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Andrea Mejía (Colombia

Andrea Mejía

Colombia

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Antes que nada intenté escribir. Luego di algunos rodeos que agradezco. Me entregué a la filosofía, enseñé y recibí de mis estudiantes alegría y energía. Hace unos años apareció mi primer libro de cuentos, La naturaleza seguía propagándose en la oscuridad, que sigue siendo un libro al que le tengo cariño. Vine a vivir a una montaña, un lugar muy bello que me ha dado buena parte de lo que soy ahora. Aquí he escrito dos novelas, una que ya está publicada, La carretera será un final terrible, y otra que será publicada el año que viene. Se llama Antes de que el mar cierre los caminos. No sé de dónde me vienen títulos tan largos, pero me gustan así. También a este lugar pertenece mi segundo libro de cuentos que espero terminar muy pronto. Aún no sé cómo se llama. Escribir novela y cuento han sido dos formas muy distintas de experiencia, y también amplían mi experiencia otras cosas que escribo, menos narrativas. Creo que incluso en la narrativa lo más importante son las visiones y no las historias. Esto es algo muy personal, claro. Quizá mis maestros más directos han sido Rulfo y Kawabata, pero lo que más leo desde hace un rato es poesía y me cuesta leer cosas largas. Si tuviera que decir lo que para mí es escribir, me robaría lo que una vez dijo Carson McCullers: la escritura es un sueño que florece. Así también es la vida. Es un sueño que florece.

Ocho reglas sin las cuales no se puede escribir un cuento

1. Ama la brevedad. Menos es más

2. Nunca escribas un cuento sin misterio. El misterio puede estar en algo muy pequeño y delicado, pero es el corazón de un cuento

3. Transfiere todo tu poder a los objetos: una aguja, un azadón; que ellos hablen, que ellos muestren. O deja que entre el poder ilimitado de la naturaleza

4. Cree en las fuentes menos controladas. Los sueños, las imágenes persistentes que no se llevó el tiempo, o al contrario, las más fugaces, las que no ofrecieron resistencia y se fueron del mundo como llegaron, en silencio

5. Nunca planees un cuento, él es como un relámpago, como un destello. No da tiempo. Para el tiempo está la novela

6. La energía y las emociones deben estar concentradas. El lector debe entrar en un estado de concentración que no debe abandonar mientras lee. No puede despertar. Como son pocas páginas, eso es posible de lograr. Tu mente al escribir debe estar igual: absorta, concentrada, entregada. La distracción es la peor enemiga de un cuento. Por eso no intentes distraer con trucos o rodeos

7. No obedezcas ninguna regla excepto estas. Confía en tu intuición. Recibe los regalos de lo que al principio parece confuso. Llévalo a la claridad sin perder el misterio

8. Elige tus maestros. Es tu escritura la que elige sus maestros. Sírveles con devoción, haz lo que ellos pidan, lo que sea. Después olvídalos.

“Checo”

Mi mamá, mis dos hermanas y yo caminábamos bordeando el cráter de un volcán. Mi padre debía estar cerca pero yo lo había perdido de vista. Una lengua de niebla subı́a desde la explanada y ocultaba la falda de la montaña. Solo dejaba descubierto el filo delgado al borde del cráter por el que apenas podíamos andar. Mi mamá agarraba a mis dos hermanas de la mano por miedo a que se las llevara el viento, a que rodaran por uno de los dos costados del despeñadero donde las rocas sueltas parecían también dispuestas a rodar, aunque las rocas se quedaban quietas, como incrustadas en la arena verdosa.

Mis hermanas tenían en cambio una manera muy distinta de mantenerse atadas al paisaje, se movían dando pasos pequeños para resistir la embestida del viento. Hacia el cráter la tierra bajaba ondulante con tonos rojos y amarillos; en su centro se formaba un valle de ceniza cercado por regiones cuarteadas de grava de distintos colores. Más arriba del volcán, sobre el cielo, se erguı́an peñascos altos y erosionados que la niebla no alcanzaba a cubrir.

Ni mis hermanas ni yo estábamos vestidas para un viento y una niebla de esas magnitudes. Sobre nuestras sudaderas cada una llevaba un saco tejido de lana que nos quedaba pequeño, botas de caucho de colores brillantes, plateadas las mı́as, azul metálico las de ellas. El viento envolvı́a la cara de mi hermana con mechones de pelo que su balaca no alcanzaba a retener; yo tenı́a una cola de caballo ya casi deshecha. Ningún tipo de vegetación crecía sobre las rocas. El cráter se cubrı́a por momentos pero la niebla blanca pronto volvı́a a desplazarse y dejaba al descubierto la oquedad gris y vacı́a. No me daba vértigo mirar hacia el centro del cráter, pero en cambio mirar hacia atrás me parecı́a aterrador, como si la niebla nos estuviera persiguiendo y fuera a tragarnos con su extensión informe.

De pronto empezó a llover. Una lluvia oblicua y gruesa rayaba el aire y nos golpeaba la cara. Los pensamientos subı́an entre la niebla desde el centro del cráter y luego, al alcanzar cierta altura y antes de tocar siquiera la mente, volvı́an a perderse, desintegrados por la lluvia. Nuestras cabezas estaban llenas de niebla, roca y polvo. La arena verdosa se fue convirtiendo en un fango espeso que se adherı́a a nuestras botas. Ninguna de mis hermanas decı́a nada y yo tampoco me quejaba. Todo se cubrio por completo pero era imposible perderse, solo habı́a que seguir el filo que se abrı́a cortando en dos la niebla.

Seguı́ caminando. Cuando dejó de llover me di vuelta y vi que me habı́a adelantado en nuestra caminata circular, me habı́a alejado mucho de mi mamá y de mis hermanas. Una ráfaga de viento desgarró de pronto la niebla y ellas aparecieron muy lejos, del otro lado del cráter, tres figuras muy pequeñas tomadas de la mano, perdidas en una naturaleza azotada por el viento. No podı́a ver a mi papá por ningún lado. Tuve miedo de seguir caminando sola y me sente a esperar que me alcanzaran mis hermanas, pero ellas parecı́an moverse cada vez más despacio, sin avanzar, rodeando columnas de niebla.

Después de haberle dado la vuelta al cráter volvimos al punto del que habı́amos partido, una cabaña pequeña hecha de tablas de madera con un porche en el que un hombre vestido con un uniforme azul de guardia leı́a un periódico. Estaba sentado en un banco, recostado contra una de las paredes de la cabaña con las piernas estiradas y cruzadas. A un lado del banco habı́a una mesa con un termo rojo cerrado y una taza de plástico vacı́a con el asa retorcida en una espiral formada probablemente por una exposición al calor que la hubiera derretido. Bajo la mesa se apilaba un arrume de leños. Cerca de la cabaña un aviso en madera con letras amarillas y clavado en la tierra decı́a CRATER PRINCIPAL. Bajo las letras una flecha senalaba la dirección de la que venı́amos. La flecha parecı́a señalar un lugar vacı́o donde todo lo que entraba se perdı́a en la niebla.

Un perro pequeño dormitaba en el porche de la cabaña. Me senté a acariciarlo. Sin abrir los ojos, el perrito sacudió suavemente sus orejas. Lo arrastré hacia mı́ tirando de sus patas delanteras sin que él opusiera ninguna resistencia y lo subı a mis piernas. —Vamos a bajar ya —le dijo mi padre al guardia.

El hombre no respondio y se limito a inclinar la cabeza. —¿Cómo se llama el perrito? —pregunté. —Checo —me dijo. —Checo —repetı tomándole el hocico y acercándolo a mi cara.

El pelaje del perro tenı́a algo de la hostilidad del lugar, de su negrura desértica, pero también tenı́a una suavidad ausente en el paisaje. Una mancha marrón en el pecho le hacı́a juego con el color de las patas, que estaban cubiertas de la misma arena verdosa por la que habı́amos caminado y que se veı́a sobre el azul brillante de las botas de mis hermanas. La punta de su rabo era blanca y un anillo negro rodeaba el hocico, sobre el que crecı́an bigotes gruesos como alambres que despedı́an un fulgor tenue en medio de la niebla. 28 28

Su cuerpo flaco estaba tibio y el frı́o que yo habı́a acumulado a lo largo de la caminata por el borde del cráter se envolvio en el calor del perro. Checo abrio los ojos y me miró. —Papá, ¿podemos adoptar a Checo? —pregunté.

Pero mi papá miraba en la dirección que debı́amos tomar para bajar hasta el pie del volcán, donde un terraplén servı́a de estacionamiento improvisado para los carros de los escasos visitantes. Su mirada se hundı́a en el paisaje como si tratara de arrancarle algún secreto.

Cuando empezamos a caminar cuesta abajo, el cachorro nos siguió a lo largo de un trecho. Se adelantaba unos pasos batiendo la cola y se detenía para esperarnos mientras mordı́a alguna roca que encontraba en el camino. La niebla se habı́a disipado del todo y la cola de Checo se recortaba sobre el negro profundo del volcán. De repente y sin decirnos nada, mi padre golpeó el suelo para ahuyentar a Checo, que dio media vuelta y se alejó en dirección al cráter. Mientras se alejaba noté que una peladura en carne viva surcaba una de sus patas traseras. El golpe de mi padre sobre la tierra habı́a levantado una nube de polvo gris que tardó un tiempo en volver a asentarse.

Mejía, Andrea (2018) La naturaleza seguía propagándose por la oscuridad. Colombia: Tusquets Editores

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