Ficciorama N.9

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P RO T E G E

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M E N T E

Noticias de Nueva Segovia y el mundo — Número 9 — Año 1 — Noviembre de 1899 - Precio: £0.0

Fotografía: Carlo Martinetti

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edición

STEAMPUNK: Ladistópicaucro níadelvapor

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goldberg west-end capitulo3

Laciudaddelosniños perdidosLaligadelos caballerosextraor dinarioslamaquina diferencial

Desaparecido constructor de nuevo ferrocarril

E

sta fotografía, tomada en la mañana del 31 de Octubre, muestra en público por última vez al distinguido industrial y filántropo Orama von Fiktionen, durante el viaje inaugural del Ferrocarril de Antioquia a través de la línea Medellín—Río Magdalena. El proyecto se inicio en 1874 con la ayuda de varios ingenieros colombianos a las ordenes del doctor Orama, excéntrico magnate de los medios editoriales, la industria del transporte y la electricidad.

Dios salve a la reina

El doctor, que desarrolló los trazados de la línea con la misteriosa técnica quirográfica proveniente de las estepas de Tunguska, reveló en una entrevista exclusiva al finalizar el trayecto, que la difícil topografía lo obligó a implantar una modificación radical a la obra, en la que perdió su oído derecho. Los entusiastas pasajeros elogiaron tan magno logro, y tradujeron sus felicitaciones en una amena saturnalia de chicha y guarapo. Desde ese entonces se desconoce el paradero del doctor.

de los impuestos


Ficciorama celebra, con gran júbilo y beneplácito, la incorporación a sus filas al insigne mariscal ortográfico Cafemaco, conocido por sus logros militares en el frente editorial oriental, quien actuará como coeditor y corrector de estilo de aquí en adelante. En hora buena.

Editores Ficciorama –Boris Greiff Cafemaco –Carlos Martínez Corrector de estilo Cafemaco Concepto y diagramación Ficciorama y Cafemaco Carátula Ficciorama y Cafemaco

Colaboradores Conde Cero –Juan Alberto Conde Contactanos ficcifanzine@gmail.com Visita nuestro blog www.ficciorama25.blogspot.com Comparte nuestra edición digital www.issuu.com/ficciorama Noviembre de 2010


La distópica ucronía del vapor por: Ficciorama En algún momento hemos contemplado la posibilidad de dar marcha atrás en el tiempo para enmendar un error y así alterar el curso de nuestra historia. A veces soñamos despiertos con un mañana idealizado, una alternativa al mundo existente. Ninguno de nosotros está por encima de desear lo improbable y casi intangible, muchas veces, como una forma de crítica a nuestra realidad material. Este ideal encuentra su nicho en la ciencia ficción, subgénero literario que explora perspectivas críticas de los sistemas sociales-políticos desde un imaginario inexistente. Tomás Moro, humanista y pensador ingles, construyó una primera idealización basado en La Republica de Platón, donde una comunidad ficticia tenía una organización política, económica y cultural totalmente divergente de las sociedades humanas de su momento. Esta idealización fue denominada utopía, que traduce algo parecido a “no lugar”, concepto que en la ficción moderna se torna en el punto de partida para una forma de crítica social audaz y radical: una utopía inversa donde la realidad transcurre en términos opuestos a los de una sociedad ideal, la Distopía. Los más reconocidos autores de este género, Ray Bradbury (Fahrenheit 451), George Orwell (1984) y Aldoux Huxley (Un Mundo Feliz) nos descubren en sus obras clave un mundo de relaciones hiperbólicas de poder, donde las viejas creencias ortodoxas sucumben ante la tecnificación del control social, la disolución del orden establecido y la supresión del individuo pensante y libre. Phillip K. Dick (El Hombre en el Castillo), Tim Powers (Las puertas de Anubis) y Robert Harris (Fatherland) refuerzan la noción de una historia alternativa, producto de cambios sustanciales en la línea temporal de la sociedad humana, con una diferencia fundamental: el cambio histórico es improbable, pero plausible y enteramente lógico. Esta forma de narrativa recibe el nombre de Ucronía. Las corrientes sociales de la posguerra del siglo XX abren un nuevo campo en la ficción distópica: la búsqueda del lugar del individuo en el caos

mecánico e informático. El auge de la computadora crea el ambiente perfecto para esta nueva narrativa. Un nuevo mundo, de paisajes de silicio y neón, amoral e inhóspito, donde las injusticias de antiguos sistemas de clases son llevadas hasta el paroxismo. En medio de la miseria última, el marginado que puede entender y deconstruir la realidad es el nuevo héroe. Esta vorágine antisocial se conoce como Cyberpunk, y a través de la obra de su máximo exponente, William Gibson, resulta al mismo tiempo un refinamiento y una contestación a las formas anteriores de representar el futuro. En la insospechada encrucijada donde Ucronía y Cyberpunk se encuentran, la combinación de la individualidad del héroe moderno y el espantoso encanto del alba del mundo industrializado produce un subgénero de una riqueza insólita: el Steampunk. Más allá de una interesante excusa para la exploración visual, este universo narrativo nos da la oportunidad de imaginar un sinfín de mundos distintos al nuestro: formas alternativas de energía, economía e industria crean paisajes fascinantes de progreso y aventura; el conflicto entre el pensamiento premoderno, altamente regimentado por la tradición y la costumbre y la conducta y actitudes contemporáneas “como rompimiento de las formas establecidas” da como resultado una ficción repleta de contrastes, alejada al mismo tiempo del conformismo del pasado y el caos amorfo del futuro, revelándonos la extraña familiaridad de lo posible.

un estupendo artista visual contemporáneo:

Steampunk:

kuksi.com

editorial


por: Ficciorama

m e ta f o r i n a : 5 0 0 m g d e f e l i c i d a d n a r r a t i va

Verne conoce a Flemming No siempre es fácil crear híbridos literarios de buena calidad. Un caso como el de Lovecraft y Doyle, Sombras sobre Baker Street, intenta combinar los universos temáticos de autores totalmente divergentes en una narrativa coherente. Alan Moore, guionista místico y ávido lector, crea en La Liga de los Caballeros Extraordinarios un universo plagado de personajes de géneros como la aventura, el suspenso policíaco y el espionaje; para desarrollar una historia sobre el sentimiento anti-nacionalista y la salvación de un imperio, como un deber, frente a la invasión asiática y el deseo británico de mantener su status como potencia.


el tintero

Galápagos, ida y vuelta por: Cafemaco “Si pudiera otorgar un premio a alguien por tener la idea más interesante de la historia, el ganador, aún por encima de Einstein o Newton, sería Charles Darwin.” –Daniel Dennett En los albores del siglo XIX, aún era posible que los pensadores más avanzados del mundo reconciliaran el naturalismo con alguna explicación sobrenatural del origen de la vida. La búsqueda de la verdad –como un consenso producto de la discusión de ideas– requería, hasta hace pocas generaciones, espacio para formas articuladas de superstición. A pesar de las contradicciones internas y evidentes de las escrituras sagradas (nuestro primer y peor intento de explicar la causa de todo), el abandono de la idea de una presencia superior que ordena y da forma al mundo no era posible sin aceptar un inmenso vacío en nuestro entendimiento del universo. El deísmo, la creencia en una inteligencia creadora desinteresada en los asuntos humanos, era la solución a lo inexplicable, aún para humanistas de la talla de Voltaire o Thomas Jefferson. La respuesta a muchos de estos interrogantes es el resultado de un afortunado viaje emprendido en 1831 por Charles Darwin, –entonces un estudiante despistado, aspirante a párroco rural– a bordo del bergantín inglés HMS Beagle. Su honesta curiosidad sería la semilla de una de las teorías más famosas en la historia del conocimiento, y la idea que la sostiene, sin duda uno de los conceptos humanos más originales y significativos a nuestro alcance. La evolución por selección natural, propuesta por Darwin, es la idea del cambio progresivo de los seres vivos debido a la alteración de su ambiente (por factores tan disímiles como la depredación o la topografía) a través de atributos heredados por los descendientes de una especie a lo largo de períodos de tiempo prolongados. Estos atributos heredados se acumulan sucesivamente en organismos que logran reproducirse, teniendo la capacidad de causar, eventualmente, la aparición de seres vivos tan diferentes de sus antepasados, que se consideran como integrantes de una especie distinta. Este es el argumento principal de su obra El Origen de las Especies, publicada en 1859: la primera explicación satisfactoria de la diversidad de la vida, la evidencia final necesaria para desestimar la especulación en torno a la generación espontánea de los seres vivos y, desde su publicación, el azote de los argumentos quijotescos del creacionismo. La idea fundamental de la evolución es tan sencilla, que resulta sorprendente que no se haya pensado antes. Es probable que necesitáramos tanto tiempo para descubrir este mecanismo (y

más tiempo aún para entenderlo) por las limitaciones propias de nuestra forma de pensar: el cerebro humano es particularmente bueno descubriendo patrones observables (el origen de las categorías y del conocimiento mismo), pero observar lo extremadamente grande o pequeño, es decir, lo que rebase nuestra percepción material, escapa también nuestra percepción intelectual. La tendencia propia del ser humano al solipsismo es otro impedimento: el tiempo, el mundo y la vida se miden de acuerdo a la experiencia humana, insuficiente para cuantificar la adecuada proporción de todas las cosas. Tomemos como ejemplo el tiempo geológico, medido en miles de millones de años, en esta escala cronológica, los cerca de 10.000 años de civilización humana son apenas un instante. Este hecho no es inmediatamente observable, y aún tras su deducción, su completa aceptación desafía nuestra credulidad y autoconfianza. Ser los amos de la creación y la razón de la existencia de todo es una idea atrayente, pero necesita de fabulosos ejercicios de gimnasia mental para mantenernos al margen de sus contradicciones. No se me ocurre un reto más grande para el ser humano que el aceptar la imprevisión de la propia existencia. Después de Darwin comienza la verdadera deconstrucción de las nociones facilistas de supremacía humana y el primer avistamiento de la apabullante mutabilidad de nuestro mundo. El error más frecuente al discutir la evolución como concepto es condicionar su apreciación desde una perspectiva moral humana. Categorías como despiadado o brutal se emplean con excesiva liberalidad para entender el estado natural de la vida. Asociar esta idea con la moral y conducta humana crea la impresión de la evolución como una fuerza consciente de sí misma que favorece el egoísmo y la crueldad en aras de la supervivencia. Esta fue una de las visiones prevalentes en el siglo XIX, carente de objetividad y contaminada de nociones de supremacía cultural y racial. La palabra clave para el entendimiento de la teoría evolutiva es adaptación. La que en su momento fuera interpretada como una teoría del éxito del fuerte sobre el débil en busca del progreso (una falacia que condujo al horror del mal llamado “Darwinismo social”), es en realidad la primera etapa de una nueva dimensión del humanismo: la concepción de la vida como una fuerza dinámica dotada de una inagotable capacidad de acomodarse a nuevas circunstancias. Nuestra propia cultura es una metáfora de la evolución: la reunión de infinitos esfuerzos individuales y su impacto en el gran esquema de las cosas.

No siendo un científico (ni siquiera un estudiante de ciencias), estoy obligado moralmente a reconocer mi condición de enano intelectual y agradecer a los grandes autores científicos de nuestro tiempo: los difuntos Carl Sagan y Stephen Jay Gould, así como Richard Dawkins, Daniel Dennett y Michael Shermer. Educadores que han sabido reconocer el valor humanista del trabajo de Charles Darwin, más allá de los confines del aula y el laboratorio. Este artículo es un pequeño homenaje a su estupenda obra.


calculadoras de vapor

f i c c i ro s e b u d

por: Conde Cero

A la mayoría de las obras catalogadas como “steampunk”, les sobra Steam y les falta Punk; es decir, les sobran dirigibles, brújulas, ingenios mecánicos pseudomágicos y gafas de bronce (“brass goggles”) y les falta revisión crítica y cuestionamiento de los órdenes políticos y económicos imperantes, o al menos una dosis mínima de sana anarquía. No es el caso de esta obra, fundadora y casi única auténtica exponente de esta corriente. La Máquina diferencial (The Difference Engine), de Bruce Sterling y William Gibson, no es un retorno idealizado a la era victoriana, sino una exploración rigurosa de todos los conflictos sociales y políticos de la Inglaterra del siglo XIX (y del resto del mundo) y del papel de la tecnología en dicha problemática, con una fuerte inspiración en el movimiento Ludita, aquel grupo de rebeldes que en la era industrial enfrentaron con violencia el desarrollo tecnológico, constituyendo la prehistoria del cyberpunk más radical. ¿Cómo sería el mundo si la informática y la “sociedad de la información” que ella posibilitó hubieran ocurrido en el siglo XIX, si el computador de Charles Babbage se hubiera desarrollado y masificado en aquella época? Sterling y Gibson son minuciosos siguiendo esta conjetura, y la despliegan en distintos dispositivos “tecnológicos y sociales”-. Uno de los más interesantes es la versión decimonónica de las llamadas tecnologías de la imagen: los quinótropos, aplicaciones visuales de las calculadoras de vapor que permiten presentaciones en imágenes mecánico-numéricas, programadas por especialistas llamados “chasqueadores”, profesión que parece reemplazar la de poeta, o al menos ese es el caso de John Keats en esta Inglaterra alternativa. Sin embargo, a pesar de la riqueza de tal ambientación, la trama de la novela, que gira en torno a unas tarjetas perforadas que al parecer contienen un valioso “software”, es algo borrosa y tiende a perderse en ese complejísimo tapiz de Jacquard que Sterling y Gibson “programan” a cuatro manos, lo cual se nota por el estilo farragoso en el que a veces cae su escritura. Compuesta de seis iteraciones y un Modus (epílogo compuesto de documentos heterogéneos), la obra remata con la aparición del fantasma en la máquina gibsoniano y es, a pesar de estos rasgos difíciles, un valioso ejercicio genealógico de la sociedad contemporánea. [La Maquina Diferencial (The Difference Engine), Gibson, W. y Sterling, B. ©1990 Victor Gollancz Ltd.]

Tomando en cuenta los reportes de los múltiples casos denunciados por la compañía Eléctrica Edison, se ha decidido colocar este letrero en los hoteles de Nueva York (por ahora) para advertir a los clientes que no deben encender las bombillas con cerillas, sino usando el interruptor señalado. Esto no resultarça perjudicial para la salud y no afecta el sueño nocturno. [Tomado de Abrir Aquí, el arte del diseño de instrucciones. Konemann, 2000.]

Literatura histórica de carácter apolítico:

Camaradas:

Breve historia del comunismo

de Robert Service (Ediciones B, S.A., Barcelona 2009)

Sueños de Niebla y Carbón Los sueños nos permiten recorrer caminos diferentes a los que cotidianamente nos tenemos que enfrentar. No es extraño que la inmensidad del sueño sea una fuente para nutrir la imaginación. Aún la experiencia repulsiva de una pesadilla puede convertirse en el punto de partida de una intensa proyección de nuestras ansiedades intelectuales y emotivas. Esa es la base sobre la que se construye La Ciudad de los Niños Perdidos, película estrenada en 1995, que le valió un alto reconocimiento al dúo conformado por Jean-Pierre Jeunet y Marc Caro, tanto en su apuesta estética como en el uso de micro relatos. Esta nos ubica en un utópico paisaje de estrechos callejones y astilleros, un paisaje de acero y ladrillo que ha perdido el brillo de su promesa material de progreso, donde las abismales condiciones de vida son aliviadas únicamente por la creencia ciega en una eventual salvación.


por: Ficciorama


por: Cafemaco


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