MONSTRUOS PERDIDOS

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MONSTRUOS PERDIDOS Por Fernando Jorge Soto Roland*

Monstruos del cine

Por algún motivo que ignoro siempre me ha interesado conocer el destino de ciertos objetos que resultaron icónicos en mi infancia y adolescencia. Diseños que me impactaron por su forma, colorido o significado, generalmente expuestos en alguna de aquellas películas que solía ver en el Cine Avenida de Bolívar, los miércoles por la tarde, cuando salía del colegio. Con el paso del tiempo y el advenimiento de internet, algunos de esos oscuros y misteriosos destinos terminaron resueltos, siendo lejanos museos públicos y privados los depositarios de aquellas reliquias, tan excitantes a mis por entonces jóvenes pupilas. Otros, por el contrario, siguieron derroteros desconocidos, perdiéndose para siempre o resucitando inesperadamente tras décadas de ausencia. Durante un buen tiempo me pregunté en dónde estaría el glorioso tiburón mecánico del film que Steven Spielberg estrenara en 1975. Recuerdo haber ido al cine con mi madre el día del estreno y lo impactante que me resultaron sus escenas, al punto de condicionar, ese verano, mi paso por la costa bonaerense. Jamás volví a meterme al mar del modo en que lo hacía antes. La temible aleta dorsal del monstruo todavía me acompaña cada vez abandono la seguridad de la playa e introduzco mi cuerpo en las turbias aguas de Mar del Plata. La buena fortuna quiso que cuatro años más tarde viera al que supuse era el protagonista principal de Tiburón sostenido sobre dos caballetes en un recodo poco transitado de los Estudios Universal de Los Ángeles (California). Lo observé de lejos, casi de pasada, antes de que el carrito que nos transportaba con decenas de otros turistas, recorriera aquel pequeño lago artificial en el que se recreaba (de un modo bastante kitsch) una de las escenas del film, usando un escualo mecánico muy poco realista y en nada parecido a la criatura sanguinaria de la pantalla grande. De todos modos, y a pesar de la desilusión que me causara el show que acabo de mencionar, la imagen del monstruo que creí era el original —abandonado bajo el impiadoso calor de la tarde, por completo solo, ignorado, y sin que el guía hiciera referencia a él— me quedó grabada en la memoria y en alguna pésima foto (hoy extraviada) que sacara con la Kodak Fiesta que me diera mi padre. *

Profesor en Historia por la Facultad de Humanidades de la UNMdP.


2 Pero como otras tantas veces, estaba equivocado. Indagando hace muy poco por la Web, me topé con la verdadera historia y resultó ser mucho más interesante de lo que imaginaba. Todo indica que los tres distintos modelos de tiburón usados en el film fueron destruidos por orden del director, terminado el rodaje. Spielberg no estaba del todo satisfecho con ellos. Les habían traído más problemas que soluciones. De todos modos, sobrevivió uno, hecho de fibra de vidrio a partir del molde original, al que llamaron Bruce (como a los tres anteriores), planeado para ser usado como decorado de la atracción turística que visité en 1979. Es muy probable que ese tiburón haya sido el que vi desde lejos aquel día en los Universal Studios.1 Y allí debió permanecer hasta que en 1990 fue adquirido por el propietario de un predio de chatarra de Sun Valley, exhibiéndose a la intemperie por espacio de veinticinco años. Dos largas décadas echándose a perder a la vista todos, sin que su nuevo dueño, Sam Adlen, estuviera dispuesto a venderlo. Finalmente, tal vez tras la muerte del chatarrero, su hijo decidió donarlo al Museo de la Academia de Arte y Cinematografía de Hollywood, en 2016; donde hoy descansa tras ser restaurado por el especialista Greg Nicotero2 y esperando ser exhibido no bien el museo abra sus puertas tras la pandemia de covid19.3

“Bruce”, el único tiburón sobreviviente del icónico film de Steven Spielberg de 1975. Hoy recuperado —tras 25 años a la intemperie— para ser exhibido en el Museo de la Academia de Cine, en Hollywood, California.

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Véase: Cinco objetos de películas famosas encontrados en la basura. Disponible en Web: https://www.youtube.com/watch?v=cSdWOlL2NU8 2 Greg Nicotero. Disponible en Web: https://en.wikipedia.org/wiki/Greg_Nicotero 3 Véase: Tiburón vuelve a morder. Disponible en Web: https://www.kpbs.org/news/2019/aug/09/jaws-shark-gets-his-biteback-a-love-story/


3 Cada objeto tiene su historia. Son fuentes invaluables de información. Los arqueólogos son muy conscientes de ello, especialmente cuando se trata de restos que tienen siglos de antigüedad y se los puede estudiar en su adecuado contexto arqueológico. Pero nosotros no nos iremos tan lejos en el tiempo, ni nos detendremos en ese tipo de fuentes materiales, sino en aquellas que, dentro de la jerga cinematográfica, se denominan “props”, es decir objetos fabricados especialmente para los filmes que, en escenas memorables, se convierten en protagonistas icónicos de la historia del cine. Las películas nos han marcado mucho más de lo que estamos dispuestos a admitir. Han influido en la elección profesional de millones de personas; por no hablar de su influencia en el imaginario colectivo de todo el siglo XX. ¿Qué sería de la mitología ovni sin películas como Encuentros Cercanos del Tercer Tipo, ET o, yéndonos más atrás en el tiempo, las maravillosas producciones de la década de 1950 (El Día que Paralizaron la Tierra de 1950 o La Tierra contra los Platillos Volantes de 1956)? Hay que recocerlo: mucha de la utilería cinematográfica sobrepasó la pantalla, desfigurando la delgada línea que separa la fantasía de la realidad. Sus props siguen enquistados en nuestros recuerdos, a pesar del tiempo transcurrido y del desconocido destino que muchos de ellos siguieron. No cabe la menor duda de que los filmes famosos (tanto de cine como de televisión) dejaron una fuerte impronta en la manera de concebir el mundo; amén de enseñarnos a reconocer, con sólo verlos, los distintos géneros cinematográficos que jalonan el devenir del séptimo arte.

Carteleras de filmes famosos e influyentes en el imaginario social

Otro de los monstruos de la pantalla grande que marcó parte de mi pubertad —y que pasó para muchos desapercibido— fue, en la lejana década de los ‘70, un inmenso búfalo blanco, construido por el genio creativo de Carlo Rambaldi para el film homónimo. Producida por Dino De Laurentiis y dirigida por J. Lee Thompson, este film (The White Buffalo, 1977) conocido en Argentina bajo el título El Desafío del Búfalo Blanco, nos colocaba ante un gigantesco cuadrúpedo albino, de cinco metros de largo por tres de alto y quinientos kilogramos de peso, enfrentándose a un ya veterano Charles Bronson en el níveo y helado Estado de Dakota, durante el año 1874.


4 Estaban de moda los bichos grandes. El descomunal tiburón blanco —de nueve metros de largo— del ’75 y el aún más enorme King Kong —con sus diecisiete metros de altura— de la versión del año ‘76, habían abierto un camino muy difícil evitar. El tamaño importaba y por algún tiempo animalejos de todo tipo (osos, pulpos, orcas, cocodrilos) invadieron las pantallas generándonos un indecible temor a los bosques, océanos y montañas. Aún así, el búfalo blanco —que tanto llamó mi atención— no tuvo la repercusión que ameritaba. Muchos suponen que su fama un tanto trunca se debió a una mala decisión de los productores. La película se estrenó sólo dos semanas después del estreno de Star Wars (La Guerra de las Galaxias, 1977) y otros fueron los monstruos que se fagocitaron la atención del público. Ni siquiera la fama de Charles Bronson pudo levantar la popularidad de aquel interesante weird-western y su muñeco animatrónico (una verdadera joya del diseño, pensado y construido por el mismo montara a ET y a los alienígenas que descienden de la nave al final de Encuentros Cercanos).

El animatronic del búfalo blanco (1977). Su proceso de construcción de la mano de Carlo Rambaldi y la impactante estampa final de la criatura (Fotos de la Fundación Carlo Rambaldi)

Aquel bisonte albino me impactó. Bronson, a su lado, semejaba apenas un pigmeo. El búfalo era una bestia mítica, capaz de destruir de una sola arremetida a una montaña entera. Verlo trotar, sobre rieles


5 disimulados debajo de nieve artificial a casi cincuenta kilómetros por hora, causaba pavor. Era una máquina de matar. La cartelera del film y su adaptación al comic en la Revista D’artagnan (Editorial Columba, Argentina) demandaron mi atención por horas. Incluso creo recordar haber escrito un relato corto sobre el tema, imaginando lo impresionante que resultaría toparse con una bestia de esas dimensiones. Pero el tiempo pasó y aquel film quedó dando vueltas —sólo de a ratos— en el impreciso limbo de mi memoria. Sólo cuando me sumergí en la búsqueda del animatronic de King Kong en Argentina, surgió la duda sobre el actual paradero de aquel lejano y ciclópeo búfalo blanco.

Cartelera del film (1977)

¿Qué había sido de él? ¿Había terminado también sus días en algún basurero? ¿Estaría ya derruido por la acción de los roedores, la humedad o la desidia de sus viejos propietarios? ¿O fue absorbido por la naturaleza de un modo que ni siquiera podemos imaginar? ¿Se diluyó en la nada misma o es parte de otros muñecos mecánicos, tras haber sido reconvertido por algún anónimo ingeniero? Todo parecía indicar que nada de eso era cierto. Que los herederos habían tenido una actitud más que respetuosa por el trabajo de su padre y que habían cuidado de su obra, a sabiendas de que constituye un jalón más que importante en la iconografía del cine internacional. Eso fue lo que pensé al leer un artículo publicado en 2016, en el que la Fundación Carlo Rambaldi, anunciaba lo siguiente:


6 “En el futuro Museo Carlo Rambaldi se exhibirá la mano de King Kong, la primera cabeza de E.T., el búfalo blanco y varios prototipos utilizados en las películas Dune y Alien (…)”.4 La bestia albina estaba a salvo. Al menos eso era lo que transmitían los medios de comunicación. Pero “algo olía a podrido en Dinamarca”. Tras revisar concienzudamente la página oficial de la Fundación Rambaldi, advertí que todas las fotos del mentado búfalo eran antiguas.5 Mostraban su proceso de construcción, con Don Carlo ejerciendo la ingeniosa labor de gran titiritero, pero ni una sola imagen que diera cuenta del estado actual de la criatura. Por otro lado, en un video de noviembre de 2019, en el que el Palacio de las Exposiciones de Roma promocionaba una exhibición en su honor —titulada La Mecánica de los Monstruos—, el gran búfalo blanco también brillaba por su ausencia. ¿Era lógico poner en exhibición los prototipos del Extraterrestre del film homónimo, un Pinocho de madera construido para un film de televisión, máscaras, planos y diseños de diversos monstruos famosos, un brazo de King Kong, sin que mostraran siquiera una sola pata del búfalo de marras?6 Me resultó por demás extraño. Por eso me comuniqué —vía email— con la Fundación, preguntándole sobre el elusivo animatronic. Esta fue su respuesta: “No tenemos certeza de lo que pudo haber ocurrido con el búfalo mecánico. Es una obra que se remonta a 1975/1976. No está en nuestro poder. Además, por el momento el Museo Rambaldi aún no existe. Por toda una serie de motivos, ajenos a la Fundación, nos vimos obligados a cambiar de sede. Reanudaremos nuestros esfuerzos lo antes posible. Atentamente, Vittorio Rambaldi.”7 ¡Qué mala noticia! La indiferencia había vencido una vez más y un ídolo de Hollywood era lanzado al más ignominioso de los destinos: el abandono y el olvido. Aquel que otrora soñara con la perennidad y la fama (que por momentos tuvo) se ve hoy subsumido en el ocaso más absoluto. Mucho antes de lo imaginado o previsto. Así todo, su no presencia física dispara la imaginación. Puede promover las hipótesis más descabelladas y alimentar las especulaciones menos verosímiles. La nostalgia y la decepción se amalgaman, anticipándonos la certeza de que toda historia puede ser, finalmente, aplastada por el tiempo. Aún aquellas que tienen sólo 44 años (1977-2012).

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Véase: El Museo Rambaldi está por convertirse en realidad, La Nuova Ferrara, 2977/2016. Disponible en Web: https://lanuovaferrara.gelocal.it/tempo-libero/2016/06/01/news/il-museo-rambaldi-sta-per-diventare-realta-1.13586943 5 Véase: Fundación Cultural Carlo Rambaldi. Disponible en Web: https://www.fondazioneculturalecarlorambaldi.it/lafondazione/il-museo/ 6 Véase: Las Criaturas de Carlo Rambaldi. La Mecánica de los Monstruos. Palacio de las Exposiciones de Roma del 18 de octubre de 2019 al 6 de enero de 2020. Disponible en Web: https://www.youtube.com/watch?v=3ZS2UJVZqpM&t=30s. Además véase: https://www.almanthiahotel.com/news/es/la-meccanica-dei-mostri-da-carlo-rambaldi-ai-makinarium/ 7 Respuesta de la Fundación Carlo Rambaldi del 29 de junio de 2021 (Archivo del autor).


7 Por eso no todos los monstruos más famosos del cine decoran hoy melancólicas vitrinas, de museos públicos o privados. Muchos se han corrompido en anónimos galpones o reutilizados en otros filmes, volviéndose irreconocibles —como ya dijimos— a nuestras veteranas miradas. Preguntarse sobre ellos es casi como tratar de averiguar el misterioso destino que siguieron nuestros viejos juguetes de la niñez. Creo que, en la mayor parte de los casos, nunca tendremos respuestas certeras a esa pregunta. Pero siempre hay excepciones. Y el caso del animatronic usado en la película de King Kong de 1976 es un claro ejemplo de ello.

King Kong en Argentina (1978-1979). Hasta hace poco circuló la mentira de que el animatronic creado por Carlo Rambaldi había terminado sus días comido por las ratas en las cercanías de la ciudad de Mar del Plata 8

Me costó casi nueve años averiguar qué había sido de él, tras su paso por la Argentina en 1978/1979. Se dijeron muchas cosas. La mayoría falsas, pero perdurables en las morbosas fantasías de miles de personas, que consideraban que el Gran Kong había terminado comido por las ratas en un terreno baldío a las afueras de la ciudad de Mar del Plata. No era cierto. Los argentinos no habíamos sido tan salvajes como algunos querían creer. La verdadera historia era otra. Una mujer lo salvó. La misma que había firmado con su propietario un contrato para traerlo a Sudamérica. Kong regresó a Estados Unidos y durante un tiempo lo imaginé metido dentro de una caja enorme, arrumbada en uno de los depósitos que el productor del film, Dino De Laurentiis, tenía en Carolina del Norte. Recién hace pocas semanas un empresario hollywoodense me contó la verdad.

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Nota del autor: Los siguientes artículos citados cronológicamente fueron oportunamente publicados en algunas revistas de Argentina y España, pero tuvieron su mayor espaldarazo en el blog regenteado por el periodista Alejandro Agostinelli (https://factorelblog.com/) a quien agradezco profundamente el apoyo, difusión y coraje que tuvo al hacerlos públicos. Las notas en cuestión son: King Kong en Mar del Plata (2013) Disponible en Web: http://letrasuruguay.espaciolatino.com/aaa/soto_fernando/king_kong_en_mar_del_plata.htm y publicado por Revista Todo es Historia, N° 575, año XLVIII, Junio de 2015, bajo el título King Kong en Mar del Plata.// El Diente de Kong (2015), Revista la Razón Histórica, España. Disponible en Web: https://www.revistalarazonhistorica.com/30-12/ y el mismo artículo titulado El día que King Kong encallo en Mar del Plata (2015). Disponible en Web: https://factorelblog.com/2015/10/11/el-dia-que-king-kongencallo-en-mar-del-plata/ . Finalmente, Dientes y camiones. La búsqueda de King Kong en Argentina (2017). Disponible en Web: https://www.falsaria.com/2017/06/dientes-camiones-la-busqueda-king-kong-argentina . Vuelto a publicar en el Factorelblog.com como Vía Crucis de Kong: el eslabón perdido. Disponible en Web: https://factorelblog.com/2017/08/22/viacrucis-de-kong/ . La verdadera Historia de King Kong en Argentina. Disponible en Web: https://factorelblog.com/2021/05/30/ultimo-kong/


8 Una vez más, fue el desapego de sus dueños del norte el que le dio el tiro de gracia; abandonándolo y dejándolo fermentar bajo la fuerza de los elementos hasta que no quedara nada de él. Según me dijo Ray Morton, sólo sobrevivió uno de los gigantescos brazos mecánicos que, en este momento, está siendo rehabilitado para poder ser expuesto en el Museo de la Academia de Cine de Los Ángeles.9 Pero también eso está por verse.

Nessie, el monstruo del Lago Ness (Escocia)

Hay momentos en el que los monstruos de la ficción se entreveran con aquellos monstruos que muchos consideran verdaderos. Criaturas generadas por la prensa sensacionalista que, al día de hoy, siguen convocando el “deseo de creer” de millones de personas. La primera vez que escuché algo sobre el monstruo del lago Ness fue de boca de mi madre, durante un viaje en auto. Esa es la imagen que conservó en mi memoria. Con el tiempo, libros, artículos de revistas, comics y películas me llevaron a transitar por la angosta cornisa de la más acrítica credulidad, convirtiéndome en un apasionado fan de Nessie, el yeti, Pie Grande y cuanto monstruo criptozoológico se me cruzara en el camino. Imaginar un mundo inacabado, con bolsones de virginidad y “territorios perdidos”, me llenaba de entusiasmo. El deseo por explorar regiones inhóspitas en pos misterios convocó todas mis energías por años. Pero, lamentablemente, los seres humanos maduramos y buen día advertí que nada de todo aquello era posible. A pesar de las intensas búsquedas organizadas, de los miles de artículos escritos y la buena voluntad puesta en encontrar a esas bestias mitológicas, lo único indiscutible era la más absoluta falta de evidencia confiable. No había pruebas que convencieran y las especulaciones, por más sesudas que fueran, se agolpaban páginas tras páginas dentro de una bibliografía carente de seriedad académica y muchísimas ansias por creer en quimeras románticas.

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Respuesta de Ray Morton con fecha 6 de julio 2021 (Archivo del autor).


9 Tal vez por todo eso, cuando en abril de 2016 leí —muy arriba y al pasar— el titular de una noticia en internet, en la se anunciaba que habían encontrado al monstruo del lago Ness, mi corazón aventurero dio un brinco y por unos segundos los viejos deseos de que todo aquello fuera cierto volvieron a invadirme. Poco duró la magia. Un renglón más abajo, el artículo aclaraba que se trataba de un monstruo de utilería. Habían encontrado después de cuarenta y siete años —a casi doscientos setenta metros de profundidad— el muñeco que el célebre director de cine Billy Wilder mandara a construir para su film La Vida Privada de Sherlock Holmes (1970).

Estas son algunas de las pocas fotos que han sobrevivido del malogrado Nessie construido por el especialista en efectos especiales Wally Veevers para la película La Vida Privada de Sherlock Holmes, estrenada en 1970.

Pasar la infancia en un pueblo al que no llegaba la televisión me obligó a ir al cine al menos dos veces por semana —los miércoles y domingos— a ver cualquier cosa. Lo que el empresario a cargo de la sala consiguiera. De no haber sido por eso, jamás hubiera visto la película de Billy Wilder en pantalla gigante. A fuer de ser sincero, tengo muy pocos recuerdos de ella. A mis trece o catorce años debió resultarme por demás aburrida a no ser por una escena en la que un “falso Nessie” —en la trama era un submarino camuflado y dirigido por enanos— atacaba el bote en el que estaba el doctor Watson. Aquel “efecto Scooby-Doo” me molestó (eso sí lo tengo presente). Por aquellos días creía en la existencia objetiva de la criatura y la vuelta de tuerca racionalista del guión rompió con el encanto inicial.


10 Durante mucho tiempo traté de rememorar a partir de qué peli se había creado esa imagen de Nessie asomando su largo cuello y volteando una embarcación. Recién en 2016 caí en la cuenta de que se trataba de la película de marras.

El monstruo del Loch Ness ataca a los protagonistas del filme (1970)

Pero ese monstruo hierático y poco realista del film no era el que acababan de encontrar en las turbias aguas del Loch Ness. Era otro. Uno que consistía tan solo de una cabeza y un cuello —mandado a construir tras el hundimiento del primer prototipo o monster-prop— y cuya escena resultó siendo filmada en un tanque artificial lleno agua, en los Estudios Pinewood de Londres. El Nessie que el director Billy Wilder le encargara al premiado especialista en efecto especial Wally Veevers nunca llegó a usarse. Se fue a pique al fondo del lago en junio de 1969, cuando estaban a punto de filmar a orillas del Loch Ness. El monstruo de utilería había requerido de una importante inversión en tiempo y dinero. Tenía nueve metros de largo, un cuello largo, dos grandes jorobas y un peso de cuatrocientos kilos. ¿Qué fue lo que pasó? Sencillo: al director no le gustaron las dos gibas y ordenó que las quitaran, a pesar de ser advertido de que ellas eran las responsables de la flotabilidad del ingenio. Pero Wilder se encaprichó y tuvieron que cumplir con sus órdenes. La periodista Elizabeth Album de la BBC fue una testigo involuntaria de aquel suceso, mientras realizaba una nota para un programa de crítica cinematográfica: “Cuando llegamos a la locación el monstruo todavía estaba allí, en el agua, detrás de un pequeño bote a motor. Era el mes de Junio y hacía muchísimo calor. Fue para mí un momento muy emocionante.


11 Pero ocurrió lo que tenía que ocurrir. A poco de remolcarlo, el monstruo se volcó de costado y se hundió”.10 Album también relató que Veevers quedó tan abrumado por la pérdida que Wilder debió consolarlo como a un niño. Simón Mills, cineasta e hijo de uno de los operadores de cámara de la película, recordaba que su padre siempre le hablaba de los terribles inconvenientes que habían tenido en aquella producción. “(…) Recuerdo que dijo que habían filmado al monstruo unas cuantas veces antes de que se hundiera y que, a través del visor de la cámara, parecía poco convincente. (…) Esto fue hace mucho tiempo, pero cada vez que visito el lago Ness, siempre pienso en aquel verano de 1969”.11 Y así, el monster-prop de Nessie permaneció sumergido por décadas hasta que, en abril de 2016, Adrian Shine, un mentado investigador del lago, se topó con él mientras realizaba una prospección del fondo lacustre con un robot submarino perteneciente a la empresa noruega Kongberg. “Yo fui el responsable de encontrarlo nuevamente. Resultó muy divertido —dijo en un reportaje—. Francamente, sabíamos que estaba allí, aunque, de hecho, estábamos mandando el vehículo autónomo para medir la profundidad del área. (…) Pero el modelo estaba ahí. Pensamos que sería un final encantador para el ejercicio”.12

Adrian Shine posa como un héroe tras haber encontrado al Nessie de utilería en abril de 2016

Sin duda, fue un final maravilloso. El Loch Ness tiene, finalmente, a un monstruo concreto. Bien real, aunque imposible de ser exhibido al público (a no ser que uno desee sumergirse a más de doscientos metros de profundidad para verlo). Aún así, quedan sus fotos. Una tomas captadas por el sonar del submarino en las

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McKenzie, Steven, Fotos muestran al elenco de la película del Nessie perdido a orillas del Loch Ness, BBC News, abril 2016. Disponible en Web: https://www.bbc.com/news/uk-scotland-highlands-islands-36057571 11 Drysdale, Neil, Sherlock Holmes; producción no tan elemental en el lago Ness hace 50 años, The Press and Journal, 12 noviembre de 2020. Disponible en Web: https://www.pressandjournal.co.uk/fp/news/inverness/2629363/the-not-soelementary-production-of-a-sherlock-holmes-film-on-loch-ness-50-years-ago/ 12 Véase: El hombre que encontró al monstruo de Sherlock. Una entrevista a Adrian Shine, Unbound, 10 de abril de 2017. Disponible en Web: https://unbound.com/books/the-continuity-girl/updates/the-man-who-found-sherlock-s-monster-aninterview-with-adrian-shine


12 que se lo puede identificar claramente, sin lugar a dudas ni el riesgo de estar ante un fraude (como ocurre con la mayoría de las fotos que decoran los libros de criptozoología).

Imagen captada por el sonar del robot-submarino Munin en abril de 2016

De alguna manera, este Nessie corrió mejor suerte que el búfalo blanco o el King Kong de Carlo Rambaldi. Tiene al menos una tumba identificable. Un sitio a donde llevarle un ramillete de flores y agradecerle los buenos momentos que nos hizo pasar. Y allí esperará su lenta y gradual desintegración, acompañado de muchos otros históricos objetos encontrados oportunamente en el fondo del lago: un bombardero de la Segunda Guerra Mundial (recuperado en 1985), un barco pesquero de más de cien años de antigüedad y la lancha en la que se mató John Cobb en septiembre 1952, cuando trató de vencer el record de velocidad sobre agua a 321,8 km/h.

“Cruzado”, la lancha en la que John Cobb encontrara la muerte en 1952. La misteriología le atribuyó durante mucho tiempo a Nessie la responsabilidad del accidente. Hoy sus restos comparten el mismo fondo lacustre con el monstruo de utilería de 1969


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PALABRAS FINALES

“El deterioro, la descomposición es algo que puede ser frenado, pero por poco tiempo y tras ello, continúa”. J, B, Jackson, historiador del paisaje

“Muchos experimentamos ese enamoramiento por por lo abandonado (…). Sólo desde esa pasión puede (…) entenderse la búsqueda, la investigación, admiración, respeto, documentación, arte y comunicación en torno al abandono y a la ruina”. Morabito, Abandono; palabras e imágenes, Loisele Ediciones, España, 2016

Todas las decadencias promueven sensaciones ambivalentes. Por un lado, impactan con su extraña belleza y encanto. Por el otro, generan tristeza y desazón por anunciar crudamente, sin matices ni eufemismos, la impermanencia de todas las cosas. Ya sea por desinterés, desidia o meros accidentes, los monstruos de ficción que aquí tratamos, no son hoy más que las sombras de lo que alguna vez fueron. Meros recuerdos. Y en muchos casos, ni siquiera eso. Se han perdido para siempre, a pesar de la fama que supieron recoger en sus días de gloria Al final de cuentas, todo se decolora, se resquebraja, se quiebra. Todo es cartón, tubos de aluminio, cables, tornillos y tuercas, fibra de vidrio y chapa. Los reyes más grandes han caído. Los mejores nadadores se hundieron. Sólo Bruce —el tiburón sobreviviente del ’75— parece haber vencido temporalmente. El único en lidiar con esa suerte. Los demás —el gorila, el búfalo y Nessie— ya no están disponibles a nuestra mirada. Sólo la imaginación y un puñado de fotos permiten que los mantengamos vivos en el recuerdo de los más veteranos. ¿Por cuánto tiempo? Eso nadie lo sabe con certeza. Sólo el celuloide conservará sus leyendas; pero la realidad material que todos ellos tuvieron un día —la misma que constituyó un ejemplo palpable de esfuerzo, imaginación y destreza técnica— ya no está. Romanticismo puro, sin ilusión ni progreso.


14 Del Nessie de Holmes y de Bruce todavía podemos dar cuenta. El tiburón, en breve, podrá ser mostrado a generaciones que jamás sentirán lo que nosotros experimentamos al verlo por primera vez en el cine. Del mítico plesiosaurio artificial, enclavado en este mismo instante a cientos de metros de profundidad, sólo su silueta —captada por los ecos de un sonar— indica que aún está “allí”, en el fondo helado del lago. Del Kong del ’76 y del búfalo blanco del ’77 sólo podemos decir que desaparecieron. ¿Sobrevivirán algunas de sus partes? ¿En qué galpón, baldío o predio de chatarra encontraremos una pata, una mano, un diente o un cuerno de ellos? Probablemente en ninguno. ¿Acaso algún anónimo coleccionista conserva algo de esos íconos hollywoodenses? De todas las opciones, es la más probable. De King Kong conozco a alguien que posee una muela y un incisivo del Gran Rey. Poca cosa, por ser el “mono” más famoso de la historia del cine. Sin proponérselo, esos muñecos vetustos, desactualizados, abandonados y “muertos” son los que nos muestran el verdadero sentido de nuestra dimensión temporal. Sin sus rajaduras, estar en el tiempo no significaría nada para todos nosotros.

FJSR Buenos Aires, Julio 2021


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