10 minute read

Cuatro patas. Primer vuelo. John Álex Orjuela

(18)

John Álex Orjuela

Advertisement

Cuatro patas

Llegaste en medio de la noche con tus cuatro patas impregnadas dejando tu esencia en mi cama como si supieras que ibas a partir.

Te marchaste sin huella.

Brota la soledad en cada espacio.

Primer vuelo

Fuiste diferente Composición llena de música Historia de calendario Sumas y restas Sombra rara entre la multitud Viento errático

Solitario en medio de tus temores deseas que te roben un beso.

(19)

Reynaldo Bernal

Martes

El martes es nuestro día. La furtiva reunión se da en las mañanas, a veces en las tardes. Jamás en las noches. Los martes la semana se disuelve, el tiempo queda detenido a media puerta, en la penumbra diurna de una cita encubierta. Pero algo ha pasado, hemos quedado atrapados en el ardor del último encuentro. Quienes afanosamente nos buscan, tropiezan con hilos de dolor guardado e indagan nuestro rastro desvanecido; pero su error consiste en hacerlo en los otros días de la semana.

Para hallarnos, solo deben examinar la fecha congelada en el calendario, el único día que jamás dejará de ser martes.

Nada

Lo hacía en el mar, en las albercas y en cuanto nicho de agua permitiera mantener su diligente afición por la natación. Mi abuelo hoy solo nada en sus lagunas mentales.

(20)

Albahaca

Por dentro, algo se tensa; recorres el barrio, te sientas en la banca de un parque y comienzas a escribir. Niágara, todo siempre inicia y acaba en ese nombre. Podrías marcarle ahora, debe estar allí, en su cama, escribiendo su novela. Algo parecido al otoño, piensas. Dos ancianas, banca de al lado, hablan de Dora. Dorita tiene cáncer, pobrecita, está tan flaca; pobrecita, su marido no sabe; pobrecita, la ropa ya no le queda bien, está como palo de escoba; el amante sí sabe, por eso la abandonó. Un perro se te acerca, te lame una mano, te busca con la mirada. Una nube negra se traga todo el azul, una de las ancianas (al menos ochenta años) te mira de arriba a abajo y te pica el ojo. Mañas. Olor a tinto recalentado y mañas. Se marchan mientras siguen hablando de su Dorita. Que perdón, que si se puede sentar contigo, que qué frío tan tenaz. Un sí corto. La mujer debe estar por los cuarenta y pico, cincuenta kilos, dos matrimonios encima y rizos definidos. No está mal, ojos verde mostaza, cuello carnoso de pliegues profundos, botas nuevas de media caña. Huele a albahaca.

Giovanni Clavijo

(21)

No tengo miedo de mí

No tengo miedo de mí se han callado los fantasmas

La casa permanece silenciosa y tibia nadie perturba mis oídos

La vajilla está ordenada mi cuerpo reposa en la hamaca y mi soledad transita alegre de cabellos sueltos mirando tras las ventanas

Johanna Díaz

(22)

Andrés Felipe

Resaca

En la mañana de boca seca Párpados y cejas como largas telas Con una comida imposible sobre la mesa Desubicado en la mañana de boca seca sin dinero, sin cobijas y sin ella.

Rosal

Tarea compleja entender una rosa Cuesta la suave textura sus cambiantes colores y lo puntiagudo de sus espinas y no poseo la cualidad de conectar con ellas en un primer encuentro sufro de nublamiento de congelamiento Me hierven las manos Confieso que una flor me hace ladrillo Rosal me hace ciudad.

Fotografía: Camila Loaiza

Cuerpos estáticos

Provengo de las gotas de la lluvia que corroe

Soy la lluvia estancada de mis tormentas menores

La lentitud de mis aguas me mantiene inmóvil

Se han abierto grietas y han crecido brotes.

Espero, me despego y contengo vengan truenos y nubarrones a lavar, todo lo creo.

Laura Hinestroza

(23)

(24)

Fresas y queso

Separa la carne de los huesos con habilidad placentera. Saber que fue tan fácil atraparla, que era tan inocente que no desconfió ni por un momento y que aceptó gustosa la oferta de ir a recoger flores a cambio de unas monedas; saber eso aumenta su gozo. Apariencia frágil, cabellos plateados y pulcramente peinados, sonrisa benévola esbozada bajo un bigote de abuelo, un venerable anciano de caminar lento. Retira un trozo directamente del fuego. Se quema los dedos, los labios, la lengua, el paladar. El dolor lo insta a apretar más las manos y la mandíbula. El dolor propio y ajeno, el dolor a secas es su motivación sublime. Su éxtasis. Mastica lentamente, con fuerza, como lo que es: una suerte de rumiante carnívoro, una oveja sanguinaria y sagaz. Su mirada diáfana y azul que tanta simpatía cosecha entre la gente se fija en un punto perdido. Piensa desde ahora en la próxima faena de caza, en escribir algunas cartas, trampas convincentes, con las que atraer a sus presas. Ofertas de empleo, promesas de una vida mejor, entrar en sus vidas como un salvador y aprovecharse de esa circunstancia, un par de billetes en los bolsillos, unas fresas con queso; presentes a cambio de sangre que hace manar a chorros con artilugios y torniquetes que sitúa estratégicamente para poder beberla con afanosa ansia. Las brasas se consumen y dan paso a la ceniza. La parrilla ha vuelto a ser un trozo de metal en el que se observan residuos de una grasa chamuscada y negra. Brilla la última hora de sol y la carne ya está prolijamente empacada en la maleta, envuelta en hojas de periódico. Todo lo demás queda allí. No procura disimularlo ni esconderlo de ninguna forma, se aleja y deja tras de sí un escenario brutal.

A punto de ponerse el sol llega al borde de la vieja carretera que le anuncia la cercanía de su casa, su carga pesa y desea poder volar para estar ya en la privacidad de su cocina aliñando y adobando su manjar. La oscuridad se presiente, al cabo de un corto trecho unos ladridos lo sobresaltan, no son ladridos corrientes. Son sabuesos.

(25)

Además de los perros, escucha pasos y voces creciendo en su dirección, al volver la cabeza se encuentra con las fauces de los sabuesos dispuestas a destrozarlo, la inminencia de esta posibilidad le produce pulsiones orgásmicas, imagina las dentelladas hendiendo su carne, calando hasta el hueso. Una luz contra su cara le impide pensar más.

Hoy es su último día. No niega ninguno de los crímenes de los que se le acusa, pide papel, tinta y pluma y se dedica a narrar sus cacerías y a escribir un extenso manual de culinaria en donde el ingrediente protagonista es la carne humana. Ha escrito durante semanas, tuvo siempre la manía de escribir; el corredor de la muerte no ha tenido nunca un huésped tan viejo como él. Ha llegado el momento; él mismo ayuda a ajustar las correas de cuero a sus piernas y su brazo izquierdo, disfruta de la expectativa de morir hervido por dentro en la silla eléctrica, aventura su pensamiento hacia aquella experiencia liberadora, la única que le hace falta probar.

Daniel Méndez

(26)

Socorro Maury

Pausa

Tía Chava se sienta cada tarde en su sillón de madera. Toma entre sus dedos marcados por el tiempo hebras de lana que entrelazan cada uno de sus recuerdos.

Los lentes se han transformado en un simulacro del ver. Los canarios gorjean al sol que emerge. Los remos se detienen.

Los zapaticos de charol negro resuenan en los escalones empedrados de la Media Torta. Dos brazos se extienden y la niña queda suspendida al vaivén de una risa.

Ella

Unas piernas ancladas a la tierra, se yerguen como columnas esculpidas en mármol. Tres óvalos perfectos, permiten entrever el mar en calma.

Las huellas

El día en que me fui de casa llevaba la tristeza en el equipaje

Ropa deshilachada

Cajones estropeados

Una porcelana marrón en pedazos

Vestía mi abrigo color violeta El cabello despeinado Veinte cajas, una mesa destartalada y las llaves que el pasado me arrebataba Me permití algunas lágrimas, titubeos e inventé falsas excusas para postergar la partida

Tenía veinte años mi vida había pertenecido a la familia ¿De quién sería ahora? ¿Qué quedaba tras la partida? El cuarto vacío Silencio El rastro de mi presencia Las huellas

El día en que me fui de casa me deshice de los viejos aposentos abandoné los zapatos desgastados colgué mis vestiduras del perchero y salí desnuda a la calle con el frío rasguñando la espalda

El día en que me fui de casa renové mi piel de antaño

Otra vida golpeaba insistente a la puerta.

Johanna Díaz

(27)

(28)

La cita

El día llegó. Se levantó de su cama y llamó a su oficina. Tras pocas explicaciones avisó que no iría porque se sentía indispuesta. Tomó un baño con agua caliente en la tina y contempló su cuerpo. Aún la piel era firme, pero ya no era una adolescente.

Sacó del armario su vestido favorito, aunque notó que su abdomen se veía flácido. Decidió vestir el traje nuevo que tenía reservado usar en una ceremonia formal. Secó su cabello y lo alisó con paciencia. Se aplicó maquillaje y completó su vestimenta con joyas y zapatos. Sonrió complacida por lo que veía.

Caminó hacia la cocina y abrió la llave de gas de la estufa. Se sirvió una copa de vodka y bebió un poco. Se recostó con cuidado en el sofá, no quería arrugar el vestido ni desacomodar su cabello. El teléfono sonó y la melodía de la llamada le pareció interminable. Tomó aire y continuó en su pose pero el teléfono volvió a sonar. Esta vez, abrió con exageración sus ojos, se levantó, sacó de su bolso el móvil y contestó. Era su vecina: –Amiga, acabo de entrar a mi apartamento, venía del gimnasio y al pasar por tu puerta sentí un olor a gas. –Uhm. ¿En serio? –Voy a llamar al encargado del edificio para que entre a tu apartamento y verifique todo. Imagínate que te encontraran muerta, qué cursi, como en novela de pobres. ¿No crees?

Bajó la voz, para que no se diera cuenta que ella se encontraba dentro del apartamento y le respondió: –Querida, no hace falta que llames, ya casi llego al apartamento y reviso. Muchas gracias. –Para eso están las amigas.

Colgó el teléfono, fue a la cocina, cerró la llave del gas y abrió las ventanas del apartamento. Salió al balcón e inhaló aire fresco. Miró hacia abajo, diez pisos la separaban del suelo. Se inclinó un poco hacia adelante. Tras un momento se enderezó y mientras le daba la espalda al balcón dijo para sí: mejor no, con la caída arruinaría mi maquillaje.

Yady Rodríguez

Auto-pistas

Es larga la auto-pista, esa vía que, en curvas, o en líneas rectas y blancas, o en espirales de borracho, se construye con ir andando.

Es oscura como la noche, alucinante como las pieles, ardiente como el tequila, frenética como la salsa, y misteriosa como su silencio.

Y hay quienes la caminan, quienes en bicicleta la dominan, quienes la juegan al autostop, quienes la viajan a crédito y quienes jamás la recorrieron.

A quienes se les bifurca, la llaman amor; a quienes se les parte, la curan con dolor; a quienes se les invade, la llaman locura; a quienes se les aliena, la llaman trabajo; a quienes se les dificulta, la llaman destino.

Y todos la viven con el gusto de un nuevo paisaje, o con el sabor tradicional de la vida de siempre, o con la combinación de más de una satisfacción, o con el tedio de la cotidiana repetición, o con la tranquilidad del que siempre se dolió.

Es larga la auto-pista, esa ruta clandestina que va del cero a uno.

Pablo Peregrino

(29)

(30)

Pesadilla

Ilustración: David Pinto

Te espero sentado junto al parque, mi perro me acompaña, lo acaricio. «Lee un poco más». Te duermes entre los vaivenes de mis líneas. «Es Morfeo», son las hojas en el viento que apaciguan. La vida es un susurro y la muerte, olor a formol que impregna las vestimentas. Al despertar, la oscuridad te inunda. «Inmovilidad», alguien cierra la tapa del ataúd y aunque hagas fuerza, es difícil abrirla. Bajo tierra, el aire se vacía. Gritas, miedo vertiginoso, «auténtico». Intentas doblar las piernas. «Inusitado», el corazón taquicárdico, sin esperanza, sin remedio. «¿Sigues leyendo esto?», despiertas, no es más que una pesadilla, vuelven los sonidos naturales, confiables; tranquilo, no voltees, detrás de ti brilla la hoja de metal. Yo te sigo esperando allí sentado.

David Pinto

This article is from: