Los resultados del estudio recientemente publicado en “The Lancet”, según el cual España alcanzará en unas décadas la primera posición mundial respecto a la esperanza de vida, no representan tanta novedad como la que los medios de comunicación han dado a entender, de acuerdo con el autor de este artículo. En sus líneas, además de apuntar algunas de las causas de esa mayor longevidad, se plantea la mayor importancia de la calidad frente a la cantidad de los años de vida.
¿Vivimos mucho? José Manuel Ribera Casado Catedrático emérito de Geriatría, Hospital Clínico San Carlos (UCM). Académico de Número de la RANME.
En las últimas semanas hemos asistido a un cierto revuelo mediático con motivo de la publicación en The Lancet, una de las revistas más prestigiosas en el mundo de la medicina, de los resultados de un amplísimo y detallado estudio demográfico, realizado por la Fundación de Bill y Melinda Gates, sobre las perspectivas de vida actual y para un futuro a corto y medio plazo tanto de la población mundial en su conjunto, como de la de los diferentes países. El interés, en nuestro caso, venía determinado por el hecho de que España aparecía, en la perspectiva de apenas dos décadas, como el país del mundo con una mayor esperanza de vida. Comentaré tres puntos en relación con ello. EL CONCEPTO DE “ESPERANZA DE VIDA”
El primero, saber a qué nos referimos cuando hablamos de “esperanza de vida”. Se trata de un concepto que siempre debiera ir seguido de un apellido que lo matice. Lo habitual, lo que da origen al tema de hoy, es hablar de “esperanza de vida media”; es decir, aquella que con la estadística en la mano va a alcanzar previsiblemente el 50 % de la población situada en un contexto geográfico
y temporal concreto. En este caso debiera hablarse de esperanza de vida media al nacer. El análisis puede llevarse a cabo estableciendo cortes a cualquier otra edad. Muestra siempre diferencias favorables a las mujeres con respecto a los hombres. Se trata de una variable que se ha ido modificando siempre al alza a lo largo del tiempo y, sobre todo, en el último siglo. Junto a ello, cabe hablar de una esperanza de vida máxima. Sería un tope que, al menos en teoría, todos podríamos alcanzar. En la especie humana, para conocer este dato hay que acudir al registro civil de los diferentes países. Con él en la mano sabemos que la persona más longeva de la que se tiene información inequívoca fue una señora francesa fallecida en 1997 que había vivido 122 años y siete meses. De momento, pues, parece que el límite gira en torno a los 120 años. A menos que avancen de forma importante los estudios de todo tipo de los biogerontólogos en su intento por conocer y neutralizar los condicionantes de nuestro proceso de envejecer, esa cifra se mantendrá estable durante mucho tiempo. Todavía cabría hablar –tercer calificativo– de esperanza de vida activa (independiente) o inactiva (de-