Y entonces el silencio...
Tardes de verano. Una edad alejada aún de la adolescencia, en la que la fantasía nos hace construir historias con las sombras que a través de la ventana, oscurecida en parte por la persiana, se proyectan en la pared.
Alguien pasa por la calle, la silueta de su sombra se recorta sobre la pared y el sonido de las voces la acompaña.
Alguien jalea a las bestias para que tiren de un carro, cuyas ruedas chocan contra el adoquinado de la calle produciendo un sonido rudo y seco.
El carro avanza y su esqueleto alargado se proyecta a través de las rendijas de la persiana. ¿Cuál es su carga?¿A dónde se dirigen? La sombra avanza sobre la pared y se pierde en el infinito de un techo encalado.
... pronto roto por quienes andan y conversan bajo un paraguas que del sol les protege. Esfera deformada que sobre la pared se dibuja, agitándose de un lado a otro a medida que las voces se hacen más claras. Yo oigo bosque, oigo pico, oigo pala.
Una sombra en sentido contrario avanza y de pronto se detiene.
Entonces la imagen que sobre la pared se dibuja toma un aspecto inquietante que cambia de forma continuamente, mientras la voces se hacen más claras.
Saludos, risas y sombras que por la pared avanzan y de nuevo en el blanco techo desaparecen.
¿Qué será aquello que al bosque les lleva?
¿Qué tesoro el bosque oculta?
Y entonces el silencio... Nadie por la calle pasa.
El trozo de pared que la sombra de la persiana enmarca recoge la silueta del fugaz paso de una bicicleta.
Sin querer, mis párpados se entornan y sueño. Sueño con bajar a la calle, mirar a la ventana y ser yo al tiempo personaje y sombra.