Muerte Súbita #1

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FANZINE

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LITER ATU RA FANTÁST ICA & T ERRO R


PRÓLOGO

El visitante.................. 2

a hace algunos años el género literario fantástico y todo lo que sus sub-géneros conlleven están dando que hablar en nuestro país. Se le esta dando el reconocimiento debido gracias a que editoriales independientes han apostado fuertemente por ello dejando indudablemente el granito de arena necesario para que, esperemos, editoriales “gigantes” abran los ojos y se den cuenta de este “revival” del género como antes no ha habido (o que tal vez hubo de una manera aún más underground).

El abismo de la carne.... 5

Y

A la salida de este fanzine ya e xisten publicaciones reconocidas tanto impresas como digitales, a las que saludamos gratamente por sus consignas de hacer crecer este aún pequeño escenario. Este primer número busca de alguna manera también colaborar con este auge nacional aunque incluyendo a escritores extranjeros animosos de darse a conocer. Esperamos entonces que los relatos aquí publicados capten tu atención y de alguna manera te abstraigan de la cotidianidad dejandote arrastrar por las escabrosas ideas que aquí han sido plasmadas.

El e tor

Maullido Mortal.......... 10 Danza macabra............ 13 Reseña....................... 15 Exorcismo.................. 16 La carne era esto.......... 21 Limbo Editorial f ellimboeditorial@gmail.com


El visitante By: Alejandro Baravalle (Argentina) Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal que están en el aire. Efesios 6,12-13

A

l visitante lo recibieron bancos de niebla, turbias exhalaciones de ese mismo mal que prefiguraban. Aquel cielo no se parecía a un cielo; evocaba, más bien, una pátina de sangre y ceniza.

Pese a sus tantas idas y vueltas por autopistas vedadas al común de los hombres, no pudo recordar un destino igual de ominoso que este, o una sensación de infinitud tan vertiginosa como esta. No, nunca. Ni siquiera durante sus excursiones de novato, cuando aún no lograba dominar del todo sus habilidades. ¿Lo estaría aguardando, esta vez, una genuina bestia del inframundo? El visitante se dijo que su temor, para un ente así, representaba lo que la sangre para los tiburones. Pero él se dominaba. A fin de cuentas, su oficio nunca resultó fácil. Y tampoco resultaba fácil atemorizar a quienes lo sabían ejercer. Y, con un olfato ajeno a la nariz —el que otros usan para oler a las mujeres en sueños—, comprobó la inminencia del mal: un hedor a tiniebla antigua. Y dijo: —No me importan tu raza ni tu nombre: te enviaré de nuevo a donde pertenezcas. A excepción de sus pasos sobre el suelo arenoso, todo ahí callaba, como desesperando en silencio. A sus costados, aladas hordas de bichos sobrevolaban monumentos labrados en piedra virgen, más remotos que el mundo. En algunos se entreveían inscripciones, símbolos inasibles a la razón humana. A su regreso de los viajes, él jamás recordaba esas formas, siquiera como un esbozo o un borrón. Mejor así: evocarlas en su explicitud, en todo su relieve, le reventaría literalmente el cerebro. Sobre otras de las piedras, manos por las que mejor no preguntarse habían labrado también efigies reconocibles. Mientras él se acercaba a destino, reconoció a Cthulhu, enroscándose en sus múltiples horrores de molusco. Reconoció al hierático Pazuzu, con su estrabismo demencial. Reconoció a Lilith, la indómita. Cuando el visitante llegó al acantilado, un puente se tendió a sus pies. Aquel demonio le facilitaba el camino: una visible provocación. Debía cuidarse. Y él le dijo, sin perder el aplomo:


—No me subestimes. No te conviene. Ya caminaba sobre el puente. Desde abajo —desde el vacío— le llegaban las primeras y horribles notas de un galimatías sonoro. Trepaban desde los hondos ríos de fuego, como el vapor del agua cuando hierve a presiones imposibles. Una ruidosa amalgama de llantos, quebraduras de huesos, vómitos y defecaciones; también, el crujir de tejidos y músculos y pieles que aparentemente podrían desgarrarse y descuajarse con facilidad: igual que los gajos de una fruta, o el forro de un cuaderno sometido a un alumno rabioso. Y oyó aleteos ancestrales. Muy nítidos, cercanos. Por un segundo creyó que dos garras lo aferrarían de los hombros y se lo llevarían a donde los hombres temen no a la muerte, sino al eterno flagelo de su carne. Unos alaridos —quizá los alaridos de esos hombres— lo enfocaron de vuelta en su misión: el visitante bajó la cabeza y enfrentó al magma que discurría bajo del puente; así, les mostraba al enemigo su coraje. Sin embargo, no fijó sus ojos en ninguno de los otros ojos que se deshacían en la corriente, sometidos a los cuervos que habían criado en sus propias almas. “Quien se pierde en la vista de un condenado, se condena con él”, había sabido advertirle un viejo mentor. Cesaron los ruidos y volvió la calma, acaso más inquietante. Al cruzar el puente, una grieta se abrió: una negrura que no podía ser contemplada con ojos abiertos; que ni siquiera existía en el mundo de la superficie. Cada vez era más claro que emanaba de un demonio. Uno de medio, o incluso de alto nivel. Y él ya sentía esa presencia. La cercanía de un ente oscuro solía golpearlo en forma de una opresión o punzada en el pecho, pero esta vez fue como si el espectro de Vlad Tepes acabara de empalarlo. Dos redondas llamaradas de sangre irrumpieron en la negritud. Ojos de fuego, sí, aunque él sabía que su mente diseñaba esa imagen convencional: una pobre pero inofensiva traducción de la inefable naturaleza del enemigo. —Dejalos en paz —ordenó el visitante. —Nunca —contestó el oscuro. —¿No te avergüenza atormentar a esa pobre gente? —El visitante se irguió en un desafío de miradas—. Pensé que tu alcurnia era lo suficientemente rancia como para que te encomendaran tareas ambiciosas. Una risa vibró en la noche del inframundo: una carcajada que al visitante le sacudió la noche misma de su corazón, como una ráfaga de piedras acribilla la quietud de una laguna. Y el demonio se dio cuenta, y ahora le mostraba los dientes de perro infernal. —¡Devoraré tu alma, insolente! Y después ocuparé el hueco que en ella haya


quedado. Aquel epicentro de maldad succionaba la sangre del alma del visitante. El vértigo fue más desaforado que nunca. Heladas lenguas de terror lo lamían desde el centro de sí mismo. Y sintió que le daban un mazazo en las rodillas. Y sintió, también, la horrible tentación de claudicar; de dejarse caer y terminar con aquello. La complejidad del mundo y sus fenómenos se le resumía, ahora, en la imagen de una garra enorme: una garra rodeándolo, cerrándose sobre él, aplastándolo. Convirtiéndolo en una bestia que lo ignoraba todo, salvo las incontables maneras de doblegarse ante el dolor supremo. Había perdido. Les había fallado a quienes debía defender. Su esencia desencarnada se hundía en el magma de los sufrientes. Sus gritos devenían un instrumento más de aquella infamante orquesta, y su cuerpo se volvía un disfraz humano que ocultaría el horror. Eso era lo más humillante: no sólo fue incapaz de expulsarlo; además, él mismo, en su temeridad, lo había provisto de vestimenta y pasaje hacia donde aquel oscuro quería ir. *** Sentados a la mesa redonda, lo miraban con expectación. Era necesario que él los rescatase de la pesadilla de apariciones y ruidos extraños que vivían en esa casa desde hacía meses. —¡Está abriendo los ojos! —dijo el menor de la familia, y sus padres y sus dos hermanos mayores le indicaron con un gesto que se callara. No convenía alterar al hombre apenas vuelto de su trance. Pero ellos también lo contemplaban ansiosos mientras él separaba los párpados. —¿Se siente bien? —se atrevió a preguntar el padre. El médium abrió los ojos enrojecidos. Y le lanzó una media sonrisa que no ocultaba los dientes.

FIN


La muerte onírica o el abismo de la carne By: El Conde de Betancourt (Mexico) Mis lágrimas hablan con elocuencia de mi pesar. Y mis sollozos desvelan de mi alma el penar. (Las mil y una noches).

Extracto de las notas de Horts Schüller.

V

isto desde una perspectiva antropológica, el ser humano es considerado como una entidad emocional. Cada día, buscamos que nuestra vida tenga algún tipo de sentido con base en dichas sensaciones, sobre todo sí éstas son positivas. No obstante, así como las cosas maravillosas ayudan para que nuestra onda vital esté en armonía, los hechos negativos pueden ocasionar el efecto contrario provocando que las personas experimenten un hondo pesar y un vacío sin precedentes. Y eso es lo que me sucedió a mí. Jamás podré perdonarme lo que le pasó a mi gran amigo, el historiador Doroteo Migoni. Por mi culpa, emprendió un viaje sin retorno con el único fin de satisfacer mis deseos. Le había encomendado la tarea de que armase una enciclopedia sobre las culturas mesoamericanas para poder cubrir una necesidad de mi museo en Alemania; y sin embargo, jamás imaginé que las consecuencias de dicha labor terminarían en desgracia luego de que él viniese a esta tierra olvidada por Dios: la enigmática provincia de Las Profundidades. Y ahora, tras varios años de ello, heme aquí siguiendo sus pasos —aunque en una forma mucho más lúgubre—, quizás con el único objetivo de llenar ese hueco dejado por la culpa que tanto me embarga. Sea como fuere, esa tarde —una muy próxima al crepúsculo—, mis pasos me habían guiado hasta los límites de Ciudad Alfa y el municipio de Tznicpallitlan, en donde yacía un enorme casón de techos muy altos y con detalles ornamentales propios de la época colonial mexicana. ¿Cómo fue que llegué hasta ahí? Eso es muy fácil de responder. Luego de haber escuchado la experiencia paranormal de aquella joven en Ciudad Omega, uno de los lugareños me había recomendado visitar la casa, porque entorno a ella, giraban un sinnúmero de historias siniestras acerca de lamentos desgarradores que se proliferaban ahí de cuando en cuando; empero, me advirtieron que no eran quejidos comunes los que se percibían cada vez que alguien tenía la desdicha de transitar por ese sitio, puesto que se asemejaban a los bramidos de un coloso mamífero. Sin duda alguna tenía que investigarlo. En cuanto estuvo frente a mí, se podía notar a leguas que el caserón estaba abandonado, aunque cabe resaltar que también poseía una desmesurada elegancia. Había un pórtico que se extendía a ambos extremos de los cimientos; el piso tenía un fino acabado de loza; las paredes se encontraban excesivamente deterioradas y había un extenso conjunto de jardineras de hierro con algunos


helechos demasiado crecidos que colgaban entre piso y piso a causa del mal mantenimiento. Rápidamente, me dirigí a hurtadillas hasta la puerta y giré el picaporte para ingresar. En ese momento, una agobiante incertidumbre me hizo suyo; y por tal motivo, jamás olvidaré lo que descubrí una vez que indagué más a fondo. Por dentro, la vivienda se asemejaba a un viejo santuario para actos paganos. La oscuridad era mucho más densa y opresiva que la del exterior; los rayos oblicuos de la Luna —dado que ya era de noche—, se perdían apenas y atravesaban la puerta. Las paredes estaban infestadas por obras de arte de calidad sublime, cada una con un tema en específico que resultaba ser interesante. Las cortinas que cubrían los vitrales se hallaban completamente rasgadas haciendo que adoptasen un porte fantasmal. Los muebles tallados a mano conservaban un estado casi intacto, a pesar que una inmensa capa de polvo los desvaneciera en la penumbra; y una de las alfombras del piso —seguramente proveniente del medio oriente o de cualquier otro lugar exótico—, era de una calidad inigualable. En medio de la estancia, un desproporcionado agujero interrumpió mi paseo por aquel teatro grotesco, motivo por el que casi muero sino hubiese tenido la precaución de detenerme a tiempo. Mi silueta se había mimetizado con las sombras que ahora me rodeaban y mi teléfono celular fue incapaz de despedir la luz necesaria para poder iluminar el interior del foso. Y justo en ese momento, sin saber qué o quién lo producía, un bramido como salido del Infierno retumbó a lo largo y a lo ancho de esa abyecta dimensión, mismo que sirvió para desvelarme un resplandor carmesí —demoniaco como el amor de Satán—, que comenzó a dialogar conmigo empleando una dicción de lo más monstruosa. Sería mucho mentir si dijera que no me paralicé ante tal manifestación; a decir verdad, todo lo que anhelaba en ese instante era salir huyendo y dejar de lado todos los avances que había logrado. No obstante, mi curiosidad era mucho más poderosa que mi pavor, así que decidí ignorar toda razón y me dejé llevar por mi curiosidad incesante. —¿Qué te trae hasta esta prisión negra de estacas de hueso y placeres prohibidos? —retumbó la voz. —El saber y el conocimiento de lo que es imperceptible en términos sencillos —respondí yo con nerviosismo—. ¿Quién eres tú? —Hace mucho tiempo, cuando esta tierra aún era Nueva España, me hacía llamar Emmanuel. Ahora ni yo mismo me reconozco. —¿Por qué lo dices? —Ven y acerca más tu vista hasta los límites de mi pozo. Como veras, estoy deforme y contorsionándose; hace mucho que dejé de ser humano. Aquel desconocido no mentía en lo absoluto, pues tras agazaparme y tratar de enfocar mejor mi visión, sin mucho esfuerzo, reconocí un amasijo amorfo hecho absolutamente de carne: poseía nervios, cartílagos, tumores esféricos similares a burbujas y tuétanos dispersados de manera aleatoria. Su aspecto era meramente repulsivo; se retorcía a un ritmo chocante mientras su aura rojiza titilaba en la réproba negrura. En torno a éste, un millar de filosos huesos desempeñaban el


papel de flores enfermas, quizás con el propósito de destruir el poco espíritu que aún conservaba. ¿Alguna vez han sentido un sentimiento de impresión tan inmenso que, por momentos, pareciera que el habla se les atora en la garganta? Pues así me sentía yo, debido a que no creía en la autenticidad de lo que mis ojos estaban captando. Ni en mis peores pensamientos habría imaginado algo semejante. —Por favor, cuéntame tu desdichada historia —dije mientras hacía un gran esfuerzo por reprimir mis gritos de terror y repulsión. —¿En verdad quieres conocerla? Bueno, te la relataré si así lo deseas —respondió él después de un rato—. En cuanto termine, no admitiré más preguntas; yo enmudeceré y tú tendrás que marcharte. -----------------o----------------Otrora fui un enterrador que se paseaba a lo largo y a lo ancho de estos caminos para satisfacer una búsqueda insaciable de cadáveres. Cada mañana, tras levantarme, llenaba mi estómago con lo primero que estuviese sobre la mesa, me despedía de Raquel, mi mujer, con cierta frialdad y salía a hacer mi rutina hasta que se posaba el Sol. Era Raquel, precisamente, la que me impulsaba a tener aquel empleo de ultratumba, pues no soportaba ni un minuto más el estar a su lado dado una severa enfermedad que le impedía actuar como mi cónyuge. A ciencia cierta, sigo sin comprender qué era lo que le sucedía; tan sólo sabía que su fertilidad se iba marchitando gradualmente y que su sedosa cabellera, su sonrisa de marfil, su exquisita figura y mis anhelos de ser padre se esfumaban hasta convertirse en recuerdos imbuidos por la melancolía. Después de haber sufrido por varios años a causa de lo doloroso de su decaimiento —y de haber sido atendida por una cantidad incalculable de médicos y curanderos—, mi esposa no tuvo otro remedio que el de confinarse a la fría y oscura soledad. Se aferró, como una decrépita idiota, al asiento de una mecedora de caoba que habíamos adquirido en el mercado, la cual, rápidamente se convirtió en un medio de transporte que la distanciaba de la realidad. Se le podía ver ostentando una postura menguante que dejaba ver muy claramente la depresión que la acongojaba, a la vez que admiraba los paisajes del exterior a través de un agujero de su cuarto. El canto de los gorriones y de los cenzontles eran su único placebo. A pesar de toda nuestra desdicha —ya que el sacerdote me advirtió que mi deber era acompañarla tanto en la salud y la enfermedad—, me fui distanciando de ella; dejé de amarla, de desearla y hasta podría decirse que comencé a odiarla. Anhelaba los días felices del pasado donde las sesiones de placer me hacían sentir vivo y humano. Y como eso ya no estaba, empecé a sentir un vacío dentro de mí. Fue entonces que, durante un entierro, tuve la dicha de conocer a Virginia: una dama que destacaba de entre todas las vírgenes por el valor agregado de la nostalgia, ya que, hasta cierto punto, poseía un parentesco desmesurado con una novia de antaño. No puedo describir a esa dama porque eso sería blasfemia; no puedo detallarla ya que eso sería pecado; y no puedo especificarla debido a que eso sería sacrilegio. Estaba completamente decidido a rehacer mi vida junto a esta nueva persona con el


fin de recuperar todo el tiempo perdido que invertí en Raquel. Día tras día, en lugar de ir a cumplir mi jornada laboral, tomaba otro rumbo completamente distinto y me dirigía hasta lo más recóndito de las montañas con el único objetivo de dar rienda suelta a mi sexualidad en compañía de mi amada. Ahora que soy merecedor de esta deformidad, me doy cuenta del terrible error que cometí luego de haber actuado de una forma tan imprudencial. Dime tú, ¿De qué me sirvieron todas esas horas de pasión carnal que pasé junto a ese espectro si de cualquier forma terminé desgraciado? De cualquier modo, al cabo de unos meses, Virginia y yo decidimos establecernos en la mansión que ahora tú y yo ocupamos, pues me comentó que era producto de una herencia. Al cabo de una hora de estar conduciendo los caballos que jalaban mi mortuorio carruaje, comencé a sentir una profunda somnolencia. Entonces, ella se ofreció a tomar el control de los corceles y yo no hice otra cosa más que acceder, para luego, quedarme sumido en un viaje onírico donde los destellos efímeros de las farolas no eran otra cosa que puntos borrosos e hipnotizantes que se hallaban bajo el amparo de las negras alas de una noche decadente y despoblada. Cabe resaltar que antes de sumirme en el sueño, había encontrado, entre la comodidad de mi lecho, un poco de pinole preparado con algún extraño ingrediente. Al principio no le tomé importancia al singular sabor; mas de haberlo hecho, seguramente mi destino habría sido otro. Cuando al fin desperté, me percaté que el viaje había terminado y que mi acompañante ya no se encontraba más a mi lado. El beso de la Luna milenaria rompía con el silencio perpetuo de la tierra, al mismo tiempo que la arboleda de los alrededores se incrementaba de manera exponencial. Caminé y caminé para luego llegar hasta esta prisión de oscuridad y residuos humanos, cuya entrada no era más que el umbral hacia un reino de pesadillas. Estaba completamente solo; el eco de mi voz, luego de llamar incesantemente a Virginia, era mi única compañía. Mi miedo rápidamente se miró sustituido por otro todavía mayor poco después de que escuchara un siniestro estruendo detrás de mí. Giré con celeridad para conocer el origen, aunque por más que traté, únicamente distinguí sombras. El estruendo se hacía cada vez más colosal y arrollador provocando que por poco estallara por la curiosidad. Y cuando ya no fui capaz de soportarlo más, avancé desorientado y con violencia dando tumbos torpemente. Seguramente no imaginas lo que encontré como resultado de mi arriesgada andada, pues frente a mí, se dibujaba el rostro hueco de Raquel que me contemplaba con furia. Estaba sin palabras y sin la vitalidad necesaria como para poder sostenerme con mis extremidades inferiores. Justo en ese momento, y sin que fuera capaz de reaccionar de algún modo, mi esposa me empujó con una fuerza sobrehumana y yo caí en este mismo agujero; y mientras me precipitaba, me subyugué ante un intenso frenesí. Una vez recobrado del arrebato de emociones que padecí, me di cuenta que todo este tiempo había estado tendido sobre el techo de mi carroza destrozada. Seguía sin ver nada salvo el jardín de huesos, un fulgurante moho rojizo y un hervidero de ensanchados gusanos que se regocijaban alrededor de la carne putrefacta. Fue así que de entre la espesura de la mugre, emergieron unos femeninos y delicados brazos; posteriormente lo hizo un torso desvestido, que en


conjunto, conformaban a una preciosa mujer. ¡No podía concebirlo! ¡Aquél espantajo era la mismísima Virginia! ¡Mi musa! sadasdasdasdasadasdas La ninfa maldita acomodó su cabellera de un modo tan sensual que las puntas de su melena le cubrieron los senos; de cuando en cuando, el soplido miasmático del vacío se los dejaba al descubierto a la vez que emitía siseos viperinos. El terror había vuelto a tomar las riendas de mis emociones, porque en ese instante, ella empezó a treparse sobre mí para luego concederme un grosero y aberrante beso con la finalidad de implantarme una materia gelatinosa y reptante que comenzó a devorarme por dentro y a metamorfosearme en lo que soy. Prontamente todo quedó en tinieblas y en completo secreto siendo los gusanos, el moho y este vacío los únicos testigos de tan siniestro desenlace. Siglos más tarde me enteré —y no me cuestiones cómo—, que todo había sido obra de un Sinowi: un demonio con cuerpo humano pero con facciones repulsivas de serpiente. Su tarea principal es servir a un anciano dios-araña conocido como Arthakhne; una antigua deidad relacionada con el sexo aberrante que fue adorada en una época imposible de recordar. Ante el asecho de almas débiles como la mía para poder alimentarse, el Sinowi advirtió mis pensamientos negativos y se aprovechó de ellos valiéndose de ciertas técnicas psíquicas para cumplir con su cometido. Sin yo saberlo, Raquel nos había descubierto —de hecho, ella miró la forma real del monstruo—, y pidió consejo a una comunidad de brujos que viven entre las montañas. Ellos le prepararon la mezcla de pinole que ingerí, la cual, contenía un trozo de la piel del Sinowi que ella había conseguido. El resultado de ello no fue otro sino el de acelerar mi inevitable final, debido a que la fórmula rompería la ilusión y materializaría el odio de Raquel. -----------------o----------------En cuanto terminó su historia, el adefesio cumplió su promesa al guardar silencio y yo hice lo propio con la mía al marcharme. El tiempo había transcurrido de manera irreal tal y como en la anécdota que se me relató, pues el Sol no tardó en volver a posarse en su trono. Antes de salir, volteé mi cabeza para contemplar por última vez el abismo de la carne, ya que como suele suceder en estos casos, tenía previsto no volver más para dejar en paz y con su dolor a ese pobre enterrador. No he vuelto a poner un pie en esa casa desde entonces.

FIN


Maullido Mortal By: Nilton Hernández (Perú)

E

l blanco cielo raso de mi habitación me era indiferente hace un tiempo, pero ahora era como ver la televisión. Echado sobre la cama, la que por diez largos años compartí con mi ex pareja, me quedaba viendo el techo proyectando en ella recuerdos y preguntándome que estaría haciendo en estos precisos momentos. Ella se marchó hace ya un mes. Las cosas no fueron fáciles desde aquel momento. No fue una separación amistosa, claro que no. La falta de empatía acabó por golpearnos sentimentalmente; cansados de herirnos discutimos por última vez a sabiendas que ya todo había terminado. Entre toda la ira que sentía conmigo mismo y con todo a mí alrededor, una tarde extrañamente lluviosa, cuando regresaba del trabajo encontré frente a mi puerta una pequeña jaula. Al acercarme y levantarla encontré a un pequeño gato rubio mirándome curioso a través de los barrotes. Lo metí al departamento y lo dejé escapar de su cárcel temporal. Dio un gran maullido, empezó a estirarse y seguidamente a lamer su pelaje. Con toda la gracia que su especie tiene dio un ágil salto y subió a la mesa, donde sentado se quedó observándome, preguntándose quién era yo o qué hacía en esta casa. Su pelaje rubio lo hacía parecer un pequeño cachorro de tigre, sus rayas acentuadas sobre el lomo y cabeza no me dejaban mentir. El gato era muy cariñoso, sobre todo cuando le tocaba comer, se acercaba y frotaba su cuerpo contra mis piernas, soltando pequeños maullidos hasta que obtenía lo que quería. Ya íbamos más de un mes como compañeros viviendo juntos. Más de una vez tuve que darlo por perdido, pero los gatos son así, pues suelen salir a cazar o pasear, no sabía a donde se iba y no me importaba mucho luego de que volvía a aparecer. Lo insólito de todo era que cada vez que pasaba esto regresaba con el pelaje más oscuro y no era necesariamente que estuviese sucio. Yo pensé que solo estaba mudando su pelambre. Relativamente todo iba bien, hasta que por culpa de una noche de borrachera todo cambió. Producto de la bebida, ebrio entré raudo al departamento, me había quedado sin trabajo por lo que había recurrido al alcohol para olvidar y desahogarme. Ni bien abrí la puerta el rubio minino saltó sobre mí dándome un susto de padre y señor mío. El instinto de ira aunado a mi embriaguez hizo que le dé una soberana patada al pobre animal, que salió disparado hacia el mueble más cercano. Sin pensar en el daño que pudo haber sufrido el felino me dirigí hacia mi habitación, sin caer en cuenta que una horrenda pesadilla estaba por empezar. Desperté al día siguiente con una resaca exorbitante, traté de buscar al micho por


todo el lugar pero no hallé rastros de él. Quizá debido al maltrato recibido había escapado. Me cansé de buscarlo y salí a la calle a desayunar. Al volver por la tarde seguía desaparecido, quizá para no volver. Ya han pasado dos semanas sin noticias del gato. A decir verdad me sentía mucho mejor sin su presencia, tenía un nuevo empleo y no tenía por qué estar preocupándome por si el animal comía o no, en limpiar su arenero o en descubrir que cosas había destruido mientras se quedaba solo en casa. Todo eso estaba quedando en el olvido rápidamente. Uno de los tantos días que llegaba a casa luego de laborar, entré a la cocina en busca de algo de comer, había preparado comida la noche anterior así que me propuse cenar, de todas las ollas curiosamente la del arroz se encontraba sin tapar, negligencia mía pensé. Al acercarme hacia la olla y tomarla me di con la atroz sorpresa que dentro se encontraban los restos fecales del asqueroso felino, el olor nauseabundo hizo que deje caer la tapa y sin poder evitarlo empecé a vomitar. No pude dormir aquella noche, me quedé pensando en cómo el infernal gato había actuado en venganza, eso no lo dudo, quiso vengarse por la patada que le propiné. Pero yo no podía dejar esto así, sé que volvería por más, así que al consecuente día antes de irme a trabajar dejé pequeñas porciones de comida gatuna envenenada. Al regresar no podía parar de pensar en encontrarlo cadáver, tieso sobre la alfombra o sobre el diván que tanto le gustaba, con el hocico babeante y los ojos mirando al lejano vacío. Estaba abriendo la puerta cuando de pronto escuché el caer de muchas cosas, apurado entré para encontrar todo en su lugar, corrí hacia la cocina y todo estaba igual a cuando lo dejé por la mañana. Regresé a la sala y ahí se encontraba triunfante aquel gato, mirándome, retándome sobre el sofá. Su aspecto era inquietante, su pelaje ya no era rubio totalmente, era como si estuviese mudando a negro. Sus ojos eran los mismos, de un verde brillante que reflejaba la luz que entraba por la ventana. Mi rabia hacia el animal estaba a flor de piel, este al verme ni se inmutó y eso me encolerizó más. Me acerque y cogí uno de los varios cojines con la intención de ahogarlo y quitarle la vida con mis propias manos. Apreté la almohada con todas mis fuerzas sobre el pequeño cuerpo del gato, tanta fue la presión usada que pude escuchar sus pequeños huesos quebrarse. Levante el cojín para apreciar al animal muerto, pero no había nada, no había cuerpo ni sangre. Confundido empecé a recorrer las habitaciones como un demente, comencé a tirar al suelo todas las cosas con tal de encontrarlo. Esto no podía ser una alucinación, había escuchado el ruido de sus huesos chocar contra su carne, astillándose en su interior. Caminé hacia mi habitación y casi caigo desmayado al encontrarlo totalmente campante sobre mi litera. Por un segundo pensé en un fantasma, una aparición infernal tratando de jugarme una broma. ¡Ya debería estar muerto!


El gato soltó un gemido, un maullido de lamento, caí en cuenta que tenía una pierna hinchada y sangrante ¿La presión que le impuse? No, era por la patada de hace semanas. La sábana se encontraba roja por la sangre que seguía brotando. No entendía nada, traté de salir corriendo pero no pude. Comencé a marearme y un dolor agudo empezó a taladrarme la cabeza, un sonido como un silbido empezaba a escucharse cada vez más fuerte, un maullido distorsionado hacía eco dentro del lugar y el maldito gato seguía mirándome fijamente, y sabía que se reía a carcajadas dentro de su pequeño cuerpo ahora enjuto y herido. No pude soportar más y me desmayé, no sé si por un segundo o una hora. Abrí los ojos y pude verme saliendo de la habitación, abriendo la puerta con rumbo a la calle. ¡Dios Mío, era yo! Traté de gritar pero no pude, en su lugar un horroroso maullido salió de mi garganta mientras las sábanas absorbían la poca sangre que me quedaba.

FIN


Danza Macabra By: Samir Karimo (Portugal)

E

n este mundo en constante movimiento y cambio, todo ya es posible. Antes la televisión de por sí nos despertaba algunos deseos que veíamos realizados. Pero ahora con las redes inalámbricas e intergalácticas ya se puede comunicar y alquilar bajo demanda. Ahora salió una nueva aplicación llamada “WOD”, siglas de “WOMEN ON DEMAND”, o sea “MUJER BAJO DEMANDA” que nos permite elegir a nuestra actriz favorita para nuestra serie preferida, en este caso el ansia y a través de ardides tecnológicos crear una inteligencia artificial a nuestras anchas. Entonces, como jamás había visto una danza del vientre virtual elegí a la muñeca Samanta para tal fin. Y así empezó el espectáculo. Cada día a la misma hora en la habitación del hostal “Sobrenatural” donde lo más raro y friki tenían lugar, a solas flipaba con los bailes. Los días pasaban y un día Samanta me preguntó si podía cambiar su nombre para Raks Sharky y lo acepté… Bailaba de una manera tal que me dejaba embelesado, incluso emborrachado. Sus movimientos lunares y solares junto con sus rasgos acamellados y en forma de serpiente me hacían delirar. Entonces cierto día la chica me contó su verdadera historia… sí estimados lectores ahora el pack viene completo, las inteligencias virtuales ya tienen un origen y una historia e incluso se me olvidó decir que en un futuro próximo ya seria posible interactuar con los actores y entrar directamente en la tele y hablar con los avatares mediante la realidad incrementada con gafas especiales … Me contó que ya estaba harta de bailar dentro de la tele y le gustaría conocer el mundo y “sentir calor humano”. Bueno eso no formaba parte de lo acordado pero si tenía ganas, ¿Por qué no?, pero un hombre de honor no se aprovecha de chicas ni tampoco de chicas con inteligencia artificial. Bueno entonces intentaba convencerme de que era la hija de Ruparyy y Pedernal y que por un embrujo estaba condenada a bailar hasta que alguien la rescatara. ¡Qué hacer!, pensé yo, y ¡cómo hacerlo! Siempre había dicho que una verdadera mujer no se medía por las curvas sinuosas de la tentación sino por las olas de sabiduría que afectan nuestra emoción. Pero al cabo me sedujo y me convenció. Esta vez llevaba un fajín calaverado y un sujetador en forma aculebrada. Me decía que sería un baile especial de despedida de este mundo y así fue…. Me susurraba a mis oídos que esta vez no quería mi cuerpo sino mi espíritu. Cuanto más vientreaba más me volvía loco. Yo no comprendía muy bien qué estaba diciendo pero de golpe me hizo una señal para que me acercara, cuanto más me acercaba más me daba cuenta de lo grandiosa que era su “frontalidad”. Ésta era natural y no tenía silicona, pero ¿Cómo algo irreal podría tener características físicas? Empezó desabrochando su brasiere, me acercaba a su torso según su deseo cuando de golpe con sus senos me atascó la cabeza en medio de su cuerpo y empezó drenando mi energía vital, sí era verdad, de sus pechos salieron unos pezones en forma de electrodos agusanados que entraron en las cuencas de mis ojos y llegaron al cerebro, donde mediante su tecnología empezó succionando mi cuerpo, creía yo que esto era una nueva modalidad erótica de W.O.D pero no, era


algo irracional… se quitó el fajín y las calaveras cobraron vida y me devoraron por completo. Al final con mi cerebro en su cuerpo virtual la demonia Wadd asumió una forma humana y con su sujetador empezó zombificando la humanidad…

FIN

samir.karimo

FANZINE

N° 2

Pronto f

Limbo Editorial


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RESEÑA

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OBJETIVO MIEDO Un libro de fantasía y terror en apariencia pero que dentro de sus páginas encierra el horror del mundo real. Antonio Malpica nos traslada a un escenario que no solo podría ser México sino cualquier lugar del mundo y con soltura va describiendo una historia repetida y cruel hasta el hartazgo mientras nosotros la leemos cómodamente en algún rincón de nuestro hogar. El libro contiene 7 capítulos a modo de días de la semana: La historia transcurre en tan solo una semana por lo que cada Cap. es un día de ella. Ireneo Estévez tiene que suplir a un compañero e ir rápidamente a cubrir una desconcertante noticia: 5 niños han sido salvajemente desmembrados en plena calle. Desconcertado y asqueado ante la brutalidad de la escena empieza tomar fotografías con su cámara de fotos, mientras está en la tarea se reencuentra con una vieja amiga de la universidad que también ha sido enviada a cubrir el incidente. Mientras Estévez sigue cerca al lugar del crimen se percata que un niño de la calle, sucio y de ojos grises, observa detenidamente la escena, le pregunta si conocía a los occisos pero no obtiene respuesta. Invita al niño a comer algo pero luego de pedirle que pruebe la comida este sale corriendo del lugar. Por la noche Estévez llega a su departamento y se sorprende ver al pequeño que lo ha seguido así que lo invita a pasar. Su mutismo le extraña y luego de algunos minutos el niño sale del lugar para perderse en la oscuridad de la calle. Estos extraños acontecimientos ocurridos solo en el primer día llevarán a Irineo Estévez al centro mismo del infierno con tal de desentrañar lo que ocurrió. Tendrá que lidiar con fantasmas y con una extraña y dolorosa marca roja que aparecerá en su tobillo y que al parecer solo desaparecerá dando fin al enigma de las brutales muertes que azotan la ciudad. El libro termina con un posfacio del autor hablándonos y reflexionando sobre la ficción y la realidad inmersa en su obra y la importancia del tema que aborda: El abuso infantil. “Objetivo Miedo” de Antonio Malpica nos adentra en un sórdidomundo que podemos, lamentablemente, seguir palpando luego de leer la novela con tan solo abrir el diario o ver algún noticiero.


EXORCISMO By: Walter Ugarte (Perú) “Entonces Satanás entró en Judas, llamado Iscariote, que pertenecía al número de los doce” Lucas 22:3

H

ace un año que salí del Seminario de San Victorio. Durante toda mi preparación estuve centrado en conocer las distintas manifestaciones de Dios. Mis estudios de Filosofía, Teología, Metafísica, etc. me permitieron conocer las maravillas de la creación. Una vez investido de sacerdote, me enviaron a un alejado pueblo en la Amazonía peruana. Lugar de escasos recursos, pero de abundante fe. Cuando oficiaba las misas en un precario templo de maderas, pude observar en los rostros, la necesidad de salvación. Una mirada en búsqueda de esperanzas, algo que yo estaba convencido de darles. Dios me encomendó esa misión, la de encender las luces en los corazones de los más necesitados. Era muy feliz haciendo esto. No cabía la menor duda, la vida sacerdotal es sumamente sacrificada, pero te llena de la suficiente gratificación espiritual para seguir. Fue un domingo por la tarde. Yo acababa de oficiar misa. Estaba en mi habitación escribiendo una misiva para la Diócesis, cuando repentinamente unos toques fuertes y apresurados sonaron en mi puerta. Algo sorprendido por la perturbación de un espacio que solía estar completamente calmado me levanté rápidamente de mi escritorio y abrí la puerta. Era Mishako, un nativo que trabajaba eventualmente en la parroquia, quien asustado me dijo: - ¡Taita cura, taita cura!, tienes que venir pa mi casa, no sé qué le pasa a mi hijita María. Está como endemoniada, habla groserías y su voz no es de ella, es como de otra persona, el demonio seguramente. ¡Ayúdame taita cura. No dejes que el diablo la lleve!dsfsdfsdfsdfsdfsdfsdfssdfsdfsdfsdfsdfsdffsdfsdffsd - Cálmate Mishako, le dije, veré qué puedo hacer. La intranquilidad de Mishako era contagiosa. Había algo en su voz, en sus súplicas que me inquietaban. Inmediatamente lo acompañé a su casa. Al aproximarme a la casa, cerca a la vereda, dos perros enormes comenzaron a pelarse y un fuerte hedor a excremento inundaba el lugar. Al mismo tiempo los cielos se tornaron oscuros. Clara señal de que comenzaría una torrencial lluvia. Mishako abrió la puerta de su casa y me condujo a la habitación de su hija. Al ingresar al cuarto pudimos observar a María apaciblemente recostada en su cama. Sorprendida por mi imprevista visita atinó a decirme con una voz calmada: Buenas


tardes taita cura, ¿Ha venido a visitarme? Tu papá me ha dicho que estás mal y vine a visitarte, le respondí algo desconcertado pues en mi corta carrera de sacerdote jamás me he topado en vivo con un caso de posesión demoniaca. No soy especialista en exorcismos. Durante mi preparación para el sacerdocio leí el libro Summa Daemoniaca del padre José Antonio Fortea y también las obras del Padre Gabriele Amorth sobre exorcismos. Sin embargo me encontraba aquí, frente a una apacible muchacha que aparentemente no tenía ningún problema de posesión. Algo que conocía muy bien sobre las posesiones es que el demonio siempre va a buscar no ser detectado, quizás por ese motivo no se manifestaba en ese momento. Por otro lado, para realizar un exorcismo se requiere un Padre especializado en el tema y la aprobación del Obispo. Así que decidí buscar algunas pruebas sobre presencia demoniaca que pudiera reportar a mi Diócesis, de ese modo ellos podrían enviar a un exorcista. Saqué un crucifijo para ver si en la muchacha surgía algún tipo de perturbación. El sagrado símbolo del cristianismo no produjo ningún efecto en María. Comencé a rociar agua bendita. Tal como lo esperaba, tampoco surgió ningún efecto. Estuve dudando sobre la veracidad de mi teoría. Otra posibilidad es que Mishako en complicidad con María hayan decidido jugarme una broma. Me despedí de María y me dirigí hacia la salida de la habitación. Cogí la cerradura de la puerta para abrirla, sin embargo la cerradura no obedecía. Había una fuerza o algo que impedía que se abra. De pronto se oyó un fuerte estruendo que retumbaba en toda la habitación. Era una risa desgarradora, pues no creo que nadie en su capacidad normal pudiese llevar hasta ese extremo las cuerdas vocales. Sin meditarlo demasiado, me vi forzado a enfrentar a lo que fuese que hacía actuar así a la pobre muchacha. Escuché el siguiente mensaje proveniente de la voz de María, sin embargo no era su timbre de voz: “Decidí divertirme un rato. Al inicio quise hacerte creer que no estoy presente en el cuerpo de esta muchacha, pero al sentir tu incompetencia pues decidí mostrarme y tomar nuevamente posesión de ella. Eres un incompetente Padre, ¿Lo sabías? No tienes la más puta idea de lo que es un exorcismo. Hombre de poca fe que viste sotana. ¿Aún así quieres sembrar la esperanza en esta pobre gente? De qué esperanza les hablas si tú mismo dudas de tu fe. Una creencia que Dios entregó a su rebaño como un consuelo para niños. - Cállate, no blasfemes!, respondí. No sabía muy bien cómo proceder. Era imposible determinar si se trataba realmente de un caso de posesión o de una enfermedad psiquiátrica. Por otra lado tampoco contaba con orden del Obispo. Sin embargo aquí me encontraba. Mis opciones no eran muchas. Tenía que enfrentar a lo que fuere. ¿Son los designios de Dios? Pues no lo sé. Cogí la Biblia y empecé a leer el Salmo 23. Un paso importante en el ritual del exorcismo es identificar el nombre del demonio. Luego a través de varias oraciones y letanías, ordenar al demonio que abandone el cuerpo del poseso. Por lo general se requieren más de una sesión.


¡En el nombre de Dios te ordeno! ¿Cuál es tu nombre? María comenzó a emitir un sonido gutural. No pude identificar que sea alguna lengua. Ni siquiera el Arameo Antiguo que es la lengua mas frecuente en casos de exorcismo. El sonido aumentaba y comenzaba a taladrar los tímpanos. Parecía el chillar de algún innominado animal salvaje. Era imposible que tal sonido pudiese salir de una garganta humana. Comencé a leer la Letanía de los Santos: - Señor ten piedad de nosotros - Cristo ten piedad de nosotros, - Señor ten piedad de nosotros, - Cristo óyenos - Cristo escúchanos… Toda la morada comenzó a oscurecerse. Una suave y ligera lluvia se desencadenó, no me equivoqué, las aglomeradas nubes negras que vi antes de entrar a la casa eran señal inequívoca de que pronto llovería torrencialmente. Decidí proseguir con Salmos 91: sdsadasdsadasdfdfsdsdfsdfsdffsdfsdfsdfsdfsdfsdfsdfsdf - El que habita al abrigo del Altísimo - Morará bajo la sombra del Omnipotente. - Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; - Mi Dios, en quien confiaré. - Él te librará del lazo del cazador, - De la peste destructora. - Con sus plumas te cubrirá, - Y debajo de sus alas estarás seguro. Las paredes empezaron a temblar y la cama a levitar. María seguía emitiendo ese grito animalesco. Mis oídos comenzaron a sangrar. Mishako yacía sobre el piso desmayado. Las fuerzas me abandonaban pero seguí leyendo en voz alta el Salmos 91: - No temerás el terror nocturno, - Ni saeta que vuele de día,


- Ni pestilencia que ande en oscuridad, - Ni mortandad que en medio del día destruya. - Caerán a tu lado mil, - Y diez mil a tu diestra; - Mas a ti no llegará. Las paredes se abrieron y comenzó a brotar sangre de las grietas. Definitivamente mis oraciones no eran suficientes. ¿Realmente Dios estaba de mi lado? ¿Por qué no hacía caso a mis oraciones? Comencé a perder toda esperanza. No era posible que las fuerzas del mal fueran superiores por estos parajes. - No te sobrevendrá mal, - Ni plaga tocará tu morada. - Pues a sus ángeles mandará cerca de ti, - Que te guarden en todos tus caminos. Se desprendió el techo y María empezó a levitar en círculos. El chillido se transformó en una risa demoníaca. Me dije que quizás este espectáculo era demasiado espantoso para mí, que he llevado una vida retirada, alejada de todo conflicto físico y mental. Me armé de valor y continué con el exorcismo: - Sobre el león y el áspid pisarás; - Hallarás al cachorro del león y al dragón. Como si de un milagro se tratase, una luz potente iluminó la estancia y los desgarradores ruidos cesaron instantáneamente. María cayó desmayada sobre la cama violentamente, ya no había rastro de posesión en su rostro. El exorcismo había resultado. Tuvieron que pasar algunas horas para que los tres podamos restablecernos. Mishako y María algo recuperados de la experiencia me agradecieron por haberlos salvado del demonio. Ellos contaron que me hallaron en el suelo inconsciente, supongo que por el terrible esfuerzo más que todo mental y espiritual que debí haber usado en la batalla. Aquel día pasé la noche con ellos por si había algún resquebrajamiento en la salud de María. No podía dejar que le pase nada a la muchacha, su tez tostada por el sol y su figura hacia encender mi infierno personal. En mitad de la noche salí de la improvisada habitación que me habían preparado en busca de Mishako, lo encontré dormido en su habitación. No pude evitar estrangularlo y sentir placer cuando, ahogandose, me regaló su última mirada.


La pequeña María también dormía, plácidamente mostraba sus pechos apenas cubiertos por una delgada sábana. La calurosa noche daba sus frutos. Debía dejarla con vida por algún tiempo ya que ella tendrá que ser la madre en donde geminará mi demoniaco legado. Nunca me había sentido más fortalecido, la poca fe de este envase de carne y hueso me permitió cruzar el umbral, tengo muchos rebaños que destruir, el poder del mal comenzará a cosechar almas por estos desolados parajes.

FIN


LA CARNE ERA ESTO By: Jose Ángel Conde (España) Y tomó uno de sus costados y llenó el espacio con carne (Génesis 2: 21)

E

l matadero se elevaba del suelo pantanoso como un tórax mal despellejado, con esquirlas de sangre, barro y excrementos esparcidas por toda su apenas blanca estructura. Era el último edificio humano antes de entrar en los humedales de Liubliana y el santuario personal que Prašič consagraba a transgredir esa humanidad. Su apelativo actual significaba “cerdo” en esloveno. Los compañeros de prostíbulo de la pequeña localidad en que se refugiaba le empezaron a llamar así a causa de su predilección por “las putas más gordas”. Pero los que le daban tal calificativo ignoraban por completo que una palabra en principio tan vulgar tuviera una cualidad totémica que definía su personalidad y su biografía. Sin embargo se cuidaban bien de no usar la palabra en referencia a su aspecto. Sus facciones, a las que observaba durante ya más de una hora a través del espejo retrovisor de la furgoneta, habían sido removidas igual que las creencias y las personas hasta despojarle de lo superfluo. Ese era uno de los poderes configuradores del cuerpo, cuya sola alteración externa podía definir para los demás a una persona, provocar la atracción y la admiración o la repulsión y el odio por la simple disposición de sus componentes. Su carne había cambiado al mismo tiempo que su mente, una metamorfosis que ahora sabía que se explicaba por el hecho de que eran la misma cosa. Prašič es una cicatriz que divide su cara en dos con una línea que va de oreja a oreja haciendo una pausa en el vacío de la boca, y una nariz partida en dos y aplastada hacia arriba de forma que dejaba los colmillos superiores sobresaliendo de los labios: el rostro de un cerdo. Ya no recordaba a la persona que fue antes de la guerra. Ésta desapareció el día en que escapó de uno de los campos de concentración serbios en la frontera de Kosovo, dejándose parte de su rostro entre las alambradas y el barro, además de su dignidad aplastada a base de torturas. Su posterior nomadeo entre terribles dolores por los campos helados casi le llevó al borde de la muerte, hasta que un comando montaraz de la UÇK recogió su cuerpo desnudo de la nieve cuando estaba a punto de no volver a sentirlo nunca más. La columna era conocida como komanda e derrit, el “comando de los cerdos” y se convertiría desde entonces en su única familia. En unos Balcanes asolados por el caos y la destrucción fratricida, los guerrilleros liderados por Silvanus, un ex-monje ortodoxo que todavía conservaba fuertes inclinaciones místicas, formaban una especie de clan autónomo que sobrevivía mediante el pillaje y cuya existencia giraba en torno a los cerdos. No sólo era este animal su principal medio de subsistencia, lo que les hacía viajar siempre provistos de una buena manada porcina con la que cruzaban los campos y a los que consideraban como miembros de su guerrilla. Incluso habían desarrollado hacia él una especie de culto de raíces netamente paganas e influenciado por ciertos mitos eslavos. El cuerpo entero del cerdo era una fuente de alimento total porque ninguna de sus partes se desperdiciaba: era un generoso dios dador de vida. Además era un


animal que necesitaba del barro y la suciedad para poder sobrevivir y mantener su temperatura, con lo que hacía de lo abyecto que les rodeaba una herramienta para su adaptación. Según Silvanus en el cerdo anidaba el espíritu de Chort, una deidad de aspecto porcino que vivía en la carne y que, si se le rendía el apropiado culto, aceptando el aspecto más físico de su existencia, desgarraría el espíritu humano y lo transportaría al otro mundo. Así es como Prašič aprendió a honrar al animal y a sacrificar todas las partes de su cuerpo de forma adecuada, para propiciar la fusión de los cuerpos de hombre y bestia que siriviera de impulso a la sangre que era el motor de la vida y, por lo tanto, el vehículo del espíritu de Chort. El cuchillo, en todas sus variedades de machete, daga, navaja, bayoneta, chuletero o deshuesador, se convirtió así en su vara mágica de adoración y manipulación de los cuatro elementos que envolvían el ritual de la matanza: sangre, gases, fuego y grasa. Las acciones de Komanda e derrit contribuyeron con creces a la antología de horrores que supuso la guerra de Kosovo. Cerdos y hombres avanzaban cubiertos de barro y extendían su propio lodo de destrucción sin ningún tipo de piedad ni límites. El asesinato, la violación, el asalto y cualquier otra manifestación del crimen se convirtieron así en la vida cotidiana de sus miembros, y pronto en un fin por sí mismos, olvidado ya cualquier tipo de trasfondo ideológico o político. En esta coyuntura, Prašič había desmembrado y despedazado tantos cuerpos que para él era indistinto que pertenecieran a hombres o animales. Con el paso de los años desarrolló una maestría tal en el conocimiento de la carne que, analizando la materia muerta y diseccionada, era capaz de reconstruir la personalidad a la que anteriormente había dado forma. Estudiando la constitución de tejidos, grasas y cartílagos confirmó también in situ lo que la ciencia ya había demostrado: la enorme similitud anatómica entre el hombre y el cerdo, que para él no se detenía ahí, sino que se extendía a los gestos y las costumbres, e incluso a las motivaciones. Cuando se empezó a especializar en la selección y preparación de órganos para el tráfico clandestino, una de las fuentes de financiación del comando, descubrió una nueva realidad trascendental que iba aún más allá del credo de Silvanus. En la disposición general interna de conductos y partes del cuerpo humano existía un componente inclasificable que apuntaba a que su diseño metabólico podía recibir una estructura mental externa aparte de la propia individual, y, mediante un complejo sistema de conexiones nerviosas entre el tálamo y el hipotálamo, almacenarla, codificar la fusión de ambas estructuras y expulsarlas unidas al exterior, hacia el espacio. Según esto era posible que, mediante un determinado estímulo de las pulsiones más extremas y animales, unido a un fuerte componente de atracción sexual y emocional, dos espíritus humanos llegaran a fusionarse partiendo de sus cuerpos. Durante todos esos años Prašič buscó exaltar esas pulsiones sin éxito mediante la violación, hasta el punto de perder toda esperanza en esta teoría. Su crisis de fe llegó con aquella muchacha serbia que encontraron desnutrida en una granja. Su rostro era precioso, pero cuando la violó y remató sus huesos a machetazos su cuerpo se evaporó en una decepcionante neblina, similar a la que surge al aplastar a una polilla. Le pareció que su esquelético cuerpo ya estaba vacío y sin vida antes de destrozarlo. El chirrido de las gallinas parecía burlarse de él cuando el furor de su impotencia le hizo errar el corte al seccionar la espina dorsal de la joven y acabó separando en dos su propio tabique nasal con el machete. Al día siguiente terminaba la guerra.


En la transición a la clandestinidad la mayoría de los miembros del comando se integraron en las diferentes mafias y ejércitos paramilitares del narcotráfico que constituían la columna vertebral del recién nacido estado de Kosovo, pero él pasó a petición propia a Eslovenia, un país relativamente alejado del ojo del huracán balcánico. Allí sus contactos le consiguieron un empleo como carnicero en una pequeña localidad cercana a los humedales de Liubliana. Estos no comprendieron por qué no quería aprovechar la impunidad para el crimen y la fuente de oportunidades de negocio que les brindaba su nueva “patria”. No entendían que él no mataba ni follaba por simple pulsión y que tampoco tenía interés en el dinero. La tapadera resultó encajar perfectamente con sus cualidades y objetivos. Su aspecto físico de gigante con rostro inhumano no resultó ser tan problemático. El frío patrón Kiril, veterano militante comunista yugoslavo, respetaba su condición de excombatiente y la curiosidad inicial de los vecinos del pueblo pronto pasó a convertirse en fascinación por su persona, lo que sin duda reforzaba el elemento compasivo y el gusto por lo truculento propio de las gentes del campo. Pero lo más importante es que podía continuar con su búsqueda sin levantar sospechas, con todas las herramientas de muerte que necesitaba a su disposición y oculto en el discreto marco de un pueblo sito en las entrañas de un país en el que nadie se fijaba: un agujero en medio de Europa. Así se pudo entregar en cuerpo y alma a desarrollar su personal alquimia secreta de la carne. Este mundo era la defecación de los dioses. Si el cerdo era sagrado era porque se revolcaba de forma simbólica en la mierda, no sólo la aceptaba sino que la hacía formar parte de su subsistencia, quizá buscando esos restos de la divinidad en ella. Él buscaba recrear ese acto en otra carne y así amar su miseria mutua, revolcando sus dos cuerpos en la propia sangre que los llenaba. La cabeza rapada ya le acompañaba durante toda la guerra pero ahora decidió afeitarse también el resto de su anatomía para mejorar la sensación de contacto con las pieles desnudas. Entrenó su cuerpo al mismo tiempo como señuelo para hacerlo más atractivo y como arma para llevar con más eficiencia al extremo las operaciones con sus víctimas. Estas incluían una amplia y siempre renovada gama de perversiones de exploración de la anatomía, yendo in crescendo desde la tortura sádica hasta el canibalismo crudo y desaforado. Sentía predilección por las mujeres obesas, no sólo porque creía que sus cuerpos grandes y cargados de sangre y grasas eran más aptos para la fusión, sino también porque eran los que mejor aguantaban los embates de su enorme masa durante el sexo. Todos acababan siendo ingeridos de una u otra forma, bien en el frenesí del asesinato, bien en la fría degustación de un plato sobre una mesa. Así llegó a acumular casi la cincuentena de víctimas, a las que aniquilaba y almacenaba en la tranquilidad del matadero abandonado en la frontera con los humedales. Sin embargo todavía no había encontrado a la persona adecuada con la que consumar el gran acto de comunión. Hasta que apareció en su vida la joven Rusalka destinada a abrir las puertas del misterio y el sacramento. Entró con un grupo de forasteras en la carnicería para comprar bocadillos de salchichas durante las fiestas del carnaval del Pust y tanto su cuerpo como su mirada llenaron lo que deparaba el futuro. Bajo el arco de la espesa melena negra refulgían dos esmeraldas verdes que eran la puerta a un templo equilibrado de formas llenas y curvas. Las otras chicas reían o miraban su rostro a hurtadillas cuando creían que él no se daba cuenta, pero ella le observaba fijamente todo el tiempo y le sonreía como si tuvieran algo en común. Cuando mordió la


salchicha, el líquido grasiento cayendo sobre la cruz ortodoxa colgada a su cuello y perdiéndose entre sus enormes pechos blancos fue como un gesto de afirmación. Por si esto fuera poco aún hubo algo que tiró de él, acercándoles más. Cuando se volvió para salir con las demás chicas vio cómo en el centro de su falda roja ajustada sobresalía un bulto fuera de lo común, podría decirse que una deformidad en toda regla, justo donde acababa la espalda. Para cuando se fue ya sabía que se volverían a ver. Esa noche se sorprendió encaminándose hacia el matadero sin ningún cuerpo que explorar. Tras aparcar la furgoneta comenzó a deambular por los pantanos colindantes y orinó sobre una charca poblada de mosquitos bajo el abismo de un cielo oscuro. Cuando las nubes se apartaron y la luna iluminó la extensión de los humedales los acontecimientos se precipitaron. Música dance a todo volumen en la lejanía mezclada con escandalosas risas burlonas. El ruido de las llantas de un coche que huye va dejando su lugar a gritos femeninos de auxilio mezclados con chapoteos de angustia. Sus botas aplastando el agua a la carrera hasta alcanzar la escena. El silencio ralentizando el tiempo mientras presencia el cuerpo robusto y plateado, cubierto de barro y miedo, consiguiendo salir a flote y alcanzar la orilla, deteniéndose en medio del pantano como si fuera suyo. La Rusalka, la ninfa eslava de las aguas, le muestra su cuerpo desnudo y abandonado, paralizado ahora contra el horizonte de la noche y bañado en la luz lunar. Observa cómo se recorta su ancha espalda trémula y su final se le ofrece ahora con claridad: una pequeña cola de forma rizada y cubierta de pelo, húmeda sobre las redondas nalgas que emergen del agua. El rostro de ella, descubierta en su vergüenza, se gira con un espasmo. Los ojos verdes y la cruz de su medalla le miran con sendos destellos sobrenaturales. Prašič salió de la furgoneta y se dirigió a su puerta trasera. La abrió y cargó con la pieza de cerdo fiambre completa y sin cortar que había en su interior, pero el peso le resultó de lo más liviano cuando le invadió esa fragancia a carne que estaba a punto de nacer. Ya dentro del matadero colgó el animal en uno de los ganchos de la sala de despiece central y comenzó a desnudarse. Dejó que su visión se impregnara del cuerpo colgante como de un sigilo de carne y bajó las mugrientas escaleras que llevaban al depósito subterráneo de desperdicios. Con su propósito en la mente pasó toda la noche purificándose de todo otro pensamiento sumergido en la fosa séptica como en una cámara de aislamiento. La luz de la luna que entraba por una claraboya pulió sus músculos hasta que el espíritu dentro de su carne se alimentó del plasma que exudaba la putrefacta piscina, licuada de los restos de cadáveres humanos y animales. Cuando estaba amaneciendo su cuerpo mojado volvió a la sala de despiece y se dirigió hacia el cerdo con un cuchillo de carnicero. Con precisión abrió una hendidura en sus cuartos traseros y apareció la pequeña cola peluda y rizada en su interior. Prašič blandió su monstruosa erección y comenzó a embestir violentamente los cuartos bajos abrazado con toda su humanidad al cuerpo muerto del animal. Después de derramarse en su interior cayó de rodillas y se apoyó medio desmayado sobre la violada carne fría. Tras unos minutos de aturdimiento se reincorporó sin prisas, cogió un nuevo cuchillo y se encaró a la pieza porcina colgante. La piel fue seccionada de abajo a arriba y se sucedió una sinfonía de huesos crujiendo hasta que consiguió con esfuerzo separar al animal en dos mitades, que cayeron al suelo con estrépito dejando al descubierto el cuerpo colgante de la Rusalka. Ella flotaba


con un ligero balanceo, su piel bronceada del carmesí procedente del interior del cerdo descortezado y los enormes pechos colgando como bolsas de sangre a punto de explotar. Despertó de su inconsciencia y sus espasmos y gritos vinieron acompañados de sudoración y orina. Prašič lamió y bebió el jugo de su pánico de todos sus recodos. Cualquiera de sus efluvios podía ayudar a conseguir la comunión con ella. De su vulva extrajo el último de ellos, su semen aún caliente mezclado con la sangre de su virginidad. Cerró los ojos y hundió su cabeza en el monte de Venus, intentando abstraerse de sus gritos y escuchar sus ritmos más internos viajando en su olor. Sintió entonces como si un líquido negro explotara dentro de su cabeza en un tiempo que no existía. Cuando Prašič abrió los ojos las acciones subsiguientes comenzaron a desarrollarse con los movimientos fragmentados de una película estroboscópica, fundiéndose en lentas secuencias cinéticas separadas. Tomó un fino y largo bisturí a modo de estilete y le abrió la piel del estómago, la levantó, la extendió como un toldo y comenzó a ingerir su grasa amarilla fluyente hasta ahogar su rostro cerca de las vísceras. Después soltó del gancho las manos de la joven y la dejó caer al suelo encharcado de sangre y fluidos. Se tomó el día entero para acariciar toda su piel con un cuchillo en cada mano, abriendo durante horas por su superficie un complejo mapa tridimensional de cortes, hendiduras, amputaciones y desgarros hasta que terminó cayendo exhausto sobre sus restos. El amanecer llegó y sus ojos se abrieron a la montaña de despojos de lo que había sido su cuerpo: un amasijo de carne troceada en la que se entremezclaban miembros con tripas, huesos con pelos, órganos con tiras de epidermis externa… Y en la cúspide de la Gehena de carne, de su humanidad descuartizada, aún palpitaban con vida las dos partes que mejor la definían: un rostro descompuesto de sangre y con los ojos desorbitados en éxtasis, y un corazón que aún palpitaba con fuerza desafiando a la muerte. Prašič sintió la sangre de ella cubriendo caliente su propia piel y amó el conjunto. Sin pensarlo, recogió toda su carne abierta por y para él y la colocó dentro de la cubeta de la máquina picadora de carnes, sobre las ruedas de dientes metálicos. Miró todos sus órganos internos brillando como una ofrenda. Después saltó él mismo dentro de la máquina como si entrara en una piscina bautismal. Alargó la mano hacia fuera, pulso el botón de marcha y entró en ella por última vez. Un maelstrom de sangre y miembros girando fue la última sensación que tuvo antes de ahogarse por completo en el océano escarlata. El patrón Kiril no podía apartar la mirada de las dos piezas de carne envueltas en papel sobre la mesa de la cocina. Esa especie de gruesos y extraños filetes se encontraban entre varias de las pertenencias que Prašič había dejado en su taquilla privada de la carnicería antes de que se descubrieran los crímenes. Sin saber por qué, Kiril había sustraído ese paquete envuelto en cuerdas ligeras sin dar parte de él a la policía. La naturaleza de los acontecimientos debería haberle hecho sentir repulsión ante tal descubrimiento viniendo de quien venía. Sin embargo, una vez que deshizo el envoltorio y contempló las dos montañas brillantes y espumosas como hígados, coronadas por una puntiaguda y retorcida ternilla, a primera vista dos auténticos flanes de cerdo, ya no pudo reprimir la inexplicable e irracional, casi sexual atracción que lo inundó y que acompañó todas sus dudas hasta que la carne acabó en la sartén. Sin mucha demora se encontró delante de las piezas cocinadas en un plato sobre la mesa del salón y aún se detuvo unos momentos más a observarlas como en el preludio a un ritual. Pero un impulso irresistible las llevó


enseguida al interior de su boca. El nuevo y fascinante olor le transportรณ y al primer mordisco el sabor fue como una explosiรณn en su paladar. Ni siquiera sintiรณ el leve corte que se hizo con el tenedor en los labios, mezclรกndose la sangre con la saliva en el interior de su boca. Al instante tuvo una erecciรณn.

FIN josef-a.com


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Nyarlathotep (H. P. Lovecraft)



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SeĂąor Muerte (Mr. Death)

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