Tokio Booklet

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T O K I O EDICIÓN Y FOTOGRAFÍA: FER PIÑA

TEXTO: TRAVELER

Un d i a r i o v i s u a l q u e t e tr ans p o r ta a una d e l a s ci u d a d e s m á s e x ó tic as y vanguard is t a s d e l mu n d o. E n d ó n d e e l minimalis mo y l o s co l o re s p a s t e l e n a mo r an a c ualq uie r a.



Tokio es una ciudad extraña. No tiene rival. Nueva York, Berlín, Hong Kong, París, Moscú, Pekín, ninguna. De todas las grandes metrópolis construidas por el ingenio humano, la más extravagante de lejos es Tokio. En ningún otro sitio se van a despedir de ti arrodillados en la puerta de sus casas. Ni vas a encontrar máquinas expendedoras de bragas usa-

TOKIO ES TODO LO QUE NUNCA HAS VISTO Y SIEMPRE HAS SOÑADO. das. Las propinas aquí son un acto de descortesía –¿acaso insinúas, cliente, que mi salario es insuficiente?– y en una conversación las traducciones de monosílabos se prolongan hasta la noche de los tiempos. La verdad es que tanta rareza a ojos occidentales es una suerte en estos tiempos de globalización. La originalidad está garantizada.Tanto en las rutinas tokiotas como en los escenarios concretos.

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Tokio ha convertido un monumental mercado de pescado, el de Tsukiji, en un hito turístico. En los aseos de las casas elegantes, los inodoros tienen botones que hacen ruidos para disimular el indiscreto escape de gases y que activan la calefacción de la taza. Una calefacción inexistente, sin embargo, en la mayoría de hogares, a pesar de que las temperaturas son muy bajas en invierno. Los besos, los abrazos, las muestras físicas de cariño son una rareza, incluso entre familiares. Al futbolista David Beckham, cuya desnudez es apreciada en todo el universo y más allá, lo expulsarían de los famosos onsen o baños de aguas termales como los de Hakone: sus tatuajes, para los japoneses, están asociados indiscriminadamente a la mafia yakuza. Ahí están el Estadio Kokugikan de sumo, el teatro de Kabuki de Ginza, el festival matsuri en el santuario de Kanda Myojin y el mercadillo callejero de Ameyoko, en el parque de Ueno, que también es popular por albergar los museos más importantes de Tokio –el Museo Nacional de Tokio, con

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la mayor colección de arte japonés del mundo, y el Museo Nacional de Arte Occidental, entre otros–, el zoo más antiguo de Japón y el estanque de Shinobazu. El famoso paso de cebra de Shibuya es una de las manifestaciones de caos ordenado más bella de Oriente. En pocos segundos el asfalto se transforma en una vibrante alfombra humana. Por la noche, los neones alumbran el espctáculo. El barrio es una buena opción para ir de compras y salir de farra hasta las tantas. En Ginza se encuentran las tiendas más exclusivas del país. En este distrito el metro cuadrado se cotiza en millones de yenes. Akihabara es conocido como la ‘ciudad de la electrónica’. Un barrio repleto de tiendas de cámaras digitales, ordenadores y smartphones.Y de los maid cafés, bares y restaurantes que siguen la estética del anime donde las camareras son unas lolitas disfrazadas de doncellas La ciudad además estrena rascacielos. na estructura que aspira a convertirse en símbolo identitario. El año pasado abrió sus puertas en el barrio de Sumida la Tokyo


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kytree, la torre de televisión más alta del mundo con 634 metros –casi tres Pirulís madrileños superpuestos uno encima del otro. En esta página web se pueden comprar con antelación las entradas para ascender al observatorio ubicado a 450 metros de alto. Desde aquí el Monte Fuji se contempla nítido como una acuarela colgada en el cielo de Japón. Con todo, pese a tanta extravagancia y tanta singularidad nipona, la ciudad extraña es una de las capitales más amables para el viajero. Populosa, caótica por momentos, pero donde el viajero no es tratado como un ‘turista’ más. Siempre será el otro, el extranjero, pero sujeto a un respeto y una cortesía por parte tokiota que nunca son impostados. Da gusto llegar a un país industrializado, moderno, tecnológico, a la vanguardia del siglo XXI, y que te choque todo, hasta el más insignificante de los gestos. En lo que atañe al viajero, el principal defecto de esa vanguardia es el aburrimiento: la grotesca homogeneización de gustos, hábitos, colores. Pensad solo en los aeropuertos de Hong Kong, Berlín y Nueva York en el siglo pasado, hasta los años 70 u 80. Pensad en esos aeropuertos ahora. Un calco. Mismas cafeterías, restaurantes, tiendas, firmas.

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LA RIGUROSA PUNTUALIDAD, EL RECHAZO DE LAS PROPINAS, EL APEGO POR EL TREN, LOS TEMPLOS, LA AÑORANZA DE LA NATURALEZA, LA CIUDAD DE NEÓN. ESTAMPAS RECOGIDAS EN EL CIELO Y SUBSUELO. Cuando aterrizas en el aeropuerto de Tokio, vas al aseo y el váter es un robot –un ingenio electrónico con panel de control para graduar la calefacción de la taza, encender el secador, disparar el desodoraVVnte...–. No puedes salir a fumar a la calle, al aire libre, está prohibido; hay que hacerlo en el interior, en un espacio habilitado. Te dirán que sí, que no hay problema, claro que se puede beber enW la calle, sobre todo sake, te recomendamos los de la prefectura de Ibaraki. En el taxi, el chófer con guantes blancos ocupa el asiento de la derecha, a la inglesa, y el vehículo compagina la más alta tecnología –la puerta trasera se abre y cierra sola, no intentes hacerlo por tu cuenta– con un decorado de película de Almodóvar en el que destacan los bordados de punto

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de cruz para conservar la tapicería de los asientos. En el tren no puedes hablar por teléfono móvil. En los andenes del metro los tokiotas forman unas filas tan ordenadas como silenciosas en los tramos de las vías donde se espera que se abran las puertas de los vagones. Y sí, es cierto, hay vagones solo para mujeres indicados con pintura rosa en el suelo. El objetivo es protegerlas de los sobones cuando los vagones se llenan hasta los topes, y funcionan solo en hora punta, el resto de la jornada admiten pasajeros de ambos sexos. Una vez en la calle no encuentras una papelera pero tampoco ves papeles en el suelo. Intentas comunicarte en inglés pero nada, como si lo hicieras en español. Así que cuando llegas al hotel, en una avenida donde hay varias bicicletas sancionadas por la Policía con una multa porque


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el ciclista ha aparcado mal, te das cuenta de que realmente estás en otro sitio, en otra ciudad, en otro país que no es el sosias de c ualquier otro país del mundo industrializado, moderno, tecnológico, a la vanguardia del siglo XXI. En el centro de la ciudad de Tokio viven casi unos 12 millones de habitantes. El conjunto total del área metropolitana ronda casi los 40 millones, convirtiéndose así en la aglomeración urbana más poblada del planeta (para hacerse una idea, es como

si colocáramos a toda la población española en un espacio del tamaño de Aragón). En realidad, Tokio no es una ciudad, es un conjunto de 23 distritos urbanos, ciudades circundantes e incluso islas situadas a más de 1.000 kilómetros, las idílicas islas de Ogasawara, declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

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ara articular la movilidad de tantas personas cuenta con la red ferroviaria más densa del mundo, entre metro, trenes de cercanías y Shinkansen, los trenes de alta velocidad o trenes bala, como lo conocemos los occidentales, no los Wjaponeses. Solo la línea circular JR Yamanote es utilizada por más de tres millones y medio de personas cada día, como si pasara todo Madrid por sus andenes. De hecho, Tokio, que resistió como un titán el embate del terremoto de marzo de 2011, el peor en décadas, encontró en el colapso de su red ferroviaria uno de los principales problemas del seísmo. Los trenes se pararon como medida de seguridad y millones de personas tuvieron que caminar decenas de kilómetros para llegar a sus casas o buscar alternativas por carretera. El caos. Merece la pena disfrutar de una estampa: la contemplación hedonista de la gran coreografía humana que se forma en las estaciones de Shinagawa (dos millones de pasajeros diarios) o Shinjuku (3,5 millones) en un día de trabajo cualquiera en hora punta. Parece una obra de arte, más aún si uno está tranquilamente de vacaciones y es consciente de que las urgencias laborales y el estrés le son ajenos, de que las prisas no son las suyas.

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Esa es la estampa subterránea de la gran ciudad. Luego está la aérea. El plano cenital. Desde hace muy poco Tokio se puede ver desde el cielo. La inauguración de la Tokyo Sky Tree en el barrio de Sumida batió varias marcas. Con una altura de 634 metros, es la estructura más alta en una isla, y por tanto, de Japón, y la torre de telecomunicaciones más alta del mundo. Habría que colocar tres Pirulís super18

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puestos para que la torre madrileña con sus 232 metros superara esa altura. Para jaleo de verdad, el de Shibuya. Habla por sí solo el hecho de que llegamos a un barrio conocido en el mundo entero por un paso de cebra. Sí, es el más transitado del mundo, la feliz convergencia de seis calles en el asfalto, pero no deja de ser un simple paso de cebra. Si bien, habría que sumarle los neones,


las pantallas de televisión gigantes y la muchachada japonesa que se cita junto a la estatua de Hachiko para irse de farra. Shibuya es el barrio de los centros comerciales, las tiendas, los bares, el ruido y los love hotels, que alquilan habitaciones por horas y exhiben un decorado para estimular al personal. También hay restaurantes, muchos. E izakayas, las tabernas japonesas para ir de tapas y beber sake.

Una de ellas se esconde en los bajos de un hotel y su cocina es una maravilla: Bistro 35 Steps. Un establecimiento pequeño, con los cocineros en mitad de la sala y las mesas distribuidas en torno a sus dominios, de atmósfera ruidosa pero agradable. La rigurosa puntualidad, el rechazo por las propinas, la exótica moda, los templos. Sin duda algúna la ciudad de Tokio es una ciudad única que no tiene rival. // TOKIO

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