DESIDERE, deseo y desidia

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DESIDERE

Por Fernanda Baldelomar




Me da la impresiรณn que, como ser humano, siempre me balanceo entre dos estados, o lo quiero todo o no quiero nada.


Pero, en el proceso del primero solo ansĂ­o el segundo y en el Ăşltimo, para no morir de inercia, vuelvo siempre al primero.


En este


vaivĂŠn vivo.


Deseo tanto que la exaltación termina por drenarme, dejándome estaqueada y dudosa, aquí empieza todo. ¿Por qué siquiera deseo lo que deseo? En la levedad de mi frágil condición humana casi no caigo en cuenta que conseguir o no lo deseado culmina en el mismo evento; la inexorable muerte. Pero caigo, siempre caigo.


El deseo es la condena infinita, siempre se añora lo que se tuvo o lo que no se tiene; el ahora siempre será insuficiente, el deseo jamás estará satisfecho solo continuará alimentándose. Así que, he aquí la caída; ¿En qué me convierte regocijarme en mi propia condena?


Responder es el


l punto de no retorno.


Ya no quiero nada, pues, con la pregunta vino el hastĂ­o. Comprender el sinsentido de desear apaga el vigor en mi misma y mi alma migra al segundo estado; la desidia.


La inercia absoluta arropada en cada parte del cuerpo me mantiene quieta y reflexiva, me mantiene consciente e incapaz. Me sobra desidia y me falta ilusiรณn, hasta que me sobra demasiado, hasta que la inaniciรณn se vuelve insoportable, tanto como el deseo y me temo que debo volver a este.


Una y


otra vez.





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