IN STA INEA EL C
FICCIORAMA 82
CHRIS MARKER
BLE VISI
EL CINEASTA INVISIBLE
Lealo con esta canción: Django Reinhardt & Stéphane Grappelli - Jattendrai Swing 1939 - LIVE!
Permítame preguntarle, abusando de la poca confianza ¿Ha visto alguna vez, por casualidad, La Jette?¿Tampoco habrá visto Sans Soleil? ¿ninguna? Bueno, tendrán que perdonar los que si lo han hecho, pero a los que no, solo diré que no se sientan mal, al contrario, los invito a hacerlo y así conocer la obra de Chris Marker: el cineasta invisible. 1921 Nace Christian François Bouche-Villeneuve , el 29 de julio, en la ciudad de Neuilly-sur-Seine, Francia. Envuelto en esa epidermis rugosa reposa el germen narrativo que dará vida a Chris Marker, su alter ego, el cineasta. Supo adoptar tempranamente una estrategia para ocultar ciertas capas de su vida, jamás concedió entrevistas. No eran relevantes para su propósito: el cuestionar esa ficción llamada realidad. 1952 Christian François Bouche-Villeneuve decidió que ya era tiempo de dejar todo atrás y retirarse esa dermis rugosa y revelar a Chris Marker. El suceso ocurre poco después de los juegos olímpicos de Oslo, en bien finalizo Olympia 52. Se une al grupo “Rive Gouche” donde conoce a Àgnes Varda – la abuela de la nueva ola – donde produce el cortometraje Les statues meurent aussi en la que explora el destino de las obras de arte africanas asimiladas en el circuito de comercialización en Europa desprendiéndose del entorno cultural que la produjo, cosificándolas en un nauseabundo exotismo que expone la narración voz en off que acompaña las imágenes. 1956 Marker quiere plasmar en el celuloide sus experiencias políticas y sus anotaciones etnograficas sobre
China y Rusia. Dimanche à Pekin (1956) y Lettre de Siberie (1957) desarrolla la que será su marca personal posterior: el comentario en off, el montaje dialéctico al modo de Sergéi Eisenstein — una escena de Lettre de Siberie honra las teorías soviéticas sobre el montaje reproduciendo tres veces consecutivas la misma acción, acompañándola una vez con un comentario pro-soviético, una segunda con uno no comprometido, y finalmente con uno antisoviético—, la yuxtaposición de pasado y presente, la documentación fílmica de las contradicciones —entre innovación y tradición, o entre esperanza y represión— en la línea de su filiación política. 1962 Tras una apocalíptica guerra nuclear, el mundo ha quedado devastado. Marker contacta en su inconsciente con un grupo de científicos del bando vencedor, quienes llegan a la conclusión de que el único modo de salvar a la humanidad es recurriendo a los viajes a través del tiempo: o bien mandar a una persona al pasado para pedir ayuda, o al futuro para buscar una solución a la situación presente. Como una turbia profecia que se manifiesta a mitad de la noche Marker supo que el elegido para realizar el viaje a través del tiempo debia ser un prisionero. Este es el relato que dio forma a La Jette (El Muelle) una historia de corte experimental sobre el poder de la memoria, contada exclusivamente a través de fotos fijas, en la que un hombre trata de reconstruir el recuerdo de su amada, en tiempos de la Tercera Guerra Mundial. El director Terry Gilliam, adscrito en sus inicios al grupo humoristico Monty Phyton, tomo la estructura para desarrollar 12 Monkeys, gracias a ello Marker fue popularizado. 2012 Chris Marker sigue vivo en la red. Christian François Bouche-Villeneuve, el pasajero, fallece. Marker se convirtió en la huella indeleble de un autor que busco manifestar las fisuras de la realidad en el celuloide. Ficciorama Julio de 2018.
ficciorama n82
EDITOTIAL 82
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La ciencia ficción comenzo a verse plasmada en los films de la década de los sesenta con un marcado impacto tanto en la literatura, como en el propio arte cinematográfico. Los temas de la CF blanda, mas socilogica y humanista, servian de lienzo para experimentar formalmente con una nueva gramática visual, fusionando la narrativa de ficción con otros géneros, como el documental, el ensayo ideológico o, como es el caso que nos ocupa, la fotonovela, el sonoviso. Se trata de La Jetée “El Muelle”, considerado por muchos críticos uno de los mejores films de ciencia ficción jamás rodados. El primer fotograma nos situa en el relato que parte de la frase “Ceci est l´histoire d´un homme marqué par une image d´enfance” que traduce “Esta es la historia de un hombre marcado por una imagen de la infancia .” Luego un zoom out nos traslada al aeropuerto de Orly, un niño ve caer a un hombre tiroteado. Poco después, estalla la Tercera Guerra Mundial y París es destruido por una explosión nuclear. El futuro postholocausto ha tenido dos efectos: por un lado, obliga a los supervivientes a ocultarse bajo tierra esperando el inevitable final; por otro, el tiempo deja de tener una secuencia coherente, desintegrando la ley de causa-efecto. Uno de esos supervivientes es aquel niño del principio, ya convertido en adulto (Davos Hanich), y que resulta elegido como parte de un experimento de viaje temporal cuyo objetivo es recoger información que permita romper la línea cronológica e impedir la tragedia
nuclear. El motivo de que se le haya elegido a él y no a otro ha sido su capacidad para retener un momento emocionalmente muy intenso del pasado, no solamente el instante del asesinato del hombre, sino el recuerdo del rostro de una misteriosa mujer (Hélène Chatelain). El viaje en el tiempo –inducido no tanto por medios tecnológicos como psicotrópicos- se realiza con éxito pero, una vez en el pasado, el hombre se enamora de la mujer y desobedece las órdenes de sus superiores. Con 28 minutos de duración y distribuido como programa doble junto a otro clásico francés de la ciencia ficción, “Alphaville”, de Jean-Luc Godard, se estrenó en Francia en la cúspide de la conocida “Nouvelle Vague” o “Nueva Ola”, el movimiento renovador del cine francés surgido alrededor de la revista Cahiers du Cinema. Ambas producciones son fantasías sobre viajes temporales abordadas desde un punto de vista introspectivo. No son narraciones dramáticas sobre aventureros temporales que han de sobrevivir entre los restos degenerados de la humanidad, como era el caso de otras películas de la época (“El Tiempo en sus Manos”, 1960; o “El Planeta de los Simios”, 1968), sino historias subjetivas centradas en uno de los temas clave de la Nueva Ola: la obsesión con la memoria perdida y los romances del pasado. “La Jetée” es ante todo una cinta muy experimental. El director Chris Marker recurre al poco ortodoxo método de narrar toda la historia a base de tomas estáticas,
una especie de sucesión de fotografías en blanco y negro mantenidas en pantalla durante un tiempo variable y acompañadas por una susurrante voz en off que recita un texto extrañamente poético. El efecto que se consigue es el de concentrar al espectador en el poder de la imagen mediante la yuxtaposición de momentos congelados en el tiempo, vistazos parciales e incompletos al pasado; algo que se ajusta perfectamente al tema tratado. El único plano que se diferencia un poco del resto es cuando la mujer despierta, abre los ojos y mira directamente a la cámara. La razón de esa excepción no está clara –quizá, como ha apuntado alguien, la emoción suscitada por un recuerdo, o como símbolo del movimiento que emerge del estatismo con el que recordamos el pasado-; con todo constituye un efecto interesante. Aunque recibió calurosas críticas por parte de los expertos, lo cierto es que “La Jetée” pasó prácticamente desapercibido para el público hasta la década de los noventa, cuando obtuvo una nueva vida gracias a la versión que Terry Gilliam realizó con el título “Doce Monos” (1995). Irónicamente, el corto de Marker era en sí mismo una versión de una película anterior, “Vértigo”, de Alfred Hitchock. Como “Vértigo”, “El Muelle” es un estudio sobre la imaginación humana y nuestra tendencia a rememorar una y otra vez un pasado tan intangible como idealizado. De hecho, en un gesto que anticipa su film de 1983, “Sans Soleil” (una muestra aún más clara de la veneración del francés por el thriller de Hitchock), Marker incluye varias referencias explícitas, tanto visuales como narrativas, a “Vértigo”. Por ejemplo, la utilización de llamativos primeros planos de la Mujer remite al mismo recurso del que se sirvió Hitchock con Kim Novak en su doble papel en “Vértigo”. La escena en la que El Viajero trata de explicar a La Mujer el tiempo del que procede recuerda a una similar entre James Stewart y Kim Novak. También resulta interesante comparar “El Muelle” con su sucesora, “Doce Monos”. En general, la superproducción de Gilliam funciona mucho mejor como película de ciencia ficción: recorta algunos aspectos de la historia original – como el viaje al futuro lejano- y aporta mayor sustancia a otros –como las razones por las que el protagonista viaja al pasado-. También le da a las escenas que transcurren
en el pasado un ritmo más dramático y menos lánguido. En general, Gilliam sustituyó la frialdad onírica del corto de Marker por la efervescencia y la hiperactividad. Puede que ello erosionara el efecto emocional de “El Muelle”, pero a cambio obtuvo un genial e inquietante largometraje de CF más apto para todos los públicos. Con todo lo peculiar que es el cine de Terry Gilliam, “El Muelle” sigue siendo más extravagante a pesar de su breve duración, mientras que “Doce Monos” resulta más compacta y centrada. El clímax en la cinta de los sesenta es más abrupto que en la de los noventa –sólo el niño presencia su propia muerte- pero la paradoja temporal que plantea sigue siendo impactante. “El Muelle” es a todos los efectos una película de su tiempo que desafía cualquier categorización. La intención de su creador fue la de animar al espectador a reflexionar no sólo sobre la historia que se contaba, sino sobre la forma en que se hacía. La razón por la que suele incluirse en las listas de películas más importantes de la historia del género no es sólo su osadía formal, sino la influencia que tuvo en filmes posteriores. De hecho, podemos ver rastros de su estética y, hasta cierto punto, tono emocional, en “2001: Una Odisea del Espacio” (1968), de Stanley Kubrick.
el espectador de la película: Doce Monos pasa de ser una rara historia de amor a una honda reflexión sobre el amor, los sueños rotos y el fracaso (incluso en una dimensión política) si ha pasado el tiempo suficiente.
Corria el año 1997. Yo cursaba segundo semestre de Diseño Gráfico en la Tadeo y estaba muy en onda el ver “cine arte” a los cine clubes que pululaban en el centro de la capital. Uno de estos era el Auditorio Antigua Calle del Agrado, cercano a la contraloria, donde en aquel año, 1997, pude ver por primera vez “12 monos” de Terry Gilliam. Este filme en verdad produjo una huella visual indeleble en mi mente. Tenia esos componentes que pueden despertar la fascinacion de un lector de ciencia ficción: viajes en el tiempo, futuro apocaliptico, el extrañamiento de su protagonista y claro un antagonista que no se revela hasta el final de la historia, que cierra sobre una imagen de la infancia. El punto de vista de Gilliam es radicalmente fascinante, que atiende a un espectador exigente, lo reta, lo desafia. Puede que la crítica diga que, durante casi dos tercios, la pelicula es inventiva.: plano a plano, idea a idea. Pero Gilliam se parece, al mismo tiempo, demasiado al Fellini tardío: sus películas terminan siendo encadenados de viñetas, sin un surrealismo lo suficiente potente en el todo para disculparlas. Cuando encuentra un proyecto donde las viñetas se ajustan a una subjetividad, funciona. Como ‘Miedo y asco en Las Vegas’ (Fear and Loathing in Las Vegas, 1998). Pero su mejor película sigue siendo esta que, significativamente, no escribió. Y el argumento parece, en principio, habitual de la ciencia ficción.: un soldado viaja al pasado para evitar la expansión de un virus. Juzgando que la extraña secta de los Doce Monos es la responsable de los ataques del futuro, perseguirá el origen del virus y caerá enamorado de una doctora, Kathryn Railly. ‘La Jetée’ (id, 1962) es el hermosísimo mediometraje que inspiró la película. Chris Marker partía de ‘Vértigo’ (id, 1958) y, además de reconocer la influencia, ‘Doce Monos’ contiene una hermosa escena donde los protagonistas hablan de la película. Dicen que no es la película de Alfred Hitchock la que cambia si no ellos mismos. Los recuerdos poseen una naturaleza polisémica. Se pueden modificar segun la circunstancia, recomponer, implantar (tal como señalaria Philip K. Dick en “Podemos recordarlo por usted al por mayor), Pero, sucede lo mismo para
La película fue escrita por David Peoples, y de su trilogía de hombres solitarios al límite, junto a ‘Blade Runner’ (id, 1982) y ‘Sin Perdón’ (Unforgiven, 1992) esta es la mejor. Probablemente por su estructura no linear, porque su héroe es el más ambiguo y el más herido y porque su final resulta inteligente, finalmente dolorosa Quizás por eso mismo el habitual festival del estilo de Gilliam, contrapicados expresivos, frenéticos travellings, ángulos abiertos resulta más que adecuado y tan magistral. Brad Pitt ofrece su talento para el habitual y paranoico secundario gilliamesco, y Willis y Madeleine Stowe ofrecen una convincente historia de amor y recuerdo. El guión de Peoples sigue siendo la misma historia hermosa y perfecta de Marker: un hombre, atormentado por un viejo recuerdo, viaja al pasado para salvar al mundo, donde se enamora de una mujer. Una vez salva al mundo, regresa a por la mujer y solamente allí entiende el recuerdo que le acecha.: el de su muerte. Con un aire Borgiano, el cortometraje de Marker es hermoso, exacto, con narrador. Gilliam es poético, abigarrado, con una marcada subjetividad. Estamos dentro de la mente fracturada. Ya no asentimos a la perfecta ruptura entre narración e imágenes y sonido del genio Marker. Ahora presenciamos el relato desde la mirada de él. El recuerdo, en la versión de Gilliam y Peoples, es un presagio: es el sueño de los años y del porvenir. El viaje en el tiempo no tiene final, como la memoria misma no desaparece si no que regresa una y otra vez con otro significado. Y como esta obra maestra lírica, sensacional, perfecta.
ElLocoPensante