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5 Calma. Johanna Díaz 6 Rún Rún. Yady Rodríguez 7 Penuria. Leonardo Díaz

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Penuria

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Uno

Ella se maquilla. El espejo la mira y Ana sonríe para él. Le sube a la música, baila, se tira en la cama; el recuerdo viene y ella se acaricia. Sobre su lecho levanta la cabeza y observa la mesa que ha preparado, la persona imaginada ya no está. Se encierra en sí misma y arropa sus ojos con los párpados. Recogerá todo mañana temprano.

Dos

A mediodía atiende clientes. Estos levantan la mano, piden, ella anota, va y viene. Un músico toca un armonio. En las mesas los diálogos se cruzan: negocios, cuentas, risas, etc. La música llena el lugar. Un televisor muestra las noticias de hoy. Los meseros recogen, limpian, anotan. El músico mueve las manos, los dedos, los pedales con los pies y canta por dentro. En una mesa festejan: aplauden, y el “cantor” imagina su concierto lleno.

Tres

Alguien quiere un plato especial. Los brazos se mueven rápido en la cocina. El menú del día: arroz, como siempre, carne a la plancha, garbanzo, sancocho de pescado. “¡Tiene buena sazón la cocinera!”, le mandan decir, y la mujer sonríe, saca el pecho, da una orden. Ana va a la cocina mientras piensa en alguien y dice “este sin verdura”. Camina hacia la mesa 3: “¡Bienvenidos!”, saluda y le preguntan “que si el músico podría tocar…”. Ana escucha la petición y le parece que esa canción le gustaría a la persona que ella espera.

Cuatro

Don Álvaro se sienta en su mesa, con su esposa. Ana se les acerca y regresa a la cocina: “¿Qué?”, le pregunta la cocinera, “¿Y para la jefa?”. Llega un cliente, Ana se apresura: no le alcanzan las manos ni los pies, casi vuela para atenderlo. Don Álvaro cuenta las mesas moviendo la cabeza. La esposa llama y otro mesero la atiende: “¿Ya está?”, pregunta éste en la cocina. El músico interpreta Que no se rompa la noche, por favor que no se rompa…, los presentes lo escuchan. Ana se apresura, va a la cocina, le lleva el pedido al hombre de la mesa 6. Lo mira y canta en su interior …que sea serena y larga, que no llegue la mañana...

Leonardo Díaz

(8)

Orillas

De esta forma camino:

Llevando en lo profundo agujeros vacantes.

Orillas en línea

Un vuelo fugaz y sin rumbo.

Intercambiando las razones del no y el sí.

Deslizando los ojos hacia fantasmas que pasan inadvertidos.

Las piernas se queman los pasos pasan, –no se cansan–.

La mirada inmóvil hacia lo infinito y yo cargando mi propio vacío.

Las ráfagas de aire atraviesan la ciudad.

Camino. No lo sabes. No me ves.

Soy otro fantasma del camino oculto...

Camino con principio sin final,

–estoy perdido–.

César Cano

Ilustración: Gio Clavijo

(9)

Amor negro y napolitano

En el cine pasaban una película policíaca: el protagonista, otro detective en horas bajas, intenta dar con el paradero de la hija de un industrial italiano. Persecución de diez minutos por calles estrechas, balacera en una cafetería y algo de sexo gratuito en un callejón oscuro. Hacia la mitad de la película el detective encuentra a la chica, drogada y desnuda, en un burdel a las afueras de Nápoles. Amor a primera vista, otra escena de sexo gratuito, balacera en un parque público y un par de temas discotequeros. Pero el final no es feliz, el detective es un tipo solitario que no cree en el amor y la chica, que aún no sabe que está embarazada, viaja a la selva con un grupo de hippies revolucionarios. El industrial italiano quiebra, despide a doscientos empleados y se suicida con un cuchillo de cocina. Regreso al apartamento, le cuento la película a Paula y me dice que se salvó, que no suena nada bien, que yo y mis gustos. Saco las fresas de la nevera, le doy un beso en el hombro derecho y le ayudo con el jugo. Que después de la cena vemos una película de verdad.

Giovanni Clavijo

(10)

Sin culpa

Víctor juega a los carritos con sus dos hermanos. Con agua y arena han construido todo un dique. Espantan a las niñas como si fuesen moscas. El tiempo ha pasado, él lo añora. Su mano gruesa y firme brilla con dedicación el arma. Su compañero le observa y se deleita con la rapidez y precisión de la maniobra. Un segundo, un minuto después, parálisis. La risa es llanto. Llanto contraído, apelmazado en la garganta. La parafina ilumina el cuerpo inerte, la misma que cubre ahora sus manos, intentando develar si hubo o no culpa.

Socorro Maury

Eternidad

Ilustración: Juan Torneros

No me trajo la casualidad; llegó luego, cuando ella apareció frente a mí. –¿Nuevo por acá? –me preguntó. –Sí, vine para quedarme.

Era muy delgada, parecía sonreír todo el tiempo. Algo mágico la envolvía. Tomó mis manos frías en las suyas y me vio como quien mira a través de un cristal. Me habló de su gusto por lo clásico y de sus noches de poemas; supe, entre otras cosas, de sus solitarias rondas bajo la luna, de las contrariedades procuradas por amores diluidos en el tiempo y de su otrora vida de pesares. Superado aquello, ahora se solazaba en la frágil candidez de los sueños eternos. Al hablar de eso, su mirada y su voz no podían ser sino de otro mundo.

La luna nos vigiló callada hasta que claudicó al insomnio; entonces nuestras siluetas se desdibujaron en la opacidad del brumoso amanecer.

Fundidas las manos nos alejamos apenas en rescoldos de tinieblas, recobrando la creencia de lo posible del amor en este mundo de incrédulos. A ella no le importó que yo fuera un recién llegado, ni a mí, que llevara doce años allí sepultada.

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Pequeños esfuerzos cotidianos

No llorar sobre la leche derramada. Madrugar para que un dios te ayude. Hacer el bien, sin mirar a quién. Andar con prisa y, claro, sin descanso. Acometer la titánica tarea de la civilidad, de jugar a ser tuerca molida en engranaje: inspector diligente de cada interno deseo, suprimiendo el afán de elevarse entre sueños. Caer, en sábanas, de la cama a la ducha. En piruetas, correr a la calle y contraer, comprimir el cuerpo, para alcanzar una silla. Al final del día, del mes, de la vida, el sacrificio de una estrella en potencia, para que la rutina se siga elevando entre ruinas.

Pablo Peregrino

A solas

Una mujer a solas se desnuda, se acaricia, se para frente al espejo pero no se reconoce, se recordaba diferente, un poco más alta, un poco más morena, con sus senos firmes y sus nalgas como rocas.

En su desnuda soledad se seduce, se siente, se aprieta, se escarba, se mira, se besa, se ama más que nunca.

Ángela Díaz

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Ilustración: Juan Torneros

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Ilustración: Camilo Clavijo

Restrepo, 2:45 a. m.

Una vez me acerco al abismo de mi cama intuyo que seré capaz, hoy sí seré capaz de encontrarle una salida a esta soledad; me levanto y el tobillo derecho se quiebra. Temo que lo único que me toque hoy sea la luz del sol.

Los triángulos colgados bailan si dejo entrar al viento, me gusta ese frío, sentirlo en la nariz; mientras veo el mundo en un mapa, me pregunto qué par de zapatos me acompañarán hoy, pero prefiero andar descalza por la casa.

De mis pies a mi cabeza no hay mucha distancia, un pequeño butaco me ayuda a encontrar una caja donde alguna vez hubo galletas, hoy hay cartas, pasajes de tren, entradas a conciertos y fotos, tus fotos; no, mías, tengo que decir mías.

Laura Hinestroza

(15)

La calle del pecado

Dentro de las anónimas calles del barrio San Carlos, solo una tiene nombre: “la calle del pecado”. Poco se sabe del porqué se llama así, es algo que ha pasado de generación en generación. A los ojos del forastero es una calle como cualquier otra, pero si te detienes un momento y miras de reojo, puedes verlos jugando billar ocultos en las sombras del mediodía, bebiendo cerveza y riéndose por tener tiempo para estar vivos. Al parecer eso fue algo imperdonable para el que decidió apodarla así.

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