Último Refugio
El dolor es un lugar común. Y sin embargo, todos hemos sentido la urgencia de expresarlo con nuestras propias palabras, trazos en un papel, acordes de una guitarra o incluso con el heroico gesto de abordar un camión a las cinco los 536 días del año. Último Refugio nace de esa simple y humana necesidad: decir y decirnos, nombrar el desasosiego y hacer frente al silencio en que nos ahoga el tumulto implacable de la rutina. Si en algo creemos los que aquí escribimos es en la voz que cada uno lleva en el fondo, porque no sabe mentir y lo único que pide es que nos dejemos escucharla. Al final de cuentas, si el dolor es un lugar común, la esperanza también.
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Acorde en Re menor Me fundo zigzagueante con un fuego herido. Adentro llueve, la luz está agrietada. Mi temor es el de un punto negro en la noche estrellada. Recorro el día como una sombra despojada de sus pasos. Soy un río que se ahoga, una pieza que no ha encontrado el rompecabezas al que pertenece. Soy la luna aullándole a los coyotes. Soy la sal y la herida, el dedo y la llaga. Me confunden con el aire, mi imagen no asoma en el espejo, no consigo verme. La esencia escapa. Volátil, me extiendo en el espacio, no llego a nada, me desvanezco.
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Sobre un poeta local Aún se puede ver al gran poeta por el parque, a solas, como una pequeña deidad agreste. Se detiene un par de horas en una banca, siempre con alguno de sus poemarios a la mano; quién sabe si con la esperanza de venderlos u obsequiarlos al primer transeúnte que pueda apreciar su valía. En ocasiones, hace acto de presencia en algún evento oficial; recupera las energías de antes, la expresión severa y juzga, sin miramientos, a las jóvenes generaciones por su falta de oficio. El público asiente, los colegas estrechan su mano, un muchacho imagina enseñarle tres poemas mal escritos. Sin embargo, a la media hora el público empieza a levantarse, los colegas ya estrechan otras manos y el muchacho sueña otros mentores. Como tantas veces, el poeta acaba en el mismo café del centro junto a las demás glorias del pasado. Ahí recuerda el célebre año de mil novecientos ochenta y ocho, cuando obtuvo el Premio Nacional de Poesía “Manuel Maples Arce”, o la vez que se sentó a espaldas del mismísimo Octavio Paz, apenas a dos lugares de distancia. Así puede verse aún al gran poeta, así hasta que tal vez un día decida morirse; cansado ya de los parques, las presentaciones de libros y el mismo establecimiento de la 62 con 64. Entonces se publicará una nota en el periódico, se hará una modesta ceremonia en la biblioteca y, por fin, alcanzará la inmortalidad en el canon de la provincia, en dos o tres cuartillas a lo mucho.
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Ojalá vivieran en mis ante -ojos… E hicieran nidos en ellos Que se escapen las aves Que se roben mi vista y viajen a los paisajes. Ojalá vieran lo que hay en mis ojos o lo que hay antes de ellos.
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Cinco preguntas a Ernesto Rojas Ernesto Rojas es, en palabras de Alfonso Bloch, “una vanguardia de un solo hombre”; según Eleanor Cross, “el renacimiento popular de la pintura abstracta.” En 2001, ganó el premio Asger Jorn por su obra pictórica y, en 2008, ganó el galardón al artista emergente en la 50 Bienal de Varsovia. Lo que hace tan singular a Rojas, y lo que ha dado tanto de qué hablar en el mundo del arte, es que sus trabajos están muy lejos de los lienzos y las galerías, puesto que Ernesto reivindica la pintura de viviendas como un acto de creación estética. Actualmente, se encuentra realizando el que podría ser su proyecto más ambicioso: la intervención monocromática de un barrio entero a las afueras de la Ciudad de México, en su país de origen. 1.-¿Cómo empezó tu relación con la pintura? Mi padre y mi abuelo trabajaban pintando casas, claro que para ellos eso no tenía ni la más mínima relación con “hacer arte”. Sin embargo, me acuerdo que eran muy rigurosos con la aplicación de la pintura; si al secar no quedaba lo más parejo posible, no se quedaban contentos; eran muy exigentes con esos detalles. Para mí siempre hubo arte en lo que ellos hacían, no al que uno está acostumbrado, claro, pero había algo genuino en su forma de pintar, algo sin pretensiones, algo transparente; una relación con la vida que difícilmente se puede encontrar en el Guggenheim o el MoMA.
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2.-¿De dónde surge ese interés tan propio por el arte conceptual? Bueno, esa es la etiqueta que muchos críticos le han dado a mi trabajo y tiene sentido. Si uno voltea a ver la historia del arte, podría encontrar semejanzas entre lo que hago y los monocromos de Klein, por ejemplo. Sólo que mi paleta es más variada y mi soporte son edificaciones urbanas. Pero en lo primordial mis pretensiones son otras. Creo que el arte conceptual suele quedarse demasiado en lo filosófico, creo que olvida la materialidad del hecho estético. 3.-Entonces, ¿cuáles dirías que son las motivaciones de tu trabajo? Podría resumirlo así: estetizar la vida cotidiana, todos los actos que hacen las personas, que no por ser pequeños son menos bellos. Creo que si lo que hago quiere llamar la atención sobre alguna cosa, eso es. Digamos que quieres que la gente se detenga a ver algo tan trivial en apariencia como las casas que habitan (como es mi caso); esperar que lo hagan así nada más es muy difícil. Pero si les dices que un artista laureado en la bienal de Bolonia trabajó con esa vivienda, las cosas cambian. Es más probable que se tomen unos minutos para mirar esa casa, o lo que sea, y se pregunten si puede ser bella y en el mejor de los casos la admiren en su sencillez. 4.-¿Cuál crees que sea la relación de tu particular pintura con la institución artística? Creo que a primera vista mi trabajo no parece muy desafiante con el establishment. Es verdad que he tenido exposiciones en el extranjero, en instituciones reconocidas, y si bien algunos críticos me consideran “avant-garde”, en realidad mi obra está 7
lejos de romper con el mundo del arte, en el sentido más radical que eso pueda tener. Sin embargo, si hay algo que quiero dejar claro en cualquiera de mis exposiciones es que mi obra no está ahí. Mi obra está afuera, en las calles, en los barrios y no en una habitación entre un puñado de connoisseurs. Si lo que yo hago puede llamarse arte es precisamente por pertenecer afuera, no al revés. Creo que en la actualidad la galería está muerta y no hay por qué aferrarse; muchas cosas están cambiando, lo que falta son ojos para verlo. 5.-¿Hay algún artista que te haya influenciado especialmente? Creo que mis imprescindibles son: Pinot-Gallizio, Raymond Hains, Richard Long y, claro, no puede faltar John Cage.
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Anécdota de la Búsqueda Esta anécdota va dirigida a toda persona que use sus personajes a su favor y con responsabilidad. Durante una temporada viví solo en un departamento de Chuburná (Juan B. Sosa), dándome cuenta que no estoy tan güey para arreglármelas por mis propios medios. Incluso pienso que me alimentaba mejor que en mi casa, aunque por otro lado, no negaré las incomodidades de ese lugar; el espacio era tan reducido que con cuatro personas que estuviéramos allí dentro ya se sentía como un día por la mañana en el transporte público. También había un olor muy extraño, no era tan agradable, pero te acostumbrabas después de un rato, era como un olor permanente a cigarro con cosas viejas, y en las paredes había unos orificios, quizás de clavos o tornillos, de allí salían unas hormigas gigantescas con alas. Pero en fin, en realidad no estaba tan mal aquel lugar. El punto es que los días que pasé allí aprendí muchas cosas, una de ellas y que quizás poco tiene que ver con “vivir solo” es que conseguir weetlacoche puede llegar a ser toda una faena, ya sea porque los proveedores están bien weyes o porque son bien casiques. En una ocasión, un amigo poeta llamado Ahmed Daaun, o Iván, llegó de las lejanías y se quedó unos cuantos días en el depa; todo era risas y felicidad hasta que se nos acababa la weetlacoche y teníamos la infinita labor de volver a conseguir. Hubo un vez que logramos nuestro cometido hasta altas horas de la noche. El dealer dijo que nos viéramos en un parque de Lindavista, así que tomamos nuestras biclas y cual si fuéramos máquinas 11
pedaleamos sin dejar espacios. Nos detuvimos en un parque bastante oscuro y volvimos a contactar con el proveedor. Pocos minutos después llegó un sujeto en bici y advirtió que sólo uno podía ir, así que Ahmed Daaun se fletó a ir solo a realizar la transacción; yo me quedé en el parque por varios minutos. Al llegar, Ahmed traía lo que parecían dos varitas mágicas bien envueltas en periódico, las puso dentro de la cesta de mi bici y en lo que pedaleamos para por fin llegar al depa, nos encontramos a unas cuantas esquinas con un puesto de tortas y tacos de asado: eran las famosas tortas Don Ruffu´s ¿pero de noche? Qué raro. Recuerdo que comimos esas tortas con gran vehemencia y, con lo poco que nos quedó de haber comprado la weedtlacoche, juntamos para una tercera torta entre los dos. Ciertamente, ese podría ser el fin de la anécdota, puesto que cada que recuerdo ese día lo primero que aparece es el sabor de la cena y eso me alegra. También me alegra que la policía no nos haya atorado de regreso. Ahora pienso que no supe qué sucedió mientras yo estuve esperando a Ahmed en el parque, habrá que saber su versión…
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Poema al margen Hay quienes sueñan con versos como música y afinan sus hipálages. Otros que sueñan con versos como balas y mastican pólvora. Yo sueño con versos como cigarrillos y salgo a la calle.
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Obertura Ahora has venido y mis tristezas te pertenecen. Llevo en cada segundo del alma el dolor del mundo y el tic-tac es tan pesado que apenas puedo soportarlo.
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A veces me pienso sin ti… A veces me pienso sin ti e imagino que la soledad es una puerta sin llave, sin seguro. Que podría pasar cualquier cosa…. Podrían pensar cómo el fuego solloza Y que detrás hay un cementerio de puertas, de posibilidades. Por eso prefiero llamar “migo” a mi soledad. Por si me preguntan con quién estoy. A veces me pienso sin ti y me pregunto ¿cuántas ventanas abriremos hoy?
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Chubasco ¿Por qué la tierra tiembla cuando dos labios se unen? ¿Por qué los ojos buscan mapas, hacia soles ocultos, en los ojos del otro? ¿Por qué hundimos nuestras raíces en el mismo suelo? ¿Quién puede amar sin quemarse? ¿Quién puede vivir libre de insomnio? ¿Quién puede acariciar el rostro sin acariciar el alma? Ni la oscuridad ensordece ni el silencio ciega. Pero creyendo esto vamos por la vida, tomando los lugares comunes para empañarlos de memorias. ¿De dónde viene el deseo que se cuelga? ¿De dónde viene el roce de una piel y otra? ¿Hacia qué rincón dulce caminan dos seres que se aman? Y cuando el tiempo pasa ¿Por qué nos despojamos el uno del otro? ¿A dónde va el amor cuando se acaba? ¿A dónde la luz? ¿A dónde los besos? ¿Por qué cuando el amor dura más que todo, dura aún muy poco?
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Piedra y Camino Piedra y Camino se conocieron en el transporte público, ambos iban al mismo destino. Sus sonrisas nerviosas se cruzaron cuando decidieron bajar y se dieron cuenta de que no había vuelta atrás, de que tenían que avanzar. Piedra y Camino cruzaron el puente juntos desde entonces. Cuando bajaban desde la montaña parecían ser una unidad. En muchas ocasiones surcaron la tierra muy profundamente para que el río cruzara y pudieran hidratarse. Descansaban y luego hacían el amor como lo hacía el viento con las hojas o viceversa. Hubo un tiempo en el que Piedra se desgastó mucho por los constantes choques atómicos con Camino, cada paso era un bache; caían constantemente. A veces se miraban en silencio, un silencio largo, que intimidaba. Ni observando con minucioso detenimiento se podía saber quién era la flor y quién la abeja en el juego contemplativo. Luego… nada, los pájaros aún volaron por la mañana, las hormigas iban por los restos de comida Todo ha sido tan rápido - pensaba Camino- quizá deba alejarme por un tiempo, quizá Piedra se reconstruya y yo también… ¿Esto es algo que se arregla? ¿O que sólo se deja pasar? Se preguntaba Piedra, ¿acaso de mí se derraman las gotas o soy yo quien las recibe? ¿Seré estalactita o estalagmita? Da igual, en ambos casos erosionan. En sus cabezas se desbordaba una infinidad de tejidos que se enredaban mientras todavía yacían con los ojos cerrados y sus cabezas juntas. 20
Un día, después de una larga y calurosa jornada, cuando terminaron de hacer el amor o ¿tener sexo?, Piedra y Camino se desenvolvieron en una conversación que fluía cual arroyo, hasta poco a poco desembocar en una cascada de reclamos. Camino abandonó a Piedra esa misma tarde, y éste aún reflexionaba sobre hacía cuánto que se habían abandonado sin saberlo, o… sabiéndolo. ¿Qué es lo que esperamos? ¿Buscarnos para evitarnos? ¿Hace cuánto que abandoné mi soledad? - Se decía Camino. Camino regresó a los pocos días, “La ausencia da fuerza”, dijo Piedra. Callaron unos cuantos segundos hasta que Camino sonrió y se le abalanzó. Al final uno se da cuenta de que Piedra formaba parte de Camino, y de que Camino formaba parte de Piedra. Se constituyen, pero también se separan en fracciones pequeñas y sin que se den cuenta de lo que van padeciendo. ¿Pero acaso no es la compasión la peor de las virtudes? En realidad, eso no importa, somos pacientes, el amor es tanto que hasta sufrir gusta, diría un poeta cantor.
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Tus Ojos Claros, límpidos, como cielo sin estrellas; abiertos como luces, como aves, como espigas en la mano de algún niño; tan ciertos, necesarios, como el agua y los días y tan vivos como lumbre, como briznas en el campo, como frutas, como casas que invitan a pasar.
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Tres Anécdotas I Hace algún tiempo fui a un congreso de filosofía. Como no pude alcanzar la conferencia que deseaba, decidí quedarme a la primera mesa panel que encontré. Tocaba el turno a un hombre joven, de traje y mucho vello facial. Me acuerdo que su intervención era sobre las “prácticas epistemológicas inválidas”. Habló durante poco más de quince minutos en los que capturó al público en una intensa disertación sobre cosas que francamente he olvidado; muchos autores, muchas expresiones en latín, siempre en un tono muy serio y con ademanes muy medidos. Justo cuando terminó, alguien pidió la palabra para preguntar que, a pesar de la explicación, no había sido capaz de entender en qué consistía dicho tipo de práctica epistemológica. Recuerdo que el expositor miró el micrófono por unos segundos y entonces respondió con una sonrisa que precisamente esa era una de las cuestiones más discutidas en la filosofía de la ciencia. II Una ocasión, en casa de Ariel, conocí a unas personas que coordinaban un taller literario en el penal. Durante toda la noche, recuerdo que no se reservaron ningún detalle sobre la mórbida materia que los estudiantes pretendían plasmar en sus textos: asaltos, secuestros, ejecuciones. La mayoría tenía el deseo de recoger su propio testimonio, de presentarse como una suerte de héroes malditos, de rebeldes enfrentados con la sociedad. De manera un poco inevitable, tras escuchar una lista macabra de proyectos literarios, mi amigo les preguntó qué consideraban era lo peor de su trabajo con los internos. Uno respondió, con cara 25
de molestia, que lo peor era que los presos no entendían un carajo de técnica narrativa. III Una vez en la universidad, Ernesto se ofreció a llevarnos a mí y a Leonel al paradero de nuestro camión. Justo antes de subir al auto, recuerdo que nos pidió que lo esperáramos, entonces se sentó en el suelo y cruzó las piernas. Así pasamos quince o veinte minutos, sin decir palabra, hasta que por fin se levantó y nos fuimos. Cuando le pregunté qué habíamos estado esperando todo ese tiempo, él me contestó que nada, que sólo había tenido ganas de sentarse.
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Anécdota del Tacaño El 8 de noviembre me pasó algo curioso, o tal vez no tanto, es sólo que mientras estaba en el parque de Santiago, se acercó una chica y me vendió un poema a la extrema cantidad de diez pesos. Sí, sólo un poema por diez pesos. Y no me quejo de lo caro (o quizá sí), sino más bien de lo siguiente: Cuando me dio el papel que contenía el texto me fijé que no tenía el nombre de quien lo escribía, por lo que le pregunté “¿Por qué escribes en anonimato?” Y ella me respondió “¡Aahmmm! Porque no creo que valgan la pena” Yo sólo le di la moneda de diez pesos en automático y me quedé pensando que era un precio elevado, también pensé que quizás le compré el poema para ayudarla, por caridad, o algo así, luego de leer el texto corroboré que fue por eso. Continué meditando acerca de lo que me dijo, es decir, el poema que me vendió no tenía valor para ella, y aun así me lo vendió. De algún modo me sentí estafado. Y quizás se pueda bromear con la idea del precio y el valor de las cosas, pero en ese momento sólo pensé que no debí comprar algo que no tuviera valor para su creador, como si todo lo que uno generara tuviera que tener un valor genuino e individual, sin embargo ¿acaso la poesía obedece esta sentencia? Supongo que a veces sólo se obedece al hambre…
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Punto de Fuga ¿Has sentido el rayo que cae de madrugada y hiere el sueño, y te revuelca deseando amanecer en otra piel? ¿Has despertado alguna vez con el mar en llamas, la cadena al cuello y el pasado arañándote, con un olor a sombra o abismo, a pájaro sin voz, a cuenca vacía? ¿No te ha golpeado nunca, a mitad de una calle o una conversación, un estruendo de tigre enfurecido, el sabor del metal hirviendo, el miedo de tener la boca llena de navajas y de que al abrirla salgan disparadas? Que no te engañen, uno puede tener 22 años y ser un viejo. A mí los insomnópteros me atacan en la noche y si consigo dormir multitud de relámpagos me azotan y si consigo despertar es con el mar en llamas y si consigo salir a la calle es escupiendo navajas y si consigo mirar al horizonte es con el temor de que la vida acabe y mi nombre sea olvidado.
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Oración por los deportistas San Moacir Barbosa, mártir del Maracaná, bondadoso protector de los deportistas caídos en desgracia: A ti que sufriste el suplicio de la muerte dos veces en vida: la primera de pie, frente a doscientos mil brasileños incrédulos y la segunda en cama, solo, acosado por la pobreza y la enfermedad. A ti, crucificado por un país completo; señalado por oficinistas, obreros, magnates, campesinos, policías, ladrones, amas de casa y niños de la calle, ni siquiera libre de la injuria en el humano instante de ir por el pan. A ti, a quien un irreflexivo Zagallo prohibió acercarse a la selección, porque tu nombre había sido mancillado para siempre por la derrota. A ti que soportaste con serenidad, durante cincuenta largos años, la tumba cavada por tus compatriotas día tras día a tu alrededor. A ti, Santo Moacir Barbosa Nascimento, es a quien imploramos humildemente nos otorgues fortaleza de alma para enfrentar los insultos, amenazas y humillaciones que recaigan sobre nuestra persona. Bríndanos la voluntad para resistir impasibles el rencor de nuestros semejantes. Te pedimos, con toda la devoción que nos es dada, el coraje para aceptar nuestros fracasos, nuestras limitaciones insalvables como deportistas, pero, ante todo, permítenos aceptar nuestra frágil condición como hombres. Amén. 30
Piel y huesos Su sombra se proyectaba en la pared, incluso antes de que alcanzara a llegar al final de los escalones. Los pasos resonaban en cada piso, en cada escalón; pasos lentos y cansados por su obesidad. Tomaba aire para poder continuar, no era fácil bajar siete pisos sin condición alguna y con problemas cardiacos. Era bajito, calvo y usaba lentes, esos que le conferían un aire de escritor a lo Truman Capote. Su traje almidonado gris y sus zapatos bien lustrados, llevaba los pantalones algo cortos, se entreveían unas calcetas con dibujos geométricos; en esto consistía su indumentaria diaria. Tenía ambas manos ocupadas entre la taza de café que sostenía y su portafolio con unos importantísimos documentos, entre ellos las cuentas bancarias de la familia Díaz. Perdido en sus pensamientos, preocupado por las deudas y el reciente divorcio que lo había dejado más endeudado que nunca, vivía solo, aislado de todo lo que no tuviera que ver con cifras y estados de cuenta, no advirtió de que el último escalón estaba mojado. Cuando gritó ya era demasiado tarde, el café se le había derramado en el saco y le quemó el pecho, ensuciando su traje y el piso también. Se quedó parado en el vestíbulo, con esa cara estúpida de no saber qué hacer. El muchacho que siempre está aspirando por ahí aún no había llegado. Aquel joven del aseo siempre le daba los buenos días antes de que bajara el último escalón. Miró hacia todos lados, pero en ese momento no había ningún ruido proveniente del edifico, ni siquiera la vieja loca del 216 que tenía cuatro gatos, siempre a la espera de que algún joven pase frente 31
a su puerta para invitarle una taza de té, pero nadie se acercaba por ahí, la terrible peste que emanaba del cuarto de la vieja era escalofriante, olía a cementerio. El reloj de la recepción ya marcaba un cuarto para las nueve, tenía que darse prisa. Decidió subir por el ascensor, presionó el botón, como de costumbre tardó una eternidad para aquel ansioso oficinista. Por fin se abrieron las viejas y pesadas puertas de acero, pasó rápido por ellas con miedo a quedarse atrapado. En el interior del elevador apretó el botón, el séptimo piso para ser exactos, mientras se desajustaba la corbata. El elevador iba lento, “carajo” pensó, el sudor ya se hacía presente, lo podía ver en el reflejo de aquella caja de acero; lo sentía, se rascaba la cabeza de los nervios. El ascensor marcó el tercer piso, el tiempo iba muy lento para aquel hombre, miró hacia arriba: cuarto piso, miró sus zapatos, quinto piso. Una fuerte sacudida, la luz se fue, la taza de café que aún sostenía voló por los aires, escuchó cómo se hizo añicos al impactar con el suelo, era su taza favorita de color verde. Sintió miedo, escuchó su respiración y sus palpitaciones. Allí en la oscuridad no emitió ningún sonido, y ninguno llegó del exterior; ese día definitivamente era de mala suerte. La luz se dejó venir, aunque parpadeante, el hombre se acercó a la puerta y presionó el botón de emergencia… nada. −El portero ya debería estar aquí, no tardará en darse cuenta que el ascensor no sirve−pensó. Tiró su corbata y gritó con todas sus fuerzas… nadie, entonces comenzó a pensar una excusa convincente para no quedar como un idiota frente al señor Díaz, aunque iba a costarle demasiado, 32
siempre se retrasaba por una u otra cuestión. Eran esas pastillas para dormir, definitivamente, tenía que pedirle a su psiquiatra que se las suspendiera, le estaban causando serias consecuencias; el cabello se le estaba cayendo y se sentía más ansioso que nunca. Habían pasado dos horas, el encierro era insoportable y el sudor también. No escuchaba ningún ruido, no recordaba el piso en el que se había quedado atorado. Llamó al portero, no respondió, si estaba en el segundo piso, seguro que la anciana lo escucharía. – ¿Cuál era su nombre?, ¡Dolores, Dolores lo escucharía! − pensó. Pero no, nadie se había enterado que un hombre estaba a punto de desfallecer en un elevador. Los vecinos por supuesto ya se habían levantado a realizar sus habituales tareas; Mario era uno de ellos, vivía en el último piso y era su compañero en las mañanas, juntos se quejaban de la economía, la política y las mujeres. En ese momento extrañó esas pláticas matutinas, sobre todo un cigarro, pero los había olvidado en su departamento. El tiempo pasaba, ahora el sudor le escurría entre las piernas; se quitó el saco, miró hacia arriba, la salida de emergencia era muy alta, o tal vez él era muy bajo, ni siquiera brincando alcanzaba el techo. Reprimió un grito y las ganas de golpear y patear la puerta, tenía que controlar la situación, ya llegaría alguien a rescatarlo. Pasó una hora o quizá más tiempo, se paraba, gritaba, preguntándose si nadie usaba el elevador. No dejaba de sudar y las gotas le recorrían la espalda − ¿Qué hora será? ¿Cuánto tiempo estaré aquí? ¿Moriré? −se preguntaba a cada momento. No se dio cuenta cuando se desmayó, tampoco cuando los bomberos abrieron el elevador. Gritaban los vecinos en el exterior: −Descuide don Daniel, ya lo sacan de ahí, pobrecillo 33
permaneció todo el día metido en el elevador, creo que no vio el letrero de afuera −. Éste decía que el elevador estaba fuera de servicio, algunos vecinos ya se habían quejado de problemas y que fallaba. Ya fuera por la prisa o por el café que se le derramó, de cualquier modo ese no había sido su día. Sin embargo, algo cambió en Daniel. De pronto el mundo se sintió distinto, era como si aquel elevador lo hubiera estado esperando siempre. No hablo del destino, sino de algo que lo acunó, que lo recibió tal cual era. Olvidó el olor de las naranjas que su madre cortaba del árbol del patio trasero cuando él era un niño, olvidó su nombre, entró en una ensoñación consciente. Se sentía pleno, no había nada más que lo atara al mundo, porque pronto olvidó sus recuerdos. Ya no existía nostalgia en Daniel, simplemente una aceptación. El trabajo, el divorcio, sus adicciones todo era producto de su propia experiencia, no había ni hubo ni habrá alguien más como él. Si su destino era morir y ese su papel estelar, entonces no tenía un propósito distinto al de otros seres humanos. —Pareces un colibrí— recordaba la suave voz de Elsa. — ¿Y por qué? — No lo sé, pareces muchas cosas y a la vez estas vacío. Recuerdo que me dijiste una vez que yo podía esperar siempre algo más de ti, y ya vez querido, lo único que espero es el divorcio… “Bueno, Truman Capote escribía desde los ocho años ¿y eso qué? Yo también soy un buen hombre, soy el presente ¿tú que eres? Pareces una gran mancha en el océano, estás marchita y el tiempo ha borrado el color de tu piel. Nunca pudiste verme ni tocarme porque pensabas en alguien más.” Ahora veía las sonrisas retorcidas, los rostros macabros, el tacto frío, la opresión que sentía en el pecho, tan real que en sueños 34
escuchó su propio grito…Sin embargo aquellos rostros que parecían acribillarlo en la oscuridad resultaban tan familiares, y sobre todo, tan reales que dudó de su estado mental. Cuando por fin las puertas cedieron y se abrieron por completo, no había nadie, sólo pedazos de cerámica, una corbata tirada, y del techo caían gotas, pero el hombre atrapado no estaba. Los vecinos reunidos se preguntaban qué habrá sido de él, uno a uno con cara de desconcierto; hasta la vieja del 216 con uno de sus gatos en brazos y doña Dolores boquiabierta con el rosario en mano. Buscaron en el edificio y hasta tuvieron que forzar la cerradura del departamento del hombre, pero no había nadie, tampoco en los pisos superiores. Todo era muy misterioso, los vecinos del quinto piso habrían jurado escuchar los gritos que provenían del ascensor; les explicaron a los bomberos que el individuo gritaba su nombre y éstos le respondían, pero al parecer no escuchaba nada. Y es que él había llegado por un accidente, y pensar que a su madre le pasó por la mente abortarlo… cada día siendo nada, a la sombra de su propia vida. Se fue marchitando poco a poco, esto evidentemente fue un colapso, porque el cuerpo humano no puede aguantar tanto conformismo, de alguna manera tiene que salir de sí mismo y refugiarse en algo más que pueda ayudarlo con esta amarga existencia. Aquel hombre sólo era un saco de piel y huesos, un fumador compulsivo y esa alma que su cuerpo aprisionaba lo único que hizo fue huir… Todos y cada uno de los vecinos se impactaron ante tal desaparición, así que continuaron la búsqueda por unas cuantas horas más. De lo que nadie se percató era del charco de agua que brillaba junto a la puerta del ascensor, porque el joven del aseo 35
ya lo había secado. Mientras todos seguían la exhaustiva búsqueda, nadie halló algún indicio de donde pudiera estar o haberse ido. Pronto la gente dejó de preguntar por Daniel, pasaron los días, los meses y nunca jamás se supo de él. Su sombra que siempre iba delante de él subió de nuevo a su departamento, aunque esta vez subió sola.
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Créditos Textos Luis Tun: Ojalá vivieran en mis ante-ojos… (5), Anécdota de la búsqueda (11), A veces me pienso sin ti… (16), Piedra y camino (20), Anécdota del tacaño (27) Daniel Ramos: Acorde en Re menor (2), Obertura (15), Chubasco (19), Punto de Fuga (29) Wilbert Osorno: Sobre un poeta local (3), Cinco preguntas a Ernesto Rojas (6), Poema al margen (13), Tus ojos (22), Tres anécdotas (25), Oración por los deportistas (30) Josi Medina: Piel y huesos (31) Ilustraciones Luis Tun: Portada, (1), (10), (18) Wilbert Osorno: (4), (14), (24), (28) Fotografía Daniel Ramos: (37) Olga Zepeda: (38)
Contacto ▪ Luis Tun @sauceypiedra https://luispiedra.bandcamp.com/
▪ Daniel Ramos @tardigrado_visual Luz Tibia, Tiempo Suave
▪ Wilbert Osorno @grumos_de_luz
▪ Olga Zepeda @s___ewa
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Mรกs informaciรณn en https://creativecommons.org/licenses/bync-nd/4.0/deed.e
Primera Edición: Diciembre 2017 Segunda Edición: Diciembre 2018 Edición Digital: Septiembre 2020 Mérida, Yucatán, México Último Refugio