N° 2: Tipologías del Habitarnos (2020)

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Pies que arden, agosto 2020 Impreso y hecho en México Pies Que Arden es una fanzine creada por: Frida Esquivel, Julisa Jimenez y Mar Villarroel

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Fanzine que busca explorar y revolucionar el espíritu desde el rechazo a la neutralidad y a la pasividad para sacudir tantos corazones y pies como la causa del existir lo demande. Creemos en la construcción en conjunto. En el acto de pronunciarnos como detonante e integrante de una resistencia poética que parte de nuestro estar-siendo. Que arda la enajenación, que ardan nuestros fuegos internos; que ardamos en el continuo vaivén del poetizar nuestra existencia.

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Apuntes para repensar nuestros laboratorios de lo nunca antes visto Francesca Woodman (1958-1981), Space 2, Providence, Rhode Island (P.A1), 1972 -1981. Impresión en gelatina de plata.

Respuesta ante el ser-limbo. Mar Villarroel IG: @moremarlesswar moremarlesswar.tumblr.com

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Quiero concebir el devenir como punto de partida, no como punto intermedio o estado transitorio innegociable. Quiero traducir la experiencia como experimento constante de investigación afectiva: intangible pero poético, irrepresentable pero resignificable.

El príncipe constante, dir. Jerzy Grotowski

Habrá que reinventar la fenomenología de nuestros espacios: ojalá escuchemos respirar y sepamos malabarear lo simbólico que nos añade o nos resta costras al caminar. ¿Cómo desplegar nuevas posibilidades de existir?

Bas Jan Ader, Tea Party, 1972

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Apostemos, entonces, por la revolución de las pequeñas cosas desde el ser-limbo. Reconfiguremos el imaginario que aún no nos conoce desde la modificación consciente de lo ordinario, desde la negociación de nuestra propia ausencia.

Todo el tiempo estamos haciendo autobiografía , por eso la existencia pesa y se vuelve significante.

Bruce Nauman, Make me think me, 1994

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I HIC ET NUNC

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¿Cómo le damos importancia a nuestros espacios? Retentiva El sábado no hay plan

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II RESPIRAR UN DÍA A LA VEZ p.25 Sentir La merienda Reencontrarme

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III HUELLAS Y VESTIGIOS

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Todas las hojas sin verano La necesidad de dejar huella Espacios de transición: personalidades entre lo bucólico y lo urbano

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p.54 IV SER-DISTOPIAS La habitación A quien escuche

p.59 V REAFIRMARSE PARA EXISTIR

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Floreciendo en mis prisiones Esta casa se está cayendo a pedazos con mi nombre escrito en la pared Mosaico notas sinsentido que hablan de lo mismo: yo

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p.79 VI SEGUIR CAMINANDO p.88 HACIA LAS UTOPÍAS El plato más grande p.92 Hoy: un árbol De cristales, palomas y desiertos

p.94

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HIC ET Aquí y ahora

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1-17 Itandehui Tapia Serie ¿A dónde vamos? IG: @itandehui_tapia

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¿Cómo le damos importancia a nuestros espacios? Héctor Manuel Polaco Romero. 20 años. Estudiante de R.R.I.I. Facebook: Héctor Polaco. IG: @_pueblayrincon_

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Últimamente y antes de la pandemia, esto que voy a escribir era algo que me causaba mucha molestia. Que los espacios urbanos sean meramente destinados al consumo, a lo material, a la llamada modernidad, llena de concreto y cristales. Que los espacios culturales se limiten a museos o galerías, escuelas, centros históricos y espacios públicos en desuso (afortunadamente en este caso). Que las áreas verdes sean menos en la ciudad, cuando hasta en Seúl un río se ha logrado regenerar al decidir derribar una autopista. Podríamos hablar de varios ejemplos de los países considerados avanzados frente a nosotros, sociedades con varios problemas estructurales y con varias cuestiones sociales, económicas, políticas y de otra índole que nos afectan a todos por igual. Con la cuarentena el trabajo que se venía haciendo desde museos, teatros, espacios culturales desde el Centro Histórico hasta las juntas auxiliares o instituciones que promovían cultura, lengua, género, lectura o arte, se orientaron en línea y con un aumento de casos y casi el término de la jornada de sana distancia, aún no tenemos certeza de qué se pasará con todo aquello. Es decir, tenemos una experiencia antes y después de la pandemia con respecto a los espacios culturales, de reflexión o de distracción que vinieron a trastocarse. Cuando fui al parque a lado de mi casa a tan siquiera ver el cielo, noté algo curioso: el piso del parque estaba ya pintado con gises; los avioncitos que se iban con las lluvias; una familia entera con su cubrebocas en medio de la calle colgó una red para jugar tenis, aprovechando la ausencia de circulación de vehículos, los vecinos y yo incluido compramos plantas, las colocábamos en las ventanas, balcones o terrazas, lo que tuviésemos.

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La colonia volvía a ser lo que era hace algunos años y que cambió debido a la delincuencia, el aumento de coches y la preponderancia de lo material. Yo me acordaba de esas imágenes, cuando era un niño y cuando el parque aparte de las jardineras, tenía columpios, resbaladillas y más. A partir de la experiencia, es que nosotros podemos cambiar los espacios y sus significados; desde casa. Hay varias explosiones de ideas incluso en nuestro propio país, las columnas verdes del Anillo Periférico en la Ciudad de México, el proyecto del Barrio de Xanenetla, la agricultura urbana y los huertos, el plantar distintas especies de flores y plantas para que sean jardines polinizadores de abejas. Incluso en universidades como la mía, un chico comenzó a vender verduras afuera de mi edificio, muchos amigos insertos dentro del auge de los bazares y de los productos orgánicos y locales, que por la difusión u orientación de su público, puede ser que se hayan limitado. Es momento de retomar todo esto desde nuestras casas, después nuestras colonias, enseguida los trabajos, lugares de estudio y después a más sectores de una sociedad como la nuestra que necesita informarse de muchas cosas; el racismo imperante, la emergencia climática, la extinción de especies, la importancia de erradicar el odio, visibilizar la lucha por los derechos de las minorías, el elegir por tu cuenta. Desde nuestras casas, es importante recuperar espacios que creíamos perdidos, pintarlos, llenarlos de naturaleza, de color, que los pájaros y las abejas vuelvan como antes; que en nuestras colonias los niños paulatinamente jueguen en el parque, que en calles donde no haya circulación la gente salga progresivamente a caminar, a platicar, a reunirse.

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Que aprovechemos el estar en casa para preparar actividades con protocolos, clubes de lectura, talleres, actividades; los que aún podamos porque estudiamos y quienes trabajan, poder incluso incidir y velar también por la salud mental de empleados y compañeros de trabajo. Si algo nos demostró el virus es que ni con los millones de fondos para vacunas, ni una cooperación internacional que con los años se volvió más deficiente, se ha podido regresar a una normalidad certera y duradera. Es que simplemente la que existía nunca fue la ideal. A nuestros espacios le damos la importancia a través de nuestras experiencias en ellos y creamos una especie de lugar paralelo a lo que existe allá afuera. Pero ese lugar paralelo no debe permanecer así, sino que debe integrarse con la misma realidad y así más personas podrán cuestionarse, inspirarse y luego a muchas más. Por lo que también es necesario saber si las hemos tenido o no; si las tenemos y eran en ese momento algo importante para nosotros, es importante retomarlas y si nunca las hemos tenido, es momento de la creatividad, de reinventarse y comenzar a crearlas. Que los centros comerciales, tiendas, nimiedades y el concreto no acaparen todas las oportunidades de apropiarse del espacio dentro de las ciudades.

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Retentiva Galilea Jiménez Serrano. IG: @canela_soo. FB: Galilea Jiménez

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Vivo en el espacio del recuerdo. A veces pareciera que mi cuerpo se diluye por no estar en el presente, ni en el pasado. Todo lo que una vez viví se encuentra atascado; creando un espacio, un lugar habitable, que es cálido, cómodo, y amigable. Quisiera dar una larga caminata dentro de él, un recorrido que me llevase al presente del que he desaparecido, que me hiciera vivir el ambiente que tanto he añorado. Pero qué egoísta me siento al haberme encerrado, en un lugar en el que ya no existo. No estoy aquí, no estoy allá. ¿En dónde habito? Respondo, en el espacio de mis recuerdos: en el júbilo del abrazo, en el gozo del beso dado, en la armonía de los cuerpos danzando y en el alborozo del sueño alcanzado. Lugar que es intangible a lo efímero del presente e inalcanzable al remoto pasado. Que fue hecho por mí, dedicado solamente, a mí.

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El sábado no hay plan. Fernando Uriel Hernández Maya. IG: @tetsuo_navaja

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Me gusta andar sin playera jaja y está bien, porque es mi cuarto. No sé wey, no me hables estoy ocupado, pero si me insistes podemos hablar un rato jaja va, aunque esto está basado en memes y carezca de sustancia te extraño. Traspaso la línea de mi íntimo y oscuro cuadrado de cemento para entrar al espacio común, ya no es mío pero es nuestro jaja ¿sí sabes, no? Me dirijo a la cocina, saludo al perro como saludo saludo a mis primos más cercanos. Jaja no estoy haciendo nada ma pero no quiero ir por las tortillas. No, tampoco estoy triste. Scroll. Scroll. Scroll. Jaja ok. No, hoy no voy a salir. Esa textura me lastima los oídos y solo la estoy viendo. No necesito saber de ti. Ea. Las peleas más brutales de la 269 jaja a ver. No, no puedes entrar Dani, estoy llorando. No cierto we, pásate. No, yo no agarré tu cargador jaja ¿Quieres una chela? Bueno, yo voy a ir por una. Sí necesito saber de ti. No, no estoy borracho.

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II

RESPIRAR UN DÍA A 23


Marcela Roldán. No quiero cortarme el cabello, 2020. IG: @marcla59

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SENTIR Karen Astrid Vera. Puebla, México. IG: @NeveraMonet

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Despierto, Y toda la bruma de mi alrededor lentamente se dispersa, los ojos alumbran el espacio, el peso de mi cuerpo regresa, siento el dolor de espalda que lleva estacionado varios días en mí, el espacio que habito se vuelve diminuto con cada inhalar de mis pulmones y mis exhalaciones regresan a su dimensión mi habitación, todo es tan promedio, deslizo mis pies por el piso, liso, mis tobillos resisten lo que pareciera una tonelada de peso en mi cabeza, siento sed, pero también la necesidad de orinar, el baño es frío, la temperatura de mi cuerpo choca con el ambiente, mis vellos se erizan y los dedos de mis pies se encogen, estoy frente al espejo y mi rostro es el mismo, el de siempre, no hay nada más, está ahí, estático, abro el grifo y el agua es fría, demasiado fría, siento la piel interna bajo mis uñas encogerse, giro el grifo, espero que la temperatura se regule, ahora está demasiado caliente, las yemas de mis dedos brincan ante el calor, meto las manos bajo el chorro de agua y las mantengo, un vapor casi imperceptible se eleva, entre mis manos reservo agua y de un movimiento está en mi cara, el escozor me invade, los ojos aún se sienten pegajosos, los tallo con agua caliente, ahora jabón, las burbujas por un segundo me arrebatan el aliento y el pecho se oprime, enjuago el rostro, agua fría de nuevo, la piel se encoge, el reflejo sigue ahí, estático, la sed vuelve, bajo los escalones, siento cómo mis tobillos truenan, los tendones se estiran y contraen con cada paso, llego a la cocina, aquí también hace frío, el sol brilla pero no calienta, entrecierro mis ojos, destella contra el metal de la estufa y por un momento me quedo ciega, aprieto los ojos y dejo de respirar, la cocina huele a grasa y pan, es hora de desayunar o comer o cenar, el hambre retuerce mis vísceras, se mueven dentro de mí, un agujero frunce mi estómago, bebo agua, mis labios se humedecen y siento cómo el agua desciende por mi garganta, baja por mi tráquea y se estanca en el estómago el cual se encoje más, le doy pan, le doy carne, le doy vegetales,

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nada parece suficiente, poco es nada y nada es poco, leves golpecitos se repiten por encima de mi rodilla derecha, mi pie se eleva y desciende tan rápido, me recuesto en el sillón, el ruido del televisor inunda mis oídos, satura mi sentir, no entiendo lo que dice, un zumbido constante abruma mi cabeza, apago el televisor, con cada parpadeo siento que la luz es muy fuerte, mis pestañas son pesadas, cada vez parpadeo más lento, hasta que dejo los ojos cerrados, el zumbido sigue ahí, la cabeza me pesa, los dedos parecen livianos, en ese instante mi cuerpo flota, es ligero y se evapora, me aferro a sentir, es lo único que me queda, las emociones se han ido, incrusto las uñas en el sillón, siento cómo presiona mi piel, pongo duro el cuerpo, abro los ojos, debo mantenerme despierta, siento cosquillas en la nariz, de repente estornudo, y ese momento se vuelve el centro de atención, mi pie deja de vibrar, la zona de mi rodilla derecha ya no duele, me enfoco en el estornudo, es largo, salpico un poco de baba sobre mis manos, la brisa del aire que emana mi boca eriza mis brazos, mi cabello cae lentamente y todo vuelve a estar, respiro, respiro más, respiro de nuevo y de repente siento nauseas, la sala huele a detergente, el estornudo dilató mi olfato, el aroma a cloro impregna mi nariz, la cabeza me da vueltas, la visión se distorsiona, el hueco en mi estómago se hincha, mi cuerpo está caliente, casi hirviendo, mi cuerpo es mi casa y en mi casa me centro, respiro, la piel se despega y siento la sangre recorrer mis venas, siento la saliva pasar por mi garganta y si me concentro lo suficiente puedo sentir el crecimiento de mi cabello, de las uñas de los pies, mis labios están secos de nuevo, tengo sed, tengo hambre, tengo sueño, tengo dolor, tengo cuerpo y en eso me centro, no tengo sueño, abro los ojos lo más que puedo y por un momento no respiro, siento que los ojos se me saldrán de las cuencas, hace más frío, ya no hay sol, de nuevo doy golpecitos a mi rodilla derecha, no me gusta quedarme sin sentir nada, es lo que tengo, es mi casa y en eso me centro, me centro en mi sentir

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porque ya no pienso, ya no hay afección ya no hay emoción, lo último que me queda es la sensación, y no quiero que se vaya, tengo sueño, los párpados me pesan, las manos estiradas cuelgan y siento cómo toda la sangre se junta en la punta de mis dedos, subo las escaleras, los tobillos truenan, los tendones estiran y contraen, lavo mis dientes y arden las encías, en el mismo reflejo de siempre se pinta sangre en la boca, son los dientes que duelen, arden, el agua sigue demasiado fría, me acuesto en la cama, la respiración vuelve a mí, parece que sigo viva, parece que el día terminó, parece que todo está igual, igual que yo.

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La merienda Esdian en colaboración con Mora Torino (ilustración). http://esdian.blogspot.com/

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En Buenos Aires, el clima cambia, la cuarentena sigue, los muertos aumentan, los contagios se multiplican. Salir es peligroso; quedarse en casa, dicen que es lo ideal. Sin embargo, en esta mi ciudad el paso del tiempo, puede notarse en el cielo y en las calles. Nunca he vivido en el campo, pero pienso que esto se le parece bastante. Me guío con la salida y la puesta del sol para darme cuenta que el tiempo transcurre, que los días pasan. En este contexto, me toca ser maestra de algunos niños y niñas, profesora de algunas maestras y maestros, que sin brújula intentan que el aula, la clase entera y la escuela no se aleje demasiado. Termino una clase en línea. Saludo y las pantallas se van cerrando. Cierro sesión. Abro otra, mi playlist de Spotify que lleva el nombre de mi momento preferido del día: La merienda. Time after Time, es el primer tema de la lista. Preparo el agua para un té de frutos rojos, me acomodo junto a unas plantas que tengo en mi mesa del patio, preparo los lápices de colores y me siento a dibujar lo único que tengo a mi alrededor. Dibujo cada elemento de mi merienda como si en cada trazo, pudiese darles vida, como si en cada color que elijo, existiera alguna respuesta a esta circunstancia. La hoja me marca los bordes, mi cielo es pequeño, la mesa no puedo dibujarla toda, solo entra la taza, como si en este periodo solamente hubiese espacio para ella. Para ser más original, cambio el sabor de té. Los martes por ejemplo, bebo uno de chocolate, y en la hora de la merienda, mientras revuelvo el agua para que el azúcar se disuelva pienso en cómo era el contacto con la piel de otras personas. Los jueves, elijo uno de maracuyá, y mientras lo mezclo con un poco de miel, intento re-

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cordarme, acostada en cualquier parque, con el sol iluminando la cara. Hoy es viernes, y el té es de un color rosado. Nunca me gustó mucho el rosa, sin embargo el sabor me recuerda a unas vacaciones hermosas que pasé hace años en la Patagonia, rodeada de lagos, y en la más profunda de las soledades. ¿Hace cuánto que estoy sola? Pienso y cuento los días desde que la cuarentena empezó. Son muchos, pero... no creo que mis días en soledad, hayan empezado con esta pandemia. -¿Qué te pasa?- me pregunto a mi misma, mirándome en el reflejo del agua. -Creo que nada, o sí, a veces siento que estoy atrapada en esta eterna merienda. Conocí a Mora en Marzo de 2017. Ella cursaba primer grado, y yo me dedicaba a ser su maestra. Durante dos años escribimos e ilustramos miles de historias que solamente pueden leerse en las páginas de nuestra memoria. Una que transcurre en el exterior, en el aula, en el patio, en la calle y en distintos rincones de Buenos Aires. Nos separamos cuando decidí mudarme a Barcelona. Nunca dejamos de hablar, de escribirnos, y de dibujar. Hoy las dos, estamos a pocas calles de distancia, y aunque tenemos muchos años de diferencia, las dos en esta cuarentena, estamos atrapadas en nuestras propias meriendas. Porque es en ese momento donde el día está a punto de terminar, las cosas que no se hicieron quedan para el día siguiente, y la noche, que se muestra incipiente aflora nuestros más profundos deseos, que vienen en diferentes sabores, algunos más dulces que otros, pero también, el miedo más grande, que por estos días nos invade, quedarnos encerradas en nuestra propia taza. Sin poder salir.

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Reencontrarme Rey Ramos IG: @flavor_reds

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Ayer cambié de lugar las cosas de mi cuarto, hoy lo hice otra vez, mañana será lo mismo. Este día-semana que se repite donde no hay prisa por salir, no hay nervios por llegar tarde a algún lugar o por hacer rápido las cosas para que rinda el día. Despierto y la calma me hace volver a dormir, al hacerlo quisiera despertar meses después, cuando todo haya sucedido. Pero ¿quién sería la persona que despertaría en mi lugar? Ahora mi cuarto es la calle que recorro las avenida y semáforo que observo pero aquí nadie me pone leyes aquí soy yo frente a mí, frente a nosotras, aquí las reglas cambian y se convierten en rutinas: bañarme, ponerme exfoliantes, usar mascarillas, elegir la ropa que me guste, preparar mi comida y comerla, no sólo verla durante horas hasta que el hambre se me quite. Todo para sentir que cuido de mí misma, aunque en el fondo sea un placebo y sienta que cuido de mí cuando sólo me limito a sobrevivir. Cambio de lugar las cosas otra vez, mi cama en vertical, el librero al otro lado, mis dibujos en el techo mis peluches junto a mí.

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Sólo entonces recuerdo quién soy, al menos en este cuarto, el mío, puedo controlar lo que sucede, donde duermo, donde despierto, donde me escondo y grito o donde guardo mis pedacitos de vida para tomarlos cuando me sienta perdida.

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Yolanda Oreiro Lago Behance: Mitucami Mituca

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María José Benítez Rituales de lluvia IG: @majobeg.

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III

Huellas y Vestigios 39


Todas las hojas sin Verano Ernst A.

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Para V. O.2 Se han quedado ya sin hojas todos los frutos de mi floreo No han quedado sombras morenas... brisas en el cerebelo No ha quedado nada. Todo se lo han llevado: la bruma, el calor, las risas & el candor La lila de las sustancias ahogadas por las crestas Mis palabras carentes de toda acción solo me han traído el desasosiego No quedan tan siquiera los buenos días, las buenas tardes, ni las buenas noches Hay tan solo lacayos del silencio retumbando cantimploras resecas arrastradas por el sol No existe, ni existirá el apareo de la sombra & el consuelo Todas las jornadas se han vuelto iguales, sin tiza, ni aliento No está muerta... ¡se encuentra más que viva! He cavado tumba & se ha sepultado indiferente bajo el lecho de las rocas

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Quisiera ser arte visceral: arrasarla las entrañas contra el suelo, revolcar las nalgas contra el pavimento, sangrar mis injertos contra el espejo, dormir despertando en el «cualquier lugar», fornicar entre las catacumbas de las flores, ser devorado por el sexo dejando solo semillas PERO NADA DE ESO SE PUEDA YA El amor rebajado por las tintas no tiene confort... No hay cotilleo en las calles. Solo el silencio aplanado entre callejones... Estoy encerrado & no tengo muros. No hay barrotes. Solo penumbras mentales... Solo hay tácitos días: los murmullos de multitudes que no se dicen... Ojalá que llueva el sol & lo encienda la bruma... Ojalá que los besos no tuvieran dueños que sean solo actos escondidos del Deseo... Ojalá cuando lleguen las noches & las piernas se descubrían como las olas & las malas mañas... Ojalá que todo se acabe & que nada vuelva... Ojalá existiera, habrá & existirá, tal vez, no lo sé, quisiera que fuera, pero no sé qué... Ojalá que el Hubiera exista...

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Marcela Roldán. Tuit

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La necesidad de dejar huella: Aldo Jiménez Serrano IG:@aldojzsnake

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Desde el inicio de mi vida profesional, y si se le puede llamar, adulta, he sentido la imperiosa necesidad de hacer algo por el pueblo donde he nacido. Aunque se me haya advertido que esta es una tarea casi sin recompensa, esto no elimina en mí la necesidad de dejar mi huella en este sitio. Aunado a esto, me cuestiono también los motivos de mi deseo: ¿qué persigo al querer hacer algo bueno por mi pueblo? ¿un egoísta deseo de gloria personal? ¿el respeto de mis semejantes? ¿la pura y simple satisfacción de sentirme lo suficientemente adulto y capaz de salvarme, no solamente a mí mismo de la intrascendencia, sino también a la tierra que habito? Estas preguntas están más o menos en el mismo lugar de mi mente, aquel en donde se quedan los pendientes, pues, en todo caso, es más importante ejecutar el acto de desarrollo social que la respuesta a mis inquietudes personales. Entre toda la variante de posibilidades que me he planteado, elegí empezar con aquella que me pareció la menos compleja de llevar a cabo: gestionar la creación de un mural. Había contemplado usar una pared que delimita el patio de la Presidencia Auxiliar, justo en el centro de la comunidad, con negocios y locales comerciales; sería el lugar perfecto para dejar un mensaje. Es curioso como en tiempos de necesidad, o ante la escasez de recursos, la última de las preocupaciones pudiera ser el arte. Y precisamente ese sería el mensaje enviado con la creación del mural, que la vida no debe basarse únicamente en ser una secuencia en cadena de necesidad – satisfacción, esto es, que no sea simplemente un camino de dolores que buscan ser aliviados, sino que sea, por sobre todas las cosas, digna de ser vivida, emocionante, cautivadora y vigorosa. Esta es la parte importante, la necesidad del arte es tan imperiosa como la de

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comida y techo, puesto que una vez que el ser humano se ha procurado la satisfacción de sus necesidades más vitales, lo que hace después, es puro entretenimiento… Hay veces en que puedo ver mi pueblo de otras maneras: dibujado como una acuarela sobre un lienzo de cerros Teñido de azul y verde junto al rojo de su iglesia A veces callado, a las tres de la tarde, bajo el sopor caliente del sol Tan callado que casi puede oírse el murmullo de sus piedras antiguas desde el centro hasta las orillas usadas para transformarse en casas acueductos, y, a veces, ruinas. Hay veces en que siento que me lo llevo a donde viajo y que por eso en ningún otro lugar me siento en casa ni en mi sitio, ni arropado. ¿Será esta la ingenua incomodidad de los pueblerinos, que no se adaptan a los cambios repentinos? Puede ser que lo he fundido conmigo y que mi pueblo me ha invadido En mis paseos y serenatas Con mis caminatas por las madrugadas Comida y amor de a ratos fiestas de puerta abierta en sábados

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En sus canchas de partidos infinitos paseos en bicicleta sin Quizá por eso no me deja ir ni se aleja de mis pensamientos ¡tanto he tomado para mi, que de darle ahora es el momento! un pedazo de mi alma un retazo de mi aliento.

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Espacios de transición: personalidades entre lo bucólico y lo urbano La Pildorita Fanzine. lapildoritafanzine@gmail.com. IG: @lapildoritafanzine, @nachalopez_, @beaalmon. B: La Pildorita fanzine; Nacha López; Beatriz Álvarez

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Mi hermana y yo nacimos a caballo, entre zonas pobladas de grandes edificios y vastas extensiones de campo en siembra. La cercanía a la gran urbe y a las áreas rurales colindantes nos acogieron y fueron contemplando el crecimiento de nuestra personalidad. Con título de ciudad pero características campesinas, nuestro espacio se caracteriza por la incertidumbre y la vacilación de la inestabilidad descriptiva. Durante nuestra niñez, escuchamos cómo las gentes lo nombraban pueblo, pequeña urbe, villa, modesta metrópoli… contribuyendo a fomentar la leyenda de la duda espacial. Nuestros padres emprendieron un negocio familiar de carpintería en esta localización incierta, valiéndose de esa propia condición para ir adquiriendo, con los años, un público perteneciente a sendos lugares. Así fue cómo habitaron el espacio de transición que nos vio crecer y madurar. Mientras mis padres estaban, sentían y disfrutaban la franja divergente, mi hermana y yo pretendíamos asociarnos al resto de nuestros conocidos, que ya habían elegido su facción: Yo me consideraba más de ciudad; mi hermana más de pueblo. Yo sentía proximidad al gris del asfalto; mi hermana más al verdor del terruño. Yo prefería perderme entre rascacielos de hormigón; mi hermana entre las espigas de trigo. Yo amaba el ajetreo y ansiedad del transporte público, mi hermana guardaba la tranquilidad de un paseo sin horario.

La sociedad había construido su personalidad en base a las circunscripciones que demarcaban el desarrollo de sus días. Sin embargo, mis padres transitaban esos espacios con nombre,

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para vivir y estar en una franja aespacial de problemática nomenclatura. La vida de estos entornos sugiere características duales, correspondientes a la dicotomización conceptual campo-ciudad. Los individuos que habitan estos espacios intentan identificarse con una personalidad concreta, extrapolando su estar a su ser; es decir, proyectando una imagen de su individualidad dentro de una comunidad que se enuncia como miembro de un núcleo urbano, o bien rural. Es cierto, que tanto mi hermana como yo hemos vivido la desvirtualización del campo en esta lucha de gigantes. Por ello, la mayoría de jóvenes tienden a ubicarse en la gran ciudad, que se encuentra a escasos kilómetros, más que en los hogares de pastores y agricultores. La metrópoli está personificada en el progreso, mientras que lo rural no es un destino de preferencia. He de confesar que mi inclinación a la ciudad condicionó mi mirada durante algún tiempo, mas ahora en mi adultez, puedo pensarme nuevamente dual. Ahora soy porque durante gran parte de mi vida estuve y habité todas las ventajas de dos hemisferios que no son antagónicos, sino complementarios. Y aunque mi hermana y yo nos estuvimos decantando por uno u otro bando allá en la influencia de la adolescencia, nuestro presente siempre nos identifica con la titubeante identidad transitoria entre lo bucólico y lo urbano.

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IV

Ser-dis 53


La habitación. Vicente Martínez. vicentem528@gmail.com

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Día 1. Despierto, mi cuerpo se siente exhausto, fatigado, observo hacia arriba y miro el techo. Lo miro durante algunos minutos, pero me parece tan extraño, no lo reconozco. Entonces echo un vistazo a mi alrededor y por fin reconozco el lugar: es el cuarto de mis padres. Mi primera habitación. Luce exactamente igual a los días en los que yo la habitaba. Las paredes están pintadas en azul cielo y azul marino; no hay clóset, sólo un montón de ropa amontonada en una esquina que se me figura a una especie de monstruo que me aterroriza por las noches. Las luces están apagadas, entonces escucho los ronquidos de mi padre, no me molestan, pero me da miedo que se asfixie. A mi lado, está mi madre, duerme, seguro tuvo un día largo. Observo una lágrima invisible que cae de su rostro y me pregunto si, otra vez, su alma ha estado llorando toda la noche. Ella nunca me mostró sus lágrimas, pero sabía que se sentía muy deprimida. Me siento triste e inseguro en esa habitación, pero no puedo salir, no todavía. Me levanto de la cama y camino muy despacio, tratando de no despertar a nadie. Tomo mis juguetes y juego con ellos. Me gana el sueño, regreso a la cama y me vuelvo a dormir con un pensamiento: esta habitación no me pertenece. Día 2. Ahora despierto en la habitación de mi hermano Gabriel. No recuerdo si la habitación es roja o ya habían cambiado los colores porque pensaban que el color exaltaba la ira de mi hermano. Él no está, mejor, porque me daba miedo estar con él cuando estaba borracho. Miro la hora, son las dos de la mañana y todos están dormidos. Ya no hay juguetes, sólo una tv y una cajonera. Prendo la tv y pongo un canal pornográfico. Cuando termino, experimento una nueva sensación de vacío y recuerdo que éste tampoco es mi cuarto. Apago la tv y me vuelvo a dormir.

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Día 3. Esta vez despierto en la habitación de mi hermano Edder. Él se mudó a Querétaro hace 5 años, pero vivo aquí desde hace 10. Es extraño que, pasando tanto tiempo en esta habitación, jamás cambié los colores ni el orden de las cosas. Frente a mí hay una bandera del Club América, que no es mía, y algunos de mis juguetes sobre una repisa. Me levanto y tomó un libro de cuentos de Oscar Wilde, leo mi favorito, “El ruiseñor y la rosa”. Me conmuevo, intento llorar, pero no puedo. A veces pienso que perdí las lágrimas como mi madre, y regreso a la cama. Otra cama fría, otro lugar donde soy extranjero. Día 4. Despierto en Querétaro, en la habitación de Edder (que ha regresado a la Ciudad por motivos laborales). Mis únicas propiedades dentro de aquel cuarto son unos cigarros y unos libros. Tomo mi encendedor, prendo uno de mis cigarros y escucho a Leonard Cohen. Me siento cómodo aquí, pero tampoco me siento dueño de este lugar. Día 5. Una nueva habitación, un techo distinto. A mi derecha, está la cómoda que tomé del cuarto de Gabriel y un pequeño librero que me acaba de regalar mi madre, principalmente lleno de poesía y literatura norteamericana. En las paredes cuelga un espejo que tomé del cuarto de Edder, y sobre mi cama están mis Lucky Strike y mi encendedor. Ahora tomo un libro de poesía y selecciono un poema al azar del poemario “Árbol de Diana”, de Alejandra Pizarnik y lo leo. Esta vez brota una lágrima, no es mucho, pero está bien, porque me siento un poco vivo. Miro a mi alrededor y noto que mis escritos, mis cartas, mi ropa, mis películas, mis discos y algunos juguetes también están aquí, pero yo no me encuentro en el espejo, tampoco estoy aquí. Entonces me pregunto si no soy ajeno al mundo en general. No importa, quiero volver a dormir.

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Día 6. No despierto.

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A quien escuche Rita Alvarado Ruiz IG: @marleyera

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“No, escríbelo otra vez. No suscita a nada y necesito que desde la primera letra me conmuevas, me lleves a eso inexplicable que provoca un punto final”, dijo la editora mientras se quitaba los lentes y masajeaba con tedio el tabique de su nariz. No hay ausencia más agobiante y complicada que el mero hecho de que tus palabras no taladren al lector. Me fui directo al baño, pienso que mi cuerpo vio una manera inevitable y vergonzosa de expulsar/desechar esa mierda, y así, poder continuar con algo nuevo. Mírenme, sentada en un escritorio lo suficientemente largo para compartirlo con ciertos compañeros y presionada por el latir del cursor de mi computadora: esa máquina que lee mi mente y sabe que no tengo nada. Incómoda, percibo miradas, como si éstas examinaran que mis ideas se escurren en un hoyo de frustración, pero era sólo la nula inspiración observando desde arriba, desde adentro. Decidí mejor esperar, no forzar palabras en esos minutos restantes y simplemente irme. Seguir vacía. El tener un trabajo tan lejos de casa hace que la mayoría de las veces mi camino sea inexpresivo. Tomo el metro y un camión que siempre van hasta la madre. Decidí esperar un vagón medio lleno, es decir, con el espacio suficiente para agarrarme mínimo con las uñas de los pies. Fue hasta el cuarto tren. Subí y me recargué en la puerta que sabía no se abriría hasta llegar a la estación donde bajaría. No hay duda de que éste viaje se convirtió en una persecución: letras y signos de puntuación eran lo único que iba detrás de mí. De repente, todo se volvió un collage que respiraba por sí solo. Algo nos movía y se alimentaba de un tesoro de significantes. Veía a personas que dormían o cabeceaban, incluso parados, por una acumulación de cansancio, aburrimiento, calor. Se escuchaban voces al unísono charlando de la chamba, relaciones amorosas, amistosas; los que hablaban en clave por

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aquello de la desconfianza del de al lado; las voces que vendían los audífonos para evitarte esta alucinación acústica diaria o aquellos que se encontraban en un profundo soliloquio, donde su único medio de comunicación eran sus ojos zigzagueando, recorriendo los vagones o la imagen barrida que regalan las ventanas. Llegué a mi estación y mis piernas se encaminaron a la parada de autobús. Desde lejos podía ver la enorme hilera de personas que no coincidían con el número de camiones disponibles, sería una espera larga. De un segundo a otro, ese vacío se llenó de gritos. La piel se me enchinó. Sentí que no estaba ocurriendo. Tanta vida para un solo instante: “¡por dios, llamen a la policía!”, “¿¡vieron eso!?”, “¡vámonos de aquí!”. Sentía una presión en la garganta que recorría mi rostro hasta la sien. El ruido de la gente y el rechinar de unas llantas se transformaron en eco. Mi cuerpo mojado esparcía un olor estremecedor y metálico. De la nada, me encontré en mis recuerdos más cómodos y añorados. ¿Que si había pensado en mi muerte? Cada día. Es otra forma de habitar. Es parte del contrato para que este cuerpo opere. -A ver, tú qué piensas. Qué pasa después de morir. -Espero que nada. Pero si sólo pienso que ya todo terminó, entonces ¿dónde quedan los que sufrieron al morir? ¿dónde están los que se quedaron con la carta sin enviar? Es aquí, donde “el sólo morir y ya”, se hace desdeñable. Deseos, accidentes, respirar, escribir, dibujar, caminar, gritar, tomar el transporte, oír, crear, los que intervienen… Se presentó sin más, ese punto final.

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Aranza Arellano (River): "Floreciendo en mis prisiones" IG: @endless.waydown

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Veo los restos de la flora abundante en la tierra seca que yace bajo mis pieles. Hubo saqueadores que ambiciosos por la pureza, hicieron lo imposible por marchitar la vida que emanaba en mi interior. Y, sin saber cómo ejercer la resiliencia, me dejé morir en sus palabras infestadas por plagas de prejuicio. Ahora (me) pido perdón por aquellos pensamientos que adopté como parte de mis concepciones y creencias. En su tiempo paré el riego de mis cultivos internos por temor a que volvieran aquellos saqueadores a arrancar mis cosechas. Sin embargo, hoy me regalo estas flores para devolver(me) la confianza. Decoro el cuerpo que convertí en prisión y planto en él semillas de fortaleza, pues lo habito herida, pero con ardiente pasión por regresarle vida viva.

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V

REAFIR MARSE PARA 65


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Esta casa se está cayendo a pedazos con mi nombre escrito en la pared

Diana Belén González Cortezano IG: @_dia.nnna

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Somos de quien encontramos en los vacíos, en los silencios. Donde nos buscamos y nos perdemos una y otras vueltas más que ayer, y quizá, menos que las de mañana. Ahí, donde tenemos que amarrarnos las membranas del pecho en un mundo donde todo se detiene, esperando que el nuestro no lo haga también. Entre bloques, este cuerpo se desborda, y el sol que atraviesa mi ventana observa lo que acontece en estas uniones de cemento, que en un inicio me prometieron ser firmeza y resistencia, y como los días no dejan de pasar, empiezo a cuestionarlo. Porque entre ellas me consumo y cada vez que las siento romperse cerca de mi sien, me duele la memoria al pensar lo lejos que estoy de tocarnos, de sentirnos; en este imaginario que tantas veces fue colectivo, tornándose en un íntimo cuarto de cuatro muros rosas que me enclaustran las ideas, y me asfixian el espíritu. Hay vacíos indeseables y de tanto en tanto, se vuelven invencibles, ya que por más que les rasque hasta las vísceras, no hallo otra cosa que no sea el suplicio tenaz al toparme con las piedras más anchas

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nunca antes vistas por mis ojos. En donde no soy de nadie, ni nada me pertenece y en el olvido insaciable me desprendo hasta de ser mía. El recuerdo llega de repente y se instala en la lívida luz de mis ojos, obstinado y resiliente, confiando en mi capacidad de sostenerme en pie, incluso con solo tres dedos sobre el pavimento

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Mosaico Emiliano Madrid. IG: @emi_madrid

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EL MUNDO mío En el silencio silencioso de mi cama finjo que toda la materia es parte de mi niebla y de mi nada. EL MUNDO nuestro A veces golpea y su golpe relumbra desde adentro, resplandece, madura solo para aclararnos que nada es para siempre. Abro y cierro mi puñado nervio, incurable florescencia de mi sangre, presiento su palpitar profundo y me sumerjo en un silencio primitivo. Es el corazón más corazón al guarecerse en una honda metamorfosis: esa es mi razón, mi co-razón, mi ritmo arrítmico, mi raíz latente. Un día entra bailando por la ventana, y su cadencia me inunda con reflejos de este mundo. Mi corazón sobre tu mismo corazón se abre: como un pájaro adormecido sobre la rama de un árbol despierto. EL MUNDO HABLADO el mundo solo es perfecto cuando estas triste y es apenas una ficción cerrada te regalo este poema para que imagines ese mundo perfecto que fue erigido solo para abandonarte

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EL MUNDO deshablado Es verdad que existen les fantasmes, a veces confundo sus voces con la mía; les cito, para hacerles compañía porque están muy soles, terriblemente soles en su noctambulismo por la vida. Ahora, no puedo hacer nada por elles más que hablar y hablar lentamente hacia el silencio.

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Frida Esquivel IG: @acentopez

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notas sin sentido que hablan de lo mismo: yo. Jorge Castro. IG: @jorgeca793

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pienso en el proceso de nombrar. qué complejo. qué responsabilidad. qué enormes se ven las olas de ese océano desconocido. *** la obsesión con los fantasmas, con lo que noestá, lo que está a medias, con las puertas entreabiertas. sé que no es esto lo único que hay. *** nada. no sé cuánto sea eso. *** imposibilidad de contener el paso del tiempo, la destrucción de los lugares habitados. fan tas ma *** soy una tortuga, cargo un caparazón emocional. pesa pero también alivia. *** lo bonito de saberse humano y no personaje es que ser incoherente no sólo es

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válido sino que también es prueba de que existimos. *** lo efímero de la vida, lo pasajera y fragmentaria que es, y la necesidad de asirse a algo. *** porque la cabeza no me da para el largo aliento porque creo en los fantasmas porque creo que las estrellas nos dicen cómo podemos ser porque estoy condenado a un pedazo de tierra porque todo arde, todo es una hoguera porque la historia se viene de frente y sin freno porque no paramos ni aunque queramos porque somos muchos pedazos, retazos, piezas *** fan tas ma. a veces creo que sólo estoy aquí cuando escribo. que es la única manera en la que sé que existo. nada. fan tas ma. sólo silencio. mi boca sellada.

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fan as ma. *** nada encaja pero todo junto tiene sentido: fragmentario *** autonombrarse para no desaparecer.

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Julieta Ornelas Peresbarbosa IG: @julietitadibuja @julietaornelasm

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SEGUIR CAMINAN DO HACIA LAS UTO86


NA -

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El plato más grande Natalie Adame nataliedc.adame@gmail.com @natalieadame @trazostristes

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Soy posada para los viajeros, Me buscan y les atiendo En la salud y en la enfermedad, Aquellos que van y vienen, Los que consumen, y se van En la intermitencia de las visitas, Aún aspiro a lo inamovible, a la certeza Sueño en viajeros que se quedan para siempre El habitar, para ser habitado La diferencia entre estar, para por fin, ser Abro las corredizas de la terraza, Y a estos viajeros los alimento en la mesa principal, Comen de la vajilla más preciada En el plato más grande Pero siempre es lo mismo con ellos, Comen, y luego se van Suben por la escalera recién aseada Para encerrarse en su cuarto Produciendo valores, Su hacer es producir Mi hacer, es quehacer ¿Cuál es el riesgo de poner el cuerpo? Yo pienso que es el ser consumido, Hasta volverse cáscara. Ser consumido, Para volverse axioma.

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Lo triste de ser posada, Es que sólo eres la pausa del viajero Cuando el viajero es a la posada La validación misma de su ser ¿No es injusto dicho intercambio? Si calculamos su función La posada es la variable dependiente El viajero tiene su propio hogar, Mientras que la posada busca su hogar en el viajero Lo triste de ser posada, Es que eres cáscara, Eres axioma. Siempre estás, Pero nunca eres Sin embargo, Hay algo maravilloso del ser posada Cuando no hay viajeros, Hay crisis Cuando hay crisis, el estar no es sostenible Lo maravilloso de ser posada en tiempos de crisis Es la posibilidad de cerrar las puertas Incendiar las cocinas Romper la vajilla Incluyendo el plato más grande

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Del cual nunca nadie más va a comer Lo maravilloso de ser posada en tiempos de crisis Es dejar de ser posada, Para transformarse en hogar.

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Hoy: un árbol. Texto: Loli Molina. @lolimolinamusica Obra: Blas Cernicchiaro (@blasifer)

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en el comienzo todo era caos. desorden. masas informes desplegándose, desperezándose, yendo en movimiento rectilíneo uniforme hacia la vida y la colisión. pura potencia sin nombre. así, como en ese principio, cada cierto tiempo adviene el temido reseteo, una vuelta al punto cero. otra vez me desconozco, busco mi cuerpo para entender el espacio que me rodea, camino a tientas, nazco otra vez y adquiero formas nuevas. adiós mundo cruel, hola mundo cruel. en ese tiempo afuera del tiempo, en ese tránsito morboso y necesario, no hay ninguna cosa que se repita dos veces igual. el río no es el mismo río, mi boca y sus sonidos, tampoco. cada vez que regreso, que me encuentro despertando a un instante nuevo recuerdo esto: yo ya estuve aquí, pero aquí es siempre distinto. entonces cierro los ojos y reconociendo cada hueso de este traje llamado cuerpo, me estiro. permito que mis manos se entiendan con el suelo, exhalo mi piel sintiendo el aire, mi columna vertebral de ex-reptil crepita como fuego nuevo en mi espectáculo a puertas cerradas, la metamorfosis sobre la que aún no se ha escrito nada. entonces ahí voy una vez más, pura potencia sin nombre pero con voluntad porque hoy, yo quisiera ser un árbol. quiero hablar y que mis palabras de hojas lleguen lejos. primero al cielo y luego cuando no puedan más, al viento. quiero propiciar la vida de los musgos del bosque y desaparecer entre la mata verde, quiero tener de esa sed y calor que solo calman las tormentas de verano. si, eso quiero. entonces tendré que hacer corteza, savia y madera. haré raíces hondas y entablaré una sana convivencia con el micelio del hongo vecino. y sobre todo, permitiré que mi cabeza y sus pensamientos sean canción de tronco que crece.

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De cristales, palomas y desiertos Colectivo Mamihlapinata rzlesas3@gmail.com

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Mi madre limpió tan bien las ventanas que engañó a una paloma. Se impactó contra el cristal y ahora tiene un ala rota. Mientras limpio los pedazos de vidrio y plumas rojas, cuento las cicatrices que hay en la alcoba. Cada una me cuenta travesuras, romance y rosas, un sinfín de historias. Todos los días veo a través de la ventana: casas, edificios y un gran cartel que cambia de anunciantes y estilo cada fin de mes. Hoy no quiero ver lo de afuera ni juzgar el aparador, prefiero esta vez, contemplar lo que enmarca el exterior. El marco es de madera y con vitrales flotados, su textura me recuerda a hortalizas en el prado. El cortinero destaca y rompe con la armonía, es de acero inoxidable, frío y de un gris gorila; el original estaba tallado a detalle y olía a tierra santa. Mi hermano lo quemó hace años por descuidado y canalla. Él fumaba a escondidas cuando mi madre salía. Ella volvió antes, olvidó su medicina y el olor a cigarro la llevó a la cocina. Ahí estaba él con los ojos rojizos, al verla se le escurrieron como sapos enfermizos. Su cara se tornó pálida y un poco amarilla. Escondió las manos detrás de la cortina, comenzó a encenderse hasta la parte de arriba. Mi madre se volvió loca y gritó groserías. Ella nunca las dice pero ver la habitación encenderse no es cosa sencilla. Aquí hay otra marca, si la toco me lleva al cuarto donde hay ramas, libros, flores secas y la huella del incendio que dejaste. Pintamos los vidrios de negro para que nadie pueda ver el desastre de aquí adentro. También para que las palomas no se estrellen. Olvidé tapar las cicatrices de la pared, por ahí tus abejas me inundaron polinizando un estómago que no necesitaba más miel. Desde entonces mi felicidad viene explícita cada vez que

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llegas. Como enredadera tu nombre se me cosió en las manos. Y pienso que entre tantas cosas tristes tal vez sea yo la que necesita tú sonrisa como tregua. Me da la impresión de que este cuarto se hace tres veces más grande cuando te vas. He pensado en el cristal, ese que nos hacía transparentes y sin filtros. Ese pequeño espacio que compartíamos antes de pintarlo color petróleo. Las palomas siguen trayendo mensajes pero se quedan fuera, junto a mis suplicios de a escondidas. No he tenido tiempo para sanar lo que queda de la casa, las enredaderas han crecido y la voluntad para podar tanto planterío se ha quedado muda entre tantas cenizas. Quizá el canalla de mi hermano debió decirle a mi madre que su vicio era el mismo. Que el amor no se escurre entre las manos si no que se siembra en el tuétano, esperanzado a que sus semillas no crezcan en vano. Por más que digas que éste espacio era de ambos, fue de todos los que lo habitábamos. Cuando te fuiste, el lugar quedó ajeno, distante, roto. Como si cierta sequía emocional lo invadiera de pronto. Se me puso árido el corazón, descarapelandome el alma de a ratos: me dolias desierto y tuve que llorarte tormentas para a penas volver a florecer. Las cicatricez no son de a gratis y yo me sentía siempre tan paloma: estrellando mi existencia en algún rincón de esta casa. Odiandome a escondidas para que no te enteraras. Hacías falta porque no me hallaba en esas ruinas sentimentales que llamamos hogar. Cascarón fracturado a medio pintar. Ahora habito tu recuerdo y me apropio de nuestro espacio. He pintado este cuarto con recuerdos y sin sabores. A una pared le di dos capas de pintura blanca. Solo a una porque creo nos quedamos escondidos ahí. Cuando volteo a verla encuentro en las manchas tu rostro y me siento abrazando un

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recuerdo, me siento en el suelo. Atascade en el tiempo de los días que ya fueron. Caminaste alejando tus piernas de roble, lo resolví con dos litros de pintura diluida en agua salada y te fuiste cuidando la madera de la que te hicieron. Yo prefiero pensar que seguimos ahí, debajo de esas dos capas blancas mal puestas. Me gusta creer que, si asomo las pestañas por las grietas, puedo escucharte cantando la estrofa que hicimos nuestra. Aquella que aún bailo incluso sin ti. Qué bueno que los cristales obscuros me esconden de los ojos que pasan, así no me ven tratando de oírte a través de una grieta mediocre en esta pared, que ya parece ser de nadie. He sido paloma roja envuelta en llamas. He sido hierba santa. También cristal estrellado. Tu recuerdo me persigue pies descalzos por este árido desierto del presente. La casa sigue echando humo y mi hermano ha aprendido a curar cortinas. Dejé le ventana abierta, por si eres paloma y me traes un buen agüero. Mamihlapinatapai (Enrique Antillón Zahuita, Sergio Rojas Ortega, María Luisa Juárez Victoriano, Samuel Muñoz Rodríguez y Ada Janett Tovar Rodríguez) “Nacimos en tiempos de guerras, chamarras coloridas y buenas canciones. Nos gustan los viajes, las plantas, la playa y cantar. Lloramos fácil, bailamos pronto, besamos lento. cuatro nacimos en jueves el otro en miércoles. Carita feliz y triste. Somos muchas cosas y entre esas nos gusta jugar con las letras. Las tomamos, alimentamos y llevamos a casa. Las ponemos guapas y las sacamos a pasear. Somos tortugas, elefantes y conejos.”

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Pies que arden, se terminó de editar en agosto del 2020, mismo año en el que acontecía una pandemia. Impreso y hecho en México, Agradecimiento especial a Omar Ra, por colaborar en este número.

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IG:@lospiesquearden FB: Pies que arden lospiesquearden@gmail.com 102


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