Ficciorama n54

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WILLIAM BURROUGHS / PARTE III

©FICCIORAMA 2015


DIRIGE, EDITA, REBUSCA Y REPRODUCE FICCIORANA a.k.a Boris Greiff COLABORAN textos: ANTIVIRUS Por: CondeCeroUno

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El enemigo sigue latente, a pesar de los esfuerzos por penetrar el estudio de la realidad y cortar los canales de las fuerzas alienantes, se ha fortalecido la cepa de la desinformación y los patógenos del agenda setting. En algún momento no distante de nuestro distorsionado presente, los hombres podrán librarse del lenguaje. Hemos diseñado una nueva arma que podrá cambiar el curso de esta guerra, no tiene ninguna afinidad con la gramática o la sintaxis, es mas, su función es quebrantar el lenguaje mismo. Ingeniosamente la han llamado la Cut-Up Machine Shooter o CUMShooter, es muy sencilla cuando comprendes su funcionamiento. La batalla por la mente de Suramérica se librara en una nueva arena, tiempo atrás fue en la interzona, ahora el conflicto se ha desplazado al virtualdrome: las redes sociales. El enemigo se alimenta del tiempo procrastinado, tiempo muerto, que la gente dona voluntariamente gracias a los refinados sofismas de entretenimiento que han diseñado los ociopatas. Celebramos los esfuerzos de nuestro líder, el capitán y experto pistolero William S. Burroughs, el mas reconocido y trasgresor profeta de la generación beat, quien ha logrado trascender y dejar una profunda huella en el campo

de producción y las maquinarias editoriales. Sus técnicas literarias, desde el Cut-Up y el fold-in nos ayudaron a entender como infiltrarnos en las venas purulentas del adversario. Comenzamos con un ataque sorpresa a los radiotransmisores, nuestra campaña dio resultado, debilitamos una parte de la ofensiva. Años mas tarde nos enteramos que tenían una nueva fuente de poder: el rayo catódico. Lanzamos una nueva ofensiva e insertamos la leteomasis al sistema, muchos años transcurrieron para vencer en dicho escenario, perdimos a muchos valientes pero vencimos. No se puede saber lo que nos depara el destino, recordando a nuestro líder cito su frase de batalla: “corta el pasado para encontrar el futuro”; en este mismo instante, cuando termine de digitar este texto, cortare cada palabra cuidadosamente, la insertare en una bolsa de desechos tóxicos, la agitare suavemente y luego las recompondré como vayan saliendo. Este es el último testimonio de nuestra cruenta historia, tenemos la esperanza de cambiar el mañana y romper con la alineación creada por el lenguaje. Sargento William Tanger, 2023

Lee,

Interzona

de


1959. En el Beat Hotel de París Bill sostiene un libro en sus manos, un regalo de su amigo Brion Gysin. Su mirada se alterna entre las letras que se siguen en el papel, secuencias de un algoritmo que empieza a corroer su lengua, a poseer células perdidas de su cerebro, entretejiendo sinapsis sin orden aparente, y la calle, donde observa a un joven que se tambalea, tratando de darle un orden al trazo amarillento que su orina dibuja sobre el pavimento escarchado. El libro parece pesar más de lo normal, pero es porque para Bill contiene una verdad profunda, aunque cifrada. El libro lleva por título Dianética, y está firmado por L. Ronald Hubbard. En cierto modo, se trata de una verdad que Bill ya conocía y que ahora se amplifica y vibra en su mente, con un efecto liberador. Ahora empieza a vislumbrar un camino hacia el despertar. 1939. Bill viaja a Chicago para conocer personalmente al hombre que puso en su mente, por primera vez, la revelación: el mundo, tal y como es, en su inestabilidad, en su riqueza inasible, difiere profundamente del mundo que nos entrega nuestro sistema nervioso, limitado y precario, las obsoletas máquinas de nuestra percepción no hacen más que ofrecernos una burda mentira, mientras allá, cercano e inalcanzable, el mundo en su eterno devenir no cesa de crearse. Y hay algo aún peor: para interpretar el mundo, para ponerlo a nuestra escala, se nos ha dado un lenguaje que difiere completamente de la forma y el decurso de ese mundo. Un lenguaje estático, discreto, hecho de oposiciones y exclusiones, de anclas y de estructuras reiterativas. Un lenguaje que se instala en nuestros cerebros y parasita sus conexiones, trazando surcos, rutinas, reiteraciones. Un lenguaje que, pretendiendo ser herramienta, es una enfermedad. Y el hombre que puede proveer la cura, el

antídoto, está allí, en Chicago, y comparte una verdad cuyo vehículo inevitable es el propio lenguaje. Una vez más, un libro arde en las manos de Bill, quien se dirige tembloroso hacia el Conde Alfred Korzybski, autor de Science and Sanity: An Introduction to Non-Aristotelian Systems and General Semantics, para indagar más acerca de las formas para superar las limitaciones a la que nos aboca la palabra, alejándonos de la realidad. Incluso la palabra aparentemente más concreta, el nombre de un objeto, no hace más que interponer entre el objeto y nuestra conciencia la barrera de una abstracción. ¿Cómo liberarnos? Bill ya tiene una pista, aunque es difícil de seguir. Desde este momento, siguiendo el consejo del profesor Korzybski, tratará de pensar exclusivamente en imágenes. Por eso se dirige al departamento de egiptología de la Universidad de Chicago, interesado en los sistemas pictóricos de expresión, pues si la palabra es un instrumento de control y manipulación de nuestro pensamiento, tal vez en los pictogramas se encuentre el código para contrarrestarlo. Mientras observa los jeroglíficos egipcios, aparece una voz en su mente que le dice: NO PERTENECES AQUÍ. Poseído y liberado, Bill confirma que está en el camino correcto: el camino hacia la destrucción de todo lenguaje. 1968. En una sobria ceremonia, Bill es declarado oficialmente “limpio” por la iglesia de la Cienciología. Tras diez años de un trabajo continuo en arduas sesiones de auditación que le permitieron identificar y limpiar los engramas que lo hacían ser poseído por la mente reactiva, Bill ha conquistado la claridad. Liberado de los parásitos provenientes de otras dimensiones, aquellos que instalan las rutinas del control


en nuestro cerebro, Bill se entrega a las presencias más dulces, a los más abismales monstruos de la perplejidad, que lo ayudan a mantener a raya el virus de la palabra. 1953. En algún lugar de la Amazonía colombiana, Bill experimenta, por primera vez, la ausencia completa de categorías lingüísticas. No solo no puede hablar, aunque trata de mover su boca y su lengua se comporta como un animal independiente, un molusco felizmente liberado; no piensa en palabras. El flujo verbal ha desaparecido. Así que Billy, extasiado, se entrega a las transmutaciones y siente que por su vagina -ahora tiene una- entra y sale una anaconda, más gruesa que sus piernas, en un viaje de ida y regreso iterativo entre sus entrañas y las de la selva.

©condecerouno 2015

1969. Tras ser expulsado de la iglesia de la cienciología, que lo declara traidor por

revelar los secretos de su dogma, Bill recibe la visita conciliadora del guardián oficial de relaciones públicas y ministro de asuntos exteriores de dicha iglesia, el señor David Gaiman, quien como gesto de buena voluntad ha llevado consigo a su hijo de nueve años, el pequeño Neil. Tras una distante aunque cordial conversación, en la que el señor Gaiman le promete transmitir sus inquietudes al señor Hubbard para acabar con una disputa que ya se ha hecho pública, Bill se inclina para ponerse al nivel del niño de oscuros cabellos negros y que lleva en sus manos un álbum de estampas, para decirle: “Eso es, pequeño: corta y pega; es la estética del futuro. Y si haz de escribir, que sea en imágenes”. Y le entrega un caramelo mexicano que, al ponérselo en la boca, estalla en mil sabores agridulces, centrífugos. CONDE CEROUNO




ElLocoPensante


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