Premios Constanti de relato breve. Su tercera novela, Moriré antes que las flores (editorial Funambulista), se publicó en marzo de 2021.
los de los seres queridos olor del pan o la nota escrita en el reverso de una foto los hacen de automatismo de la memoria que choca con el de la desmemoria impuesta por todos temenEva Losada Casanova
Destinos de descanso y
¿SABEN LOS PECES QUE SE MOJAN?
Por fin me había vuelto a asomar a la balsa de agua, seguramente una de mis costumbres más arraigadas por aquel entonces cada vez que volvíamos al pueblo con el inicio de las vacaciones, y una vez más me fue imposible distinguir nada a través de ella. Esa manía que había adquirido de asomarme a lo putrefacto significaba el anuncio prometedor de un verano diáfano, de modo que solía recibir la visión de esas aguas estancadas con un gesto ambiguo y cargado de dudas, a medio camino entre el asco y la seducción. Muy pronto iban a entregarse mis padres a la tarea de vaciar la balsa para limpiarla a fondo, concienzudamente, y mis hermanas y yo volveríamos a llenarla con el agua helada del pozo, una agua pura, cristalina y fresquísima, y no esa especie de sopa espesa y oscura, tan viscosa, que volvía opaca tu imagen reflejada. Me parecía increíble que toda esa agua turbia pudiera convertirse en el manantial en que me bañaba satisfecha, mientras sumergía los años de mi niñez con la confianza ciega de un pez dando vueltas en círculo por sus paredes internas. Allí metida aprendí a bucear y, sobre todo, a distinguir la quietud líquida del exterior tumultuoso, lleno de gritos, píos y las voces destempladas que daban siempre los adultos, sin que pareciera que fueran a cansarse nunca.
El proceso de limpiar la balsa era laborioso y no exento de dificultad: una vez vacía, había que meterse dentro, y luego frotar con un rastrillo de púas afiladas una por una las distintas baldosas de color azul celeste que mi padre había colocado siendo nosotras muy pequeñas. La reforma de la balsa había consistido, entonces, en rebajar su altura y rematar el corte con una hilera de baldosas de color azul marino que nos permitiera entrar y salir sin dañarnos. En su interior había levantado una escalera de tres peldaños hecha a la medida de los mayores, sin duda desproporcionada con respecto a las dimensiones reducidas de la balsa, y ya no digamos las nuestras. Entrar por primera vez en esas aguas blancas al inicio del verano y descender con mucho cuidado por su escalera gigantesca era una operación que podía llevarnos su buen cuarto de hora, y de hecho no era posible hacerlo sin gritar de alegría y nervios y de pura histeria contenida, ni tampoco dejar de atropellarnos entre nosotras, empujándonos todo el rato. Ninguna quería sumergirse la primera en tan gélidas aguas.
Luego, según fuimos creciendo, decidimos que la balsa tuviera peces, así que una tarde de verano fuimos a un estanque cercano que había a las afueras del pueblo acompañadas por nuestros vecinos, y nos trajimos varios pescados del embalse, bastante feos a decir verdad, aunque nadie podía negar que se trataba de auténticos peces, con sus escamas resbaladizas y su color parduzco, y esas branquias incomprensibles que no paraban de abrirse y cerrarse como un fuelle feroz. Esos peces repescados pasaron a ser, a partir de entonces, una prueba indiscutible de lo que tomábamos como vida salvaje. Llevarlos de pronto a nuestra charca de tres al cuarto, aunque los mayores nos insistieran en que su lugar de procedencia era, en realidad, otro depósito de agua más, me llenó por un tiempo de vagos remordimientos. Por mucho que dijeran, aquel estanque destinado al riego de la zona era para mí un verdadero océano con su inmensidad a cuestas y, claro, con sus mismas tinieblas y oscuridades, y légamos y monstruos marinos. Y tormentas impredecibles, como las que había visto fuera de la casa, azotando el jardín, pero también adentro; voraces cambios súbitos e incontenibles que no merecía la pena esforzarse por entender.
Al final volcamos en nuestra balsa la cantidad de ocho o diez peces que habíamos conseguido sacar no sé cómo de sus aguas cenagosas. Su procedencia oscura me recordaría a ratos que el destino de esos pescados no era tan distinto del mío; tampoco ellos alcanzaban a comprender cómo iban a sobrevivir en su nuevo hábitat de agua cambiante: fresca del pozo en verano, llena de mosquitos y podredumbre a partir de otoño.
Debía contar yo entonces con nueve años. Acabábamos de llegar al pueblo tras el largo invierno, según veníamos haciendo cuando apenas si había dos estaciones, sobre todo para nosotras, niñas de ciudad, y de nuevo me acerqué a la balsa con el empeño de asomarme. Necesitaba
Gemma Pellicer (Barcelona, 1972) es licenciada en Filología Hispánica y Periodismo por la UAB. Trabaja como editora de textos de ficción y cultiva la crítica literaria en la revista Quimera. Tiene en su haber dos libros de microrrelatos: La danza de las horas (Eclipsados, 2012) y Maleza viva (Jekyll & Jill, 2016). Tiene también un libro de aforismos: Medidas extremas (Renacimiento 2021).
Las creadoras de AMEIS nos acercan en esta ocasión al de la infancia, y como lugar de descanso y desconexión y sus juegos, y la casa rural como escape deseado con
y vacaciones familiares
añadida…
saber si podía distinguir alguno de nuestros inquilinos agazapado en el fondo, oculto en las profundidades, así que dejé confiada que medio cuerpo se balanceara sobre el filo de las baldosas que ceñían la balsa, pero como no lograba ver nada, terminé incluso por acceder a que una lengua de agua me lamiera el rostro.
El último verano había sido diferente. La experiencia de convivir con aquellos vertebrados no había resultado tan gozosa como pensamos, y aunque nos habíamos resignado a compartir con ellos nuestros juegos acuáticos, era evidente que habían dejado de gustarnos. Por no hablar de la complicada operación que suponía tener que limpiar la balsa con los peces dentro, tras renunciar a pescarlos con el agua sucia, tarea que se nos reveló imposible. Uno de nuestros juegos
MUNDO RURAL
Alguien en la oficina me había recomendado este rústico alojamiento, ideal para desconectar del estrés cotidiano, y enseguida nos organizamos para pasar allí un fin de semana de merecido descanso. En efecto, el pueblo era minúsculo, aunque no le faltaba su bar en plena plaza de la villa. Aparcamos y entramos a preguntar por la ubicación exacta del hotelito. Dos pares de ojos huraños y cejijuntos nos taladraron nada más traspasar el umbral.
—Buenos días, estamos buscando la casa rural…
La mujer tras la barra masculló:
—Eso es donde las livianas. Anda, Venancio, indícales a estos señores.
Por un momento nos sentimos confundidos:
—¿Las livianas? No, se llama Posada…
—Vengan —interrumpió Venancio, que dejó su chato sobre el mostrador y nos acompañó al exterior.
—La cuesta esa, al final.
Cogimos el coche para subir la empinada pendiente. Cierto, ahí estaba: Posada de Mayka y Bea. Las susodichas nos estaban esperando, sonrientes y cogidas de la mano, en la mismísima puerta.
Ana Grandal Microsexo, Amargord Ediciones, 2019
favoritos había consistido, de hecho, en intentar atraparlos buceando. Al principio fracasamos, aunque no tardamos en descubrir que la mejor forma de hacerlo era mareándolos un buen rato. A pesar de la crueldad de nuestras exploraciones, yo me había preguntado si de algún modo serían conscientes de hallarse permanentemente mojados. Supongo que me convencí entonces de que no, y de ahí que empezara a cebarme en ellos cada vez que iniciábamos un juego. Creo que mi maltrato se alargó sólo una temporada, apenas hasta ese día exacto de principios de verano en que perdí pie y salí chorreando agua sucia de la balsa, con las mejillas ardiéndome ya para siempre, y un sol codicioso insolentándome en mitad de la tarde con sus destellos.
Ana Grandal (Madrid, 1969) es traductora científica freelance. En Amargord Ediciones publica la trilogía Destroyer de microrrelato (Te amo, destrúyeme (2015), Hola, te quiero, ya no, adiós (2017), Microsexo (2019).Colabora en las revistas La Charca Literaria y La Ignorancia. Toca la flauta travesera en el grupo de rock VaKa. https:// anagrandal.com/ Es socia de AMEIS
al entorno rural como destino de vacaciones familiares recordadas desconexión de la actividad urbana; la casa del pueblo, con su balsa de agua anécdotaGemma Pellicer
Veranos y recuerdos que
ESTUDIO PARA UN VERANO
Toda la realidad ajena al oscuro mundo interior por el que acababa de flotar se convirtió en azul. Cielo azul, mar azul y hasta el fino aire que movía los pinos parecía de transparente color azul. No recordaba qué había estado pensando, por qué lugares acababa de viajar su imaginación. Quizá, simplemente, había estado allí tendida, bajo el sol, dejando flotar sus ideas sin lazo alguno: en blanco, en azul, en aire. Se incorporó aturdida, respiró hondo. Todo su ser se inundaba por fin de aquel olor a salitre y a yodo y hasta sus oídos llegaba, en frescas cadencias, el ir y venir de las olas.
–Mi vida por esta mañana. Retenerla para siempre –pensó–. ¡Gracias, querido Pan, dios del viento del verano!
Miró hacia el montecillo. Era empinada la senda que llevaba hasta la cima, único sitio desde el que contemplar toda la bahía, pero era un reto alegre. Trepó por ella notando la tierra en sus sandalias y cómo las zarzas y el tomillo arañaban sus piernas.
Milagro reiterado, la franja del horizonte se hizo de pronto visible entre las matas de lo alto. Cada vez más ancho el azul y más fresco. Gaviotas de vuelo y graznidos. Una chicharra a lo lejos, entre los pinos rezumantes de calor. Bahía y cabos limitando entre sus brazos la ancha extensión del mar.
Abajo, en la playa, los amigos. Allí estaban, como había previsto, bajo la carpa blanca, cuyos flecos apenas movía la brisa de levante. La recta raya del chorro de un avión dividía el cielo. (Pero no, no podía haber un avión cruzando la atmósfera allí). Lo quitó ya que sólo quería llenarse de la visión del grupo, de la paz mecida por el rumor del agua. Mirar así, desde lo alto, darse cuenta de la realidad de la imagen, sentirla cierta, oír las voces sin entender las palabras; espiar el menor de los gestos; sentir aquellas presencias entre el aire del mar; sentirlos por fin.
Su primer impulso podría ser correr hacia ellos, sorprender, reír, abrazar… ¡Todo un curso sin verlos! (¿Un curso?, ¿por qué decía “un curso? No, no era esa la expresión. Debería decir “un año”. Un año, esto es).
¡Corten! – gritó de pronto la voz del director en su conciencia– ¡Corten!
Y se hizo la luz del flexo, y la mesa, y las cortinas de cuadros y los codos enfundados en la rebeca de lana y los temas abiertos de “Análisis estadístico multivariante”.
Carmen Frías. Mª del Carmen de Frías García (Carmen Frías) es doctora “cum laude” en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense, Premio Extraordinario y Premio Nacional. Desde que se jubiló en la Administración del Estado, en la que desempeñó altos cargos, se dedica a la escritura (finalista del Premio Azorín por “Ora pro nobis”) y a la pintura.
Las creadoras de AMEIS traen a Carta Local evocaciones; certezas, sensaciones que llegan incompletas a la memoria y frustración cotidiana que acompaña a los deseos que aun no
que no acaban de llegar…
algunas son casi vivencias, tan reales como el olor del mar; otras son dejan el poso de la intranquilidad. Se trata en ambos casos de esa pequeña se han visto cumplidos.
LEE Y DESCOMPÓN LAS PALABRAS EN CURSIVA
De repente, tengo la certeza de que yo sabía hacer algo muy bien, excepcionalmente bien, hace mucho tiempo, cuando era una niña. Sin embargo, aunque estoy segura de que tenía una habilidad especial para ello, he olvidado por completo qué era, de qué se trataba, qué sería eso que se me daba tan bien (¿sumar quebrados, cantar en canon, desenredar lazadas, descomponer las palabras en monemas, imaginar planetas, adivinar quién iba a llamar por teléfono?). Me quedo así: ansiosa, expectante, a punto de descubrir algo de mí que puede cambiar mi vida. El vacío que deja esa incertidumbre me hace daño en la garganta y, quizá para compensar, escribo cosas llenas de sentido.
Elena del Hoyo. Elena del Hoyo (Madrid 1968) es abogada y escritora. Ha impartido talleres como profesora de escritura creativa y de redacción, estilo y argumentación para abogados en la Escuela de Escritores. Ha obtenido algunos premios y ha publicado relatos en distintas antologías y revistas (Antología Premio Poesía de Getafe; Antología XVII premio UNED, etc.)
Lecturas para empezar
Regresar del pueblo cuando el verano termina y el otoño ya se anuncia viene cuando se imponen la vuelta a la rutina, las jornadas más aceleradas en realidad, esa pausa estival. Otra vida, la de los denominados con el término Rentería Garita a dos palabras, “dispara” y deberías”, con las que las niñas
LO URGENTE ES VIVIR
Ya lo decía Fernán Gómez que las bicicletas son para el verano. También lo son los huertos. Después de la temporada estival, las plantas languidecen, se recogen los últimos frutos, los del otoño, y la tierra vuelve a quedar a la espera de semillas y brotes verdes. Muchos, unos más que otros, nos hemos imaginado este último año volviendo al pueblo y cultivando el huerto, nos hemos preguntado por qué nos fuimos de los pueblos, por qué huimos de sus incomodidades y de las tías abuelas viejinas a las que nunca debimos dejar solas. De repente, empezamos a ver con ojos tiernos la tienda del pueblo que cierra a mediodía, a pesar de que no venda la marca de yogures que nos gusta, y a desdeñar los supermercados con sus horarios draconianos para los empleados que tantas veces hemos venerado un domingo a las diez menos cuarto de la noche, cuando recordábamos que no teníamos pan tostado para desayunar a la mañana siguiente.
Pero los veranos en los que soñamos cambiar de vida han terminado, y los pueblos, con sus huertos, se han vaciado otra vez. El enamoramiento nos ha durado lo mismo que el atardecer anaranjado y violeta que siempre estuvo ahí pero que nunca vimos (no al menos con estos nuevos ojos pandémicos) y nos hemos dado cuenta pronto de que la imaginación, como el papel, lo aguanta todo, de que los tomates no se recogen solos, de que arrancar zanahorias o patatas levanta polvo, y de que recolectar nueces ensucia las manos de un verdinegro muy difícil de eliminar. Y aunque esto a tu hijo no le importa e incluso le parece lo mejor que ha hecho en su corta vida, a ti te incomoda un poco. Así que hemos hecho las maletas con una mezcla de melancolía e ilusión por volver a la anormalidad que nos espera en nuestro lugar de residencia habitual, abandonando otra vez a nuestra tía-abuela que ya se había acostumbrado a tenernos de vecinos. Porque una cosa es querer cambiar de vida y otra muy distinta es cambiar de vida.
Procrastinar es un vicio del que es difícil escapar. Dejarse llevar por la urgencia sin acabar de resolver lo importante es tan dulce, tan cómodo abandonarse al abrazo de oso de la zona de confort. Salir de ella (cambiar tu vida) precisa de haberse rodeado de grandes maestros en sacar los pies del tiesto o de una fortaleza a prueba de ruido ambiental, no de las cosechadoras que se dirigen a finalizar el ciclo de vida del maíz, sino de otro mucho más sutil, el de las voces que atosigan para que todo siga igual. Y aunque tu hijo haya fabricado un camión de veinte ruedas con el que trasladar tu casa de la ciudad al pueblo, a un pueblo, a cualquier pueblo, tú solo miras de reojo un hipotético plan B cuando ves como el A se desmorona, pero sin atreverte a dar el volantazo que te saque disparada de la rueda, porque llevas toda tu existencia haciéndola girar por inercia sin ni siquiera saber dónde está ese volante.
El verano que en junio parecía que no acabaría nunca lo ha hecho, y ha llegado septiembre y los meses con “R”. Se acabaron los paseos en bici y los atardeceres largos; ha comenzado el otoño, el viento y las hojas secas. Las noticias nos recuerdan que hace unos años sucedían cosas algo que ahora no, como si una mano burlona hubiera detenido la película que habíamos grabado en nuestro imaginario y hubiera empezado a rebobinar a cámara lenta. En este tiempo de pause regalado, en el que poder detenernos en los matices para captar mejor los detalles de nuestra propia existencia, nos impacientamos por conocer el final, por pasar rápido este duermevela que ya no es dormir, resolver lo urgente procrastinando lo importante, haciendo planes ilusorios en alfabeto rúnico que ni tú misma te crees, quieta, a la espera de que un estruendo te despierte, mientras tu hijo, para el que lo trascendente es este momento, se despide del huerto de malas hierbas que con mimo ha cultivado este verano y te preguntas casi con vértigo: ¿y si vivir fuera esto?
Belén R. García (León, 1974), es ingeniera de profesión y escribe por vocación. Ha publicado algunos relatos en diversas antologías, la última “Relatos nada sexis” (Ménades, 2020) y recientemente ha recibido el accésit del certamen de microcuentos José Luis Balbín. También ha llevado a cabo el proyecto fotográfico “Objetivo: Birmania. Canciones infantiles” con imágenes de Myanmar.
empezar el otoño
viene acompañado de la melancolía por modos de vida más tranquilos que desaparecen las que lo urgente antecede a lo importante. Belén R. García se pregunta si vivir es, en término maya “K’uub, quienes nos entregamos totalmente”, nos acerca de la mano de Cristina niñas k’uub aprenden a perder el miedo y a defender su mundo. Feliz lectura.
DEBERÍAS
En el pueblo K’uub, quienes nos entregamos totalmente, la primera palabra que las niñas aprenden es dispara. Sus padres, guerreros fuertes y valerosos, las educan hasta que hayan de irse la guerra, como todos los hombres y jóvenes capaces de soportar el peso de la nostalgia. Las niñas aprenden de sus padres a usar el arco y la flecha, a no llorar ante lo desconocido, pero también aprenden el placer del baile, de hacer música soplando caracoles e, incluso, a distinguir, debajo del agua y con los ojos abiertos, a los peces buenos de los malos.
La noche antes de partir, los padres toman el rostro de sus hijas y les dicen:
—Cuida de tus hermanos, de tu madre. Y si la guerra viene y ves hombres como yo, dispara.
Las niñas entienden que son la única esperanza que tiene el pueblo K’uub, quienes nos entregamos totalmente, de continuar con su mundo; sus madres, también. Por eso, les enseñan una mueva palabra: deberías. “Subir esa montaña alta”, deberías; “sentir los pelitos de la tarántula”, deberías; “reír tanto que la vejiga se te derrita”, deberías; “amar con el corazón abierto, no importa si ella o él”, deberías. Las madres de las niñas K’uub les enseñan a perder el miedo porque, al llegar la batalla, sólo recordarán todo aquello a lo que se atrevieron: deberías. Y esta es la gran lección que algún día te daré a ti, mi querida niña.
Cristina Rentería Garita es Doctora en Economía, Sociología y Política Agraria por la Universidad de Córdoba (UCO). En 2016 recibe la Mención Honorífica en el Premio Nacional “Dolores Castro” para literatura hecha por mujeres (México, 2018). En 2020 publicó su primera obra de ficción, Juan y los Murmullos (Ediciones Azimut, Málaga), finalista al Premio Andalucía de la Crítica.
La casa de los niños perdidos
A manece. Ágata se revuelve a mi lado. Empuja mi mano con su testuz de leona mansa. Sabe que ya estoy despierta y que no tardaré en recompensar su ternura con una caricia. La casa aún está en silencio. Huele a café. El aroma caliente y denso se filtra por debajo de la puerta. Un pequeño regimiento espera su rancho. Los baños trabajan a toda marcha.
Me gusta mucho mi vida. Hace un puñado de años no hubiera podido decir lo mismo. Cuando murió Raimundo me quedé como en suspenso. El suelo desapareció bajo mis pies. Los días goteaban sobre mí con el desaliento de la clepsidra que se repite a sí misma taladrando la paciencia del tiempo.
Querían que tomase antidepresivos. Pero yo lo que necesitaba era arrancarme la resignación y ponerme en pie. La casa se me caía encima. El pueblo, moribundo, se desplomaba sobre mí erosionándome el alma. Había dejado de ser una mujer joven para convertirme en una esposa. Después dejé de ser una esposa para ser madre. Y, finalmente, dejé de ser madre para transformarme en viuda.
Recuperada mi “primera persona del singular” y a mis eternas amigas de la infancia, no estaba dispuesta a esperar pacientemente a la muerte. Me sentía rebelde. Nuestra primera aventura comenzó a bordo del viejo coche de Raimundo. Devorábamos kilómetros como no lo habíamos hecho cuando éramos jóvenes. Lo mismo íbamos al pueblo de al lado a tomar un café que nos marchábamos a la capit al para ver una película de estreno o una obra de teatro. Pero pronto eso también nos supo a poco y una tarde transgresora abrimos unas botellas, se nos subió la imaginación a la cabeza y comenzamos a soñar: “¿ Por qué no nos lanzamos al vacío y abrimos un negocio juntas, aquí, en el pueblo?” dijo Amalia.
La comarca
“ Yo lo que quiero…- dije entre hipos - es acoger a niños perdidos. ” - Se hizo un silencio denso y me sentí obligada a seguir hablando - “ Nuestro pueblo se muere. El próximo año tal vez cierren la escuela. Los jóvenes se marchan porque no tienen e speranza. Ha llegado la hora de que tomemos las riendas.”
“¿Estás hablando en serio?” Preguntó Lucía a medio camino entre el entusiasmo y el terror.
“Sí. Estoy har ta de ver en las noticias a todos esos niños sin hogar que llegan a España solos, buscando un futuro. Estoy cansada de ver las condiciones de hacinamiento en las que viven mientras toda esta tierra que tanto hemos amado se va quedando vacía y sin esperanza”.
Muchos días después, cuando los vapores del vino ya se habían disipado, Amalia, Lucía y yo, continuamos madurando nuestra idea. Al principio todo estuvo en contra. Se mascaba una epidemia de pánico en el aire: la alcaldesa, el Delegado del Gobierno, el Presidente de la comunidad autónoma, el cura, todos tenían miedo. Nuestro pueblo se moría. La comarca languidecía resignadamente, pero ellos temían a una docena de niños indefensos.
No nos rendimos. Llegamos a Madrid. Hablamos con todos aquellos que quisieron escucharnos. Nos concedieron unos exiguos recursos humanos con los que comenzar nuestra aventura. Invertimos algún dinero en adecentar este caserón. Organizamos los cuartos. El comedor. La pequeña sala de estudio. Hicimos los baños. Sobrellevamos con paciencia las inspecciones, los rechazos y las demoras hasta que se les agotaron las excusas.
Los primeros en llegar fueron Fernando y Ornella, los responsables oficiales del albergue. Él había nacido en Angola. Ella en Venezuela. Se habían curtido en centros de acogida desbordados y no estaban dispuestos a rendirse.
Paloma Ulloa Nacida en Yverdon-les-Bains (Suiza) en 1968, publicó su primera obra infantil en 1989 con la editorial Escuela Española. Después llegaron libros como “Madrid al detalle” (Editorial Complutense), “Cuaderno de viaje”, “Alma de juguetero” (Buchmann), “Las Novias de Travolta” (Ediciones B, Uruguay) o “Papel, papel y tinta” (Talentura).
Autora de títulos infantiles como “Las adivinanzas del Rey del mar” o la saga “Manuela”, editada bajo el seudónimo de Katja Clever, se ha adentrado también en la creación y la adaptación teatral. (www.palomaulloa.net) (palomaulloa.blogspot.com).
Paloma Ulloa y Carmen Vega nos acercan a una nueva entrega de lecturas pinceladas de prosa llena de poesía que abren la imaginación del lector. Son un universo contenido en las palabras.
que renace…
lecturas de otoño. La primera de ellas, un relato de esperanza y renacimiento; la segunda, dos Son las propuestas que llegan con estas dos creadoras, la literatura que habla en femenino,
Con ellos desembarcó Moussa. Serio. Callado. Con sus grandes ojos negros como azabaches punzantes. Había atravesado el Estrecho en un cayuco y había perdido a su hermano en el mar. A su lado, Jessica, algo mayor que él, lo llevaba a todas partes de la mano. No lo dejaba solo ni a sol ni a sombra. Unos días después recibimos a los demás. En total una docena.
Los primeros días fueron al colegio casi en silencio, conscientes del rechazo y la extrañeza que provocaba su presencia. Pero pronto sus voces se fundieron en los juegos de la plaza y en las lecciones. El pueblo se deshizo de sus prejuicios y se habituó a sus pieles diferentes y a sus juegos de otras tierras. Gracias a ellos regresaron a nuestras calles los Reyes Magos, los monstruos carnavalescos, los cabezudos y las fiestas patronales.
A lo largo de los años fueron muchos los niños perdidos que crecieron en nuestro refugio y en otros que comenzaron a abrirse, perezosamente, en toda la comarca. Nuestra generosidad se vio recompensada con las inversiones al desarrollo por las que tanto habían suspirado algunos políticos locales. Mejoraron las carreteras. Alcanzamos la digitalización que parecía imposible unos años antes y, al amor de aquel progreso se abrieron la huerta biodinámica de Pablo; la cabaña ganadera de Gloria y el turismo rural sostenible de la cooperativa municipal. El colegio no se cerró, incluso se crearon aulas virtuales para los estudiantes más mayores. Se reabrieron el consultorio médico y el bar; y se inauguraron el cine de verano y la almazara.
El tiempo nos dio la razón. Los niños crecieron felices. Algunos se marcharon para siempre. Otros muchos se quedaron e hicieron aquí su vida, como Moussa, nuestro médico; o como Aanisa que logró instalar en el pueblo un pequeño laboratorio de investigación y recuperación de especies botánicas en vías de extinción.
Bajo las escaleras. Oigo el griterío en el comedor. El entrechocar de la loza. Las últimas carreras antes del desayuno. La vieja Ágata me escolta pacientemente, casi ciega, pegando a mi mano su testuz de leona mansa. Mi pueblo sigue vivo y mis niños, nuestros niños, los niños que abonaron el pasado, ya están sembrando las cosechas humanas del futuro.
Paloma UlloaEl punto desvanecido
Amigo, admite que te diga que todo es falso, como la Vía Veneto de La dolce vita, como el adagio de Albinoni, como mi sombra en la pared, como la mano que abre el torno para dar dulces.
Amigo, permíteme que te diga que todo puede ser tan verdadero como el ángel que guarda mis palabras bajo la almohada.
Zozobra
Entre los lilos, despertó de un sueño de cristales imantados por la zozobra y el desconcierto. Ayer aún podía erguir su cuerpo, pero eran tantas las tormentas y flores secas que sostenía en sus manos que la cobardía le atravesaba el pensamiento, cada día una batalla, cada hora un desatino, cada minuto, un minuto, y así, con un traje de huesos húmedos y los bolsillos llenos de canicas deslucidas, se levantó, apretó el paso y se perdió entre palmeras salvajes.
Carmen Vega (Pinos Puente, Granada 1953) Cursó estudios de Arte Dramático, Fotografía y Cine, decantándose finalmente por el cine, operando en el campo de la crítica, organización de mue stras y fe stivales, producción, exhibición y distribución. Ha publicado relatos en las Antologías de nuevos narradores “Historias para leer en el metro”, “Un lugar donde vivir” y “Apenas unos minutos”, “Esas que también soy yo “; en las revistas literarias “Cosa Nostra” y “Massaconfussa” y en el portal Los novele s.net. En 2 003 gana el Primer Premio de Hiperbreves de la Feria del Libro de Madrid convocado por la Editorial Páginas de Espuma y literaturas.com. En 2008 publica en solitario “La navaja de Buñuel” (ed. Cuadernos del Vigía) y en 2 0 18 “Cuaderno de conversación” (ed. Devenir).
Lecturas a la puerta
Filípides
El director de la agencia movía la cabeza de un lado a otro, como negando lo que acababa de suceder—. La realidad supera la ficción y lo de hoy es un buen ejemplo... ¿No habíais dicho que era la becaria y venía solo de oyente?
Subía y bajaba los hombros como un autómata, con las palmas de las manos hacia arriba sonriendo.
—Creo que estamos todos igual de atónitos que tú— intervino la jefa del área de negocios— Bendita locura la que consigue una cuenta como la que acabamos de cerrar. No tenía ningún derecho a intervenir en la reunión pero, hemos de convenir que hoy se nos ha aparecido la virgen —esbozó una pícara sonrisa—¿O ha sido un Ángel de la Guarda?
Estallaron todos en carcajadas.
—Hemos estado bien cerca de perder al mejor cliente de nuestra historia pero, milagrosamente, ¡han firmado! –continuó el director—. Cuando habíamos agotado todos nuestros argumentos y estábamos a punto de tirar la toalla, aparece esta criatura desde no sé qué rincón y empieza a explicar su loca idea… Si no lo veo no lo creo…
Llevaban más de dos años trabajando para conseguir una cita con Easyrunning, una de las marcas más codiciadas por los publicistas de todo el país. Y, tras mucha insistencia, y gracias a unos muy buenos contactos, finalmente los responsables de esa compañía habían accedido a visitarles en sus oficinas para valorar una propuesta de campaña sobre su último diseño de calzado deportivo, su producto estrella. La agencia se jugaba su futuro, estaban de deudas hasta las cejas y las grandes marcas contrataban expertos en publicidad mucho más modernos y originales que ellos. Todo el equipo se había esforzado mucho en trabajar una presentación impecable.
Llegaron a la hora acordada, puntualidad británica, de cortesía forzada, hierática. Sus caras eran el reflejo del no rotundo con el que iban a zanjar un puro trámite del que no habían podido zafarse. Desde el mismo instante en que comenzó la presentación que la agencia les tenía preparada, ya se palpaba en el ambiente que la cosa no iba bien, nada de lo que les mostraban parecía gustarles.
—Esta becaria… —dijo la responsable del departamento creativo— Os juro que esta me va a oír.
El propio director le cortó las alas.
—Ni se te ocurra decirle nada, te recuerdo que gracias a este contrato volvemos al mercado por la puerta grande.
Se levantó de la silla y los demás hicieron lo propio, mientras iban recogiendo todo el papeleo que había quedado extendido por la gran mesa de la sala de juntas —Venga, pedid unas botellas de cava que esto hay que celebrarlo —dijo—pero esperemos a que regrese la becaria… ¿cómo decís que se llama? Desde luego la idea es original. Una estatua descalza… ¡qué bueno!
Se abrió la puerta y una joven menuda hizo el gesto de entrar. Sus ojos azules pasearon su vista por la estancia.
—Perdón, ¿puedo pasar? Lo siento —dijo tímidamente— han querido que les acompañara hasta la salida y me han entretenido un poco. Estaban muy contentos y seguros de que sus nuevas zapatillas para correr van a tener un lanzamiento de impacto.
El director juntó sus manos, y comenzó un sonoro aplauso al que se sumaron los demás.
—No te preocupes, muchacha, reconocemos tu talento, nos has dejado con la boca abierta.
Hortènsia Galí Pérez es periodista, con una trayectoria profesional de más de 30 años en el diseño y dirección de revistas. Experta en comunicación y profesora de oratoria en EAE (Universidad del Grupo Planeta) y la UIC (Universidad Internacional de Catalunya).... Forma parte del grupo de periodistas Ramon Barnils, del grupo Moviment Barcelona y pertenece a la junta directiva de la ACP, Associació Catalana de Professionals. Integrante del grupo de escritores Bala de Plata; presidenta del Jurado del Premio Internacional de Narrativa Marta de Mont Marçal para mujeres escritoras; Jurado del Premio Ficcions para jóvenes y directora de la revista literaria gratuita, online, La Página Escrita, creada por las fundaciones Jordi Sierra i Fabra para el impulso de la literatura.
La idea inspiradora de Filípides que trae fnal feliz en el relato de Hortènsia construida por Lucía García, llegan a las páginas de Carta Local. Autoras forma a las lecturas a la puerta del invierno.
puerta del invierno
Hortènsia Galí, y el choque de realidad que acaba con el sueño de la relatora protagonista Autoras y personajes principales son mujeres que hacen historias, historias que, a su vez, dan
Se fueron acercando a ella uno a uno, para abrazarla, darle unas palmaditas en la espalda, un guiño de aprobación... El cava estaba sobre la mesa a punto para el brindis. La becaria se ocupó de abrir las botellas y servir las copas.
—En nombre de la agencia – levantó su copa el director y acalló el murmullo de la sala con sus palabras—brindamos por nuestra joven becaria que desde hoy mismo pasará a formar parte del equipo de creativos de esta compañía. ¡Felicidades! Por cierto… ¿Filípides? ¿De dónde has sacado esta idea?
La joven, con un perceptible rubor en sus mejillas, sonrió, levantó ligeramente sus hombros y respondió con un hilo de voz.
—He visto que se nos iba el cliente y, de pronto, he recordado a un amigo deportista al que veo a menudo. A él le encanta correr y… no sé, ha sido un impulso.
Caía la tarde, era ya esa hora en la que salir a pasear por las calles medio desiertas y refugiarse bajo la suave luz de las farolas de la ciudad era el mejor momento del día para Ángela. Se sumergía entre los arbustos del parque hasta llegar a una pequeña plazoleta donde cada noche se encontraba con su amigo.
—¿Te ha ido bien?
Sí, mucho.
—¿Qué llevas en esa caja?
—Quita, no seas impaciente.
—¿Es para mí? ¿De verdad?
—Claro, querido, son tuyas. Espero haber acertado la talla.
—Gracias. Podré correr como siempre he soñado.
Se calzó las zapatillas y desapareció a toda velocidad, dando grandes zancadas sobre el viento.
Ella se quedó unos minutos más disfrutando del suave olor de los jazmines de la pequeña Plaza de los Juegos Olímpicos. Una placa metálica sobre un pedestal vacío rendía homenaje a Filípides, el héroe griego que inspiró uno de los mayores acontecimientos deportivos, la Maratón.
La luna lucía espléndida.
Revelación*
Ha salido a la azotea a fumar en el atardecer. Lleva por aureola el humo de un cigarro, y por vestido, unas medias medio rotas. El príncipe azul resultó ser una rata descubierta en el primer polvo. En vez de cantar mientras limpia con ayuda de sus pájaros, maldice al amor. Vive en un piso compartido porque no tiene dinero para ocuparse de un castillo. U na botella de Whisky y Nirvana como banda sonora son su versión del vals y el brindis con champán. El hada madrina dejó de contestarle a los mensajes, la magia se esfumó con un beso, al conocer a un caballero que no tenía ganas de luchar.
Tiene como reino una ciudad hipócrita, llena de espejismos, felicidad excesiva y engaños revestidos de manzanas envenenadas en forma de corazón “Dime idiot a ¿Dónde está mi final feliz?”, se pregunta resignada mientras decide salir a matar dragones ella misma.
* Incluido en la antología Esas que también soy yo Editorial Ménades 2019.
Lucía García
Lucía García nació el 18 de octubre de 2000. Vive en Madrid estudia Literatura General y Comparada en la Universidad Complutense. Tiene un blog llamado La Caverna de Lu en el que sube reseñas. Empezó a escribir a los ocho años y asiste a tallere s de escritura creativa para jóvenes desde los 16. Forma parte de AMEIS y de la revista literaria Fuego En Notre-Dame, perteneciente a la Facultad de Filología. Ha participado en dos antologías: “Esas que también soy yo” (2019), publicada por Ménades Editorial, y “Las cerezas t ambién sangran” (2020), publicada por Ediciones Evohé.
Hortènsia Galí
En recuerdo
La narración de la abuela cuidadora de sus nietos llega, en esta edición de Escritoras e Ilustradoras, AMEIS, “rinde un homenaje a la escritora Almudena para la antología Esas que también soy yo, publicada en el año 2019 por la prolífcas de los últimos años, que se ha convertido en un referente, no solo pueda vivir de la literatura y de la venta de sus libros, gracias a que supo admiración y como convencimiento de que seguiremos en la medida de nuestras
El cansancio de la abuela
Pero a su hija no se lo iba a decir. Eso nunca.
Ahora que tenía mucho tiempo para pensar, dedicaba buena parte del día a analizar aquel fenómeno, pero no era fácil. Durante muchos meses no había mentido. Decía que estaba muy cansada porque estaba muy cansada, le pe saban las piernas, le faltaba el resuello, se agotaba por las tardes, al subir por la escalera de su casa. No estaba arrepentida de ayudar, pero su cansancio se obstinaba en no tener en cuenta su buena voluntad.
La cue stión de la comida no entraba en el balance. No era lo mismo cocinar para una sola persona que para cuatro, pero aunque su hija no le hubiera mandado a sus hijos a comer todos los días, habría tenido que bajar a la calle a hacer la compra igual. Algunas mañanas, cuando se levantaba de peor humor, argumentaba que sí, pero que ella, con una ensalada y un filete a la plancha habría tenido bastante. Otras, cuando el sol que entraba por la ventana entonaba con su espíritu, pensaba que, gracias a sus nietos, había vuelto a comer bien, legumbres, y guisos, y pescado, desde que se quedó viuda. Todo dependía de su ánimo, que en su juventud era una condición tan estable, tan sólida y permanente que ni siquiera se daba cuenta de que existía. El paso del tiempo lo había vuelto frágil, caprichoso, tan endeble como sus huesos, la posibilidad de una fractura que pendía, como una perpetua e spada afilada, sobre un cuerpo aún vigoroso que en cualquier momento podría dejar de serlo.
La verdad era que no se había caído, pero había tenido que subir y bajar demasiadas escaleras como para estar tranquila. La culpa era del fútbol, los dichosos partidos de sus dos nietos mayores, el suplemento de esfuerzo de los martes y los jueves que había originado la mejor de las noticias. Después de tres años en paro, su hija había encontrado trabajo. No se adaptaba a su currículum, el horario no era bueno y el salario aún peor, pero al sumarse al sueldo de su marido, había
vuelto a alcanzar para pagar actividades extraescolares, dos clases de fútbol a la semana para los mayores y un aula de formación artís tica para la pequeña. Antes de decidir, su hija le había consultado. Si pagaban el comedor, el dinero no iba a dar para tanto. Enton ces, ella no vaciló. El colegio e staba muy cerca, no le costaba nada ir a buscarlos, hacerles la comida y llevarlos de vuel t a de spués, ella se encargaría de todo cuando aún no sabía lo que era todo. Y la verdad era que el arte le resultaba muy cómodo, pero el deporte la había traído a mal traer durante todo el curso.
Porque no eran sólo las escaleras de acceso al polideportivo, eran to das las que tenía que subir y bajar para perseguir a su nieta, que se aburría y no se e quieta. Y los bocadillos, los zumos que tenía que acor darse de guardar en la nevera para que no se calenta ran, la ducha del pequeño, que no sabía enjabonarse solo y la llamaba, para que le ayudara sin solt ar a su hermana de la otra mano, y el camino de vuelta de dos niños cansadísimos, que se paraban, y remoloneaban, y lloriqueaban como si ella tuviera tres cuerpos, seis brazos en los que transportarles. Cuando su madre venía a recogerles, se habían quedado fritos encima del sofá, y volvían los llantos, las quejas, una crisis que a menudo la obligaba a volver a ponerse los zapatos y salir de su casa para acompañarles a la suya. Los días de fútbol, a la hora de cenar, estaba tan agotada que a veces se saltaba la cena y hasta el capítulo de la
recuerdo y homenaje
de Carta Local, como recuerdo a Almudena Grandes con el que la Asociación de Mujeres Almudena Grandes, fallecida recientemente, con este relato que tan generosamente nos brindó editorial Ménades. Almudena Grandes ha sido una de las escritoras más emblemáticas y solo de la memoria histórica, sino también de la posibilidad de que una mujer, en este país, cultivar una pléyade de lectores feles. Sirvan, pues, estas líneas para mostrarle nuestra nuestras posibilidades, la estela y el camino que ella ha abierto para muchas de nosotras.”
novela que había grabado, porque ya nunca podía verlo a su hora, y se iba derecha a la cama.
Pero los cursos escolares duran nueve meses, y las extraescolares ni eso. A mediados de mayo, sus nietos empezaron a salir del cole a la hora de comer. Dos semanas , los tres se habían marchado a una granja escuela, donde estarían casi un mes, cansando a otros monitores, otras cuidadoras más ágiles y fuertes.
Ahora, por fin había recuperado su vida. Comía una ensalada y un filete a la plancha, veía la novela que le gustaba a su hora, y dos más de propina, no le dolían las piernas, ni la cabeza, ni se caía de sueño a la hora de cenar, pero se aburría como una ostra.
Claro que eso nunca se lo iba a decir a nadie. Y a su hija menos, nunca jamás.
Almudena Grandes
Isa del Cañizo Lázaro (alias Pedrusquita) autora de la ilustración, es una humana de 28 años de edad que nació en París, fue traída a Madrid, fue al cole, aprendió a leer y escribir y a columpiarse sola, ganó un concurso de dibujo del McDonalds, hizo la primera comunión, fue al Instituto (donde quiso ser gótica pero no le dejó su madre), fue scout, estudió Medicina y ahora intenta llegar a ser geriatra. Durante todo este tiempo ha estado dibujando de manera compulsiva y quizás un poco patológica. Además de dibujar, le gustan los viejecitos, los peces, los insectos y los pinos piñoneros. Tiene una página web donde se pueden seguir sus ilustraciones en https://pedrusquita.com
ALMUDENA GRAN DES (Madrid 1960-2021) escritora y columnista del diario El País. Estudió Historia en la Universidad Complutense de Madrid. Su primera novela , Las edades de Lulú, ganó el XI Premio Sonrisa Vertical. Tiene publicadas trece novelas, dos libros de relatos, un libro de relatos infantil y colaboraciones en varias antologías, entre ellas Esas que también soy yo . Ha ganado multitud de premios, como el Fundación José Manuel Lara 2008 por El corazón helado o el Premio de la Crítica de Madrid 2011 por Inés y la alegría, que también fue Premio Elena Poniatowska y Sor Juana Inés de la Cruz. En el 2018 recibió el Premio Nacional de Narrativa por Los pacientes del doctor García. Sus novelas de la saga 'Episodios de una guerra interminable' se han centrado en recuperar la memoria de los perdedores de nuestra guerra civil.
DILEMA
Como fantasmas, como cíclopes, como arañas, las grúas de las laderas bailaban de puntillas. Sara tomó la senda que subía en zigzag donde las yemas de los chopos punteaban las heridas abiertas del monte. Esquivó tuberías, andamios, orugas, perforadoras.
Eso ocurrió una tarde de viernes cuando, por fin, decidió dejar sus historias. Abandonó el exclusivo complejo donde vivía y empezó a caminar rápido y sola, como le gustaba. La primavera parecía empeñada en desordenar el mundo. Llegó a otra urbanización de lujo que llevaba años horadando la montaña. Como un monstruo ansioso por tomar la cima, trepaba repechos, mochaba promontorios y barrenaba peñascos.
Las nubes blancas ahora eran un amasijo negro que bailoteaba sobre la cumbre, las sombras se alargaron. En la lejanía, varios rayos cruzaron el cielo. Más y más cerca. Por el vello erizado y el zumbido que emitía su colgante y la cadena de oro, Sara supo que la descarga era inminente. Se despojó de los pendientes, de la alianza, de la cadena. Los chopos y los liquidámbare s se encogían de miedo. Lanzó el móvil lo más lejos que pudo y se puso en cuclillas sobre un tocón al amparo de un rodal de arbustos.
En cuanto la torment a eléctrica parecía amainar, echó a correr ladera abajo, los latigazos de la retama amarilla contra su cara. De pronto creyó ver un niño tirado bajo unos andamios y se acercó para auxiliarlo, pero era una sudadera verde manchada de sangre. Los árboles y los pájaros enloquecían. Perdió una zapatilla, pero no dejó de correr. Solo recuerda la caída y el golpe de la cabeza contra unos cascotes.
La bombardearon a pruebas, pero ni los mejores neurocirujanos del país le encontraron lesiones cerebrales. Nada, a pesar de los mareos que ella insistía haber sufrido tras la caída.
Tampoco pudo explicar quién la había lle vado al hospital. O tal vez no quiso. Aunque la fractura era grave, la herida estaba limpia y desinfectada, los apósitos con restos de yodo bien sujetos con una venda compresiva. Y un gorro de lana con una borla roja. Aunque las gasas y los vendajes eran de los que vienen en cualquier kit de primeros auxilios, se adivinaba una mano expert a, le aseguró el
Después de
cirujano al marido. Un auténtico milagro que su esposa no hubiera muerto o sufrido un sangrado intracraneal.
Recuerda que tardó en acomodarse a la oscuridad. Entre pedazos de recuerdos, volvió a sentir el eco de los truenos y aquella e scena que no podía quitar se de la cabeza. Por el relumbrón de un rayo supo que estaba en una grut a. Pudo oír el viento, el granizo. Más destellos. El aire olía a mimosas. Se tocó la cabeza fajada. Dolía. Una mano le acercó un vaso de metal con agua y le hizo tragar una pastilla. Debía de tener fiebre porque la misma mano grande le aplicaba un paño mojado en la frente y en la nuca. En las axilas. En el pecho. Alguien la estaba cuidando con cariño. Una prenda o una manta pequeña hacía de almohada. Los dos zapatos puestos y unos calcetines demasiado grandes. Pasaron horas, tal vez días.
El mareo y el dolor le impedían hablar. Repasó los moment os previos al accidente. La ferocidad de la tormenta. Recordó haber tirado sus joyas a la oquedad de un álamo, la imagen de la cadena columpiándose en una ramit a. Pensó en el niño de la sudadera verde y cómo, en el at olondramient o de la huida, había perdido una zapatilla.
Otro fulgor le hizo ver sus vaqueros y la chaqueta tendidos sobre un tablón. El collar y los pendientes puestos. Ni rastro de la alianza. Se palpó el abrigo que llevaba pue sto: era enorme, con muchas cremalleras. Al buscarse las bragas volvió a perder el conocimiento.
Han pasado cuatro semanas y Sara sigue recuperándose mientras ordena sus recuerdos. Las sombras de las nubes como ejércitos de siluet as tomando la cumbre. La visión de la sudadera ensangrentada. Aquella mano colosal calmando la suya.
Se sirve una copa de su mejor vino y va al cuarto de baño. Un buen trago. Y otro. Se acaricia los pezones oscurecidos, no soporta el roce. Le da la vuelta al reloj de arena y mientras e spera a que el predictor le hable, observa las motas de polvo a través de los rayos de sol. Sabe que e s un minuto lo que t arda la tira en cambiar de color, aun así, vuelve a darle la vuelta al reloj. Nada. Se toca el abdomen y vierte el resto del vino en el lavabo. Apaga el cigarrillo. Se vuelve a tocar los pechos, el vientre. ¿Y si se tratara de un falso negativo?
Repasa otra vez los hechos, pero hay demasiadas lagunas. La gruta. Porque había una gruta y un hombre, de
El paseo en soledad y la tormenta de la tarde de un viernes cambian la vida esta edición de Carta Local. Accidente e incidente son el punto de partida
de la tormenta
vida de Sara, la protagonista del relato que la creadora Marga Cancela trae a las páginas de partida del nuevo rumbo que la autora traza para su personaje y su historia. Feliz lectura…
eso está segura. Se quita el gorro y busca el aroma de él, pero solo huele a suavizante. Consulta el proyecto del Ayuntamiento sobre las urbanizaciones en la ladera. Estudia los mapas de la Federación Madrileña de Espeleología. De antiguas minas. Nada. Absolutamente nada en cuarenta kilómetros a la redonda.
Por un momento vuelve a su vida repetida y falsa de los últimos once años. Su matrimonio. Una bonita jaula de cuatrocientos metros cuadrados y una parcela que podría alimentar a todo un rebaño.
¡Enhorabuena, Sara! Por fin vas a ser mamá. Menuda alegría se va a llevar Pedro José. Justo ahora que ya lo habíamos convencido de que también él se hiciera el test de fertilidad. ¡Menuda sorpre sa!
Sara siente un mazazo en el esternón, como si el mundo se hubiera parado en seco. Un largo silencio y empieza a hundir los dedos en el pelo hasta acariciarse el queloide de la brecha. Se esfuerza por recomponer los músculos, pero al intentar ponerse de pie las rodillas se le pliegan como navajas barberas.
Conque nunca se lo había hecho, ¿eh? Y el muy canalla dejó que ella se sometiera a pruebas y estimulación ovárica durant e dos largos años. Incluso le sugirió bajarse una aplicación en el móvil que le ayudase a llevar un mejor control de la ovulación. Tal vez le cuente, o tal vez no. Esa será su venganza. Y le viene a la memoria una frase que escuchó esa misma mañana en la radio: “Si no tienes una buena razón para quedarte, entonces ya tienes una buena razón para irte”. Sonríe.
Sí, menuda sorpresa, doctor. (No lo sabe él bien).
¿Quieres que llamemos a tu marido, Sara?
El ginecólogo sonríe satisfecho por el buen resultado de sus tratamientos.
No. Prefiero que no, doctor.
Ya lo comprendo, quieres ser tú quien le dé la buena noticia. ¡Por fin embarazada! Sí, menuda sorpresa se va a llevar Pedro José.
(El ginecólogo no lo comprende, ni en un millón de años lo comprendería).
Sí, quiero ser yo quien se lo diga a mi marido.
Y Sara empieza a frotarse las orejas tal como acostumbra cuando miente.
Entonces agendamos una cita para… dentro de dos semanas, ¿de acuerdo?
(E spero que no. Ni at ada volvería aquí).
Vale.
Me llamarás si necesitas algo, ¿verdad, Sara? (No lo haré).
Claro, doctor. Por supuesto.
MARGA CANCELA NEGREIRA nace en Ordoeste, La Baña, La Coruña. Trabaja y estudia en Londres y París. Es Diplomada en Comercio Internacional en Cambridge y licenciada en Filología Inglesa por la Universidad Complutense. Catedrática de Inglés y profesora. En el ámbito profesional tiene varias publicaciones.
Sus cuentos aparecen en más de una docena de antologías. Colabora con la revista cultural El Asombrario. Su novela Sapos de otro pozo fue Primera Finalista del Premio Internacional de narrativa de la Ciudad de Torremolinos, 20 16.
Quien no se fue
Las creadoras llegan con dos relatos, el de aquel que decide quedarse en el regresa al lugar que conoció siendo niña, la aldea en la que casi empezó su
JUNIO
El campo le había respondido. Estaba en todo su esplendor. Lo hacía siempre. La única certeza de su vida eran las estacione s, el cambio de e staciones que solo se vivían intensamente al contacto con la naturaleza. La extensión de mar verde se había trasformado en un cepillo gigantesco amarillo, las puntas hacia arriba como bayonetas y algún que otro espantapájaros rompiendo la armonía y señalando el camino a los que se perdían.
El campo era su medio natural, su vida. Desde pequeño su padre, un campesino con la cara cuarteada por el sol y las manos callosas, le decía “ Manolito, tu a estudiar, que la vida aquí es muy dura e incierta ”. Le llevaba a la escuela con el coche de caballos. A la vuelta casi nunca le recogía. Él, a pesar de la decepción de no encontrarle a la salida, se sentía libre durante aquellos paseos. Lloviera, hiciera sol o soplara el viento, él agradecía estar solo. Miraba el horizonte que no se acababa, el cielo que se diluía en la tierra y los colores nunca iguales. Según las estaciones le acompañaban en el recorrido, una mata de moras, un olor a romero o las flores de azafrán. La naturaleza era su amiga, y no sus compañeros de clase que le t omaban el pelo por sus eternos zapatos, los pant alone s manchados, y una cartera anticuada. Por eso, y por su pereza con los libros, sabía que no continuaría los estudios y no obedecería a su padre.
La timidez había terminado de envolver su piel con los años. Se quedaría soltero como su tío Faustino. A veces sentía que le faltaba algo. El pueblo se fue vaciando a la vez que cambiaban las estaciones, solo quedaban ciento diez habitantes, y una vez a la semana volvían el cartero, el médico y el cura, por ese orden. Sus antiguos compañeros de clase se habían escapado a la ciudad.
Cuando se murió su padre de un infarto, su tío se fue a vivir con él. Se sentaban los dos en el porche, a la sombra de un peral, con un botijo y a sus pies el perro Zaki. El canto de las cigarras cansinas y aburridas les adormecía, ni siquiera la molestia de las moscas alteraba sus posturas.
Algunas veces las gallinas salían a picotearles los pies y los dos movían un párpado para cerrarlo en seguida. Le tenía mucho cariño al Faustino, como le decían en el pueblo, ignorante y campesino como él. Por las noches veían la tele juntos y él soñaba con las chicas que salían en la pantalla semidesnudas y por la mañana se levantaba mojado. No se atrevía a hablar con su tío y preguntarle. Aquella tarde durante la siesta tuvieron una larga conversación:
— ¿Qué tal Manolo?
— Bien tío, a gusto.
— ¿Cuándo llega la máquina para la cosecha? ¿Manolo?
— ¿Qué, tío?
— Te acabo de preguntar por la máquina.
— ¿Qué máquina?
— Qué máquina va a ser hombre, ¿no los llamaste?
—Ah sí, la traen hoy.
No le gustaba que le recordaran que hoy tendría visita.
Le molestaban los extraños, aunque fueran los campesinos que le prestaban la máquina, sin la cual necesitaría días y días para cosechar el grano.
TRICARICO D’AMBROSIO nació en Nápoles, Italia, donde cursó sus estudios. Es licenciada en Medicina y Cirugía, y especializada en Pediatría. Desde hace años vive en Madrid y durante este tiempo ha desarrollado con entusiasmo su profesión de pediatra. Dos ciudades, Nápoles y Madrid, ambas con mucha luz y por las que sentirá el mismo cariño ya que se van a convertir en el pasado y presente de su vida. Ha asistido a varios Talleres de escritura (Escuela de Escritores, Hotel Kafka, Fuentetaja), ha publicado un libro, “Entre dos tierras” y ha participado en varias antologías con diferente s relatos y en dos antologías de Ménades editorial. Matilde Tricarico es socia de AMEIS.
MATILDE
fue y quien regresa
el campo, en la tierra en la que nació y en cuyo horizonte se siente libre, y el de aquella que su vida y en la que quiere terminarla, su lugar en el mundo.
El grano e staba en su punto, con la humedad justa, por lo tanto, tenía que ser hoy.
A lo lejos se levantó una polvareda. ¡Que fastidio!
Se levantó despacio, se caló sobre los ojos el sombrero y se acercó al camino. El perro corría de un lado para otro como si le hubieran puesto un cohete en el culo, su cola parecía un ventilador.
El motor se paró. Al abrirse la puerta, vio dos piernas largas seguidas de unos pantalones cortos que le quitaron el respiro. Solo las había visto así en la t ele y soñado con ellas en las noches solitarias.
El sol le cegaba, no conseguía distinguir su cara. Su cuerpo notó una descarga de energía, un escalofrío recorrió su espalda, una sensación de mareo. No, no iría a caer al suelo, esta vez no podía hacer el ridículo
Un olor intenso a azafrán le envolvió, recuerdos del camino y lo guió hacia ella.
Matilde Tricarico
REGRESO A LA ALDEA
Cuando me dijeron que tenía cáncer tuve claro adónde quería ir.
Desde la Ciudad de México cruzamos el mar y, a mis cinco años, llegué por primera vez a la aldea gallega de mi padre. Recuerdo que íbamos por el camino de tierra y doblamos la curva desde donde se puede ver Ribas Pequenas entera. Fue en ese instante cuando decidí que aquel era mi lugar en el mundo.
Allí aprendí a distinguir los árboles, los pájaros y sus nidos, las huellas de los animales y sus madrigueras. Todavía hoy sé sus nombres en gallego, como me los enseñó mi padre. Todavía hoy quiero sentarme en la orilla del río y ver cómo el agua pasa lenta. Todavía hoy quiero pasear con mis primas debajo de los negrillos.
Para mí la aldea es la vida. Y, cuando tenga que ser, quiero quedarme en ese cementerio pequeño rodeada de los míos, compartiendo tumba con mi padre.
Pilar Gómez EstebanPILAR GÓMEZ ESTEBAN
Nacida en Ciudad de México (1952), Pilar Gómez Estaban es hija y nieta de emigrantes y exiliados españoles, estudió Sociología y Ciencias Políticas y, años después, un Máster en Escritura Creativa en la Universidad Complutense de Madrid, donde reside.
Muchos años de trabajo en el Taller de Escritura Creativa de Clara Obligado la han llevado a escribir cuentos, algunos de los cuales se han recogido en diversas antologías, entre ellas “Por favor, sea breve” de la Editorial Páginas de Espuma y “E sas que t ambién soy yo” de la editorial Ménades. También ha contado la biografía novelada de su familia en un libro titulado “El árbol del aguacate”, publicado en la editorial Círculo Rojo.
Entre recuerdos
Las creadoras Begoña Alonso y Lorena Escudero llegan a esta edición de Carta retórica que toma forma real; y la segunda, con la ternura de tres personajes para una primavera en la que se alumbran los primeros brotes…
ENTRE RECUERDOS
Me gusta el brillo negro del zorzal y sus voces de cortejo que sacuden el plumaje del invierno. También era negro el primer teléfono que tuvimos en casa. Se colgó en el pasillo entre dos puertas. Su llamada alteraba las conciencias. Como aquella tarde en París me sorprendió la lluvia y el cansancio. Una iglesia me abrigó con melodías de convento. Al salir, las calles, oscurecidas, sonaban a mar. A ese mar al que me llevaba mi padre, hombre de pocas palabras, más bien serio que yo nunca sentí autoritario, aunque lo era.
L as incertidumbre s me dan fuer za, la calma me inquieta o¿es al contrario? Cuando vivo momentos de bienestar deseo no olvidarlos pero si me descuido se pierden sin remedio. Toda mi casa e st á llena de lápices, hasta en el baño, y cuando los necesito se esconden. También escondo entre las matas de judías una planta de marihuana. Ya no fumo así mantengo la nostalgia de otros momentos.
Hay en mi memoria ciert a querencia por las voces. La de aquella mujer era de agua estancada. Cubría de viscosidad a quién o de quién hablara. La de ese hombre era una voz amarilla, como nata agria, del color de los enfermos de cáncer, voz que enfriaba la piel del quien la oyera. Siempre quise colorear las voces: de rosa pálido las mentirosas, de azul cielo las aburridas, rojo sangre para las que sufren, achocolatadas las de los niños cuando son felices, de negro las que gritan.
QUIASMO
El jardín y la huerta los cuida él, ella es más de escribir a todas horas. Al atardecer, el hombre le muestra cómo
BEGOÑA ALONSO IBÁÑEZ
van creciendo los ajos, la perfecta alineación de los surcos, los frágiles brotes del apio. Antes de dormir, ella le lee sus relat os. No saben desde cuándo en el jardín brotan cuentos y en los cuadernos crecen las hortalizas.
*Quiasmo está incluido en el libro “DETRÁS DE CUALQUIER VIENTO” publicado por la editorial El pez volador (2019)
Begoña Alonso Ibáñez
ESPANTAPÁJAROS
A mis abuelos Felipe y Fernanda, Nicolás y Dominica
Eso vamos a parecer todos este año. Espantapájaros como ese del fondo. De lo escuchimizados que nos vamos a quedar como no mejore la cosa. Si es que así no se puede, con lo poco que ha llovido. Ya puedo yo liarme a regar, pero como no llueva… Mira este melón. Enano. Cómo voy a alimentar yo a nueve bocas con esto. Ni para empezar tenemos. Por lo menos las pat atas se están dando bien. Mañana le digo a uno de los mayores que me acompañe después del colegio y nos llevamos unos sacos, que yo sola no puedo con tanto peso hasta casa. Que digo yo que ya podíamos haber cogido el terreno más lejos, vaya, al otro lado del pueblo está.
Así luego le pasan a una cosas con tanta caminata. Como el otro día, que casi se me echa encima un galgo. Debía de ir persiguiendo a una liebre o algo. Menudo susto me dio. Un poco más y se me caen los huevos y llevo la tortilla ya hecha. Ay, tengo que ir a echarles otro vistazo a las gallinas antes de volverme. Y sí, mejor que me acompañe alguno de los chicos. Así también ten -
es vallisoletana y madrileña de adopción, ha sido enfermera, socióloga, docente universitaria y alcaldesa. Retirada de estos oficios, cayó en la literatura donde ha publicado relatos en las antologías Ola s y Geometría (Colección nuevos narradores, de Ed. El pez volador) y en Esas que también soy yo (Ed. Ménades). También ha colaborado en el diario Público en la sección Asombrario & Co. Y en la revista Marie Claire en la sección Cooltura. “ Detrás de cualquier viento ” es su primer libro de microrrelatos.
recuerdos y tierra
Carta Local. La primera, con sus recuerdos de sensaciones y sentimientos, y con una fgura personajes que comparten espacio y que, sin saberlo, se procuran afecto y protección. Son lecturas
go quien me dé conversación, que de tanto hablar sola me van a terminar llamando la loca del pueblo. Aunque tampoco es que me importe, que para locos hay ya unos cuantos por estos lares.
Sí, señor, los melocotones nunca me fallan. Menos mal que insistí en plantarlos. Si ya sabía yo que iban a salir a renta. Y mi marido que para qué, mira que es cabezón. Ya me encargo yo, le dije. Y el primer año no, el segundo tampoco, pero ahora, ahora tenemos fruta de sobra. Además dan sombra, carajo, que si no aquí no hay quien aguante la solana a estas horas. Todavía voy y le quito el sombrero al espantapájaros, verás. Que además lo tiene torcido, ahora que me fijo, se le va a caer. Antes de irme le doy un repaso y lo enderezo.
¡Ya voy, bonito, ya voy! Normal que me ladre, llevo aquí horas y todavía no le he dado de comer. ¡Ya voy! Qué buen perro es, manso pero fiero. Asustados me los tiene a todos, que nadie ha intentado entrar a robar todavía. Y mira que sí lo han hecho aquí al lado. Tres conejos y dos gallinas se llevaron. Qué desgraciados. Además las gallinas que más ponían. Yo no digo nada, pero para mí que los que entraron sabían lo que hacían.
¡Que sí, que ya te he oído! Venga, voy para allá y me marcho, que al final se me hace tarde y anda que no tengo t odavía tare a en casa. Si es que no para una.
II
Al final se ha ido y se ha olvidado de mí. Pero no pasa nada, este sombrero mío y yo resistiremos, seguiremos defendiendo la huerta. Me da pena verla tan atareada, no ha parado ni un momento, de un lado para otro. Aunque me da la vida sentir su energía. Y su alegría también cuando canta. Tengo que decirle que debe cantar más,
LORENA ESCUDERO SÁNCHEZ
que e s la receta para que crezca todo. Las plantas se alegran, yo lo sé. Hasta los melones. La próxima vez seré valiente y se lo diré. Y que vengan los chicos también, que esto está muy solitario. Me entristece tener que ahuyentar a los pajarillos y que nadie cante alrededor, pero e s mi destino como guardián de e st a tierra. Y por ella lo cumplo encantado.
III
Un poco más cerca, un poco más… Si planeo desde aquí no llego, tiene que ser más cerca aún. A ver, lo intento desde aquí.
Casi. Esta ala derecha mía no se ha recuperado aún. Voy a probar desde el melocotonero ese: tiene una rama baja que yo creo que serviría. Menos mal que el pastor alemán ahuyenta a los gatos, perdido iba a estar este gorrión si no, si me encuentra otro de esos atigrados como el que me dejó el ala así.
Pero aquí est oy tranquilo. Tomo solo las uvas que caen al suelo, medio podridas ya. Es el pacto que tengo con el espantapájaros, que me deja quedarme, bien escondido entre las ramas para que no se envalentonen otros. Solo mientras me recupero, que tengo que estar calladito para no llamar la atención y el cantar lo echo de menos.
Bueno, desde esta rama ahora creo que sí. Allá voy. Un poco justo, pero he conseguido aterrizar en el hombro de paja y palo. Ahora con cuidado, despacito, un par de picotazos y listo. Enderezado está el sombrero.
Que alguien tiene que cuidar también del espantapájaros, digo yo.
, salmantina nacida en Soria. Es doctora en Física y trabaja como investigadora en la Universidad de Cambridge, Reino Unido. Escribe sobre todo microficción, género en el que ha publicado tres libros: Negativos (Torremozas , España, 2015), Formulario (que combina ciencia y literatura, La tinta del silencio, México, 2019) e Incisiones ( Quarks, Perú, 2020). Ha participado con sus textos en revistas especializadas (como Quimera, Microtextualidades, Plesiosaurio ), así como en congresos (Congreso Internacional de Minificción, Simposio Canario de Minificción ) y en más de veinte antologías internacionales. Algunas de sus historias se han traducido al inglé s, al griego, al alemán y al húngaro.
Evocación de lugares
Dos creadoras, Ana Hontanilla y Yurena González, nos acercan con sus textos paisaje nevado que se ve desde dentro de un refugio zen, tras el fltro de un al anhelo, el de quien se fue esperando un regreso y el de quien piensa en volver
HORAS ANTES DE LA MEDIANOCHE
Sentada sobre el zafú, con las piernas en flor de loto y las rótulas como letra cursiva apuntando al techo, pienso que no soy flor, y si lo fuera sería una cerrada, por los glúteos, que se me hincan contra este cojín de piedra, cuando apenas faltan unas horas para que termine el año e inaugurar otro, medito inmóvil dentro de este refugio zen de montaña del Pirineo y escucho a oscuras la voz del gurú con barba de monje Tíbet y perfil de regordete español, o mexicano, o indio, o da igual porque estaría más guapo sin barba, sin greñas y sin los kilos que le sobran a ese cuerpo eco-monje que deambula por una sala con paredes de madera y un ventanal empañado de nuestras respiraciones, los kilos se detienen, se acuclillan, le corrigen la postura a una que se tuerce, a otro que se inclina, a un pelirrojo vestido de gris sentado junto al altar sin olor ni sabor y sobre cuya espalda el índice nutrido del gurú se desliza de abajo arriba hasta tocar la base del cráneo, el eco-monje se incorpora, pasea, camina de una esquina a otra, él se mueve y yo, aspiro y expiro el aire que enturbia el cristal y la montaña, mantengo la columna recta, echo los hombros hacia atrás, acerco la barbilla al pecho y aprieto los músculos del vientre que se desperezan al percibir el olor de la comida, sostenible, que se filtra desde la cocina al templo, aunque, dentro de unas horas, en la cena no habrá uvas, ni vino, porque en el norte no es ecológico despedir el año con productos del sur, y yo estoy de acuerdo, hay que disminuir la huella ecológica, pero si hubiera leído la letra pequeña del panfleto estaría en el sur y no en este monte desprovisto, contemplando la nevada que cae horas antes de la Nochevieja, respiro, adentro y afuera, medito, considero la importancia de fijar un límite recomendable de tiempo para meditar tras el cual sea obligatorio parar,
levantarse, desdoblar las piernas, abrir los panfletos y leer la letra pequeña, las notas a pie de página y los prólogos como el de Cervantes, que fue honesto y dijo que él escribió solo las aventuras de su caballero, andante, que los añadidos, la letra pequeña, la cursiva, la incluyó un amigo ¿o quizá fuera una amiga? probablemente una morisca o judía que leyó, que escribió sentada sobre un cojín, hora tras hora, con las piernas entumecidas, como yo de mi izquierda, esta anarca que siente y padece por su cuenta, y si yo fuera mi pierna, la izquierda, me levantaría para estirarla como hace el eco-monje que no medita, sino que circula por el templo, que se acerca a la ventana, húmeda de exhalaciones, cuajada diría yo, y se aproxima a mi pierna dormida, impregnando el aire de olor a tomillo, y me presiona los hombros, los empuja hacia atrás con un dedo que enciende la gota de sudor que se desliza piel abajo hasta que mi camiseta la absorbe y la flor de loto de mis piernas se abre, las rodillas caen sobre el cojín, me hundo suavemente; contemplo el aire que empaña el monte nevado tras el cristal.
Suena la campana
Salgo del templo, me pongo las botas, agarro el abrigo y una linterna, quedan unas horas hasta la medianoche, las suficientes para subir la loma, respirar el Pirineo y contemplar desde el monte el refugio zen, sin que cristal alguno lo empañe.
Ana HontanillaANA HONTANILLA CALATAYUD es profesora titular de lengua y literatura en la Universidad de Carolina del Norte en Greensboro. Se graduó en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid y recibió su doctorado en Lengua y Literatura Hispánica por la Universidad de Washington en San Luis (Missouri). Sus ensayos académicos y cuentos de ficción se han publicado en revistas especializadas.
lugares y de seres queridos
textos a las sensaciones que se viven desde la evocación: la primera, del aire del Pirineo, el un cristal empañado, y al refugio que, desde fuera, se ve nítido, sin fltro alguno. Y la segunda volver tras haberse ido… Lecturas que cuentan y hacen sentir.
Las Creadoas en Carta Local
Con motivo de la celebración el 23 de abril del Día del Libro, desde Carta Local hemos recogido en un único documento las publicaciones que las Creadoras han traído a nuestra revista desde hace dos años. Ese documento, disponible en pdf, puede consultarse desde este código:
ANHELO
C uando su hija desapareció, Samuel comenzó a escribirle cartas a diario. Todas las conversaciones que habrían tenido permanecían guardadas en un cajón de su escritorio. Con los años y la desolación, el anciano falleció, heredando su único hijo el hogar familiar.
Sergio comenzó a recibir cartas en respuesta a las que su padre nunca envió. Cartas llenas de anhelo y tristeza. La última estaba dirigida a él, avisando que pronto tendría visita.
Muy pronto.
Yurena González
YURENA GONZÁLEZ HERRERA ( Santa Cruz de Tenerife, 1980), es escritora y gestora cultural. Coordina la sección de narrativa de la revista digital La salamandra ebria. Imparte talleres de creación literaria, ha coorganizado proyectos literarios y entre 2017 y 2018 fue Secretaria de la Sección de Literatura y Teatro del Ateneo de La Laguna (2017-2018). El diablo se esconde en los detalles (Escritura entre las nubes, 2016) y Carcoma (Baile del Sol, 2020, nominado a XVIII Premio Setenil de Narrativa) son títulos de su obra, que también tiene presencia en numerosas antologías y ensayos críticos. Yurena González está incluida en la Audioteca de Literatura Canaria Actual.
Partidas en la tarde
La anciana que cada tarde juega una partida de cartas con otras mujeres de un relato en el que confuyen un mundo rural que pierde vecinos, el esparcimiento y cuidado de los que son aun más vulnerables forman parte Catalina, el relato de Esther Panduro.
UNA TARDE DE BRISCA
A pesar de que el ayuntamiento está cerca de su casa, Catalina insiste en que Justino tranque la puerta con la llave grande. Él refunfuña. Le cuesta girarla, no porque a sus noventa y tres años le falle la fuerza, sino por la holgura que el tiempo y el desgaste ha ocasionado en el viejo pestillo.
Catalina comprueba que está bien cerrada. Satisfecha, camina con paso ligero, dejando atrás a su marido. Catalina tiene cinco años menos que él y le gusta presumir de su agilidad. Los movimientos de Justino son pausados y tiene que ayudarse de una vara alta que el mismo talló.
Todas las tardes Catalina y otras mujeres del pueblo se juntan a jugar a la brisca en el ayuntamiento. El Alcalde ha habilitado una sala para ellas, incluso mandó colocar una máquina que dispensa café y chocolate. Por el camino, se detiene a observar los campos baldíos al otro lado de la carretera. Los colores pajizos le evocan sueños de infancia; anaranjados y altivos, ajenos a guadañas afiladas. Recuerda cómo era entonces el mes de agosto; los vastos campos dorados, el crepitar de las espigas secas. El pleno sol de cuatro de la tarde cuando, acompañada de su hermana, se escabullía a la hora de la siesta saltando el muro del corral. Las regañinas de su madre, las risas de ellas, despreocupadas bajo los sombreros de paja. Después del canto confiado de las espigas llegaba la siega, las eras, el olor a trigo nuevo. El trabajo duro era para ellas un juego, revoloteando como estaban siempre entre alpacas y sacos de trigo, cobijadas a la sombra de las carretas, cuando los bueyes no eran carne de matadero. ¡Cuántas veces corrieron por esos campos dorados! La mayoría de los coetáneos de Catalina han muerto o se han ido a la ciudad, a casa de los hijos. Ahora solo Aniceto, el nieto de Manuela, siembra los campos.
La mujer vuelve la mirada hacia atrás, buscando a Justino. Lo ve aparecer renqueante, con la boina puesta a pesar del calor. Un perro escuálido, que lleva varios días
merodeando por el pueblo, se acerca al viejo en actitud suplicante, jadeando. El viejo lo aparta con la vara. Ella vuelve a acelerar el paso y a dejarlo rezagado. Piensa en la partida. Hoy va a cambiar de pareja. Ayer ella y Casilda perdieron y les tocó convidar al chocolate. Casilda está medio ciega y no le entiende bien sus señas; siempre acaba arruinándole las mejores jugadas, haciendo que malogre briscas y cantes. Lo ha decidido, hoy jugará con Manuela.
Al llegar a la puerta del ayuntamiento, Catalina espera a Justino. El hombre no aparece. Casilda la llama por la ventana de la sala. Golpea en el cristal y le hace un gesto para que entre.
Por un momento, Catalina se olvida de su marido. Nadie se ha opuesto al cambio de pareja y, con Manuela atendiendo a todos sus guiños y encartes, no les cuesta ganar la primera partida.
—Ayer me encontré con el señor cura. Ha cambiado el día de la misa patronal al próximo domingo —comenta Casilda.
tarde de verano
mujeres mayores en la sala habilitada en el Ayuntamiento del pueblo es el personaje conductor el envejecimiento de quienes se quedan y un vivir cotidiano en el que recuerdos, ratos de parte de un día a día que, no por rutinario, está exento de sobresaltos… Es la tarde de brisca de
—¡Eso no puede ser! No nos va a dejar el día de la fiesta sin misa grande —responde Manuela.
Catalina no está muy atenta a la conversación y eso que le tiene mucha tirria al sacerdote y no pierde ocasión para criticarlo. Casilda adivina el motivo de su zozobra.
—Tranquila, mujer. Seguro que Justino se ha encontrado con alguien.
—No sé con quién se va a encontrar si en el pueblo no queda gente con la que entretenerse, y mi Justino ya sabéis que es de pocas palabras.
Su hermana solía decirle que Justino no tenía sangre en las venas. A Catalina le gustaba su carácter austero, con poco se entendían. Aunque en una ocasión él le levantó la mano —el día en el que ella le echó en cara que por dos veces lo habían visto entrar al atardecer en casa de María, una viuda que vivía en una de las últimas casas del pueblo—, ella cree que no han tenido una mala vida juntos.
Catalina no le quita ojo a la ventana. Le cuesta concentrarse y echa un arrastre que le hace perder a Manuela el re y de bastos.
—Te lo marqué. ¡Cantaba las cuarenta!
—No te pongas así, Manuela. Estoy preocupada, este hombre no suele retrasarse tanto. Hace rato que tendría que estar aquí.
—Es que no sé a santo de qué obligarlo a venir a la partida, si el hombre se aburre de mirar.
—Si no lo azuzo no se mueve y no le conviene quedarse quieto.
Catalina, entre la charla y los nervios, tira una brisca cuando no debe y se la ganan.
—No das una. Anda, vete, a ver si encuentras al perdido —dice Manuela mientras recoge las cartas—. Esto te pasa por llevarlo caminando tres metros por detrás de ti.
—Yo no puedo andar con esa parsimonia suya —protesta ella, y se apresura a salir a la calle.
Se lo imagina caído al borde del camino con un golpe en la cabeza, o algo peor. Maldito hombre, piensa, hoy que íbamos ganando. Recuerda que hace unos días recibió el aviso del impago del seguro de decesos. Catalina acelera el paso, dobla la esquina de su calle con oscuros augurios en su cabeza.
Sentado en el poyo de la fachada principal de la casa, Justino le da un trozo de cecina al perro escuálido, el que lleva varios días rondando por el pueblo. El animal le lame la mano y reposa la cabeza en el muslo del viejo, mientras, este no deja de acariciarlo.
Esther PanduroESTHER PANDURO (Astorga, León, 1971). Estudió Administración y Finanzas. Se trasladó a Madrid en 2006. En 2016 obtuvo el título de Experto Universitario en Fotografía aplicada por la Universidad Miguel Hernández de Elche. En 2017 ganó el II Certamen de Narrativa Breve “Jorge Maldonado” otorgado por el Ayuntamiento de Móstoles. Ha participado en varias antologías entre ellas, “Esas que también soy yo” o “Recuperar el fuego y no ponerle nombre”.
Prosa y poesía…
El miedo a salir de quien prefere encerrarse en casa y traer a ella su programa ilustra el delirio de Elizabetta. El recuerdo de los años escolares en el pueblo, nieblas y silencios, es el poema con el que Teresa Sánchez dedica a la maestra, a las lecturas de Carta Local.
ALEA JACTA EST
ELIZABETTA
Ser humano es más difícil que ser un animal que no tiene que pensar ni sentir, que mata una y otra vez. Parecía una gacela coja y pensé en no salir de casa el resto de mi vida. Apenas podía respirar, el miedo me paralizó cuando vi mi número en la tele, el primer premio de la lotería. Y luego vi a la gente que quería comprarse un piso y yo también. La idea de salir de casa y la imagen de leones encaramados a los árboles para huir de un grupo de hienas, el primer premio de la lotería y comprar una casa. Tengo el dinero, bueno, aún no, el del banco me ayudará. Salió mi número, compraré una casa y perderé de vista a la desgraciada de la vecina. Me molesta cada vez que veo El Programa. Sólo me gusta ver al doctor Havel. Me sé los chistes de memoria, a veces los repite, pero siempre me hace reír, me río desde las tripas, por dentro y por fuera. Me río fuerte, con muchas ganas, pero siempre aparece esa y golpea la puerta, me pregunta si estoy bien, pues claro que estoy bien, carajo, mejor que bien, nunca estoy tan bien como cuando veo al doctor Havel. Es el mejor momento del día, el único momento del día en que me río a carcajadas, por dentro y por fuera. Y esa cabrona me lo fastidia siempre. Nunca me pierdo El Programa. A veces dejo de cenar, porque cuando veo al doctor Havel se me quita el hambre. Entonces empiezo a sentir que las monedas de uno, de dos, de cinco se convierten en billetes de diez, de veinte, de quinientos y tendré muchos, porque ha salido mi número e invitaré a tomar el té al doctor. Qué gracioso es. El doctor Havel vendrá a mi bonita casa nueva, tomará el té conmigo y me hará reír. El del banco me ayudará, mi número ha salido y el doctor me contará muchos chistes. Me contará sus chistes sólo a mí, en la casa a la que nunca irá la zorra de la vecina.
EL DOCTOR HAVEL
El doctor Havel, como le conocía todo el mundo desde que se había hecho famoso en televisión, se llamaba en realidad Milan Radmanovic y había sido militar allá en Serbia durante la guerra de los Balcanes. Ahora es un cómico famoso aunque malo. Repite de continuo los mismos chistes que, por alguna razón, todo el mundo imita hasta la saciedad. La fama es extraña, qué duda cabe. El doctor Havel sale a escena acompañado de una mujer alta de grandes pechos disfrazada de enfermera. Para ser exactos, la mujer alta de grandes pechos sale disfrazada como las mujeres de grandes pechos disfrazadas de enfermeras de las películas porno malas. Cada noche, el doctor escoge a alguien de entre el público para exagerar las situaciones que se podrían dar en la consulta de un médico y había conseguido, como decíamos, un éxito considerable. Cuando recibió la llamada de su agente no podía dar crédito. Le quería contratar una mujer para un pase privado. Era dinero y eso siempre viene bien. Así pues, se dirigió, sin apenas arreglarse, a una casa del centro. Llamó a la puerta y abrió una mujer maquillada de forma ridícula, enfundada en un disfraz de enfermera, corto y estrecho, que dejaba entrever profundas arrugas en el escote y unos flácidos muslos. La sonrisa se heló en la cara del actor que se adentra en la vivienda poco menos que empujado por la vieja quien sin duda necesitaba un doctor, pero de esos que ponen camisas de fuerza - pensó Havel-. La mujer se presentó de manera atropellada como Elizabetta y le llevó a una gran sala ambientada igual que el plató de televisión donde trabajaba. En el centro del escenario había una camilla con un muñeco. Havel no podía creerlo. Miraba en derredor aunque los focos apenas dejaban ver nada. No parecía haber nadie más en la casa y una breve náusea le vino a
MELGOSA (Burgos, 1974) es profesora, narradora y correctora de estilo. Se doctoró en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad de Valladolid donde también se licenció en Filología Inglesa, colabora en revistas culturales e imparte talleres de escritura creativa y crítica literaria. Ha publicado Neither Eagle Nor Serpent: la guerra de Vietnam como tema literario en la novela chicana (2012); Los que sobreviven nunca son los mismos (2014); Ostranenie (2015); la compilación de críticas y reseñas Realidad suficiente (2018); y la novela corta Todos los putos días (2018); y ha colaborado Esas que también soy yo: nosotras escribimos (2019).
BERTA DELGADO
lecturas en verano
programa favorito de televisión es el punto de partida del relato con el que Berta Delgado pueblo, de recreos, clases y vivir diario en un lugar que hoy, ya sin niños ni escuela, se llena de maestra, a Doña Domi, la que subía la cuesta “con paso lento y sonrisa elegante”. Bienvenidos
LA ÚLTIMA MAESTRA
la garganta al mirar más de cerca a la vieja que le ofrecía vodka. Le acompañó generosa. El doctor lo bebió de un trago al que luego siguieron otros y otros más. Al poco, Elizabetta le mostraba una bandeja con una sustancia blanca a la que tan aficionado era, y ya no pudo disimular una franca sonrisa. Elizabetta iba y venía tambaleante por la habitación sin parar de tirar billetes y más billetes que el doctor guardaba apresurado en su maletín de médico, de donde sacó una bata y un estetoscopio para completar su atuendo. Los chistes comenzaron a escabullirse de sus labios, lo que dio lugar a las estruendosas carcajadas de Elizabetta que no dejaba de gritar: ¿dónde estás zorra? ¿Dónde estás? El espectáculo continuaba: chistes y vodka, más vodka y algo de cocaína y Elizabetta ayudaba al doctor como su obediente enfermera o se sentaba frente a él, para no perder detalle, mientras reía sin control. En algún momento del show le tocó a Elizabetta hacer de paciente y se tumbó en la camilla chillando: ¿has visto, zorra, has visto? ¡Oh, doctor! ¡Cúreme, doctor! Reía tan fuerte que la bata se abrió de manera provocativa. El doctor fue hacia su maletín de médico del que extrajo unas correas con las que ató a Elizabetta, a la vez que le tapaba la boca y, con un ensayado movimiento, se giró hacia el público que, al parecer, le observaba impasible.
Sonrisas corren por tus paredes blancas de niños que a la escuela se encaminan, asustan con sus gritos a las negras golondrinas de pecho blanco, que en el tejado anidan.
Ya sube por la cuesta la maestra, con paso lento y sonrisa elegante, reprende al juguetón de Vicente, que delante, la zancadilla pone con su pierna diestra.
Al comenzar la clase calla el alumno y la maestra se enreda en su afán diario, mientras, el pueblo discurre solitario, las mujeres en la casa, los labriegos en el campo.
¡Qué placer experimentaba el pueblo cuando en la hora del recreo, la muchachada invadía el silencio al jugar a la comba o al hilo negro!
Una niebla espesa cubre las chimeneas dejando al pueblo con aspecto aletargado. Más quietas y lentas siguen las mañanas, sin ruidos de niños jugando por el pueblo. Ya no tiene la escuela esa vivacidad que tuviera en otros tiempos, cuando la plaza rebosaba entera de pequeños juguetones e inquietos. Ya no está la maestra que a leer me enseñara y en su lugar, su puesto vacío ha quedado. Ya no hay hijos de los que me acompañaron a aprender bajo su diestra mano.
En su lugar el vacío, frío y muerto, camina por aulas blancas y desiertas esperando que vuelva el viejo encuentro, entre el alumnado y la maestra.
Poema dedicado a Doña Domi (última maestra en un pueblo de la España Vaciada)
TERESA SÁNCHEZ SÁNCHEZ , -Escurial de la Sierra (Salamanca), 1963- ha publicado dos libros en solitario: Demencia de Lewy (2015) y Puntos Orbitales (2021). También ha colaborado en diversas antologías como Haikus desde casa (2020), Somos la voz (Grito de mujer, 2020). Surcos, para que no te olvides del poema (2016) ¡Que entre la luz! (2018) y No me silencies, escúchame (2016).
Teresa SánchezRelato
La Penélope de Homero espera tejiendo y destejiendo el retorno de Ulises; su esposo. Aun con paralelismos con Penélope, Penilein, la protagonista de para emprender su camino...
PENILEIN
" Despierta, Penélope, hija querida, para ver con tus ojos lo que anhelabas todos los días .” Homero, Odisea, Canto XXIII, 5
Mi madre me puso este nombre en honor a Los Beatles. En el registro, ni ella ni el funcionario sabían cómo se escribía en inglés, así que optaron por esta versión que ha definido mi vida: “Penilein”, ya no sabría llamarme de otra forma.
Mi vida no ha sido fácil. Con la crisis de 2008, mi marido, Uli, desapareció. Sí, tal cual, no sé nada de él. Y no será porque no lo haya buscado, no. Incluso mi hijo, mi divino Telmo, se dedicó a recorrer los sitios habituales, llamó a los amigos, a la familia, hasta puso una denuncia en la policía, pero dio igual. Desaparecido. Desintegrado. Deshecho. Desconocido. Des.
Al principio, no me lo podía creer. Yo, Penilein, la prudente, la de los largos cabellos que todas envidiaban, la del nombre raro a la que los hombres codiciaban, la de la gran suerte en la vida, la de manos delicadas, me había quedado sola. Intenté fingir que no pasaba nada. Pero los días sí que pasaban. Fuimos tirando de existencias, de ahorros, estirando todo lo que teníamos, pero solo se respiraba la quietud, como un demonio que te iba quitando las fuerzas hasta que ya nada parecía real.
Uli, hombre, ¿dónde te has metido? No te voy a decir que me envíes una carta, eso ya no se estila, pero ¿un mísero WhatsApp? O al menos a tu hijo Telmo. ¿Cómo no se te ha ocurrido? Porque, claro, muerto no debes estar, entonces sí que nos habrían llamado. Y la tontería esa que te dio por pensar de recorrer el mundo para hacer fortuna, digo yo que nos lo habrías dicho antes, ¿no? A santo de qué te vas a ir así, sin más. Al menos, podrías haber dicho algo, no desaparecer así, como si fueras transparente, cual espíritu derrotado. No sé, Uli, hijo, las cosas no se hacen así.
Hoy, mi amiga Dora se ha presentado en casa con noticias frescas de mi marido. Ay, las redes sociales, ¡lo que te encuentras! Resulta que ha visto unas fotos en el Facebook de una t al Circe, de hermosos cabellos, amiguísima suya, pero a la que no conoce en persona. Esa Circe se dedica a
hacer conjuros y echar cartas. Y ¿quién estaba con ella?
Mi Uli. Con cara de tonto, sonrisa boba y mirada perdida. Vamos, como un borrego. ¡No me lo podía creer! ¿Por eso se ha ido? ¿Con otra? He mirado las fotos una y otra vez porque no daba crédito. Y yo como una tonta esperando a que volviera. Me he enfadado tanto que no he e scuchado nada de lo que me e staba parloteando Dora, pero, cuando se ha ido, he tomado una determinación: voy a rehacer mi vida sin esperarle. Ha nacido otra persona. Soy la nueva Penilein.
Llevo ya tres días trabajando en un bar. Bueno, ni fu ni fa, no es tan complicado como parece y, una vez que le coges el tranquillo, soy capaz de poner hasta las veinte mil clases de café que hay. La barra es todo un mundo. Empiezo a conocer a los clientes habituales. Se podría decir que hay dos grupos: los que tienen prisa y los que no. A los primeros les gusta que sepas lo que quieren antes de que te lo digan. Los otros son más de disfrutar
estival
Ulises; la protagonista del relato teje, pero no desteje, mientras espera, o quizá ya no, la vuelta de de este relato de Margarita Sanz Lobo, cambia la esperanza del regreso por la determinación
dido acabarlo y dedicarme a hacer chales de encargo. Me ha dicho una clienta del bar que se pueden vender por internet y ganar dinero. Pues falta me hace. Y además dejaré de tener esa sensación de que nunca acabo las cosas, como mi matrimonio con Uli, que se ha quedado en espera. Pero ¿qué se habrá creído este tío, que voy a esperar de brazos cruzados, como si no pasara nada?
Ayer vino a verme otra vez Dora, solo para contarme que había vuelto a ver a Uli en las redes, pero ahora no estaba con la tal Circe, qué va, estaba tonteando con una tal Calipso, que vaya nombrecito; estarían bailando todo el día, digo yo. Se me debió poner cara de tonta cuando me enseñó las fotos. Me subió un algo por la garganta que casi me ahogo. Pues no sé qué se habrá pensado, pero quieta no me voy a quedar. El viernes pasado, cuando es taba recogiendo para cerrar el bar, se me acercó uno de los clientes “de larga estancia”, como yo les llamo, y me invitó a salir. Le dije que no. Debo tener metida en la cabeza esa reacción, como si no pudiera salir con nadie más que con Uli, pero luego me quedé pensándolo mejor, él pasándoselo fenomenal por ahí y yo en el bar y tejiendo todo el día. ¡A la porra! Al próximo que me invite le digo que sí.
del bar. Se acodan en la barra o se sientan a una mesa y estiran su tiempo hasta que no les queda otra.
He vuelto a retomar las manualidades. Siempre me gustó tejer, pero como tenía que cuidar de Uli y de Telmo no me quedaba tiempo para nada. Tenía un chal de lana verde que llevaba empezado siglos. Nunca podía terminarlo, lo iba dejando para cuando tuviera tiempo. Ahora he deci -
Han pasado ya tres años desde que Uli desapareció. El negocio de los chales va viento en popa y hasta he tenido que buscar ayuda para tejer más. Sigo en el bar, me lo paso bien. Tengo muchos pretendientes, como yo les llamo, pero… es o, solo pretenden. Salgo con ellos, me divierto, un poquito de sexo y ¡hale!, para su casa.
Ahora soy otra, más fuerte, más feliz. Ahora sí que soy la auténtica Penilein.
SANZ LOBO, natural de Segovia, es la creadora del blog de Literatura Infantil y Juvenil “Leer el mundo” (www.leerelmundo.blogspot.com).
MARGARITA
En octubre de 2020 expuso el proyecto multidisciplinar “Vencer al olvido” (“Galerías VIII”, La Cárcel_ Segovia Centro de Creación), en el que rescata la figura de su abuela, Dolores Saudiel, una de las primeras mujeres farmacéuticas en España y estudiante en la Residencia de Señoritas.
En 2021 participó en la antología Relatos nada clásicos de editorial Ménades. En junio de 2022 publicó el relato “La cita” en la revista International Poetry Review de la Universidad de North Carolina (Estados Unidos). Es socia de AMEIS.
Prosa y poesía para el
El relato de Caperucita Roja desde la perspectiva de un lobo, ya anciano, fiero ni tan carnívoro como lo pintaron, del lobito abandonado que Manuela papel de “malo”. Es la prosa en esta entrega de Creadoras. La poesía dolor de la montaña que se ve atravesada por un túnel. Un cuento y dos
EL LOBO Y LA NIÑA
La casa de la abuela estaba en el bosque y yo era, por aquel entonces, un pequeño lobo hambriento. Las cosas no sucedieron exactamente como se cuentan, pero no me he quejado antes porque la mala fama, cuando se vive en lo alto del monte, es algo que se agradece. Te facilita mucho la vida no dar explicaciones a nadie y que todos se aparten de tu camino y te dejen libre.
Han pasado muchos años y mi pelaje ya no se camufla con los grises de los árboles, tan solo la nieve parece disimularme. Soy viejo, qué carajo, esa es la realidad y aunque no busque alcanzar el grado de venerable, no deseo irme al más allá con esta mala aura en torno a mí. Es más, me gustaría que los habitantes del pueblo, ahora que son tan pocos, honrasen mi memoria y me hiciesen un hueco entre los suyos. Después de todo, gracias a mí, la pequeña –que ahora ya tiene vástagos– el cazador, y la desaparecida abuela, han sido conocidos en todas partes, a pesar de vivir toda su vida en una aldea perdida entre las montañas.
Sea como fuere, y decidan lo que decidan hacer con mi testimonio, yo dejaré esta carta sellada ante notario y el día en que la humanidad esté lista para cambiar sus convicciones al respecto, alguien la encontrará y se decidirá a compartir su contenido y entonces, ese día, desde el cielo de los lobos buenos, yo me sentiré recompensado de todos los agravios. Como dije, yo no era más que un pequeño lobito hambriento, que había quedado abandonado. Aquejado de un mal que mis congéneres no supieron identificar, creyén dome muerto me dejaron a mi suerte en medio del bosque, cuando decidieron partir a tierras más cálidas. Poco a poco, fui despertando a la nueva realidad que me envolvía y fue entonces cuando decidí hacerme vegetariano. La casa de la abuela, en medio de mi desolación, fue como un hogar en el que reponerme. En su huerta crecían coles, acelgas, zanahorias, re molachas, rábanos y toda clase de hortalizas. La anciana era sabia y mantenía su huerto a salvo de la intemperie en invierno merced a un invernadero de su propia invención. Como buen lobito, yo conocía la forma de conse
MANUELA VICENTE FERNÁNDEZ
guir provisiones sin alterarla demasiado, de hecho tenía la certeza de que ella contaba con mis necesidades, pues no se explica de otra forma la puertecita disimulada en una esquina del plástico y hecha a medida para que yo pasara. Mis sospechas se confirmaron al coincidir en varias ocasiones los dos a la par en dar cuenta de las verduras, y ver que ella, lejos de enfadarse, hacía la vista larga. No así su nieta, la irascible niña de la caperucha roja que, tras saber de mi existencia, urdió un plan en mi contra y, poco a poco, celosa de la atención que la abuela me dispensaba, fue poniendo trampas en mi camino para desprestigiarme. Unas veces dejaba un tarro de miel en la vereda que yo, incauto, tomaba como una limosna caritativa. Otras, me dejaba unos panecillos o, incluso, una botella de leche. No me di cuenta de que, a mis lomos, me acusaba de robarle las viandas a mi vieja amiga. La vil muchacha fue extendiendo por el contorno innumerables calumnias sobre mí y la difamación llegó al máximo el día en el que caí en su trampa definitiva. Había sido tan duro aquel invierno y mis carnes contenían tan poca grasa que la abuela comenzó a dejarme ropa en el invernadero para que me abrigase y, conforme avanzaba el frío, no tardó en ofrecerme una habitación con su mullida cama para pasar la noche. Sabedora de este ofrecimiento, la malvada niña tejió un plan para atraparme. Una mañana especialmente helada, convenció a la anciana para que saliese fuera de la casa, invitándola a ver cómo lucía el pino de navidad que acababa de adornar junto a las cancelas, y entonces, después de avisar al cazador que estaba apostado detrás de la casa, entró en mi habitación y comenzó como una loca, casi sin darme tiempo a salir de la cama. Por suerte, el camisón de cola que mi anciana amiga me había prestado hizo resbalar al cazador, que cayó enredado sobre el mismo cuando me lo quité, haciendo que su puntería fallara.
Lo demás, amigos míos, es un cuento que, de tanto contarlo generación tras generación, ha conseguido colgarme el sambenito de la mala fama.
Cuento publicado con el colectivo literario ‘Valencia Escribe’ en el libro ‘Cuentos de las estaciones’ (marzo, 2018) Manuela Vicente Fernández
(Viana do Bolo-Ourense, 1970). Escribe poesía, narrativa, relato corto y microrrelato. Su obra ha sido premiada en varios concursos literarios y ha publicado relatos, poemas o ensayos en libros colectivos como Valencia Escribe, El Callejón de las Once Esquinas (Zaragoza) o el boletín literario Papenfuss. Socia de AMEIS y de REM (Red de Escritoras de Minificción). También forma parte de la Asociación de Escritores Solidarios Cinco Palabras, y dirige un blog colaborativo de literatura femenina actual Nosotras, que escribimos.
el comienzo de curso
anciano, trae a estas páginas un cuento diferente, reivindicativo de quien no ha sido ni tan Manuela Vicente Fernández recoge y reubica en una historia en la que siempre tuvo el llega con Belén García Nieto y sus versos, que acercan al lector el olor de la lluvia y el dos poemas para arrancar tras la pausa estival.
DEBO DARME PRISA
Debo darme prisa si quiero alcanzar el balanceo de las gotas de lluvia sobre la hierba, cómo cambian los colores de la tierra, cómo las lamen los animales.
Los granos resisten en las hojas, el verde parece más verde y el denso paisaje se alza derribando lindes.
Debo darme prisa si quiero alcanzar el olor de la corteza mojada de los árboles, cómo rompen los milímetros de agua caídos sobre mi cuerpo, cómo beben las grietas del estómago.
Avanzan las flores, crecen de entre las piedras arrancándose el miedo de la dureza.
Debo darme prisa si quiero alcanzar el sonido de la lluvia chocando contra el suelo. Rebota como chispas, como una descarga de oxígeno.
Moja la tarde con el mismo empeño con que humedece el perfil de las montañas contra el cielo.
Debo darme prisa si quiero alcanzar los fragmentos de nubes que nos prolongan antes de que desaparezcan y ya no quede ninguna de sus formas sobre nuestras cabezas.
SUBTERRÁNEO
Nadie preguntó a la montaña antes de ser perforada. Nadie le preguntó si podían traspasar la roca hasta lo más profundo de su dureza.
Entraron con máquinas taladradoras gigantes y excavaron con explosivos hasta la garganta.
Nadie le preguntó si quería acoger un túnel kilométrico de hormigón.
A ella, que sólo conoce las sombras que ofrecen las nubes, nadie le preguntó si quería albergar la noche más larga para siempre.
Nadie le preguntó a la montaña, y permanece erguida.
A cientos de kilómetros alcanzo su elevada altura, se ven desde el horizonte, como filas de hormigas, hilos de sangre deslizándose por la ladera.
Desde aquí, reconozco la herida.
BELÉN GARCÍA NIETO, “mujer, programadora, madre y activista por el derecho a la vivienda”, nació en Sevilla en el año 1982, y desde los nueve años ha vivido en Segovia y en Madrid. {código && palabras}, todo es medio para escribir poesía, señala. Algunos de sus poemas han sido analizados por Encarna Alonso Valero en su estudio “Aproximación a la poesía escrita en lenguajes de programación (sobre Belén García Nieto)”. Otros han sido seleccionados para la antología “Insumisas. Poesía crítica contemporánea de mujeres” (Ed. Baile del Sol). He impartido diversos talleres de poesía código en Universidades, Centros Culturales y Centros Sociales.
INSUMISIÓN
Delante del espejo se cepilla el pelo muy despacio mientras acaricia cada mechón. Puede oír los ruidos del puerto, las sirenas de barcos que llegan, el aviso de los que zarpan. Ha de darse prisa, dentro de poco saldrá el suyo. Coge unas tijeras. Empieza por la derecha, primero solo las puntas, despacio, con miedo. Poco a poco se anima, corta más y más, hasta que acaba en algo rápido, rabia, furia, nervio, llanto. Trasquilones, vista borrosa, ahora parece un hombre: corazón de hombre, cuerpo y cerebro de mujer. Una identidad falsa y una vida que comienza. Que deja atrás otra, en la noche, escondida en caminos hasta la ocasión propicia. Será un hombre, al menos hasta su nuevo destino, hasta que esté lejos, donde la sombra no llegue. Todo antes de aceptar el compromiso pactado de un marido. No está hecha su costilla para eso. No siente remordimientos. Le han empujado a hacerlo y está decidida a labrar su propio destino.
El tiempo acecha. Ha de darse prisa. Vuelve a oír las sirenas de los barcos en el puerto. Se quita el vestido, las enaguas, el corpiño. Sobre la cama, la ropa de su nueva identidad. La tela blanca, apretando bien el pecho para que no se note. Un pantalón ancho sujeto con una cuerda, con el blusón no se marcan las caderas y las manos pueden ser las de un zagal. Cuando finaliza, vuelve a mirarse en el espejo y no se reconoce. ¿Hasta cuándo durará todo esto?
Carmen PeireEn memoria de
SIN HUELLAS
(Masha Amini, In memoriam)
Si me dejaran al borde de un camino, si abandonaran mi cuerpo en la cuneta, si permitiera el mundo que se ahogara mi voz, que se acallaran mis gritos, aún sin estar muerta, quiero dejar en tu vida occidental acomodada las imágenes de los primeros días, y los silencios de las últimas noches, la franqueza de las sonrisas limpias, y la crudeza de los enfados sin respuesta.
No quiero que olvides ni mi voz, ni mis caricias. Linajes antes de mí dieron la vida, yo te di mi amor sin pedirte las vueltas; y, aun así, y a sabiendas de que el mundo gira, yo fijé mi rumbo en guiarte en la senda, en cogerte la mano, en dejar que cayeras, en permitirte errores, en fijar bien tus huellas.
Si eso no te sirvió para tomar conciencia: naciste de mí, y es fémina la tierra.
Tú, serás semilla, sembrarás en grietas, regarás canales, recogerás cosechas; pero…, ¿habrás cosechado promesas que nunca se cumplen?, ¿o habrás fermentado caricias eternas?
Sea como fuere, no te olvides, nunca, que siempre recoges aquello que siembras.
CARMEN PEIRE (Caracas, Venezuela). Escritora, profesora de talleres de escritura creativa, editora y crítica literaria. Presidenta de AMEIS (Asociación de Mujeres Escritoras e Ilustradoras). Tiene publicados tres libros de cuentos: Principio de incertidumbre, Horizonte de sucesos (ambos en Cuadernos del Vigía) y Cuestión de tiempo (Menoscuarto).
También la novela En el año de Electra (Evohé ediciones). Ha llevado a cabo diversas ediciones de la obra de Max Aub: Juego de Cartas, Manuscrito Cuervo, Luis Buñuel, novela, así como antologías: Esas que también soy yo, (mujeres que cuentan), La habitación prohibida y Las cerezas también sangran, las dos últimas de jóvenes narradores.
Con la Asociación de Mujeres Escritoras e Ilustradoras, AMEIS, dedicamos en Irán por llevar mal puesto el hijab, así como a la revuelta que las mujeres hasta que lo seamos todas”.
de Masha Amini
dedicamos estas páginas de Carta Local a la memoria de Masha Amini, la mujer asesinada mujeres iraníes están llevando contra el régimen actual de su país. “No seremos libres
Mirar a otro lado borrará mis huellas, pero, en tu memoria, mi impronta de mártir se grabará inquieta.
Hombres como tú, sabios con conciencia, labriegos del alma, sin color político, con, o sin, creencias, sí hablarán por mí, sí me harán defensa, y se hará justicia con ojos sin vendas.
LOLA SONBLANCO, seudónimo
con el que escribe y la define por completo, nace en Madrid (1967) y se licencia en Ciencias Biológicas (especializándose en zoología). Recibe el tercer premio de la II Convocatoria literaria de “Santiago El Verde” con el relato “El turista de la noche”. Con su cuento “El botón de un agujero” gana el primer premio del I Certamen de cuentos Bieneducadores. En junio de 2021 publica su cuento infantil “Truja, Cruja y Maruja, y algunos cuentos de brujas”. Sus poemas: “Epitafio”, “Mi Higuera” y “Donde las estaciones y mis recuerdos” forman parte de varias antologías.
MUJERES IMANTADAS
Las mujeres imantadas caminan con un gran peso a sus espaldas, montañas, océanos, aves rinocerontes…. todos los días el universo perezoso asciende hasta sus hombros y allí se queda adormilado como un pequeño pájaro.
Pero a veces el excesivo peso de la carga hace que estas mujeres, exhaustas, violentamente, froten su cuerpo al modo de los osos, contra las esquinas, los troncos, o los acantilados para aliviar su fatiga y es entonces, cuando caen dispersadas todas las cosas, mezcladas sus identidades, ya nada encuentra su lugar, y todo es un agitado tumulto de geografías extrañas y cielos desubicados en la oscuridad del inmenso vacío que hace una y otra vez posible el comienzo del mundo.
Vuestros cabellos libres mujeres de Irán, son un nido de esperanza para la Humanidad
Julia Otxoa“Confesiones de una mosca“-Ed.Menoscuarto, 2015
JULIA OTXOA (San Sebastián, 1953) www.juliaotxoa.net, escritora y artista visual, su obra, con más de treinta títulos publicados en poesía, narrativa y narrativa infantil ha sido traducida a varios idiomas e incluida en diferentes antologías de poesía, microrrelato, y poesía visual de España y América. Entre sus libros de relatos, “Kískili-Káskala”; “Un león en la cocina”;” Variaciones sobre un cuadro de Paul Klee”; “Un extraño envío”; “Un lugar en el parque”; “Escena de familia con fantasma”; “Confesiones de una mosca” y “Tos de perro”. También es autora de los poemarios “Luz del aire”, en colaboración con el escultor Ricardo Ugarte; “Centauro”; “La Nieve en los manzanos”; “Al Calor de un Lapiz”; “Gunten Café”; “Taxus baccata” (con dibujos de Ricardo Ugarte); “La lentitud de la luz”;” Jardín de arena” y “Resurrección
Prosa y poesía cuando se
Ante un invierno que ya se avista junto al adiós al otoño que casi no ha sido, Gómez Esteban y la poesía de Sonia Aldama, el relato de volar y transportarse en y desde la punta de los pies, y la musicalidad de dos poemas que suenan
LA FELICIDAD ESTÁ EN LA PUNTA DE LOS PIES
Montreal es de plata en primavera. Disfruto del aire gélido y de ver a la gente enfundada en ropas gruesas para protegerse del frío. Las calles están llenas a pesar de la temperatura. Sin ser bella, tiene un algo cálido que la hace habitable. Hay cafés, pequeños comercios y tiene un cierto aire provinciano. Mi casa es chiquita, de estilo francés. Todo recuerda a la lejana Europa que hace tiempo dejé.
Sacudo las botas llenas de nieve en el felpudo de la entrada y las dejo a un lado de la puerta. Me despojo de las capas de ropa hasta quedar solo con unas mallas y una camiseta. Necesito mover las piernas y calentar los músculos, aún adormecidos. Bailar.
El cuarto donde ensayo es grande y luminoso. Desde el mirador puedo ver que apenas quedan montoncitos de nieve bajo los árboles. Soy feliz en esta ciudad libre de prejuicios, aunque añoro la calidez mediterránea de La Valeta.
Bajaba a la playa descalza y casi desnuda. Quería ser bailarina. Hacer lo que yo quisiera, pero solo tenía seis
PILAR GÓMEZ ESTEBAN
años. Mi padre opinaba que las bailarinas eran malas mujeres que vendían su cuerpo al público. Él era un alambre de espinos. Por las noches lloraba porque me daba miedo no poder volar como las gaviotas.
Selecciono la Polonesa Heroica de Chopin. Es mágico iniciar mi ensayo al ritmo de esta pieza ardiente. Empiezo a moverme poco a poco, siguiendo los compases. Mi cuerpo es uno con la melodía; cierro los ojos. Los sonidos hacen lo que quieren. Me secuestran. Mi cuerpo vuela a otra parte. Cruzo tierras y océanos igual que un pájaro diminuto y fuerte. Contemplo paisajes donde el horizonte está más allá que la tierra misma.
Bailo entre praderas protegidas por montañas y mis saltos cada vez son más amplios y mis giros abarcan más espacio. Mi cintura se curva hasta ver un cielo mucho más extenso que nunca y giro y giro y giro y mis brazos, cada vez más grandes, aletean en un compás que abraza la música, que la siente en cada milímetro de piel, que me inunda, me hace libre y esclava al mismo tiempo del sonido que vibra
en el centro mismo de mi corazón. No siento el cuerpo, la melodía y yo somos una misma cosa. Bailo, giro; me estremezco hasta el delirio.
Mi padre siempre fue más militar que padre, más jefe de tropas que marido amante de mi madre. Ella fue una jovencita apasionada que creyó que aquel militar la llevaría a los desiertos para acompañarlo en batallas y, al final, le cambió los sueños por una casa con vistas a la bahía de La Valeta. He tenido suerte, dijo siempre; te tengo a ti.
Viví mi niñez con ese destello de fortuna y después me abandonó en esos años revueltos: la adolescencia llena de amores escondidos, fugas y riñas. Empecé a pensar si valía la pena seguir viviendo esa vida enjaulada en una isla de tres al cuarto. Quería vivir en un país grande en el que pudiera dedicarme a la danza. Mi padre me observaba con cara de militar que riñe a su tropa si no cumple sus órdenes. Pero yo no era su tropa. Quise escapar de aquel reducto sombrío para volar…
( Ciudad de México, México). Con un padre gallego y una madre malagueña, nació en la Ciudad de México. Fue coordinadora en la Universidad Popular de Colmenar Viejo y en la de Torrejón de Ardoz, fue librera durante quince años y trabajó durante veinte en el taller de escritura creativa de Clara Obligado. Sus cuentos están en varias antologías, como por ejemplo “Por favor, sea breve” y “Esas que también soy yo”.
se acerca el fnal del año
sido, las Creadoras de AMEIS llegan a Carta Local con dos propuestas: la prosa de Pilar transportarse al mundo de la plenitud que la danza otorga a la bailarina que siente la felicidad suenan a reinvención y a melancolía por lo vivido. Es la propuesta de esta edición…
bravecida que los hacía moverse y voy regresando a mi ser, al cuarto luminoso, a la casa en el barrio de Autremont. La melodía termina, jadeo. Me apoyo en la pared y miro de nuevo el paisaje por la ventana. Mi pecho sube y baja y el corazón avisa que está ahí. Los árboles están desnudos, pidiendo a gritos un vestido con que tapar sus cuerpos.
Fue una época tosca. Lloré y desesperé. ¿Me encontraré algún día conmigo misma?, pensaba. No maduré con un deslizar paulatino hacia una forma de ser más armoniosa; más bien fue el chocar del martillo contra el mármol. Tuvo que surgir la estatua de lo duro, seco y violento hasta convertirse en algo que valiera la pena.
A veces me altera el futuro.
Sé que encontraré alguien que vibre con lo mismo que vibro yo y que juntos construiremos un espectáculo vital. ¿Espectáculo? ¿Por qué ha surgido esta palabra de repente? Nunca tuve en cuenta esta posibilidad con tal fuerza. Espectáculo. Habrá danza y circo, fuegos artificiales y aviones que volarán los cielos, inundándolos de colores desconocidos. Habrá flores que nacerán solas y niños que podrán crecer a la vista de todo el mundo.
SONIA ALDAMA MUÑOZ.
La música protagonizará la esencia de la función y yo bailaré al ritmo que ella indique. Árboles rodearán el escenario y la orquesta flotará en una nube para que nadie la estorbe y, en el momento cumbre, miles de princesas vestidas de oro saldrán a la pista con cien velos en sus manos y los agitarán para que se estremezcan los corazones de los espectadores.
Ambos reiremos y nuestra risa rebosará los espacios e inundará la ciudad, el país y traspasará las fronteras. Gritaré a todo el que quiera oír que la felicidad está en la punta de los pies y en la boquilla de una flauta y nadie podrá rebatírmelo porque estarán extasiados mirando cómo vuela un pájaro multicolor.
Y mientras todo esto sucede, sé quién soy y que en esta carne de mujer radica mi ventura. Danzaré. Escucharé música, asistiré a todos los espectáculos que pueda y no cesaré de repetir cada día que mi futuro me pertenece. Una descendiente de piratas malteses no se rendirá nunca ante la vida y la abordará igual que mis antepasados hacían suyos los tesoros de los buques que situaban en su punto de mira.
SAUDADE
Reivindicarte, como si fuera este amor, pancarta de girasoles en sílabas, madrugada sin solsticio oel surco que galopa y grita saudade. Eres hambruna ambiciosa, caléndula guirnalda dormida sobre un lienzo. Reivindicarte, alborotada, en esta insolente orgía de orquídeas y de luz. Eres luciérnaga esquiva, telar construido sobre éxodo de mirlos que niegan su sed sobre el aljibe de tu boca.
Es politóloga. Máster en creación literaria. Profesora de narrativa y poesía. Ha publicado tres libros de poemas y sus relatos aparecen en varias antologías. Algunos de sus poemas se han traducido al portugués y al inglés.
Relatos de
Las creadoras de AMEIS, Carmen Huici y María Villa, han sido ganadoras Navidad” precisamente con los textos que firman en esta ocasión. Carmen acordes del concierto de Año Nuevo retransmitido desde Viena. María marca paralelismo con la temporalidad de la propia vida, con el estar
EL ÚLTIMO VALS
Iba a tener razón su terapeuta. El escribir relatos anti-navideños parecía haberle drenado el espíritu, pensó mientras apagaba el ordenador y se dirigía a la ducha. Algo después estaba en la calle sintiendo el frío estimulante bajo el radiante sol del diciembre madrileño. Parecía haber conjurado la especie de gripe mental que le solía aquejar hacia el día 20 y podía durarle hasta entrado enero. Incluso se veía con energía para encargar un capón, comprar turrones y hasta un muérdago de plástico en un c hino. De pronto recuperó el recuerdo como quien encuentra algo valioso en una caja llena de adornos sin valor. El último vals con ella en la Navidad de hacía dos años. Curiosamente, casi sin poder andar tras la operación de cadera, era capaz de bailar. Así, a los acordes del concierto de año nuevo vienés, emprendieron un vals, en realidad el último de su vida, en su salón iluminado y ante la curiosa mirada de sus gatos.
Carmen HuiciCARMEN HUICI, nacida en Madrid en 1945, es Catedrática de Psicología Social en la UNED, hoy colaboradora honorífica de esa universidad. Entre sus trabajos literarios está el libro de relatos de ficción de viajes “El Sur del N o rte”. Recibió el segundo premio del XI Concurso Internacional de Relatos “Dónde está la Navidad” con “El último vals”. En actualidad prepara dos libros de relatos “Madrid: ciudad abierta” y “Minúsculos amados, viejos enamorados”.
de Navidad
ganadoras de sendas ediciones del Concurso Internacional de Relatos “Dónde está la Carmen Huici transporta con su relato a la melancolía de un último baile, un vals, a los María Villa sitúa al lector en una residencia en la que la temporalidad de una estancia estar de paso. Son los relatos de unas fiestas que ya están aquí.
Volvió a mirar el mapa del metro y contó las estaciones que faltaban para llegar. Un nuevo trabajo en una Residencia a las afueras de la ciudad. Había trabajado en el Hospital más de quince años y tocaba hacer un cambio. La locución en el metro le indicó que había llegado. Subió las escaleras y con paso firme se dirigió a la salida.
Llegó a la puerta de la Residencia, le esperaba la directora, Ana, una chica joven, pelo rubio, recogido en una coleta, iba vestida con un traje negro y camisa blanca. Nada más verlo, le dio dos besos.
-Por fin estás aquí -dijo aliviada-. Ven, te enseñaré las instalaciones.
Ana le enseñó las zonas comunes de la residencia: jardines, comedor, piscina, habitaciones de los usuarios y baños.
- ¿Qué te parece nuestro pequeño paraíso? -dijo Ana.
- No está mal, me lo enseñó Andrés el día de la entrevista.
- Es cierto- dijo Ana y sonrió.
Max la miro con ternura, le gustaba desde la Universidad.
Llegaron a una sala amplia, donde estaban sentados los residentes y el personal de enfermería, que con paciencia ayudaba a realizar los ejercicios. Max se cambió de ropa en los vestuarios. Con el pijama de trabajo recorrió la sala común para conocer a los usuarios. Nada más entrar en la habitación, se le acercó uno de los abuelitos, ayudado por un andador. Parecía volar.
- Usted es el nuevo. Soy Adrián. (el anciano se apoyó en su andador). Le vi antes con la directora. Una chica muy guapa, está divorciada. Aquí están todos muy enfermos, ya lo verá. Yo estoy de visita. Lo mío es temporal, aunque llevo ya 7 años. Continuaron la visita juntos.
consolidando. Le contaba sus aventuras de joven, cómo ligaba, y cómo esa misma táctica la utilizaba aún con las abuelas en los bailes. De repente, miró a Max muy serio.
- Hoy se han muerto tres.
- ¿Cómo sabe eso? -dijo Max. Esa información nunca se daba a los usuarios.
- Hijo, uno es viejo, y aquí se sabe cuándo vienen a buscar a los compañeros -dijo triste-. Pero yo estoy de visita, nadie me quita de comer el turrón ese que dan todas las Navidades y el Roscón del Súper. Fingen que es de la mejor confitería del pueblo.
Max no paraba de reír con las ocurrencias de Don Adrián. Cuando iba al jardín a fumarse un cigarrillo a escondidas, el abuelito, lo buscaba y le pedía una caladita.
- Un día me busca usted un bollo- decía Máx en tono divertido.
Faltaban unos cuantos días para Nochebuena, y tras librar por descanso, Max se extrañó de no ver a Don Adrián. Fue rápido al despacho de la directora y llamó a la puerta, se mesó la barba antes de entrar.
- Ana: ¿Sabes algo de Don Adrián? -preguntó.
- No te lo han dicho- dijo con tristeza-. Se ha muerto. Te dejó una carta.
Se la entregó, sus manos temblaban. Max leyó la carta que le había dejado, no pudo evitar una sonrisa. Don Adrián y sus ocurrencias. En la carta le decía que no llegaría a Navidad, total él estaba de visita. Y que no fuera tonto y se declarase a la directora. En esta vida estamos de visita, temporal.
MARÍA VILLA, nació en Jaén “un 26 de julio del 76”. Madrileña de adopción, es diplomada en Ciencias Empresariales por la Universidad Complutense y escribe poesía y relato breve. En 2016 fue la ganadora del XII Concurso Internacional de Relatos “Dónde está la Navidad” y ha publicado en la antología “Esas que también soy yo”, de la editorial Menades, en 2019
EL CAMINO DEL CIELO
Cuando se abrieron las puertas del ascensor, él estaba allí: muerto.
Me dio un susto de espanto. Durante unos instantes creí que se trataba de una de sus bromas. Pero no se movía, ni parecía respirar. Con la punta del zapato le di un suave golpecito en el pie derecho. No se inmutó. Esa quietud hizo que me atreviera a aproximarme unos centímetros más. Le volví a dar otra patadita. Nada. Inmovilidad absoluta.
Estaba muerto, no cabía ninguna duda. Estaba muerto, tirado en el suelo del ascensor de una forma absurda, tal como la muerte lo había dejado caer, como si se hubiera resbalado hasta el suelo lentamente para no hacerse daño. El cuerpo estaba doblado hacia la izquierda, en posición gimnástica. Los brazos apoyados en el linóleo del ascensor, dando la impresión de que se hubiera querido sujetar antes de la caída. La cabeza la mantenía ladeada hacia el otro lado, relajada, definitivamente resignada ante lo inevitable y los ojos abiertos, espantados. El susto de verlo allí me mantuvo indecisa el tiempo suficiente como para que las puertas del ascensor empezaran a cerrarse. Pensé que alguien lo había llamado. Del susto pasé a la turbación, ¿qué hacía con él? ¿Lo sacaba del ascensor? ¿Llamaba a una ambulancia? ¿A los bomberos? ¿A la policía? Todo pasó en décimas de segundo. De la turbación pasé al miedo, y debió ser eso lo que me impulsó a oprimir el botón del ascensor para evitar que alguien me lo robara. Respiré con alivio cuando las puertas se abrieron de par en par. Él apareció de nuevo. No se había movido, por supuesto. Entonces puse una pierna ante la célula fotoeléctrica. De esa forma, mientras pensaba, las puertas permanecerían abiertas y él estaría allí conmigo, a mi vista. Lo contemplé. Lo contemplé como a alguien cercano pero lejano en el tiempo, en el recuerdo y
El relato y los
en los sentimientos, como a uno de los muchos muertos que contemplamos a diario en la televisión, con esa frialdad a la que obliga la costumbre. Ni siquiera me molestó que tuviera los ojos abiertos, ni pensé que me pudiera estar observando desde el otro lado del abismo que nos separaba.
Si de la sorpresa había pasado a la turbación y después al miedo, ahora mis sentimientos fluctuaban de aquí a la alegría, de la alegría al pánico y del pánico a la sonrisa. El absurdo punto de inflexión entre la vida y la muerte me produjo ganas de reír. Y me salió una carcajada nerviosa que se apagó enseguida. Él seguía allí, en el suelo del ascensor, con el cuerpo descoyuntado, ajeno a mis vacilaciones y cambios de carácter. El cuerpo duplicado en el espejo, a su espalda, como dos siameses imposibles. Yo, mientras, con la pierna doblada en el marco de la puerta, frustrando el efecto electrónico de la célula. Lo miré con detenimiento. Tenía la camisa arrugada, con lo que me había costado plancharla. Por lo demás, nada parecía denotar que hubiera sufrido una muerte repentina. ¿Le habría dado un infarto? Lo más probable.
Y volví a reír. Tantos años deseando que eso sucediera, largos años de darle vueltas a esa idea y meditando al mismo tiempo qué haría yo si eso pasara y ahora, de improviso, la situación caía en mis manos y me daba un ataque de risa.
Por el hueco del ascensor escuché una voz enfadada que lo reclamaba.
Deslicé la pierna hacía atrás con suavidad. La célula fotoeléctrica emitió un débil destello. La luz roja del botón de llamada se encendió y observé con una sensación de liberación cómo las puertas se cerraban y mis problemas desaparecían de camino al cielo.
ELENA CASERO, (Valencia, 1954) es Técnico de Empresas Turísticas. Jubilada. Ha publicado las novelas Tango sin memoria, Demasiado Tarde, Tribulaciones de un sicario, Donde nunca pasa nada y Las óperas perdidas de Francesca Scotto. El libro de relatos Discordancias y el de microrrelatos Luna de Perigeo. Sus microrrelatos han sido publicados en varias antologías.
Las creadoras de AMEIS llegan al primer número de 2023 con un relato en el vehículo que metafóricamente conduce al cielo a quién ha fallecido que recrean tres poemas.
los poemas
XIII
En un prado donde las flores silvestres desprenden silencio, un caballo cojo viene renqueando hacia mí, mis ojos ya casi glaucos intuyen que su mirada ansía piedad, piedad que no puedo darle, escondo mi cobardía entre pensamientos enredados en tallos de crisantemos, el caballo cojo se aleja, todo ha sucedido entre él y yo, y ese todo convertido en nada me va separando de la sombra luminosa que sostiene mi cuerpo erosionado por la apatía y el desencanto.
“PACIFICO DEL SUR”
PdS 5
Todo es urgente
Serenar el ruido de la cascada de hielo dulce
Es urgente
Que los listos silencien sus flautines
Es urgente
Que la moneda caiga de cara
Es urgente
Que el arce nos dé su sombra
Es urgente
Que en el zaguán los niños jueguen
Es urgente
Es todo tan urgente como que en letanía yo recuerde la tabla del siete
DE “JARDÍN DE FRAILES”
Pensarte de lejos duda y tiempo
Sugerencia ese lejos esa duda Y ese tiempo
Roza el miedo cercanía
certeza finitud
A la grupa del caballo grave herida
colorines en el aire lamparita que se apaga
En amanecida, Duda y Tiempo
CARMEN VEGA, (Pinos Puente, Granada 1953). El cine como pasión y profesión durante 40 años. Ahora, EL POEMA: necesidad de contar y contarme, búsqueda, memoria (sucedió o no), palabras enredando el pensamiento. La poesía como trayecto de vida.
relato y tres poemas, un principio de año en el que sus textos convierten un ascensor fallecido de forma repentina, o que transportan al lector a los lugares y estados de ánimo
Viaje a vidas
Ana Grandal es la creadora que trae a esta edición tres relatos de tres su espacio de vida, de evocación o de liberación de ataduras sociales son la vista evocadora de una mujer cuyo dolor se mueve entre el duelo de Ariadna hacia sí misma. Son tres vidas, tres momentos y tres lugares
LA NIÑA SALVAJE
La encontraron los cazadores en el bosque, agazapada detrás de una mata de rosal silvestre. Enseguida llegaron especialistas de la ciudad, expertos en idiomas y comunicación, dispuestos a enseñar a hablar a aquella chiquilla. No hizo falta: ella ya poseía su propio lenguaje. Cuando sentía sed, de su garganta brotaba el sonido refrescante de un arroyo. Si tenía sueño, cantaba con el oscuro ulular del búho. El calor desataba en ella la letanía estridente de las chicharras, y los truenos retumbaban ominosos en su boca enfadada.
Un día, la niña amaneció lloviendo. Una lluvia mansa, melancólica y triste que nunca escampaba, mientras su mirada se perdía en el horizonte verde. Al cabo de una semana, la pequeña aprovechó el descuido de una ventana abierta para escapar. El pueblo entero salió tras la fugitiva. Ella corría y piaba como polluelo asustado caído del nido. Cuando se internó en la espesura arbórea, sus perseguidores la imitaron. La partida se detuvo para escuchar los crujidos de las ramas secas, el eco delator de sus pisadas. Pero tan solo se oía el viento, danzando libre y dichoso entre las ramas de la copa de los pinos.
Microfantabulosas
(Centro de la Cultura Popular Canaria, 2021)
PERDIDA
«Continúa la búsqueda de Ariadna G. F., desaparecida hace dos días en el macizo de Los Pedroñales mientras practicaba senderismo con su esposo. Según este, Ariadna descendió hasta un arroyo para llenar su cantimplora. Al no regresar al punto donde él la esperaba el hombre voceó su nombre, sin obtener respuesta, tras lo cual se internó en la espesura en donde no halló ningún rastro de la mujer. La intrincada orografía del macizo de Los Pedroñales, un laberinto de gargantas y valles estrechos, está dificultando las labores de detección. Tanto sus progenitores, que se han desplazado a la zona para seguir de cerca el desarrollo del rescate, como sus socios del bufete de abogados, insisten en la circunstancia de que haya sufrido un grave accidente. “Es impensable que una persona tan meticulosa, cabal y responsable en todos los aspectos de su vida haya desaparecido sin dejar huella”, corrobora el marido».
Ariadna grita hasta desgañitarse desde el fondo de un profundo barranco. Comprueba sus provisiones: calcula que le llegarán para unos tres días más. El sol le ha dejado su marca en la piel. Se toca los brazos morenos y se tumba bajo la sombra fresca de un chopo. Allí no alcanza la cobertura del móvil, y aunque fuera así, hace tiempo que se le ha acabado la batería. No soporta pensar en su situación. No soporta anticipar que, en un par de jornadas, tendrá que bajar del monte y volver a ajustarse su máscara de esposa perfecta, hija abnegada y trabajadora ejemplar. El animal salvaje que se agazapa en su interior le impulsa a aullar de nuevo. Esta noche contemplará las estrellas: eso es lo único que le importa ahora.
y naturalezas
mujeres, una niña y dos adultas; las tres, en diferentes formas, tienen en la naturaleza y personales. El bosque es el medio del que la niña forma parte; el cielo y las estrellas duelo y el despecho de la decepción; y la profundidad de un barranco es el lugar de huida lugares a los que transporta la lectura de estos relatos.
MENSAJE DE LAS ESTRELLAS
No hace falta que nadie me lo diga, que ya me lo digo yo: soy tonta. Hoy es tres de agosto, son las diez en punto de la noche, y es el octavo año en que una botella de cava descansa sobre la mesa del porche de esta maravillosa casa rural, esperando ser abierta para escanciar un brindis de celebración.
Solo que, en esta ocasión, nadie me acompaña. Podría decir en mi descargo que ya teníamos cerrada la reserva desde el verano pasado o que un par de días de aire puro en plena naturaleza son, para mí, un placer irrenunciable. Pero para qué engañarse. Ha sido la nostalgia lo que me ha traído de vuelta, la misma que ahora empaña mi mirada cuando la dirijo al cielo en busca de nuestra estrella. Nuestra estrella. Como enamorados bobos que éramos, decidimos escoger para nosotros uno de estos cuerpos celestes, la primera noche que pasamos aquí, en romántica metáfora de nuestro amor. En la noche estival brilla nítida la constelación de la Lira. Vega, su estrella principal, refulge con fuerza, pero no quisimos otorgarle más poderío de el
que ya tiene, así que nos decantamos por Kappa Lyrae, una motita de luz valiente que solo es posible contemplar en atmósferas límpidas como la de esta sierra.
Pero, por más que fuerzo la vista, mi pequeño astro no aparece. Me enjugo las lágrimas y lo vuelvo a intentar. Imposible, mis ojos siguen inundándose de agua salada. Y, de pronto, ese empecinado mutismo sideral me hace comprender todo lo que este sufrimiento tan inútil me está impidiendo disfrutar.
Descorcho la botella, lleno una de las dos copas altas y me ofrezco un trago a mi salud. Y me prometo a mí misma que el año que viene me hermanaré con otra estrella, la que yo elija. Estoy pensando en la constelación del Ave Fénix. Claro que para eso, no podré retornar aquí. No importa, siempre he querido viajar al hemisferio sur.
Antología La Lobera de Gredos (Editorial Juglar, 2019)
ANA GRANDAL (Madrid, 1969) es traductora científica freelance. Ha resultado ganadora y finalista en varios premios literarios (XXXII Premio Ana María Matute de Relato (2020), V Concurso de Relato Corto del Ayto. de Monturque (2004), entre otros) y ha sido incluida en diversas antologías (Relatos nada sexis, Esas, que también soy yo, Los pescadores de perlas y otras). En Amargord Ediciones publica la trilogía Destroyer de microrrelato (Te amo, destrúyeme (2015), Hola, te quiero, ya no, adiós (2017), Microsexo (2019)), y también coedita con Begoña Loza la compilación de relatos La vida es un bar (Vallekas) (2016). Colabora en las revistas La Charca Literaria y La Ignorancia. Toca la flauta travesera en el grupo de rock VaKa. https://anagrandal.com/
De pérdidas, duelos
Maite Núñez es la creadora de los dos relatos que llegan a Carta Local por la pérdida. Una pérdida enfrenta a Anabel con su propia muerte sufrimiento que vivirá su hija cuando ella muera, por su orfandad, por pérdida, la de la protagonista del segundo relato, que enfrenta sentimientos repentino y abrumador, de su infidelidad; duelo doble, doloroso en dos
NO TENGAS MIEDO
Su hija de cinco años le preguntó si el gato se iba a morir y ella le dijo que no y deseó no haberle mentido, porque nunca le mentía.
—No tengas miedo, cielo.
Era viernes por la tarde. Salió del veterinario cargando el gato en el trasportín. Un esfuerzo titánico para sus músculos aún contraídos por la sesión de quimio de la semana anterior.
—Pero, mamá, ¿qué le pasa al gatito?
—Cariño, está enfermo, pero se pondrá bueno. No te preocupes.
—Y tú, mamá, ¿estás bien?
—Claro, tesoro. —Acarició la cabeza de la pequeña, pensó qué le diría si el gato no mejoraba. A la noche, Anabel suministró al animal la medicación prescrita. Lo hizo con poca esperanza. El gato ignoró su plato de pienso compuesto. Parecía que dormía, pero percibió su resuello rasgando el aire como un bisturí. Por la mañana, aún en camisón, se acercó al animal. Estaba frío e
hinchado, como si aguantara la respiración. Anabel notó una punzada en el estómago, pensó en su enfermedad y envidió aquella muerte felina, sin ruido ni aspavientos. Se vistió con premura. Luego cogió la manta sobre la que había expirado el gato y lo envolvió con ella. Dudó, pero optó por enterrarlo en un rincón del jardín, a la sombra del magnolio. Cavó un agujero, deprisa y mal, tocaba uno de esos días de debilidad traidora. Luego metió allí el bulto y lo cubrió de tierra. Rezó algo parecido a un responso, una oración para el cielo de los gatos. Cuando volvió a la cocina la niña estaba allí, una ninfa descalza e inquisidora.
—¿Y el gatito?
Vaciló. Quiso decirle que el gato había muerto, que no lo vería más, pero se mordió el labio inferior, mientras se reajustaba su solidaria peluca, y contestó:
—Mejor, tesoro. Se lo ha llevado el veterinario para ponerle una vacuna. Luego, la niña le preguntó si ella se iba a mor i r y ella contestó que no y deseó no haberle mentido, porque nunca le mentía.
No tengas miedo está incluido en el libro Todo lo que ya no íbamos a necesitar, Editorial Base (Barcelona, 2017).
duelos y decisiones
Local en este número de marzo, dos historias en las que la línea argumental viene marcada muerte y le produce un dolor que, más allá del temor al final propio, es el dolor por el por sentir que tiene que mentirle para no anticipar el miedo y la pena de la niña. Y otra sentimientos confusos por la muerte repentina de su esposo y el descubrimiento, también dos frentes; y en forma de ceniza, el primer paso hacia el después.
RECICLAJE
Entras por fin en casa y cierras la puerta tras de ti. Ha sido un día largo. Se te ocurre de pronto que perder a alguien de la familia conlleva una operación de reciclaje, algo así como sacar la basura de casa, como deshacerse de lo que sobra: lo orgánico en el contenedor marrón, el plástico en el amarillo, el azul para el cartón.
Dejas la urna sobre la mesa del comedor, cualquiera la podría confundir con un jarrón, bastaría con quitarle la tapa, ponerle flores, unas rosas tal vez, es una posibilidad que te planteas, ya lo decidirás, de momento necesitas descansar, no pensar más en lo que ha sucedido, ni en el accidente, ni en la llamada, ni en la carrera al hospital. Pesa mucho el guardarte para tí que él no iba solo en el coche, haber descubierto que tu marido te engañaba. Tal vez un día conozcas al viudo de ella. Eso pasa en una película, recuerdas, mientras te pones una copa: Harrison Ford y Kristin Scott-Thomas.
Te llama tu madre, quiere saber si estás bien, está preocupada. Estoy bien, madre, le dices, pero no es cierto porque tu marido, maldito estúpido, ha muerto dos veces para tí en el mismo día. Te pregunta qué vas a hacer con las cenizas. Aún no sabes, quizás lanzarlas al mar, contestas mientras haces que brindas a su salud. También tendrás que hacer algo con su ropa, con sus cosas, menciona. Ya lo pensarás. Y vuelves a decirte: lo orgánico en el contenedor marrón, el plástico en el amarillo, el azul para el cartón.
Dejas la copa, buscas algún cigarro olvidado por los cajones; voilà, uno que ocultaste para fumártelo a escondidas en una ocasión como esta. Te sientas en el sofá y aspiras el humo con denuedo. Miras a tu alrededor, ya no quedan ceniceros en la casa. Mierda de vida sana. Miras la urna, lo dudas un instante, te levantas y la coges. Te vuelves a sentar. Abres la tapa, das una última y profunda calada al cigarro, luego lo lanzas allí dentro, no se te había ocurrido antes: jarrón, cenicero... al final hasta te resultará útil: una urna multiusos. Lo dices en voz alta, quizás logres convencerte a tí misma.
Luego te levantas para dejarla en la mesa de nuevo. Tropiezas tontamente ¿Quién ha puesto esta silla aquí en medio?, te dices. Logras esquivar la mesa, pero la urna resbala de tus manos, sale disparada, no la has tapado, qué tonta. No se rompe, es dura, menos mal, aún puede hacer de jarrón, de cenicero, pero entonces ves todo aquel barullo gris rociando el parquet, setenta y cinco kilos de cabrón adúltero esparcidos por el suelo. Recobras el equilibrio, respiras hondo. Calma, te dices. No es más que ceniza. Te preguntas si le desvistieron antes o si le dejaron la ropa. Si aún llevaba la alianza puesta, o aquel reloj tan caro.
Va a ser difícil, te dices, muy difícil, mientras vas a buscar la aspiradora. La enchufas, te remangas y suspiras; le das al start. Intentas adivinar cuánto de aquello irá al contenedor azul, qué parte al amarillo, cuánto al marrón.
Reciclaje está incluido en el libro Cosas que decidir mientras se hace la cena, Editorial Base (Barcelona, 2015).
MAITE NÚÑEZ es escritora y licenciada en Historia Moderna, cosas ambas compatibles entre sí, “aunque en algún momento abandoné la Historia por las historias, así, en plural”, asegura. Ha colaborado en diversas revistas literarias y en la redacción de textos de todo tipo, y ha recibido premios literarios, entre otros, el Premio Internacional de Relato “ Tomás Fermín de Arteta” (2007), el “Luis del Val” (2011), o el Premio de Relato Corto “Diari de Terrassa” (2014). En 2012 fue finalista del premio “Hucha de Oro”. Los relatos de estas páginas están publicados en sus libros “Cosas que decidir mientras se hace la cena” (2015) y “Todo lo que ya no íbamos a necesitar” (2017), ambos en la Editorial Base “y repletos de mujeres de todo tipo”. Maite Núñez también ha participado en diversas antologías