Para leer a Melgar, César Delgado

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El Pueblo

Arequipa, martes 05 de mayo de 2020

Arte y Cultura PARA LEER A MELGAR Por: César Delgado

• MARIANO MELGAR. Si hoy nos hablara Mariano Melgar podría decirnos quizá que todo lo que él quiso saber de la vida se lo enseñó la Poe­ sía. Realmente todo, también a e le g ir que su vida fu ese breve, igual que un poema, a diferencia de Vargas Llosa, que la alarga como una novela. Le enseñó a amar, pero a amar como los héroes de los poemas rom án tico s y épicos, hasta morir por la "patria querida" y por la "m ujer amada", palabras que ahora suenan a retórica. Le enseñó a ser valiente, porque para ir a la guerra por una causa (que parecía perdida) había que serlo. Le enseñó que la vida debe persegu ir un ideal de perfección, que se consum ara com o un soneto debidamente construido, en el que la existencia transcurriera de una forma previsible y or­ denada, aunque algo aburrida para nuestro gusto moderno, ya que al nacer todo estaba dicho. En su tiem po, el destino estaba escrito por ley, con le­ tras de sangre, dolor y llanto. La sangre la ponía el padre con el apellido y la herencia, cuando era blanco; el dolor y el llanto, cuando el padre era indio. En cuanto al mestizo, su sangre mezclada no contaba y su pena nadie cantaba. A n ­ tiguam ente el orden era ley de vida. Los más organizados

eran los incas, que registraban cuidadosamente el destino de los hombres y de las cosas en los quipus. Nada existía fuera de sus hilos, donde todo se anudaba: los nacimientos, los casamientos, la muerte de las personas, el uso y el desuso de las cosas. Los españoles, que trajeron la escritura, sometie­ ron a su control también a las personas y a los objetos. En su tiempo las escrituras eran sagradas. Mariano Melgar, que nació en este m undo momificado, sentía fascinación por el poder de determinación de la escritu­ ra, que él como poeta asociaba con el soneto, la forma más perfecta de realización de la belleza mediante la palabra. En el soneto todo está exac­ ta m e n te m e d id o , co m o la vida que a él le había tocado por nacim iento. Sus padres lo habían reservado para la carrera eclesiástica, pero como él no sentía el llamado de la v oca ció n , se rebe ló contra este destino apoderándose del instrum ento de dominio que era la escritura, convirtiendo la poesía en arma de lucha por la libertad. Así nació una forma poética nueva, que él inventó: el yaraví. Algo inaudito era ya que este nombre proviniera de una lengua nativa, el quechua de los indios sojuzgados duran­ te siglos. No era, sin embargo, esta nueva forma poética, que se convirtió en canción popular, la voz de la población indígena del campo, sino del mestizo de la ciudad, hasta entonces mudo de expresión artística. Por esto la poesía para el mestizo es escuela. Escuela de reivindicación como persona y de realización espiritual. Así es como el destino de la Arequipa mestiza revoluciona­ ria quedó ligado para siempre a la poesía de Melgar, que vamos a estudiar al vuelo. Habiendo mencionado el soneto, em pe­ zaremos con uno de nuestro poeta, titulado A SILVIA, en la página 32 (Tomo 2, "Poesías y fábulas", de la Biblioteca Juve­ nil Arequipa, GRA). Se puede

leer con alumnos de quinto y sexto grados de primaria; y, desde luego, con los de se­ cundaria. La manera de hacerlo po­ dría ser la siguiente. Primero, escuchar la grabación en la voz de la cantante Giuliana Murgia, que esta vez no canta sino que recita. Dado que el soneto for­ ma una estrecha unidad, es lo mejor dejar latir el pulso de sus catorce versos. Y leerlo luego, varias veces también. En algún momento va a surgir la pre­ gunta sobre la trágica historia de amor del poeta, que termina con su muerte. Aunque como para dejar constancia del poder de la escritura, al que Melgar rindió culto con sus versos, estos le sobrevivieron. Viene luego un minucioso análisis de la forma del soneto, que se encuentra en la página 33. Para hacer este trabajo menos tedioso se puede recu­ rrir a un programa en internet que cuenta con precisión las sílabas de cada verso. La di­ rección es la siguiente: http:// w w w .m undopoesia.com /m etrica.php. El objetivo de este análisis no es otro que el de mostrar la excelencia de la estructura o andamiaje de construcción que hay detrás de esta forma cerrada de poesía que es el so n e to , d o n d e cada v e rso tiene un núm ero exacto de sílabas, donde cada verso rima con otros en una secuencia establecida, donde las ¡deas encajan en un molde fijo. Así pareciera que fuera un reflejo en el espejo de la literatura del modo cómo se desarrollaba la existencia de los individuos en las sociedades burocratizadas, donde la riqueza de la vida estaba com o enfundada en un molde. Que si había que amar, pues tenía que ser de la manera establecida. Esto es lo que no aceptaba Melgar, la imposición de la rutina, de la tradición, de la costumbre en la forma de amar, de escribir, de vivir. No le importaba que el mundo, el tiempo y la suerte se opusieran a su designio,

él estaba resuelto a am ar a su manera. Esta pasión por la libertad es lo que lo convirtió a Melgar en el héroe paradig­ mático del mestizo, que con su poco organizada existencia se ubicaba en las antípodas del bien estructurado soneto. En esos tiempos de germinación, el mestizo recién empezaba a balbucear sus primeras pala­ bras en una lengua mezclada, y no entonaba todavía ningún son que lo identificara. Raza an tigu a, los in dios tenían un arsenal de canciones para todas las circunstancias de la vida: la siembra, cosecha, la guerra, el amor, la pena. Ra­ lea culta, los españoles tenían sus cancioncillas am orosas y eran herederos de la poesía latina, que Melgar recitaba en la propia lengua de Virgilio. No entendía quechua, pero en las can cion es triste s de los indios había captado un sentim iento que rimaba con sus penas de amor y con sus ¡deas libertarias, así que le puso letra y nadó el yaraví, el son triste del mestizo, que al fin contaba con una voz que lo identificaba artísticamente. Y como Melgar era un intelectual culto y talentoso lo que les dio a los mestizos fue un producto primoroso. Así, puede decirse que para el mestizo la poesía fue también su escuela. El ya­ raví es un ejemplo del poder estructurante y transformador de la poesía. Porque antes que las balas y las barricadas de tantas revoluciones populares que conm ovieron la ciudad, fueron los versos tristes del yaraví melgariano los que em ­ pezaron a labrar la identidad del mestizo arequipeño, para quien la poesía está en su alma y el poeta en su corazón. Luego, podem os leer un yaraví, VUELVE, QUE YA NO PUEDO, en la página 44. Los yaravíes, que de por sí son tristes, se sienten m ás tris­ tes en las voces quebradas y aguardentosas de los cantan­ tes de picantería arequipeños; pero, con todo lo lacrimosa que pueda ser la letra del yaraví, si

lo entona una vibrante y juvenil voz femenina la cosa cambia. A s í te n e m o s, al m enos, la primera estrofa, cantada por G iuliana M urgia, y repetida luego como estribillo. Melgar, si ingenu am en te creem os que porque nosotros lo queremos y admiramos los demás sienten lo mismo, pues estamos equivocados. Bueno, que es un héroe, no se discute, porque en todo caso el com ba­ tiente de Umachiri es un héroe menor, casi como el Cervantes de Lepanto. Con la diferencia de que en la batalla no perdió el uso de la mano izquierda sino la vida, que no es cosa menor. Lo que si se objeta es su con­ dición de gran poeta, que los señores dueños de la lengua española han rechazado casi indignados como si hubiése­ mos querido hacer pasar gato por liebre. El crítico español Menéndez y Pelayo tenía una opinión despreciativa de las poesías de Melgar, de las que dice que "no pasan de ensayos de estudiante aprovechado". El aristócrata critico limeño José de la Riva-Agüero tacha su rima pobre y su vocabulario, «reducido y desgarbado». El contradictorio José Carlos Mariátegui habla de su «sintaxis un tanto callejera», (¿quería una sintaxis de salón, el señor socialista?). No suena esto a elogio, pero el Am auta parece que quiso ponerse sutil, porque tam bién llama a la obra de M elgar "el prim er m om ento peruano de nuestra literatura". Pero se equivoca, porque en realidad Melgar es el segundo momento peruano de nuestra literatura, ya que el primero es Garcilaso, el Inca mestizo. En su caso la escuela era la novela, ya que nos vendió la gran ficción del imperio incaico. El mismo Menéndez y Pelayo, que ninguneaba a Melgar, se burlaba de la "novela in cá­ sica" de Garcilaso, de la que decía que no era historia sino ficción. Existe, sin embargo, una diferencia entre la obra de Garcilaso y la de Melgar, y

es que la primera se inspiraba en el sueño de un orden per­ fecto, que el quipu y el soneto representan; mientras que la segunda estaba imbuida de la opuesta quimera de la libertad, que el yaraví encarnaba. Las canciones de los héroes son casi himnos. Melgar tiene el suyo, que es el Yaraví. Pero también lo tiene un héroe mili­ tar que murió joven, igualmen­ te ejecutado por un pelotón de fusilamiento. Felipe Santiago Salaverry, militar de la guerra de la independencia, nadó en Lima; y murió en Arequipa, a la edad que debió tener el Aquiles de Homero. Quedó así en nada su sueño de crear, por el libro y por la espada, una nueva nación. Porque era un militar ¡lustrado, que los había en esos tiem pos de irreales grandes cambios. No descendía hasta a escribir poesía, pero tenía debilidad por la música. Adoptó una marcha militar como suya, admitiendo que podía llamarse en su honor Salaverrina. No le trajo suerte, porque el temera­ rio Aquiles limeño cayó ante los muros de la Troya arequipeña. Aunque ahora los héroes son los niños y los jóvenes que se rompen el coco leyendo, y también los padres o maestros que se devanan los sesos bus­ cando la manera de hacerles a aquellos menos leprosos los libros. Porque ponerse a leer un libro no es fácil, al menos no tanto como sentarse a ver TV, ya que, aparte de volun­ tad, requiere de coco y seso. Y como ahora todos parecen estar sintonizándose en la ley del menor esfuerzo, entonces adiós libros. Pero los héroes precisamente construyen sus sueños a contracorriente, con­ tra el fa c ilis m o m e ntal, la mediocridad cultural y la com ­ placencia en lo convencional que siempre impera. Para estos héroes moder­ nos, de coco fresco y seso despierto, está hecha la Poesía, que le enseñó lo que precisaba Melgar. Orden en la vida como en el soneto, y rebeldía como en el yaraví. Razón y pasión.


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