La Señora del Gobernador
Soy José Fernando Osorno Avelar Nací en la ciudad de Guadalajara Jalisco México Tengo 45 años Estudié en la escuela de escritores del Centro de Actores y Autores de Occidente en mi ciudad natal. Nombre del autor—José Fernando Osorno Avelar Dirección—Kilimanjaro 1767 Colonia Independencia Guadalajara Jalisco México Telefono (52) 3312129196 e-mail fernandoosorno1969@hotmail.com SINOPSIS Mayra, es una chica de 18 años e hija de un exitoso empresario de Monterrey, es repudiada por la familia al saber que se encuentra esperando un hijo bastardo. Desterrada del hogar y buscando alejarse lo más pronto posible de ellos llega a Tuxtla Gutiérrez, Chiapas,
una ciudad desconocida para ella y sin una sola
moneda. Al llegar a la central de autobuses de la ciudad es vista por "Doña Tere", una prostituta de la ciudad al abordarla gana su confianza y le platica en pocas palabras, mientras le invita una pieza de pan y una taza de café, lo que está pasando en esos momentos en su vida.
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―Doña Tere‖ la convence de cuidarle durante el embarazo con la intención de enseñarle el oficio después del parto. Cerca de 14 años después, Mayra es asesinada por Mario, su propio hijo. Por el crimen fue
culpado Joaquín (El Panemas), un inmigrante Panameñoque,
escapando de la justicia de su País por 3 asesinatos cometidos durante un asalto al Banco Nacional de Panamá, el criminal busca llegar a los Estados Unidos. La familia de Mayra, al enterarse del homicidio decide llevar a vivir con ellos al bastardo. Muy pronto se arrepentirían de hacerlo. La familia de la prostituta pertenece a un alta esfera de la política del estado de Nuevo León y en donde en pocos años Mario tiene acceso. A partir de ese momento, el odio y la sed de venganza harían que el hijo de la prostituta escalara poco a poco, a base de traiciones, crímenes y mentiras las más altas esferas de la política mexicana. El narcotráfico de varios países de centro y sudamérica forman parte importante de Mario hacia el ascenso al poder político. Una carta escrita por Mayra meses antes de su muerte cambiarían el rumbo de los acontecimientos. Mario, acompañado de El Panemas, (a quien había sacado de prisión y lo mantenía como su fiel escudero) creía que todo lo tenía bajo un control absoluto, no sabía que muy cerca de él se encontraba quien le haría pagar por todos sus crímenes, La Señora del Gobernador.
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El sonido del agua que caía desde la regadera sobre el cuerpo agazapado de Mario dentro del pequeño baño de aquel cuarto de motel barato, y aun con las dos manos presionadas sobre sus oídos, no podía disminuir en absoluto los gemidos de placer (seguramente falsos) provenientes de la única cama de la habitación en donde se realizaba un contrato servil erótico. Atormentado, Mario se levantó de su refugio y sin cerrar el alto grifo, salió como queriendo escapar sin ser visto. Los dos participantes de aquel encuentro sexual acordado no escucharon los pasos sigilosos de Mario cuando se acercaba al improvisado tocador. Por primera vez en su vida, la mirada que encontró Mayra en Mario fue diferente, era una mirada llena de miedo, de odio, de rencor, una mirada que jamás habría imaginado, una mirada que apenas duró escasos segundos pero que serían suficientes para darse cuenta de que sería la última vez que esas dos miradas se encontrarían. Mario, de catorce años, empuñaba tembloroso una pistola calibre 9 milímetros entre sus manos (que el cliente en turno había dejado sobre el tocador al desnudarse) apuntando directamente a los dos cuerpos que segundos antes gemían ante el placer del sexo. El adolescente, sin dar tiempo de nada, descargó cinco de los seis tiros que tenía el arma contra Mayra (su madre) y contra el jefe de la Policía Ministerial, el comandante Arturo Contreras.
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Al escuchar los disparos en aquel cuarto del Motel Buenaventura, ubicado en el centro de Tuxtla, los guardaespaldas del comandante Contreras (quienes se encontraban esperando afuera del lugar a que su jefe terminara la visita íntima a la prostituta), subieron inmediatamente a ver de dónde provenían los tiros. Mario seguía inmóvil, empuñaba todavía el arma, con ojos desorbitados y sin darse cuenta realmente de lo sucedido; notó que sus manos aún temblaban, al igual que todo su pequeño cuerpo infantil. Vio sin inmutarse cómo el comandante Contreras intentó, sin lograrlo, dar vuelta con la mirada para saber quién había sido el causante de los plomos ardientes que atravesaron su cuerpo. Mario observó también cómo los espasmos mortales sacudían a quien segundos antes disfrutaba de las cálidas caricias de su madre. Tres de los impactos habían hecho blanco en el cuerpo del comandante Contreras, mientras que los dos restantes habían encontrado su mortal objetivo en la prostituta, que se encontraba agonizando bajo el cadáver inerte de su cliente. Joaquín Joaquín llegó a la casa donde vivía con su abuela materna; lentamente y con rostro serio, abrió la puerta sin seguro de aquella humilde vivienda en el barrio de San Miguelito en el corregimiento de Victoriano Lorenzo, cercano a la capital panameña.
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(Un lugar donde la delincuencia y los homicidios se cuentan por montones todos los días y en donde participan poco más de 40 pandillas de jóvenes cuya única forma de existencia se basa en la ley del más fuerte y el más temido.) Joaquín era un joven de 19 años que al igual que muchos de los que habitaban en ese territorio peligroso y olvidado totalmente por la sociedad panameña, sufría todos los días para comer aunque fuera una vez al día y que aún más desesperante era tener que conseguir dinero para poder dar de comer también a su abuela Sofía, una mujer de 72 años que a causa de lo difícil de su entorno, parecía una anciana ya cercana a los 90 años. Al entrar a la vivienda, encontró a su abuela frente a la imagen de la Virgen del Carmen, como todos los días, y sin haber probado bocado alguno más que un café negro desde la mañana. En casa no había ni siquiera un pedazo de pan y ni hablar de carne o guisantes que llevarse a la boca. —Hola, abuela, ¿comiste algo hoy? Sofía, sin despegar la vista de la imagen, respondió: —No hijo, aún no he comido, pero no te preocupes, no tengo hambre. La Virgencita del Carmen nos ayudará para que no nos vayamos a la cama con el estómago vacío, ya verás. Y a ti, ¿cómo te fue? ¿Encontraste algo de labor?
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—No abuela, estuve todo el día buscando talacha y nomás no encontré nada, me fui hasta la Belisario Porras y nada que encontré, parece que su Virgencita no nos quiere. —¡No digas eso, Joaquín!, la Virgen del Carmen nunca nos abandona, no lo olvides. —Pero le juro abuela que esto va a terminar muy pronto, ya no podemos seguir soportando esta maldita hambre y miseria. —¡Ay, hijo! —comentó Sofía, tratando de incorporarse de su silla, sin lograrlo— lo más importante es que tenemos un techito donde pasar las noches aunque sea de manera humilde, ya mañana Dios dirá, Él no nos abandona. —No abuela, yo estoy seguro de que mañana va a ser diferente —comentó Joaquín mientras dejaba sobre una mesa ya casi destrozada por los años un sobre amarillo que contenía información muy importante que había estado investigando durante las últimas semanas y que formaba parte de su plan para, según él, dejar de una vez por todas esa vida de miseria y hambre. El día siguiente sí que sería diferente para Joaquín, pues estaba decidido a dar un giro total mientras culpaba a la sociedad pudiente y al gobierno de que no tuviera las mismas oportunidades que los demás. Ya de noche, y después de cenar un pedazo de pan que una vecina había llevado a la abuela, Joaquín apenas podía conciliar el sueño pensando en lo que haría
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dentro de unas pocas horas y que, confiaba, tal acción cambiaria para siempre el destino de su vida. No estaba tan alejado de la verdad. Repasaba en su mente paso a paso lo que tenía planeado, para no cometer ningún error que pudiera dar al traste con lo que estaba decidido a hacer. Las horas se consumían ante el olor intenso del humo de la mariguana que se filtraba desde la calle de tierra por la pequeña ventana de aquel cuartucho de tejas y que él tanto detestaba. Aun en su miseria y al estar rodeado de vecinos que veían una salida fácil a su situación mediante el consumo de drogas de todo tipo, él nunca había probado ninguna de ellas. Las horas pasaban y por fin el cansancio, el hambre y muy probablemente el humo del enervante que se filtraba por la ventana lo vencieron e hicieron que durmiera apenas escasas tres horas antes de llevar a cabo su plan. Cuando apenas asomaban los primeros rayos del sol, Joaquín abrió lentamente los ojos y de inmediato su pensamiento se centró en lo que estaba decidido a realizar. Se levantó de su camastro y decidido se dirigió al cuarto de baño, por cierto sin puerta, para lavarse la cara y tratar de rasurarse con una navaja vieja, casi sin filo. Después, se encaminó a donde se encontraba un viejo ropero.
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Al momento de abrirlo vio aquel traje de dos piezas, color gris Oxford, y de inmediato vinieron a su mente los recuerdos que durante más de ocho años había estado luchando por desterrar de su vida. Sin poder evitarlo, los recuerdos de aquella trágica noche en donde perdieron la vida su padre, su madre y sus dos hermanos se clavaron en el corazón de Joaquín como puñales candentes llenos de dolor, de rabia, de interrogantes. Recordó como si ese accidente hubiera ocurrido apenas unos minutos antes de abrir aquel ropero, y su mente evocó cómo fue que sucedió. Rememoró cómo, al regresar de visitar a la abuela internada en el asilo Simón Bolívar, al circular la familia por la avenida Domingo Díaz, un conductor ebrio salió de la nada por la avenida Rafael Alemán e impactó a gran velocidad el pequeño Datsun que conducía Sergio, su padre. Repasó también la conversación que se llevaba a cabo en esos instantes. La familia planeaba un viaje anhelado durante años y que en pocos días se haría realidad, viajar a la comarca de San Blas, en el mar Caribe, a pasar unas vacaciones maravillosas. Un fuerte puñetazo al ropero, con un coraje inusual de Joaquín, lo regresó al momento del accidente. El compacto de la familia de Joaquín, debido al fuerte impacto, terminó volcado sobre su costado después de dar dos vueltas completas, dejando a los viajeros inconscientes.
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Joaquín seguía recordando, con la mirada fija en aquel traje de gala (que su papá solía vestir al ir a su trabajo como corredor postal de la Oficina de Correos en la municipalidad de Panamá), cómo fue que despertó con vida en aquel hospital cuatro días después del accidente. Cuando se dio cuenta de lo que estaba sucediendo, preguntó a una de las enfermeras por su familia y el silencio de la respuesta ante la interrogante resultó fulminante. Sus padres habían fallecido de manera inmediata en el lugar; su hermano más pequeño, Arturo, hacía unas pocas horas había seguido el mismo destino, y su hermana mayor, Melisa, se encontraba en un coma fatal, sin posibilidad de salvarse. El accidente había sido de tal magnitud que los médicos aún no se podían explicar cómo fue que uno aunque fuera uno, hubiera salido con vida de aquel infernal instante. Recordó también cómo la enfermera de turno, de manera inmediata, le preguntó: —¿Sabes quién eres?, ¿sabes cómo te llamas?, ¿sabes lo que pasó? Joaquín no atendió de inmediato a la solicitud de la enfermera, pues trataba de recordar en ese momento lo que había sucedido, ya que para él todo era un sueño, y pronto despertaría de esa pesadilla. La enfermera, entonces, volvió a preguntar: —¿Sabes quién eres?, ¿cómo te llamas?
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—Joaquín, me llamo Joaquín Venegas —contestó. —¿Cuántos años tienes, Joaquín? —Once años. —¿Sabes por qué estás aquí?, ¿sabes lo que está pasando, Joaquín? —Mis papás… ¿dónde están mis papás?.. Arturo… ¿dónde está Arturo?.. Melisa… ¿dónde está Melisa? —Todo está bien, Joaquín; todo está bien, te encuentras aquí bien cuidado, y estamos felices de que estés saliendo de la gravedad, tuvieron un accidente, en un rato más el doctor Domínguez vendrá a platicar contigo. —¿Dónde están todos? —gritó Joaquín, entonces fuera de cordura, y la única respuesta que recibió fue un sedante que le aplicó la enfermera para ponerlo a dormir de inmediato durante varias horas. La respuesta que recibió del doctor Domínguez pocas horas después fue un golpe muy duro que jamás olvidaría. Sus pensamientos dejaron esa imagen mientras Joaquín secaba sus lágrimas que sin poder contenerse salían de manera silenciosa como queriendo mitigar aunque fuera un poco, aquel dolor que lo laceraba. Vistió entonces lentamente el traje de su padre, tomó también el par de zapatos que su progenitor utilizaba (que por cierto, le quedaban apretados) anudó como
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pudo aquella corbata negra con el logotipo desgastado de la Oficina de Correos de la municipalidad. Al terminar de vestirse, pensó en ir al camastro de su abuela a pedir su bendición pero se arrepintió por temor a las preguntas que la anciana le haría, por lo que decidió salir sin avisarle. Tomó aquel sobre que había dejado horas antes y salió de la vivienda luego de quitar con facilidad una de las varillas de la ventana de su dormitorio. Mientras bajaba por aquella pendiente llena de tierra y lodo, Joaquín observaba a su alrededor como queriendo no mirar, niños drogándose y madres buscando entre los montes de basura un alimento que poder llevar a sus hijos para alimentarlos esa mañana. Joaquín pensaba que esa sería la última ocasión que bajaría de esa manera por aquella pendiente de miseria. Después de caminar más de tres horas, pues no contaba ni siquiera con un par de balboas para tomar la ruta, llegó a su destino. Al arribar, se sentó en una banca frente a la sucursal del Banco Nacional de Panamá y se quitó los zapatos, que para ese momento le habían ocasionado tremendas ampollas que con el más ligero contacto le causaban dolor. Así estuvo por un poco más de dos horas, observando de manera incesante la entrada de la institución bancaria como queriendo convencerse de que tenía que hacerlo y que para eso se había preparado.
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Se colocó de nueva cuenta los zapatos, trató de levantarse cuando vio que dos patrullas de la Policía Nacional daban vuelta a la calle para dirigirse hacia donde él se encontraba. Al pasar los agentes, voltearon a verlo y detuvieron su marcha; él, de manera serena, les devolvió la mirada acompañada de una sonrisa y un saludo. Los agentes siguieron su marcha. Joaquín sudaba, pero estaba decidido, y de un solo movimiento se levantó de aquella banca y se dirigió entonces a la institución bancaria. Llevaba entre sus ropas una nota que había escrito con un lápiz carcomido, momentos antes, en la banca de descanso. Antes de entrar, respiró profundamente y evocó el recuerdo de su familia fallecida y el de su abuela. Al ingresar se dirigió de manera inmediata y con total seguridad con el gerente de la sucursal financiera y tomó una silla para sentarse. —Muy buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarle?, —preguntó el licenciado Méndez, gerente. —Buenas tardes, señor Méndez, tengo un recado para usted —respondió Joaquín, mientras le extendía una hoja de papel tamaño carta, con un mensaje escrito en ella.
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Joaquín trataba de mostrarse sereno mientras veía cómo Méndez ponía atención a ese pedazo de papel. ―Méndez, sabemos quién eres, sabemos dónde está en este momento tu esposa y dónde están en este momento tus hijos. ―Tu hija Carmelita está en la Escuela Municipal, en el tercer grado, y tu hijo Sergio está en el sexto grado. ―Queremos que nos entregues, sin tratar de portarte valiente, todo el dinero de las cajas. ―Queremos sólo dólares americanos no queremos balboas, si haces alguna pendejada y no salgo en cinco minutos de aquí, tus hijos y tu esposa van a ser asesinados de manera inmediata. ―Tenemos ya gente esperando los cinco minutos de tu respuesta con los dólares, no cometas alguna pendejada, así que hazlo rápido y que nadie se entere‖ — decía el texto. En ese momento, Méndez, con la mirada perdida y con un sudor frío que empezaba a salir de su frente, recordó de manera inmediata aquel rostro que días antes había visto afuera de la Escuela Municipal donde sus hijos tomaban clases. También recordó el rostro de Joaquín en el parque frente a su casa mientras paseaba a su mascota en compañía de su esposa. Comprendió entonces que era muy en serio aquella amenaza.
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El ejecutivo bancario volteó la mirada hacia Joaquín de manera nerviosa y decidido a hacer todo lo que le ordenaba en la misiva. —¡Por favor, no le hagan daño a mi familia, haré todo lo que me pidan, pero por favor no le hagan ningún mal! —suplicó. —¡Pues si no quieres que le pase nada, date prisa y no quieras sentirte valiente! —respondió Joaquín con seguridad. Cuando Méndez se disponía a acatar la instrucción, se escuchó desde la entrada al banco a un sujeto con un arma en la mano, quien gritaba: —¡Al suelo, cabrones!, ¡al suelo todos, hijos de la chingada, esto es un asalto!
Don Jesús Martínez de la Garza En el extenso jardín, cubierto de lujosos toldos, dentro de la mansión de la familia Martínez de la Garza, en una zona habitacional exclusiva de San Nicolás de los Garza, Nuevo León, se escuchaban los acordes del mariachi que deleitaba a poco más de 500 invitados a la fiesta de cumpleaños número 62 de don Jesús Martínez de la Garza. Empresario exitoso y propietario de la firma ―RentAirBus‖, empresa dedicada a la renta de transporte aéreo, la firma del ramo más importante del estado. En el convivio se servían los más exquisitos platillos y aperitivos acompañados de las mejores marcas de vinos.
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Entre los invitados se encontraban importantes miembros de la sociedad neoleonesa, artistas, políticos, miembros de las diferentes ramas teológicas y personajes de la más alta sociedad. Don Jesús departía de mesa en mesa con todos los invitados y se le veía realmente feliz de estar celebrando su día. Después de que terminó de tocar una pieza el mariachi As de Oros, el maestro de ceremonias dijo a través del equipo de sonido: —¡Su atención por favor!, quiero pedir un muy fuerte aplauso para el festejado, y solicitarle a don Jesús, nos dirija a todos los presentes unas palabras. La respuesta a la solicitud fue inmediata por parte de los invitados, quienes aplaudieron con gran fuerza la invitación del locutor. Don Jesús, entonces, se dirigió de manera pulcra y seria al estrado, tomó el micrófono y con voz emocionada, comentó: —¡Gracias, muchas gracias a todos por acompañarme en este día tan especial para mí!, y les informo que hoy dejo de cumplir años. La risa de los asistentes ante el comentario fue inmediata, celebrando el chascarrillo. —Ya en serio —continuó—, quiero agradecer de manera especial a quien, como siempre me acompaña, a la persona más importante de mi vida y quien es mi cómplice en todas y cada una de mis aventuras, triunfos, fracasos, tristezas y alegrías, a mi amada esposa Eva. ¡Ven, por favor, cariño!
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Eva, su esposa, se dirigió de inmediato a su lado, atendiendo la solicitud del festejado. —También —prosiguió don Jesús—, quiero agradecer a mi hija Esther (la hija mayor, de 38 años), a mi yerno, el diputado Víctor Heras, y por supuesto a mis queridos y amados nietos Jesús (de 17 años) y Andrea, (de 16); ¡vengan conmigo, por favor! —pidió don Jesús, con una gran sonrisa ante los invitados que se encontraban atentos a sus palabras. —¡Esta noche! —gritó don Jesús— como siempre, quiero alzar mi copa por mi hija la más pequeña y a quien tengo más de 14 años de no verla, ustedes, como sabrán, Mayra se encuentra en alguna parte de África, persiguiendo su sueño de ayudar a los demás y pues, aunque la extrañamos con todo nuestro corazón, hemos decidido respetar su decisión de aventurera y sé que algún día, ella estará acompañándome en mi próximo cumpleaños. Y espero sean muchos más — continuó el festejado. —Así que ¡alcemos nuestra copa y digamos: salud! —¡Salud! —se escuchaba a la multitud responder. La mirada que su esposa Eva le dirigió ante tal discurso fue igual a las que durante casi quince años le había enviado: una mirada de coraje, de rabia, de negación, de resignación. —Oye, amor —comentó Víctor al oído de Esther, de manera burlona—, ¿de verdad creerá tu padre que todos los que estamos aquí le creemos una sola
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palabra de lo que dice? —ella lo miraba de manera seria y ante el comentario vio a su esposo con disgusto, separó en forma de desacuerdo por aquellas palabras su mano de la del diputado. El maestro de ceremonias le tomó el micrófono a don Jesús y de manera efusiva invitó de nueva cuenta al grupo musical a que siguiera amenizando la velada mientras que los integrantes de la familia Martínez de la Garza bajaban del templete. Doña Eva se encontraba departiendo con amigas invitadas cuando se le acercó Jacinta (la Nana, empleada doméstica de mayor confianza y quien tenía laborando más de 30 años con la familia y a quien consideraban un miembro más). —Señora, la busca en el despacho el licenciado Ramírez, dice que le urge hablar con usted. —Gracias, Jacinta, dile que enseguida voy. Con permiso, se quedan en su casa, enseguida regreso —dijo Eva a las invitadas con quienes departía. Nerviosa, Eva se dirigió al encuentro del personaje que la esperaba. Abrió la puerta del despacho —Buenas tardes, doña Eva, saludos; el licenciado Ramírez. —Buenas tardes, licenciado.
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Espero que su visita sea por fin a causa de alguna buena noticia, porque desde que le solicité sus servicios, solamente he recibido de usted pura ineficiencia. Tiene usted cobrando sin resultados más de doce años y a veces pienso que me equivoqué al contratarlo —expresó Eva con enfado. —Señora, sé cómo se siente, pero creo que es importante comentarle lo que tengo de información —respondió el licenciado Ramírez. —Pues su trabajo como detective deja mucho que desear, señor Ramírez — contestó Eva. En doce años —continuó diciendo Eva—, usted no ha sido capaz de dar con el paradero de mi hija, le facilitamos toda la información que teníamos, hemos gastado más de tres millones de pesos y sólo hemos recibido puras mentiras y supuestos, espero que la noticia que ha venido a comunicarme pueda al menos darme alguna esperanza de saber en dónde puede encontrarse mi hija. No me explico por qué hemos perdido de tal manera su ubicación, si con el dinero y las joyas que le di a Jacinta para que le se las entregara a Mayra, podría haber vivido de manera tranquila por lo menos durante 20 años —afirmó Eva. —Señora Eva —interrumpió Ramírez— hace unas horas he recibido información de que en la ciudad de Tuxtla ha sido asesinada una mujer con las características físicas y en concordancia con la edad de su hija.
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Eva guardó silencio ante el comentario del detective, se dirigió a la cava del despacho, abrió una botella de coñac, y vertió una porción en una copa, que bebió de un solo trago. El silencio de Eva se prolongó por poco más de dos minutos, para luego decir: —Eso no puede ser, Ramírez, estoy segura de que usted sólo quiere terminar con esto y viene a decirme que una muerta puede ser mi hija que por tantos años ha estado buscando —le espetó Eva. ¿Qué tiene que estar haciendo mi hija en Tuxtla Gutiérrez? Si Mayra no nos ha buscado ni ha regresado a casa es porque su orgullo la tiene dominada, estoy segura de que ella está en una situación muy diferente a lo que tan estúpidamente comenta —expresó. —Señora, sé que puede ser sólo una hipótesis y que quizá no se trate de su hija, pero es importante cerciorarme de manera física de que efectivamente no se trata de Mayra, mas creo que es necesario corroborarlo, así que esta misma noche vuelo hacia Tuxtla —sentenció Ramírez. —Estoy segura de que sólo perderá, como siempre, su tiempo, señor Ramírez, pero está bien, haga lo que usted crea correcto y espero que en cuanto sepa de su error me lo informe de manera inmediata. —Así lo haré, señora, con permiso. —Y quiero decirle, señor Ramírez, que estoy pensando muy seriamente en prescindir de sus servicios, ya que no ha dado resultados que siquiera puedan
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brindarme una pequeña esperanza de encontrar a mi hija, así que más le vale pueda darme resultados en muy poco tiempo, buenas noches —concluyó Eva, y señaló la puerta a Ramírez, al invitarlo a salir del despacho y de su casa. Eva, después de unos minutos en el despacho, se dirigió de nueva cuenta al jardín para incorporarse al festejo de su esposo, pero la idea de que esa mujer pudiera realmente ser su hija, le absorbía totalmente y en su mente empezó a aceptar que dicha posibilidad pudiera ser real. En el camino se encontró con Esther: —Madre, ¿qué te pasa?, ¿te sientes bien? Te ves muy mal, ¿qué pasa? —Nada hija, es que creo que tantos invitados y el recuerdo de Mayra hicieron que se me subiera un poco la presión, pero ya pasará, por favor, dile a tu padre que necesito hablar con él, que lo espero en nuestra habitación. —Sí, mamá, pero, ¿qué pasa? —Nada, no pasa nada, solo quiero ponerme de acuerdo con tu padre para preguntarle a qué hora estaría bien servir la cena a los invitados, anda Esther por favor, dile que no tarde. Esther se dirigió entonces al encuentro de su padre, quien se encontraba departiendo con el presidente municipal de San Nicolás de los Garza. —Padre, me ha pedido mi mamá que te pregunte si por favor puedes alcanzarla en su habitación, dice que quiere preguntarte algunas cosas de la reunión, pero, la
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verdad, no creo que se trate de eso, la vi muy alterada, creo que es mejor que vayas de inmediato. —Muy bien hija, enseguida voy con ella, respondió don Jesús con una sonrisa cordial, mientras le pedía a su interlocutor disculparle un momento. Al llegar a su recámara ya lo esperaba su esposa con un rostro de angustia y desesperación. —¿Qué pasa, Eva? Me dijo Esther que querías hablar conmigo. ¿Ocurre algo? —preguntó don Jesús, mientras deshacía el nudo de su corbata y desabrochaba uno de los botones de su camisa. —Jesús, estuvo aquí hace unos minutos el detective Ramírez. Ante el comentario de su esposa, don Jesús se dirigió a una pequeña cantina dentro de su recámara y se sirvió un poco de coñac. Lo bebió de un solo trago, para después preguntar: —¿A qué vino? ¿Te dijo algo de Mayra o solamente te pidió más dinero para seguir alimentando tu esperanza de encontrar a tu hija?, inquirió Jesús con un dejo de enfado. ¿Por qué sigues con esto, mujer? ¿Por qué sigues empeñándote en lastimarte más? ¡Si Mayra quisiera aceptar su culpa y pedir perdón por su falta, ya lo hubiera hecho, ella sabe muy bien dónde vivimos, Eva!
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La hemos buscado por muchos años pero parece que se la ha comido la tierra. —¿Perdón de qué, Jesús?, respondió Eva con coraje y enfrentándolo. ¡Nuestra hija puede estar muerta, Jesús!... ¡muerta! ¿Entiendes eso? Eso es lo que vino a decirme Ramírez, Jesús, que Mayra puede haber sido asesinada en Chiapas. —¡Por favor, mujer! ¿Y qué diablos tiene que estar haciendo Mayra en Chiapas?, respondió Jesús. Ella está bien Eva, te lo aseguro, continuó Jesús, mientras volvía a servirse otro trago de coñac. Eva tomó la copa de coñac de Jesús, se la arrebató de las manos, y la arrojó con coraje al piso. —¡Y todavía dices que ella tiene que venir a pedirnos perdón? ¿Perdón de qué, Jesús?, volvió a preguntarle. ¿Quieres que venga Mayra a pedirnos perdón porque la sentenciamos a una vida de dolor y de incertidumbre? Nosotros somos quienes tenemos la obligación y el compromiso ante Dios de velar por nuestros hijos, y la desterramos por nuestra cobardía. ¿De qué quieres que venga a pedirnos perdón, Jesús? —¿Qué querías, mujer? ¿Que aceptáramos su error y que todos nuestros amigos nos señalaran?
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Ella fue la que nos ofendió, ofendió a nuestra familia, ofendió nuestra moral — expresó Jesús a Eva con una seguridad total en su palabra. —¿Moral? ¿Cuál moral, Jesús? ¿La tuya? ¿La mía? — contestó Eva. ¿De cuál moral me hablas, Jesús? ¿De tu moral?, ¿Quieres que te enumere por orden alfabético o por día y semana los nombres de las putas con las que te acostaste durante todos estos años? ¿Quieres que te enumere también, Jesús, todos los negocios que hiciste al transportar drogas en tus aviones y cobrar miles de dólares a narcotraficantes? ¿Eso para ti es moral? —lo recriminó Eva. —¡No vuelvas a decir esas estupideces, Eva! —respondió don Jesús, en tanto la sujetaba del cuello con coraje. Eva le tomó la mano a Jesús y la retiró de su cuello con enojo. —Es tu culpa, Jesús, por ser tan insensible y tan estúpidamente orgulloso, y la mía también, lo sé, al ser tan cobarde por no enfrentarte, por tener miedo a perder todo lo que me hacía sentir segura y respetada ante los demás, por seguir con tu juego de poder y de avaricia ante todo, incluso ante lo más importante. Ahora no me interesa nada de eso, no me interesa nada de ti ni de tu vida de lujos Jesús, lo único que me interesa es saber dónde está mi hija y también saber si es que vive, quién está con ella y si tenemos un nieto o nieta a quien no conocemos y que quizá necesite de nosotros. —¡Calla, mujer, no sabes lo que dices!
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—¿Sabes tú acaso si está padeciendo hambre, frío, sabes tú si murió, si está viva la niña o el niño que llevaba en su vientre? —¡Calla Mujer!, afirmaba Jesús, enfadado. ¡Cállate!, tú sabes que lo único que quería es que ella entendiera que su falta tenía que ser castigada —seguía diciendo don Jesús con una mirada casi olvidada de brillo. —Que Dios nos perdone, Jesús, ojalá algún día Él nos perdone el mal que le hemos hecho, —culminó Eva, mientras le pedía a Jesús salir de la habitación. Minutos antes de concluir aquel evento de cumpleaños, cansado, don Jesús se dirigía a descansar cuando Eva, quien ya dormía, recibió una llamada del detective Ramírez. —Sí, diga —contestó, somnolienta. —Doña Eva, buenos días, disculpe que la moleste a esta hora, pero tengo que informarle algo importante. —Dígame, detective. —Señora, lo siento, es necesario que venga inmediatamente a la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas a reconocer un cuerpo; todo parece indicar que se trata, desgraciadamente de su hija, —sentenció Ramírez. Por primera vez en los últimos quince años, a Eva la recorrió un escalofrió letal, inerte, un dolor interminable sacudía todo su cuerpo.
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Era algo extraño, diferente, sabía inconscientemente que por fin su búsqueda habría terminado.
La mirada de Mayra Mario seguía sosteniendo igualmente el arma asesina que la mirada con la misma frialdad y decisión mientras observaba la agonía de Mayra, su madre, quien sin poder hablar preguntaba, o más bien intentaba entender y poder siquiera preguntar: —¿por qué? Sentía Mayra que la vida se escapaba cada segundo que pasaba, vinieron entonces a ella, como rayos fulminantes, los recuerdos y casi de inmediato toda su precoz vida estaba frente a la muerte inminente, que estaba por llegar a modo de ironía de manos de quien ella había traído a la vida. Entre las imágenes de sus recuerdos, vio desfilar en forma vertiginosa su infancia feliz al lado de su padre, quien la sostenía entre sus brazos mientras la consolaba por aquel accidente cuando cayó de un columpio y que corrió en busca del refugio que le brindaba aquel a quien mucho amaba y que significaba tanto para ella. De manera furtiva, su mente evocó aquel amor de adolescente que había disfrutado tanto, recordó en su agonía el desprecio de su familia y el rechazo de sus padres cuando se enteraron que producto de aquel amor juvenil, Mayra
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perdería su figura para dar paso a la transformación por un crecimiento fetal dentro de su vientre. Velozmente, siguieron desfilando los recuerdos, en su gran mayoría memorias que en alguna ocasión de su vida hubiera querido erradicar por completo de su mente. Como un eco, Mayra escuchaba el sollozo intrigante de Mario y vio también — como entre densa neblina— una figura que se acercaba a Mario. En un aliento, Mayra pensó: ―Busca la carta, la carta, Mario‖. Pero no alcanzó a decirlo, dos segundos después de aquel momento, Ella recibía un disparo más que le atravesó el corazón y que de manera inmediata arrancó su vida y a la vez el sufrimiento… anhelaba tanto el descanso…
¡Al suelo, cabrones! Al escuchar aquel grito amenazante que provenía de la puerta principal, Joaquín volteó de manera inquietante y se llevó una de sus manos a la parte baja de su pantalón donde escondía un arma, que no pensaba llegar a utilizar durante su plan de asaltar el banco. —¡Al suelo, cabrones!, se volvió a escuchar al intruso gritar mientras se dirigía de manera amenazante y siempre apuntando con el arma a quien se le atravesara en el camino, y fue directamente a la caja número 3.
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Joaquín volteó a ver a Méndez y le decía mientras trataba de agacharse para obedecer la instrucción del asaltante. —Haz lo que te dicen, cabrón, no intentes nada. —¿Viene contigo?, ¿es parte de su plan? —¡Que hagas lo que te dicen, cabrón! —¡Por favor, pase lo que pase no le hagan daño a mi familia! —suplicaba Méndez mientras alzaba las manos y poco a poco se deslizaba sobre el escritorio para quedar debajo de él. Joaquín palpaba de vez en cuando las cachas de la pistola oculta entre sus ropas mientras veía de manera directa cómo una de las cajeras empezaba a llenar un saco con dólares americanos que el intruso había exigido, y en un momento las miradas de los dos delincuentes se encontraron. —¿Qué me ves, hijo de la chingada? —cuestionó el asaltante a Joaquín mientras se dirigía hacia él, al tiempo que le apuntaba con el arma. —¿Qué me ves, cabrón? —Nada, tranquilo, tranquilo, todo va a estar bien. En el momento, Méndez al darse cuenta que se trataba de otro evento muy distinto al que amenazaba a su familia con aquella misiva de Joaquín, intentó en su desesperación llegar a activar el botón de pánico.
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Joaquín se dio cuenta de la intención y le habló de manera tranquila, casi como un murmullo: —¡No lo hagas! ¡No cometas esa tontería! El asaltante vio entonces lo que intentaba hacer el encargado bancario, disparó en dos ocasiones y causó la muerte de este de manera inmediata. Ante tal acontecimiento, aumentó el pánico que ya se vivía en el interior de la institución bancaria. —¿Quieren más, cabrones? —gritó iracundo el asaltante. ¿Alguien más que quiera sentirse valiente? ¡Date prisa, pendeja! —dijo, dirigiéndose a la cajera quien para ese momento ya había logrado colocar en una bolsa una gran cantidad de billetes americanos. Uno de los clientes, un hombre de complexión robusta y de edad mediana, quien por las circunstancias mismas del asalto sufría una crisis de terror, intentó en su desesperación escapar de aquel lugar y sin pensar en las consecuencias se incorporó para tratar de llegar a la puerta del banco. Otros dos disparos fueron lanzados como ráfagas de fuego por el arma del asaltante, acertando de manera inmisericorde contra el hombre, quien cayó desvanecido, ya inerte, a pocos centímetros de donde se encontraba Joaquín.
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La mirada de Joaquín para ese momento se centraba en las manos de aquel asaltante quien, sin saberlo, había intervenido de manera circunstancial en el destino que, según Joaquín, tenía planeado, y ese día, en dicho momento, tenía que tomar una decisión importante, seguir aquel curso del destino fortuito o tomar en sus manos aquel en el que él mismo había creído. En un movimiento rápido, Joaquín se incorporó y al hacerlo, llevaba ya entre sus manos el arma que él en ningún momento pensó llegar a utilizar. —¡Suelta el arma, pendejo! —gritó Joaquín. Ante el grito, el asaltante giró su cuerpo para encontrarse directamente, cara a cara, cuerpo a cuerpo, arma con arma, ambos apuntándose de manera decidida a seguir con lo que tenían planeado. —¡Suelta el arma! —repitió Joaquín. —¿Crees que soy pendejo?, ¿quién eres tú? —respondió el asaltante. Las armas de ambos estaban dispuestas a escupir en cualquier momento. Joaquín sudaba frío, pensó en su abuela, en su familia. Entonces fue que sucedió. Una distracción, un grito de miedo fue suficiente para que ambas armas dispararan contra sus objetivos. Una de esas balas penetró como por inercia en la frente de uno de los delincuentes.
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Otra más laceraba el cuerpo de Joaquín, causándole una herida profunda en su pierna izquierda. Todo era confusión dentro del Banco Nacional. La gran mayoría seguía en la posición exigida mientras otros pocos intentaban incorporarse con cautela sobre su cuerpo cuando de manera imperativa se escuchó la voz de Joaquín, quien entonces apuntaba con su mano izquierda el arma a los clientes mientras que con la derecha desanudaba su corbata y con ella intentaba hacer un taponamiento en la herida causada por el intruso. —¡Nadie se mueva! ¡No va a pasar nada!, ¡no va a pasar nada, tranquilos!, repetía mientras se incorporaba, dirigiéndose a la cajera, quien sostenía entre sus manos la bolsa gris que contenía los billetes gringos, tomó el botín sin dejar de apuntar y cojeando se dirigió a la salida bancaria para en pocos segundos desaparecer ante las miradas de angustia y temor de los cuentahabientes.
Prófugo Joaquín se alejó del lugar por el mismo camino por donde había llegado, pero ahora con un caminar muy lento, la herida en la pierna seguía sangrando de manera copiosa, por lo que a cada paso que daba se debilitaba aún más; además, el dolor le impedía caminar de manera normal pues tenía que arrastrar la pierna.
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Sabía que tenía que hacer algo si no quería quedar tendido desangrado en medio de su huida. Se detuvo un minuto en una licorería, abrió la maleta, de la que sacó algunos dólares y pagó por una botella de ron, un paquete de papel sanitario, dos cajas de analgésicos y tres encendedores. Dejó dos billetes verdes sin fijarse en el precio. Lo único que quería era alejarse lo más pronto posible de aquel lugar. —¿Se siente bien, señor? —preguntó la dependienta al ver la sangre que salía de la herida de Joaquín. ¿Señor, qué le ha pasado?, ¿quiere que llame a una ambulancia? No, gracias, fue solamente un accidente. –Respondió Joaquín mientras que de manera desesperada abría el frasco de analgésicos tomando de un solo golpe cuatro pastillas de él para ingerirlas de inmediato ante el gran dolor que lo torturaba. Choque mi vehículo a unas cuadras de aquí y quiero llegar a casa para que mi esposa pueda atenderme. Ella es doctora, ¿sabe? –Siguió diciendo La dependienta ya no escuchó el último comentario de Joaquín pues el televisor atrajo su mirada al escuchar la noticia de que en la sucursal del Banco Nacional de Panamá de su barrio se acababa de cometer un asalto con tres hombres asesinados y donde informaban también que uno de los asaltantes había escapado del lugar y se encontraba herido.
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Inmediatamente y de manera intuitiva supo que aquel hombre que se encontraba en el negocio se trataba del asesino del que estaban hablando. Con un temor que nació en ella de manera inmediata y casi sin querer hacerlo, volteó muy lentamente, solo para encontrarse que aquel hombre que sangraba, ya había dejado el establecimiento. Doscientos dólares americanos quedaron como mudos testigos de aquel encuentro.
¡Puta Madre! —―Buenas
tardes
amigos
televidentes
panameños,
según
las
primeras
investigaciones del caso del asalto bancario a la sucursal del Banco Nacional de Panamá y de acuerdo con informes que nos brinda la Policía Municipal, a la institución bancaria llegaron dos sujetos, el primero, vestido con un traje gris, que se acercó al gerente bancario, el licenciado Marco Antonio Méndez, y que desgraciadamente resultó ser uno de los tres asesinados. ―Se ve en las cámaras de seguridad cómo el delincuente de traje le extendió un mensaje donde, según la Policía Municipal, le exigía billetes americanos y pocos minutos después entró el segundo asaltante‖, repetía la cadena de noticias en red a toda la República de Panamá.
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―La Policía investiga en qué consistía el trabajo de cada compinche pues se aprecia que en un momento dado existió alguna discusión entre ellos y uno terminó asesinando a su cómplice. ―En cuanto sepamos algo más del caso, con gusto seguiremos brindándole información del caso‖ —se despedía de los televidentes el conductor de noticias. A pocas calles de la licorería, Joaquín detuvo a punta de pistola a una mujer que manejaba su camioneta y la obligó a bajar para continuar su huida; guiaba el vehículo por brechas que él sentía alejadas del peligro. Condujo la unidad una distancia de más de 18 kilómetros y con un dolor casi insoportable, llegó a una zona despoblada donde abandonó la camioneta, para después de incendiarla, seguir su trayecto entre matorrales sin saber a ciencia cierta hacia dónde estaba dirigiéndose. Después de más de nueve horas de caminar sin rumbo y debilitado por la pérdida de sangre de la herida y el dolor infrahumano que le acompañaba, Joaquín se detuvo al ver una pequeña cueva que podría servirle de refugio durante los próximos días si es que la suerte le permitía seguir viviendo. El sudor por el esfuerzo físico y la ya inminente infección que la bala estaba causando en su cuerpo hacían que por momentos sintiera que la muerte no tardaría en alcanzarle. A pocos metros de la cueva se encontraba una pequeña charca que Joaquín utilizó para lavar la herida y vio que en ella había una cantidad de animales —
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sanguijuelas— que pensó podrían ayudarle a que la herida no se infectara más, pues recordó que su abuela había utilizado esos animales para curar una vieja herida a una vecina del barrio. Después de lavarse la herida y de recoger con su camisa unas cuantas sanguijuelas, se dirigió a la cueva. Se sentó entonces Joaquín en aquel refugio improvisado, juntó algunas pequeñas ramas para poder prender fuego y aluzarse, ya que la noche había caído y la luz de la luna era muy tenue. Se quitó el pantalón y vio cómo la sangre ya se había detenido para dar paso a una pasta negra acompañada de mugre. —¡Puta madre! —gritó Joaquín, desesperado por el dolor mientras sacaba la botella de ron del saco gris y con desesperación la abría con los dientes para después de rociar un poco de su contenido en la herida, llevarse a la boca un gran trago para intentar anestesiar aquel sufrimiento infernal que le carcomía. Una vez más tomó la botella de ron, vertió un poco de licor en su mano derecha, en especial en dos de sus dedos, para inmediatamente después y con gran decisión introducir en su herida uno de ellos con la intención de sacar la bala que le había dejado el arma del intruso y que minuto a minuto le estaba arrancando la vida. Con un rictus de dolor en el rostro y con la frente inundada de frío sudor, poco a poco siguió para tratar de localizar aquella esquirla; al encontrarla, introdujo uno
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más de sus dedos para tomarla entre ambos y arrancarla de la carne que ya intentaba hacer suyo aquel proyectil. Joaquín logró sacar el pedazo de plomo para, inmediatamente después, tomar con su mano izquierda temblorosa, un puñado de sanguijuelas de su camisa y casi de manera inconsciente las depositó en la herida. Sintió Joaquín que la vista se le nublaba y pensó que había llegado su fin, pero de manera misericordiosa, el desmayo que sufrió en ese momento vino a dar alivio a su dolor.
Dieciséis horas después —―Desde Noticieros al Tiempo‖ —informaba una cadena noticiosa nacional— ―les comentamos que después de horas del asalto al Banco Nacional de Panamá, la Policía Nacional nos ha informado que ya se sabe la identidad de los dos asaltantes. ―Uno de ellos, el que fue asesinado por su cómplice, se trata de Martín Becerra Alans, un delincuente con antecedentes penales y recluido por cuatro ocasiones en diversas cárceles nacionales por robo y asalto a mano armada. El otro delincuente lleva por nombre Joaquín Gutiérrez Jiménez, de 19 años y quien no contaba con antecedente penal alguno, vecino del barrio de San Miguelito y a quien ya persigue personal de la Comisaría.
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―Se sabe, por una testigo —seguía comentando la red informativa— que el delincuente que se encuentra prófugo asaltó a una ciudadana panameña para despojarla de su vehículo a punta de pistola. ―Comentan las autoridades que muy pronto darán con su paradero y que ya se tiene localizada su vivienda, la cual se encuentra resguardada por elementos de la Policía Nacional de Panamá‖ — culminó la noticia.
Vuelo a Tuxtla Gutiérrez, Chiapas Doña Eva se incorporó de manera inmediata sin soltar el teléfono ante el comentario del detective Ramírez y buscó su bata de noche para después de varios segundos responder: —¿Cómo se atreve, Ramírez, a decir semejante estupidez? —Señora, entiendo su molestia, pero es necesario que se presente de inmediato, parece que nuestra búsqueda ha llegado a su fin. —Pero, ¿de qué habla, Ramírez? —¿Qué pasa, mujer?— preguntó don Jesús al notar la angustia disfrazada de molestia de su esposa. —Nada Jesús, no pasa nada. —Pero mujer, si te estoy viendo, ¿qué pasa?
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—Señor Ramírez, ¿de qué está hablando? —cuestionó Eva sin responder a Jesús. —Señora, las coincidencias de edad y las fotografías que usted me proporcionó hacen creer que la mujer que fue asesinada anoche corresponde a los mismos rasgos y fisonomía de su hija. —Señora, sé que es muy difícil para usted, pero es necesario que venga inmediatamente a Tuxtla; por favor, no pierda más tiempo. Eva, aún con el teléfono en su oído izquierdo, abrió la puerta de su habitación, se dirigió al cuarto de servicio y tocó de manera desesperada. —¡Jacinta!, ¡Jacinta! —Sí, señora, ¿qué pasó? —respondió Jacinta, quien de un sobresalto despertó y se incorporó. —Por favor, busca a Esther y dile que vaya a mi habitación de inmediato, despiértala si es necesario con una cubeta de agua fría, —Sí señora, enseguida voy a buscarla. —Señora Eva —volvió a la interlocución Ramírez— no quiero enviarle las imágenes de la que creo es su hija, preferiría que usted misma pueda reconocerla en caso de que se trate de Mayra. —¿Dónde está usted, Ramírez? —Estoy en este momento en el anfiteatro de la ciudad de Tuxtla, señora.
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—Espéreme en tres horas en el aeropuerto de esa ciudad. En este mismo momento salgo para allá. —¿Qué pasa, mujer? —preguntó don Jesús, ya incorporado de su cama y con un rostro de angustia de no saber qué sucedía exactamente, aunque estaba perfectamente al tanto de que se trataba de su hija Mayra , a quien desde hacía más de quince años no había vuelto a ver. —Jesús, da la instrucción de que preparen un vuelo a Chiapas en este momento. —¿A Chiapas? —Sí, a la ciudad de Tuxtla Gutiérrez; quien me llamó fue el detective Ramírez y me comentó que una mujer fue asesinada el día de ayer en esa ciudad y que posiblemente se trate de quien hemos estado buscando —comentó Eva, mientras introducía dentro de un pequeño maletín, un par de calzado y un cambio de ropa. —Esther tocó a la habitación de Eva. —Hija, necesito que me acompañes a Chiapas. —Ya están preparando el vuelo, mujer —comentó Jesús, después de colgar su celular— pero, ¿qué te dijo Ramírez? —Que nuestra hija puede estar muerta, Jesús. —¡Pero por Dios, mujer!, ¿qué tiene que estar haciendo nuestra hija en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas?
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—No lo sé Jesús, no lo sé; en cuanto lleguemos Esther y yo, me reportaré, y en cuanto sepa alguna noticia de Mayra, inmediatamente me comunicaré contigo para darte información. —Jacinta, por favor —ordenaba Eva—, dile a Manuel que baje mi maleta y que nos lleve de inmediato al hangar de la compañía. Y dile a Esther que no tarde, por favor. —Sí, señora, con su permiso. Después de unos minutos, Eva y Esther llegaron al hangar de la empresa donde ya los esperaba el avión que las trasladaría quizá hacia el esperado final de aquella búsqueda que la había tenido con angustia y desesperación durante más de quince años y que no la dejaba descansar ni de día ni de noche. El vuelo se llevó a cabo sin contratiempos mientras Eva ponía al tanto a Esther acerca de lo que por vía telefónica le había comentado el detective Ramírez. Esther no atinaba a creer que pudiera tratarse de su hermana menor. Aterrizaron en Tuxtla Gutiérrez, donde ya las esperaba el detective Ramírez, quien las trasladó al anfiteatro municipal.
La herida abierta Joaquín despertó después de más de quince horas de desmayo, para encontrar que el dolor no se había ido, pero vio con un poco de alivio que la herida no se
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había infectado gracias al trabajo de aquellos bichos que eliminaron la sangre podrida de la herida que aún se encontraba abierta. Tomó Joaquín de su maleta gris un par de analgésicos para llevarlas a la boca abriendo el frasco con dificultad por la falta de fuerza que tenía y el entumecimiento en sus manos, el cual era más que evidente. Dispuso también de la botella de ron y volvió a rociar en la herida un gran chorro, apretando los puños y los dientes por el intenso dolor que sintió al hacerlo pero sabía que si quería seguir vivo era precisamente cuidando la herida con lo único que tenía a su alcance en ese momento. Después de aquello, Joaquín volvió a sorber un gran trago de ron para pasar con él las aspirinas que antes se había llevado a la boca. Joaquín trató de incorporarse, pero la pierna que tenía la herida no respondía al peso de su cuerpo, por lo que desistió del intento, volvió a sentarse, quitó las tres sanguijuelas que quedaban, y roció nuevamente con ron la herida. De un tirón arrancó la manga izquierda de su camisa para rociarla también con la bebida embriagante y posteriormente colocarla como una venda sobre la herida, tratando de apretar sin cortar la circulación pero tapando lo que se podía aquel hueco de carne y hueso que se apreciaba a simple vista y que tenía que cerrar de alguna forma. Apretó pues con fuerza y luego de terminar su labor sintió que era el momento de pensar qué era lo que seguía de aquella vida.
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Abrió la maleta y volvió a ver dentro de ella los 19 fajos de billetes que se encontraban en su interior, y con calma sacó uno de ellos para contar cuántos dólares americanos había en cada uno de los amarres de papel moneda... Mil doscientos dólares americanos tenía cada uno de los paquetes que Joaquín había logrado en aquel asalto. Era el momento de pensar qué hacer. Pero del cerebro de Joaquín no salía absolutamente ninguna idea, el dolor de la herida le nublaba la razón y con ello los pasos a seguir. Decidió entonces seguir oculto durante unas horas más en aquella cueva donde no había pasado absolutamente ningún ser viviente, ni humano, ni animal, cosa que lo mantenía tranquilo en ese aspecto y pensó que quizá en unas horas más podría resolver qué camino tomar o hacia dónde ir. Tomó la maleta gris entre sus manos; la apretó contra su pecho. Volvió a dar una mirada más a la herida y cerró los ojos esperando quizá que con un poco más de tiempo, pudiera ya salir de aquel escondite fortuito.
Guatemala Joaquín despertó después de horas de estar inconsciente.
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Debilitado por la pérdida de sangre y por la falta de alimento, reaccionó ante el dolor que una rata de campo que mordisqueaba su pierna derecha estaba ocasionándole. Luego de apartarla inmediatamente, Joaquín intentó entender de momento qué era lo que estaba sucediendo, y de inmediato vino a su mente todo lo que había vivido las últimas horas. Se llevó las manos al rostro, vio la herida, se incorporó para tomar entre sus manos la maleta gris con los dólares dentro y se dispuso a partir. En un momento pensó en regresar a la casa de su abuela para dejarle algunos fajos de billetes, pero se arrepintió al pensar que si lo hacía, lo apresaría la Policía Nacional de Panamá. Nadie supo cómo fue que logró cruzar las fronteras de Costa Rica, Nicaragua y Honduras, para llegar a un poblado de Guatemala, llamado Quezaltenango, planeando cruzar la frontera de México y de ahí llegar a la Unión Americana, donde pensaba sería libre y podría iniciar una nueva vida sin que nadie supiera quién era o de dónde venía y, más importante aún, qué delitos había cometido. Durante el trayecto ya había gastado cinco de los 19 fajos de billetes que había logrado con el asalto al Banco Nacional de Panamá. Las autoridades de aquel país pensaban que aún se encontraba en él y que de un momento a otro lograrían su captura.
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Al llegar al poblado se instaló en un motel de paso y sin dejar aquel saco gris se dirigió a una fonda a pie de carretera, muy cercana al motel donde se hospedaba. Buenas noches —saludó Joaquín al ingresar. Nadie le contestó, pero sí observaron su llegada. Joaquín se sentó a una mesa apartada del lugar y esperó a que llegara una de las meseras para atenderlo. —¿Qué vamos a servirle? —preguntó la mesera con coraje— ¿usted no es de por aquí, verdad? —No, señorita. ¿Qué tiene para cenar? —Solamente nos quedan hilachas, caldo de gallina, huevos a la ranchera y chuchitos de carne. ¿Qué le servimos? —Está bien un caldo de gallina. —¿Con menudencia? —Mmh, sí, con menudencia, por favor. —Para la garganta, ¿qué quiere? —¿Perdón? —Para la garganta, para tomar, ¿qué le servimos? —Una Coca-Cola estará bien.
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Se retiró la mesera mientras Joaquín pensaba acerca de lo que en Honduras le habían comentado algunos que intentaban lo mismo que él: llegar a los Estados Unidos. Al llegar la mesera para servirle, Joaquín tomó un respiro y comentó: —Perdón, ¿usted sabe quién puede ayudarme a cruzar la frontera de México? La mesera al escuchar su pregunta, volteó con enfado a la barra y gritó: —¡Gorki!, ¡aquí te habla otro cabrón que quiere llegar con los pinches gabachos de mierda! ¿A qué quieres irte para los Yunaites? —le preguntaba la mesera con burla a Joaquín— ¿a que te traten de la chingada?, ¿a que te metan un balazo por el culo? ¡No seas pendejo, regrésate a tu tierra, cabrón! ¿Sabes cuántos de tus paisanos han intentado cruzar? Cruzar la frontera de México está muy fácil, esos putos son muy corruptos, el pedo es cruzar pa los Estados Unidos, ahí sí está de la chingada —seguía diciendo la mesera. —¡No me lo espantes! —dijo el Gorki al llegar a la mesa de Joaquín. Órale, ¡váyase a la chingada, pendeja! La mesera, con un gesto de risa irónica, le contestó a el Gorki mientras se retiraba: —Ora, chíngate a otro pendejo.
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—Discúlpala, amigo —comentó el Gorki a Joaquín— ¿qué se te ofrece? ¿Quieres cruzar solamente la frontera de México o quieres que te llevemos hasta los Estados Unidos? —¿Cuánto cuesta hasta allá? —Te sale un billetote, como en tres mil dólares, mi compa. —¿Tres mil dólares? —Sí, cabrón, tres mil dólares, ¿le entras? Son por adelantado, ¿eh? —Pues órale —respondió Joaquín. —Espérame aquí, no te me vayas, voy con el cabrón que te va a hacer el paro. El Gorki se levantó y le dijo al oído a la mesera: —Te lo encargo, pendeja, que no se me vaya a ir. —¿Y cuánto para mí, Gorki? —¿Para ti?, pos yo mero soy tu premio, ¿qué te parece? —soltó la carcajada— ahorita vengo —comentó el Gorki, mientras se retiraba del establecimiento. La mesera esperó un poco y luego se acercó a la mesa de Joaquín. —¡Dame doscientos dólares! —le dijo— que me los des, cabrón, te conviene. Joaquín ante la amenaza sacó los dólares y se los entregó, ella los tomó, se los guardó entre sus pechos, y le explicó:
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—Busca al Juanelo en el mercado de víveres a las cinco de la mañana, él está en la Calle 14, tiene un camión que dice ―Cielito Lindo‖, dile que vas de parte de la Cynthia, que quieres llegar a los Yunaites. Pero vete ya cabrón, haz lo que te digo —afirmaba la mesera mientras retiraba el caldo de gallina que aún estaba cenando Joaquín. Este se levantó de inmediato y se dirigió a su cuarto de motel para esperar las cuatro de la mañana e ir a encontrarse con el Juanelo. A las 4:30 a.m., Joaquín llegó a donde le había indicado la mesera y se encontró con varios choferes transportistas, ubicó el camión con el letrero ―Cielito Lindo‖ y se dirigió con seguridad al grupo. —Buenos días —saludó. Perdón, estoy buscando al Juanelo, ¿saben dónde puedo encontrarlo? —¿Quién lo busca? —preguntó un hombre cincuentón y robusto —Vengo de parte de la Cynthia. —¿De la Cynthia?, ¿y qué te dijo esa pendeja? —Bueno, es que yo quiero llegar a los Estados Unidos y pues ella me dijo que el Juanelo podría ayudarme a cruzar. —¿Eso te dijo la pendeja? —Sí señor, eso me dijo.
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—Pues yo soy el Juanelo y ya me voy, ¿cuánto traes? —¿Cuánto me cuesta? —Me caíste bien, muchacho, paga el diésel, tus gastos, y vámonos. ¿Sabes manejar? —No señor, no sé. —Pues entonces te va a costar un poco más. Anda súbete, en una hora salimos a tu pinche sueño de mierda. Joaquín subió entonces al camión y esperó dentro la hora de partir.
La llegada al anfiteatro El detective Ramírez ya esperaba en el hangar de la empresa de la familia Martínez de la Garza a la señora Eva, quien con paso apresurado bajó por las escalinatas de la aeronave, seguida por Esther. —Señora, debemos dirigirnos al Servicio Médico Forense —Semefo— de la ciudad, ya están esperándola a usted tanto el Ministerio Público como agentes de la Policía Ministerial para llevar a cabo todos los trámites pertinentes en caso de que… —¿En caso de qué, licenciado Ramírez?
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—Bueno, en caso de que efectivamente se trate de Mayra, señora —dijo mientras aceleraba el paso para abrir la portezuela trasera del vehículo que los conduciría al destino con la verdad. Ya en el automóvil, Eva expresó: —Una pregunta, Ramírez. —¿Qué investigación del caso tiene usted?, ¿en qué se basa para decirme que posiblemente se trate de Mayra? —Lo primero es que usted pueda reconocer si efectivamente se trata de su hija; posteriormente, se le practicarán los exámenes correspondientes para verificar si se trata de Mayra, y es mediante una prueba de ADN que en el mismo lugar le practicarían a usted o a Esther. —¿Usted tiene absolutamente todos los documentos de Mayra, Ramírez? —Sí señora, yo los tengo a la mano. De hecho, ya están analizándolos. —Espero en Dios, Ramírez, que esté usted equivocado. —Mamá, ¿no crees que estás ya dando por sentado que de verdad se trata de Mayra? –Preguntó Esther—Hija, el corazón de una madre nunca se equivoca y siento en el mío una angustia que no me había invadido desde hace muchos años.
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El trayecto del aeropuerto al anfiteatro desde ese momento transcurrió en total silencio, cada uno de los que viajaban en el vehículo se encontraba inmerso en sus propios pensamientos. Después de más de 40 minutos de viaje terrestre por fin llegaron al depósito de cadáveres, donde supuestamente se encontraba el cuerpo de quien quince años atrás había sido desterrada por su propia familia. Ramírez abrió la puerta trasera del automóvil para que de él bajaran Eva, quien en ese momento llevaba ya dibujado en su rostro una mueca de angustia, miedo y desesperación que ni el maquillaje más fino del mundo podía disimular, y Esther. Con total lentitud, Eva fue bajando uno a uno los escalones de la oficina forense, los iba descendiendo casi sin querer llegar al último de ellos. —Por aquí, señora Eva, por favor —comentó Ramírez al tiempo que señalaba una puerta gris donde desde ya, el olor a muerte y el frío se hacían presentes. Abrieron aquella puerta y el primer impacto que tuvo Eva con aquel sitio, fueron siete planchas frías en donde reposaban sendos cadáveres cubiertos únicamente con una túnica blanca de pies a cabeza, dejando ver solamente en uno de los dedos del pie derecho una etiqueta donde se informaba el sexo de los cuerpos. —Buenos días —saludó el médico forense de guardia. —Buenos días, doctor —respondió Ramírez— Ella es la señora Eva de Martínez de la Garza, quien, como le comenté, tiene a su hija desaparecida desde hace
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más de quince años y hemos tratado de encontrarla por todos lados, hasta ahora sin éxito. —Mucho gusto, señora, resulta lamentable que tenga que conocerla en esta situación tan angustiante —respondió el forense, al dirigirse a Eva. —He de comentarle que me encuentro muy asustada y con un miedo que me ha paralizado de pies a cabeza. No sé si pueda hacerlo, doctor —comentó Eva, mientras se llevaba su mano derecha a la nariz como queriendo tapar con ella el olor de muerte que se respiraba en el lugar. —Señora —respondió el médico— sé que es muy difícil para todos los que tienen que reconocer un ser querido en estas circunstancias. Le comento —continuó— que dada la brutalidad de la agresión, ya que el cuerpo recibió tres impactos de bala de manera directa, uno de ellos en el rostro, no resulta grata la imagen que va a presenciar, por lo que le aconsejo, si no está preparada aún, lo intentemos después de que un medico la revise para que no pueda surgir ninguna… —No doctor —lo interrumpió Eva— estoy lista, he esperado este momento, aunque no en estas circunstancias, durante más de quince años. Por favor Ramírez, acompáñeme. Ramírez tomó del brazo derecho a Eva y Esther la tomó del izquierdo sin voltear a ver la plancha de cemento donde reposaba el cadáver supuestamente de Mayra. El forense preguntó a Eva: —¿Esta lista, señora?
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—Estoy lista, doctor. En ese momento el médico forense, en una sola acción rápida descubrió hasta el torso el cadáver de una mujer que estaba registrada como ―Ana‖ y que había sido asesinada dos días antes en un motel de paso por un hombre al parecer indigente y de nacionalidad centroamericana y quien ya se encontraba en esos momentos detenido por la Policía Ministerial. Eva, al ver el rostro de aquella mujer, quedó paralizada, sin poder mostrar absolutamente ningún rictus, ni de sorpresa, ni de miedo, ni de dolor. De manera inmediata Eva evocó, como un tren a punto de descarrilar, imágenes de su pequeña Mayra, cuando nació, cuando la vio crecer, cuando le compraba su primera muñeca, las imágenes iban y venían de una manera casi insultante a la mente de Eva, quien después de unos segundos pudo reaccionar y con tensa calma se dirigió hacia el médico: —Por favor, cúbrala; se trata de Mayra, es mi hija, y está muerta. Esther dejó el brazo de Eva, se dirigió a ver el rostro de su hermana menor y soltó un llanto que petrificaba. Eva volteó a verla… Esther secó sus lágrimas y caminó para colocarse al lado de su madre. Esta, después de ello, se dirigió con el detective: —Por favor, Ramírez, hágase cargo de todos los trámites.
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—Señora, lo siento mucho, me hubiera gustado darle otro tipo de información, pero... —Sí, dígame Ramírez, me comenta lo que sea mientras me saca de este lugar, no quiero estar ni un segundo más aquí. —Es necesario que rinda su declaración para poder llevarnos el cuerpo de Mayra a Monterrey; además, señora… —Sí, dígame, Ramírez... —Señora, es que ella deja un hijo de catorce años y se encuentra también en la Agencia del Ministerio Público, porque de manera extraoficial él es el único testigo de lo que sucedió en el cuarto de hotel donde Mayra fue asesinada. Eva detuvo su andar de manera abrupta y de un solo golpe gira su cabeza para encontrarse con la del detective: —¿Qué está diciendo Ramírez!, ¿qué Mayra tiene un hijo? ¡Por favor, explíquese! ¿Fue testigo de qué? —Por favor señora, cálmese, siéntese —expresó Ramírez mientras le extendía una silla cercana. —¿Aquí mismo está? —No señora; están tomándole declaración en los separos de la Policía Ministerial. —Pero, ¿cómo?, ¿está detenido?, ¿por qué?
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—No señora, no está detenido; como le comento, al parecer es el único testigo de la agresión a Mayra y los investigadores creen que podrá aportar algunas pistas para conocer los motivos y saber si la persona que tienen detenida es la responsable. —¿Sabe cómo se llama? —Se llama ―Mario‖, pero posiblemente ese no sea su nombre real, pues también Mayra dijo llamarse ―Ana‖ y este resultó no ser su verdadero nombre. —, Ramírez, lléveme con mi nieto —señaló Eva al tiempo que se levantaba de la silla que le había ofrecido el detective.
Viaje a México La espera le pareció eterna a Joaquín, aunque solamente duró escasos 50 minutos antes de abordar el tráiler del Juanelo. —¡Ya nos vamos, muchacho!, espetó el chofer a Joaquín mientras veía en el tablero todos los instrumentos de viaje y revisaba que todo estuviera en orden para no sufrir ningún contratiempo durante el trayecto hacia México, el nuevo país que intentaría cruzar el panameño. —¿De dónde eres?
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—De El Salvador, señor —contestó Joaquín, mintiendo con nerviosismo. —¿De El Salvador?, ¿y exactamente de qué parte de El Salvador eres? —Del mero San Salvador, señor, tengo a mi familia ahí. —¿Cuántos años tienes, muchacho? —Tengo 19 años, señor. —¿Y a qué chingados quieres ir a los Estados Unidos? ¿No tenías trabajo en tu país? —No señor, no tenía trabajo ni nada de nada, todo el día buscaba qué comer o qué llevar a la casa y nomás no conseguía nada. —Qué raro que no estés tatuado, ya ves que ahí es normal que pertenezcas a la famosa Maras Salvatrucha o a la Mara 18. ¿Qué llevas ahí? —preguntó el Juanelo a Joaquín a la vez que señalaba el morral gris en donde este llevaba entre sus pocas pertenencias y, escondidos, los fajos de billetes que le quedaban del asalto causante de su huida. —Nada señor, solamente mi ropa y algunos trapos. El Juanelo le miró a los ojos como queriendo verificar si lo que decía Joaquín era cierto. —Bueno y dime, ¿cuánto dinero traes?
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—No mucho, señor, pero sí me alcanza para pagar lo de mi pasaje y me sobrará para comer durante el camino. —Por eso, cabrón, ¿cuánto traes? —Este… no lo sé exactamente señor, me imagino que unos dos mil dólares nada más. —¿Nada más, cabrón?, ¿pues qué más quieres? —expresó el Juanelo al soltar una carcajada, para enseguida añadir: —Duerme un rato si quieres, el camino es largo, yo te despierto en cuanto vayamos a cruzar la frontera porque tenemos que pagarle a los fronterizos unos 500 verdes para que no la hagan de pedo contigo. —No señor, yo estoy bien, ya he dormido suficiente. ¿Eso es lo que van a cobrar los de la patrulla? ¿500 dólares, señor? —No, ellos van a cobrarme 100 dólares y lo demás es para mí. ¿Algún pedo? Si tienes algún problema, aquí te bajo y te vas tú solo a la chingada, a ver cómo le haces, cabrón. —No señor, está bien, solamente estaba preguntando. Transcurrieron así poco más de tres horas mientras recorrían los kilómetros de carretera que separaban a Quezaltenango, ya cerca de la frontera, de la población mexicana denominada Tapachula, Chiapas.
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Aún con cansancio y mucho sueño, Joaquín no se rendía y se mantenía despierto para no perder de vista aquel morral gris que como si fuera parte de su cuerpo, llevaba consigo. No lo soltaba en ningún momento ante la mirada de extrañeza del Juanelo. —Ya casi llegamos a la frontera con México, muchacho, ¿dónde tienes la lana, la luz, los billetes? —Aquí señor, aquí los tengo en mi mochila. —Pues dámelos ya. —¿Quiere que me esconda para que no me vean los de la Patrulla Fronteriza? —Claro que no, cabrón, estos pinches fronterizos se encabronan si les quieres ver la cara de pendejos, es mejor hablarles al chingadazo; ellos ya me conocen, cruzo por aquí cinco o seis veces al año. —Muy bien, señor —respondió Joaquín mientras buscaba en el interior del morral la cantidad que le había pedido el Juanelo, con cuidado de no sacar más de los 500 dólares. —¿Por qué tardas tanto, cabrón?, ¿qué me escondes? —Nada señor, es que los tengo muy guardados —respondió con temor ante la mirada penetrante del Juanelo, quien en ese momento hacia señales con las luces intermitentes a los conductores para indicarles que se detendría a un lado de la carretera.
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—¡Puta, parece que se me está calentando esta madre! —decía el Juanelo mientras descendía del tráiler. Joaquín vio que segundos después, el Juanelo abría el cofre para revisar algún desperfecto y eso le dio un poco de respiro, el saber que no podría ver de dónde sacaría los 500 dólares y que lograría sin temor a ser visto volver a guardarlos dentro de unos trapos malolientes junto con los demás fajos de billetes. De pronto, de un solo tirón, la portezuela de Joaquín se abrió y vio con temor al Juanelo que lo amenazaba con una varilla de metal (que servía para cambiar neumáticos) al momento que le gritaba: —¡Bájate, cabrón!, ¡bájate despacito, cabrón, sin hacer ninguna mamada porque te carga la chingada! —Señor, ¿qué pasa? —preguntaba asustado Joaquín mientras descendía del tráiler tratando de tomar aquel morral gris. —¡Deja el pinche morral, cabrón! —Te di la oportunidad de que me hablaras con la verdad, cabrón, y tú quieres verme la cara de pendejo, ¿crees que nací ayer, verdad? —No señor, no sé a qué se refiere. —Me dijiste que eras de El Salvador, cabrón, ¿crees que no sé que eres de Panamá?, tu forma de hablar te delata, he recorrido más de veinte años de mi vida toda Centroamérica llevando y trayendo chingaderas para que ustedes puedan tragar.
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El Juanelo tomó entonces aquel morral y sin quitar la vista a Joaquín intentaba revisarlo. El panameño se le abalanzó y recibió un fuerte golpe en el rostro por parte del Juanelo con aquella varilla, que hizo que cayera sobre sus rodillas y aún lastimado por aquella lesión en su pierna derecha, se fue de bruces contra el suelo mientras lanzaba un grito de dolor. —¿Qué llevas aquí, cabrón?, ¿por qué tantas mentiras? —repetía el Juanelo mientras encontraba los fajos de billetes que Joaquín escondía con tanto recelo— ¿esto es todo lo que escondes?, ¡contesta, cabrón! —preguntaba el Juanelo mientras le daba a Joaquín una gran bofetada que hizo que la nariz comenzara a sangrar. —No sé de qué me habla, señor, ¿por qué me agrede? —¡Contéstame, cabrón! —gritó de nuevo el Juanelo a Joaquín mientras amenazaba con soltarle otro golpe con la varilla. —Sí señor, eso es todo lo que traigo. —¿Y por esto me mientes, cabrón? —gritó el Juanelo mientras sacaba y colocaba todos los fajos de billetes de Joaquín sobre el asiento. —¿Sabes cuántos pendejos como tú quieren pasar cocaína por la frontera de México pensando que con eso pueden pagar su llegada a los Estados Unidos? —No señor, no sé —respondió Joaquín mientras trataba de incorporarse.
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—¡Ah qué muchacho este! —expresó el Juanelo mientras tomaba un fajo de billetes y se lo guardaba en su chamarra. —Levántate, muchacho, y toma tu morral, sube. —Sí señor —respondió Joaquín mientras tomaba el morral y volvía a subir a aquel tráiler que lo transportaba. El Juanelo cerró el cofre del tráiler, volvió a subir y encendió la máquina para proseguir su camino hacia la frontera con México. —¿Por qué me golpeó, señor? —preguntó Joaquín mientras por la ventanilla escupía la sangre que se le había ido a la garganta. —Primera lección, muchacho: Nunca pero nunca trates de engañar a quien puede ayudarte y quien está confiando en ti. Segunda lección, muchacho: Nunca confíes en nadie, ni siquiera en ti mismo — continuaba diciendo el Juanelo mientras Joaquín guardaba de nueva cuenta los fajos de billetes que le quedaban, dándose cuenta de que le faltaba uno. —Falta un fajo de billetes aquí, señor —recriminó Joaquín con la mirada baja al Juanelo. —¡Yo lo tomé!, ¿algún problema? —No señor, entonces, ¿con eso está pagado, verdad?
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—Por supuesto que no, ese fajo es para que se te quiten las ganas de seguir tratando de burlarte de los demás, así que dame de una vez los 500 verdes, que ya llegamos. —Mira mi Panemas —decía el Juanelo con voz más tranquila— no sé ni quién eres ni qué has hecho o por qué quieres huir de tu país o para qué quieres llegar a los Estados Unidos, yo tenía que cerciorarme de que no llevaras armas o drogas porque a mí me ibas a meter en un pedo, y pues yo, mi Panemas, tengo familia. Joaquín asintió con la cabeza como perdonando la acción de violencia en su contra de parte del Juanelo. —Prepárate, mi Panemas, ya están aquí los fronterizos —advirtió el Juanelo mientras se veían a pocos metros los faros y las torretas policíacas pidiendo que detuvieran el tráiler. —Qué pasó, mi Juanelo —decía uno de los agentes que se había acercado a la ventanilla del conductor. —Nada, aquí regresando a la tierra del coyote, mi estimado. —¿Qué traes ahora?, ¿quién es este compa? —Es un chavo que viene de El Salvador, trae con qué quererte, mi Paco. Dale chance, ¿no?, ya lo revisé, no trae nada de coca ni armas, viene limpio el buey. —¡Está cabrón, mi Juanelo!, mi jefe anda muy mamón y pues ya sabes que cuando se pone así está muy cabrón.
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—Por eso no hay pedo, mi Paco, ¿de cuánto estamos hablando? —¿Qué te parecen unos 600 verdes, mi Juanelo? —¿Seiscientos!, no te manches, mi Paco, ¿pues qué me vas a dejar a Miguelito? —Pues si no se puede, ni pedo, mi Juanelo, así es esto, y decídete ya porque vamos a cambiar de turno en 10 minutos. —¿Cómo ves mi Panemas?, si te late, saca otros 1,200 verdes, cabrón —le dijo a Joaquín, quien lo observaba con la mirada confundida y sin saber qué contestar. Después de pocos segundos, el Panemas asintió con la cabeza y sacó de su morral otros 1,200 dólares que le dio al Juanelo y este a su vez al agente de la Patrulla Fronteriza le entregó la mitad, sin contar, de aquel fajo de billetes. —¡Pues sale, mi Juanelo! ¡Aquí te esperamos la próxima!, ya sabes que somos de ley y estamos para servirte, ¿ya te la sabes, no? —expresó el guardia fronterizo mientras le cedía el paso al tráiler para que pudiera seguir su trayecto. —Así son estos cabrones, mi Panemas, pero es mejor así que estar escondiéndote como gusano en tierra de gallinas —asentó el Juanelo mientras tomaba de nuevo velocidad hacia la ciudad de Tapachula, Chiapas, a pocos kilómetros de ahí. Bueno, mi Panemas, hasta aquí llego, de aquí en adelante lo que tú hagas es pedo solamente tuyo.
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No seas pendejo, mi Panemas, no confíes en nadie —decía el Juanelo al Panemas mientras descendían del tráiler, ya en la ciudad. —Pero, ¿cómo le hago para llegar a los Estados Unidos? —Ya sabrás, mi Panemas, te aconsejo que no te arriesgues en comprar un pasaje de camión porque si te detienen los ojetes de Migración, van a tumbarte todo el billete que te queda y te van a dejar más cogido que una puta congalera, mejor busca la Casa del Migrante, júntate con dos o tres cabrones de tu país y esperen la salida de La Bestia; entre ustedes podrán cuidarse más, mi Panemas. —Pues muchas gracias, señor. —No me digas ―señor‖, ¡dime: Juanelo, mi Panemas! —Muchas gracias, Juanelo. —Pues mucha suerte, mi Panemas —finalizó mientras extendía su mano para despedirse. Joaquín el Panemas lo vio alejarse. Metió la mano a su morral, sacó los fajos de dólares que le quedaban y se los guardó entre sus calzones y sus genitales. Volvió a colgar su morral a la espalda y empezó a caminar hacia el centro de Tapachula para preguntar dónde podía encontrar la Casa del Migrante. Dentro de su pequeño moral, Joaquín llevaba cargando lo más pesado de todo, la angustia, el miedo y la incertidumbre.
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Encuentro de Eva y Mario El detective Ramírez, Eva y Esther tardaron pocos minutos solamente en llegar a la Agencia Ministerial Municipal donde se encontraba rindiendo declaración el presunto responsable del doble asesinato en aquel motel de paso y en donde también, en el mismo sitio pero de manera aislada, se encontraba Mario. —Buenas tardes —saludó el detective a la encargada de dar información en la Agencia Ministerial— soy el licenciado Ramírez, la señora es la madre de la mujer asesinada en el Motel Buenaventura, quisiera hablar con el agente del Ministerio Público que está llevando a cabo las investigaciones, por favor. —Un momento, enseguida le informo al licenciado Durán que aquí están la madre de la occisa y su abogado. —Muchas gracias. —Ramírez extendió sendas sillas a Esther y a Eva, a quien notaba algo distraída y con la mirada fija en un punto en particular. El detective siguió la mirada de Eva y se encontró al final con la figura de un niño sentado en el rincón de aquel salón, con la mirada baja, sucio, con la cara manchada de mugre por la combinación de llanto y polvo. El niño sostenía entre sus manos un cofre que minutos antes le había entregado una amiga y compañera de actividad de su madre, hoy muerta.
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Aquel menor extrajo entonces una fotografía de aquel cofre y se la llevó a la bolsa trasera de su pantalón. Después tomó también un sobre cerrado en el que podían verse escritas con letra temblorosa dos palabras: ―Querido Hijo‖. Sin abrirla, la dobló por la mitad y la guardó también en el mismo sitio donde había depositado la fotografía. —Señora, ¿se siente bien? —preguntó Ramírez a Eva. —Ramírez —contestó Eva, sin dejar de mirar a aquel menor— ¿sabe usted quién es ese niño? —No, señora Eva, no lo sé; ¿por qué? —¿Usted cree que se trate de mi nieto? El grito de la asistente del agente del Ministerio Público los sacó de aquella conversación. —¡Licenciado Ramírez!, por aquí por favor, el licenciado Durán los espera. —Muchas gracias. La asistente los condujo entonces hacia una oficina donde ya estaban esperándolos. En el lugar solo se encontraban un librero, cuatro sillas y un escritorio ya viejos, y sobre este estaba una computadora donde se guardaban los datos de todas las averiguaciones previas de los delitos que se cometían.
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Adelante, pasen por favor —se dirigió a ellos el agente del Ministerio Público— por favor, tomen asiento. Muchas gracias, licenciado —respondió Ramírez— la señora es la madre de la fallecida. —Mucho gusto, señora, yo soy el licenciado Durán y soy el responsable de la Agencia del Ministerio Público que sigue las investigaciones en torno al asesinato de la mujer que fue encontrada sin vida, asesinada dentro de un cuarto de motel junto a un hombre, también ultimado, quien era comandante de la Policía Ministerial y jefe de nosotros. —Mucho gusto, licenciado —respondió Eva. —Escuche señora —continuó Durán— según las primeras investigaciones del caso, su hija fue asesinada por un individuo que ya declaró ser el causante del homicidio. Es un joven de 20 años que al parecer, según su declaración, es de Panamá y se encuentra en nuestro país tratando de llegar a los Estados Unidos. Él refiere que se metió a robar a la habitación del motel por medio de unas escaleras, las escaleras de servicio que dan desde la calle a todas las habitaciones del negocio de hospedaje. Manifiesta el presunto que quitó la malla de protección de una de las ventanas y se escondió bajo la cama, donde esperaba el momento preciso para asaltar a los
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huéspedes que llegaran a esa habitación, pero que se asustó al ver que el cliente de su hija... —¿El cliente de mi hija! ¡Explíquese por favor, licenciado! —respondió Eva al tiempo que se levantaba de su asiento de manera inmediata ante lo dicho por el agente del Ministerio Público. Este dirigió la mirada a Ramírez en señal de confusión. —Licenciado, ¿no le ha comentado a la señora a qué se dedicaba la occisa? —No, no lo hice, creí que no era el momento oportuno. —¿De qué habla, Ramírez? —lo increpó entonces Eva. —Señora, al parecer, y esa es la línea de investigación que se sigue, por los datos recabados, Mayra se dedicaba a la prostitución desde hacía ya muchos años, aquí en la ciudad de Tuxtla. Eva volvió a tomar asiento mientras se llevaba la mano derecha a la boca con la intención de ahogar un grito o gemido de dolor ante tal declaración. —¿Puedo proseguir? —preguntó Durán a Ramírez. —Por favor. —Bien, como le decía, señora, el presunto asesino se asustó al ver que el cliente de su hija llevaba dos armas que dejó sobre el tocador de la habitación y pensó que si se daban cuenta de su presencia lo mataría de manera inmediata, así que
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salió de su escondite y tomó una de las armas para disparar todas las balas contra los dos cuerpos. Refiere también, que minutos antes, había visto que encerraban a un niño en el baño y después de eso escuchó que la puerta de la habitación se abría. Después comenta que entre varias personas lo despojaron del arma que utilizó para cometer el asesinato y lo golpearon. Dice que no recuerda nada más que eso. —Es decir, señora —prosiguió el licenciado Durán— el motivo del asesinato fue el robo. Este es el hombre que asesinó a su hija, señora, ¿lo conoce? —preguntó Durán mientras descorría una cortina de tela donde se podía ver un cristal oscuro que mostraba en su parte trasera a un individuo joven, sentado en una silla con las manos entrelazadas y encerrado en un cuarto que sirvió de sala de interrogatorio. Era un joven desaliñado, mugroso, con los pies descalzos y con la cara llena de sangre, y con ojos, boca y nariz desfiguradas por la golpiza que había recibido al ser detenido e interrogado. —No, no lo conozco —respondió Eva mientras dirigía la mirada hacia otro lugar después de ver por pequeños instantes al culpable de la muerte de Mayra. Durán recorrió la cortina para cerrarla de nuevo.
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—El niño al que hace referencia el homicida —continuó Durán— tiene catorce años y asegura ser el hijo de la fallecida, pero no ha querido decirnos absolutamente nada de lo que vio ni lo que escuchó. —¿Entonces —preguntaba Eva— el niño que está afuera es mi nieto? —Al parecer así es, señora. —Pero... ¿quién es?, ¿cómo se llama? —Nos dice que su nombre es Mario, que su edad es de catorce años, y que no tiene absolutamente ningún familiar. —Pero por supuesto que tiene familia, ¡yo soy su abuela! —Eso, señora, tendrá que demostrarlo con documentos oficiales que sirvan para su plena y llana identificación. —Aquí tengo todos los documentos que demuestran el parentesco de la señora Eva con la fallecida, licenciado —respondió Ramírez. —Muy bien, en ese caso, por favor entréguelos a mi asistente y el día de mañana con mucho gusto podremos hacer entrega del cuerpo, por lo pronto, el pequeño quedará en resguardo del personal del estado de Chiapas en espera de verificar los documentos citados y proceder conforme a lo que ordenan las leyes de la materia. —Licenciado —dijo Eva—, ¿podría permitirme hablar con mi nieto unos minutos?
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—Lo siento señora, debido a lo delicado del caso no creo que sea conveniente, ya que él afirma que no conoce a ningún familiar y una confesión de su parte, de esta magnitud, no creo sea benéfica para el menor. —¡Por favor, se lo suplico! Durán lo pensó un poco y respondió: —Está bien, pero es necesario que esté presente la trabajadora social que tiene a su cargo el resguardo del menor. —Muchas gracias, licenciado. —Espere por favor aquí, un momento, enseguida regreso. —Sí, licenciado, y de nuevo mil gracias. —Ramírez, ¿podría acompañarme un momento? —pidió Durán. —Con gusto —le respondió el detective de la familia Martínez de la Garza. Cuando salieron de la oficina, el agente del Ministerio Público le dijo al detective: —Licenciado, usted sabe que en este tipo de asuntos es muy importante acelerar los trámites, usted sabe que esto cuesta dinero. —Sí, lo sé, licenciado, ¿cómo podemos hacerle para agilizar todo y terminar con esto de una manera rápida y sin que se pierda más tiempo? —Bueno, usted conoce cómo se manejan este tipo de asuntos y pues habrá que ―agradecerle‖ a varias personas, a los que investigaron de manera rápida y
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oportuna el asunto y también habrá que agradecer a que no nos pongan tantas trabas para entregar en custodia al menor, hoy las cosas no son tan fáciles, licenciado. —Lo sé, lo sé, y dígame… ¿de cuánto estamos hablando?, por dinero no se preocupe. —¿Qué le parecen 250 mil pesos?, y le aseguro que mañana mismo estarán sepultando a la fallecida y nosotros entregando al niño a sus verdaderos familiares, usted sabe que aquí la protección al infante es muy importante, y pues… —No se preocupe, Durán, lo que queremos es que esto termine lo más rápido posible. —¿Cree que nos pueda dar su cooperación hoy mismo? —¿Hoy mismo? —Bueno, yo digo para agilizar y que no se entrometan en el caso los que vigilan que los menores no sean entregados a personas que... usted sabe, licenciado. —No se preocupe, tendrá su dinero mañana por la mañana a primera hora, no creo que la señora Eva tenga en este momento la cantidad que solicita. —¡Así me gusta Ramírez!, que entienda la importancia de nuestro trabajo, ¿le parece bien mañana a las nueve de la mañana en punto? —¿Y… a esa hora ya tendrá usted todo listo?
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—Se lo aseguro Ramírez, tendré todo listo. —Así lo espero, licenciado Durán, ¿puede llevar al niño con la abuela ahora? —¡Por supuesto!, Dinora —expresó, dirigiéndose a su asistente—, por favor lleva al menor a mi oficina y quédate ahí hasta que terminen de charlar, dales cinco minutos nada más, por favor. —Sí, licenciado —respondió la secretaria. Esther, quien se había quedado esperando afuera de la oficina, escuchó la conversación de Ramírez y Durán mientras se dirigían a donde se encontraba Mario. —Hola Mario —dijo Ramírez— ¿puedes acompañarnos, por favor?, vas a hablar con una persona muy importante para ti. Mario volteó hacia su interlocutor y, sin decir palabra, se levantó y se dirigió a donde le indicó la mujer. —La asistente abrió la puerta de la oficina y se dirigió a Eva. —Señora, solo cinco minutos, por favor. —Sí, muchas gracias. Mario y Eva se quedaron mirando frente a frente, sin decir absolutamente ninguna palabra durante algunos segundos, que a ella le parecieron horas. Eva dirigía su mirada hacia toda la humanidad de Mario sin saber qué hacer, quería abrazarlo, decirle que era su abuela, pedirle perdón, pero de su boca no
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salía ninguna palabra, y su cuerpo se encontraba totalmente paralizado ante aquel encuentro que, sin saberlo, habría esperado por muchos años. Mario también la veía, se preguntaba: ¿quién sería aquella señora que vestía de manera muy elegante y que quería hablar con él?, ¿quién era aquella señora que jamás en su vida había visto? Entonces recordó aquella fotografía que le habían entregado horas antes. Era la misma persona que se encontraba al lado izquierdo de su madre en aquella imagen tomada hacía 17 años y en cuya parte posterior una leyenda rezaba: ―Mi madre, mi hermana y yo en el aniversario de bodas de mis padres‖. —Hola —saludó Eva a Mario, al tiempo que extendía su mano derecha, sin recibir respuesta— ¿cómo te llamas pequeño?, —preguntó Eva a aquel muchacho, quien solamente la veía, sin emitir absolutamente ningún sonido. Ven, siéntate —pidió Eva. Mario respondió a la solicitud después de varios segundos de mirarla. —Tu mamá era una persona muy importante para nosotros, para mí en especial. ¿Sabes?, ella formó parte de mi vida y de mi familia durante muchos años. Después, por cuestiones que nunca entendí, ella se alejó de nosotros, de su familia, de sus padres y de su hermana. Bueno —continuó hablando Eva— nunca entendí, ¿por qué permití que eso ocurriera?.. ¿y sabes por qué?... porque me faltó valor para afrontar y enfrentar la
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situación que hoy desgraciadamente termina en esto, en la pérdida de mi querida Mayra. Mario seguía escuchando aquellas palabras, sin entender exactamente a qué se refería Eva. —¿Sabes quién soy, Mario? —volvió a preguntar. ¿Sabes que estoy sufriendo como no te imaginas lo que te está ocurriendo? Mario hizo un movimiento con su cabeza en señal de negación ante las preguntas que le hacía Eva. —Quiero decirte, pequeño —comentó Eva, mientras se arrodillaba ante el pequeño y le tomaba los hombros— que tú eres una parte muy importante para mí y que nunca, jamás, dejaré que te hagan más daño quienes te lo han hecho, incluida yo misma. Eva terminó por abrazar, llorando, a Mario, quien sin responder a la muestra de afecto la miró directamente a los ojos y le dijo: —Señora, ¿me pregunta si sé quién es usted? —Sí, mi amor, ¿sabes quién soy yo? —No, no sé quién sea, pero me imagino que mi mamá sí sabía quién es usted. —¿Ella te contó acerca de mí?
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Mario, por respuesta, sacó la fotografía que tenía guardada en su bolsillo trasero y se la entregó a Eva, quien al verla rompió en llanto, se levantó dándole la espalda, y se dirigió a la salida de aquella oficina, donde se encontró con Ramírez. —Ramírez, por favor hágase cargo de todo lo necesario para poder irnos de manera inmediata de este lugar, no quiero estar un día más aquí. —Sí, señora, pero quiero comentarle que tenemos que pagar una cantidad… —¡No me diga esas tonterías, Ramírez!, le estoy diciendo que se haga cargo de este asunto de manera inmediata, no me importa el costo, ¿entendió?, ya no quiero estar un día más aquí, ¿está claro? —Sí, señora, está claro. —Quiero que mañana a primera hora salgamos hacia Monterrey con el cuerpo de mi hija y con mi nieto; quiero que investigue hoy mismo la vida que ha llevado mi nieto, y por favor, ni una palabra de esto a mi marido. —No señora, no se preocupe. —¿Dónde está Esther? —Está esperándola afuera, señora. —Dígale que venga inmediatamente y llévenos al hotel. —Sí señora, con su permiso, enseguida regreso con Esther y las llevo a descansar.
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Ya en la habitación del hotel donde se encontraban Eva y Esther, esta última preguntó a su madre: —Mamá, ¿no vas a darle la noticia a mi papá? —No seas tonta, Esther; claro que sí, pero voy a esperar a mañana, ¿para qué le informo ahora mismo de lo que le ocurrió a Mayra? —Pues yo creo que él tiene que estar enterado de la situación, madre. —¿De cuál situación? De la situación que tú y él ya esperaban. —¡Madre!, ¿por qué me dices eso? —¿Que por qué te lo digo?, tú, en este preciso momento has de estar feliz por lo que le sucedió a Mayra, por fin vas a tener lo que siempre habías anhelado, que es el quedarte con toda la compañía a la muerte de tu padre y la mía, ¿crees que no te conozco?, ¿crees que no sé hasta dónde eres capaz de llegar con ayuda de tu carita de ángel? —¿Cómo puedes decir semejante tontería, madre? —¿Semejante tontería? ¿Acaso crees que no sé que fuiste tú la que le dijo a Arturo que Mayra estaba esperando un hijo que no era de él? ¿Acaso crees que no sé que fuiste tú quien le dijo a tu padre que Mayra estaba embarazada y que ni ella misma sabía de quién era el hijo que esperaba? —Por favor, madre, ¡me estás insultando!
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—Más insulto es lo que hemos hecho con tu hermana Esther, que Dios nos perdone algún día si es que merecemos esa gracia después de haber sido tan débiles y tan cobardes. —Madre, estás equivocada, lo que le sucedió a Mayra es única y exclusivamente culpa de ella, no mía ni de mi padre, ni siquiera culpa tuya, la misma que te empeñas en sufrir; ella y solamente ella fue culpable de lo que le sucedió. Eva se levantó del sillón de la habitación y tomó por los hombros a Esther. —Que Dios nos perdone, Esther, que Dios nos perdone; mientras tú y yo disfrutábamos de las mejores viandas, vestidos y diversiones, ella se acostaba con el más putrefacto de los hombres por unas pocas monedas, ¿no lo entiendes? ¿Es tan difícil de entender para ti el pecado tan grande que cometimos en contra de tu propia hermana y de mi propia hija? Esther se libró de los brazos como garras punzantes de Eva y se dirigió al baño para desde dentro gritar llorando. —No fue culpa mía, mamá, ni tuya ni de papá, fue culpa de ella terminar así. —¡Y ni una palabra de esto a tu padre, Esther!, quiero ser yo quien le dé la noticia —dijo Eva, mientras se dirigía a la puerta, azotándola al salir de la habitación. Eva bajó al lobby del hotel y se dirigió al bar de este, se sentó a una mesa, y cuando pedía al camarero una copa doble de coñac, sonó su celular; era Jesús, su marido. —Hola Jesús —respondió Eva a la llamada.
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—Hola amor, ¿qué pasó?, ¿qué averiguaste?, ¿encontraste a Mayra? —Sí, Jesús, encontré a nuestra hija, por fin encontramos a nuestra hija. —¿Y cómo está ella?, ¿está bien? —Jesús, encontraron asesinada a Mayra dentro de un cuarto de hotel —respondió Eva mientras dejaba escapar un sonido ahogando, un llanto que amenazaba con quebrarla. —Pero, ¿qué estás diciendo, mujer? —Sí Jesús, encontraron muerta a nuestra hija. Don Jesús soltó el auricular, con los ojos desorbitados y la boca seca por la noticia que acababa de recibir. Se dejó caer en el sillón de su despacho como queriendo entender qué era lo que estaba sucediendo, no captaba aún el mensaje que acababa de recibir. Con mano temblorosa tomó nuevamente el teléfono. —Eva, ¿sigues ahí? —Si Jesús —respondió ella con un nudo en la garganta que le impedía ya pronunciar más palabras. Después de unos minutos en silencio de ambos, al fin Eva atinó a comentar: —También encontramos a nuestro nieto, al hijo de Mayra. —¡Cómo puedes decir eso, Eva?
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—Jesús, mañana salimos a primera hora para Monterrey, por favor encárgate de todo para cuando lleguemos con el cuerpo de Mayra. —No puede ser verdad lo que me estás diciendo, Eva, seguramente debe tratarse de un error. Hace muchos años que no la ves y posiblemente por el dolor de recuperarla y saber de ella, es que te has confundido. —No Jesús, es ella; la vi con mis propios ojos. —Pero mujer, ¿ya realizaste los exámenes correspondientes?; no sé, el de sangre, el de ADN, no sé cuántos exámenes. —Por favor Jesús, no hagas más difícil este momento. Mañana por la tarde estaremos aterrizando en Monterrey. Por favor te suplico hagas lo pertinente para cuando lleguemos. —Está bien mujer, aquí te espero —respondió don Jesús, aún con la gran duda de que en verdad pudiera tratarse de Mayra. —Buenas noches, Jesús —se despidió Eva mientras escuchaba la voz del camarero ofreciéndole algún alimento para cenar. Don Jesús colgó el teléfono y se dirigió a la cava del despacho. Sacó una botella de coñac, vertió un poco de este en una copa y lo apuró de un solo trago.
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Volvió a llenar la copa y antes de ingerirlo lanzó aquella con todas sus fuerzas contra el mueble de licores, para quebrar varias copas y botellas de vino y después dejarse caer de rodillas y llorar amargamente. Jesús se daría cuenta en ese momento que ni toda su fortuna ni todo su orgullo, ni toda su fortaleza pudieron vencer el gran dolor que le causaba ser tan cobarde al no haber sido capaz de enfrentarse consigo mismo. El orgullo lo separó de Mayra, el orgullo se la regresaba muerta.
El crimen Sentado a un lado de la entrada de un motel de ínfimo nivel el cual solo era utilizado por prostitutas, drogadictos y uno que otro inmigrante centroamericano que intentaba alcanzar el sueño de llegar a como diera lugar a la Unión Americana, se encontraba un joven de aspecto indigente, con una cobija solamente como compañía y a su lado una bolsa de plástico donde guardaba un poco de comida que había logrado reunir durante el día robándola del Mercado Municipal cercano a ese hotel de aspecto lúgubre. El hombre veía pasar por la avenida, vehículos cuyos conductores, sin detener su andar, no le obsequiaban una sola mirada; observaba también cómo los transeúntes intentaban cruzar aquella vialidad con diferentes rostros, rostros de angustia, coraje, decepción, alegría, tristeza... y eso le divertía.
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Para él, esa era su única distracción en espera de que las horas siguieran su curso y que la madrugada le permitiera, como lo había hecho durante los últimos días, poder trepar por la escalera de servicio del hotel y pasar unas pocas horas, sin que notaran su presencia en una habitación que no estuviera ocupada por alguna o alguno de aquellos personajes. Su mirada entonces se dirigió hacia una pareja, una mujer que vestía de manera muy provocativa y, acompañándola, un niño que la seguía a muy pocos pasos. Escuchó entonces que la mujer le daba la instrucción al pequeño de que le esperara en un rincón y que por nada del mundo se fuera a acercar a ella. Inmediatamente comprendió el indigente que se trataba de una prostituta que tenía la esperanza de encontrar algún cliente. El indigente siguió entonces con la mirada al pequeño, quien se acercó a donde él estaba sentado. —Hola, ven, siéntate aquí conmigo —le dijo al pasar a su lado. El niño se le quedó mirando con desconfianza y después de voltear a ver a la mujer que le había acompañado, sacó del bolsillo de su pantalón un cigarrillo aplastado y volviendo a mirar a aquel joven de aspecto indigente, se sentó a su lado, pero no muy cerca. —Ven, acércate, ¿cómo te llamas? —preguntó el Indigente.
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El niño, sin mirar a verlo, encendió el cigarrillo que llevaba después de intentarlo en tres ocasiones (el viento apagaba los cerillos que prendía) y después de darle un gran golpe al enervante, contestó. —¿Quién eres tú? —Yo soy el Panemas, y tú, ¿cómo te llamas? —¿El Panemas? —Así me dicen aquí en tu país. El niño volvió a darle una fumada al cigarrillo y sin soltar el humo preguntó: —¿No eres de aquí? —No, no soy de aquí, soy de Panamá, ¿cómo te llamas? —Mario, ¿y qué haces aquí y por qué no estás en… de dónde dices que eres? —De Panamá, soy de Panamá. —¿Y qué haces aquí? —Estoy por un momento solamente, pienso irme muy pronto a los Estados Unidos. Mario volteó a verlo mientras le daba otra fumada al cigarrillo. —¿Y así piensas irte? —¿Así? , ¿cómo?
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—Así, así como estás, ¿que no te ves? El Panemas volteó a verse la ropa y contestó; —Sí, así como estoy. Tú no sabes quién soy, Mario —¿Y quién eres? —Yo vengo huyendo de mi país porque cometí un gran robo, un gran robo a un banco donde gané muchos miles de dólares. Mario apagó su cigarro y volteó a verlo de nueva cuenta, con un silencio que duró varios segundos. El Panemas prosiguió su charla: —Aunque no lo creas, yo robé un banco de Panamá donde tuve un gran botín, muchos miles de dólares. —¿Sí?, ¿y en dónde están? —Para poder llegar aquí pagué muchos de ellos y cuando estaba en un albergue para inmigrantes, unos cabrones, también de Panamá, me durmieron con alguna pastilla y cuando desperté me di cuenta de que se habían robado todo lo que traía, todo el dinero que llevaba en mi morral me lo quitaron los desgraciados, ¿pero sabes qué?, algún día voy a encontrarlos, y me voy a comer en caldo todos y cada uno de sus órganos. —¿Mataste?
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—Sí, tuve que hacerlo, aunque la verdad no quería hacerlo. —¿A quién mataste? —Es muy larga la historia, algún día te la contaré. Los dos guardaron silencio cuando vieron a una patrulla que se aproximaba a la mujer a la acompañaba Mario. Vieron cómo ella se acercaba a la ventanilla de uno de los oficiales y le extendía un billete que sacaba de entre sus senos. Después de esto, la patrulla se retiró. —Y tú, ¿quién eres, Mario? —preguntó el Panemas. —Eso es lo que quisiera saber, quién soy, durante estos últimos años me lo he preguntado pero no sé quién soy. Sé que me llamo Mario, que tengo catorce años, que no sé quién es mi padre, sé que mi madre es prostituta, eso es todo lo que sé. —A mí me pasa lo mismo, Mario, sé que me llamo Joaquín, que tengo una abuela en Panamá, que robé un banco, que mate, que perdí a mis padres hace muchos años. —¿Perdiste a tus padres?, ¿cómo? —¿Quieres un pedazo de pan? —preguntó el Panemas mientras que de entre sus ropas sacaba un trozo.
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—No, no quiero —contesto Mario mientras seguía con la mirada cómo tres carros se acercaban a donde se encontraba Mayra. —¿Estudias? —preguntó el Panemas. —Estudiaba hasta hace unos días, cuando nos sacaron de donde vivíamos, en la ―Zona Galáctica‖. Hace poco llegaron muchas patrullas y sacaron a todas las prostitutas de la casa de Doña Tere, la que nos rentaba un cuarto —seguía conversando Mario, sin dejar de ver cómo su mamá platicaba con el conductor de uno de aquellos automotores. Mi mamá me despertó, eran como las cuatro o cinco de la mañana y nos escapamos brincando por una de las azoteas, ella después me dijo que lo hacía porque no quería que me separaran de su lado y que si algún día me detenían, nunca dijera quién era ella o a qué se dedicaba, que les dijera que estaba perdido. Desde ese día no voy a la escuela, pero no me importa, todos se burlaban de mí y me decían que si les prestaba a mi mamá. —El Panemas lo escuchaba. —¿Tienes cigarros? —preguntó Mario a el Panemas mientras este se encontraba comiendo el trozo de pan que poco antes había sacado de la bolsa de plástico. El grito de Mayra no permitió responder a el Panemas: —¡Mario, Mario, ven rápido! Mario se levantó de inmediato y corrió hacia ella.
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Después de un pequeño diálogo que el Panemas no alcanzó a escuchar, vio cómo los dos se dirigían hacia el interior del hotel seguidos de un hombre fornido que bajaba de uno de los tres vehículos que minutos antes la habían abordado. El indigente se levantó entonces, cruzó la avenida y se dirigió a una tienda de conveniencia que se encontraba a pocos metros, para mendigar un café a los clientes que salían del establecimiento. Después que lo consiguió, atravesó nuevamente la calle con el café caliente en mano y al llegar a donde minutos antes había platicado con Mario, tomó su cobija y la bolsa de plástico, y recorrió la manzana para estar cerca de las escaleras de servicio de aquel motel. Extendió su frazada en el duro pavimento de la banqueta y se dispuso a descansar un poco. Se quitó el par de zapatos desgastados que colocó a un lado de su cabeza, dio un gran sorbo a su café y cerró los ojos. Como todas las noches, su pensamiento viajaba hasta el barrio de San Miguelito, para evocar la mirada cansada de su abuela, como siempre preguntándose qué sería de ella, si en algún momento de su vida volvería a verla, si estaría bien, si estaría comiendo, si estaría viva. Sus pensamientos fueron sacudidos de manera abrupta por el sonido parecido al de un petardo como los utilizados en las fiestas de la Virgen del Carmen, allá en su barrio de la vieja Panamá.
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Después vinieron, casi de inmediato, cuatro sonidos similares más. Supo entonces que no eran petardos, sino sonidos semejantes a los que él había producido al accionar su arma en el asalto al Banco Nacional de Panamá. Subió de inmediato por las escaleras de servicio y se dirigió al sitio desde donde él creía que provenían tales sonidos. Buscó desde la escalera alguna habitación que tuviera la luz encendida, y vio una de ellas así. Se dirigió de manera inmediata a ella y vio al niño que minutos antes se encontraba platicando con él; el menor empuñaba un arma con los ojos desorbitados y frente a él, en la cama de la habitación, dos cuerpos sangraban de manera abundante. Rompió de un solo golpe el vidrio de la ventana que lo separaba de la habitación y de primera intención arrebató a Mario el arma que había accionado en contra de su madre y de su cliente. —¿Qué hiciste! —preguntó a gritos el Panemas, sin recibir respuesta de Mario, quien se encontraba paralizado. En ese momento, El Panemas empezó a sudar como nunca antes en su vida lo había hecho. —¡Métete al baño, pendejo!, ¡métete rápido! —gritó el Panemas a Mario.
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Mario, sin hacer caso, seguía mirando los dos cuerpos y no podía alejar la vista de los ojos de su madre, quien se le quedaba viendo de manera firme. —Al ver esto, el Panemas lo cargó con uno de sus brazos, lo llevó al baño, y colocó el seguro de la chapa de manera que desde fuera hacia dentro no se pudiera abrir la puerta. El Panemas, sudando, regresó a la escena mientras escuchaba que varias personas subían de manera rápida por las escaleras del motel. Vio el Panemas la mirada agonizante de Mayra y con total decisión apuntó a la cabeza de la mujer y soltó el último tiro que quedaba en la recámara del arma. Pocos segundos después, los guardaespaldas del cliente de la prostituta derribaron la puerta de la habitación y al darse cuenta de lo sucedido, le quitaron el arma a el Panemas, quien se encontraba paralizado, para después golpearlo de manera inmisericorde. —¡Cálmate, Ortiz!, párale, ¡lo vas a matar, cabrón! —gritó uno de los guardaespaldas del comandante Contreras. —Pide una ambulancia, rápido, Manríquez. —El jefe ya está muerto, Ortiz, ¿para qué quieres una ambulancia? Háblale al comandante Suárez, estoy seguro de que él no querrá que esto se sepa. —Está bien, no permitas que nadie entre aquí; ¿entendiste Manríquez? —Por supuesto.
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Manríquez se dirigía a la salida, cuando se detuvo al escuchar el ruido de la ducha. Tomó su arma de cargo y, de una patada, derribó la puerta del baño donde se encontraba Mario, sentado bajo la regadera y con el rostro entre sus rodillas. —¡Ortiz, aquí tenemos un 52! —comentó Manríquez, sin soltar el arma. Manríquez tomó del brazo a Mario, cerró la ducha y lo condujo a la habitación donde se encontraban los cuerpos. La mirada de el Panemas se cruzó con la de Mario durante unos segundos. En ese momento, ambos comprendieron lo que debían hacer. Mario nunca olvidaría la mirada que en ese pequeño lapso de tiempo le dirigió el Panemas. Sabía que tarde o temprano esas dos miradas volverían a encontrarse. Llegaron los policías ministeriales, por lo que los guardaespaldas no tuvieron otra opción que entregar al presunto asesino, y a Mario lo condujeron también a la sede de la Ministerial para que pudiera rendir declaración sobre lo que había visto, escuchado o vivido durante el asesinato de su madre y uno de sus clientes.
Regreso a Monterrey Tal como lo había prometido el agente ministerial Durán, el cuerpo de Mayra fue entregado al detective Ramírez, al igual que la custodia debidamente oficializada
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de parte de las autoridades correspondientes de la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. A una hora temprana, Durán había recibido la cantidad que uno y otro habían acordado. En el hangar donde se encontraba el avión que llevaría de regreso los restos de Mayra, ya estaban esperando Eva y Esther a que el detective Ramírez llegara con el ataúd y con Mario. Después de varias horas de espera, finalmente Eva vio cómo llegó una carroza fúnebre y de ella bajaron la caja mortuoria; observó asimismo que por las escaleras que dan al patio de maniobras, descendía el detective Ramírez, acompañado del nieto de ella. —Señora, buenas tardes —saludó Ramírez. —Buenas tardes, detective, ¿por qué tardó tanto? —Señora, tuve que entregar la cantidad pactada con el agente Durán y pues después de eso, contratar los servicios funerarios y esperar la firma del DIF de Tuxtla para que pudieran darnos la custodia de su nieto. —¿Y todo quedó arreglado? —Sí, señora, todo quedó arreglado, si gusta en el vuelo le informo. Eva se dirigió entonces a la carroza; Esther la seguía de manera silenciosa.
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Juntas observaron cómo el ataúd era conducido hacia la parte trasera del avión, como simple mercancía, para ser trasladado a Monterrey. —Mamá, ¿ya le avisaste a papá que vamos de salida a Monterrey para que tenga todo listo cuando arribemos? —preguntó Esther. —Ya, Esther, ayer platiqué con él y le comenté que salíamos hoy por la tarde, pero por favor márcale y avísale que salimos en unos minutos y que por favor se encargue de que los empleados de la funeraria ya nos estén esperando. —Sí, mamá, enseguida le marco, ¿quieres tomar un café u otra bebida? —No, gracias, la verdad lo único que quiero es irme de aquí y terminar con esta horrible pesadilla. —Bien, mamá —dijo Esther, y se dirigió a las escaleras del avión para abordarlo en la zona de pasajeros. Ramírez caminó también a las escalinatas y le indicó a Mario seguirlo. Dentro del avión, Mario caminó hasta el fondo de la aeronave y se acomodó en uno de los últimos asientos, muy alejado de donde Esther había tomado ya su lugar. Ramírez bajó del avión y se dirigió con Eva, quien todavía seguía viendo las maniobras de los encargados de la funeraria y a los responsables de supervisar que no viajara nada ilegal dentro del ataúd, hasta que terminaron su trabajo.
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En silencio, Ramírez observaba la conclusión de aquellas labores y luego le extendió su brazo a Eva para invitarla a subir al avión y emprender el regreso a Monterrey. El capitán de la nave solicitó a través del equipo de sonido, que se abrocharan los cinturones para despegar e informó que el clima era favorable y que aproximadamente en una hora y 46 minutos estarían arribando a la capital neoleonesa. El vuelo no sería suficiente para conocer el interior del corazón de Mario.
Seis años después Pasaron seis años desde el crimen cometido en contra de Mayra. La vida en la mansión de la familia Martínez de la Garza seguía su curso normal, solo con algunos cambios propios del tiempo transcurrido. Don Jesús, el abuelo, padecía de problemas cardiacos por lo que se había retirado ya de la firma RentAeroBús, y había quedado a cargo de la dirección su hija Esther, quien desde hacía dos años manejaba toda la operación de la empresa. Esther se había divorciado un año antes y su hija Andrea se encontraba estudiando en una universidad privada de París.
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Jesús, quien era hijo de Esther y a la vez el nieto mayor de don Jesús y doña Eva, había culminado sus estudios como abogado en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey y por influencias de su abuelo, se encontraba laborando como director de la Consejería Jurídica de la Secretaría de Finanzas y Tesorería General del Estado de Nuevo León. Doña Eva era la única que aún no superaba del todo el remordimiento de no haber hecho más por su hija y todos los días renegaba de su cobardía. La mayor parte del tiempo la pasaba encerrada en su habitación. La relación entre ella y don Jesús había venido a pique a partir del asesinato de Mayra. Mario, por su parte, nunca fue bien recibido por su abuelo, quien lo había aceptado en su casa a petición de Eva, (y después de confirmar mediante pruebas de ADN que de verdad era su consanguíneo) con la condición de que desquitara lo que se pagaba por él en alimentos y techo y se le tratara como a un sirviente más de la casa. Por esa razón es que el no departía con nadie de la familia y había encontrado refugio con los demás miembros de la servidumbre. Jacinta, la nana, quizá atormentada por los remordimientos de saber que había robado las joyas y el dinero que Eva le había entregado para dárselos a Mayra, lo trató como a uno más de sus hijos.
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Mario se encontraba estudiando la carrera de derecho en la Universidad Autónoma de Nuevo León y apenas cursaba el segundo semestre. La vida diaria de Mario se limitaba a atender los quehaceres de mantenimiento y la jardinería de la mansión, por la mañana, y por la tarde acudía a clases. Durante el transcurso de los últimos seis años, aún despertaba por las noches, en repetidas ocasiones, bañado en sudor por las pesadillas que le acontecían al soñar la mirada de su madre agonizante, sueños que le atormentaban y que quizá hubieron sido la causa de su conversión para pasar a ser un joven huraño e introvertido. Mas esa noche, la vida de Mario y de toda la familia Martínez de la Garza cambiaría para siempre. Sería una noche que permitiría conocer a Mario por dentro; en esa ocasión sacaría todo lo que había guardado en su interior por tanto tiempo. Como todos los años, durante las fiestas de Semana Santa, la familia Martínez de la Garza acudía a la casa de campo en Santa Catarina, Nuevo León, a pasar la festividad católica. Por primera vez en 26 años, don Jesús no había querido viajar, pues decía sentirse fatigado y comunicó que prefería pasar esa temporada en su mansión. A pesar de la insistencia de Eva y de Esther, don Jesús no había querido que nadie se quedara a cuidarlo, ya que decía que solamente necesitaba un poco de
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reposo y que quizá con la calma y la tranquilidad de estar solo, podría volver a sentirse del todo bien. Como todos los años, los integrantes de la servidumbre también recibían vacaciones, las que aprovechaban para viajar a sus lugares de origen a visitar a sus familias. Solamente Mario quedaba en casa, pero en el área de dormitorios de la servidumbre, pues no tenía a dónde ir ni a quién visitar y mucho menos acompañar a la familia. Él nunca fue tomado en cuenta como miembro de los Martínez de la Garza, así que él y don Jesús ni siquiera se toparían. Eso era lo que pensaban ellos. Ese día, Viernes Santo, quedaría marcado para siempre en la vida de Mario. Muy cerca de las diez de la noche de ese Viernes Santo, don Jesús se encontraba en el despacho de su casa atendiendo algunos pendientes de sus cuentas bancarias, poniendo en regla todos los pagos de sus tarjetas crediticias, así como revisando el estado financiero de la compañía que días antes le había entregado Esther. Aun cuando no asistía a la empresa, él estaba enterado de todos los movimientos y actividades que se realizaban en el corporativo. Don Jesús se levantó de su sillón para dirigirse a la caja fuerte, la cual estaba detrás de una pintura original del artista mexicano José María Velasco, cuya obra
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era admirada por don Jesús y que tenía como finalidad ocultar la caja fuerte de la vista de los extraños que visitaran su despacho. Cuando don Jesús abría aquel cubo de acero y se disponía a sacar algunos documentos importantes, sintió un dolor intenso en el pecho. De manera inmediata volvió al escritorio y del cajón izquierdo tomó un frasco de pastillas que eran las que necesitaba ingerir en caso del primer síntoma de infarto o alteración cardiaca. Cuando intentaba abrirlo, el dolor en el pecho se vuelve aún más fuerte, casi insoportable, que lo hace caer de bruces aventando de manera inconsciente el medicamento, fuera de su alcance. Al momento de caer trató de detenerse del escritorio y en su intento tiró una lámpara de cristal cortado que se encontraba encima y que causó un fuerte ruido que fue escuchado por Mario, la única otra persona que se encontraba en esos momentos en la mansión y quien realizaba una reparación menor en el enchufe del lavavajillas de la cocina, justo abajo del despacho de don Jesús. Mario, al escuchar el ruido, se levantó de inmediato, dejó la herramienta en el suelo y subió al lugar de donde provenía aquel sonido. El joven ingresó al despacho y vio a don Jesús hincado, con su mano izquierda en el pecho y tratando de alcanzar aquel frasco de pastillas con la otra mano.
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Mario intentó entonces quitarse los guantes de carnaza que llevaba puestos y que estaba utilizando para arreglar el desperfecto eléctrico, cuando de pronto se quedó estático. Resultó en ese momento que como ráfaga vertiginosa vino a su mente el contenido de la carta que le escribió Mayra y que le fue entregada por una prostituta, amiga de su madre, el día del asesinato. Entonces fue que algo ocurrió en Mario, algo que ni él mismo conocía. Un fuego intenso nacía en su interior y un sentimiento de odio y de rencor recorría todo su ser, cual lava ardiente después de una erupción volcánica. Aquello que durante tantos años había ocultado, quizá sin darse cuenta, surgía con una fuerza descomunal que era imposible detener. Recordó entonces que aquel hombre que estaba desvanecido y que lo miraba con cara desencajada y con ojos de terror presintiendo su muerte, era el responsable de que la vida de su madre hubiera sido tan desgraciada. La súplica agonizante de don Jesús hizo que Mario volviera de inmediato a la realidad. —Por favor, muchacho, dame el frasco aquel, necesito tomarme una pastilla — imploraba don Jesús al sentir que la muerte estaba cerca. Mario volteó a ver el frasco que don Jesús le estaba indicando, y contrario a la petición, se acercó de manera lenta a donde se encontraba su abuelo.
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—¿Me pides que te ayude a sobrevivir? —Te lo suplico. —¿Me suplicas tú a mí?, vaya, no cabe duda que es verdad que la vida nos ofrece, aunque tarde, la oportunidad de la venganza. —¿A qué te refieres, Mario? —Sabes muy bien a qué me refiero, señor, ¿o ahora si podrías concederme el gran honor de llamarte abuelo? —No sé de qué estás hablando Mario, pero por favor te pido misericordia, estoy muriendo y necesito que me ayudes a no morir, por favor acércame el frasco con las pastillas. —¿No sabes de qué te estoy hablando, Abuelo? —decía Mario mientras se acercaba a la caja fuerte que don Jesús había dejado abierta. —¡Caray! —exclamó Mario al ver lo que contenía aquella caja. ¡Es increíble la cantidad de dinero que tienes! ¿No sabes que es peligroso tener tanto dinero en casa? Pueden robártelo, abuelo. —¡Toma lo que quieras de ella, pero por favor ayúdame, estoy muriendo! Mario se acercó entonces a su abuelo y con mirada fría sentenció: —¡Por mí te puedes morir mil veces! —Por favor, muchacho, ten piedad de mí.
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—¿Piedad?, ¿cómo la que tuviste con mi madre?, ¿me pides piedad mientras que sentenciaste a la miseria y a la perdición a tu propia hija? —Siento que me ahogo muchacho, por favor, te lo suplico, ayúdame —pedía don Jesús, mientras que a cada momento que transcurría sentía que el aliento y la vida iban escapando. —¿Qué sientes, abuelo?, ¿desesperación?, ¿angustia? —decía Mario con una voz cargada de odio y resentimiento mientras regresaba a la caja fuerte, de donde sacó una bolsa azul que era utilizada por los bancos para depositar grandes cantidades de dinero o de joyas en las bóvedas de esos centros financieros. ¿Qué haces? —preguntó don Jesús a Mario mientras observaba que su nieto estaba guardando en aquella bolsa varios fajos de billetes y muchas de las joyas que durante tantos años habían sido resguardadas en aquella caja de acero. —¿Qué hago?, ¿que no ves?, solamente cobro lo que le pertenece a mi madre, lo que me pertenece a mí —le respondió Mario mientras se dirigía de nueva cuenta a donde estaba don Jesús. ¡Esa misma angustia, impotencia y desesperación sintió tu hija Mayra mientras se acostaba con uno y con otro para poder seguir viva y para lograr mantener a un hijo que tú sentenciaste a la inmundicia —le expresó Mario a don Jesús, muy cerca de su rostro y con una mirada tan fría como el invierno.
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¡Esa misma angustia la vas a sentir tú, desgraciado, vas a sentir cómo cada segundo que pasa ni toda tu riqueza ni todo tu poder van a salvarte de una muerte lenta y dolorosa, una muerte que de verdad voy a disfrutar. Tuviste la oportunidad de honrar la memoria de mi madre, ¿y qué hiciste? ¡Nada, absolutamente nada! Te encargaste de que todos en esta casa la olvidaran, te encargaste de que su único hijo fuera tratado como un animal, como un apestado, como un arrimado, recibiendo un mísero sueldo de mierda y sobras de la comida que ustedes dejaban, como si fuéramos perros!, o peor que ellos, a los perros de esta casa se les trata mejor —seguía gritando Mario fuera de sí y con una mirada que petrificaba. —¡Por favor, perdóname Mario, estaba muy equivocado, nunca quise que esto sucediera! —suplicaba don Jesús con lágrimas recorriendo todo su rostro. —Pero sucedió —contestó Mario mientras se acercaba al frasco con las pastillas que le estaba pidiendo don Jesús. —¿Quieres una de estas pastillas? —inquirió Mario mientras abría aquel frasco. —Sí, por favor, dame solo una, siento que la vida se me va —imploraba don Jesús con la angustia reflejada en el rostro y con un sudor tan frío como el hielo recorriendo su frente. —Pues tómala si puedes —le respondió Mario mientras dejaba aquel frasco sobre el escritorio del despacho, imposible de poder ser alcanzado por don Jesús, quien empezaba a dar espasmos por la falta de oxígeno.
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Mario se aproximó nuevamente a la caja fuerte y siguió colocando dentro de la bolsa azul más fajos de billetes y joyas ante la mirada agonizante de don Jesús. Cuando terminó de hacerlo, giró para ver a don Jesús, quien tenía ya la mirada perdida, agonizaba en una posición totalmente de bruces sobre el suelo. Mario cerró aquella bolsa e inmediatamente se dirigió al jardín principal, donde aprovechando la oscuridad de la noche y que no había nadie en la mansión, se quitó los guantes que llevaba en las manos, cavó un pequeño hoyo a lado de un árbol de durazno y sepultó aquella bolsa llena de dinero y joyas. Nadie se daría cuenta del robo a la caja de su abuelo, ya que ningún miembro de la familia estaba enterado que esa fortuna se encontraba resguardada en el cubo metálico. Habían transcurrido apenas diez minutos de aquella acción cuando, después de lavarse las manos (que se habían manchado de tierra por la acción que realizó en el jardín) subió nuevamente al despacho de su abuelo solo para percatarse de que el anciano ya se encontraba muerto. Mario se colocó de nueva cuenta los guantes de carnaza en sus manos y cerró la caja fuerte, para de inmediato bajar a la cocina, desde donde llamó a Emergencias, 066. —Emergencias, buenas noches —respondió la operadora. —Buenas noches, encontré a mi abuelo en su despacho, parece que está muerto. —¿Podría decirnos qué pasó?
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—No lo sé, solo escuche un fuerte ruido, subí a su despacho y lo encontré tirado en el piso, por favor vengan de inmediato. —Proporciónenos
el domicilio
y enseguida
enviaremos
una
unidad
de
Emergencias —contestaron en el Centro de Operaciones de Emergencias. Mario informó la dirección de la mansión y se dispuso a esperar a que llegaran los servicios médicos. Al arribar estos, Mario los recibió en la entrada de la mansión y los guió al lugar donde se encontraba su abuelo, de manera inmediata vuelve a bajar a la cocina donde se encontraba la agenda telefónica y busca con calma el número de la casa de campo, después de pocos segundos lo encuentra y marca para informar a la familia acerca de la situación. —Diga —respondió Esther desde la casa de campo. —Buenas noches, ¿con quién hablo? —preguntó Mario a su interlocutora. —Habla la señora Esther, ¿quién habla? —Señora Esther, buenas noches, soy Mario. —Mario, buenas noches, ¿qué pasó? —Señora, a don Jesús le sucedió algo, ya están aquí los paramédicos. —¿Pero qué sucedió Mario?, habla por favor.
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—No lo sé, señora, yo estaba arreglando el lavavajillas en la cocina y escuché un fuerte ruido en el despacho de don Jesús, subí corriendo y lo encontré tirado en el piso, de inmediato llamé a Emergencias, y aquí están. —¿Pero cómo está mi papá, Mario? —No lo sé señora, lo están revisando, pero creo que es necesario que vengan de inmediato. —Gracias Mario, enseguida salimos para allá, por favor márcame… cualquier cosa que sepas, ¿tienes el número de mi celular? —No señora, no lo tengo, pero lo busco en la agenda, y cualquier cosa, les marco. —Gracias, Mario. Salimos para allá en este instante. —Esther le informó a doña Eva de la situación y de manera inmediata se dirigieron a Monterrey. Cuando Eva y Esther llegaron a la mansión, observaron las luces intermitentes de patrullas y de una ambulancia en la entrada de la vivienda. Bajaron de inmediato del automóvil y al subir a la habitación de don Jesús, encontraron que su cuerpo ya reposaba sobre la cama, con una sábana blanca que lo cubría por completo, y agentes investigadores tomaban declaración a Mario. Según el informe médico preliminar, don Jesús habría muerto a causa de un infarto.
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Mario terminaba de brindar su declaración cuando Esther se acercó a él y le preguntó qué fue lo que había sucedido. Mario le repitió la historia que le había contado horas antes por la vía telefónica. Uno de los agentes de la Policía Investigadora se acercó a Esther y le preguntó, frente a Mario: —Señora, ¿su papá sufría de alguna enfermedad? —Sí, él padecía de problemas cardiacos y tenía que tomar medicamento de manera ordinaria para regularizar su salud —respondió Esther mientras descubría la sábana que cubría el cuerpo de su padre. —Me imagino, señora, que su padre no pudo tomar el medicamento que comenta, porque encontramos a pocos metros de él un frasco con pastillas sin abrir. Pero de cualquier manera, tenemos que realizarle la autopsia de ley para diagnosticar de manera oficial la causa de su muerte. —No entiendo cómo pudo pasar, si él tenía siempre a la mano ese frasco — señaló Esther mientras lloraba y abrazaba a Eva, quien no emitía absolutamente comentario alguno, y ninguna expresión de dolor asomaba en su rostro. —Veo, señora, que tiene en la parte superior una cámara de videograbación, ¿podría proporcionarnos una copia para saber exactamente qué fue lo que sucedió?
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—Por supuesto que sí —comentó Esther, y se dirigió a la cabina donde se encontraba oculto el aparato que guardaba el disco duro en el que quedaban registrados todos los sucesos ocurridos dentro del despacho de don Jesús. Mario, al escuchar esto, sintió una especie de balde de agua helada que recorría todo su cuerpo y con un ligero sudor que iniciaba en su frente, se incorporó de su asiento y luego de ofrecer disculpas, se encaminó de inmediato a su habitación. —Por favor, joven —lo detuvo el investigador de la Policía— no salga muy lejos de aquí hasta que terminen las investigaciones de lo que ocurrió, le recuerdo que usted es el único testigo. —Sí señor, no se preocupe, aquí estaré si es que necesita saber algo más — respondió Mario. —Gracias —contestó el agente policiaco, mientras Eva, Esther y el mismo agente, ven a Mario retirarse de manera inmediata y un tanto nerviosa.
El Panemas en prisión Seis años habían pasado desde que el Panemas se encontraba recluido en el centro penitenciario de San Cristóbal de las Casas por asesinato en primer grado en contra de una prostituta y de un comandante de la Policía Ministerial de Tuxtla Gutiérrez, en el estado de Chiapas. Joaquín, el Panemas, ya de 26 años, había sido encontrado culpable y sentenciado por las autoridades mexicanas a 37 años de prisión y al cumplir la
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sentencia, el gobierno panameño esperaba su traslado para hacerle pagar por los asesinatos de tres hombres, perpetrados en aquel país. Durante esos seis años que llevaba en reclusión, el Panemas se había hecho parte del grupo ―Centroamérica de Huevos‖, un grupo conformado por internos delincuentes provenientes de países de Centroamérica y que eran liderados por mafiosos integrantes de temidas pandillas ―Maras Salvatruchas‖. El Panemas había logrado el respeto de los jefes de este grupo. De aquel muchacho inocente y noble, solo existía la historia. El Panemas estaba convertido dentro de la prisión, en un líder fuerte, seguro. Era respetado por los demás por su seriedad y valor ganado a pulso dentro de aquel centro de reclusión. A pesar de todo, el Panemas había perdido toda esperanza de salir en libertad. En las noches de su vida, existía solamente una cosa que le atormentaba: el no saber qué habría pasado con su abuela, el no saber qué sería de ella, el no saber cómo estaría, el no saber si aún se encontraba viva. La suerte de el Panemas estaba por cambiar, la vida le tenía preparada una gran sorpresa. En muy poco tiempo su destino cambiaria para siempre.
La historia se repite
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Mario baja a su habitación y con el rostro bañado en sudor se lleva las manos a la cabeza por el nerviosismo que sentía al haber escuchado que en el despacho se encontraba una cámara que podría haber videograbado absolutamente todo lo que había sucedido y que muy pronto se darían cuenta de que él había sido el responsable de la muerte de su abuelo y del hurto de bastante dinero en efectivo y muchos cientos de miles de dólares en joyas también robadas. En su mente solo se agolpaban muchas ideas. —―Tranquilo, tranquilízate‖ —se repetía a sí mismo, en busca de calmar aquel nerviosismo. Mario se despojó de su ropa y se metió bajo la ducha esperando que el agua calmara un poco su ansiedad. Después de varias horas de estar encerrado y con los nervios a flor de piel, se asomó por la ventana de su habitación. Vio que en aquel momento salía ya una carroza fúnebre hacia la realización de la autopsia y después de ello a la sala de velación, y fue entonces que una idea vino a su cabeza. —―Si aprovecho el momento, puedo irme sin que se den cuenta‖ —pensaba Mario, cuyo rostro mostraba aún una ansiedad muy grande. Mario esperó a que saliera el último integrante de la familia y de su ropero sacó una maleta grande en la que comenzó a guardar la mayor cantidad de ropa posible.
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Después de llenar la maleta, salió de la mansión, con cuidado de no ser visto por nadie. Se dirigió en un taxi a la Central de Autobuses, donde esperaba abordar una unidad que lo trasladase a una ciudad lo más alejada posible de Monterrey. Cuando arribó a la central camionera, Mario se dirigió al mostrador de la línea Enlaces Terrestres Nacionales (ETN) y solicitó un pasaje a Hermosillo, Sonora, ya que el autobús más próximo a salir estaba destinado a esa urbe. Después de recibir el boleto para abordar, Mario subió a la unidad, que en diez minutos iniciaría el viaje. Acomodó su maleta en la portaequipaje que se encuentra en la parte superior y se sentó en el lugar que le habían asignado. No fue sino hasta ese momento cuando empezó a sentir que su nerviosismo iba desapareciendo. Reclinó hacia atrás la cabeza para dejarla descansar sobre el cómodo respaldo del asiento, cerró los ojos y colocó las manos sobre su cabeza. Así transcurrieron ocho o nueve minutos; durante ese poco tiempo, las imágenes de su madre habían recorrido su mente, y de pronto se estremeció. Estaba viviendo exactamente la misma situación que ella vivió 21 años atrás, quizá en la misma central camionera, y la estaba viviendo posiblemente con la misma angustia que ella habría sentido. Además, Mario se encontraba con poco dinero, pues por salir de manera inmediata, olvidó por completo el efectivo y las joyas que había enterrado a un
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lado del árbol de durazno; en su cartera tan solo llevaba 2,600 pesos, que le habían quedado después de pagar su pasaje. En ese momento Mario sintió cómo se alojaba en su mente un cúmulo de interrogantes, algo parecido a un enjambre de abejas que rodeaban un panal. Mario intentaba responder todas las preguntas que se aglutinaban en su cerebro. —―¿Qué pasa si me atrapan?, ¿qué pasa si se dan cuenta de que estoy huyendo y pongo en evidencia que sé más de lo que dije?, ¿me buscarán?, ¿encontrarán el dinero y las joyas?‖ Asimismo, en esos instantes estaba dándose cuenta de que estaba por seguir el mismo camino de su madre y que, igual que el destino de ella, el suyo no sería nada agradable si tomaba la decisión de huir y esconderse. Escuchó entonces el sonido del motor del autobús y sintió el lento deslizamiento de la unidad en reversa, lo que indicaba su partida. ,Mario, Sin siquiera el saber porque , decidido a no repetir la historia, se levantó con una rapidez increíble de su asiento, abrió el compartimiento superior de equipajes para tomar el suyo mientras le gritaba al operador que se detuviera, que detuviera el autobús porque iba a bajar de la unidad. ―¡Esto va a ser muy arriesgado!, pero no me importa‖
—pensó.
El sepelio de don Jesús
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La capilla funeraria donde se llevaba a cabo la velación de uno de los más importantes empresarios regiomontanos era visitada por cientos de personas entre las más importantes de la sociedad política y económica de la región. En la casa funeraria localizada por la Avenida Lázaro Cárdenas de la Colonia Loma Larga, en San Pedro Garza García, Nuevo León, apenas si se podía caminar dentro de los pasillos, por la cantidad de personas que arribaron a despedir a don Jesús. Catorce horas habían transcurrido desde su muerte, y los resultados de la autopsia que le realizaron fueron concluyentes: ―Infarto de miocardio, causa de muerte, además de presentar un daño muy profundo en el hígado ocasionado por fibrosis hepática‖. Dentro de ese mar de gente se encontraba reunida toda la familia Martínez de la Garza con excepción de Andrea, la hija de Esther, quien no había conseguido un vuelo directo desde París y que llegaría unas horas después. Ahí, entre ellos, también se encontraba la servidumbre de confianza. Habían regresado de sus vacaciones de inmediato para estar en el último adiós a don Jesús, a quien consideraban un buen patrón. Mario había regresado a la mansión después de abandonar la central camionera, tomó otra larga ducha, se vistió con ropa de luto y armado de un valor que ni él mismo podía reconocer, se dirigió a la agencia funeraria para reunirse con los demás miembros de la servidumbre y dar el pésame a la familia, a su familia.
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Jacinta se encontraba afuera de la capilla de velación cuando vio a Mario descender de un taxi y caminar hacia donde esta ella. —¡Mario, Mario! —le gritó Jacinta para llamar su atención. —Hola Jacinta. —Buenos días, hijo. —Por favor Jacinta, te voy a volver a pedir que no me llames hijo, no soy tu hijo. —Ah, perdón, no pensé que te insultara tanto llamándote hijo, si tú has sido eso para mí.
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—Yo no he sido eso para ti ni para nadie, ni siquiera para mi madre; ¿qué pasó Jacinta?, ¿dónde está doña Eva? —Está adentro, ella, doña Esther y todos los de la familia de don Jesús, ¿quieres entrar? —No, esperaré un rato para ver si se retira un poco la gente y poder entrar aunque sea a darles el pésame, la casa quedó sola y pues alguien tiene que cuidarla. —Qué cosas dices, Mario, tú eres su nieto, y tienes que estar aquí. ¿Y qué pasó Mario, cómo lo encontraste? Porque me dijeron que fuiste tú quien pidió la ambulancia —preguntó Jacinta. —Luego te cuento, Jacinta, ¿qué dijeron los doctores?, ¿saben ya de qué murió? —Sí, según los doctores murió de un infarto, y que porque no alcanzó a tomarse su medicamento, ¿tú crees? —Qué lástima, de verdad, oye yo escuché que tenían un video que grababa todo lo que pasaba dentro del despacho de don Jesús; ¿tú sabes si ya vieron qué pasó o cómo sucedió? —Ay, mi niño, sí supe, me dijo doña Eva, pero… ¿qué crees? —¿Qué pasó Jacinta? —preguntó Mario mirándola fijamente a los ojos y esperando su respuesta. ¡Habla, Jacinta!, ¡por Dios! —¿Y tú como para qué quieres saber?
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—Quiero saber… —titubeó Mario. Quiero saber porque lo encontré tirado solamente después de escuchar un ruido y no sé si fue por el golpe que se dio al caer que pudo haber sufrido el infarto. Jacinta se le queda viendo por unos segundos antes de responder: —Pues sí, Mario, me dijo doña Eva que habían entregado una grabación de un disco de vigilancia a la Policía, pero que no se pudo grabar ese día porque don Jesús lo había desprogramado, y solamente se grabó hasta el lunes, y pues lo que le pasó fue el viernes y pues ya con eso pues no se vio nada. —Mario intentaba controlar el sudor que amenazaba por iniciar en su frente y vuelve a preguntar: —¿Estás segura de lo que dices, Jacinta? Quizá pueda haber otras videograbaciones, otros discos que puedan revisar las autoridades. —La única cámara que estaba conectada era la de don Jesús, las demás desde hace mucho tiempo ya no funcionaban —comentó Jacinta al referirse a las demás cámaras de videovigilancia instaladas en la mansión. Pues con eso de que ya todos tenían guardaespaldas —continuó Jacinta— pues pensaron que no eran necesarias. —Pues qué mala suerte, Jacinta. Mario se despidió de Jacinta pero antes le informó que iba a tratar de ingresar a la capilla donde se encontraban los restos de don Jesús. Cuando estaba por hacerlo,
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una mano lo detuvo del brazo izquierdo con fuerza; era el agente policiaco que se encontraba realizando las investigaciones. —Por favor, joven, ven conmigo —expresó el agente a Mario mientras lo conducía, aún tomado por el brazo, para alejarse un poco de la multitud y así poder charlar. ¿Cómo estás, muchacho? —Pues aquí, acompañando a don Jesús y a su familia. —Quiero hacerte una última pregunta, ¿cómo te llamas?, ¿Mario, verdad? —Sí señor, me llamo Mario; dígame, ¿qué quiere que le conteste? —le preguntó Mario con un dejo de coraje en su forma de hablar y con la seguridad de saber que no se había grabado nada en aquel equipo de videovigilancia instalado en el despacho de don Jesús. —¿Te sientes muy machito? —No señor, no muy machito, pero no sé por qué me trata de esta manera, me está tratando como si fuera un delincuente, y no se lo voy a permitir. —No te estoy tratando como lo que dices, solamente te estoy tratando como el único testigo que tengo en este caso. —¿Y yo tengo la culpa de haberlo sido? —No, no la tienes, pero tienes que entender que don Jesús era un hombre muy importante aquí en Monterrey y tenemos que saber exactamente qué pasó para
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descartar cualquier posible intento de asesinato o que su muerte haya sido causada de manera intencional. —¿Y yo qué vela tengo en este entierro?, ¿no sabe usted que yo fui el que llamó a Emergencias y que fue de inmediato? —Sí, lo sé. —Entonces, ¿qué quiere?, según sé, la causa de su muerte fue producto de un infarto, ¿no? —Sí, así fue. —Por favor, le voy a suplicar me deje en paz, yo no tengo nada que ver en esto y si don Jesús murió, fue a causa única y exclusivamente de su edad o de su enfermo corazón, no quiera buscar changos donde no existe selva, señor. —No quiero buscar changos donde no existe selva, joven. Quiero buscar asesinos, si es que es el caso. —Pues cuando lo o los encuentre infórmele a la familia de don Jesús y deje de estar chingando —espetó Mario, para enseguida dar media vuelta y alejarse de manera inmediata del lugar, hacia la entrada de la capilla. —―Algo sabes tú que no quieres decirme, muchacho‖ —se quedó pensando y pronunciando en voz baja el agente investigador mientras veía a Mario alejarse con mucha seguridad.
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Mario y Esther Transcurrieron once meses desde el sepelio de don Jesús y las cosas en la mansión de los Martínez de la Garza seguían su rumbo normal. La bolsa bancaria llena de dólares en efectivo y joyas valiosas seguía sepultada junto al árbol de durazno en donde Mario la había escondido. Todos hacían su vida rutinaria, y quien se cuidaba de no cometer algún error porque sabía que lo estaban vigilando, era precisamente Mario. Doña Eva había enfermado de manera grave y se encontraba con cuidados intensivos en su propia casa y era vigilada por tres enfermeras particulares. Ya no recibía a nadie, ya no hablaba con nadie, se le notaba triste, cansada y sin ganas de seguir viviendo. Un día de esos, Esther mandó llamar a Mario al despacho. —Cuando Mario subió al encuentro con su tía, observó que su mirada era fría e indiferente. —Siéntate, Mario, por favor. —Sí, señora —Mario atendió de inmediato la petición. —Como tú sabrás, Mario, la única razón por la que sigues viviendo en esta casa es por concederle a mi mamá esa tranquilidad de no sé por qué se empeña en querer tenerte aquí.
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—No lo sabía señora, creí que mi trabajo aquí en la casa era bueno y que por eso me tenían como encargado de la jardinería y del mantenimiento. —No seas tonto, muchacho, si te tenemos aquí es solamente para que mi mamá pague, como ella lo dice, la culpa de no haber impedido que tu madre, la prostituta de Mayra, muriera asesinada. —¡Usted vuelve a decirle así a mi madre y voy a romperle la cara! —gritó enojado Mario después de levantarse como ráfaga para encararla. —Cálmate, muchacho, si te ofende está bien; no volveré a llamarla así, te ofrezco una disculpa —respondió Esther al tiempo que retrocedía ante el embate de Mario. Mira muchacho —siguió explicando Esther— tú sabes que para nosotros tú no eres parte de la familia, ni siquiera te conocimos y mucho menos estamos seguros de que en realidad seas de nuestra sangre. —Créame, señora, que a mí tampoco me interesa formar parte de esta familia, en este mismo momento tomo mis cosas y me retiro a otra parte. —No, no te estoy pidiendo eso, muchacho, solamente quiero pedirte un favor, un favor que te voy a pagar muy, pero muy bien. —Dígame, señora, ¿qué necesita? —Quiero que el próximo mes que salgamos a la casa de campo, tomes tus cosas y desaparezcas para siempre de nuestras vidas; te dejaré cien mil pesos que te ayudarán a terminar tus estudios.
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—¿Se le olvida, señora, que llevo sus mismos apellidos?, ¿se le olvida que mi madre me registró con ellos? —¿A qué te refieres Mario? —Me refiero a que no sabe usted con quién se está metiendo, señora, ¿usted cree que la carrera de abogado que estoy cursando no sirve para nada? —¿Me estás amenazando, Mario?, ¿qué quieres decir con eso?, ¿que vas a pelear la herencia de mi padre y de la familia cuando mi madre muera? —No señora, pudiera hacerlo, porque me pertenece y estoy en todo el derecho, pero de ustedes no quiero absolutamente nada, ni siquiera el saludo, posiblemente la vida sea quien en unos años más nos encare y estemos en diferentes posiciones, nunca podremos saber qué pasará en un futuro, señora, así que no se preocupe, en este mismo momento me voy de aquí, no es necesario esperar hasta el próximo mes. —Está bien, no te preocupes, puedes hacerlo mañana por la mañana —expresó Esther mientras le extendía a Mario un cheque por una cantidad de dinero aún mayor. Esther alargó el brazo para entregar el cheque a Mario. Toma, con este dinero podrás vivir en un departamento por varios años y terminar tu carrera mientras consigues un buen empleo. Mario la dejó con el brazo extendido.
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—Ya le dije, señora, que no necesito nada de usted ni de su familia, mañana a primera hora saldré de aquí. Con su permiso —indicó Mario a Esther, y enseguida se retiró del despacho. Esther se quedó con el cheque en la mano mientras veía cómo Mario le daba la espalda y se alejaba de manera pronta de aquel lugar donde había estado once meses atrás. Esther nunca se imaginaría que dentro de muy pocos años, la vida le tendría reservada una sorpresa por la conversación de esa noche.
Mario y Lucía Después de aquel encuentro desagradable con Esther, Mario bajó a su habitación donde solo tenía una cosa en mente: salir de manera inmediata de aquella mansión donde sentía que no podía estar ni un minuto más en ese lugar que lo asfixiaba. Se sentó al borde de su cama y un pensamiento vino a su cabeza: ¿quién sería la única persona que podría ayudarlo en ese momento? ¡Lucía! Tomó su celular y le marcó. —Hola —contestó Lucía la llamada de Mario. —Hola Lucía, ¿cómo estás? —Bien, Mario, ¿qué pasa? Noto tu voz diferente.
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—Lucía, necesito hablar contigo mañana lo más pronto posible, ¿puedo verte en tu casa antes de ir a la Facultad? —A la hora que quieras, Mario, si lo prefieres puedes venir de una vez. —No, aún me quedan unos pendientes por hacer, pero mañana te veo temprano en tu casa. —Muy bien, Mario, aquí te espero, por favor, si necesitas algo antes, me marcas. —Muchas gracias, Lucía, sabía que podía contar contigo. Mario terminó la llamada y esperó a que todos en la mansión durmieran, ya que por fin después de varios meses, iba a desenterrar del pie del árbol de durazno la bolsa azul llena de dólares y de joyas que le había robado a su abuelo don Jesús. Arregló su maleta donde guardó todas sus pertenencias y sus documentos legales, su computadora laptop, y algunas cosas más las colocó en una caja de cartón. Los minutos parecían eternos para Mario. Casi en penumbras, esperó poco más de cuatro horas para estar seguro de que todos dormían en la mansión. Como todas las noches, había dejado libres (antes de la reunión con Esther) a dos de los cuatro perros dóberman que custodiaban la casa por la noche y que se encontraban en el jardín. —―Espero que no me causen un problema‖ —pensó.
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Mario salió de manera sigilosa por el pasillo que daba al jardín en penumbras y, apoyado únicamente con la luz que esa noche le regalaba la luna llena, se dirigió resueltamente al lugar donde había enterrado el botín. Cuando estaba iniciando, con mucho cuidado de no hacer ruido, las maniobras para desenterrar lo que había ocultado meses atrás, se escucharon los ladridos de los perros guardianes, que habían detectado la presencia de Mario. Los ladridos eran ensordecedores, Mario se levantó de inmediato y se colocó detrás del árbol de durazno para evitar que alguien, guiado por el escándalo de los canes, se asomara al jardín y se diera cuenta de que se encontraba ahí. Cuando los perros reconocieron a Mario, cesaron sus ladridos al mismo momento en que una de las luces de la mansión se encendió: provenía exactamente de la habitación de Esther. Mario quedó petrificado mientras los guardianes se postraban ante sus pies en señal de reconocimiento. Por fin, después de varios minutos, la mansión volvió a quedar en penumbras; de nuevo, Mario respiraba tranquilamente. Esperó de quince a veinte minutos más detrás del árbol y de una manera más rápida, procedió a desenterrar aquella bolsa, la guardó en su chamarra y se dirigió nuevamente a su habitación. El suceso inesperado lo había dejado exhausto.
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Ya en su recámara, se recostó sobre la cama y esperó, sin dormir, a que el reloj marcase las cinco de la mañana. Tomó su maleta, y guardó en ella también la bolsa que había desenterrado en el jardín. De manera silenciosa y después de regalarle una última mirada a aquel cuartucho que había sido su refugio los últimos años, salió de la mansión para abordar un taxi que lo llevó directamente al apartamento de Lucía.
Lucía Lucía era una joven de 21 años de edad, compañera de Mario en la Facultad de Derecho en la Universidad Autónoma de Nuevo León. Ella había nacido en la ciudad de Apodaca, Nuevo León, y había quedado huérfana de madre desde su nacimiento. Nadia, su madre, había muerto por complicaciones durante el parto, y Lucía, inconscientemente, se sentía responsable de su muerte. Su padre la había dejado desde ese entonces a cargo de Martha, su nana, pues el trabajo de él no le permitía cuidar de ella por el día. Unos años después él había vuelto a contraer nupcias y últimamente se encontraba viviendo junto a su nueva pareja, en los Estados Unidos de América.
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Lucía, junto con su nana, se trasladó a vivir a la ciudad de Monterrey para ingresar a la Facultad. Ellas vivían en un pequeño apartamento en el Centro de la Sultana del Norte, muy cerca del Museo de Arte Contemporáneo. Mes a mes el padre de Lucía le depositaba a una cantidad de dinero que le permitía pagar sus estudios, el alquiler de la vivienda, cubrir el sueldo de Martha y poder vivir de una manera decorosa, sin lujos pero tampoco carencias. Ella era la más destacada de todos los estudiantes de su generación y era también, la única amiga de Mario. Era una chica tímida y muy inteligente; la muerte de su madre y el no haber estado con ella durante toda su vida siempre fue una interrogante emocional, pues aunque el amor de Martha había intentado suplir ese afecto, en la mente de Lucía siempre estaba presente el recuerdo de su mamá. Era muy grande el cariño entre ellas y casi no existía diferencia entre el amor de madre e hija, pues Martha era para Lucía casi una madre y Lucía para Martha, casi una hija.
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Llegada de Mario al apartamento de Lucía Aún seguía en oscuridad la ciudad cuando arribó Mario al apartamento de Lucía, bajó del taxi y con total seguridad tocó el timbre. Después de unos minutos vio cómo se encendía la luz de la vivienda, y escuchó que se abría el cerrojo de la puerta principal. —¿Quién es?, ¿eres tú, Mario? —preguntó Lucía antes de abrir la puerta. —Sí, soy yo, Lucía, perdón por llegar a molestarte a estas horas. —No te preocupes, Mario, la verdad es que desde que me hablaste casi no pude conciliar el sueño. Pasa, por favor —dijo Lucía mientras con una de sus manos abría el acceso y con la otra trataba de amarrarse la bata de noche a la altura de la cintura. ¿Quieres tomar algo? —Sí, muchas gracias, Lucía. —¿Está bien un café descafeinado? —Sí, muchas gracias, —respondió Mario mientras dejaba su maleta y la caja de cartón a un lado del sillón principal de la sala y tomaba asiento. Mario vio que en una de las recámaras adyacentes se encendía una luz. —Perdón, Lucía, ¿estás acompañada?
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—No, ¿por qué? —le contestó Lucía desde la cocina. Mario volteó nuevamente y observó que se abría una puerta, era la habitación de Martha, la nana de Lucía, quien ante los ruidos salió a ver qué sucedía y se encontró de frente con Mario. —Hola, buenos días —la saludó Mario. —¿Buenos días, ¿quién es usted? —contestó Martha, con la mirada intrigada y las cejas fruncidas. Mario no alcanzó a responderle porque en ese momento regresaba Lucía de la cocina con dos tazas de café y dos piezas de pan en una charola. —Nana, él es Mario, mi amigo, es un compañero de la Facultad, no te preocupes nana, todo está bien. —Hola señora, mucho gusto —comentó Mario mientras extendía su mano para saludarla y presentarse. —Mucho gusto, joven —respondió Martha— usted disculpe, pero con eso de que hay tanta inseguridad aquí en la ciudad, pues una nunca sabe y como mi niña nunca acostumbra traer ni siquiera amigas a la casa, pues se me hizo raro. —No te preocupes, nana, ve a descansar, Mario es de mi total confianza, anda — expresó Lucía a Martha. —Bueno, pues con permiso joven, y mucho gusto —indicó Martha a Mario mientras se despedía con una sonrisa, para ir a su habitación.
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—Dime Mario, ¿qué pasó?, ¿por qué me hablaste tan alterado ayer? Mario le contó a Lucía de forma rápida y sin dar tantos detalles, lo sucedido con Esther la noche anterior en el despacho. —Pero, ¿y qué vas a hacer? —inquirió Lucía mientras rellenaba de nueva cuenta la taza de café a Mario. —Por lo pronto quiero pedirte de favor si me puedes alojar aquí unos cuantos días mientras encuentro un departamento cerca de la Facultad. —Por supuesto Mario, los días que quieras, ¿tienes dinero para rentar un departamento? —Sí, por dinero no hay problema, durante años logré reunir algunos ahorros que me van a ayudar a solucionar este contratiempo. ¿Y sabes qué?.. la verdad estoy feliz de que por fin haya dejado esa casa. —Bueno, qué te parece si descansas un rato para en unas horas irnos a la Facultad, deja traerte unas cobijas, vas a estar cómodo aquí en el sofá. —No te preocupes, Lucía, estoy bien de verdad, solo serán unas cuantas horas para ir a clases, así que no te preocupes por las cobijas, estoy bien. —Muy bien, como tú quieras, voy a dormir un rato más. —Muchas gracias, Lucía, no sabes de verdad lo que esto significa para mí — comentó Mario mientras la tomaba de los brazos y le daba un beso en la frente.
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Durante los siguientes 19 días Mario consiguió un departamento a muy pocas manzanas del apartamento de Lucía. También durante esos días, Mario se internó en los barrios bajos de la ciudad de Monterrey donde sabía que los habitantes de esos lugares podrían contactar con mafiosos o narcotraficantes de mediana monta que pudieran comprar toda la joyería que había robado a su abuelo y sin hacerle tantas preguntas. Él sabía que le iban a ofrecer una cantidad muy por debajo de su valor real pero lo prefería a poder ser videograbado en alguno de los negocios de compraventa de oro o casas de empeño y poner así en riesgo su libertad al ser encontrado responsable del robo y quizá también lo juzgarían por la muerte de don Jesús. Mario logró contactar a un narcotraficante que le compró toda la mercancía robada, y aun con el precio muy bajo que le pagó por las joyas logró recaudar entre la venta y el efectivo la cantidad de 485 mil dólares que guardó dentro de un pequeño hueco que hizo en la parte trasera del espejo que servía también como botiquín donde guardaba sus artículos de aseo personal dentro del baño del nuevo departamento que había alquilado.
Mario y su primo Jesús
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Durante los siguientes meses, en Mario seguía creciendo una inquietud que no lo dejaba dormir durante las noches, y durante el día se le notaba distraído en clase, cosa que ya había percibido Lucía, su compañera de universidad. —Te noto algo raro desde hace un tiempo Mario —comentó Lucía al salir de la clase de Derecho Constitucional y donde Mario había resultado reprobado en el examen que le habían realizado minutos antes. ¿Qué te pasa?, ¿no te sientes bien? ¿o qué te sucede?, tú no eres así. —No me pasa nada, de verdad. —Te noto distante, como si no estuvieras presente. —La verdad Lucía, es cierto lo que dices, tengo algo que me está atormentando. —¿Qué te sucede?, bien sabes que a mí puedes contarme todo lo que quieras, sabes que cuentas conmigo para todo, ¿verdad? —Sí, lo sé, pero esto es algo que no sé si deba hacer o no, y la verdad tampoco sé si deba involucrarte. —Dímelo, de seguro te servirá hacerlo —le comentó Lucía mientras subían al vehículo de ella. —Hace muchos años —inicia el relato Mario— sucedió algo en Tuxtla, donde, como sabes, vivía antes de venir aquí a monterrey a la mansión de los Martínez de la Garza. —Sí, me lo has comentado, Mario.
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—No, no te he contado todo lo que sucedió en ese tiempo, Lucía. —Lo que tú me comentaste es que habías quedado huérfano y que… —Espera, por favor, Lucía —la interrumpe Mario— déjame terminar. —Está bien, disculpa. —Te decía que cuando estuve en Tuxtla quedé huérfano por un incidente el cual he querido olvidar durante toda la vida y no he podido hacerlo. Por ese incidente culparon a un joven indigente que estoy seguro nada tiene que ver con el asesinato de mi madre. —¿El asesinato de tu madre? —preguntó Lucía mientras volteaba a ver a Mario con rostro de incertidumbre. —Así es Lucía, mi madre fue asesinada, y es por ese motivo que yo tuve que venir a vivir a la casa de su familia, los Martínez de la Garza. —Pero, ¿cómo?, ¿qué pasó, ¿qué sucedió?, ¿cómo sucedió? Mario le contó a Lucía de manera muy corta y en pocas palabras lo acontecido aquella noche en que fue asesinada Mayra, su madre, pero no le narró toda la verdad. —Lucía, lo importante aquí es decirte que estoy totalmente seguro de que el hombre que está purgando la condena por el delito de homicidio, es inocente. —Mario, de verdad me has dejado sin palabras, no sé qué decirte.
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—No digas nada, solo quería comentártelo, porque tú me preguntaste por qué estaba así distante, alejado, preocupado. —Pero, ¿qué es lo que te preocupa, Mario?, las instancias jurídicas son las que tuvieron que llegar a esa decisión con base en pruebas y en la propia declaración del inculpado. —Precisamente es eso lo que me tiene así, esa persona que está encerrada sufriendo la miseria y podredumbre de la cárcel es inocente. —¿Y tú cómo sabes que es inocente?, ¿en qué te basas para decir que es inocente? —¡Porque yo estuve ahí!, ¡yo fui testigo!, y estoy seguro de lo que te digo. —Pero, ¿tú qué puedes hacer, Mario? —¡Quiero que me ayudes, eso es lo que quiero, quiero que me ayudes! —¿Ayudarte?, ¿en qué puedo ayudarte?, no inventes, Mario, ni siquiera se de qué estás hablando con exactitud. —Necesito de ti, que me acompañes a Tuxtla y revises el caso del asesinato y veas qué podemos hacer para que se demuestre la inocencia de ese joven y pueda salir de prisión. Sabes que eres una excelente estudiante y aun así, antes de terminar la carrera eres mucho más inteligente y capaz que muchos abogados que tienen años de ejercerla.
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—¿Cómo me pides esto, Mario?, bien sabes que aún no terminamos la carrera, además, eso cuesta mucho dinero y no creo que tengas lo suficiente para realizar los gastos del viaje y mucho menos para llevar todo un juicio, no sabemos en qué estatus se encuentre, si ya causó ejecutoria, no sabemos nada, absolutamente nada. —Yo sí sé, Lucía, lo culparon con muchos vicios en el proceso, por ejemplo a mí, que fui el único testigo presencial de los hechos, no me tomaron ninguna declaración, al inculpado no le proporcionaron jamás un abogado de oficio y le hicieron firmar, contra su voluntad, una declaración ese mismo día donde lo hacían culpable del asesinato sin estar presente ningún representante legal. También sé que mi abuela le dio al Ministerio Público que tomó conocimiento del caso la cantidad de 250 mil pesos para que de inmediato me entregaran en custodia, ya que era menor de edad y para que también de manera pronta entregaran el cadáver de mi madre sin realizarle los exámenes correspondientes de ADN, estas entre otras más irregularidades que ahora sé ocurrieron durante el proceso y que podemos utilizar a nuestro favor para demostrar la inocencia del chavo que fue declarado culpable. —Pero, ¿estás seguro de lo que quieres hacer? —Totalmente seguro, Lucía. —Eso cuesta mucho dinero, no sabemos con qué paredes nos podamos topar y que debamos derribar con dinero.
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—¡Por dinero no te preocupes, cuento con el suficiente para iniciar! —Pero Mario, ¿cómo?, ¿cuándo lo haríamos? —Lo más pronto posible Lucía, por favor, me carcome la angustia de saber que un hombre que es inocente, esté pagando por el asesinato de mi madre. —Pero Mario... —trata de responder Lucía cuando dos dedos acariciaron sus labios pidiendo guardar silencio. —Por favor, confía en mí, Lucía. Lucía estacionó su vehículo y le aclaró a Mario viéndolo fijamente a los ojos: —No sé qué es lo que pretendas con esto, no sé si estaré haciendo bien o no, pero por supuesto que sí, sabes que cuentas conmigo. —Muchas gracias, Lucía, de verdad muchas gracias. Después de unos minutos en silencio y cada uno sumergido en sus pensamientos Lucía habló: —Te ayudo, pero con una condición. —Con la que me pidas. —Quiero que me acompañes hoy por noche al Mandrus. —¿Al Mandrus? —Sí, es un antro.
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—Por favor, si tú sabes que a mí no me gustan esos lugares, y mucho menos salir de noche. —Pues entonces olvídate que puedo ayudarte. Mario, necesitas divertirte, relajarte, salir de esa monotonía que te asfixia. —Así que crees que soy monótono. —Por supuesto que no solamente lo creo, lo afirmo y lo confirmo, eres más predecible que un reloj marcando las horas. —Tú sabes que me encanta hacer ejercicio en el gimnasio, correr, eso me libera, además bien sabes que no me interesa conocer a nadie. —Sí, te entiendo, pero la vida no es solamente estudiar, trabajar y hacer tus rutinas de ejercicio en el gimnasio. —Lo sé, pero la verdad la única amiga que tengo eres tú y no me interesa tener más amigos. —Pues deberías preocuparte por tu forma de pensar, para ejercer nuestra carrera es necesario contar con muchos amigos. Una parte importante de ella es precisamente las relaciones humanas. —¿A qué hora estás por mí? —preguntó Mario con un dejo de enfado en el rostro. —A las once de la noche. —¿Hasta las once de la noche?, ¿a qué hora regresaremos?
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—Sé a qué hora pasaré por ti, pero no sé a qué hora volveré a traerte, solo te digo que no esperes que sea demasiado temprano. —Está bien, aquí te espero y que conste que solo por tratarse de ti lo hago — respondió Mario. Muchas gracias por tu ayuda, te quiero mucho —dijo Mario, al tiempo que bajaba el tono de su voz, casi como una caricia de rosas en los oídos de Lucía. —Yo también te quiero mucho —afirmó Lucía mientras sin poder contenerlo, emitía un pequeño suspiro. Lucía intentaba arrancar su automóvil cuando fue detenida por Mario. —Espera, Lucía, ¿qué ropa me pongo?, ¿cómo se viste para ir a un antro? Lucía sonrió y le respondió: —Vístete cómo eres tú, no necesitas disfrazarte de nada ni de nadie. Te veo a las once en punto. Lucía arrancó su vehículo mientras que la mirada de Mario la siguió hasta perderla al doblar la siguiente esquina. A las once de la noche en punto, tal y como había acordado Lucía, tocó el claxon para avisar a Mario que ya se encontraba esperándolo afuera de su departamento. Mario escuchó el sonido del claxon, se dirigió al tocador donde observó por última vez su rostro recién afeitado y volvió a acomodarse el cuello de la camisa bien planchada.
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—¡Hola Lucía, buenas noches! —comentó Mario mientras subía al auto. Se dio cuenta de que en los asientos traseros la acompañaban dos amigas, sus rostros le eran conocidos. Eran compañeras de la universidad, de grados superiores. —Hola Mario, pero qué guapo —comentó Lucía— ¿recuerdas a Reyna y a Rocío? —Sí, por supuesto, las he visto en varias ocasiones en la cafetería de la universidad —respondió Mario mientras extendía su mano para saludarlas. —Qué guapo te ves —expresó Rocío mientras mandaba un beso al aire, que lo hizo sonrojar. Después de pocos minutos llegaron al antro de moda, Mandrus, e ingresaron de manera inmediata. Lucía y Rocío se adelantaron un poco y aprovecharon para comentar: —Qué guapísimo se ve Mario, ¿verdad Lucía? —¿Te parece? La verdad, nunca me he fijado en él como algo diferente que no sea mi amigo, mi mejor amigo. —Qué bueno Lucía, así me das toda la oportunidad de echármelo a la bolsa. —Qué cosas dices, Rocío. —Claro, ¿a poco no te habías dado cuenta de que está guapísimo? —La verdad no, pero ya cállate porque nos puede oír.
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Mario y Reyna les dieron alcance y se dirigieron a una mesa redonda donde todos excepto Mario pidieron bebidas preparadas, él único solicitó únicamente una soda. El tiempo transcurrió en medio de un ruido ensordecedor y de un ambiente al que Mario no estaba acostumbrado, pero con la intención de seguir con sus planes y no hacer molestar a Lucía, sonreía cada vez que ella le preguntaba si la estaba pasando bien. —¿Por qué estás tan serio?, ¿estás aburrido? —preguntó Rocío a Mario mientras este observaba fijamente una mesa que se encontraba a pocos metros de distancia. —Mario, te estoy hablando —volvió a insistir Rocío. —Disculpa Rocío, estaba un poco distraído, ¿qué decías? —respondió Mario mientras seguía observando al grupo. Lucía se dio cuenta de aquella conversación y se acercó para inquirir: —¿Qué sucede, Mario? —Lucía, ¿ves a aquellos chavos que están en esa mesa? —le comentó Mario mientras señalaba hacia un grupo de jóvenes que se encontraban divirtiéndose de manera intensa, todos con copas de vino en la mano y claramente se notaba por su forma de vestir y de actuar que se trataba de jóvenes de clase alta. —¿Quiénes? —contestó Lucía tratando de ver la mesa que señalaba el índice de Mario.
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—Aquella mesa en donde están los cuatro chavos bailando con su vino en la mano y la chava de minifalda. —Sí, sí la veo, ¿qué tiene?, ¿los conoces? —Solo a uno de ellos, ¿ves el que está con la chava? —Sí lo veo, ¿qué tiene? —Es mi primo. —¿Tu primo? —Sí, es mi primo Jesús, es el mayor de los nietos, es hijo de Esther, la hermana de mi mamá, la que me corrió de la casa de los Martínez de la Garza. —¿Y no te reconoce si te ve? —Yo creo que si. —¿Y por qué no vas a saludarlo? —¿A saludarlo? No, ¿para qué? —No, solamente se me ocurrió. Se ve que tiene mucho dinero el chavito. —Sí, además de que su mamá se quedó con el negocio del abuelo, es diputado del distrito 6 de Monterrey, su papá también fue diputado hace muchos años y ahora parece que él siguió su camino.
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Me imagino que lo logró con el apoyo de su mamá, pues sigue siendo una empresaria muy importante del estado. ¿Ves cómo se lleva la mano de manera seguida a la nariz como queriendo limpiarla de algo? De seguro es bien adicto a la cocaína o a quién sabe cuántas drogas más, se ve que es una basura el tipo. —Noto tus comentarios cargados de mucho coraje, Mario. —¡Por supuesto que no!, ¿por qué lo dices? —Así te siento, como si le guardaras mucho rencor. —A mí me tienen sin cuidado todos los de esa familia, Lucía. Mario seguía observando al grupo cuando ve que tres jóvenes de una de las mesas vecinas se acercaron de manera intimidante a donde se encontraban su primo Jesús y sus acompañantes. Uno de los que recién llegaban se dirigió de manera directa a Jesús y, de un manotazo, le tiró el vino que llevaba en su mano derecha. De manera inmediata el grupo que acompañaba a su primo cobardemente se hizo a un lado para dejarlo solo con aquel trío de jóvenes intimidantes. Sin darle tiempo de nada, uno de ellos lanzó un fuerte golpe a Jesús, lo que ocasionó que cayera de forma brusca al suelo. Sin pensarlo más, Mario se levantó y se dirigió al lugar del incidente, donde ya los otros dos jóvenes pateaban a su primo Jesús, derribado.
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Mario, sin dar tiempo de nada, llegó, y de un solo golpe noqueó a uno de los rijosos e inmediatamente se dirigió a los otros dos. En cuestión de pocos segundos, Mario tenía en el suelo y sangrando a los tres mozalbetes que habían golpeado a Jesús. Las luces blancas del antro se encendieron y los guardias de seguridad del lugar ya se encontraban en el sitio de la revuelta. Los amigos del joven diputado trataban de ayudarlo y este les tiró del brazo en señal de disgusto. Los guardias de seguridad tenían detenido a Mario, los agresores de Jesús seguían tirados en el piso del antro, sangrando de manera leve por la nariz. Lucía, Reyna y Rocío pedían a los guardias que dejaran en libertad a Mario con la promesa de retirarse del antro y les suplicaban que no fueran a hacerle daño. Jesús se incorporó lentamente y se dirigió a Mario y a los guardias de seguridad para ordenarles que lo liberasen, mandó también que sacaran del lugar a los tres individuos que se encontraban noqueados. También dio la instrucción de que apagaran las luces altas, que encendieran las de colores, que siguiera la música y que por ningún motivo llamaran a la Policía. Los guardias de seguridad atendieron la instrucción del diputado y este le indicó a Mario que lo siguieran.
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Jesús los condujo a una pequeña oficina mientras trataba de limpiar con una pequeña servilleta el labio reventado por aquel puñetazo que minutos antes le habían dado. —Pasen —pide Jesús a Mario y a sus acompañantes. —¿Qué están tomando? —preguntó Jesús. —Estamos bien, muchas gracias —responde Mario. Jesús haciendo caso omiso al comentario de su primo descolgó el teléfono que se encontraba en aquella oficina y giró una instrucción. Pidió que les llevaran un servicio completo de whisky Buchanan‘s 18 de inmediato. En cuestión de un minuto, el servicio solicitado por Jesús fue atendido por un mesero quien sirvió a la brevedad en vasos a los que se encontraban presentes. —Qué milagro Mario, nunca pensé encontrarte en un lugar como este, ¿qué haces por aquí? —preguntó Jesús. —¿Por qué te golpearon esos tipos? —respondió Mario. —Estos cabrones no aguantaron que le dijera a sus chavas que tenían muy buenas tetas —respondió a la pregunta Jesús, con una sonrisa. —Perdón —comentó Lucía— pero creo que ustedes tendrán mucho de qué hablar, así que si nos lo permites, Mario, te esperaremos en el auto. —No, espera, Lucía —contestó Mario mientras se levantaba.
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—Jesús, un gusto saludarte nuevamente —dijo Mario mientras le extendía la mano a manera de despedida. —¿Puedo verte mañana, Mario? —preguntó Jesús. —¿Mañana?, ¿a qué hora?, es que el día está muy ocupado para mí. —Me gustaría platicar contigo, te espero por la mañana en el Congreso del Estado, ¿sabes que soy diputado por el distrito 6 de Monterrey, verdad? —Sí, sí lo sé, Jesús. —O si lo prefieres, podemos vernos aquí mismo a las diez de la noche, por cierto invita también a tus amigas y en señal de agradecimiento, todo, absolutamente todo lo que consuman es gratis. —¿Es tuyo este lugar? —Este y dos antros más, por eso quiero platicar contigo, quiero que me ayudes. —¿Ayudarte?, ¿ayudarte en qué? —¿Qué te parece si mejor platicamos mañana y te explico en qué puedes ayudarme? Necesito tener gente como tú a mi lado, claro, si no te molesta trabajar para un Martínez de la Garza… —Pues no creo que a tu madre le guste la idea de que yo trabaje para alguna de tus empresas, ya ves que ella fue la que me corrió de la mansión de tu abuelo. —De nuestro abuelo, Mario, pero por ella no te preocupes, no creas que llevamos buena relación, además, no me interesa lo que piense.
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—Agradezco el interés en mi persona, Jesús, pero la verdad es que no creo poder tener oportunidad de trabajar en estos momentos; mi tiempo está ocupado de manera total en terminar mi carrera. —¿Sigues estudiando la carrera de abogado? —Así es Jesús, me falta poco menos de dos años para terminarla. —Por favor, piénsalo Mario, deja a un lado tu orgullo, recuerda que necesitamos de todos para poder lograr en muchas ocasiones nuestras metas. Toma, esta es mi tarjeta, allí están todos mis datos. Te aseguro que podemos hacer cosas buenas. Piénsalo, y muchas gracias por lo de esta noche. Mario tomó la tarjeta de presentación de Jesús y se dirigió a la salida, acompañado de Lucía y las amigas de ella. El regreso a casa fue en un total y completo silencio. Solo después de dejar a Reyna y a Rocío en sus hogares fue cuando Lucía se atrevió a pronunciar palabra: —Qué noche tan intensa, ¿no?, ¿por qué actuaste así? —No lo sé, solo vi que eran tres contra uno y sentí coraje de que fueran tan aprovechados.
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—¿Es decir que lo hubieras hecho con cualquiera y no solamente por ser tu primo? —Por supuesto que lo hubiera hecho por cualquiera, no lo pensé, solo sentí ese impulso y actué de manera irracional, espero que no vuelva a sucederme; por cierto, te ofrezco una disculpa. —¿Una disculpa a mí, ¿por qué? —Por haberte arruinado la noche. —Para ser honesta, ya me tenían aburridas Reyna y Rocío y pues a ti no se te veía tan contento, así que no te preocupes, no me perdí de nada, absolutamente de nada bueno. —De cualquier manera, te ofrezco disculpas —respondió Mario mientras le tomaba la mejilla derecha. —¿Y qué piensas hacer —preguntó Lucía. —¿Hacer de qué? —Pues de lo que te ofreció tu primo, el diputado. —Pues nada, no pienso hacer nada, espero no volver a verlo, eso es lo que espero. —¡Pero si serás bruto Mario! —¿Por qué!
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—¿Cómo que por qué?, ¿qué es tu primo? —Diputado y empresario. —Exacto Mario, ¿y en qué es lo que me pediste que te ayudara hoy por la tarde? —¿Eso qué tiene que ver con Jesús? —Mucho, tiene que ver mucho, Mario. —No te entiendo. —Me imagino que él tiene muchos amigos dentro de la política y que conoce a más de alguno en Tuxtla que pueda ayudarnos a conseguir datos y posiblemente apoyarnos a que demostremos en muy corto tiempo la inocencia del chavo que está detenido por el asesinato de tu madre. Mario se incorporó de su estado de letargo del asiento del copiloto y volteó a ver a Lucía con los ojos abiertos como entendiendo lo que Lucía está pensando. —Por supuesto, tienes toda la razón, sería más fácil si logro ganarme la confianza de Jesús. —Así es, sería más fácil abrirnos paso en los juzgados penales de Tuxtla con su apoyo. Al llegar al departamento de Mario, Lucía estacionó el auto para despedirse. —Lucía, aún es temprano, ¿qué te parece si subimos a ver una película?, tomamos un delicioso chocolate caliente con unos bísquets doraditos, mantequilla de maní y mermelada, que me salen de rechupete —invitó Mario a Lucía.
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—¿Cómo crees, Mario?, aunque no es tarde, quizá quieras descansar. —Anda, vamos, subamos un momento, quiero compensarte por el mal momento que te hice pasar. —Bueno, está bien, pero solamente te acepto el chocolate y un bísquet de esos que me estas presumiendo. Lucía bajó del auto y juntos se dirigieron al departamento de Mario. —¡Pero qué desordenado tienes tu departamento Mario, sí que parece de soltero! —Disculpa, Lucía, lo que pasa es que no he tenido tiempo de arreglarlo, pero eso sí, te aseguro que está limpio, solo son escritos y tareas que no he recogido — respondió Mario mientras levantaba de manera rápida el desorden que encontraba a su paso. —Por favor, ponte cómoda, ¿qué te parece escuchar un poco de música? —Por mí está bien, Mario —respondió Lucía mientras se quitaba el abrigo que llevaba puesto y lo colocaba sobre una de las sillas del comedor. —¿Qué música te gusta?, tengo de los Beatles, los Rolling Stones; también, si te agrada, música en español. —Lo que quieras escuchar está bien Mario, ¿me permites entrar al tocador? —Claro, por supuesto, es la tercera puerta al fondo.
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Lucía se dirigió al baño mientras Mario terminaba de poner un disco compacto de los Beatles e iba a la cocina, donde empezó a calentar la leche para el chocolate y preparaba los panecillos que introdujo al horno eléctrico. En pocos minutos ambos se encontraban disfrutando del aromático y espumoso preparado de cacao al igual que los exquisitos bísquets rellenos con mermelada de fresa. —Qué rico Mario, de verdad que sí te queda excelente el chocolate. —¿Y qué te parecen los bísquets?, son mi platillo preferido —respondió Mario mientras soltaba una tímida risa. Lucía, de nuevo quiero ofrecerte disculpas por lo que pasó. —Ya te dije que no pasa nada, al contrario, resulta curioso que ese incidente hiciera que estemos aquí en tu departamento disfrutando de esta delicia. La música de los Beatles seguía escuchándose. De pronto, el equipo de sonido emitía la canción ―Do you want to know a secret?‖ —Qué hermosa canción Lucía, —dijo Mario mientras dejaba sobre la mesa de centro su bebida y el aperitivo dulce, y se acercaba lentamente. ¿Te gusta esa melodía? —¿Qué haces, Mario? —preguntó Lucía ante la cercanía de su amigo. Mario no contestó y con total suavidad tomó el chocolate caliente y el plato con pan dulce de ella y los depositó sobre el suelo, sin dejar de mirarle a los ojos.
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Algo muy fuerte están por descubrir, algo que ni ellos mismos habrían imaginado. Sabían que el fuerte sentimiento de amor y deseo estaba ahí, pero no se habían atrevido a aceptarlo. Mario le acarició suavemente el cabello y con delicadeza le tomó la mejilla. De pronto, tan fuerte como un caudaloso río surgió en ellos una pasión desenfrenada que ninguno de los dos estaba dispuesto a detener. Los besos eran más intensos a cada momento, el corazón se aceleraba a cada segundo. Mario empezó a desnudar a Lucía con tal delicadeza como si tratara de descubrir de manera silenciosa su alma. Lucía se encontraba paralizada por lo enigmático del momento, de sentir cada vez más cerca el rostro de aquel joven que durante mucho tiempo había estado a su lado y que nunca como en ese preciso instante, había tenido tantas ganas de tenerlo más cerca. Por primera en vez en la vida de Lucía surgía un torrente de emociones. Ella no creía en las mariposillas volando dentro del estómago y en ese momento estaba viviendo esa sensación. Su corazón se aceleró como nunca antes le había sucedido. Ya en la recámara, los dos dieron rienda suelta a su erotismo y disfrutaron centímetro a centímetro cada parte de su piel, cada aliento, cada suspiro.
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Se fundieron en un solo ser, ya no había tiempo atrás, ya no había retorno. Para Lucía, esa primera vez no sería impedimento para demostrarle a Mario cuánta pasión llevaba dentro de su cuerpo. Después de unos minutos entregados al amor y a la pasión desbordada, unos espasmos deliciosos sacudieron todo su ser. Al culminar aquel encuentro inolvidable Mario y Lucía se fundieron en un abrazo diferente, un abrazo donde confirmarían que jamás estarían, a partir de ese momento, separados uno del otro. Los primeros rayos del sol tocaban levemente la ventana de la habitación haciendo que Lucía, poco a poco abriera los ojos para encontrarse que aquello no había sido un sueño, que había sido real y lo mejor de todo, que se sentía feliz, plena, enamorada. Lucía tomó la camisa de Mario y se la colocó para cubrir su desnudez. Con paso lento se dirigió al comedor, donde estaba la mochila de Mario y luego de abrirla tomó un cuaderno y una pluma. Después de varios minutos de mirar al cielo a través de la ventana, comenzó a escribir. ―Hola Nadia, ¿cómo estás? Disculpa que te escriba después de tantos años de no hacerlo.
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―Desde mi cumpleaños número 15, ¿recuerdas?, y la tonta de mí, a pesar de haberme prometido no volver a dirigirte ni siquiera un pensamiento, siento en mi corazón que tengo que hacerlo. ―¿Sabes?, aún estoy muy molesta contigo, estoy muy molesta porque me dejaste, porque no me diste ni siquiera la oportunidad de haberte llamado mamá. ―Sé que no fue culpa tuya que murieras durante el parto en el que nací, pero sabes que yo muchos años me sentí culpable de que esto te hubiera pasado. ―Recuerdo que a veces, cuando despertaba en mi habitación, papá corría de inmediato ante los gritos de miedo que lanzaba por tener una pesadilla y después de él llegaba Martha, la nana, tú no la conociste, Nadia, pero no llegabas tú, no estabas presente. ―¿Sabes cuánto daría por haber tenido siquiera la oportunidad de haber podido abrazarte aunque fuera durante un segundo? ¿Sabes, Nadia, lo que yo daría por poder decirte ‗te amo‘? ¿Sabes lo que yo daría por haber oído tu voz y haber escuchado llamarme ‗hija‘? ―Solamente tenía ganas de contarte, Nadia, que el día de ayer fue maravilloso para mí, sentí algo que nunca en la vida había sentido por nadie, es algo que no sé explicarte, pero me imagino que es algo que tú en alguna ocasión has de haber sentido con papá.‖
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Lucía seguía escribiendo mientras Mario se acercaba sigilosamente a ella para respetar su espacio, pues la vio sollozando en el comedor mientras escribía la carta. —Lucía, ¿te sucede algo? —preguntó Mario con cautela. —No, no —respondió Lucía mientras se levantaba de inmediato e intentaba limpiar las lágrimas de su rostro. —¿Qué te pasa?, ¿te sientes bien? —Sí, Mario, me siento bien, lo que pasa es que estaba recordando a mamá. —¿Quieres que te deje sola? —No, Mario, espera —respondió Lucía mientras destruía aquel pedazo de papel en donde había escrito a Nadia, su madre, y lo tiraba al cesto de basura. Entonces, Lucía se despojó de la camisa de Mario lentamente, y desnuda se dirigió al baño para tomar una refrescante ducha. —¿Vienes? —preguntó Lucía a Mario de manera sensual. Mario, al escuchar la invitación, sin pensarlo la siguió y se metió bajo la ducha junto con ella. Bajo la relajante lluvia artificial de la regadera, volvieron a probar las mieles del erotismo.
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Camino a la Facultad Mi nana Martha no va a perdonar no haberle avisado que no llegaría a dormir, tengo 24 llamadas perdidas de ella en mi celular, ya le envié un mensaje de texto diciéndole que estoy bien pero a ver cómo me va cuando llegue a casa. —Espero que no te reciba con un látigo en la mano —dijo Mario sonriendo. —No lo creo, pero ¿sabes?, valió la pena, por nada del mundo me arrepiento haber sido tuya. —Y lo seguirás siendo por siempre Lucía —respondió Mario mientras se acercaba y la besaba apasionadamente durante el alto de un semáforo.
Mario y su primo Jesús Durante los siguientes cuatro días, Mario olvidó por completo la plática que sostuvo con su primo Jesús en el antro Mandrus. Al salir de clase, Mario y Lucía se dirigían hacia el estacionamiento para retirarse del campus universitario, cuando se les acercaron cuatro individuos, quienes, sin más comentarios, invitaron a Mario a subir a una camioneta Jeep Liberty de modelo reciente. —¿Señor Mario Martínez de la Garza? —preguntó uno de los sujetos. —Sí, soy yo, ¿qué pasa?, ¿qué desean? —Por favor, le pedimos nos acompañe, quieren platicar con usted.
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—¿Platicar?, ¿quién o quiénes?, están equivocados, no puedo ir con ustedes. —¿Qué pasa, qué les sucede! —gritaba Lucía a otro de los individuos. Un tercero que estaba sentado al volante de la camioneta recibió una llamada y se dirigió a donde estaba Mario. —Señor, tiene una llamada, por favor conteste. —¿Una llamada?, ¿para mí?, ¿de quién?, ¿quiénes son ustedes? —Por favor señor, tome la llamada y sabrá quién es el que lo busca. Mario atendió la petición de mala manera. —Bueno —contestó Mario con un rostro preocupado. —Hola, primo, ¿cómo estás? Te he estado esperando —se escuchaba del otro lado del auricular. —¿Jesús?, ¿eres Jesús, el hijo de la señora Esther? —Sí primo, soy yo, no he recibido respuesta de lo que platicamos hace días… y pues quería no causarte ninguna contrariedad y por eso te envié a mi chofer y a mis asistentes a darte un ―aventoncito‖ aquí al Congreso; digo, si no te molesta. —¡No mames, Jesús!, creo que no son las formas, me causaste un gran susto. —No te molestes, primo, la verdad es que necesito platicar contigo y pues tú no tienes para cuándo darme el gusto. —Claro que sí iría a buscarte, pero quería dejar pasar unos días.
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—Entonces, ¿te espero? —Sí, voy para allá, pero voy solo, no necesito que me mandes sirvientes. —¿Sabes dónde estoy? —Aquí tengo tu tarjeta, Jesús, no soy idiota, por supuesto que sé dónde estas Acompaño a mi novia a su casa y enseguida voy a buscarte. —Aquí te espero Mario, gracias, y disculpa si te molestó haber enviado a buscarte. Los enviados por Jesús se retiraron para dejar solos a Mario y a Lucía, quienes se dirigieron a abordar el vehículo de ella. —Quiero acompañarte, Mario —dijo Lucía mientras tomaba la avenida Alfonso Reyes para dirigirse al Congreso del Estado de Nuevo León, a pocos minutos de la Universidad Autónoma de Nuevo León. —Me gustaría platicar a solas con Jesús, Lucía, no creo que sea apropiado que estés presente, desconozco acerca de qué vayamos a charlar o qué temas tocaremos. —No te estoy diciendo que quiero entrar a donde estarán charlando. ¿Qué te parece si te acompaño y mientras estás con tu primo voy a tomar un café a la Macro Plaza y cuando termines de charlar me marcas al celular y paso por ti? ¿Te parece? —Me parece una excelente idea,
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En poco menos de 15 minutos Lucía dejaba a la entrada del recinto legislativo estatal a Mario. —Me marcas cuando termines —dijo Lucía mientras arrancaba de nueva cuenta el automóvil.
Mario y el Panemas Dentro del centro penitenciario de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, se escuchó: —¡Panemas, tienes visita! El Panemas se encontraba acostado en su celda, se incorporó de inmediato y con una cara de duda se acercó al sitio de donde provenía el grito. —¿Estás seguro de que me buscan a mí? —preguntó el Panemas al custodio que había gritado su nombre. —¿Tú eres el Panemas?, ¿o existe otro Panemas aquí? —Lo que pasa es que a mí nunca me ha visitado nadie. —Pues no sé ni me importa, Panemas, ándale, date prisa. El Panemas siguió al custodio, quien lo condujo a una sala cerrada, solamente con una pequeña silla, un teléfono interno y una ventana de cristal para poder ver al interlocutor. De manera curiosa vio entrar a quien fue a visitarlo, no lo conocía, no sabía quién era.
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El extraño tomó el teléfono que se encontraba del lado opuesto al del pequeño espacio de el Panemas e invitó a hacer lo mismo al preso. —Hola, buenas tardes —inició la conversación el visitante. —¿Quién eres? —manifestó el Panemas, con una mueca de extrañeza en el rostro. —¿No me recuerdas? —No, no sé quién eres, yo no conozco a nadie de este país que no haya estado en prisión —respondió el Panemas, ya con un cierto dejo de enfado. —Soy Mario. —¿Mario?, ¿cuál Mario? —Mario, el hijo de la mujer por la que te acusan de asesinato. El Panemas se le quedó viendo de manera intensa, como tratando de reconocerlo, se recargó en el respaldo de la silla y asombrado, le dijo: — Mario, ¿el hijo de la prostituta que asesiné? —Tú y yo sabemos que no la asesinaste. —Así es, solamente tú y yo conocemos la verdad. Pero, ¿qué haces aquí? —Escucha, Joaquín. —Dime ―Panemas‖, aquí el nombre de Joaquín no lo conoce nadie.
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—Escúchame bien Panemas, tenemos poco tiempo. A partir de mañana serás representado por un par de abogados que demostrarán tu inocencia y podrás recuperar tu libertad. Estos abogados pedirán reabrir tu caso para poder demostrar vicios en el juicio que hicieron fueras condenado de manera injusta por un crimen que no cometiste. El Panemas no daba crédito a lo que estaba escuchando y con una risa nerviosa preguntó. —¿Qué estás diciendo?, ¿que vas a ayudarme a salir de aquí? —Así es, Panemas, muy pronto vas a recuperar tu libertad y podrás rehacer tu vida. —No, no lo hagas, yo no sé qué hacer al salir de aquí y además en cuanto ponga un pie fuera de esta prisión me enviaran a Panamá, a pagar por los asesinatos de tres hombres. Prefiero seguir aquí; aquí soy alguien y si salgo no sé qué pueda pasar conmigo, no quiero estar en otra prisión. —Escúchame bien, Panemas, primero quiero que te tranquilices, vas a seguir todas las instrucciones de los abogados. Tenemos el apoyo de un diputado, que es primo mío y con el cual trabajo desde hace varios años. Yo soy abogado Panemas, pero no puedo estar presente en el juicio por las razones que solo tú conoces.
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Vas a negar absolutamente todo, vas a negar que tú fuiste quien cometió el crimen. Vas a decir que no sabes quién lo cometió y que fuiste torturado para firmar una declaración en blanco. Ten confianza en mí. —Pero, ¿cómo?, ¿cómo es que vas a hacerlo Mario? ¿No entiendes que al salir de aquí mi destino va a cambiar? —Tienes dos minutos más —sentenció el custodio. —Escúchame —susurró Mario por el teléfono. En cuanto salgas de aquí, vas a ir conmigo, por eso no te preocupes, no pierdas el tiempo pensando en eso. Que eso no te perturbe, tienes que estar cien por ciento concentrado en lograr apoyar en todo a los abogados para que puedas salir libre muy pronto. Además, voy a evitar que seas deportado a Panamá. Solo te pido que confíes en mí. No nos volveremos a ver sino hasta que nos encontremos en algún punto del país que tú sabrás a su debido tiempo. —¿Por qué haces esto Mario? —preguntó el Panemas.
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—Porque tanto tú como yo sabemos que eres inocente, y a ti como a mí, nos toca trabajar para cambiar el rumbo de nuestro destino. —No entiendo nada, Mario. —No es necesario entenderlo. He dado la instrucción para que nada te falte mientras sigas aquí en prisión. Ten mucho cuidado como manejas esto Panemas, es muy importante que utilices toda tu inteligencia. —Panemas, el tiempo se terminó —dictaminó el custodio, dirigiéndose al preso. —¿Cuándo sabré de ti? —Pronto, muy pronto, Panemas —respondió Mario mientras colgaba el auricular y se retiraba acompañado de un guardia de visitas. El Panemas seguía sin creer en lo dicho por Mario, el chico que solamente había visto una sola vez en su vida y que precisamente fue el día en el que su vida cambió para siempre. Con una gran duda, el Panemas regresó a su celda y muy pocos minutos después, otro de los custodios le pidió que tomara sus cosas de aquel pequeño espacio y que lo acompañara. El Panemas atendió la instrucción y fue conducido a una de las celdas más grandes de la prisión, en donde no habría de compartir el lugar con nadie más. El custodio le entregó un morral después de abrir la nueva celda de el Panemas.
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En la celda se encontraban un televisor, un pequeño frigobar, una estufa eléctrica, accesorios de cocina y una despensa con todo lo necesario para no pasar más hambre dentro de prisión. Dentro del morral, el Panemas encontró un sobre color naranja, tamaño carta. Al abrirlo descubrió una nota que decía: ―Joaquín, muy pronto se demostrará tu inocencia, confía en mí‖, y del fondo de aquel sobre, el Panemas sacó además un gran fajo de billetes que le habrían de servir para no pasar más penurias y poder comprar privilegios a los custodios. Fue entonces cuando el Panemas creyó que de verdad muy pronto su vida cambiaría para siempre. En los siguientes días, el Panemas recibió la visita, tal como le había prometido Mario, de dos abogados prestigiosos, uno de ellos era Lucía.
El juicio En el Yik Café de San Cristóbal de las Casas, se encontraron Mario y Lucía para que esta pusiera a aquel al tanto del inicio del juicio. —Mario, ya hemos presentado todas las pruebas de las inconsistencias del juicio en contra de Joaquín por el asesinato de la prostituta —empezó Lucía.
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—Por favor Lucía, no vuelvas a llamarla así; te voy a pedir que la llamemos por su nombre; su nombre es Mayra, y recuerda que de la que estamos hablando era mi madre. —Lucía se le quedó viendo, extrañada ante el comentario y manifestó: —Disculpa Mario, pero te recuerdo que estoy hablando como abogada y el caso es por el asesinato de una prostituta y de un comandante de la Policía. Mario, ¿existe algo que tenga que saber y que no me hayas dicho? —No, Lucía, solamente que no me gusta que la llames así; ¿podrías no hacerlo, por favor? Lucía se le quedó mirando, para después comentar: —No sé qué ganes con esto Mario, pero en fin. —Lucía, por favor, ten confianza en mí, una vez terminado esto te diré toda la verdad acerca de este caso, por el momento no es bueno que lo sepas, no quiero que un juicio prematuro pueda hacerte inclinar la balanza en los tribunales, por favor confía en mí. —Está bien Mario, sabes que confió ciegamente en ti y lo seguiré haciendo. —Muchas gracias. —Te decía, el caso lo tenemos en nuestras manos, con el apoyo que nos brindó Jesús al enviarnos con el fiscal para agilizar todos los pasos, puedo decirte que en poco tiempo Joaquín saldrá de prisión.
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—Por cierto Mario, en esto has gastado una gran fortuna. ¿Por qué lo haces?, es muy raro para mí. Tenemos ya dos años juntos y nunca has querido hablar más a fondo del tema. —Lo hago porque sé que ese hombre es inocente y no quiero que un inocente este pagando por el homicidio de mi madre. ¿Es muy difícil de entender esto, Lucía? Estoy seguro que si me hubieran asesinado a mí y mi madre supiera que quien está en la cárcel pagando por el crimen es inocente también habría hecho lo mismo que yo, no permitiría que un inocente estuviera pagando por un crimen que no cometió. ¿En cuánto tiempo crees que esté libre? —No lo sé, el día del juicio es dentro de mes y medio y muy probablemente ese día, si todo está a nuestro favor, obtendrá su libertad. —¡Excelente, qué buena noticia me das, Lucía! —Mario, pero si sabes que en cuanto salga de prisión va a ser detenido por la Interpol para enviarlo a Panamá, a responder por tres homicidios que cometió en aquel país… —No sabemos si es culpable o no. —Pero eso a ti no te toca juzgar, ¿o qué?, ¿vas a querer también ir a Panamá a demostrar su inocencia?
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—Por supuesto que no —respondió Mario mientras se quedaba pensando y sorbía un buen trago de café. —¿En qué piensas, Mario? —En que muy pronto va a salir de prisión un hombre inocente. Lucía se le quedó viendo de manera intrigante. Mario pidió otro café.
El Panemas salió de prisión Con los pocos elementos demostrados durante el juicio contra el Panemas por el asesinato de la prostituta y del comandante ministerial fue fácil para el par de abogados echar abajo la condena en contra del sentenciado. Durante el nuevo juicio, la defensa argumentó que no se le practicaron los exámenes correspondientes de balística, para demostrar que el acusado disparó el arma. Tampoco se le practicaron los exámenes de ADN al cuerpo de la víctima para su reconocimiento oficial, entre otros muchos vicios en la integración del expediente por parte del Ministerio Público y que el fiscal en turno no pudo rebatir. Pocos meses después, tras ganar el juicio interpuesto por Lucía y su colega, un juez ordena la libertad absoluta a favor de Joaquín Gutiérrez Jiménez, alias el Panemas, por el delito de asesinato en primer grado en contra de Mayra Martínez
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de la Garza, alias Ana, y de Arturo Contreras Medina, el comandante de la Policía Ministerial. Para el Panemas hubiese sido un acontecimiento de felicidad total, pero algo le preocupaba. Sabía que al momento de salir de ahí iba a ser deportado a su país, pero algo dentro de él le hacía creer en las palabras de Mario; le había prometido que no iba a dejar que eso ocurriera. Mientras recogía sus pertenencias, en su celda encontró un nuevo cambio de ropa, un pantalón de mezclilla Levi‘s y una camisa Michael Kors, y de nueva cuenta un sobre con una nota dentro: ―Hoy ganaste una batalla, falta ganar la guerra. Prepárate para la batalla siguiente.‖ Mientras recorría el extenso patio de la prisión, el Panemas se acercó a un grupo de cuatro presos quienes eran los que más tiempo convivieron con él y con quienes había logrado el control total de los presos. —Muy pronto tendrán noticias mías, si todo sale como espero, los ayudare a salir de esta mierda —les dijo el Panemas. —No te preocupes, mi Panemas, tú sal a conquistar el mundo y ya no seas tan pendejo —le respondió el más corpulento mientras lo abrazaba para desearle suerte; los otros tres presos imitaron al primero y se despidieron de el Panemas.
Salida de prisión
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Por fin, después de más de diez años en prisión, el Panemas vio con extrañeza cómo se abrían las puertas del reclusorio. Eran cerca de las doce de la medianoche cuando por fin atravesó aquella frontera entre la reclusión y la libertad. Sentimientos encontrados se mezclaban en su inconsciente, no sabía qué le esperaba al cruzar aquellas puertas de acero. A la puerta lo esperaban sus abogados para trasladarlo a un hotel de la ciudad de Tuxtla Gutiérrez. A la salida y después de abrazar a sus dos abogados, a pocos metros dos personas descendieron de un vehículo de color oscuro y se dirigieron a el Panemas. —Buenas noches, ¿el señor Joaquín Gutiérrez? —preguntaron los desconocidos a el Panemas. —¿Quiénes son ustedes? —los cuestionó Lucía. —Buenas noches, somos agentes de la Interpol y tenemos una orden de aprehensión en contra del ciudadano panameño Joaquín Gutiérrez, aquí presente según consta en su registro y ficha signalética para ser enviado a su país natal por pedimento de la Embajada de Panamá. Al señor se le acusa de cometer tres homicidios y asalto a mano armada contra el Banco Nacional de Panamá y a una conductora vial.
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—Por favor, preséntennos sus documentos y sus credenciales para poder constatar su dicho —respondió Lucía. Los agentes de la Interpol, entonces, mostraron a Lucía sus identificaciones y la orden de arresto en contra de el Panemas, y después de revisarlas Lucía se dirigió a él. —Lo siento mucho, Joaquín, aquí termina nuestro trabajo, la orden de arresto está en regla y tendrás que ser detenido para ser trasladado a Panamá, de verdad lo siento. —Pero, me había dicho Mario que esto no ocurriría, ¿por qué entonces me sacaron de aquí? —Joaquín, de verdad lo siento. El Panemas fue arrestado y mientras le colocaban las esposas seguía con la mirada fija en Lucía como queriendo escuchar que aquello era una broma de muy mal gusto. Joaquín Gutiérrez fue conducido entonces al vehículo oficial que arrancó, y se perdió ante la mirada de coraje de Lucía y del otro abogado. —Sí, dime, Lucía —contestó Mario en su celular la llamada de la abogada. —Mario, te dije claramente que una vez que Joaquín saliera de prisión todo se iría al caño porque sería deportado a Panamá —gritaba enfadada Lucía. —¿Entonces ya salió libre?
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—¿Que no me estás escuchando? Te estoy diciendo que acaban de aprehenderlo, lo conducen ya en este momento a las oficinas de la Interpol y me imagino que mañana a primera hora lo enviarán en un avión para ser enjuiciado y muy probablemente sentenciado por delitos cometidos en su país. —Muchas gracias, Lucía. ¿Sales hoy mismo a Monterrey? —Mario, ¿estás escuchando lo que estoy diciéndote!, ¿lo estás entendiendo? —Perfectamente, Lucía, de verdad hicieron un excelente trabajo. —Mañana mismo salimos para Monterrey, ya no tenemos nada que hacer aquí — respondió Lucía, para colgar inmediatamente el teléfono, muy molesta. El trayecto de los agentes de la Interpol con el Panemas detenido se realizaba de manera tranquila. Veintiséis kilómetros antes de llegar a la capital del estado de Chiapas, los agentes vieron por el espejo retrovisor cómo se acercan de manera rápida dos vehículos con torretas y sirenas encendidas, se trataba de dos ambulancias que eran conducidas a gran velocidad. —¿Ya viste?, parece que tienen prisa en llegar, no vi ningún accidente —dijo uno de los agentes. —Pues yo creo que vienen de una población cercana, déjalos pasar, posiblemente necesiten apoyo —respondió el segundo de los miembros de la organización policíaca.
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En pocos segundos se les emparejaron y una de las ambulancias los rebasó y la otra se colocaba detrás de la unidad de los agentes de la Interpol. Un tripulante de la ambulancia que se desplazaba adelante de ellos hizo señas pidiéndoles que detuvieran la unidad. —¿Qué pasa? —exclamó uno de los agentes. —No lo sé, parece que tienen problemas, enciende las torretas —respondió el compañero. Después de prenderlas, estacionaron el vehículo oficial y los dos agentes descendieron de la unidad, dejando a el Panemas dentro del automóvil. De la ambulancia bajaron dos paramédicos. —Hola, buenas noches, traemos heridos por un accidente ocurrido en la sierra, pero al parecer nos hemos perdido. Debíamos tomar la autopista Internacional y creo que hemos tomado la 190D — comentó uno de los paramédicos a uno de los agentes —¿Vienen graves? —No, son lesiones de consideración menor, pero que sí requieren hospitalización. Uno de los agentes intentaba dar indicaciones para que los paramédicos tomaran la autopista Internacional cuando de la segunda ambulancia descendieron cinco sujetos fuertemente armados, quienes en unos cuantos segundos sometieron a
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los dos agentes policíacos que se encontraban sorprendidos por tan rápida acción, la que no les permitió siquiera intentar sacar sus armas de cargo. —¡Tranquilos, hijos de la chingada!, no va a pasarles nada, culeros, solo venimos por el preso —dijo uno de los armados mientras apuntaba a la cabeza de uno de los miembros de la Interpol. —¿Qué es esto?, ¿no saben que están cometiendo un gran delito? —cuestionó el agente. Como respuesta los dos agentes recibieron sendos golpes en la cabeza, que les hicieron perder el conocimiento de manera inmediata. Atados de pies y manos y con cinta adhesiva en la boca, los subieron a la ambulancia de donde habían descendido los cinco tipos. De la primera unidad bajaron otros dos encapuchados, también armados, abrieron el vehículo oficial, bajaron a el Panemas y lo introdujeron a la ambulancia que se encontraba adelante. —¿Qué pasa!, ¿qué está pasando? —preguntaba el Panemas mientras era introducido por la fuerza a la ambulancia. —¡Cállate, hijo de la chingada, no la hagas de pedo! —respondió uno de los secuestradores al mismo tiempo que le propinaba un fuerte golpe en la cabeza que también hizo que perdiera el conocimiento.
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¿Quién diablos eres? Cuando el Panemas despertó, lo primero que vio fue un hombre robusto y bien vestido, de traje, quien lo observaba sentado en una de las sillas del pequeño antecomedor de lo que parecía ser una suite a donde lo habían llevado sus captores. De inmediato recordó todo lo que había vivido durante las últimas horas y volteó a verse las muñecas, para darse cuenta que ya no llevaba puestas las esposas que le habían colocado los agentes de la Interpol al salir de prisión. —¿Quién diablos eres tú? —preguntó el Panemas al extraño, al tiempo que se incorporaba de inmediato y se ponía en posición de defensa. —Tranquilo, cabrón —respondió el visitante mientras extraía de su saco una pistola nueve milímetros con la que le apuntaba a el Panemas. Tranquilo, cabrón, necesitas tranquilizarte para poder darte instrucciones. —¿Instrucciones de qué?, ¿instrucciones de quién? El extraño se levantó de su silla y se dirigió a el Panemas mientras guardaba su arma. —¿Recuerdas la promesa que te hicieron de que no permitirían que fueras deportado a tu país? —¿Esto es obra de Mario, entonces? —preguntó el Panemas mientras que una pequeña sonrisa empezaba a asomar a su rostro.
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—Escucha, no puedes volver a mencionar ese nombre. —¿Dónde estamos? —preguntó el Panemas, mientras se dirigía a la ventana de la habitación para darse cuenta de que se encontraban en uno de los pisos más altos de un hotel. Se veía una gran ciudad. —¿Dónde estamos?, ¿cómo te llamas?, ¿quién diablos eres? —Mi nombre es Rambo, así me dicen, y estamos en Ciudad Victoria, Tamaulipas. —¿Y eso dónde es? —preguntó el Panemas mientras de nueva cuenta se asomaba por la ventana de la habitación, desde ahí se podían observar monumentos y grandes construcciones elevadas. —Escucha Panemas —dijo el Rambo, ignorando la pregunta. —¿Ves ese maletín que está sobre la mesa? —¿Puedo abrirlo? —Por supuesto, ábrelo. El Panemas lo abrió de manera nerviosa y encontró en él varios documentos oficiales con su fotografía pero con un nombre que él no conocía. —¿Qué significa esto? —Estos documentos que estás viendo son oficiales en este país, Panemas, estas son tu credencial de elector, tu acta de nacimiento y tu licencia de conducir.
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Desde hoy te llamas Raúl Romo Silva; naciste en la ciudad de Veracruz. Tienes que aprenderte muy bien tu nuevo nombre y de dónde vienes, en esta carpeta está escrita toda tu vida. La persona que estás suplantando de verdad existió, solo que ahora está muerta y tú estás tomando su lugar. —¿Cómo que murió? —Sí, era una persona que no tenía hogar ni familia, nadie lo extraña y ahora tú tomas su lugar, así que apréndete muy bien tu nueva vida, es lo que te va a ayudar para lo que viene. Poco a poco, el Panemas va comprendiendo lo que pasa. —¿Y qué se supone que voy a hacer? —Dentro del portafolios también se encuentra un teléfono celular, no realices ninguna llamada, espera a que te llamen y te den instrucciones. En el pequeño compartimiento vas a encontrar treinta mil pesos que te servirán para comer durante los días que estés en este lugar. Y también, para que sigas las instrucciones que en pocos días te van a indicar por medio del celular. Ya está pagada la cuenta del hotel. —¿Cuántos días voy a estar aquí?
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—Eso yo no lo sé, por eso te han dejado el celular para que esperes indicaciones. —¿Puedo salir? —Por supuesto, tienes que hacer una vida normal, solo estás hospedado aquí, no estás escondido. Puedes hacer tu vida normal, no te preocupes, nadie va a detenerte, todo está bajo control. En aquella maleta tienes varios cambios de ropa, si crees necesario, puedes comprar algo que sea de tu agrado. El Rambo salió sin despedirse de el Panemas y lo dejó en medio de un océano lleno de interrogantes. El Panemas se encontraba, después de muchos años, solo, cara a cara con su destino, sin nadie más que él mismo en aquella habitación de hotel. Tomó el celular, colgó en el clóset la ropa que le habían dejado en una maleta, guardó el efectivo en partes iguales en las cuatro bolsas de su pantalón, también guardó sus nuevas identificaciones, dio un vistazo final a la habitación y salió de ella. Bajó al restaurante del hotel y pidió al mesero que le sirviera lo mejor de la carta. En poco tiempo colocaron sobre su mesa un exquisito churrasco argentino acompañado de un excelente tinto Château Pétrus.
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Esa noche, el Panemas estaba de pláceme, pues decidió invitar a conversar a sus recuerdos.
La llamada Molesta, Lucía entró a la oficina de Mario, seguida por la asistente de este, quien intentaba detenerla. —¡Mario!, ¿puedes explicarme que está sucediendo? Mario le indicó con la mirada a su asistente que todo estaba bien y le pidió que cerrara la puerta. —Por favor, Lucía, ¿qué te sucede? Toma asiento —dijo Mario con una voz que intentaba tranquilizarla. —¿Qué me sucede? Mira Mario, no soy tonta, quiero que me digas en este preciso momento qué es lo que está pasando. —Pero si no me dices qué tienes, no voy a poder responder a tus preguntas, Lucía. Lucía le dio la espalda a Mario como para intentar tranquilizarse, y le dijo: —Mario, hace unas horas, agentes de la Interpol y de la Procuraduría llegaron a mi casa con una orden de cateo al igual que a la casa del licenciado Resentís a buscar, ¡a Joaquín!, ¡a Joaquín!; ¿entiendes lo que estoy diciendo?
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—¿A Joaquín? —pero, ¿no es que se lo llevaron agentes de la Interpol para enviarlo a Panamá? —Mira Mario, ¡a mí no quieras verme la cara de estúpida porque no lo soy! Algo sabes tú y te exijo que me lo digas en este mismo momento. —¿Yo sé algo?, pero, ¿qué puedo saber yo, Lucía, si no te explicas nada? ¿Desapareció Joaquín?, ¿te siguieron? —Me crees imbécil, ¿verdad, Mario? ¡Te doy hasta hoy por la noche para que me expliques qué está pasando, Mario! No creas que voy a solapar tus estupideces. —Tranquila Lucía, ¿te parece si nos vemos a las nueve de la noche en el Restaurante Pangea? —señaló Mario al tiempo que se acercaba a Lucía como para tratar de consentirla. —¡Te veo a las 8:30 ahí, y por favor quiero respuestas Mario, no vayas sin ellas! —sentenció Lucía mientras salía de la oficina dando un fuerte portazo que hizo caer un cuadro que se encontraba colgado en la pared. Mario se llevó las manos a la cabeza, regresó al sillón de su escritorio, se sentó y después de unos segundos tomó el teléfono y marcó un número. Luego de varios timbrazos contestaron la llamada de Mario, a kilómetros de distancia. —Diga, ¿quién habla?
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—Panemas, ¿eres tú? —preguntó Mario a su interlocutor.
La confesión Mario llegó al Restaurante Pangea en punto de las 8:30 de la noche, Lucía ya lo esperaba. —Buenas noches —saludó Mario a la hostess que lo recibió a la entrada del lugar. —Buenas noches, licenciado Martínez de la Garza, lo espera la licenciada Lucía en la mesa de costumbre —respondió la anfitriona del lugar. —Muchas gracias, pronunció Mario, mientras daba un último arreglo a su corbata y a su saco color azul marino. —Hola mi amor, buenas noches —dijo Mario a Lucía al tiempo que se acercaba para besar su mejilla en señal de saludo. ¿Ya ordenaste algo para tomar? —preguntó Mario mientras observaba a un mesero que se acercaba a él. —Pedí un martini seco, aún no me lo traen, tengo escasos cinco minutos aquí. —¡Qué hermosa te ves, Lucía! —Muchas gracias Mario, pero hemos venido a hablar de un tema muy importante y espero toda tu honestidad. Quiero saber en realidad con quién estoy saliendo.
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Quiero saber a quién le he dedicado tantos años de mi vida. Mario pidió una copa de vino tinto Mauro VS y como entrada, una ensalada de higos rostizados y arúgula. Después de cerrar la carta de alimentos, se dirigió a Lucía. —Bien amor, aquí estoy, ¿qué es todo lo que quieres saber? —Primero, ¿por qué insististe tanto en que demostráramos la inocencia de Joaquín si sabías perfectamente que sería detenido de inmediato en cuanto pusiera un pie fuera de esa prisión? Y segundo, ¿dónde está y por qué fueron a buscarlo a mi casa y a la casa del licenciado Resentís agentes de la Interpol? ¿Qué está sucediendo, Mario? —Muy bien, Lucía —respondió Mario unos segundos después mientras daba un gran suspiro y desanudaba un poco su corbata y desabrochaba los dos primeros botones de su camisa. Mario inició el relato de lo que pasó aquella noche y contó absolutamente toda la verdad, contó con todo lujo de detalles lo que sucedió en aquel cuarto de motel barato. Lucía lo escuchaba sin poder creer todo lo que Mario le estaba describiendo. —¿Me estás mintiendo Mario? —No Lucía, te estoy contando, como me lo pediste, absolutamente toda la verdad. —Pero, ¿cómo es posible?, ¿por qué lo hiciste?
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—No quería hacerlo, fue un momento de ofuscación. Aquellos gritos me estaban volviendo loco, lo único que quería era escapar y fue cuando vi el arma encima del tocador y en ese momento algo nubló mi mente y todo entendimiento se fue de mi lado, solo pensé en salvar a mi madre de aquel desgraciado. —¡Quería matarlo a él, jamás a ella! —exclamó Mario mientras miraba fijamente a los ojos de Lucía. Esa es toda la verdad y el porqué quería que demostraras la inocencia de Joaquín —remarcó Mario mientras se llevaba las manos a la cabeza como queriendo disipar aquellos recuerdos que le atormentaban. —Pero eso te convierte a ti en asesino confeso —razonó Lucía —Esto solamente lo sabemos el Panemas, yo, y ahora tú. —¿Dónde está Joaquín?, ¿qué pasó con él? —Es preferible que no lo sepas, Lucía. Lo único que te puedo decir es que todo está arreglado. Pagué mucho dinero para comprar una nueva identidad a Joaquín, voy a traerlo a trabajar conmigo y a darle la oportunidad que le quité de ser alguien en la vida. Tú mejor que nadie sabe cómo hemos luchado para estar en el lugar donde nos encontramos en este momento.
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A mí me ha costado haberme tragado el orgullo y trabajar para uno de los Martínez de la Garza. Es verdad, yo solo he sabido salir adelante por méritos propios a partir de ahí, pero no puedo negar que trabajo para uno de ellos, aunque eso me ayudó a tener lo que hasta hoy tengo Por eso me pareció justo darle la misma oportunidad a quien dio su libertad por un desconocido. El mesero se acercó, y de nueva cuenta pidieron bebidas iguales. —Esto es tan confuso Mario —comentó Lucía mientras trataba de entender lo que minutos antes le había declarado Mario. —Lo sé Lucía, sé que es muy difícil para ti. —Pero, ¿qué va a pasar si saben que fuiste tú quien secuestró a Joaquín? —Lo saben Lucía, por eso te estoy diciendo que gasté muchos miles de dólares para que ocurriera. —Si todo está arreglado, como tú dices, ¿por qué fueron a buscarlo agentes de la Interpol? —Es parte de la simulación, Lucía, ¿tú crees que no estuvieran aquí ya, para detenerme?
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Te habrían seguido o habrían pedido que te colocaras en contra de tu voluntad un micrófono para escuchar esta conversación y poder usar la grabación en contra mía. Los únicos que no saben qué pasó fueron esos dos agentes que lo trasladaban; es parte de la simulación, Lucía. Por favor te pido tengas confianza en mí. —Es muy difícil de entender Mario, es que esto que me estás diciendo es como si fuera sacado del contexto de la realidad. No sé si confiar en tus palabras Mario —dijo Lucía mientras intentaba levantarse de la mesa. —Lucía, nos conocemos desde la universidad, hemos pasado momentos muy difíciles que juntos logramos sacar adelante —dijo Mario, mientras intentaba detener con una mano la inminente partida. Me enamoré de ti, te enamoraste de mí, hemos disfrutado de la mejor compañía y del mejor amor que soy capaz de dar y que estoy seguro jamás podré dar a alguien más en toda mi vida. Lucía lo miraba con lágrimas que le nublaban los ojos. Ahora ya te has enterado de la verdad, sabes todo de mí, estás enterada de que yo he asesinado a un hombre y a mi propia madre —dijo Mario.
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—Lo siento Mario, esto es muy difícil para mí —respondió Lucía mientras con delicadeza se desprendía de la mano de Mario que aprisionaba su brazo y se retiraba del lugar sin volver la vista atrás. Mario observó su partida hasta que la vio desaparecer al salir del restaurante. Solicitó la cuenta al mesero, dejó sobre la mesa unos billetes que cubren el total del consumo, se abotonó la camisa, se acomodó la corbata, pasó sus dedos sobre su cabello y se retiró también del Pangea.
La propuesta Tres días habían pasaron desde aquel encuentro en el Pangea, cuando Mario recibió una llamada. —Hola, Lucía —respondió a la llamada. —Hola Mario, ¿cómo estás? —Te extraño mucho. —¿Puedo verte hoy por la noche en el Bistro Bardot?, necesito hablar contigo — preguntó Lucía con voz triste. —Nada me haría más feliz que poder verte de nuevo, Lucía. —¿Te parece bien a las nueve en punto? —Sin falta ahí estaré.
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De la reservación, yo me encargo —afirmó Mario— Lucía, te amo —dijo con una voz muy suave, casi imperceptible, como queriendo acariciar con el sonido el rostro de su amada. —Mario, ¡te extraño mucho! —Yo también te extraño como no imaginas. Nos vemos en unas horas. Mario llegó 20 minutos antes de la cita y pidió al camarero poner a enfriar una botella de champaña Laurent-Perrier rose. A las nueve de la noche en punto vio a la entrada del restaurante a una bella mujer. Lucía vestía un hermoso traje color beige chiffon con un estilo sofisticado y moderno. La cintura hecha perfectamente a la medida, su pantalón estaba elegantemente cortado y para rematar llevaba puesta una chaqueta con cuello intrincado. ¡Una diosa de la belleza! Lucía lo vio y sin decir palabra alguna, abrazó a Mario con tal fuerza que se fundieron en uno solo, no eran necesarias las palabras, el alma estaba hablando por ellos. Después de unos segundos de ese encuentro, él buscó sus labios y depositó en ellos un beso lleno de amor y de ternura extrema. Ya no hubo necesidad de dar ni de pedir explicaciones, no era necesario.
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Habían decidido seguir adelante. La cena transcurrió dentro de un excelente ambiente en el que temas diversos eran abordados con total alegría. No existía pareja más feliz que la de ellos en aquel lugar. Después de degustar los manjares solicitados por los comensales enamorados y dar un último sorbo al espumoso francés, Mario tomó la mano derecha de Lucía con una delicadeza como si acariciase algo frágil que al menor contacto podía ser destruido. —Señorita Lucía Rodríguez García, ¿estaría dispuesta a pasar el resto de su vida conmigo?, ¿estaría dispuesta a aceptar a este pobre e iluso enamorado como su esposo? —formuló Mario, mientras que de la bolsa izquierda de su saco extrajo un pequeño estuche negro que abrió y de su interior nacía el brillo de un anillo de oro con diamante en solitario. Con música de saxofón y piano de fondo, Lucía se llevó la mano izquierda a la boca como queriendo acallar una exclamación de sorpresa para después decir: —¿Qué significa esto? —Significa que quiero pasar el resto de mi vida a tu lado. Después de salir de su asombro, Lucía se acercó lentamente al rostro de Mario y le respondió con una lágrima recorriendo su mejilla.
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—Prometo hacerte el hombre más feliz del mundo y amarte por todo el tiempo que me quede de vida. Mario colocó el anillo en el dedo anular de Lucía y con un beso lleno de amor selló el compromiso. Aquel compromiso habría de traerles sorpresas que jamás habrían imaginado.
El Panemas en Monterrey —Sandra, ¿qué pasó? —dijo Mario a su asistente por el interfón de su despacho. —Licenciado, lo busca el señor Raúl Romo, dice que usted lo está esperando. —¿Raúl Romo? Ah sí, dile que pase por favor, Sandra, ya lo estaba esperando desde ayer, muchas gracias. La asistente le indicó a el Panemas la puerta del despacho de Mario y lo invitó a seguirla. Cuando se abrió la puerta, los dos se quedaron mirando sin decir palabra. Mario se levantó de su escritorio mientras Sandra cerraba la puerta del despacho para dejarlos solos. Panemas, ya te esperaba —dijo Mario, mientras le extendía un efusivo abrazo que fue correspondido por el visitante. —Por favor, Panemas, toma asiento, ¿quieres tomar algo?
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—No gracias, estoy bien. Mario no hizo caso y sirvió dos copas de coñac y le ofreció una a el Panemas, quien la aceptó. —¿Cómo te fue en el viaje, Panemas? —preguntó Mario mientras se sentaba de nueva cuenta en un sillón del despacho. —Bien, durante el trayecto no tuve problema alguno, solo que no conocía absolutamente ningún pueblo ni ciudad que iba cruzando, pero no fue difícil. —¿Cómo te sientes? —Muy extrañado, no sé realmente qué es lo que está pasando, Mario. —Lo único que está pasando, Panemas, es que vas a estar conmigo trabajando de aquí en adelante. No vas a tener más problemas con la Policía de este país, para ellos tú estás muerto. Te encontraron muerto, calcinado en un accidente automovilístico, encontraron tus documentos que te dieron en prisión cuando saliste de ahí. El único problema puede ser que en tu país no estén convencidos de tu muerte y envíen a alguien a investigar, cosa que veo muy complicada pues tú no eres nadie allá, más que un asesino, según ellos. —Tú no sabes la historia, Mario.
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—Por supuesto que la sé, Panemas, sé absolutamente todo lo de los asesinatos y lo del asalto al banco, pero créeme que a mí no me importa. Yo estoy muy agradecido contigo. ¿Por qué lo hiciste, Panemas? —¿Por qué hice qué? —¿Por qué me salvaste? Tú sabes que fui yo quien cometió los asesinatos. —Entonces no es verdad que sabes todo de mí, Mario. —Tengo tiempo, podrías platicarme lo que no sé de ti aún. —Se ve que te va bien, Mario —respondió el Panemas, mientras observaba el lujo en el despacho. —Sí, me va bien, me titulé de abogado, tengo una linda novia, precisamente es quien te sacó de prisión. —¿La licenciada Lucía es tu novia? —Mi prometida ya, Panemas, mi prometida Trabajo como asesor del diputado Jesús Martínez de la Garza, quien es mi primo y también es quien nos ayudó a que el juicio a tu favor resultara con más agilidad. A partir de hoy vas a trabajar conmigo como mi asistente particular, poco a poco voy a ir diciéndote todo el teje y maneje de esto para que te sientas más cómodo. —¿Aquí contigo? Pero si yo no sé absolutamente nada de esto.
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—Te quiero a mi lado, Panemas, como mi asistente, como mi guarura, como mi brazo derecho. —No entiendo absolutamente nada Mario —expresó el Panemas. ¿Por qué haces todo esto? Sería más fácil si me hubieras dejado en prisión. —Poco a poco iremos acoplándonos, lo difícil será el inicio. —Sandra, ¿puedes venir un momento por favor? —pidió Mario a su asistente. Cuando entró Sandra al despacho, Mario le dio instrucciones. —Sandra, ¿recuerdas el departamento que alquilaste la semana pasada? —Si licenciado, por cierto, hoy nos entregaron ya las llaves y el contrato. Se pagó por adelantado un año. —Sandra, te presento al señor Raúl Romo, él a partir de este momento forma parte del despacho como mi asistente particular, entrégale las llaves del departamento por favor, es él quien estará viviendo ahí. Dale instrucciones a Noemí, que lo acompañe a comprar trajes, ropa y todo lo que necesite para tener bien surtida la despensa del departamento, que los lleve Javier, el chofer. Carga todos los gastos a la cuenta del despacho y proporciónale veinte mil pesos en efectivo, después hago cuentas con él.
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—Si, licenciado, enseguida atiendo —respondió Sandra mientras observaba con curiosidad al nuevo empleado del despacho. —¿Sabes conducir, Raúl? —preguntó Mario. —No sé conducir, nunca lo he hecho. —Por favor Sandra, también contrátale un curso intensivo de manejo y después de que lo tome proporciónale el Malibú Plata para su servicio. El Panemas no podía dar crédito a todo lo que estaba escuchando. Cuando Sandra se retiró de la oficina, el Panemas se acercó a Mario y le dijo: —¿Por qué lo haces, Mario? —Nada de lo que haga o pueda hacer por ti, Panemas, será suficiente para pagarte lo que hiciste por mí. Si no hubieras hecho lo que hiciste, yo no estaría en este momento platicando contigo, Panemas. —Mario, desde este momento cuentas con toda mi lealtad, nadie pasara por ti antes de que pase por mi cadáver —dijo el Panemas mientras le daba un efusivo abrazo, y luego ambos se despidieron.
Mario el diputado Unos meses después.
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—Licenciado, tiene una llamada del diputado Jesús Martínez de la Garza — comunicó Sandra a Mario por el interfón. —Pásame la llamada de inmediato —respondió Mario. Hola Jesús, ¿cómo estás? A tus órdenes. —Mario, necesito que vengas urgentemente a mi casa, tengo una reunión importante y quiero que estés presente. —¿A tu casa? —Sí, a mi casa, vamos a tratar asuntos relacionados con el partido, se acercan los tiempos de las candidaturas y tenemos que afinar algunos detalles y he pensado en ti para lo que viene, Mario. Aquí te explico. —Salgo para allá ahora mismo, Jesús. —Te espero, no tardes. —Sandra, por favor dile a Raúl que tenga lista mi camioneta, salimos en tres minutos —ordenó Mario a su asistente. En menos de una hora, Mario arribó a la residencia del diputado. A la entrada del lugar vio decenas de vehículos estacionados, lo cual le señalaba que se trataba de una reunión muy importante.
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Al entrar, vio al presidente del Partido Social Nacionalista, partido al que pertenecían él y su primo el diputado. —Buenas tardes, licenciado Ambriz —lo saludó Mario. —Buenas tardes, Mario, y aprovecho para desearte muchas felicidades por tu matrimonio, la verdad que te luciste con la boda. —Muchas gracias presidente, la verdad es que disfrutamos mucho que pudiera acompañarnos. Mario se despidió y se dirigió a Jesús, quien lo saludó: —Mario, qué bueno que ya llegaste, por favor acompáñame a mi privado. Mario lo siguió hasta un lugar apartado de la casa y luego de que el diputado cerró la puerta le comunicó directamente: —Mario, aquí están los miembros más importantes del partido, estamos afinando cómo van a ser las elecciones para candidatos a los diferentes puestos de elección popular. Yo personalmente voy a buscar, como te habrás imaginado ya tiempo atrás, la candidatura por el municipio de Monterrey. No sé qué tengas que hacer, pero necesito que realices cabildeos con los presidentes de los seccionales y con los dirigentes de organizaciones al interior del partido.
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Tengo el visto bueno del Comité Ejecutivo Nacional; aquí está el delegado del partido y en un momento va a proponer mi candidatura a los líderes de las distintas corrientes políticas. —Según sé, existen otros que también quieren obtener la candidatura —dijo Mario. ¿Ya platicaste con ellos? —No tengo nada que platicar con nadie, tengo el apoyo de la mayoría. A esos cabrones les van a bajar los huevos y van a tener que chingarse e inclinar la cabeza. No existe mejor candidato que yo para quitarles el poder a esos hijos de la chingada que hoy gobiernan la ciudad. Ante los medios de comunicación, como siempre, vamos a salir a declarar que se trata de un proceso democrático y que somos un nuevo partido a favor de los ciudadanos. —¿En qué más puedo ayudarte, Jesús? —preguntó Mario. —Precisamente de eso quiero hablar contigo. En mi calidad de consejero del partido y como coordinador de mi bancada en el Congreso, te he propuesto a ti como candidato a dirigente del partido en el municipio, para desde ahí poder operar a favor de mi campaña. —Pero, ¿ya has hablado del tema con el presidente actual?
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Jesús se dirige a la cava de su privado, saca una botella de coñac Martell XO, y de ella sirve dos copas. —El tema ya está totalmente planchado y acordado —respondió Jesús. —Mario, ya logre para ti el segundo lugar en la lista de diputados plurinominales para la siguiente Legislatura. —¡Excelente, Jesús! Por supuesto, cuenta conmigo. Jesús observó su reloj y expresó: —En unos minutos más llegan los otros aspirantes a la candidatura para poder lograr consensos. Es mejor que salgamos de una vez, espero de toda tu capacidad, Mario, no la vayas a cagar, cabrón, o te carga la chingada; ¿entendiste? —Entendido Jesús —respondió Mario, y enseguida ambos salieron, para reunirse con los demás miembros del partido político En cuestión de dos horas el consenso se logró, Jesús fue declarado abanderado para contender en las próximas elecciones constitucionales por la ciudad de Monterrey, y Mario fue elegido como presidente del partido en el municipio del mismo nombre y colocado como la segunda posición en el registro de candidatos a espacios plurinominales. Todo fue acordado con los demás actores políticos en el reparto de cuotas y posiciones.
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Durante los siguientes dos meses, en los que se llevó a cabo la campaña regida por las normas y códigos electorales, Mario se dedicó a llevar a la perfección su cometido y después de una intensa jornada electoral, logró para su partido, el Social Nacionalista, ganar con amplia ventaja el municipio de Monterrey y seis de las ocho diputaciones locales en juego. El alto porcentaje de la votación lo colocó ipso facto como integrante de la naciente Legislatura de Nuevo León. En cuanto el resultado le fue favorable, la primera reacción de Mario fue llamarle a Lucía, quien no había podido acompañarlo porque se encontraba en el séptimo mes de su primer embarazo, y este había sido diagnosticado por el médico como de alto riesgo. Mario telefoneó a Lucía: —Lucía, mi amor, ¡hemos ganado la elección! Jesús es el nuevo alcalde electo de Monterrey y tu marido se convertirá próximamente en diputado! —Muchas felicidades amor, te lo mereces. Disfruta tu momento —respondió emocionada Lucía. Mario nunca imagino que aquel triunfo sería el inicio de una vorágine de ambición desmedida y de una lucha mezquina por lograr, a partir de ese momento, el poder a como diera lugar. Con todos, o contra todos.
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Rendición de protesta Un par de meses después, ante el pleno del Congreso del Estado de Nuevo León, Mario rindió protesta como diputado plurinominal por el Partido Social Nacionalista, y fue nombrado coordinador de su bancada. Jesús, por su parte, rindió protesta como alcalde de la ciudad de Monterrey. Dentro del ámbito político se les conocía a ambos como el ―Grupo de los Martínez de la Garza‖, el conjunto político más fuerte y con más presencia dentro del partido en la entidad del noreste. Todos sabían que la intención de Jesús era convertirse en candidato a gobernador de su estado. Mario fue reconocido por los demás actores políticos como el mejor estratega de aquel momento y la prensa local comentó que sería muy importante su trabajo para lograr llevar a Jesús a ser el candidato de su partido y posteriormente a gobernador de la entidad. Después de una intensa jornada de trabajo en el Congreso local, Mario llegó a casa cerca de la medianoche. No era el mismo Mario que años atrás estudiaba en la universidad; era diferente. La política se había convertido en su principal prioridad, dejando en segundo término a Lucía y a su pequeña hija de apenas dos meses de edad.
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Lucía, por su parte, se había refugiado en el cariño a su bebé y a seguir litigando en su propio despacho temas civiles y mercantiles en su gran mayoría. La nana Martha era quien se hacía cargo de la bebé mientras los dos profesionistas ejercían sus distintas labores. —Hola amor, ya llegué —gritó Mario al entrar a su casa en señal de saludo. Lucía se asomó por sobre el barandal del segundo piso con su hija en brazos. —Hola amor, sube; ¿cómo te fue? —Mucho trabajo Lucía —respondió Mario mientras intentaba desanudar la corbata y desabotonar su camisa. Mañana tengo que estar muy temprano en casa de Jesús, dijo que quiere platicar conmigo de algo muy serio. —¿No te dijo qué tema tratarían? —No; me dijo que era un tema que no podía tratar por teléfono, que tenía que ser personalmente. —¿Cenaste? —Sí, llegamos a cenar a Los Petates el Panemas y yo. Lo que quiero es darme un buen baño y dormir un rato. ¿Cómo se portó la princesa? —Me dijo mi nana que estuvo muy tranquila.
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—¿Estuviste mucho tiempo fuera de casa? —Casi todo el día, me siento muy apoyada por Martha, no sé qué haría si ella no estuviera conmigo. —Bueno, amor, me voy a dar una buena ducha y a dormir —señaló Mario mientras se acercaba a la bebé y le daba un par de besos. Cuando Mario salió de la ducha, Lucía ya se encontraba profundamente dormida.
¿Tú qué sabes de los narcos? Mario llegó puntual a la casa del presidente municipal de Monterrey, quien ya lo esperaba. —Pasa Mario, por favor. —¿Qué pasó, presidente?, ¿por qué la urgencia? —Mario, el día de ayer recibí la visita de un miembro del cártel Los Nidos. Al parecer, la Administración Municipal anterior tenía acuerdos con ellos para poder pasar cargamentos de cocaína procedente de Colombia hacia la frontera norte sin que la Policía Municipal actuara en su contra. Al llegar nosotros a gobernar quieren tener un acercamiento para, según ellos, ponernos de acuerdo y no inundar las calles de la ciudad de cadáveres y de luchas intensas por lograr el control de la plaza.
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Jesús invitó a Mario al comedor para desayunar; mientras caminan, Jesús sigue su charla: —En la ciudad existen dos cárteles con mayor presencia; uno, el más grande y con el que acordaba el gobierno anterior, es el que te comento, el otro es el cártel de Los Adoptados, un cártel que surge de varios cárteles desintegrados en varios estados de la república y cuyos integrantes intentan transformarlo en un cártel muy poderoso. —Estoy enterado perfectamente de la presencia de los cárteles que mencionas, Jesús, pero ¿yo qué puedo hacer como diputado? —Mario, tenemos que negociar con ellos. —¿Estás loco! ¡Negociar con ellos sería tanto como poner nuestras cabezas de una vez en el caldero! —No tenemos otra opción si queremos seguir con el proyecto de gobernar la entidad. Según ellos, los mandos superiores de las policías Estatal y Federal en Nuevo León están con ellos. —¿Pero yo qué puedo hacer? —Quiero que seas tú quien se entreviste con ellos. —¿Yo?, ¿estás loco?, ¿yo qué voy a negociar con ellos?
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—Escúchalos, ve qué es lo que proponen, y me lo comentas para tomar decisiones. —¿Decisiones de qué, Jesús, ¿vas a negociar con el crimen organizado?, ¿con la mafia?, ¿no se supone que estás como alcalde para evitar eso, precisamente? —Entiéndelo, Mario, necesitamos escuchar para saber qué terreno estamos pisando. Te van a llamar a tu celular a las once de la mañana para concertar el lugar y la hora de la entrevista. —¡Estás completamente loco, Jesús! —¿Estás en el proyecto o no lo estás, Mario! —preguntó Jesús con coraje. —Por supuesto que estoy en el proyecto, Jesús, pero ten en cuenta que me estoy jugando el pellejo, me estoy jugando lo que he logrado hacer de mi carrera. —Solo te pido que los escuches y yo tomaré la decisión. —No me queda otra opción, ¿verdad, Jesús? —No, no la tienes. —¿Quién me llamará? —No lo sé, solo sé que te buscarán. —Quiero que quede claro, Jesús, que no estoy de acuerdo, pero lo haré por el proyecto.
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Mario salió sin despedirse del presidente municipal de Monterrey. El Panemas lo esperaba a la salida de la residencia del mandatario municipal. Con rostro preocupado, Mario subió a su camioneta. —¿Qué pasó, Mario? Te noto raro. —No mames, Panemas, que tengo un pedote bien cabrón. —¿Qué pasó? Mario le comentó en breve charla la conversación que sostuvo con Jesús. —¿Con miembros del narcotráfico? —Sí cabrón, imagínate el pinche pedote. —Pero, ¿y tú qué sabes del tema de narcotráfico, de cárteles y de crimen organizado, Mario? —Nada cabrón, por eso estoy así. ¿Qué voy a decir, que voy a pactar? El Panemas guardaba silencio mientras se dirigían al Congreso del Estado de Nuevo León. Quince minutos antes de las once de la mañana, Mario le pidió a el Panemas llevarlo en su vehículo a un sitio alejado para poder hablar con los traficantes de droga sin que nadie pudiese escuchar la conversación.
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Tres minutos antes de la hora pactada, el Panemas estacionó la unidad en el estacionamiento de un centro comercial, la dejó encendida y con el aire acondicionado funcionando. A las once en punto sonó el celular del diputado Martínez de la Garza y cuando este estaba a punto de contestar la llamada, el Panemas le arrebató el aparato y ante el asombro de Mario, contestó: —Diga. —¿Diputado Mario Martínez de la Garza? —¡El diputado Martínez de la Garza no habla ni tiene tratos con delincuentes! — respondió el Panemas de manera seria y con una voz muy firme para después colgar el celular. —¿Qué hiciste, Panemas?, ¿te volviste loco? —recriminó Mario, molesto ante el actuar de el Panemas. —¿Y tú te volviste pendejo? —¿Qué estás diciendo? —respondió Mario, asombrado por la reacción y las palabras de el Panemas. —Dije que si te has vuelto pendejo, Mario. ¿Tú qué sabes de esto? Vamos a hablar con ellos pero nosotros somos los que vamos a poner las condiciones. Tantos años en prisión no pasan en blanco, Mario.
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—¿Pero qué estás diciendo, Panemas? No te entiendo. —Estoy diciendo que nosotros somos los que tenemos que tener el control, no ellos. A ti podrían estarte grabando y sería el fin de toda tu carrera y de tu libertad, ¡no seas imbécil! Mario se le quedó viendo sin salir aún de su asombro, y las palabras de el Panemas empezaban a causar efecto en su cabeza. El Panemas arrancó la camioneta, se dirigió a una tienda de conveniencia, compró un teléfono celular, subió de nueva cuenta, y le pidió a Mario: —Dime el número desde donde te marcaron. Mario consultó su celular y le proporcionó el número más reciente. Después de varios timbrazos se escuchó: —¿Quién habla? —Son las once de la mañana, ¿tú quién eres? —¿De qué se trata esto?, ¿crees que estamos jugando? —Sé muy bien que no están jugando, y por eso es que te estoy llamando. Hablo para ponernos de acuerdo en lo que ya sabes. El Panemas le indicó a su interlocutor una dirección y una hora para reunirse con ellos.
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—Nos gustaría iniciar la negociación con el pie derecho, así que al menos el día de hoy te voy a pedir que quienes asistan a la reunión no estén armados, no lleven teléfonos celulares y mucho menos mencionar a nadie por su nombre ni su cargo. —¿Y eso por qué? Tú no vas a decirme qué hacer o qué no hacer. —¿Entonces debo entender que esto no se trata de una negociación sino de una imposición? El traficante se quedó callado mientras el Panemas decía firmemente: —Escucha, queremos llegar a acuerdos, pero necesitamos sentir que es parte de dos y no solamente de uno. Después de unos segundos de silencio habló el traficante: —Tienes razón, nos vemos a la hora y en el lugar acordado; no armas, no celulares. —Así me gusta, que podamos entendernos desde el principio. Todo es cuestión de tener seriedad en lo que acordamos. El Panemas colgó; luego tiró el celular que recientemente había adquirido, y cuando la camioneta arrancó, la llanta trasera izquierda destruyó el aparato, dejándolo inservible.
La reunión
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Dos días después de aquella conversación telefónica con los narcotraficantes, Mario y el Panemas se encontraron con ellos en una cabaña alejada de la ciudad y desde donde se podía observar quién entraba y quién salía de la colina. Era una cabaña muy bien planeada, nadie podía llegar a ella sin antes ser visto por los moradores. Mario y el Panemas vieron desde ella que tres vehículos se acercaban de manera lenta, como queriendo investigar a cada metro que recorrían si se encontraban en un lugar seguro. Por fin, después de varios minutos de ser observados, llegaron a la entrada de la cabaña, donde los recibió el Panemas. De uno de los vehículos bajó el que parecía ser el líder del grupo, seguido por otros cuatro individuos de aspecto joven que no rebasaban siquiera los 20 años de edad. —Buenos días, bienvenidos —saludó el Panemas a los recién llegados. —Tú no eres el diputado —dijo el traficante. —Quedamos en que no pronunciaríamos ningún nombre ni cargo, ¿recuerdas? — comentó el Panemas. El narcotraficante se le quedó viendo sin responder y preguntó: —¿Dónde está él? —Contesta primero si recuerdas o no lo que acabo de expresarte.
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—Sí, sí, ¿dónde está él? —Así me gusta. Aquí está, dentro de la cabaña. ¿Cuántos van a entrar? —Solo yo, nadie más, ellos se quedan esperando afuera. —¿Vienes armado? —Acordamos no traer armas. —Así es, sin armas. —Ninguno de los que estamos aquí tenemos armas ni celulares, tal y como me lo solicitaste. Eso sí, en la parte de abajo se encuentran dos vehículos más, con ocho personas fuertemente armadas que tienen la instrucción de que si no estoy con ellos en una hora, suban a darle en la madre a todo lo que encuentren, así que es mejor darnos prisa. —¿Una hora? —No necesitamos más. —Muy bien, siendo así, pasa por favor —dijo el Panemas. Dentro de la cabaña, el Panemas pidió al recién llegado le permitiese registrarlo para cerciorarse de que efectivamente no estuviese armado y de que no tuviese encendido algún celular que pudiese grabar la conversación.
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—Lo siento mucho, pero es necesario hacer la revisión, no te enfades —explicó el Panemas. —No te preocupes, es la primera vez que tratamos este tema, estoy seguro de que no habrá necesidad en las siguientes ocasiones. —Por supuesto que habrá necesidad en todas las ocasiones en que nos reunamos. El traficante se le quedó mirando sin decir nada. De la parte alta de la cabaña bajó Mario con una total seguridad. —Buenos días —saludó. —Buenos días, qué difícil es acceder a una charla contigo. En la Administración anterior hasta el presidente municipal nos hacia comilonas, con mujeres incluidas, y ustedes…. —Nosotros somos serios, señor... —Llámame el Torque. Tú serás el Corbatudo y este —dijo, dirigiéndose a el Panemas— será el Negro. —Nombres muy pensados —ironizó el Panemas mientras Mario lo observaba. —Vamos al grano —dijo el narcotraficante mientras se sentaba en uno de los sillones de la sala.
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Tenemos comprados a los mandos superiores de las policías Federal y Estatal para que nos dejen cruzar la mercancía por su territorio sin que nos molesten. Por cuestiones de seguridad, la ciudad de Monterrey se ha convertido en un paso a la frontera de los Estados Unidos de América, y es en la capital neoleonesa donde ocultamos la mercancía hasta que podemos pasarla al otro lado. —Tú sabes que nosotros no podemos permitir tales acciones, en este gobierno queremos hacer las cosas diferentes. ¡Este gobierno no permitirá jamás tratos con el crimen organizado ni estaremos ayudando a que Monterrey se convierta en nido de criminales! —Ya, ya, ya. No nos salgas a nosotros con esas pendejadas, Corbatudo. Ustedes han llegado al poder, e igual que todos, ustedes tienen su precio, ¿cuál es? —¿El precio para qué? —preguntó Mario mientras lo escuchaban el traficante y el Panemas. —Para que nos dejen trabajar, pasar la mercancía de nuestra organización y no detener a los nuestros. Dentro de Monterrey tenemos controlada la plaza y son pocas las narcotienditas que no son de nosotros, pero estamos terminando con ellas. Queremos la protección de toda la Policía de Monterrey. En cambio, estamos dispuestos a pagarles la cantidad de quinientos mil dólares mensuales, que ustedes repartirán entre los suyos.
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También ofrecemos apoyar al mero mero con todo el dinero que necesite para su próxima campaña, que imagino será para la de gobernador. —Sin duda es muy atractiva la oferta, pero no soy yo quien toma la decisión. —Lo sabemos; entonces coméntale a quien es tu patrón lo que te estamos proponiendo. —¿Qué pasa si nos negamos a colaborar con ustedes? —Si no aceptan, empezaremos a inundar las calles de la ciudad con decenas de muertos. A lo mejor entre ellos se encuentre quien te manda y posiblemente ustedes. —¿Nos estas amenazando? —No, nosotros no amenazamos, nosotros actuamos, Corbatudo. Estamos negociando y esa es parte de la negociación, si aceptan colaborar con nosotros todos salimos ganando, si no aceptan, nosotros podremos perder al principio alguno que otro kilo de coca o a algún integrante de nuestra organización, pero después lograremos poner como ―dueño‖ de la ciudad a quien sí quiera entrarle al ruedo con nuestro toro. —No puedo darte una respuesta en este momento. —Piénsenlo, espero su respuesta mañana al número de celular que ustedes ya conocen —comentó el traficante mientras se levantaba del sillón e intentaba alejarse de la cabaña.
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—Creímos que esta era una reunión para negociar, ¿o no es así, Torque? —gritó el Panemas al traficante antes de cruzar la puerta de salida. El narcotraficante volvió la mirada a el Panemas y se acercó a él de manera amenazante: —Así es, Negro, esta es una negociación en las que solo una de las partes puede proponer y la otra aceptar. ¿Está muy confuso el tema o qué parte de la negociación no entendiste? —Disculpa mi ignorancia, pero creo no es así la situación —respondió el Panemas. Solamente hablaste tú, creo que ahora corresponde que nos escuches unos minutos, ¿no crees? El traficante, al escuchar esto, se dirigió de nueva cuenta al sillón y se sentó. —Te escucho, Negro —dijo con voz tranquila el Torque. —Queremos que las calles de la ciudad no tengan ningún muerto producto de sus broncas con el otro cártel de la droga, ustedes tienen que desaparecerlos, tirarlos, o deshacerlos en otro lado que no sea Monterrey ni la zona periférica. Queremos aquí mismo, cada mes, un millón de dólares en efectivo, ¡sin mamadas ni traiciones, Torque!
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También, llegado el momento, queremos el apoyo total con dos millones de dólares también en efectivo para la precampaña y después la campaña electoral y poder llegar al gobierno de Nuevo León. Mario, callado, escuchaba lo que el Panemas estaba pidiendo, sin atreverse a contradecirlo. A cambio, le ofrecemos a tu organización que la Policía Municipal no los molestará y que yo mismo me encargaré de que su mercancía llegue custodiada hasta las afueras de la ciudad, de ahí en adelante ya será responsabilidad de ustedes. Les aseguro que mientras dure este acuerdo, en Monterrey nadie les va a decomisar un solo gramo de cocaína. Si pueden llegar a eso, estamos tratados. El traficante se le quedó viendo a el Panemas mientras se levantaba y con una mirada directa se dirigió a él. —Vaya, ¿y a ti de dónde te salieron tantos huevitos, mi cabrón? —preguntó el traficante. —No me salieron, nací con ellos —contestó el Panemas seriamente. —Se ve que contigo sí vamos a poder trabajar, mi Negro. El traficante le extendió la mano a el Panemas y se dirigió a Mario para despedirse, le ofreció la mano y expresó: —Cuida mucho a este cabrón, vas a necesitarlo.
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Pues bien —dijo desde la puerta el Torque— ¡estamos entrados!, mañana mismo nos vemos por aquí para hacer el primer pago. Mario y el Panemas vieron alejarse poco a poco a los de la comitiva de el Torque. —¿Grabaste todo? —preguntó el Panemas a Mario. —Absolutamente todo. —¿Te das cuenta de que a partir de este momento no hay vuelta atrás, Mario? —¿A qué te refieres, Panemas? —A que no sabemos cómo va a terminar esto, Mario. Tenemos que tener mucho cuidado, pues hemos entrado a un camino muy peligroso que no sabemos a dónde nos conducirá. El Panemas bien sabia que aquel acuerdo solo podría conducirlos a uno de tres caminos certeros: uno, la cárcel; dos, la muerte; y tres, la fortuna.
Informar al alcalde Al día siguiente Mario informó a Jesús lo acordado con el cártel Los Nidos, pero se guardó algunos detalles. —Jesús, tenemos que hacer lo que nos piden, necesito que me des el control total de la Policía Municipal y colocar a alguien de toda tu confianza en la dirección para poder coordinar todo el traslado de la droga por nuestra ciudad.
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A quien tú pongas como director, tendrá que rendirle cuentas a Raúl mi asistente, él es gente de toda mi confianza y estuvo conmigo durante la reunión con ellos. —¿Raúl no es aquel al que le dices el Panemas? —Sí, así es, todo estará bajo control con él. Tuve que acordar de inmediato con ellos porque así lo exigieron, tú nunca estarás en contacto con esa organización, tenemos que guardar tu imagen. —¿Qué acordaste con ellos? —Entregarnos cada mes trescientos mil dólares para repartir entre los policías que nosotros coloquemos en cuidar el traslado, además de los que estarán vestidos de civil y que yo me encargaré de contratar. También logramos acordar con ellos que la ciudad se mantendrá totalmente libre de violencia y que los ajustes de cuentas y las ―desapariciones‖ que tengan que hacer con integrantes del cártel contrario los harán en otros territorios, nunca aquí en Monterrey. —Eso es lo que me interesa Mario, que Monterrey esté libre de violencia y que la prensa local y la nacional tomen como ejemplo a la ciudad. Así será más fácil obtener el apoyo de todos los sectores de la sociedad neoleonesa. —Pues eso tendrás, Jesús, un gobierno libre de violencia.
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Tú no te preocupes por nada, tomaré el riesgo y verás cómo el proyecto va a caminar de la manera más tranquila. —Espero que así sea, Mario.
La abuela de el Panemas Durante los siguientes dos años, el acuerdo con el cártel Los Nidos se cumplió a la perfección, los mandos policíacos municipales cumplían incautando solamente pequeñas porciones de droga a los adictos y deteniendo a los pequeños traficantes. En cambio, dejaban cruzar por la ciudad cientos de kilos de la droga hacia la frontera con los Estados Unidos y respetaban a los verdaderos líderes de la organización criminal. Durante este proceso, el Panemas era parte fundamental para que las operaciones resultaran todo un éxito. Por su parte, los traficantes cumplían su promesa de entregar religiosamente cada mes el millón de dólares acordados, de ellos solo trescientos mil eran repartidos, y los dólares restantes Mario y el Panemas se los dividían en partes iguales sin que el alcalde de Monterrey estuviera enterado. Los medios de comunicación local y nacional tomaban a la ciudad de Monterrey como ejemplo a seguir en el tema de la operación en contra de los traficantes de droga.
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Según opinaban especialistas periodísticos en la materia, esto se debía a que las corporaciones policíacas contaban con funcionarios responsables que no permitían la corrupción dentro de la dirección policíaca; nada más alejado de la verdad, pues cada mes cruzaban por la entidad cerca de dos toneladas de cocaína pura hacia la Unión Americana. Mario y el Panemas habían logrado obtener durante los últimos dos años una cantidad importante de dinero producto de los sobornos del narcotráfico. Habían sabido guardar un perfil bajo y en vez de gastarlo colocaron todo ese dinero en Panamá, nación que habían visitado en dos ocasiones para abrir las cuentas bancarias, con nombres e identificaciones falsas. Eligieron aquel país porque además de ser el natal de el Panemas, era donde la privacidad y la confidencialidad no son solamente respetadas, sino que son también vigorosamente protegidas por las leyes y la propia Constitución. Durante el viaje a su país natal, el Panemas trató de investigar qué había sido de su abuela, y solo se encontró con la noticia que había muerto pocos meses después de que él hubo salido huyendo por el delito que cometió. Nunca supo dónde fue sepultada.
El café con Lucía La vida de Mario había cambiado de manera radical a partir del encuentro con su primo Jesús en aquel antro.
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Nunca imaginó que en tan pocos años estaría escalando a un puesto tan alto. En sus años universitarios había planeado crear un despacho de abogados junto con su amada Lucía, casarse, tener un par de hijos, vivir de una manera decorosa, y envejecer juntos. Pero esos pensamientos habían escapado de su mente tan pronto iba escalando pequeñas montañas de triunfo, dinero y poder. —Diputado, lo busca la licenciada Lucía —le informó su asistente a Mario. —¿Lucía, Lucía mi esposa? —Sí, diputado; ¿la hago pasar? —Por supuesto, por favor nunca preguntes eso, ella puede entrar en el momento mismo que llegue y aun sin anunciarse, ¡te voy a encargar que no vuelva a suceder algo así! —Sí, diputado, lo que pasa es que ella nos lo pidió hacerlo así; de hecho desde hace una semana solicitó tener una cita con usted, pero su agenda estaba saturada. —¿Una cita?, ¿qué cosas dices?, por favor hazla pasar de inmediato. Lucía estaba en el cuarto mes de su segundo embarazo. —Lucía, mi amor, ¿qué pasa?, ¿por qué no entraste de manera directa? — preguntó Mario.
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—Disculpe usted, diputado, lo que pasa es que tengo mucho tiempo que no he podido platicar con usted y quería ver si le fuera posible regalarme unos minutos de su valioso tiempo —ironizó Lucía. Mario se levantó, la abrazó efusivamente y le comentó mientras se colocaba el saco: —¿Te parece si te invito a tomar algo? —¿No le quitaré mucho tiempo, señor diputado? Mario la miraba con amor al mismo tiempo que le tomaba la mano Ambos se dirigieron a una cafetería cercana —Amor, ¿qué pasa?, ¿por qué actúas de esta manera? —Mario, ¿no te has dado cuenta de que nos tienes muy olvidadas a tu hija y a mi? —No amor, no es lo que tú piensas, el trabajo me tiene absorto, ya ves que estamos muy fuertes en el tema de la candidatura de Jesús para gobernador del estado. —Precisamente eso es lo que está acabando con nuestra relación, ya no platicamos, ni siquiera tienes tiempo para salir a tomar un café o a visitar una sala de cine. —No me digas eso, amor, sabes que te amo más que a mi propia vida, a ti y a mi pequeña. —Mario, ¿de verdad no te das cuenta de que ya no eres el mismo?
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Solo piensas en la política y en hacer un trabajo excelente para que tu primo se convierta en gobernador. Desde que te hicieron presidente estatal del partido tu tiempo con nosotras es casi nulo. —Amor, si me elevaron a presidente estatal es para desde esa posición hacer más fáciles los consensos y las negociaciones en beneficio del proyecto de Jesús que a mí también me beneficia. —Sé que es muy importante tu trabajo, pero nosotras también necesitamos de ti. —Lo sé, amor, sé que esto es muy difícil para ti. —No es difícil, Mario, no te confundas, es injusto. Yo con mi trabajo puedo salir adelante sin ti y sacar adelante a mi hija, de eso no te quede la menor duda, pero lo que a mí más me importa eres tú, tu presencia, tu cercanía, la cercanía con tu hija y en unos meses más con el que muy pronto nacerá. —Lo sé, amor, perdóname, he sido un estúpido. Te prometo algo. —¿Promesas de político como siempre? —No, mi amor, te prometo que en cuanto Jesús sea candidato a gobernador y yo termine mi cargo como diputado, renunciaré como presidente del partido, nos iremos a tomar unas vacaciones a donde tú quieras y me olvidaré de toda la
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política para dedicarnos a lo que siempre quisimos, a nuestro despacho .¿Te parece? —La verdad, no creo que puedas desligarte tan fácilmente de lo que te apasiona, que es la política. —Te lo prometo amor, quiero estar contigo toda la vida, lo más importante para mí son ustedes. La vida les tenía preparada en muy pocos meses una gran sorpresa que ninguno de ellos siquiera habría imaginado. Aquella charla en el Café Trece Lunas muy pronto sería olvidada, pues el ansia de poder se apoderaría de ambos en forma de sombra nocturna, de una manera silenciosa, casi imperceptible.
La candidatura de Jesús Martínez de la Garza Mario, como presidente estatal del Partido Social Nacionalista (PSN), citó en casa de Jesús a todos los que respaldaban la candidatura de este a la gubernatura de Nuevo León. Había llegado la hora. Mario arribó acompañado de el Panemas a la casa de Jesús. Ya estaban en ella seis de los principales líderes de la organización política y la mayoría de los alcaldes de diferentes municipios del estado en señal de apoyo a Jesús.
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Jesús recibió en el lobby a Mario y a el Panemas. Entraron al privado de Jesús, este sirvió tres copas de vino, ofreció una a Mario, la segunda a el Panemas, y él conservó la tercera para sí. —¡Se llegó el tiempo, Mario!, ¿qué noticias me tienes de tus amigos? —Voy a verme en una hora con quien me va a entregar el recurso. En cuanto me lo pidas, tendremos un millón de dólares para tu campaña, tú nos dices cómo lo repartimos o a quién se lo entrego. —Mario, tenemos que ser muy cuidadosos con el tema, pues van a estar fiscalizando todos los gastos, así que tenemos que saber manejar muy bien la contabilidad para no rebasar los topes de campaña. —El licenciado Carlos Anguiano será quien lleve la contabilidad de la campaña. Como bien sabes, es un excelente contador y se las sabe de todas, todas en esto de las campañas políticas. Yo, como presidente estatal del partido, supervisaré todos los gastos. —Confío plenamente en que no rebasaremos los topes que marca la ley. —En unas horas más vamos a oficializar tu candidatura; por decisión de todos los consejeros del partido, saldrás como candidato único. Ya tenemos listo el discurso que darás. Ya están citados todos los medios de comunicación, no tardan en llegar.
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¿Estás preparado? —¡Estoy preparado desde hace tres años, Mario! —Pues entonces, ¡brindemos por nuestro próximo candidato al gobierno del estado! —¡Salud! —brindaron los tres.
La cabaña Mario y el Panemas se retiraron a la cabaña donde siempre se realizaban las entregas de dinero de parte de los traficantes de drogas del cártel Los Nidos para recibir los dos millones de dólares prometidos. Ellos se quedarían con un millón, y el otro lo entregarían para la campaña. Cuando llegó el Torque a la cabaña, fue recibido como todos los meses, por Mario y el Panemas, quienes habían logrado tenerle una mayor confianza. El Torque entregó los dos millones de dólares a el Panemas y cuando se retiraba, dijo: —Pinche Corbatudo, tú has hecho todo el trabajo sucio y vas a entregarle la gubernatura a quien no la merece. Tú deberías ser el candidato.
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Mis jefes mandan decir que si te animas a brincar la barda, cuentas con todo el apoyo de la organización. Piénsalo, no seas pendejo. El traficante se retiró, y Mario y el Panemas subieron a la camioneta e iniciaron el retorno a la casa de Jesús, que en unos momentos más sería presentado como el candidato de unidad. —Te dejó pensando el Torque, ¿verdad? —preguntó el Panemas a Mario. —No, claro que no, todos sabemos que Jesús es el líder del proyecto, es él quien tiene el mayor recurso para hacer una campaña triunfadora, él cuenta con todo el apoyo de los dirigentes de las organizaciones internas del partido. Además, soy el presidente estatal del partido y el responsable de que se logre la candidatura. —¿Eso es lo único que te detiene? Para todo existe maña, diputado. Mario se le quedó mirando sin decir palabra. Después de una hora de camino, llegaron a la casa de Jesús. El evento estaba por dar inicio, solo estaban esperando la llegada de Mario Martínez de la Garza, el presidente del partido político en Nuevo León.
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El presídium estaba conformado por el alcalde de Monterrey y futuro candidato, por los presidentes de las seis más importantes organizaciones adherentes al PSN, y Mario. Con los medios de comunicación presentes, Mario se levantó de su asiento y se dirigió al micrófono. Cuando estaba a punto de iniciar su discurso, vio en primera fila sentada a Esther, su tía, la madre de Jesús. Mario recordó en ese momento todas las palabras hirientes que ella le había dirigido hacía unos años. La miró de manera fría e inició su discurso. —―Compañeros del Partido Social Nacionalista, en nuestro partido, hace tres años iniciamos juntos un gran sueño, el sueño de arrebatar de manos criminales y asesinas el poder de nuestra ciudad. ―Hace tres años, con el trabajo de toda la fuerza de la base partidista y con un excelente candidato lo logramos.‖ El aplauso de los presentes fue ensordecedor. ―Hoy —prosiguió el discurso Mario— estamos ante la gran oportunidad de gobernar por primera vez el estado de Nuevo León, hoy estamos en la antesala de lograr un gran cambio, un cambio que todos los neoleoneses merecemos, con un partido cien por ciento ciudadano y solo lo lograremos, como hace tres años, con un candidato fuerte, un candidato responsable, un candidato valiente.
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―Es por eso, que de manera unánime, las diferentes corrientes al interior de nuestro partido han logrado unificar criterios y hemos llegado a la conclusión, que será de la mano del licenciado Jesús Martínez de la Garza, que lograremos conseguir ganar la gubernatura de Nuevo León.‖ Mario continuó con su arenga: ―Es por eso, que pedimos al alcalde de Monterrey, que después de pedir licencia a su cargo, sea nuestro candidato por el PSN y así, de su mano y de la mano de toda la base partidista, llegar a gobernar de manera ciudadana, este gran estado.‖ De nueva cuenta los aplausos de los presentes llenaron el espacio donde se llevaba a cabo el multitudinario acto político preelectoral. El futuro candidato bajó las escalinatas para reunirse con los medios de comunicación, que ya esperaban su primera declaración. Abrazos, saludos y parabienes inundaron la sala. Mario por primera vez en su vida sintió coraje y frustración, pues recordó las palabras que le habían dicho horas antes en la cabaña y se imaginó estar en el lugar de Jesús. El Panemas lo veía de cerca. Un saludo por la espalda lo volvió a la realidad; era Esther, su tía. —Hola Mario, mira qué sorpresas da la vida. —Señora, buenas tardes.
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—Se ve que te va bien, dale gracias a mi hijo que te rescató de ser un don nadie a pesar de que te pedí no te acercaras más a mi familia. Por lo que veo, te importó un reverendo sorbete. —Señora, por favor le pido se dirija hacia mí con respeto, que yo en ningún momento le he faltado. —Sé muy bien lo que pretendes, Mario, mira que encontrarte varios años después cerca de mi hijo, solo me hace pensar que quieres sacar algún beneficio de la familia. Pero quiero decirte, para que estés enterado, que mi madre falleció y he cambiado absolutamente todos los bienes a mi nombre, así que si eso es lo que pretendes, estás muy equivocado. —Señora, usted está completamente loca —respondió Mario con coraje, e inmediatamente se retiró del lugar. El Panemas vio alejarse de manera furiosa a Mario y fue tras él hasta darle alcance. —¿Qué te pasa, Mario?, ¿qué sucedió?, ¿quién es la mujer con la que estabas platicando que te alteró tanto? —Es la madre de Jesús, mi tía. Después te platico todo lo que he pasado. —¿Quieres que te lleve a algún lugar?
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—¿Tienes el maletín con el dinero aquí? —Sí, está en la camioneta, ¿quieres que lo baje? —No, no lo bajes, comunícate con el Torque, y dile que quiero verlo en una hora en la cabaña. Pregúntale si todavía está en pie lo que platicamos hoy por la tarde. —¿De qué estás hablando, Mario?— preguntó el Panemas mientras lo seguía de cerca. —Estoy hablando de que voy a ser el próximo gobernador de Nuevo León, de eso estoy hablando, Panemas —dijo con seguridad Mario, mientras se dirigía enojado a su camioneta. —Pero, ¿qué estás diciendo? —¡Dije que voy a ser el próximo gobernador de Nuevo León, voy a demostrarle a esa pendeja y a todos los demás quién soy yo! —¿Estás hablando en serio, Mario?, porque yo tengo un plan que estoy seguro puede funcionarnos para lograrlo. —Estoy hablando totalmente en serio, Panemas, ¡haz lo que tengas que hacer! El odio inundaba la razón de Mario a tal grado, que no pensaba en las consecuencias.
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Las palabras dichas por el Torque en la cabaña iniciaron en Mario un torbellino de ambición que se incrementó con el coraje de las palabras vertidas por la madre de Jesús. El huracán de odio y ansia de poder que Mario llevaba dentro no podría ya detenerlo.
Cambio de planes Mario y el Panemas se reunieron con el Torque y le informaron que existía un cambio de planes, que aceptaban la oferta de la organización y que buscará quitarle la candidatura a Jesús a como diera lugar. —¿Cuándo vas a tomarle la protesta a Jesús? —preguntó el Panemas. —El día de mañana va a solicitar licencia a su cargo en sesión extraordinaria de Cabildo, y espero que mañana mismo esté rindiendo protesta como candidato. ¿Por qué?, ¿qué tienes en mente? —No puedo decírtelo todavía, Mario, solo necesito que me des dos días. Tenemos que organizar un festejo con los amigos más cercanos a Jesús y con los principales líderes del partido, un festejo muy íntimo. Mario se le quedó mirando a el Panemas como queriendo adentrarse en su mente. —¿Qué estás planeando?
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—Tú haz tu trabajo, y yo hago el mío. Dame dos días, mañana que solicite licencia y pasado mañana que rinda su protesta. —No sé lo que estas planeando, Panemas, pero espero que no estemos cometiendo alguna pendejada. —Tú vas a ser el candidato y el próximo gobernador, te lo aseguro. Mario y el Panemas regresaron a la ciudad y se dirigieron al Congreso del Estado. Al llegar, el Panemas le dijo a Mario que estuviera atento, que muy pronto se comunicaría con él para informarle en dónde se llevaría a cabo el festejo posterior a la toma de protesta. Antes de despedirse, el Panemas preguntó: —Mario, ¿tienes el video de la primera reunión que tuvimos con el Torque? —Sí, está en la casa, ¿por qué? —Vamos a necesitarlo. Al día siguiente, Mario se presentó en el Cabildo de Monterrey para acompañar a su primo Jesús en la solicitud de licencia. En el preciso momento en que le era concedida a Jesús la licencia para separarse del cargo, Mario recibió una llamada. —¿Qué pasó, Panemas?
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—Ya tengo el lugar de la reunión para festejar el nombramiento de Jesús. — Te veo en una hora en el partido. Jesús y Mario se retiraron del Ayuntamiento de Monterrey y se dirigieron a la sede del PSN. Durante el trayecto, Mario comentó: —Pues bien, Jesús, ya has dado un paso más para lograr la gubernatura del estado. —¿Qué fue lo que hablaste ayer con mi madre, Mario? —¿Perdón? —Ayer te vi platicando con ella y cuando quise buscarte ya te habías ido de la casa. Le pregunté a mi madre y me dijo que solamente te había saludado. —Así es, Jesús, solamente nos saludamos, no tocamos ningún tema en específico. —Espero que me estés diciendo la verdad, pues conozco a mi madre y sé que no es nada fácil. —¿Por qué habría de mentirte, Jesús? —¿Qué me decías? —Tengo preparada para mañana una reunión a fin de festejar tu candidatura; será un evento muy selecto, solamente estarán presentes los seis presidentes de
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organizaciones adherentes, los amigos que sean de tu total confianza, tú, el Panemas y yo. —Muy bien pensado, Mario, sí caería bien un poco de relax después de tanto ajetreo. Se me olvida que soy todavía un joven, muy paseado por cierto. Mario y Jesús rieron por el comentario. —¿Cuándo y dónde será la reunión? —preguntó Jesús. —Será el día de mañana después de que rindas protesta como candidato, una reunión muy discreta sin que ningún medio de comunicación este enterado por lo que te pido seas muy cuidadoso con quienes invites. Yo ya tengo todo preparado, Raúl quedo de informarme la dirección del lugar. Tú y yo iremos juntos. —Pues me parece excelente la idea, Mario. Al llegar a la sede del partido, los militantes ya esperaban a su precandidato para saludarlo. Jesús daría un breve discurso para informar sobre la solicitud de licencia que minutos antes había efectuado. El Panemas llegó también a la sede partidista y en pocos minutos se reunió con Mario.
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—¿Qué pasó, Panemas? —Mario, ya tengo la dirección del festejo. Encontré una casa de campo muy cerca del cañón de la Huasteca. Aquí está la dirección para que se la facilites a quienes van a asistir. ¿Trajiste la videograbación que te pedí? —Sí, está en la guantera de la camioneta, dentro de la portada de un disco, el único que se encuentra ahí. No sé qué es lo que estás planeando, Panemas, pero estoy seguro de que no la vas a cagar. —Tengo todo perfectamente controlado Mario, tú sigue con lo tuyo. Al día siguiente, en el PSN, la dirigencia tomó la protesta estatutaria a Jesús como candidato a la gubernatura neoleonesa. Tal como estaba planeado, un total de catorce personas se dirigieron al lugar del festejo, muy alejado de los reflectores de los medios de comunicación y de la ciudad. El lugar era increíblemente hermoso, una cabaña en medio del bosque y muy cerca del río Santa Catarina. El menú gastronómico era muy diverso: cabrito asado en leña de mezquite cocinado en su propia sangre, carne seca, arrachera, entre otras muchas delicias más.
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Los mejores vinos también eran servidos durante el festejo, lo que permitía transcurrir las horas de manera animada y rápida. Hacía más de cuatro horas que había iniciado el festejo y ya los humos del alcohol empezaban a hacer estragos entre los invitados y el propio festejado, quien entre risas y canciones disfrutaba la velada. Fue cerca de la medianoche cuando a la entrada del lugar aparecieron doce esculturales mujeres de la vida galante para satisfacer los más bajos instintos carnales de los presentes. Entre bromas al festejado, una de las damiselas tomó del brazo a Jesús y lo condujo a una de las habitaciones del lugar. Dentro del aposento, la mujer se desnudó lentamente mientras que con su lengua recorría el cuerpo ya desnudo de Jesús. La acompañante sacó una gran porción de cocaína que colocó en una de las mesas del cuarto. —Te ves un poco ebrio — le dijo la damisela a Jesús. Deberías probar un poco de esto para que puedas cumplirme. Jesús, quizá por los efectos del alcohol accedió de manera inmediata a la petición de la mujer y sin pensarlo mucho esnifó una cantidad considerable del alcaloide. Acto seguido, Jesús empezó a besar a la mujer y ambos iniciaron un acto sexual grotesco.
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En la sala principal del lugar, las cosas no eran muy diferentes, las demás mujeres que llegaron al festejo, sostenían relaciones sexuales con los invitados. Aquello se había convertido en una orgía donde el alcohol, el sexo y la droga inundaban las paredes. Solamente dos personas no participaban de aquella aberración momentánea: Mario y el Panemas. Varias horas después, las prostitutas se retiraron del lugar, después de dejar satisfechos a todos los participantes. La borrachera venció a los presentes y el sueño no tardó en aparecer, todos quedaron completamente dormidos. Sin duda alguna, esa sería la juerga que más amargamente recordaría Jesús en toda su vida, una francachela que cambiaría todos sus planes de manera inimaginable. Un error, unas horas, una estupidez, acompañarían su vida para siempre.
Inicia la traición Jesús despierta varias horas después en su casa, en su habitación, en su cama. No supo cómo es que había llegado ahí. Sentía una resaca de los mil demonios. Se levantó tratando de recordar que es lo que había sucedido y como es que había llegado a su hogar. No recordaba absolutamente nada.
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Jesús se dirigió a la sala de su casa y encontró a su esposa Leticia conversando con Mario. Hola Jesús –Saludó Mario cuando vio bajar al candidato-Hola Mario, buenos días. ¿Qué te trae por acá?Mario y Leticia sueltan una pequeña risa ante el comentario de Jesús. Candidato, vine a traerte a casa porque ayer se te pasaron las copas y te quedaste dormido y no quise que manejaras en ese estado -Dice Mario mientras le dirige una mirada de complicidad-ahora lo recuerdo Mario, muchas gracias por tu apoyo-Bueno, me retiro JesúsCon tu permiso Leticia -se despide también de la esposaAntes de salir de la casa, Mario se dirige a Jesús con un sobre amarillo y dice. -Por cierto Jesús, necesito que veas esto, es muy importante para la próxima campaña, quizá tengamos que hacer algunos cambios-¿de qué se trata Jesús? ¿No podemos verlo hoy por la tarde?-creo que es muy importante lo veas de inmediato. Por cierto, te dejé también una nota con un número de teléfono celular, necesito que me llames en cuanto tengas alguna respuesta -
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Mamá ya estoy lista –dice la pequeña Roció, hija de Leticia y Jesús al bajar las escaleras para dirigirse al colegioCon tu permiso Mario –se despide Leticia de el mientras da un beso a la mejilla de JesúsRoció ven a darle un beso a tu papá – pide Jesús a la pequeña, quien se acerca y atiende la peticiónLeticia y la pequeña Roció se retiran de la casa dejando a Mario y a Jesús solos. ¿De qué se trata esto Mario? –Preguntó Jesús mientras señalaba el sobre amarillo-Necesito que lo veas de inmediato y me marques para explicarte de que se trata Jesús. Es muy importante que hoy mismo demos solución a este tema-Muy bien Mario, lo veo y te marco para darte mi opinión al respecto. No sé de qué se trate pero de seguro ha de ser algo importante-Lo es Jesús, de verdad lo es. Espero tu llamada. Mario sale de la residencia y se dirige a su camioneta donde lo espera el panemas. Al subir a ella el panemas pregunta. -¿Qué pasó? ¿Ya entregaste el video?-
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-Ya, me imagino que en este momento lo está viendo.
¡Va a arder Troya
Panemas! ¿Tú ya hiciste lo tuyo?-Sí, ya están entregados los demás vídeos y no creo que tarden en hacer las llamadas, así que es mejor prendas el celularJesús inicia el video que Mario le había entregado y su pulso se eleva de tal manera que siente que el corazón está a punto de salir del cuerpo. No podía dar crédito a lo que estaba observando. Estaba totalmente grabado cada minuto de la gran celebración del día anterior. Sexo, alcohol y drogas eran parte del gran elenco y donde Jesús, fue el principal actor. Jesús sintió que el aliento se escapaba. Mario se retira del lugar y deja al panemas a la entrada de la vivienda. En pocos minutos Jesús recibiría la instrucción de escucharlo. El celular que le proporciono panemas a Mario, sonaba de manera insistente. Mario lo contesta. -¿Diga?¡Mario, ¿de qué se trata todo este desmadre?! –Gritó iracundo por el celular Jesús-
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-Tranquilízate candidato, fuera de tu casa te está esperando mi asistente, él te va a informar lo que está ocurriendo. Te recomiendo no cometas ninguna tontería que pueda perjudicarte-¿de qué hablas Mario? ¡Explícate!Mario cuelga el celular sin responder a la pregunta. Jesús se dirige a la puerta de la residencia donde el panemas lo espera. Jesús abre la puerta principal y se encara al panemas. -¿de qué se trata todo esto? Explícame en este preciso momento si no quieres que pierda más los estribos. Tranquilízate Jesús –respondió el panemas-La cosa es simple, hoy por la tarde en la sede del PSN van a dar una rueda de prensa tú y los consejeros que estuvieron el día de ayer en tu gran festejo y será porque vas a renunciar a la candidatura por el gobierno de Nuevo León¡¿Qué pendejada estás diciendo?! –lo interrumpe Jesús mientras se acerca de manera amenazante al panemas-estoy diciendo que vas a renunciar a tu candidatura por motivos personales y que en un consenso interno, se decidió pedir al presidente del partido, el Lic. Mario Martínez de la Garza sea el nuevo abanderado para las elecciones constitucionales de este año-¡estas completamente loco! ¿Crees que voy a hacer tan estúpida acción?-
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-yo creo que si Jesús, si no lo haces hoy por la tarde, los noticieros de toda la república verán a todo color quien eres realmente. Tu familia se enteraría de tu doble personalidad y no creo que eso te convenga-¡No puedo creerlo! ¡Dile a Mario que está totalmente loco! ¡Dile que venga inmediatamente a mi casa y que me dé la cara! ¡Esto no puede ser posible!-Estimado Jesús, aquí ya no eres tú el que da la instrucción de lo que se hace o deja de hacer. A partir de este momento te vas a dirigir a Mario como tu candidato oficial y le vas a brindar ante los medios todo el apoyo para lograr ganar la gubernatura del estado. Los demás consejeros aceptaron la oferta, solo faltas tú y no veo que tengas otra opción. Habrás perdido una candidatura, pero seguirás
teniendo a tu familia y a tu
dignidad integras ante los demás-¡Esto no se va a quedar así, te lo aseguro panemas! ¡Dile a Mario que me va a pagar esto que está haciendo!Si para hoy, a las cinco de la tarde, no estás presente en la sede del partido y oficializas tu renuncia para apoyas la candidatura de Mario, no habrá nada que podamos hacer.
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La grabación será dada a conocer a todo mundo. Así que piénsalo bien Jesús – dice el panemas mientras da la espalda al candidato y se dirige a la avenida donde pide a un taxi detenerse para después abordarloJesús, se queda con la mirada perdida y el rostro desencajado. No sabe que pensar, que decir, como actuar. En esa mañana, las redes sociales se inundaron de un video donde aparecía Mario con el torque, para ese momento, uno de los líderes más importantes del cártel de los nidos, sosteniendo una reunión a la que fue citado Mario años atrás. La grabación se encontraba editada, solamente aparecía la misma unos pocos segundos donde Mario respondía a la solicitud de los traficantes. ―Tú sabes que nosotros no podemos permitir tales acciones, en este gobierno queremos hacer las cosas diferentes. ¡Este gobierno no permitirá jamás tratos con el crimen organizado ni estaremos ayudando a que Monterrey se convierta en nido de criminales!‖ se veía en el video que en muy pocas horas se convirtió en la más vista por los Neoloneses. Los medios de comunicación se volcaron en buscar la declaración del presidente del PSN que intervenía en el video. Ante las preguntas de los reporteros, Mario fijó su postura ante lo que se había convertido ya en un fenómeno viral en las redes cibernautas. Presidente, ¿es verdad que usted se reunió con el torque, uno de los traficantes más buscados por las autoridades federales y quien es considerado de los más
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peligrosos hombres y líderes del cartel de los nidos? –fue la pregunta más recurrenteMario, quien se encontraba en la sala de prensa dentro de las oficinas del instituto político, con voz calmada respondió a los cuestionamientos de los reporteros. Hace unos años –inició su relato- no recuerdo la fecha exacta , fue poco antes que el alcalde con licencia de Monterrey asumiera el cargo y quizá por la relación familiar que nos une, fui privado de mi libertad por personas que en ese momento desconocía de quienes se trataban. Lo hicieron sin importarles mi figura como diputado de la actual legislatura. Cuando me quitaron la venda de los ojos, pregunté de qué se trataba aquello. Recibí como respuesta la exigencia de hablar con el alcalde electo para informarle que el cártel de los nidos quería negociar con el gobierno entrante para dejarles manejar a su antojo el traslado de estupefacientes por territorio regiomontano. En ese momento me di cuenta de quienes se trataban. –Siguió respondiendo MarioEllos dijeron que al gobierno municipal de entonces, estaba colaborando con ellos en ese tema en específico y querían que nosotros como gobierno entrante siguiéramos con los mismos acuerdos y prebendas. Por lo que respondí de la manera como ustedes han visto y escuchado en el video que hoy salió a la luz.
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Después de que recibí varios golpes, que no se ven en el video –Continuó Mariofui abandonado, vendado de los ojos, en un paraje solitario, a poco más de 3 kilómetros del ingreso a la ciudad. Le informé lo sucedido al Presidente electo, mi primo, Jesús
Martínez de la
Garza, quien me comentó que mi respuesta habría sido contundente y que efectivamente él no
permitiría durante su gestión, que el crimen organizado
siguiera convirtiendo a la ciudad en un campo donde el narcotráfico jugara a su antojo. Desconozco quien o con que intenciones, lanzan a varios años de distancia este video. Yo -continuó diciendo el presidente del partido político- estoy totalmente convencido que se realizó un excelente trabajo en el tema y que fueron los ciudadanos de Monterrey, quienes a raíz de esta decisión, disfrutaron de un clima de certidumbre política y social. El día de hoy, a las cinco de la tarde, el candidato de nuestro partido ofrecerá una rueda de prensa. Me ha informado que dará un anuncio que será en beneficio de todos los ciudadanos de esta gran entidad. Quiero reiterar, para finalizar, que nuestro partido tiene al mejor candidato. Un candidato que durante su administración como alcalde de la segunda ciudad más importante del País, demostró tener los tamaños suficientes para enfrentar al crimen organizado.
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¡Estamos completamente convencidos que Jesús Martínez será nuestro próximo gobernador de Nuevo León! –Finalizó MarioLas preguntas de los reporteros se volcaron sobre Mario mientras salía de manera apresurada del salón de prensa para dirigirse a su oficina en la presidencia del partido. El panemas, (quien fue el responsable de subir a internet el video) observaba a Mario desde un punto dónde este no podía verlo. Después de la rueda de prensa se dirigió a la oficina del Presidente. Al entrar el panemas, Mario, quien se encontraba reunido con varios delegados, pidió que los dejaran solos. Ya está todo listo Presidente –comentó el panemasMario le dirige una mirada y responde. -¡Eres un peligro panemas, no te conocía tanta inteligencia!A las cinco de la tarde estará aquí el candidato –finalizó el panemas el dialogoMario se comunica por celular con Lucia y dice. -Amor, a punto de las cinco de la tarde enciende el televisor, vas a enterarte por las noticias locales de algo muy importante para nosotros-¿de qué se trata Mario?-No puedo decirte en este momento, pero te aseguro que es una excelente noticia-
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Ya lo veras -termina diciendo Mario y cuelga el celular.
¡Hijo de Puta!
Jesús había seguido muy de cerca la rueda de prensa que Mario había ofrecido en la sede partidista. ¡Mario, eres un hijo de puta! La cabeza de Jesús era en ese momento una maraña de interrogantes. No entendía cómo fue posible que Mario le hubiera tendido una trampa de tal magnitud, ni tampoco entendía como era que habían caído él y los delegados. Jesús no tenía otra opción. En punto de las cuatro treinta de la tarde, arribó Jesús
junto con los seis
delegados más importantes del partido a la sede estatal. Aún en contra de su voluntad, sabía que tenía que aceptar el chantaje putrefacto de su primo para salvar a su familia y de paso su reputación. Cuando Jesús llega a la oficina de Mario, este lo recibe de inmediato. Candidato, un gusto enorme recibirte –saluda Mario¡¿Eres un hijo de puta Mario! ¿Cómo es posible que me pagues de esta manera?! –responde Jesús fuera de control y con una furia desconocida en el-
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-Tú sabes que siempre te ayude a ser alguien importante dentro de la política partidista. Tú sabes que yo nunca habría hecho algo semejante en contra tuya como tú lo has hecho hoy conmigo. Confié ciegamente en ti Mario y esta puñalada traicionera nunca la perdonaré-Jesús, de verdad no sé de lo que me estás hablando. Hoy por la mañana recibí un mensaje de tu equipo de prensa que darías una rueda aquí en la sede estatal para informar algo muy importante para nuestro partido-No te hagas pendejo Mario, sabes muy bien a lo que me refiero-La verdad desconozco lo que me comentas Jesús-Tú crees que has ganado la partida Mario, pero tarde o temprano pagaras con sangre y muy lentamente lo que estás haciendo hoy conmigo-te reitero Jesús, no sé de qué me estás hablando. ¿Qué te parece si damos inicio a la rueda de prensa que tienes programada? Los medios de comunicación ya están instalados y esperan con total ansiedad lo que tienes que informarJesús se acerca a Mario y pregunta. -¿Por qué lo hiciste Mario?-
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-Jesús, no es por ti por lo que hago esto, pregúntale a tu madre ¿Por qué fue tan desgraciada con mi madre y conmigo? ¿Por qué tú madre, tú hermana y tú sí tuvieron la oportunidad de ser privilegiados con los bienes de la familia mientras que mi madre y yo vivimos años muy diferentes, en especial mi madre, tu propia tía. -Jesús, seguía escuchando sin poder articular palabra algunaMi madre tuvo que convertirse en prostituta para sobrevivir porque así lo decidió mi abuelo con su estúpida reacción, –prosiguió Mario- mientras que la tuya siempre tuvo los mejores lujos y las mejores comodidades. -Mientras tú te divertías en grandes fiestas y estudiabas en los mejores colegios yo sufría para acudir a una escuela nocturna. Mientras recibías los mejores regalos de cumpleaños y reyes, yo solo podía esperar cenar esas noches aunque fuera un poco de pan frío. Cuando mi madre es asesinada, mi abuelo aceptó que yo viviera en su casa pero como un sirviente más, en cambio tú, recibiste de él y de mi abuela las mejores atenciones. Ahora es que entiendo lo que en tantos años me habían dicho, que la vida es una gran ruleta y que en algún momento,
tendría que estar arriba, después de
soportar tantas ofensas e los insultos de tu madre y de mi abuelo. Te voy a dar un consejo Jesús –dijo Mario acercándose a él
de manera
intimidante-
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-Acepta lo que está pasando y podrás seguir vivo, tú y tu familia. Tengo todo el apoyo de gente que solo espera una instrucción mía para acabar con quien o quienes se interpongan en mi camino. Hoy te tocó perder, a mí me tocó ganarJesús ya no dice nada, una última mirada entre los dos lo dice todo. El candidato estaba derrotado por Mario y tenía que aceptarlo. El panemas habría sido el artífice de que esto sucediera.
“¡Sí, protesto!” El reloj marcaba exactamente las cinco horas con siete minutos cuando Mario, Jesús y los seis delegados citados a la rueda de prensa se presentaron ante los medios de comunicación. Mario, como presidente del partido político, fue el primero en tomar el micrófono. —―Amigos de los medios de comunicación, sean ustedes bienvenidos. Sin más preámbulos, cedo la palabra a nuestro candidato, el licenciado Jesús Martínez de la Garza.‖ Jesús se levantó del presídium y con paso lento pero decidido, tomó el micrófono. Volteó a ver a los delegados partidistas, quienes no se atrevían a regresarle la mirada. Ya sabían lo que anunciaría y querían que lo hiciera pronto, sin que ningún discurso pudiera comprometerlos.
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—―Estimados ciudadanos de Nuevo León —inició su discurso Jesús— me dirijo a ustedes con la frente en alto y con la mirada limpia. ―Mi partido, el Social Nacionalista —continuó— me ha concedido el honor de elegirme como su candidato para lograr recuperar el gobierno de Nuevo León que hoy en día se encuentra secuestrado por el narcotráfico y el crimen organizado. ―Para mí, es un gran privilegio que todos los miembros de mi partido hayan pensado en mí como el que puede recuperar la dignidad, la seguridad y la integridad de todas y todos los ciudadanos de este gran estado. ―Sin embargo, creo estar de acuerdo con todos mis compañeros de partido, que para lograr el cometido de recuperar el gobierno de esta gran entidad, es necesario que al frente de aquel se encuentre el ciudadano más capaz y valiente. El objetivo de nuestro partido no se basa en proyectos personales ni de grupo alguno, se trata de gobernar con seriedad y responsabilidad para enfrentar de manera decidida y valiente los temas torales que hasta el día de hoy afectan a este gran estado. ―Es por ello, que después de un riguroso examen de conciencia, he decidido, de manera responsable, renunciar como candidato a gobernador para solicitar que un mejor perfil sea quien abandere el ideal de nuestro proyecto ciudadano y así, asegurar el triunfo que, estoy convencido, será en beneficio de todas y todos las y los ciudadanos de Nuevo León…‖ Los reporteros de todos los medios de comunicación al escuchar tal declaración se levantaron de sus lugares e intentaban preguntar el porqué de tal decisión.
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Jesús guardaba silencio ante el embate periodístico mientras que el responsable de prensa les pedía guardar la calma para dejar proseguir con su discurso al hasta ese momento candidato. Después de unos minutos de incertidumbre, Jesús continuó su discurso: —―Es por tal motivo que tanto un servidor, como la totalidad de los delegados de mi partido, hemos decidido solicitar a nuestro presidente estatal, el licenciado Mario Martínez de la Garza, sea quien nos lleve a recuperar la entidad como nuestro candidato.‖ Jesús volteó a ver a Mario, quien mostraba un rostro de sorpresa ante lo expresado por su primo. Los aplausos en el recinto en señal de aprobación se iniciaron con palmas tibias, que aumentaron en calor y en frecuencia cuando Mario se levantó de su lugar para dirigirse a donde se encontraba Jesús. Jesús recibió a Mario con un efusivo abrazo mientras que este último le daba un fuerte beso en la mejilla. —Buen discurso, Jesús —le susurró Mario al oído. Mario tomó entonces el micrófono y se dirigió a los presentes: —―Para mí es una verdadera sorpresa lo que el candidato Jesús Martínez de la Garza está declarando. ―La verdad no me esperaba esto.
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―Es muy difícil para mí tomar una decisión tan importante en este instante, por lo que les pido su comprensión. Voy a platicar en pocos minutos con los que han ofrecido a un servidor tomar esta gran responsabilidad y después de ello informaré mi decisión. Muchas gracias.‖ Mario bajó del templete seguido de los integrantes del presídium y se dirigió a su oficina. Los medios de comunicación esperaban impacientes en el lugar. El Panemas invitó a pasar a los delegados y a Jesús a la oficina del presidente estatal, mientras que este se encontraba en el sanitario. Cerca de veinte minutos después, Mario salió del baño y sin mediar palabra se dirigió de nueva cuenta a donde se encontraban los medios de comunicación. El Panemas les indicó a los delegados y a Jesús que acompañaran a Mario al presídium. Mario tomó el micrófono y se dirigió entonces a los presentes: —―Quiero informarles que después de una extensa charla con mis amigos delegados y con el licenciado Jesús Martínez de la Garza, he decidido aceptar la invitación que me han ofrecido de ser el candidato del PSN al gobierno de Nuevo León. ―Agradezco la seriedad y honestidad del alcalde con licencia de Monterrey, Jesús Martínez de la Garza, y de todos los delegados al creer en mi persona.
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―Desde esta trinchera les aseguro que no los defraudaré, les aseguro que seré el mejor de los candidatos y después de que los ciudadanos me brinden su apoyo y su confianza en las urnas en el próximo proceso electoral, seré el mejor gobernador que Nuevo León haya conocido jamás. ―Quiero informarles —continuó Mario— que el licenciado Jesús Martínez de la Garza me ha confesado que no regresará como presidente municipal de Monterrey. Desde este momento se suma de manera directa a mi campaña como coordinador general.‖ Jesús en ese momento se levantó de su lugar e inició la toma de protesta a Mario como el candidato oficial del Partido Social Nacionalista (PSN). Lucía, quien se encontraba viendo un noticiario que transmitía en vivo el acontecimiento, no podía dar crédito a lo que escuchaba en ese momento. —―Sí, protesto!‖ —exclamó Mario. No existió jamás en Jesús odio alguno semejante al que sintió por su primo en ese momento.
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La simpatía de los votantes por Mario se vio de manifiesto el día de las elecciones, pues le dieron la mayoría de votos, logrando con esto, convertirlo en gobernador de Nuevo León. En el mismo día que asumió el cargo, tres de los más importantes miembros del cártel Los Nidos fueron recibidos por el recién nombrado secretario de Seguridad Pública del Estado, hombre muy cercano al nuevo gobernador y quien tenía que rendirle cuentas a el Panemas y este a su vez al primer mandatario neoleonés. Durante los siguientes cuatro años, los traficantes pudieron transitar libremente por el estado cargados con miles de kilos de cocaína que sin problema alguno llegaban a su destino, el suelo americano. La violencia en las calles se vio disminuida. Los cuerpos producto de los asesinatos que cometían los miembros del cártel Los Nidos contra sus enemigos de cárteles distintos, que llegaban con la intención de quedarse con la plaza, eran sepultados en fosas del Panteón Municipal de Monterrey con la complacencia del propio gobernador, quien había puesto como responsable de los cementerios a gente cercana a el Panemas. Decenas de cadáveres se encontraban sepultados en la clandestinidad de las fosas municipales. El gobernador había permitido que el cártel Los Nidos construyera pasos subterráneos bajo el panteón, los cuales contaban también con un sofisticado equipo de energía eléctrica.
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El ingreso se realizaba a través de un gran mausoleo ―propiedad‖ de una familia ficticia. Era así que, noche a noche, llegaba una camioneta cargada con varios hombres y mujeres que horas antes habían sido asesinados. El velador del lugar les permitía el acceso y desde el falso mausoleo ingresaban uno a uno los cadáveres para colocarlos, por medio de los pasadizos subterráneos, dentro de otras fosas en el mismo Panteón Municipal. Nadie jamás podría encontrar los cuerpos. La gestión de Mario en otros rubros como economía, empleo, desarrollo social, entre otros, era llevada de manera pulcra por los secretarios que nombró desde el principio de su Administración y que fueron elegidos desde un perfil adecuado cada uno de ellos. Mario, desde un inicio, contó con el respaldo de asesores profesionales en cada uno de los temas de gobierno. Solamente en el ramo de seguridad pública él tenía el propio mando. Es decir, los mejores hombres y mujeres en cada uno de los temas de gobierno estaban al frente de las secretarías, por lo que el gobierno de Nuevo León era muy bien visto y respetado por los demás gobiernos y por el más importante, el Gobierno Federal de la República. En contraste, la relación con su esposa Lucía había decaído a tal grado que solo se veían unas pocas horas por el compromiso de ambos. Ella realizaba de manera excepcional su trabajo como presidenta del DIF del estado y estaba absorta en
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sus ocupaciones. La nana Martha era quien siempre cuidaba de las dos pequeñas hijas de la pareja gubernamental. El amor entre ellos ya no existía más, se había desvanecido en esos pocos años hasta llegar a nada. Solo estaban juntos por su cargo temporal, pero ambos planeaban que terminado el tiempo de gobernar, cada quien iría por su lado. Por su parte, el Panemas era el responsable de que todo traslado de narcóticos en territorio neoleonés pasara sin contratiempos. Hacía algunos meses había cumplido su compromiso con los que años atrás fueron sus compañeros de celda y mediante pagos a funcionarios corruptos del sistema judicial de Chiapas, había logrado sacarlos de prisión y los había llevado a trabajar con él como sus guardaespaldas. El Panemas había formado un grupo muy fuerte para realizar su labor protegido. Quería adentrarse aún más en el narcotráfico y en ello estaba trabajando. El dinero, los lujos y comodidades que le habían sido negados en su niñez y su juventud ahora los tenía a manos llenas y no estaba dispuesto a dejar esa realidad. Nada podía salir mal, todo estaba maquinado de tal manera para que Mario en un par de años dejara la política. Planeaba irse para siempre del país con los millones de dólares que hasta ese momento había logrado reunir como pago de favores y prebendas del narcotráfico y de empresarios inmobiliarios quienes habían recibido
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permisos de construcción para edificar miles de viviendas de interés social en la entidad. Pero no todo sería tranquilidad. En muy pocos días, Mario enfrentaría una gran crisis dentro de su gobierno que lo pondría contra las cuerdas.
Informe de la DEA El gobernador de Nuevo León recibió la visita del delegado de la Procuraduría General de la República (PGR) en Nuevo León para reportarle que un informe de la DEA lo involucraba en actos de lavado de dinero y de presuntamente formar parte del crimen organizado. —¿Qué está diciendo, delegado? —preguntó el gobernador. —Estoy diciéndole, señor gobernador, que a la PGR nos ha sido notificado que su gobierno presuntamente está coludido con el crimen organizado, pues desde hace más de tres años no ha habido de parte de su Administración ninguna detención y mucho menos ningún decomiso. —Vaya, ahora resulta que hacer bien el trabajo es sinónimo de que mi gobierno forma parte de los criminales por no tener un solo decomiso. ¡Es una total estupidez lo que dice el informe que menciona, delegado! Mi gobierno seguirá trabajando de manera frontal en contra del crimen organizado y seguiremos teniendo tranquilidad en nuestro estado.
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—No tengo absolutamente ninguna duda de lo que comenta, gobernador, solo que es mi obligación hacerle de su conocimiento el informe que nos han enviado. Estoy seguro de que se trata de una absurda interpretación de resultados. —Así es delegado, sin duda alguna se debe a eso. ¿Sabe usted, delegado, si publicarán en los medios el informe de esos entrometidos americanos? —Por nuestra parte no, gobernador, no sabemos si lo hagan en territorio americano las instituciones gringas. —Pues le agradezco mucho su visita, delegado —despidió Mario al representante de la PGR en el estado. —¿Qué pasó, gobernador? —respondió el Panemas la llamada de Mario. —Necesito verte por la noche en mi casa, es muy urgente. —Si es tan urgente, podemos vernos ahora mismo. —Me parece perfecto, Panemas; te veo en una hora en mi casa; salgo para allá en este momento. Cuando el Panemas llegó a la casa del gobernador, fue recibido por Lucía, quien de casualidad en ese momento se encontraba atendiendo una entrevista para un noticiario local, en el que informaba sobre un programa de apoyo a los niños de la calle. —¿Raúl, qué haces por acá?
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—Hola, Lucía, me citó el señor gobernador para tratar un asunto que desconozco. —Mario aún no ha llegado. ¿Gustas tomar algo? —No, muchas gracias, ¿puedo esperarlo en su despacho? —Por supuesto, Raúl, adelante. El Panemas se adelantó y esperó unos minutos hasta que llegó Mario. —Panemas —inició Mario— ¿qué está pasando? Hoy recibí la visita del delegado de la PGR para indicarme que estoy dentro de un informe de los pinches gringos donde me señalan como posible contacto con el crimen organizado por lavado de dinero. —¿De cuándo es esa información y en qué se basan para afirmar eso? —No lo sé, Panemas, solo sé que estoy dentro, y según ellos, porque mi gobierno no ha logrado un solo decomiso de drogas, y siguen llegando a los Estados Unidos miles de toneladas de cocaína y, de acuerdo con el informe, pasan por el estado. Mario y el Panemas no se dieron cuenta de que una sorprendida Lucía escuchaba la conversación, detrás de la puerta del despacho. En ese momento Lucía se dio cuenta de lo que él y el Panemas estaban haciendo para el crimen organizado. —Escucha, Panemas —prosiguió Mario mientras caminaba de un lado para otro en señal de nerviosismo— tienes que hablar con el Torque y decirle que tenemos
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que hacer algo pronto para que esto no crezca. No sé, quizá si capturamos a uno grande del cártel Los Nidos o que ellos nos pongan a algún integrante de otro cártel para poder presentarlo ante la opinión pública como un gran logro de nuestro gobierno en materia de seguridad y en ataque frontal al narcotráfico. —No te preocupes Mario, hoy mismo hablo con él y haremos algo muy pronto que tú mismo te vas a sorprender. Te mantendré informado. Lucía escuchó pasos que se acercaban a la puerta principal del despacho y se retiró rápidamente mientras alcanzaba a ver que el Panemas abría la puerta y se despedía del gobernador, quien se quedó unos minutos más en su oficina. Dos días después, el Panemas pidió ver al gobernador de nueva cuenta en casa de este. Lucía, un día antes, había colocado una cámara videograbadora en uno de los libros de la biblioteca, el cual quedaba justo enfrente del escritorio del despacho del gobernador, desde donde podría ser grabado todo tipo de audio y de video. Lucía había hecho esto con la intención de llegar al fondo de lo que había escuchado entre Mario y el Panemas. Quería conocer realmente quién era su esposo y qué acciones podrían ponerla en riesgo a ella o a sus hijas.
El cártel del Centro
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El Panemas le informó a Mario que el cártel Los Nidos le había pasado información de que un cargamento con aproximadamente 300 kilos de cocaína iba a ser trasladado al día siguiente por la carretera 85 hacia Nuevo Laredo, en un camión de carga. La droga le pertenecía al cártel del Centro, y con esa organización habían tenido acuerdos de no molestarla a cambio de un porcentaje de la droga. En esa ocasión, el cártel Los Nidos iba a traicionar su acuerdo. —Panemas —dijo Mario al escuchar la información— ¿tú crees que se quedarán muy contentos los del cártel del Centro? No seas pendejo, Panemas, van a inundarnos las calles de muertos. —El Torque me prometió que eso no sucedería, Mario, comentó que ellos hablarían con el jefe de la organización y que partirían en dos las pérdidas. Que posteriormente se recuperarían con un cargamento extra. Al escuchar esto, Mario dio su autorización para llevar a cabo el decomiso. Lo que no sabían el Panemas ni el gobernador era que los miembros del cártel del Centro no habían acordado con Los Nidos absolutamente nada. Se trataría de un golpe al cártel del Centro, del que Mario, el Panemas y el cártel Los Nidos se arrepentirían en poco tiempo.
El gran robo
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Cuando Lucía llegó a su casa, se dirigió de inmediato al despacho del gobernador para sacar el disco de la videograbadora y verlo dentro de su vestidor. Mario aún no llegaba a casa. Después de ver y escuchar el contenido de la videograbación, destruyó el video, luego tomó un par de joyas finas, muy costosas, y de manera decidida se dirigió a la habitación de Martha. —Nana, ¿puedo pasar? —preguntó al llegar a la habitación de Martha. —Pasa —respondió Martha— ¿qué sucede, Lucía? Te noto angustiada. —Nana, solo quiero decirte que tengas confianza en mí, tú sabes todo lo que te amo, sabes que eres una madre para mí. —Me asustas Lucía, ¿de qué hablas? —Nana, solo quiero pedirte que confíes ciegamente en mí, van a suceder cosas que no puedo decirte en este momento. —No sé de qué estás hablando, mi niña hermosa, pero sabes que siempre voy a confiar en ti. —Gracias Nana, por favor, nunca dudes de mi amor eterno. Lucía abrazó de manera cariñosa a Martha mientras que las lágrimas recorrían su rostro, dejando en su nana sembrada la duda de lo que estaba ocurriendo. —Nana, ¿podrías traerme un poco de leche tibia, siento que voy a enfermar — pidió Lucía.
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—Por supuesto que sí —respondió Martha sin sospechar las intenciones de Lucía. Cuando la nana bajó por la leche, Lucía se dirigió al ropero de la habitación y colocó dentro de un saco de Martha las joyas que momentos antes había tomado de su vestidor. Al regresar Martha, ya no encontró a Lucía en su recámara, aumentando aún más la duda acerca de qué es lo que tenía tan preocupada a Lucía. Habían pasado cerca de dos horas cuando Mario llegó a descansar a su casa y fue recibido por Lucía, quien le informó que ha descubierto que han robado unas joyas muy valiosas de su vestidor y que no sabe quién pudo haber sido. Le exigió a Mario que llamara a la Policía de inmediato para interrogar a todos los sirvientes. —¿Qué estás diciendo? —preguntó Mario. —¿Recuerdas el juego de la tiara, el collar y el anillo que me compraste hace unos años y que te costó una fortuna? —Por supuesto que lo recuerdo. —Pues me lo han robado el día de hoy. Por la mañana los vi y al llegar a casa unas horas después ya no están en el lugar donde yo los dejé. Quiero que por favor llames a la Policía y que revisen todas las habitaciones de los empleados de la casa. No es posible que entre nosotros existan personas con tan baja moral.
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—Tienes razón, no podemos permitir que gente de nuestra confianza sea quien nos robe. Mario habló al encargado de Seguridad Pública y en cuestión de minutos una decena de agentes de la Policía Investigadora estaban ya revisando una a una las pertenencias y las habitaciones de cada uno de los integrantes de la plantilla laboral doméstica. Ni uno solo quedó sin ser cateado. En menos de diez minutos, vieron que dos policías investigadores se acercaban con Martha, esposada, y en una de las manos de los agentes se ven las prendas supuestamente robadas. Martha y Lucía encuentran sus miradas durante escasos segundos. La que Martha le transmitió a Lucía fue una mirada de complicidad: sabía que todo estaría bien. Recordó la conversación que hacía varias horas había tenido con Lucía, y la nana Martha confiaba ciegamente en ella. Al ver aquello, Mario le dirigió una mirada a Lucía, quien se llevó las manos al rostro como queriendo ocultar un llanto que está a punto de aparecer en sus ojos. —Lucía, ¿puedes venir un momento al despacho? —dijo Mario mientras Martha era conducida a una de las patrullas de la Secretaría de Seguridad Pública del Estado de Nuevo León (SSPENL). Ambos se dirigieron al despacho y en cuanto cerraron la puerta, Mario habló:
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—¿Te das cuenta de lo que está pasando, Lucía?, ¿crees que no tengo muchos problemas como para descaro tener que enfrentar uno más con las raterías de tu nana? —Yo no sabía que se trataba de ella Mario, no lo puedo creer todavía. Posiblemente se trate de un error, déjame platicar con ella. —No puedo hacerlo, Lucía, he pedido que agentes de la procuraduría vinieran a mi casa a buscar al ladrón, en este caso ladrona. Si ahora les salgo con que siempre no, voy a ser el hazmerreír. Yo soy quien tiene que poner el ejemplo. —Pues entonces hazlo, Mario, haz que la lleven presa si ese es tu trabajo y tu gran honestidad y moral no te permiten liberarla —manifestó Lucía mientras abría la puerta del despacho para dirigirse a su habitación. Mario intentó detenerla y fue en ese preciso momento cuando sonó su celular. Era el Panemas, y Mario estaba esperando esa llamada. El Panemas le informó que estaba todo listo para el golpe que estaban preparando asestarle al cártel del Centro. En punto de las tres de la tarde del día siguiente se realizaría el operativo de la Secretaria de Seguridad Pública del Estado con al menos 200 efectivos de la corporación. Mario salió segundos después de terminar la llamada con el Panemas y dio la orden a agentes policíacos de que llevaran a los separos de la procuraduría a Martha, la supuesta ladrona de las joyas de Lucía.
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Sin saberlo, Mario había caído redondito en la trampa de su esposa, la señora del gobernador.
El enfrentamiento Por primera vez en la Administración de Mario, en ese día y los subsecuentes, el estado de Nuevo León iba a ser el foco de atención de todos los medios de comunicación, tanto nacionales como internacionales. Cerca de las tres de la tarde, un comando de doscientos agentes de la procuraduría del estado pedía detenerse a un camión de carga donde supuestamente eran transportados barriles artesanales de madera para el añejamiento de tequila jalisciense. Al hacer la revisión correspondiente, encontraron dentro de uno de esos recipientes, 327 kilos de cocaína pura con la finalidad de ser vendida en los Estados Unidos de América después de pasar la frontera mexicana. En el lugar del aseguramiento fueron detenidos ocho integrantes del cártel del Centro. Una hora más tarde, el gobernador ofreció una rueda de prensa donde informó sobre el aseguramiento de drogas, armas cortas y largas así como la detención de ocho miembros del cártel del Centro quienes eran los que transportaban el cargamento ilícito por territorio neoleonés y se desplazaban en el camión donde
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fue asegurada la droga y en dos vehículos de modelo reciente que hacían las veces de escoltas del estupefaciente. El mensaje del gobernador Mario Martínez de la Garza fue contundente: ―Hoy, el gobierno del estado de Nuevo León ha dado un gran golpe al narcotráfico. Hoy el estado de Nuevo León pone de manifiesto que no permitiremos ser carne de cañón del crimen organizado. Desde aquí quiero decir a los criminales que quieren utilizar nuestra entidad como territorio para trasiego de droga, que están muy equivocados, que no lo permitiremos jamás. Seguiremos trabajando arduamente para que Nuevo León siga siendo ejemplo de la nación en el tema de la lucha contra el tráfico de drogas‖ —finalizó Mario la rueda de prensa, mientras que los detenidos eran fotografiados para todos los medios de comunicación junto a la droga y las armas decomisadas. Al día siguiente de ese acontecimiento, al llegar Mario a su casa, ya lo esperaba su esposa. Lucía le comentó que quitó la denuncia por robo en contra de Martha y que esta, muy apenada con la familia había decidido no volver al hogar de ellos e irse a vivir a su pueblo natal. Mario no descubrió la mentira de Lucía, y solamente hizo un pequeño comentario. —Era lo mejor que podía hacer después de que traicionó tu confianza, ¿no? —No lo sé, Mario, de verdad me duele mucho que ella ya no esté con nosotros — respondió Lucía.
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Para ella, todo estaba saliendo tal y como lo había planeado. Después de unos minutos, Lucía se dio cuenta de que la mente de Mario estaba en otro lado, y fue cuando le preguntó qué era lo que estaba sucediendo. Mario reaccionó ante la interrogante de la abogada y le contó de manera rápida que el cártel del Centro había querido pasar droga por su estado y que la autoridad había actuado en consecuencia. —¿Estamos en peligro, Mario? —preguntó entonces Lucía. —Por supuesto que no, amor, eso es lo que le pasa a los criminales. —Por eso es que te lo pregunto, Mario. —¿A qué te refieres con eso, Lucía? —Escuché lo que platicabas con Raúl hace días, Mario. Sé que estas apoyando a una mafia del narcotráfico y que la Policía de los Estados Unidos ya tiene informes de eso. —¿Qué estupidez estas diciendo, Lucía? —preguntó Mario mientras tomaba con fuerza los brazos de su esposa hasta lastimarla. —¡Suéltame idiota, me lastimas! —gritó Lucía mientras se soltaba de las manos amenazantes del gobernador. —¡No sabes lo que estás diciendo, Lucía! —Por supuesto que lo sé, Mario, ¿acaso crees que soy estúpida? Yo no quiero poner en riesgo la vida de nuestras hijas por tus continuas estupideces. Ni el
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crimen organizado ni la mafia perdonan, Mario, y con lo que hiciste, empezaste a cavar tu propia tumba, y yo no quiero pertenecer a ella, ni que mis hijas lo paguen. Por cierto, encontré la carta que te escribió tu madre y que te entregaron el día que la mataste. No trates de hacernos daño ni a mí ni a las niñas, porque en ese momento todos se enterarán de quién eres realmente. —¿Qué estás diciendo, mujer? —gritó iracundo Mario ante la declaración de Lucía. —Estoy diciendo que yo sé tu verdadera historia, Mario —respondió Lucía. El gobernador se acercó amenazante a ella y sin pensarlo le dio una bofetada que la hizo rodar por el suelo. Lucía se levantó de inmediato para encarar a Mario. —¡Esta es la primera y última ocasión en que recibo un golpe tuyo, cobarde! No ocurrirá otra vez. Mario quedó sin poder articular palabra mientras Lucía se retiraba a la habitación de sus hijas, quienes ya estaban dormidas, y ahí permaneció toda la noche. Ese día la historia de Mario empezó a cambiar de manera muy inesperada.
Nuevo León se viste de sangre
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Eran cerca de las seis de la mañana, cuando Mario recibió una llamada de el Panemas para indicarle que 17 cuerpos de jóvenes ultimados habían sido dejados tirados en la avenida General Juan Zuazua esquina con Santiago Tapia. Mario se incorporó de inmediato ante la noticia que le estaba dando el Panemas y sin salir aún de su asombro preguntó: —¿Qué dices, Panemas?, ¿quién fue?, ¿a qué hora se dieron cuenta de esto?, ¿la prensa ya lo sabe? —La prensa ya está en el lugar, gobernador, lo único que pudimos hacer antes de que llegaran fue retirar ciertos carteles que estaban sobre algunos de los cuerpos y una manta. Pero una de las mantas no pudimos quitarla a tiempo. —¿Qué decían los mensajes? —preguntó Mario mientras se vestía rápidamente para salir de inmediato a Palacio de Gobierno. —La manta dice: ―Para que aprendan el pinche gobierno y los putos Nidos que con el cártel del Centro no se juega Ahí les mandamos unos regalitos a el Torque y al gobernadorcito‖. Mario quedó desencajado por lo que le había comentado el Panemas. Después de unos segundos, recompuso la forma y expresó a el Panemas: En este mismo momento salgo para Palacio de Gobierno, quiero verlos a ti, al secretario de Seguridad y al procurador. Diles que quiero verlos de inmediato.
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—Gobernador, ya están peritos del Servicio Médico Forense (Semefo) en el levantamiento de los cadáveres. A simple vista se observa que se trata de jóvenes no mayores de 30 años y al parecer todos pertenecen al cártel Los Nidos. Mario colgó el celular, salió rápidamente de su casa y se dirigió a la oficina gubernamental. Pidió a sus escoltas dirigirse lo más pronto posible a su oficina. También solicitó a su secretario particular citar a todos los miembros del Gabinete de manera inmediata. Exigió verlos en menos de treinta minutos en la sala de juntas de Palacio de Gobierno. Era poco después de las siete horas con quince minutos a.m. del día 12 de julio cuando Monterrey se levantó con la sangrienta noticia. La gente que en ese momento se dirigía a centros escolares o a sus quehaceres cotidianos no podía creer el suceso del que todos los noticiarios locales y nacionales daban cuenta. En Monterrey se había desatado una matanza de 17 cuerpos por obra del crimen organizado Cuando Mario llegó a Palacio de Gobierno, ya la mayoría de los medios de comunicación se encontraban en el ingreso de este y solicitaban las primeras declaraciones del gobernador, quien sin dirigir ni la vista ni la palabra a nadie subió de inmediato a su despacho.
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Recién ingresó, recibió un informe de parte de su secretario particular: —Señor gobernador, llaman de la Presidencia de la República, piden que de inmediato se comunique con el señor Presidente de la nación. En ese momento iban llegando, uno a uno, los miembros del Gabinete del Gobierno de Nuevo León. Mario se encerró en su privado con el Panemas, con el secretario de Seguridad y con el procurador de Justicia. —¿Qué sucedió, secretario? —preguntó el gobernador. —Señor, fueron asesinados cerca de las cuatro de la madrugada, 17 jóvenes de entre 18 y 30 años de edad, al parecer todos vendedores de droga al menudeo y que trabajaban para miembros del cártel Los Nidos. Los mensajes en cartulinas que colocaron sobre los cuerpos hacen suponer que los causantes de los homicidios fueron integrantes del cártel del Centro y que desde ayer habrían llegado desde Tabasco a la ciudad de Monterrey con la intención de asesinar, en represalia al decomiso que se les realizo en días pasados. —Gobernador, necesito hablar con usted, a solas —pidió el Panemas a Mario, quien solicitó al procurador y al secretario de Seguridad retirarse de la oficina. —Panemas, ¿qué salió mal? —preguntó Mario. —Según tú, el decomiso estaba acordado; entonces ¿qué puta madre salió mal, carajo!
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—Gobernador, hablé con el Torque y dijo que no sabe qué es lo que sucedió pero que ya tienen la instrucción de investigar quiénes fueron los causantes y ya están tras su rastro. Se comprometió conmigo a entregarlos a la brevedad. —¿Qué vamos a hacer, Panemas?, el Presidente de la República quiere hablar conmigo y de seguro va a mandar a la PGR a investigar lo que está sucediendo. —Lo que tienes que hacer es que salga a dar una conferencia de prensa el secretario de Seguridad Publica, Mario —concluyó el Panemas. Mientras Mario se reunía con los miembros de su Gabinete y giraba instrucciones para enfrentar la crisis, recibió de nueva cuenta de su secretario particular el mensaje de que la Presidencia de la República le pedía comunicarse a la brevedad con el Presidente. El recinto era un caos tremendo, funcionarios entraban y salían mientras que en la parte baja los medios de comunicación exigían ingresar para escuchar las declaraciones oficiales en torno al caso. Mario tomó el celular y lo comunicaron con el Presidente de la República. —Señor Presidente, reportándome con la novedad que imagino usted ya conoce. —Así es, desgraciadamente, gobernador, he recibido la lamentable noticia de que en su entidad se ha registrado un ataque brutal por parte del crimen organizado. Quiero informarle que he girado instrucciones para que la PGR atraiga las investigaciones del caso y podamos coadyuvar con la investigación y llegar al
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fondo de quién o quiénes son los responsables de tan lamentable acontecimiento y que ha bañado de sangre su hermoso estado. Es preocupante que Nuevo León, que desde hace algunos años no era parte de este tipo de actos sangrientos, se vea envuelto el día de hoy en un caso de este tipo. —Presidente, pero eso no solamente sucede en mi estado. —Señor gobernador, sé muy bien que estos acontecimientos vienen sucediendo de manera recurrente en varios estados de la nación a pesar de los grandes esfuerzos que en materia de seguridad ha implementado el Gobierno de la República. Es por eso que he solicitado la presencia de la PGR en Nuevo León. —Señor Presidente, con todo respeto, no creo que sea necesaria la presencia de la Procuraduría General de la República en la entidad, le aseguro que dentro de las primeras horas habremos resuelto la crisis y pondremos tras las rejas a los responsables. —Gobernador, no le estoy preguntando si lo cree o no necesario, le estoy informando lo que he decidido hacer en su estado. Por lo tanto, le solicito la total disposición de las investigaciones a los elementos de la PGR, que a su vez me informará de manera directa de los avances y los resultados de aquellas. Además, le comento, gobernador, que el titular de la Secretaría de Gobernación mantendrá desde este momento contacto directo con usted. Como estará
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enterado, el informe de la DEA sobre su participación dentro del crimen organizado tiene muy preocupada a la Federación. —Se hará como usted diga, señor Presidente —respondió el gobernador. —Espero que esto no vuelva a suceder, no quisiera tener que enviar al Ejército a patrullar la zona. —Le aseguro que no habrá necesidad de hacerlo, señor Presidente. —Así lo espero, gobernador, por el bien del país, de su estado y de nuestro partido. Recuerde que se acercan elecciones y no queremos que nuestro partido deje el poder, ¿verdad? —No se preocupe, Presidente, resolveré esta situación a la brevedad, se lo aseguro. —Estaré al pendiente de lo que sucede en su estado, gobernador. Mario colgó el teléfono luego de la llamada presidencial y se dejó caer en el sillón de su escritorio. Era la primera crisis grave de su gobierno y no sabía cómo actuar. Vendrían para Mario aún más sorpresas. Sin saberlo, estaba presenciando el principio de su final.
Secuestro y asesinato
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Lucía, ese día desde temprana hora estaba al pendiente de las noticias, sabía que era el momento justo de seguir con su plan. No podría permitir que nade ni nadie pusiera en riesgo su vida ni la de sus hijas. Lucía había logrado tener una excelente cercanía con su cuerpo de seguridad. Seis elementos de la procuraduría habían sido asignados a la seguridad personal de ella y de sus hijas desde el inicio de la Administración de Mario como gobernador. Dos de ellos, Agustín y Ricardo, se habían convertido en gente de toda su confianza. Los cuatro guardias de seguridad restantes le eran fieles, pero ella no les tenía la suficiente confianza como a los dos primeros. El secretario de Seguridad Pública del Estado se encontraba realizando una conferencia de prensa en las instalaciones de la secretaría a su cargo mientras que Mario la observaba, por vía televisiva, en su despacho. En ese momento le informaron que uno de los guardaespaldas de su familia quería verlo de manera urgente. Se trataba de Agustín. Mario lo hizo pasar de inmediato. —¿Qué sucede, Agustín?, ¿que no deberías estar cuidando a mis hijas en el colegio? —Gobernador —respondió Agustín con un rostro de total preocupación. —Ha sucedido una desgracia.
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—¿Qué pasó, Agustín!, habla de inmediato —dijo Mario, al tiempo que se levantaba del sillón. —Gobernador, hace unos minutos cuatro camionetas con gente armada y encapuchada llegaron al colegio de sus hijas. Sin poder evitarlo nos amagaron, nos quitaron las armas, para después amenazar también al personal del colegio y llevarse a sus hijas con rumbo desconocido. Mario, sin poder creer lo que estaba escuchando, le preguntó con la mirada encendida de coraje: —¿Qué pendejada estás diciendo, idiota? —Lo siento, gobernador. En este momento ya están en poder de la procuraduría los videos que captaron el momento del secuestro. Ya están siendo analizados por los peritos. —¿Ya está enterada mi esposa de esto? —No señor, quisimos informarle de esto a usted primero. Hemos pedido a los testigos no informar nada de esto a la prensa. Mario llamó de inmediato a el Panemas, quien para ese momento ya se encontraba enterado y estaba revisando personalmente y en detalle el caso. —¡Panemas! —gritó Mario por el celular— ¡quiero que encuentres a esos desgraciados de inmediato y si algo le pasa a mis hijas tú serás el responsable de todo esto! ¡Estás advertido!
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—Mario, entiendo tu coraje, estamos haciendo todo lo posible por dar de inmediato con ellos. No pueden estar tan lejos. Hemos encontrado las cuatro camionetas abandonadas en la autopista a Laredo. En pocos minutos esperamos encontrar a las niñas sanas y salvas. —¿La prensa está enterada de esto, Panemas? —Aún no, pero es imposible ocultar tal situación, Mario. —¡Me lleva la chingada, Panemas! —dijo Mario mientras daba la orden a Agustín de ir a donde se encontraba Lucía y que la llevaran de inmediato a su lado. También dio la instrucción de que fueran detenidos los cuatro guardaespaldas de menor confianza de Lucía para ser investigados como posibles cómplices del secuestro. Agustín y Ricardo, los guardias de mayor confianza de la señora del gobernador, acataron la instrucción y después de poner a disposición de las autoridades a sus compañeros se dirigieron al apartamento de Lucía, donde ella se encontraba en ese momento. Cuando llegaron a la residencia, salió Lucía, quien para ese momento ya estaba enterada de lo sucedido y se encontraba notoriamente nerviosa. Salieron camino a Palacio de Gobierno. Cuando iban circulando a la altura del Estadio Tecnológico de Futbol, dos camionetas sin placas de circulación le cerraron el paso al vehículo donde era transportada la señora del gobernador y de ellas descendieron doce tipos también encapuchados y fuertemente armados, quienes atacaron sin dar tiempo a nada a los guardaespaldas, causándoles la muerte en ese instante, sin
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darles siquiera oportunidad de sacar sus armas para defenderse y defender a Lucía. De manera agresiva bajaron a Lucía y la subieron a una de las camionetas de los secuestradores para perderse de vista en pocos segundos. Lucía, la señora del gobernador, había sido secuestrada también. Una vez más un fuerte golpe para el gobernador de Nuevo León, quien sentía que el mundo se le venía encima. La prensa se enteró de manera inmediata del ataque a los guardaespaldas de Lucía —ya que contaba con sofisticados rastreadores y radiorreceptorestransmisores de UHF sintonizados en las mismas frecuencias supuestamente confidenciales e impenetrables de los escoltas del gobernador, su familia e integrantes del Gabinete— y difundió la noticia, que corrió como reguero de pólvora en todo el país, así como también dio a conocer el secuestro de las hijas de la pareja gubernamental. Mario recibió este nuevo embate y, totalmente destrozado, pidió el apoyo del gobierno federal para poder encontrar con vida a su esposa y a sus hijas. El secretario de Gobernación se trasladó de inmediato desde la Ciudad de México a Monterrey para estar cerca del gobernador del estado y pidió al titular de la Procuraduría General de la República que se hiciera cargo de toda la investigación de inmediato.
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Mario se encontraba totalmente devastado, y su incondicional, el Panemas, buscaba a todas luces dar con los responsables y poder saber de dónde venían los ataques hacia la señora del gobernador y sus hijas. Aunque sin quererlo reconocer, sabía que tales ataques procedían de parte del cártel del Centro, en venganza por la traición, más que por el decomiso de la droga ocurrida en días pasados. El Panemas se reunió con el líder del cártel Los Nidos en la cabaña, donde se enfrascaron en una discusión que está muy próxima a llegar a un enfrentamiento mortal. En la cabaña, el Panemas enfrentó a el Torque: —¡Hijo de la chingada!, tú dijiste que todo estaba acordado con el cártel del Centro, y no es verdad. ¿Cómo pudiste hacernos esto, cabrón! —Así es esto del narcotráfico, Panemas, no me vengas ahora con pinches niñerías, cabrón. Sabías a lo que se estaban enfrentando tú y el gobernador. No son pocos los milloncitos que se mamaron por su trabajo. —¡Ese no es el punto, hijo de puta! —Ese, precisamente, es el punto, Panemas. Sabíamos que esto podría ocurrir tarde o temprano y ustedes quisieron jugar a la ruleta rusa. Ahora lo único que podemos hacer es ayudarles a poner a los hijos de la chingada que pueden saber dónde chingados están ellas. —¿En cuánto tiempo tendremos la información?
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—Dame dos horas, Panemas. Aquí mismo te los traigo y tu podrás interrogarlos personalmente, y con nuestra ayuda podrás mandarlos a la chingada en el mismo momento en que nos den la información. Aquí te veo en dos horas, Torque —finalizó el Panemas mientras salía de la cabaña seguido por todo su cuerpo de seguridad, ante la mirada de los sicarios del cártel Los Nidos, que por su parte acompañaban al traficante. El Panemas tenía en sus manos la vida de las tres secuestradas. Y quería encontrarlas vivas a como diera lugar. No sería fácil lograrlo. Mario nunca imaginó que todo el entorno de poder, que en poco tiempo había logrado conseguir por medio de traiciones y mentiras, se vería amenazado de tal manera como en ese momento. En poco tiempo lo estaba perdiendo todo, absolutamente todo. Mario recibió en su despacho la visita del secretario de Gobernación, quien pidió platicar con él sin que nadie estuviese presente en tal conversación. —Secretario, por favor, tome asiento —dijo el gobernador al recibir al encargado de los asuntos del Interior. —Señor gobernador —inició la charla el funcionario federal— es de verdad muy lamentable lo que está sucediendo en su estado y más aún que su esposa e hijas estén sufriendo este ataque por parte del crimen organizado.
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—Agradezco su interés secretario, pero como usted sabe, esto está ocurriendo en muchos estados de la República Mexicana desde hace ya varios años y aunque hemos hecho una excelente labor... —No nos hagamos tontos, gobernador —lo interrumpió el licenciado Guillermo Alvirde, secretario de Gobernación. Esto que está sucediendo en su estado va más allá de un ataque normal en respuesta de un decomiso por los más de trescientos kilogramos de cocaína. En otros estados de la república se han logrado incautar más de cuatro toneladas del alcaloide y las reacciones no han sido las mismas. —¿A qué se refiere, secretario? —Me refiero a que esta ofensiva por parte del narcotráfico se debe a que en verdad están muy molestos y no solo por el decomiso, están molestos porque alguien o algunos traicionaron acuerdos previos que se tenían para que trabajaran de una manera tranquila. —¡Usted me está ofendiendo! —respondió Mario, al tiempo que se dirigía a la cava para sacar una botella de coñac a fin de servirse un trago e invitar otro al visitante. —Le aseguro que no me equivoco, gobernador. Le voy a decir exactamente qué es lo que está pasando. Su gobierno pactó con el crimen organizado para dejarlo trabajar sin que le pusieran obstáculos en su recorrido de droga a los Estados Unidos. Usted, al
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enterarse de que la Administración para el Control de Drogas, la DEA, lo estaba investigando, montó un show donde demostraría que su gobierno sí estaba atento al tema de combatir el tráfico de drogas. Ustedes pusieron como carne de cañón a quienes confiaban en su acuerdo y, ¡puf!, ustedes lo rompieron por salvarse, sin medir las consecuencias de sus actos. Señor gobernador, la verdad es que golpearon con carne fresca el hocico de un león hambriento. Mario se quedó sin poder articular palabra mientras el secretario de Gobernación seguía hablando: —Quiero decirle que el Presidente ha girado la instrucción de investigarlo a fondo, gobernador, en sus bienes y en su persona. El titular del Ejecutivo está de verdad muy preocupado a causa de que por culpa de su falta de acuerdos, se haya puesto en riesgo la estabilidad de su estado y se haya convertido en un foco más que tengamos que atender. Las elecciones están a la vuelta de la esquina, y usted, como miembro de nuestro partido, sabe que fue muy difícil lograr convencer a los mexicanos de que nuestro proyecto era el mejor. Señor gobernador, espero de verdad que su familia sea regresada sana y salva de parte de los traficantes, aunque veo de verdad muy difícil que así suceda. Si esto crece un poco más, creo que tendría que considerar muy seriamente dejar su cargo de manera definitiva para no poner en riesgo la próxima elección presidencial.
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—Le aseguro, secretario, que está muy equivocado en su apreciación —respondió Mario con un tono de voz enérgico. —No lo creo, gobernador, pero por su bien esperamos que así sea —terminó de decir el funcionario federal mientras dejaba sin probar su copa de coñac encima del escritorio, y se despidió de mano. En cuanto salió el titular de la Secretaría de Gobernación, Mario arrojó con furia su copa de coñac contra la puerta de ingreso al despacho y dio un fuerte puñetazo a un espejo, lo que hace que sangre de inmediato su puño derecho.
La señora del gobernador Lucía despertó después de recibir un baño de agua fría para darse cuenta de que se encontraba atada de pies y manos, sentada en una silla de hierro en un lugar desconocido.
Le
parecía
una
bodega
abandonada.
No
se
escuchaba
absolutamente ningún ruido externo, por lo que imaginaba que estaba a muchos kilómetros de algún lugar poblado. Levantó la mirada y se encontró con dos hombres de aspecto corpulento quienes tienen fajadas a la cintura, sendas armas de fuego. Uno de los desconocidos, el que parecía ser el responsable, se acercó y, sin mediar palabra, le asestó una bofetada, lo que hico que su labio sangrara de inmediato.
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Lucía reaccionó y volvió a subir la mirada, solo para que de nueva cuenta otra bofetada hiciera girar su cabeza de manera violenta. Esta vez no subió la mirada tras la agresión. Escuchó una risa y después una voz ronca pronunció: —¿Sabes lo que va a pasarte por culpa de tu maridito, pendeja? Lucía no entendía lo que estaba sucediendo, solo sabía que se encontraba en peligro y de inmediato pensó en sus hijas. No iba a permitir que el plan que estaba trazado fuera interrumpido, porque estaba destinada a morir. Sus hijas la necesitaban e iba a luchar por ellas. Su pensamiento fue interrumpido al momento que recibía un fuerte golpe en el estómago y sentía un escupitajo recorrer su mejilla izquierda. Haciendo un gran esfuerzo, Lucía levantó la mirada y preguntó al que la había agredido: —¿quiénes son ustedes? Por respuesta recibió otro fuerte golpe, esta vez en la pierna derecha. Lucía levantó la mirada y dijo con voz enérgica a quien la estaba torturando: —Vas a arrepentirte de lo que estás haciendo, hijo de puta. —Mira —dijo burlón el agresor, a quien lo acompañaba— se puso valiente la gatita. —¿De qué se trata esto? —preguntó Lucía.
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—¿De qué se trata? De que te va a cargar la chingada, putita —respondió su agresor. —¿Por qué?, ¿qué hice? —Tú nada, pero por culpa del puto de tu marido vas a morir, cabrona. Lucía sonrió y dijo, irónica: —¡que imbéciles son! Como respuesta recibió una bofetada más. Lucía, después del golpe, miró fijamente a su victimario y le dijo con fuerza: —¡juro que vas a arrepentirte por lo que estás haciendo! ¡Cómo son pendejos! —expresó Lucía mientras un poco de sangre recorría su ceja izquierda. Quiero hablar con su jefe, tengo información que sé le será muy importante. Sé dónde está la droga que le decomisaron y quiénes lo traicionaron. Quiero hablar con él. —¿Estás pendeja o qué te pasa? —respondió el agresor. —Quiero hacer un trato que le convencerá. Tú —dice Lucía, dirigiéndose al otro desconocido— sé que eres más inteligente que este estúpido, haz lo que te digo y estoy segura de que tu jefe va a agradecértelo. Ninguno de los dos hizo caso de su petición.
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No supo Lucía cuánto tiempo más estuvo soportando golpes en todo su cuerpo por parte de los sicarios. Ya ni siquiera podía levantar la mirada. Pensó en ese momento que su vida estaba a punto de terminar y lamentó que el plan que tan inteligentemente había trazado no pudiera concretarse. De pronto, como entre sueños, oyó que al lugar llegaban varias personas más. Escuchó una conversación que le devolvió un poco de fuerza. —¿No se ha muerto la pendeja? —No jefe, aguanta más que una rata en quemazón —respondió el que había estado torturándola. Lucía, con un gran esfuerzo, levantó la mirada y preguntó: —¿Eres tú el jefe de estos pendejos? Se escuchó una gran carcajada y después la respuesta. —Sí, yo soy el jefe de estos pendejos. —Quiero negociar contigo. Lucía sintió otro embate de agua fría en su cuerpo, que la hace despertar un poco más. —¿A qué te refieres? —le preguntó el Chino Zapote, líder del cártel del Centro. —Me refiero a que yo puedo serte más útil viva que muerta —respondió Lucía.
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Desátame y platicamos, yo puedo decirte todo lo que están trabajando los del cártel Los Nidos, por dónde cruzan la droga, y quiénes son los que ayudan en su traslado. Puedo ayudarte al decirte qué días y horas van a operar. Puedo estar de tu parte si me permites vivir. El Chino Zapote se le quedó viendo, y preguntó: —¿Cómo puedo esperar lealtad tuya si por culpa de tu marido hemos perdido tanto? —Mi esposo no me importa, te lo aseguro, es por culpa de él que me encuentro en esta situación, y también mis hijas. ¿Quieres platicar conmigo o no? El traficante pidió que la liberaran para escucharla. Mandó traer un médico para curar sus heridas. Lucía le ofreció informar de todas las acciones que han venido realizándose desde el gobierno estatal a favor del cártel Los Nidos, se comprometió a grabar todas las conversaciones de su marido y entregárselas para que supieran cuándo se realizarán traslados de droga de parte del cártel enemigo, y con esa información poder robarles la mercancía. El líder del cártel del Centro aceptó la propuesta. —Vaya, nunca imaginé que la señora del gobernador tuviera más huevos que su esposo. —Entonces, ¿aceptas? —preguntó Lucía.
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—Por supuesto que acepto, pero a la primera que falles te voy a freír yo mismo en manteca, te lo advierto. —Solo faltan dos cosas para cerrar el trato —comentó Lucía. —Lo que me pidas —contestó el Chino Zapote. —Quítales las armas a estos dos —dijo Lucía al tiempo que señalaba a los dos sicarios que horas antes habían estado torturándola. El líder del cártel les pidió las armas tal y como lo solicitó Lucía. —Tú mataste a dos de mis mejores hombres —dijo Lucía. Quiero que para cerrar el trato, mates a estos dos —exigió, señalando al par, ante la sorpresa de los sicarios. —¿Me pides que los mate…? son de los mejores hombres que tengo. —Para cerrar el trato, creo que es justo. Tú mataste a dos de los míos, elimina a dos de los tuyos. El Chino Zapote, después de unos segundos y mientras observaba a los señalados, respondió: —Acepto, pero si tú misma lo haces. Los sicarios voltearon a ver a su jefe, como preguntándose qué estaba pasando. —Yo no soy asesina, solo quiero ser justa, ese es el trato, que tú mismo los mates delante de mí —respondió Lucía.
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El traficante apuntó su arma contra ellos y la descargó, para matarlos en el acto. —Estamos a mano —manifestó, y luego guardó su arma. —Una cosa más —continuó Lucía— quiero una parte de la ganancia de lo que logres robar al cártel Los Nidos. El Chino Zapote rió y aceptó la propuesta. Lucía fue llevada por órdenes del líder narcotraficante a pocos metros de la entrada a Monterrey y se dirigió a un puesto de socorros donde de inmediato fue reconocida por los médicos del lugar, quienes informaron de su presencia a la autoridad estatal.
Juntos ante el dolor Lucía fue trasladada a un hospital particular para ser atendida de sus lesiones. En cuanto se recuperó de ellas, fue abordada por miembros de la Procuraduría General de la República, quienes iniciaron un interrogatorio. Lucía declaró que solamente recordaba que fue secuestrada por unos individuos, quienes con lujo de violencia la llevaron a un lugar desconocido. Manifestó que fue atada de pies y manos y que en todo momento estuvo con una venda en los ojos que le impedía ver quiénes o cuántas personas estaban en el lugar donde se encontraba.
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Declaró también que después de varias horas oyó preguntar a uno de ellos que si no sabían que se trataba de la señora del gobernador. Escuchó a dos de los secuestradores responder que no sabían que se trataba de ella. Acto seguido, señaló, la subieron a un vehículo que ella creía se trataba de una camioneta porque siempre fue conducida tendida en el piso en un gran espacio. Antes de dejarla, uno de los secuestradores le ofreció disculpas y le comentó que nunca fue su intención secuestrarla a ella. Cuando terminaba de rendir su declaración, llegó el gobernador al hospital y en cuanto vio a Lucía se abalanzó hacia ella, y le dio un fuerte abrazo al tiempo que le manifestaba: —Todo estará bien, no te preocupes, todo estará bien. Los medios de comunicación esperaban afuera del nosocomio a que el gobierno informara de manera oficial lo que había sucedido. Mario, en improvisada rueda de prensa en las instalaciones del centro hospitalario, declaró: —―Hoy, mi gobierno ha recibido un gran ataque de parte del crimen organizado en represalia del decomiso que hemos hecho en contra de ellos. ―Con total indignación y tristeza quiero informar que mis dos hijas han sido secuestradas por delincuentes que no aceptan que este gobierno no está dispuesto, como nunca lo ha estado, a negociar con ellos.
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―Quiero agradecer al señor Presidente de la República, su total apoyo a la búsqueda de los secuestradores para lograr recuperar sanas y salvas a mis dos queridas hijas. ―Mi esposa, la licenciada Lucía también fue secuestrada. Por fortuna, ella ha logrado escapar de sus captores y hoy se encuentra restableciéndose de las heridas que le ocasionaron durante su cautiverio. ―Desde aquí les digo a esos delincuentes cobardes, escondidos como ratas y víboras, ¡que este gobierno no les tiene miedo! Decirles, también, que no van a doblarnos jamás. ¡Estamos preparados para enfrentarlos!‖ En el preciso instante en que Mario terminaba la conferencia de prensa, en su casa eran entregados dos paquetes de regular tamaño que la servidumbre recibió. Mario terminó su mensaje y el secretario de Gobernación, quien estaba presente en la rueda de prensa, tomó el micrófono ante las preguntas incesantes de los medios de comunicación y comenzó su alocución: —Entendemos el gran dolor que en estos momentos está pasando el gobernador. Quiero terminar diciendo que el Gobierno de la República ha girado la instrucción de dar de manera inmediata con los delincuentes que han venido a ofender a este importante estado. Les aseguro que no descansaremos hasta lograrlo. El gobernador y todos los funcionarios que le acompañaban bajaron del estrado ante la insistencia de los reporteros, que querían obtener una declaración más amplia de lo sucedido, sin recibir respuesta.
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Mario y Lucía llegaron a casa poco después de la medianoche y se encontraron con aquellos dos paquetes anónimos que habían sido recibidos horas antes. El remitente señalaba un nombre: ―Accesorios Sureños‖, y el mensaje rezaba: ―Feliz Navidad‖. Mario y Lucía se miraron fijamente, presintiendo una tragedia. El gobernador abrió el primer paquete y después de observar su interior lanzó un grito desgarrador que despertó a todos en la casa. Lucía se acercó y al mirar dentro de aquella caja de cartón, sus piernas flaquearon y se desmayó. El contenido del envío erizaba la piel. Se trataba de una cabeza infantil totalmente carbonizada e irreconocible, envuelta en plástico adherente transparente. No había duda para Mario que se trataba de una de sus hijas. El gobernador abrió de inmediato el segundo paquete para darse cuenta de que en él se encontraba otra imagen, semejante a la primera. Mario lloraba de manera desgarradora; a tal grado, que Lucía volvió en sí ante el aullido de dolor de su marido. Lucía no se atrevió a mirar, ambos se sumieron en un profundo dolor y se abrazaban con tal fuerza, como queriendo mitigar aquel dolor que los asfixiaba. Mario recompuso en pocos minutos su figura y marcó a el Panemas, quien en ese momento estaba en la cabaña junto a el Torque y, con ellos, siete miembros del cártel del Centro que están siendo torturados para sacarles información acerca de dónde se encontraban las hijas del gobernador.
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—¿Dónde estás, cabrón? —preguntó Mario a el Panemas. —Estoy donde tú ya sabes, Mario, tengo aquí a varios cabrones que no quieren cantar en donde tienen a tus hijas. Mario colgó el celular y en menos de cuarenta minutos llegó a la cabaña. Abrió de un golpe la puerta, se acercó a el Panemas, le quitó la pistola que tenía a la cintura y disparó una bala al cráneo de cada uno de los que están siendo torturados. Después de esto, Mario tiró el arma y se dirigió a el Panemas. —¡Esto es culpa tuya, hijo de la chingada! Tú me dijiste que todo estaba acordado, y no era verdad. Y tú, pinche Torque —dijo, al tiempo que se dirigía al narcotraficante líder del cártel Los Nidos. Me jugaste una mala, cabrón, pero así es esto, lo sé. ¡Quiero que me entregues al hijo de la chingada que mató y quemó a mis hijas mañana mismo, hijo de puta! Quiero matarlo con mis propias manos. Ante el comentario, el Panemas se acercó a Mario y preguntó: —¿Qué sucedió, Mario? —Sucedió que valió madre, Panemas. Han matado a mis hijas por tu culpa y por culpa de este hijo de la chingada.
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El Torque sacó su arma, la apuntó hacia la cabeza del gobernador, y expresó con coraje: —A mí no me vengas con esas pendejadas, cabrón. ¡Aquí mismo te trueno, hijo de la chingada! Nosotros no fuimos los que matamos a tus hijas, si estás con nosotros, mañana mismo te entrego al hijo de puta que ordenó su muerte. Mario le gritó: —¡tú dijiste que todo estaba acordado, cabrón! —¿Quieres seguir como amigo o quieres ser enemigo, Mario? —expresó el Torque. El Panemas se acercó a el Torque y le bajó el arma. —Tranquilos todos —dijo el Panemas. —¡Mañana mismo quiero tener en mis manos al hijo de la chingada que ordenó esto, Panemas! —respondió Mario. ¡Si no lo tengo mañana en mis manos, juro que te mato, Raúl! —sentenció Mario, mientras se retiraba golpeando un adorno que se encontraba cerca de la entrada a la cabaña. Cuando Mario regresó a casa, vio a Lucía llorando en un rincón de la recámara. La abrazó con fuerza mientras le pedía perdón por lo sucedido. Le prometía que la protegería de todo y contra todos. Le solicitó también sepultar a las pequeñas sin que los medios de comunicación ni las autoridades se enterasen de lo que había sucedido. La señora del gobernador accedió a la petición de su marido.
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Creía Mario que ante el dolor, entre ellos se había iniciado el fortalecimiento de su relación. Nuevamente estaba equivocado. Al día siguiente, muy temprano, de manera privada, sepultaron las dos cabezas calcinadas dentro del mausoleo que utilizaba el Panemas para desaparecer los cadáveres que eran asesinados por el cártel Los Nidos. Horas después el Panemas entregó al gobernador a tres integrantes del cártel del Centro como responsables de los asesinatos de los 17 jóvenes y por el secuestro de Lucía. Los detenidos declararon ante las autoridades acerca de los homicidios pero negaron ser los responsables por el secuestro de las hijas de la pareja gubernamental. La investigación por el secuestro de las hijas seguía su curso.
El plan al descubierto Durante las siguientes tres semanas, Lucía se encargó de colocar en varios puntos de la residencia micrófonos ocultos con la intención de enterarse de todos y cada uno de los planes que tenía el Gobernador. Él ni siquiera pensaba que la mujer de más confianza le estaba tendiendo una trampa. Lucía sintió durante esos días la mirada interrogante de el Panemas. Un día ella lo enfrentó.
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—Raúl, ¿puedo hablar contigo? —preguntó Lucía en la sala de su residencia cuando el Panemas asistía a una reunión convocada por el gobernador en su despacho. —Por supuesto, señora —respondió el Panemas. —Raúl, noto que me observas de manera insistente cada vez que visitas a mi marido —dijo Lucía. —No sé a qué se refiere señora, yo únicamente me limito a asistir a su casa cuando el gobernador así lo solicita. —No sé, Raúl, tengo la sensación de que dudas de mí, y no sé por qué. —Señora, me desconcierta su comentario. —Quiero decirte, Raúl, que me siento muy cansada de todo esto, lo que más quisiera es que esto terminara y poder irme muy lejos. —¿Y sus hijas? ¿No le preocupa encontrarlas con vida? —preguntó el Panemas, intrigado. —Claro, por supuesto que estoy dando por hecho que mis hijas van a aparecer vivas, de eso no tengo ninguna duda —respondió Lucía, nerviosa. —Eso es lo que todos esperamos, señora. —Pues te quedas en tu casa, Raúl. Me da gusto saber que no formo parte de las personas a las que estás investigando —dijo Lucía mientras daba la media vuelta para retirarse a su habitación.
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―¿Cómo sabía Lucía que él estaba investigando a varias personas? —pensó el Panemas. ―¿Se lo habrá dicho el gobernador?‖ Su pensamiento fue interrumpido por la voz del secretario particular del gobernador, quien le indicaba que lo estaba esperando el Ejecutivo estatal en su despacho para iniciar la reunión. Lucía subió a su habitación donde se encontraba el equipo receptor de los micrófonos ocultos y, luego de encerrarse con doble llave, colocó unos audífonos en sus oídos y empezó a escuchar la conversación que se llevaba a cabo en el despacho. En ella se encontraban presentes el titular de la Secretaría de Seguridad Pública del Estado y el procurador de Justicia de Nuevo León. —―Esto es muy importante, señores‖ —empezó a escuchar la señora del gobernador a su marido por medio de los audífonos. El sonido era realmente de alta fidelidad. Entonces fue que decidió también grabar la conversación. ―Raúl nos va a decir de qué se trata, y esta vez espero que nada salga mal, nos estamos jugando el pellejo o la libertad.‖ El Panemas comenzó y Lucía seguía escuchando y grabando. —―Mañana por la tarde, vamos a aprovechar la visita del cónsul de los Estados Unidos de América y del secretario general de las Naciones Unidas a nuestro estado, para transportar tres toneladas de cocaína por la carretera a Laredo. El
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cónsul y el secretario de la ONU viajarán durante su estancia en una limusina, antecedida por una y seguida por otra más, para resguardar su seguridad. ―El caso es que el Estado Mayor Presidencial estará presente custodiando las tres unidades al igual que elementos de nuestra Policía Estatal. ―Sin embargo —seguía diciendo el Panemas— los vehículos que acompañarán a los funcionarios internacionales irán cargados de coca y una vez que concluyan su visita, las tres limusinas recorrerán el estado para trasladarse a la frontera de los Estados Unidos con Tamaulipas, donde desmontaremos la mercancía y entregaremos los vehículos como regalo a nuestro estado vecino. Nada puede salir mal‖ —finalizó el Panemas. —―¿Estás seguro que está ya todo controlado, Panemas?‖ —preguntó el gobernador. —―Completamente seguro, Mario. Solo quiero que estén atentos a las instrucciones que les daré a estos dos‖ —respondió el Panemas al tiempo que señalaba a los titulares de la procuraduría y de la Secretaría de Seguridad del Estado. —―Pues eso me dijiste la última vez y todo se salió de control‖ —refutó el gobernador a el Panemas. —―Esto será diferente Mario, te lo aseguro‖ —respondió el Panemas, muy convencido de lo que estaba diciendo.
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Afinaron pocos detalles más del traslado de la droga y después cada uno se dirigió a atender asuntos personales. Lucía, al ver que el gobernador salía de la residencia, tomó un celular pequeño que había comprado días antes y realizó una llamada para alertar de todo lo que había escuchado, al líder del cártel del Centro. —Quiero mi parte mañana mismo en efectivo, Chino, como quedamos, tengo planes que no puedo seguir postergando —dijo Lucía al traficante. —No se preocupe señora, yo mismo le llevaré el dinero a donde me diga, si es que todo sale bien. Pero dígame, ¿qué planes tiene?. —Eso es algo que a ti no te interesa, Chino. Es un asunto mío solamente. —¿Ya supo dónde están sus hijas? Le aseguro que nosotros no fuimos los causantes de su desaparición. Lucía, sin responder, colgó el teléfono celular y luego lo destruyó con un martillo. Tiró los restos del aparato móvil dentro del escusado para después jalar la cadena hasta verlo desaparecer.
Crisis internacional Al día siguiente, cerca de las cuatro de la tarde y después de llevarse a cabo un evento internacional en Palacio de Gobierno, salieron del recinto el cónsul de los Estados Unidos de América en Monterrey y el secretario general de la ONU para
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dirigirse a un hotel cercano a descansar. Apenas recorrían unas cuantas calles cuando de un comando de diez camionetas fuertemente blindadas, bajaron cerca de cien sicarios del cártel del Centro para amagar con armas largas y cortas a todo el equipo de seguridad tanto federal como estatal encargado del resguardo de los visitantes extranjeros. Seis de los delincuentes sacaron a la fuerza a los funcionarios internacionales y a su comitiva y tomaron por asalto las limusinas para perderse en muy pocos segundos de la escena del incidente. La acción se realizó en tan pocos segundos, que los miembros armados oficiales no tuvieron ninguna oportunidad de defenderse. El gobernador, el Panemas, el secretario de Seguridad y el procurador no podían dar crédito a lo que estaba sucediendo. De inmediato una vez más la noticia de otro suceso delictivo de alto impacto en el estado llamó la atención en esta ocasión más fuertemente de la prensa extranjera al tratarse de dos miembros importantes de la política internacional. El Torque, en medio de un ataque de ira, se comunicó con el gobernador: —¿Qué chingados está pasando, Mario? —preguntó el Torque. —No lo sé, no sé qué está ocurriendo, no sabemos quiénes son o cómo estaban enterados. —Yo te digo quiénes eran imbécil, eran gente del cártel del Centro, vi claramente al líder que comandaba el ataque, vi con total claridad a el Chino Zapote.
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¡Escúchame bien, pendejo!, si no sale en menos de una hora esa mercancía, tienes tus horas contadas, tú y toda tu familia, cabrón —finalizó el Torque la llamada. Mario llamó de inmediato a el Panemas, quien contestó de manera seria y le dijo que creía saber de dónde había salido la información del cargamento. De inmediato el Panemas se dirigió a la residencia de la familia gubernamental e ingresó al despacho del gobernador con un equipo especializado de búsqueda de micrófonos ocultos. No encuentran casi nada; solamente cables aislados. Decidió entonces registrar toda la casa, sin encontrar absolutamente nada. Lucía se había encargado un día antes por la madrugada a deshacerse de todo lo que pudiera involucrarla. Los discos que grabó de la conversación los escondió dentro de la funda de un vestido de gala cosiéndolo de tal manera que eran imperceptibles a la vista. Lucía había pensado en todo, no quiso dejar ni un solo cabo suelto. Cuando el Panemas todavía se encontraba en la residencia, llegó Lucía, quien le preguntó qué estaba haciendo ahí. El Panemas se le quedó viendo de manera directa y le dijo: —Si fuiste tú quien cometiste lo que creo que hiciste, lo vas a pagar muy caro, Lucía. —¿De qué demonios estás hablando, Raúl?, explícate, te lo exijo —respondió Lucía, molesta y encarándolo.
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El Panemas no le contestó y, sin dejar de mirarla, pidió a los que estaban buscando algún indicio de que pudiera encontrarse equipo de grabación, que salieran de la casa. Cuando el Panemas se retiró, Lucía sintió que podía volver a respirar. Una hora después, el Torque se reunió con el Panemas en la cabaña y lo amenazó de muerte, así como al gobernador y a su esposa si no le tienen respuesta de lo que sucedió. Dijo que sus jefes están muy molestos por lo ocurrido y que no podrá detener su ira en caso de que no se recupere la mercancía.
La emboscada El Torque esperó por más de dos horas la respuesta de el Panemas o del gobernador sobre lo que había sucedido y que hizo que el cártel Los Nidos perdiera un cargamento de poco más de dos toneladas de cocaína. Tomó el celular y, decidido, realizó una llamada que era la última opción que podía hacer por instrucciones mismas de sus jefes, de los verdaderos líderes. En la Ciudad de México respondieron a la llamada de el Torque. —¿Qué pasó, Torque?, ¡te he dicho mil veces que nunca me llames aquí! — respondió furioso el receptor de la llamada. —Disculpe jefe, creo que es muy importante recibir sus instrucciones en este momento. Hemos perdido definitivamente la carga y no podemos esperar más tiempo para actuar.
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El personaje que recibió la llamada salió de su oficina, se dirigió al ingreso del edificio donde se encontraba y después de unos segundos respondió a el Torque. —¡Te he dicho mil veces que tienes que tener mucho cuidado, imbécil! —Lo sé, jefe, pero es que no podemos esperar más tiempo, tenemos que actuar de inmediato. Los hijos de puta de los del Centro se han de estar riendo de nosotros. Nos la jugaron de manera cabrona. —¿Sabes quiénes fueron los responsables de que fallara la operación? —Sí señor, dos jefes de seguridad, un cabrón que es la mano derecha del gobernador y que como usted sabe es el que realizaba toda la operación del traslado y contaba con toda nuestra confianza. Durante los primeros años todo salió a la perfección. —Tú encárgate de esos hijos de la chingada, yo me encargo personalmente del gobernador —respondió enfadado el que recibió la llamada mientras salía del edificio donde se podía leer en grandes letras: ―Secretaría de Gobernación‖. El que había atendido la llamada de el Torque era el licenciado Guillermo Alvirde, secretario de Gobernación del gobierno federal. Al día siguiente por la mañana, antes del mediodía, el secretario de Seguridad Pública del Estado de Nuevo León así como dos de sus guardaespaldas fueron asesinados al salir de la residencia del titular de la secretaría. Unas pocas horas después fue acribillado el procurador estatal, mientras se dirigía a dar una conferencia de prensa en la informaría de su renuncia al cargo.
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El clima de inseguridad e incertidumbre que reinaba en el estado de Nuevo León era intenso. El gobernador del estado sabía que tenía todo en su contra. Le habían informado que en pocas horas arribaría a la entidad nuevamente el secretario de Gobernación y desde la Presidencia de la República le habían pedido atenderlo de inmediato, sin dar declaraciones a la prensa antes de entrevistarse con el titular de la política interna del país. El Panemas, al enterarse de los asesinatos cometidos en contra de los dos funcionarios responsables de la seguridad estatal, sabía que su vida corría peligro, por lo que se armó con toda su gente para esperar el enfrentamiento que indudablemente se realizaría. No estaba equivocado, al día siguiente de los asesinatos contra los funcionarios, a las 11:32 a.m., al ir circulando rumbo a Tamaulipas para esconderse por un tiempo de sus posibles asesinos, dio la orden a su séquito de seguridad de detenerse en el kilómetro 67 de la autopista Monterrey-Laredo porque la unidad en la que viajaba se estaba calentando por falla mecánica. Un comando armado del cártel Los Nidos esperaba dos kilómetros adelante en cuatro vehículos a que el Panemas y su cuerpo de seguridad pasaran por el lugar para emboscarlos y de esa manera asesinarlos sin darles tiempo de nada. El Torque, al saber que tardarían en reanudar su camino, por el informe que recibió de un ―halcón‖ que seguía de cerca a el Panemas como parte de la operación, ordenó al ―halcón‖ que se retirara del lugar para que no ocasionara sospechas, y le mandó que se reuniese con el resto del grupo, por lo que dejó de
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vigilarlos. El Torque, quien no quería perder más tiempo, decidió acudir a su encuentro y culminar el enfrentamiento y el asesinato de quien él y los jefes superiores creían responsable de la traición por el robo de la mercancía ilícita. En pocos minutos, las camionetas de los sicarios del cártel Los Nidos avistaron el contingente de el Panemas. Al llegar vieron que dos hombres revisaban el motor de una de las unidades, donde presumiblemente viajaba el Panemas. Lentamente, se acercaron y a menos de seis metros del objetivo, descendieron desde cuatro unidades cerca de dieciséis sicarios del cártel. Con armas largas en mano apuntaron al interior de la camioneta en reparación y a los que viajaban en los dos vehículos que acompañaban a el Panemas. De inmediato se dieron cuenta de que los que se suponía estaban arreglando el automotor descompuesto eran dos chamarras encimadas sobre sendos troncos gruesos de madera. Ante la sorpresa, dispararon sus armas al interior de los vehículos sin recibir respuesta de la agresión. Muy pronto se darían cuenta de que a quienes intentaban emboscar eran quienes ahora les apuntaban directamente a sus cabezas. —¡Bajen las armas, hijos de la chingada! —gritó el Panemas. Ante la sorpresa y la amenaza latente de muerte, el Torque y sus sicarios no tuvieron otra opción más que acatar las instrucciones de el Panemas y su gente. ¿Te creíste más chingón que yo, Torque? —preguntó el Panemas al líder del cártel Los Nidos.
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—Cálmate Panemas, somos amigos, cabrón —dijo el Torque con voz conciliatoria. —¡Amigos mis huevos, cabrón!, ¿crees que no sé que venías a partirme la madre, pinche puto? —Panemas, entiende que yo solamente recibo órdenes de los de arriba. —¡Pues diles a los de arriba que conmigo se la pelan, cabrón! Ante la orden de el Panemas a sus acompañantes, iniciaron la descarga de sus armas en contra de todos los sicarios del cártel Los Nidos. Solo quedó vivo el Torque. El Panemas le ordenó a el Torque, quien se encontraba totalmente derrotado y con las manos sobre su cabeza: —¡Híncate, cabrón! El narcotraficante de Los Nidos obedeció la instrucción amenazante. Suplicaba por su vida. —Tú sabes bien que siempre cumplimos, Torque. ¿Por qué quisiste matarme de manera tan cobarde, cabrón? —Esto es así, Panemas, yo solo recibí la orden de eliminar a quienes fueron los responsables de haber dejado perder el cargamento. Fueron muchos millones de dólares los que nos robaron los del Centro. —Sabes bien que fuimos traicionados, nosotros no esperábamos que alguien muy cercano al gobernador nos traicionara. Sé quién lo hizo, estoy casi seguro de
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conocer quién traicionó al gobernador. Pero eso me corresponde a mí resolverlo. Nosotros durante todo el tiempo que trabajamos con ustedes fuimos leales y siempre cumplimos con los compromisos. Qué bueno que sabes que esto es así, Torque. Sabes entonces que no puedo dejarte vivo. Quisiste cazarme y no pensaste que yo soy más chingón que tú. Te gané esta Torque, hoy te tocó perder. El Panemas apuntó directamente a la cabeza del líder de Los Nidos y sin pensarlo descargó su arma corta en contra de quien meses antes había sido su socio incondicional. Luego de cometer el múltiple homicidio, el Panemas y su gente se retiraron del lugar tras rociar con gasolina los cuerpos e incendiarlos. El Panemas dio la orden a todos de esconderse durante un tiempo. Pidió que se fueran lejos de Monterrey. Él los buscaría cuando sintiera que era tiempo de volver a reunirse. Después de ese día el Panemas desaparecería de todos durante las siguientes semanas.
Una propuesta directa Ese mismo día Mario recibió de nueva cuenta la visita del titular de la Secretaría de Gobernación en su despacho. El funcionario federal le pidió tener una charla con él en otro lugar, lejos, muy lejos de Monterrey. Ambos se dirigieron al aeropuerto internacional y tomaron el primer
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vuelo directo a la ciudad de Atlanta. Durante el vuelo tocaron temas muy diferentes a lo que acontecía en el estado de Nuevo León. Al llegar a la capital de estado de Georgia, se instalaron en un céntrico hotel de lujo. —Gobernador —dijo el secretario de Gobernación— en una hora lo veo en el lobby del hotel; por favor, no lleve consigo su teléfono celular, quiero hablar con toda libertad sin temor de que usted pueda estar grabando la conversación. Créame que es muy importante para usted y para su familia escuchar con total atención lo que voy a decirle. —¿Y cómo sé que usted no grabará tal conversación, secretario? —preguntó Mario. —Le aseguro, gobernador, que a mí más que a nadie le interesa que lo que vamos a conversar se mantenga con total discreción. Durante los siguientes treinta minutos, dentro de la habitación, Mario se preguntaba cuál sería su destino después de aquella charla que en pocos minutos sostendría con el enviado presidencial. Minutos antes de bajar a reunirse con Alvirde, Mario tomó su celular y se comunicó con Lucía, quien no estaba enterada de dicha reunión y mucho menos de que su marido se encontraba en la Unión Americana. —Mario, ¿qué pasó?, ¿dónde estás? —cuestionó Lucía tras contestar la llamada del gobernador.
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—Lucía, no te preocupes, estoy en los Estados Unidos con el secretario de Gobernación. Las cosas se han puesto muy difíciles en el estado. —¿Qué pasó?, ¿estás en problemas? —Me temo que sí, pero espero salir bien librado de esta nueva crisis. En cuanto sepa algo te llamo, espero hoy mismo estar en la casa. Mario terminó la llamada y se dirigió al lobby, tal como lo había acordado con el titular de Gobernación. Lucía se quedó unos pocos segundos con el celular en la mano y de su rostro salió una leve sonrisa, parece que todo será perfecto. Al llegar al lugar acordado, el funcionario federal ya esperaba al mandatario neoleonés. —Por favor gobernador, tome asiento —dijo con amabilidad el secretario Alvirde. —Pues aquí estoy a sus órdenes, Alvirde —inició la charla Mario— no entiendo por qué ha decidido usted un lugar tan alejado de mi estado para poder conversar. ¿Teme por su seguridad? —No, gobernador, en este caso el que debería temer por su integridad y la de su familia sería usted. No es el motivo que usted comenta por lo que le he pedido que sea aquí, en este lugar, que tengamos una charla, que le aseguro, será muy importante para futuras decisiones. Lo que busqué es que ningún medio de comunicación se enterara de esta reunión. Como imagino entenderá, debido al
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momento tan crítico por el que está pasando su estado, la prensa al vernos reunidos, empezaría a sacar conclusiones baratas de nuestra reunión. —Pues estoy a sus órdenes secretario —respondió Mario. —Muchas gracias gobernador. ¿Quiere ordenar algo? ¿Qué le parece un buen tequila para no sentirnos tan alejados de nuestra tierra? —Lo que usted decida tomar yo también lo haré con mucho gusto. —Espero, gobernador, que así como esta accediendo a mis gustos, pueda acceder a lo que he venido a proponerle. —Desconozco de qué se trate secretario, pero escucharé con atención y con todo respeto lo que ha venido, imagino que por disposiciones superiores, a ordenarme. Aunque no le aseguro que pueda atender a su petición, si es que a mi gobierno no le conviene. —Gobernador, lo que he venido a tratar es lo que más les conviene a usted, a su familia y a su gobierno. El mesero se acercó a la mesa y el secretario ordenó una botella de tequila Don Julio blanco. Le pidió también llevar botanas tradicionales mexicanas. La reunión se realizaba en la más amplia intimidad, lejos de reporteros. Ellos creían que nadie los observaba. Al llegar el servicio, el secretario ordenó al camarero servir una copa doble a cada quien, la que ambos tomaron hasta terminarla.
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—¡Qué rico es el tequila!, orgulloso licor de nuestra nación, gobernador, ¿no le parece? —El mejor de ellos en el mundo, secretario —respondió el gobernador. —Pues bien, a lo que hemos venido —comentó el licenciado Alvirde. El funcionario federal de inmediato mandó llamar al capitán de meseros y solicitó que el servicio del restaurante lo hicieran llegar a la habitación de Mario. —¿Qué es lo que pasa, secretario? —preguntó Mario, intrigado. El secretario de Gobernación se levantó. Mario lo siguió a pocos pasos sin decir palabra alguna. Ya en la habitación, Alvirde sirvió dos copas más, le entregó una a Mario, y ambos tomaron sus respectivas bebidas de un solo trago. Alvirde se sentó en uno de los sillones de la sala e invitó a Mario a acompañarlo. Mario atendió la petición y preguntó de manera molesta al titular de Gobernación: —¿De qué se trata todo esto, licenciado? ¡Ya me cansé de que usted me trate como un imbécil! Usted sabe que los estados tenemos autonomía legal y la federación se está inmiscuyendo en temas que le pertenecen resolver a mi gobierno. Alvirde parecía no escucharlo, se sirvió un tequila más, esta vez solamente para él. De nueva cuenta lo ingirió de un solo trago. Observó el pequeño recipiente de
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cristal en el que lo había servido, lo colocó boca abajo sobre la mesa de centro de la habitación, y con voz pausada, dijo: —Gobernador, ¿de verdad piensa que el mundo gira en torno a usted?, ¿piensa que ninguno de nosotros, los responsables del gobierno federal, en especial el Presidente de la República, el jefe de las Fuerzas Armadas, los mandos de inteligencia militar o los responsables de las políticas públicas internacionales sabemos quién es en verdad usted y cómo ha actuado en Nuevo León? Me ofende, gobernador, que dude de mi capacidad al frente de Gobernación. Quiero decirle que tenemos un informe totalmente confiable de parte de los gringos en donde señalan con lujo de detalle todas sus actividades. Estamos enterados quiénes son los que dentro de su gobierno están participando en el crimen organizado por órdenes suyas. Nosotros sabemos perfectamente a lo que ha dedicado su gobierno. Tenemos todos los datos, gobernador. Creo que ya es tiempo de que deje de fingir. En la política gobernador, pueden existir miles de aciertos, pero ningún error, y menos como el que usted ha cometido. Mario, ante las palabras del titular de la dependencia federal, solo atinó a decir: —¡Usted me está difamando, Alvirde! ¡No voy a permitírselo! —Usted bien sabe que lo que estoy diciéndole es verdad y, ¿sabe qué?, no voy a perder más el tiempo. Voy a ser lo más claro posible.
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Usted gobernador, fue elegido con el apoyo del Presidente. Recibió de nuestro partido toda la estructura y el recurso que necesitó. Durante sus primeros años de gobierno, su Administración fue un ejemplo para los ciudadanos. No discuto que para el partido, su actuar, aunque simulado, nos ayudó a que los neoleoneses siguieran confiando en el PSN y eligieran a nuestros candidatos a diputados federales para sumar más curules en el Congreso de la Unión, lo que nos llevó a ser la primera fuerza política de México. —La información acerca de mí que dice tener es una total mentira —dijo Mario. —Sin embargo —lo interrumpió el titular de Gobernación— estos últimos meses han sido todo un desastre en su estado, desastre que la Presidencia de la República no puede permitir. Mi estimado gobernador, créame que me es difícil entender cómo es posible que usted no sepa cómo es esto. Nosotros estamos solamente como actores de un teatro de marionetas que somos movidos por los hilos de quien ni siquiera conocemos e incluso jamás conoceremos. Los que están detrás del telón son quienes deciden qué rumbo se sigue. Mientras nosotros estamos aquí conversando, ellos se encuentran en medio del océano en yates de lujo donde viven durante la mayor parte del año. Ellos, mi estimado gobernador, son los dueños absolutos de todo. Son dueños del narcotráfico, del petróleo, de la corrupción mundial. Son los que hacen las guerras para que los de abajo estemos ocupados. Son las guerrillas, son todo, gobernador.
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Por ejemplo, nuestro partido es un partido de izquierda, y yo le pregunto, gobernador, ¿es de izquierda?, ¿qué es la izquierda? Aquí en México no existe la pinche izquierda, y jamás existirá. ¡—Sea claro, Alvirde! —dijo Mario al momento que se levantaba del sillón, con gran molestia. —Seré claro, gobernador. Usted no puede seguir gobernando su estado. Su gobierno está lastimando seriamente a la presidencia y a nuestro partido. Usted no puede seguir en su cargo. —¡Usted no puede obligarme a aceptar lo que me pide! —lo increpó Mario. —Le aseguro que puedo gobernador, sería muy estúpido de su parte que al negarse perdiera todos los millones de dólares que oculta en Panamá y terminar en la cárcel. Créame que no tiene otra opción. Mario, al escuchar el comentario sintió que el mundo se terminaba para él. Ellos sabían demasiado y pensó que no se detendrían ante nada para lograrlo. —¿Para eso tuvimos que venir hasta aquí?, ¿para decirme esto? —preguntó Mario. —Le voy a contar una historia gobernador, hace casi dos años, un jefe de Departamento centroamericano al sentirse acorralado por tantas investigaciones en su contra de corrupción y de vínculos con el crimen organizado, con la mafia del narcotráfico para ser más precisos, decidió fingir su muerte para no ir a prisión. Contrató a un excelente médico estadounidense que le administró un fármaco que
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le hizo dormir cerca de veinticuatro horas de manera tal que ni siquiera podía sentirse pulso alguno en él. La causa de su muerte fue declarada como infarto fulminante. Fue velado en un ataúd que permitía ingresar oxígeno. Nadie se dio cuenta de la farsa. Lo trasladaron a un panteón donde ya lo esperaba un mausoleo en el que dejaron el cajón mortuorio. Al día siguiente, por la noche, lejos de testigos, fue rescatado. Hasta el día de hoy nadie sabe en donde se encuentra, me imagino que estará disfrutando de todos los millones de dólares que logró acumular. Mario sintió que un balde de agua helada recorría todo su cuerpo. —¿Y por qué me cuenta a mí esa historia, Alvirde? —No lo sé, gobernador, creí que sería interesante de su parte escucharla. El secretario de Gobernación se levantó del sillón, se dirigió a la puerta de la habitación y antes de salir dejó en la mesa de centro una tarjeta de presentación. Sin despedirse de Mario, abrió la puerta y se retiró. Mario reaccionó pocos segundos después y levantó la tarjeta que había dejado Alvirde. En ella se leía ―Doctor William Sharon‖ con dirección en Atlanta, Estados Unidos, precisamente en la ciudad de la reunión.
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En el reverso de la tarjeta
estaba escrito un mensaje de Alvirde que decía:
―Coméntele que va de parte mía, él sabe de qué se trata‖. Mario quedo pensativo mientras continuaba con los ojos puestos en el mensaje.
Mario regresa a Monterrey El regreso de Mario a Monterrey fue de lo más difícil. Tenía que tomar una decisión inmediata. No podía esperar más tiempo. Durante el vuelo, Mario iba recordando una a una las acciones que lo habían llevado hasta donde hoy se encontraba. —―¿Qué había salido mal si todo estaba controlado, Cómo fue que llegó a este momento?‖ —pensaba. Los recuerdos de toda su vida lo acompañaron durante el vuelo. Su teléfono celular no dejaba de sonar en cuanto aterrizó en tierras nacionales. Su gobierno era un caos. Los diputados de las diferentes fracciones parlamentarias en el Congreso Local exigían su renuncia inmediata. Los más fuertes personajes de la oposición exigían a las autoridades federales la inmediata detención del Ejecutivo estatal para aclarar los sucesos de violencia registrados en las últimas semanas. Los medios de comunicación no podían encontrarlo y los responsables de prensa no sabían qué responder ante los cuestionamientos.
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Se había paralizado toda acción gubernamental. Las noticias nacionales estaban dictadas desde Nuevo León. Mario se sentía derrotado. Directamente del aeropuerto, Mario se dirigió a casa, donde lo esperaba Lucía. Al verlo entrar, Lucía se acercó a él. Lo notaba con la cara desencajada y muy nervioso. —¿Qué te pasa, qué sucedió? —preguntó intrigada la señora del gobernador. —Lucía, tengo que hablar muy seriamente contigo, por favor acompáñame al despacho. Al entrar al despacho, Mario pidió a Lucía sentarse, ya que era muy importante lo que tenía que decirle. Ella obedeció y se sentó para esperar las palabras de su esposo. —Lucía —empezó Mario— esto que voy a decirte es muy importante para los dos. —Habla entonces, Mario, me tienes con un mundo de interrogantes en la cabeza y no atinas a decir absolutamente nada. —Antes que nada, quiero pedirte perdón por todo lo que he hecho. Yo esperaba que nuestra vida juntos hubiera sido diferente. Cuando te conocí soñé en hacerte la mujer más feliz del mundo y no lo cumplí.
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Por favor Mario, déjate de nimiedades y vamos al grano —respondió, molesta, Lucía. Mario le comentó con lujo de detalles la conversación que sostuvo en los Estados Unidos de América con el secretario de Gobernación. Ante lo dicho por Mario, Lucía no atinó a articular palabra alguna. Se le quedó viendo y después de unos instantes soltó una leve carcajada. —Por favor Mario, eso que comentas solo pasa en las películas o en las novelas de ciencia ficción —expresó Lucía. —Lo que has dicho raya en lo absurdo y en lo ridículo. ¡Tú eres el gobernador de Nuevo León!, y como tal tienes que actuar para lograr encontrar a los responsables que han hecho de nuestro estado una tierra de nadie. No es posible que me cuentes estas estupideces, Mario. Me parece que eres un cobarde por no afrontar de manera responsable la crisis que estamos pasando, y entonces decides inventar las tonterías que estás diciendo. —¡Escúchame bien, Lucía! —le respondió Mario mientras se dirigía a ella con enfado. No sé en qué novelas o películas has visto que esto sucede, pero lo que yo te estoy diciendo es verdad. Tenemos muy poco tiempo, y debemos pensar muy bien lo que vamos a hacer para salir de esto.
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Únicamente nos tenemos tú y yo. Ya no existe nadie más en nuestra vida. Nuestras hijas jamás van a aparecer con vida y lo sabes bien. Tú y yo sepultamos sus cabezas calcinadas, sus cuerpos jamás aparecerán, Lucía. Así que por favor no perdamos más tiempo en discusiones estériles. —Mario, ¿me estas pidiendo que sepulte tu cuerpo que según tú estará vivo? ¿Me estas pidiendo que después de realizar tu funeral te deje en el mausoleo donde están sepultadas Mayra, la que dices fue tu madre y donde están sepultadas también nuestras hijas? ¿Me pides asimismo que después de la medianoche acuda a abrir los candados del mausoleo para que tú salgas? —Eso es precisamente lo que te estoy pidiendo, Lucía. Después de que lo hagas, yo tendré todo preparado para alejarnos de aquí para siempre y disfrutar de todo lo que he logrado obtener durante mi gobierno. —¿Lo que has logrado reunir durante tu gobierno?, ¿a qué te refieres, Mario? —¡Me refiero a que podemos irnos muy lejos y disfrutar de lo que no hemos podido disfrutar, Lucía! De pensar en volver a crear una familia con hijos, alejados de todo esto —respondió Mario. —¡De verdad que te has vuelto loco! —gritó Lucía mientras se dirigía a la salida del despacho. Mario la alcanzó y le dijo: —¡Por favor, Lucía, créeme, te juro que estoy diciendo la verdad!
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—discúlpame Mario, pero lo que estoy escuchando es totalmente una estupidez, creo que has perdido la razón. En ese momento tocan a la puerta del despacho donde se encontraba Mario y Lucía. Se trataba del secretario particular del gobernador. Adelante —responde al llamado Mario. Gobernador, le buscan de manera insistente a la entrada de su casa —comenta el particular. ¿Quién me busca? —responde el gobernador El Doctor William Sharon de la ciudad de Atlanta, Estados Unidos y que es muy importante hablar con usted. Comenta que usted ya sabe quien lo envía – responde nuevamente a la pregunta el asistente. Mario y Lucía se quedan en silencio. Un silencio que petrifica. Mario reacciona —Dile que espere unos momentos. Infórmale que en seguida lo recibo —ordena el gobernador a su asistente. Lucía, tenemos poco tiempo, por favor escucha con atención —Dice Mario dirigiéndose a la caja fuerte del despacho. La abre con nerviosismo y de ella toma unos documentos y unos objetos pequeños. Se dirige a Lucía y le dice.
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—Lucía, estos documentos son los que vamos a utilizar para irnos muy lejos tú y yo después de que me rescates del mausoleo en donde me colocaras cuando sea declarada mi muerte. Esto —dice Mario mientras le entrega dos objetos del tamaño de un llavero de automóvil. son las llaves electrónicas del banco nacional de Panamá en donde tengo guardado todo nuestro dinero. Mario le entrega también un sobre blanco sellado perfectamente. Lucía aceptó lo que el gobernador le entregó y al mismo tiempo sintió un escalofrió recorrer todo su cuerpo. Ella lo que más ansiaba era la muerte del gobernador y ahora el mismo la ponía en sus manos. Si algo sale mal —continuó Mario— si no logro sobrevivir a esto, solo tienes que hacer una transferencia bancaria ingresando la contraseña que se encuentra dentro del sobre que te estoy entregando. La transferencia se realizará a nombre de la persona que aparece en el pasaporte donde está tu fotografía. Esa persona eres tú. —Mario, ¿pero qué cosas dices?— —Por favor, escúchame Lucía, queda poco tiempo. Tú eres la única persona en la que puedo confiar. ¿Puedo confiar en ti? —preguntó Mario mientras la tomaba de los hombros y la observaba fijamente.
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Lucía no respondía. ¿Puedo confiar en ti Lucía? —repitió nuevamente la pregunta el gobernador. —¿Y si algo sale mal, Mario? —respondió Lucía. —Si algo sale mal y no es culpa tuya, yo estaré tranquilo Lucía. Pero quiero que me respondas que podré confiar en ti. Que puedo confiar que harás todo lo que esté de tu parte para rescatarme. En punto de la medianoche del día que me coloques en el mausoleo, promete que asistirás a liberarme y que nos iremos juntos muy lejos de aquí. —No puedo prometerte nada Mario; si mi seguridad está en peligro, no lo haré. Mario la miró fijamente y dijo: —Lucía, mi vida está en tus manos. Haz lo que tengas que hacer. —Lo haré, de eso no tengas la menor duda gobernador —dijo Lucía mientras se acercaba a Mario para darle un beso en la mejilla. En sus manos Horas después, la prensa nacional anunciaba en primera plana: ―El Gobernador del Estado de Nuevo León se encuentra grave debido a un infarto que ha sufrido horas antes en su residencia, se teme por su vida. El infarto que ha sufrido, dicen los médicos que están atendiéndolo, fue causado por el gran estrés ocasionado por los últimos acontecimientos suscitados en la entidad. Fuentes oficiales confirman que se espera su muerte de un momento a otro‖.
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A los pocos minutos, mediante su cuenta de Twitter, el Presidente de la República publicó: ―Lamento profundamente el fallecimiento del Gobernador de Nuevo León, Mario Martínez de la Garza. Mis más sentidas condolencias a su familia‖. En un segundo mensaje por la misma vía comentó: ―Sin duda alguna un hombre que dedicó su vida a servir a los regiomontanos. Descanse en paz‖. Para la prensa, el mensaje del Presidente de la República en redes sociales fue una declaración oficial de que el gobernador de Nuevo León había fallecido. La causa de la muerte había sido un infarto fulminante al corazón. Fue declarado muerto por su doctor de cabecera, William Sharon. Su cuerpo fue velado solamente pocas horas en su residencia. La señora del gobernador no permitió que se le rindiera homenaje póstumo en el Congreso Local ni en ningún otro recinto. Después de varias horas de velación, fue trasladado al panteón, donde se encontraba el mausoleo. El cortejo se realizó mediante un fuerte dispositivo de seguridad. No se permitía acercarse a nadie a menos de siete metros de distancia del féretro. Lucía, al llegar al lugar del sepulcro, abrió el mausoleo y permitió ingresar únicamente a dos personas encargadas de la inhumación. Les ordenó bajar el ataúd al segundo nivel y exigió de inmediato se retiraran sin colocar losa alguna sobre el féretro. Lucía personalmente cerró uno de los dos candados que permitían el acceso interior del mausoleo y que cubrían este con dos hojas de lámina decorada.
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Esperó a que todos los presentes se retiraran. Después de varios minutos, todos los que la había acompañado se perdieron de vista. Lucía estuvo fuera del mausoleo cerca de cuarenta minutos más, sin mover siquiera un solo dedo de su cuerpo. Parecía estar completamente inmóvil. De pronto, giro de nueva cuenta su cuerpo hacia el ingreso del mausoleo. Lo abrió con total tranquilidad y, decidida, sacó de entre sus ropas el segundo candado y después de insertarlo en el segundo y último cerrojo de las láminas que cubrían el ingreso a las fosas, cerró para siempre la posibilidad de que Mario pudiera salir con vida de aquella trampa mortal. Sus guardias de seguridad, que observaban la acción, pensaron en ese momento que la actitud de Lucía respondía a dejar totalmente asegurado el sepulcro del gobernador. Al momento de retirarse, Lucía observó por última vez las llaves que podrían abrir aquel sepulcro y las lanzó con toda su fuerza hacia el fondo de una ruinosa tumba que se encontraba abierta, olvidada. Jamás se dio cuenta de que unos ojos observaban desde lejos el momento de su acción. Acompañada de guardaespaldas, la señora del gobernador regresó a su casa. Pidió a sus guardias retirarse a descansar. Les exigió dejarla sola, no quería a nadie cerca de ella. Sabía que era muy difícil que siguieran su instrucción.
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Dentro del hogar, pidió gritando a toda la servidumbre retirarse de inmediato, los quería fuera de casa. Los sirvientes obedecieron de inmediato la instrucción. Durante las siguientes horas se dedicó a guardar en una maleta de gran tamaño lo que Mario le había entregado. También guardó todo lo que se encontraba en la caja fuerte del despacho de su marido y todo documento que ella consideró valioso. Al terminar, se asomó desde una de las ventanas de la residencia y constató que sería muy difícil escapar, ya que dos camionetas de la Secretaría de Seguridad se encontraban custodiando su hogar. Llamó entonces a el Chino Zapote desde uno de los celulares que había comprado para comunicarse con él y que hacían imposible rastrear las llamadas. Chino, necesito que me hagas un favor —pidió la señora del gobernador al traficante. En cuestión de minutos, a bordo de un vehículo de modelo atrasado, llegaron a la casa de la señora del gobernador dos ancianos. Los guardias de seguridad al detenerlos les preguntaron que se ofrecía, y ellos respondieron que eran tíos de Lucía y que necesitaban verla para reconfortarla por el momento tan amargo que estaba pasando. Los guardias le informaron a Lucía de la presencia de los visitantes y al instante les ordenó dejarlos pasar hasta el estacionamiento familiar.
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Quince minutos después, salió de nueva cuenta el automotor con la pareja de ancianos a bordo. Pocos segundos después de que la pareja de ancianos se hubo retirado del lugar, una gran columna de humo se dejaba ver desde el interior de la casa. El humo se volvió más intenso en pocos segundos, y enseguida se alcanzó a observar una gran llamarada que indicaba que el lugar estaba incendiándose. No había nada que hacer, la presencia de los bomberos era inútil. En cuestión de minutos la mansión se encontraba totalmente envuelta en llamas. Nadie que se encontrara dentro podía salvarse. Una desgracia más para el gobierno de Nuevo León. La señora del gobernador habría muerto calcinada en su propia casa.
La señora del gobernador A cientos de kilómetros de distancia de Monterrey, la pareja de ancianos estacionó el viejo vehículo en un hotel a pie de carretera y pidió una habitación para tres personas. Al registrarse, el anciano volteó a ver a su anciana acompañante y dijo al encargado del hotel que sería mejor rentar dos habitaciones, una para ellos y otra para su hija. El empleado del hotel sonrió y les asignó habitaciones separadas. Al ingresar a las habitaciones, el anciano le entregó a la hija la llave de un automóvil de modelo reciente.
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Lucía, el Chino me encargó te diera este celular por si se te ofrecía algo —expresó el anciano al entregarle el aparato telefónico. El automóvil —continuó el anciano— está en la próxima gasolinera, es un Tiida gris 2011 aparcado en el cajón 17 del estacionamiento de la tienda de conveniencia; también, dentro de él se encuentra un boleto de avión abierto a cualquier destino nacional o internacional, diez mil dólares en efectivo y 90 mil en una tarjeta bancaria. Ahí mismo localizarás la contraseña para disponer de ellos —finalizó. Lucía abrazó al anciano. Sin decir palabra, se dirigió a su habitación y cerró la puerta. Dos horas después, abrió la puerta de su habitación y se aseguró de que nadie la vigilara. Tomó su maleta y salió de manera sigilosa del lugar. La pareja de ancianos se encontraba dormida en su habitación. Lucía se dirigió a la gasolinera que le indicaron. Reconoció el vehículo que le describieron y lo abrió con la llave que le proporcionaron. Tomó el efectivo, la tarjeta y un sobre en el que se encontraba la contraseña para disponer de dinero a través del plástico bancario. Esperó en la misma gasolinera a que un autobús detuviera su marcha. No tardó mucho. Un camión con destino a Tijuana se detuvo. Lucía lo abordó después de pagar su pasaje. Se sentó al final del autobús y en muy pocos minutos se quedó total y profundamente dormida. Los dólares, la tarjeta bancaria y el sobre de la contraseña los había ocultado entre sus partes íntimas. Se había quitado el sostén para asegurar con él la maleta contra su cuerpo.
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Las horas transcurrieron para Lucía como si fueran minutos. Su sueño fue tan intenso que solo despertó al llegar a la ciudad fronteriza. Lucía bajó del autobús, abordó un taxi y le pidió al chofer la llevara hacia un hotel de buena calidad. El taxista la condujo al hotel... Lucía se registró con el nombre que aparecía en el pasaporte que Mario le había entregado. Una vez en su habitación, Lucía tomó una larga ducha que disfrutó como no lo había hecho durante mucho tiempo.
Mario despierta Después de varias horas dentro del ataúd en el que había sido depositado, Mario, al pasar los efectos de la inyección que le hizo dormir profundamente, despertó, y con desesperación intentaba abrir el féretro que lo mantenía enclaustrado. Con total facilidad lo abrió y salió de él. Esperaba que en pocos minutos su esposa lo rescatara de ese infierno. Una total oscuridad inundaba el lugar. Buscó el celular que le había pedido a Lucia colocar dentro de la bolsa interna del saco del traje sastre en el que sería sepultado y con sorpresa, que sintió escalofriante, se dio cuenta al instante que no estaba el aparato telefónico. En su lugar solo encontró un llavero, sin llaves, con una pequeña linterna que encendió
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de inmediato. Era una luz muy tenue la que despedía aquel diminuto fanal pero que le permitió penumbras en vez de la oscuridad total. Poco a poco, las pupilas oculares se acostumbraron al entorno y fue cuando empezó a descubrir decenas de esqueletos a su alrededor, que pertenecían a hombres y mujeres que fueron asesinados por ordenes suyas. Minuto a minuto la desesperación ante lo que observaba crece. Un sudor frio recorrió todo su cuerpo. Sentía que los cadáveres se levantaban una y otra vez reprochándole su muerte. Mario esperó en vano a su esposa. Ella nunca llegó. Su cadáver se confundiría para siempre con los qué ahí se encontraban.
La carta Lucia al salir de la ducha, desnuda, sacó de la maleta unas tijeras y al hacerlo, unas hojas de papel, que también había guardado en ella, quedaron a la vista. Lucia las tomó entre sus manos, sabía de lo que se trataba. Las hojas son la carta que Mayra escribió a Mario años antes de ser asesinada. Lucia, a partir de esa carta, se dio cuenta de que no conocía quién era en realidad el ser a quien había entregado toda su vida. La carta decía: ―Mario, hijo mío, si estás leyendo esta carta es porque he muerto. He muerto y en vida nunca tuve el valor de decirte de frente lo que aquí te escribo. En esta carta
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quiero que conozcas por mí toda la verdad, quiero que sepas quién fui y quién eres. Quiero que sepas toda la verdad, porque mereces saberla. ―He cometido el más grande de todos los pecados, el pecado de la cobardía. Ni siquiera el verte dormir profundamente y con una tranquilidad que me espanta, me ha dado fuerzas para vencer este miedo que sin quererlo te está arrastrando junto conmigo a una vida que no quiero para ti. Hoy acabas de cumplir doce años y sé que por más que lo intenté, no pude darte una infancia feliz. Al contrario que tú, yo fui una niña feliz, rodeada de lujos y de amor. Guardo muy gratos recuerdos de mi padre, mi madre y mi hermana durante niña. Cuando cumplí los 17 años, el amor llego a mi vida de una manera extraordinaria. Me enamoré de un hombre que yo creía excepcional, un hombre al que le entregué todo mi amor y también mi vida entera. Las cosas sucedieron de una manera tan bella y tan profunda que sin pensarlo sucumbí ante el encanto del primer amor. Imagino que debido a la inocencia de mis pocos años fue que quedé embarazada. Cuando me enteré que dentro de mi crecía el fruto del amor sentí una dicha que es imposible describir con palabras, se necesita estar tan enamorada como yo lo estaba para poder entenderlo. Yo lo entendía, mi padre no lo hizo. De manera grotesca y humillante, recibí de él todo el desprecio y el odio al saber que estaba esperando un hijo, un hijo producto del amor y al parecer, también producto de ser una hija malagradecida e imbécil. Mi padre nunca me perdonó que yo a mi corta edad saliera embarazada. Para él fui la vergüenza familiar, así que decidió apartarme de su vida y de la vida de toda la familia. Aún siento en el alma un dolor punzante de saber que mi madre y mi hermana nunca se opusieron a que yo abandonara de
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manera humillante el seno familiar. Mi padre jamás me volvió a dirigir la palabra, nunca me escuchó. Yo me encontraba devastada por su decisión, en algún momento creí que la noticia de mi embarazo les iba a causar una inmensa alegría… qué equivocada estaba. Por órdenes de mi padre, una sirvienta de la casa me llevó a la Central Camionera con tan solo una maleta, yo recuerdo como entre sueños que obedecía casi inconsciente sus instrucciones. Me preguntó a dónde quería ir, le contesté que al lugar más lejano que se pudiera de ellos, un lugar en donde nunca más supieran de mí. Fue entonces que compró un pasaje a una ciudad que no conocía, Tuxtla Gutiérrez. Después de pagar el boleto me dio, si mal no recuerdo, 20 mil pesos, y me dejó sola, completamente sola, bueno, no estaba tan sola, llevaba conmigo, en mi vientre, a un pequeño ser que en muy pocos meses nacería. ―Fueron muchas, muchas horas de viaje, en el que la mayor parte del tiempo me la pasé dormida, totalmente dormida, quizá por la depresión que sentía. No sabía qué era lo que el destino me tenía preparado. Cuando llegué a la Central de Autobuses de esta ciudad y al querer tomar mi maleta me di cuenta de que no estaba en el lugar que la había dejado, busqué entonces el dinero que me había dado Jacinta (la sirvienta de la familia) en la bolsa de mi pantalón y me di cuenta de que me lo habían robado en algún momento del viaje. No tenia absolutamente nada, ni ropa ni dinero alguno. Sentí morir, no me preocupaba el estar bien yo, me preocupaba el no tener cómo hacer frente al nacimiento de ese pequeño que dormía dentro de mí, al pequeño que amaba aun antes de conocerlo. Sin saber a dónde dirigirme, con hambre y frío, esperé dentro de la Central Camionera a que
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amaneciera para poder ordenar mis ideas. Una mujer robusta, de mediana edad, me miraba con mucha insistencia, yo rehusaba su mirada con temor. De pronto se acercó y me preguntó si estaba bien, le respondí que no, que no estaba bien, que me habían robado todo durante el viaje, que tenía hambre y que estaba esperando un hijo. Ella se llama Teresa, doña Teresa. Me dio de comer y me llevo a su casa. Después me enteré de que era prostituta y que al lugar a donde me llevó era un sitio donde vivían muchas de ellas. Recuerdo claramente sus palabras cuando llegamos ahí: ―Vamos a cuidarte, vamos a cuidar que tu criatura nazca con bien, después ya decidiremos qué haremos contigo‖. En el lugar también se encontraba una chica de 19 años, que como yo, estaba embarazada. Su nombre era Amelia, una chica muy linda que por cuestiones que nunca supe, se había convertido en prostituta desde los quince años. Ella y yo teníamos casi el mismo tiempo de embarazo. Cerca de cinco meses después, la Policía de la ciudad realizó una redada en la casa de doña Tere y nos llevaron a todas detenidas. A mí me golpearon, como a las demás. Se complicó mi parto y el de Amelia. En los separos de la Policía Municipal, al notar que nos encontrábamos embarazadas y con fuertes dolores a causa de los golpes recibidos, nos llevaron al hospital para darnos atención. Amelia, quien era la más grave, recibió atención de inmediato, después de realizarle una cesárea dio a luz a un varón hermoso, un pequeño que al sentir que era arrancado de la calidez interna, lloró con tal fuerza que despertó a más de dos. Desgraciadamente Amelia, su madre, murió durante la intervención. ―A mí me atendieron pocas horas después. Yo no sentía dolor alguno. Cuando desperté de la operación, me informaron de manera muy cruda que mi hijo había
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muerto al nacer. No podía creer lo que estaba escuchando, mi hijo, por el que había soportado tanto dolor, no existía, había muerto sin siquiera conocerlo. Las horas que siguieron fueron para mí interminables. Quería morir, nada me detenía en ese momento en la vida para seguir luchando. Pensé entonces en mi familia, creía que ellos entenderían por lo que estaba pasando y correrían a ayudarme. Pensé que tendría su apoyo incondicional. Venciendo mi orgullo llamé a casa de mis padres, me respondió mi hermana Esther, al decirle lo que me estaba ocurriendo solo escuche de su voz una sentencia: ‗Mayra, por favor no vuelvas a llamar, para esta familia tú estás muerta, mis padres no quieren saber absolutamente nada de ti, por favor no vuelvas a llamar, lo que te está sucediendo es lo que tú misma buscaste‘. Colgué el teléfono y aunque quería llorar, de mis ojos ya no salían más lágrimas. ―Doña Tere, quien había escapado de la redada, se encontraba en el hospital cuidándonos como si fuera nuestra propia madre. A ella le entregaron al pequeño hijo de Amelia, pues dijo que era la abuela. A los pocos días, no sabía qué hacer con él, tomó la decisión de entregarlo al orfelinato de la ciudad. Yo le supliqué que no lo hiciera, le supliqué que no le quitara la oportunidad de la libertad, le pedí algo de lo que jamás me arrepentiré, le supliqué me lo diera, le prometí amarlo como si fuera mi propio hijo. Después de tanto insistir, accedió y hasta el día de hoy cumplí con mi compromiso. Sé, hijo mío, que entiendes perfectamente lo que te estoy escribiendo. Para mí tú eres parte de mi sangre. Mi vida no fue un gran ejemplo, pues como sabes, fui una prostituta y no supe cómo no serlo. No quiero
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justificarme, pues tampoco sé cómo hacerlo, solo quiero decirte que te amé con toda mi alma. ―Toda la gente piensa que el negocio de la prostitución no deja nada bueno, se equivocan, a mí me ha dado mucho y de lo que he aprendido quiero dejarte estos consejos que estoy segura te servirán para toda la vida si es que los llevas como escudo. ―El primero de ellos: nunca, jamás, esperes nada de nadie, ni siquiera de ti mismo, pues también a nosotros mismos nos fallamos y nos traicionamos. ―El segundo: recuerda siempre que todo en esta vida es una compraventa, un trueque, un negocio, nadie da nada por nada, todo lo que recibes terminas pagándolo. Y el tercero y creo el más importante: aprovecha la oportunidad de estar despierto cuando los demás duerman plácidamente y aprovecha aún más cuando su letargo sea tan profundo que ni siquiera puedan darse cuenta que te encuentras presente. Duerme poco y sueña mucho, lucha por tus sueños pero cuida que estos no se conviertan en pesadilla. Irremediablemente el odio y el amor siempre acompañarán tu vida, sé amigo de los dos, pero nunca confíes en ellos, los dos son tan diferentes pero irónicamente tan iguales que si lo haces terminarán hiriéndote. Maneja cautelosamente cada paso que des. Sin duda tendrás caídas, unas más dolorosas que otras, pero si consigues soportarlas y aún más, entenderlas, tu camino se convertirá en sendero. Que nada te detenga, cruza lo
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que tengas que cruzar, pisa lo que tengas que pisar, haz a un lado con valor y con total decisión lo que obstaculice tu andar. ―Recuerda los consejos de esta prostituta, suripanta, arrabalera y puta que te amó con el más grande amor que pudo hacerlo. ―Estoy segura de que al saber de mi muerte tus abuelos te buscarán. Tú tienes la decisión, y si te acogen en su familia nunca les comentes de esta carta. Te mando mis bendiciones.‖ Concluyó la misiva. El detective contratado por Eva, madre de Mayra, había mentido en los resultados de ADN obtenidos a Mario durante la petición de don Jesús, haciéndoles creer que en realidad se trataba de su nieto. Lucía tomó un encendedor de su bolso y prendió fuego a la carta. Lanzó un pequeño suspiro y tomó nuevamente las tijeras. Cortó y tiñó su cabello conforme al pasaporte falso; mientras lo hacía, su mente se encontraba al mismo tiempo a miles de kilómetros. Frente al espejo esbozó una leve sonrisa y pensó en sus hijas. Muy pronto volvería a estar con ellas. Lucia hizo creer a Mario que sus hijas habían sido asesinadas y calcinadas. Agustín, su guardaespaldas de mayor confianza, había hecho llegar a la casa del gobernador dos cabezas infantiles que días antes habían perdido la vida en un accidente automovilístico junto a sus padres y que no habían sido reclamadas ya que el vehículo siniestrado tenia placas americanas y las mismas habían quedado
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completamente ilegibles por el fuego ocasionado en el accidente. Nunca serían reclamados los cuerpos. Mario creyó totalmente la farsa. Las cabezas infantiles calcinadas estaban totalmente irreconocibles por lo que el gobernador jamás dudó que en realidad se trataba de sus hijas. –Mario no habría querido investigar más ante el temor que con ello se descubrieran sus vínculos con el narcotráfico-
Lucía había planeado la detención de Martha, su nana, para seguir sus planes. Lo planeado por la señora del gobernador dio resultado. Martha se encontraba en Madrid junto a las hijas de Lucía quienes habían salido con pasaportes falsos. Agustín, también con pasaporte falso, las había sacado del país como el progenitor y apoyado con una acta de defunción ficticia de una inexistente esposa. Para hacer más creíble la farsa, Agustín y las niñas iban acompañados de Martha, la supuesta abuela materna. Fue muy fácil sacarlas del país. Lucía, al día siguiente, muy temprano, tomó su maleta, cruzó la frontera de Estados Unidos con total tranquilidad, el pasaporte y la visa falsos le habían servido de maravilla. Tomó un taxi y se dirigió al Aeropuerto Internacional de Los Ángeles. Compró el primer vuelo con destino a Madrid. (El vuelo abierto que le había proporcionado el
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Chino Zapote lo había regalado a un despachador de la gasolinera de Tijuana.) Tendría que esperar más de cuatro horas. La espera se hacía eterna; por fin, a través del sonido local informaron a los pasajeros del vuelo 734 de Iberia con destino a Madrid abordar por la puerta 17. Al escuchar la instrucción, Lucia se levantó lentamente de su asiento en la sala de espera, tomó su maleta y con una tranquilidad absoluta entregó su pase de abordar. Creía que su vida sería distinta al llegar a la capital española. Estaba muy alejada de la realidad. Todas sus acciones eran observadas de manera intensa por uno más de los pasajeros que tomaría ese mismo vuelo y que se encontraba a tan solo siete espacios detrás de ella. Ese pasajero tenía muchas preguntas qué hacerle a la señora del gobernador. Ese viajante era Joaquín, el Panemas.
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Aclaración: Los hechos y personajes de esta Novela son ficticios, cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia.
Autor: Fernando Osorno Gmail: ferosornoa@gmail.com Twitter; @Osorno_Fer Facebook: www.facebook.com/fernando.osorno.9 Oficina de contacto 044-3312129196
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