CUANDO LA COMIDA LLENA LOS VACÍOS DEL CORAZÓN

Page 1

HAMBRE EMOCIONAL CUANDO LA COMIDA LLENA LOS VACIOS DEL CORAZÓN Vivimos en una sociedad de prisas y estrés, en la que se nos incita a actuar de forma compulsiva. Desconectad@s de la vida, de nuestro cuerpo y de nuestras necesidades. Este estrés continuado no nos permite saborear el momento, ni llevar una vida plena, y esto, tiene un impacto negativo en nuestra alimentación, sobre la que volcamos nuestras insatisfacciones y vacíos que termina en forma de ansiedad por la comida y una alimentación deficiente. A veces comemos de forma automática, sin ser conscientes de ello. Simplemente porque es la hora, porque hay comida en el plato, porque pasamos por una cafetería, porque lo dice la dieta o un especialista, porque nos sentimos tristes, aburrid@s o con ansiedad por comer. Otras veces comemos por miedo a sentirnos vací@s, porque al comer nos sentimos querid@s y reconfortad@s, porque encontramos en la comida esa «compañía» que no nos juzga, porque en casa, la comida siempre ha sido un motivo de alegría y celebración. En definitiva, un conjunto de aprendizajes emocionales que hemos ido adquiriendo bocado a bocado. Comer pasa a ser un acto rutinario al que no prestamos la atención que merece y esto hace que la comida se convierta en una fuente de ansiedad. Ante la poca o nula educación dirigida a reconocer y gestionar los estados de ánimo y las emociones, es muy habitual confundir el hambre con estados emocionales incómodos como la ansiedad, el cansancio, la tristeza, la insatisfacción, el aburrimiento, la soledad… La comida es una de las fuentes primarias de placer, por lo que es fácil encontrar en ella una falsa «salida», que consolida el patrón de hambre emocional y/o ansiedad por la comida. Ciertos tipos de alimentos, como el azúcar o las grasas nos hacen sentir mejor porque evolutivamente los hemos necesitado para sobrevivir. El placer al comerlos es el mecanismo que la evolución ha ingeniado para buscar este tipo de alimentos. Cuando conectamos ese placer con la supresión de un estado de ánimo o emoción que experimentamos como incómodos o desagradables, aprendemos de forma inconsciente que la comida puede ser una buena herramienta para gestionar las emociones. Entonces aprendemos a buscar el equilibrio emocional mediante la comida, pero la realidad es que el hambre emocional no se sacia comiendo. Esto solo aumenta los problemas: ese vacío continúa y además, aparecen la culpa y frustración por comer mucho, mal, y por no saber cómo controlar la ansiedad por comer. las emociones como respuestas psicofisiológicas (es decir de la mente y del cuerpo) de los individuos a estímulos internos (de las propias vivencias de la persona) o externos (de aquello que sucede en el entorno) y que tienen influencia a diferentes niveles en las personas. Así, podemos decir que no hay emociones buenas y malas, si no que todas ellas son una fuente de información sobre cosas que están sucediendo en nuestro interior o en el exterior. A identificar las sensaciones corporales de hambre física. A diferenciar el hambre emocional del hambre física. A hacer elecciones conscientes y más respetuosas sobre qué alimentos comer, cuánta cantidad y cuándo parar… A llevar tu atención plena a aquello que sucede a tu alrededor (tu plato y la situación que estás viviendo en ese momento) y en tu interior (emociones, pensamientos y sensaciones como la ansiedad por comer), aceptándolo sin crítica ni juicio. A tomar distancia y observar, un estado de mayor calma y amabilidad contigo. A deshacer esos comportamientos automáticos y repetitivos de los que te arrepientes al instante, aumentando la espiral de culpa y ansiedad por la comida. La alimentación puede estar ligada a nuestras emociones de diferentes maneras, vamos a ver algunas de ellas:


Desde que somos niños se establece una relación emocional con la alimentación, ya que en los primeros meses y años de vida la fuente de nutrición principal procede de la persona cuidadora o cuidadoras primarias. Así, cuando se recibe la comida que ofrecen estas personas, se establece una relación de cuidado y protección con el alimento. A medida que crecemos existen también otras fuentes de influencia social donde la alimentación cobra un papel emocional, por ejemplo es habitual compartir alimentos en celebraciones de índole social (cumpleaños, festividades etc.). También encontramos la función de los alimentos como “regalo”, para demostrar afecto o cariño por ejemplo cuando alguien regala una caja de bombones o invita a otra persona a cenar a un restaurante. Hambre emociones y cerebro Por otro lado, algunos alimentos están formados por determinados compuestos que influyen a nivel cerebral. Estas substancias activan determinados circuitos neuronales que producen sensación de recompensa, placer y bienestar. Un ejemplo de ello puede ser el chocolate, que contiene TRPTÓFANO y feniletilamina. ¿Y los sabores, cómo influyen? Los sabores también tienen una función adaptativa, por ejemplo un sabor aversivo, que produzca asco nos ayudan a poder determinar cuándo un alimento se encuentra en mal estado, pero también tiene influencia aquí el aprendizaje, como comentaba unas líneas más arriba por ejemplo se puede asociar el dulce a un “premio” si se nos ofrece desde niños con esa función (“si te portas bien te doy un caramelo”) . Partiendo de aquí, podemos decir que la alimentación emocional es algo habitual, que forma parte de la cultura de los seres humanos y no tiene por qué resultar negativo para las personas. El problema reside cuando la comida cobra una función principal en la gestión de las emociones. A modo de ejemplo, tomar un pedazo de pastel en un cumpleaños para celebrar, para compartir o para experimentar placer (a pesar de que no se sienta un hambre real fisiológica) puede resultar positivo para nuestro bienestar. Pero canalizar siempre los estados emocionales que resultan difíciles de gestionar a través de la ingesta de pastel puede no resultar tan positivo para el bienestar y conllevar complicaciones en la salud física y mental. Hambre emocional y ansiedad por la comida A veces el hambre emocional se convierte en un problema, llevando a las personas que la experimentan a sentir verdadera ANSIEDAD POR COMER.

El origen de la ansiedad por la comida Sentir ansiedad es una señal de que llevamos demasiado tiempo sin escuchar las necesidades de nuestro cuerpo-mente. Y el síntoma, entonces, aparece como una llamada de auxilio para que así, podamos devolver la mirada hacia nosotros mismos y cubrir nuestras carencias. Si no tenemos las herramientas necesarias para gestionar esta emoción, puede desembocar en que estemos constantemente picoteando. Del sofá a la cocina, de la cocina al sofá, abriendo los armarios para ver qué podemos comer. Un poquito de chocolate, un poquito de pan, un poquito de queso, un poquito de… Y ese poquito a poco se va convirtiendo en un lastre que pesa y no nos deja avanzar en conseguir aquellos propósitos que queremos alcanzar. El problema en sí, no son los alimentos que ingerimos, sino que el problema aparece cuando no sabemos escuchar el mensaje que la ansiedad tiene para nosotros, porque lo tapamos con comida. Es importante que tomemos consciencia de si la ansiedad por comer es algo pasajero, como por ejemplo, puede ocurrir en momentos de cambio, como durante el embarazo y la lactancia, épocas de exámenes, etc. O es algo que lleva conviviendo con nosotros desde hace ya mucho tiempo. Aunque no nos consideremos comedores compulsivos, porque no nos demos grandes atracones, no debemos darle menos importancia de la que se merece. El HAMBRE EMOCIONAL es una respuesta a carencias internas, de las cuales debemos responsabilizarnos.


¿Qué hay detrás de la ansiedad? Los factores que provocan esta sensación pueden ser varios: Mala relación con uno mismo ¿Te has preguntado alguna vez cómo te hablas? ¿Cuánto eres de exigente contigo mismo? ¿Qué tiempo te dedicas exclusivamente para ti? ¿Cómo te demuestras afecto? Estas son preguntas claves para comprender cómo es la relación con uno mismo. Si la mayoría de las veces que me escucho, oigo una voz crítica con creencias negativas sobre mí mismo. Si siento que nunca soy suficiente. Si no me dedico tiempo de calidad. Si estoy desconectado de las señales de mi cuerpo… No es de extrañar que la ansiedad venga a visitarnos. Cuando aparece, la comida tiene la función de distraernos, despejarnos de nuestra alborotada mente que siempre espera más y nunca está satisfecha de cómo somos.

Altos niveles de estrés El estrés es una respuesta natural de nuestro cuerpo para prepararnos ante una situación compleja. Nos ayuda a aumentar nuestra concentración, motivación y energía. Por lo tanto, el estrés en sí es bueno. Pero, ¿qué ocurre cuándo el estrés nos acompaña día tras día? La hormona del cortisol pasará a estar en grandes cantidades en nuestro organismo, generando así, efectos negativos. Nuestro cuerpo-mente, lo interpretará como un peligro y la ansiedad se activará. En la comida encontraremos un refugio, un desasosiego, un momento en el que dejaremos de luchar para sentirnos en paz. Dificultades en las relaciones interpersonales Si nos cuesta expresar lo que sentimos, ser asertivos, decir aquello que necesitamos del otro… Puede desencadenar en un estado ansioso, donde siento que nunca recibo aquello que espero y quiero. Interpretando así, mi entorno como hostil. Es entonces cuando la comida juega un papel importante, enmascarando conflictos a los cuales no quiero/puedo hacerles frente y sintiendo un alivio que con las personas de mi entorno y conmigo mismo no encuentro.


Insatisfacción con mi vida Como comentábamos anteriormente, el ansia por comer es una señal de nuestro cuerpo-mente, indicando que algo no va bien. A veces, puede responder a una insatisfacción con mi vida, no sentirme lleno, realizado… Estar estancado en una rutina donde no nutro todas mis hambres, puede acabar en que recurra a la comida para sentirme lleno y satisfecho. Si eres de los que comes dulce… ¿cuántos momentos dulces tienes en tu día a día? Si eres de los que comes salado… ¿a cuántos retos, nuevas actividades… te enfrentas en este momento de tu vida?

Comer por ansiedad y dieta Si ponemos en el buscador de google, hambre y dieta, encontraremos muchas páginas que indican “lucha contra el hambre” “controla tu hambre”. Haciéndonos creer que el control es una buena herramienta para acabar con mi ansiedad. Y no, no se trata de controlar nuestra hambre, o de luchar en contra de ella. Sino más bien, todo lo contrario. Necesitamos escuchar nuestras señales internas y nutrirlas de otras formas que no sean tan sólo con comida. Un porcentaje elevado de personas que comen emocionalmente, están cansados de hacer dietas una y otra vez, pensando que no logran alcanzar sus objetivos porque les falta fuerza de voluntad. Incluso muchos profesionales de la salud llegan a pensar que un obeso lo es porque es perezoso y no tiene la suficiente valía como para cambiar sus hábitos. Y nada más lejos de la realidad, investigaciones rigurosas fallan a la hora de demostrar que la obesidad es consecuencia directa de la pereza o falta de fuerza de voluntad. Es aquí cuando se nos plantea una cuestión: entonces, ¿la dieta no es la solución? Podemos decir que la dieta no es lo único que debemos tener en cuenta. Y es más, a veces, me atrevería a decir, que una dieta restrictiva, puede resultar ser el problema. Causando que muchas personas, con la esperanza de volver a recuperar el control de sus vidas y su salud física, tengan etapas de restricción, causando, más tarde etapas de descontrol. Entrando en un bucle peligroso, en el que la culpa se haya como protagonista La ansiedad suele aparecer como un síntoma de que algo peligroso puede suceder, se trata de una señal de alerta, de anticipación ante la situación que hay que afrontar. Así, la ansiedad tiene una función adaptativa, que nos prepara para la acción. Pero en ocasiones la ansiedad puede volverse “patológica” y experimentarse como excesiva en relación a los recursos que poseemos para gestionarla. En estos casos se experimenta una elevada sensación de malestar, incluso a nivel físico (sudoración, alteración del ritmo cardiaco etc.).


Frente a esto algunas personas encuentran la “vía de escape” a través de la comida, llegando incluso a COMER COMPULSIVAMENTE,

Comer compulsivamente La mayoría de nosotros, seguramente sabemos lo que significa hincharse a comer hasta sentirse realmente incómodo. Es una conducta bastante aceptada en determinadas fechas, como por ejemplo Navidades. Pero, ¿qué ocurre cuando esta conducta se repite a menudo? Las consecuencias pueden ser realmente graves, causando problemas de salud física como obesidad, diabetes, aumento de colesterol… Y también alteraciones psicológicas y emocionales como inseguridad, sentimientos de culpa y vergüenza, tristeza, insomnio, depresión, aislamiento social, entre otras. El trastorno por atracón implica un deterioro en la calidad y la satisfacción con la propia vida, así como problemas para adaptase socialmente. La obesidad es otra consecuencia de las personas que comen compulsivamente. ¿Cómo saber si eres un comedor compulsivo? Es muy común encontrarnos con personas que no tienen conciencia de su problemática real. Comer de manera abusiva está aparentemente aceptado en nuestra sociedad. Por lo que resulta más difícil aún discernir lo que es una conducta normal de lo que es una conducta problemática. Es más, la publicidad, nos anima a comer para “ser más felices”. Por lo que es fácil llegar a creer, que mi relación con la comida está bien, sin darnos cuenta de que realmente tenemos una dificultad a trabajar. Otro motivo por el cual es difícil identificar si soy o no un comedor compulsivo, radica en que he podido aprender dichos patrones de conducta de mi entorno más cercano. Por lo cual, no tengo ejemplos de lo que implica una relación saludable con la comida. ¿Cómo puedo identificar si soy un comedor compulsivo? Aquí te muestro algunas señales que pueden darte la respuesta. El hambre aparece en forma de urgencia y debes saciarte en ese mismo instante. Comes aún sin hambre y sintiéndote realmente lleno. Cuando estás aburrido, cansado, solo… comes. Ingieres cantidades exageradas de comida en un período determinado de tiempo. Sensación de falta de control sobre la cantidad de comida y la forma en la que comes. Tras el acto de comer, aparecen sentimientos de culpa, arrepentimiento, tristeza, vergüenza… Buscas comer solo o a escondidas. Falta de conciencia durante el acto de comer. Intensa preocupación por el cuerpo, el peso y la imagen. Comes más rápido que la mayoría de personas. Estar a dieta, una y otra vez.


A continuación un test de 15 preguntas, las cuales muchas personas que comen de manera compulsiva han contestado que sí. No olvides pedir ayuda a un profesional si tienes dudas sobre ello. ¿Come usted sin tener hambre? ¿Se da usted atracones de comida sin razón aparente? ¿Tiene usted sentimientos de culpa y remordimientos después de comer en exceso? ¿Dedica usted demasiado tiempo y atención a la comida? ¿Anticipa usted con placer los momentos en que pueda estar solo para comer? ¿Planea usted de antemano estos atracones secretos? ¿Come usted con mesura cuando está con otras personas y se desquita cuando está solo? ¿Afecta su peso a su manera de vivir? ¿Ha intentado usted de hacer dieta durante una semana (o más) sin haber logrado su meta? ¿Le molestan a usted los consejos de otras personas que le recomiendan “un poco de fuerza de voluntad” para dejar de comer en exceso? ¿A pesar de la evidencia en su contra, sigue usted afirmando que puede hacer dieta “por sí mismo” cuando lo desea? ¿Siente usted ansias de comer a una hora determinada del día o de la noche, además de al a hora de comer? ¿Come usted para huir de las preocupaciones o de los problemas? ¿Alguna vez le ha tratado su médico por exceso de peso? ¿Su obsesión por la comida le hace infeliz a usted o a otros?

Causas de la compulsión por la comida Se desconocen las causas concretas de esta problemática. Cada historia de vida es diferente y hay que estudiar el caso de manera individualizada. No obstante, diferentes estudios apuntan a que son varios los factores comunes que influyen en su desarrollo. Uno de estos factores parece ser la mala gestión emocional. La angustia, ira, aburrimiento, estrés… favorecen claramente a que se den los atracones. La sensación de calma, es un objetivo a conseguir con la comida, cuando la persona no dispone de otras herramientas. Carencias afectivas, el afecto negativo y trastornos de ansiedad, tienen una relación directa con las personas que comen de manera compulsiva. El trastorno por atracón presenta comorbilidad con los trastornos depresivos y los trastornos de ansiedad. Otra causa influyente en el comer compulsivamente es la búsqueda de sensación de placer y recompensa para compensar carencias. La persona al ingerir ciertos alimentos aumenta la producción de endorfinas y dopamina, sustancias asociadas a estados de bienestar. El abuso de sustancias y la impulsividad, también podría ser otra causa a tener en cuenta a la hora de explicar los atracones. Los genes, como por ejemplo tener familiares cercanos que también padecen un trastorno alimentario es otro punto a tener en cuenta.


La restricción alimentaria es otro factor común a dicha problemática. Las personas que desarrollan el trastorno por atracón, anteriormente han realizado diversas dietas restrictivas. El perfeccionismo también se estudia como un factor de riesgo para el trastorno alimentario. Diferentes estudios, concuerdan en apuntar que las personas que sufren este tipo de trastorno reaccionan negativamente hacia sus errores, interpretándolos como fracasos. Pérdida de control durante la dieta Un gran número de personas que padece este tipo de conductas suelen hacer Dieta para adelgazar y a sus espaldas tienen una larga lista de alimentos prohibidos. Y es que, la dieta restrictiva, puede ser una respuesta al atracón. Si llevamos demasiado tiempo restringiendo ciertos alimentos, es muy probable que el deseo aumente, provocando que comamos con descontrol y una cantidad nada saludable. Después, aparecerán emociones desagradables como la culpa, la rabia, la desesperanza, la tristeza… Favoreciendo así a que se vuelva a repetir este ciclo de restricción-atracón-culpa. Estos ciclos pueden provocar graves alteraciones en nuestra salud física (obesidad, diabetes…), como afectar negativamente en la autoestima y seguridad de la persona. Es importante que contemos con la ayuda de un dietista o nutricionista que pueda realizarnos un plan individualizado de alimentación donde no haya restricción de alimentos. Contar un equipo de dietista-nutricionista y profesional de la psicología, es clave para poder trabajar este tipo de conductas Cuando contactar con un profesional Un plan individualizado puede ayudar de manera efectiva a la persona a comprender cómo se formó su relación psicológica con la comida y poder darle un nuevo significado. De esta manera, podrá dejar a un lado los atracones, para dar paso a la conciencia y la confianza. Es importante que pidas ayuda a un profesional de la psicología especializado que trabaje de manera multidisciplinar con un dietista-nutricionista si: Sientes que la comida tiene demasiado poder en tu vida. Piensas constantemente en cuál será la siguiente ingesta o tus planes sociales giran en torno a ella. Sientes que no tienes control sobre la comida y no puedes decidir de manera consciente qué, cómo, dónde o cuándo comer. Cuentas calorías de manera obsesiva, en vez de que cuente que es lo que tu cuerpo necesita. Sentimientos como la culpa, vergüenza, ansiedad, tristeza, rabia, frustración… son frecuentes en tu día a día por tu difícil relación con la comida. Sientes que no aceptas a tu cuerpo, te avergüenzas de él y evitas situaciones que impliquen mostrarte. Consideras que llevas demasiado tiempo probando con diferentes dietas y no puedes alcanzar tus objetivos. Sientes que estás desconectado de ti mismo y tus necesidades y ves en la comida un gran aliado. Terapia psicológica El tratamiento psicológico, es sin duda imprescindible para ayudar a la persona con los problemas que causan episodios de atracones y gula desenfrenada.

¿Cómo? Trabajando con los sentimientos negativos acerca de uno mismo y el cuerpo, la persona aumentará la conciencia sobre sí mismo, pudiendo así transformar sus creencias, para adoptar unas más coherentes y adaptativas. Otro aspecto a trabajar con la ayuda de un psicólogo es el aumento de control sobre los comportamientos asociados a la comida. Al aumentar la sensación de control, podrá decidir qué y cómo comer los alimentos escogidos. Además, el sujeto podrá centrarse en sus relaciones interpersonales, trabajando así, sus habilidades sociales y asertividad. Podrá transformar la manera de relacionarse consigo mismo y con otros (familiares, amigos, compañeros…). Estos cambios se verán influenciado en la manera que tiene de comer.


No podemos olvidarnos de la gestión emocional. Gracias a la terapia psicológica, la persona podrá aprender habilidades que le ayudarán a manejar el estrés, a reconocer sus emociones y a gestionarlas de una manera adaptativa. Todo esto reducirá el deseo de comer en exceso. A través del minful eating, una técnica basada en la atención plena que se aprenderá en consulta, la persona podrá volver a reconectar con sus señales internas (hambre, saciedad…) y comer así intuitivamente. Dejaremos de contar calorías y pasaremos e prestar atención a nuestra señal de hambre real. Esto LLEVAA desarrollar otras conductas alimentarias que resulten de riesgo para su salud. Así la comida se convierte en un “parche” de la situación a corto plazo, para deshacernos de esa sensación por unos momentos, pero que conlleva complicaciones a medio y largo plazo ¿Cómo superar el hambre emocional? Cuando el hambre emocional se ha vuelto “patológica” y conlleva conductas disfuncionales como la ansiedad por comer, el comer compulsivamente, atracones etc. es momento de plantearse cómo podemos poner remedio a la situación. El primer paso puede consistir en entender que la comida no es el foco del problema, sino que es la “tapadera”. Darnos permiso para observar que estamos tapando con la comida y que quiere decirnos esa situación puede ser un buen

inicio. Prestar atención a las sensaciones corporales para diferenciar el hambre física del emocional; en este sentido practicar alimentación consciente o mindful eating puede ser una herramienta. A continuación os dejo algunas de las características que pueden ayudarnos a diferenciar cuando se trata de hambre física y hambre emocional: Hambre física Se activa por una necesidad fisiológica, del organismo para cubrir las necesidades energéticas. Aparece poco a poco, gradualmente en relación a en relación a las reservas energéticas y nutricionales del organismo. Se sienten las sensaciones de saciedad una vez ingerida una cantidad de comida suficiente para nuestro organismo. La sensación se experimenta en el estomago. Etc. Hambre emocional Se activa por un estímulo interno o externo que produce determinada emoción en la persona. Puede aparecer repentinamente, incluso después de sentirnos ya saciados por una ingesta previa suficiente. Cuesta distinguir las sensaciones de saciedad una vez ingeridos los alimentos. Pueden ser experimentadas sensaciones en otras partes del cuerpo. Etc. Una vez identificado el foco del problema, no podemos dejar de utilizar el “método” que conocemos para aliviar el malestar (la comida) sin tener un nuevo “método” de gestión emocional, eso sería como quitar el andamiaje que sostiene una casa sin haber construido antes unos pilares sólidos. Por lo tanto,es fundamental poder trabajar en la Gestión emocional, para comprender nuestras emociones y aprender a canalizarlas de una forma saludable.


¿Cómo gestionar las emociones?

Alegría, ira (enfado), asco, tristeza y miedo. Estas cinco emociones responden a las básicas o primarias que todos los seres humanos somos capaces de experimentar. En cada emoción básica podemos englobar otras más complejas y secundarias tales como: el aburrimiento, la añoranza, la soledad o la culpa. Más allá de esta sencilla clasificación, vamos a profundizar un poco más sobre ellas, explicando para qué sirven y cómo podemos llegar a regularlas de una manera eficaz y equilibrada. ¿Qué son las emociones y cuál es su finalidad? El concepto de emoción no es algo sencillo sino todo lo contrario, la emoción se define como un estado psicológico complejo que va a influir directamente en nuestra manera de pensar y en nuestra manera de comportarnos. El estado emocional que sentimos va a condicionar nuestros pensamientos y nuestros actos. Las personas somos capaces de sentir muchas emociones distintas, incluso en un mismo día podemos experimentar estados emocionales bien diversos. Pero, ¿para qué sirven las emociones? La emotividad tiene una misión funcional, es decir, nos permite distintas funciones gracias a la información del mundo exterior e interior que nos transmite. Por tanto, es la encargada de informarnos y transmitirnos información muy valiosa tanto para nuestra supervivencia como para nuestro bienestar. Cuando explico la definición de emoción en consulta, me gusta mucho usar la metáfora de “la paloma mensajera”: las emociones son como las palomas mensajeras, vienen a darnos su mensaje, el cual contiene una información que debemos saber descifrar en beneficio nuestro. ¿Debemos reprimir las emociones? Ahora que sabemos que su principal finalidad es informativa, resulta más fácil comprender que el hecho de escuchar y permitirnos sentir las emociones, será una de las premisas a tener en cuenta a la hora de saber gestionarlas mejor. ¡Sí, has oído bien! A pesar de que la sociedad tiende a considerar que hay que reprimirlas (sobre todo las conocidas como emociones negativas) e incluso suprimirlas, lo correcto es bien distinto y más bien todo lo contrario: las emociones son el motor de la vida de los seres humanos y sin ellas andaríamos perdidos a la hora de interaccionar con el mundo que nos rodea. Los estados emocionales nos permiten conocer, crecer, aprender, evolucionar y sentirnos vivos con todos los sentidos. Así pues conviene no clasificar las emociones en buenas ni malas, ya que todas ellas tienen su misión y su utilidad. Las emociones son como las palomas mensajeras, vienen a darnos su mensaje, el cual contiene una información que debemos saber descifrar en beneficio nuestro


Como decía con anterioridad, una de las acciones más habituales que solemos hacer los seres humanos es empeñarnos en reprimir o evitar nuestras emociones, o incluso empeñarnos en hacer ver que no las sentimos y preferimos bloquearlas. Esta negación sucede sobre todo cuando aparecen sentimientos que no nos resultan agradables, sino más bien difíciles de afrontar, tales como: la culpa, el miedo, la vergüenza, la soberbia o la soledad. Las e mocione s son el mot or de l a v id a de l o s s eres hu manos y si n el l a s and aríamo s per d idos a l a ho ra de int er acc ionar c on el mu ndo qu e nos rodea a. arroyo f . Pero ellas tienen un propósito que hasta que no se cumpla, no se van a desvanecer. Van a seguir ahí incluso con más fuerza que cuando aparecieron por primera vez o tal vez van a escoger otras formas desadaptativas de expresarse y canalizarse, convirtiéndose así en las causantes de nuestro malestar. Si nos empeñamos en apartarnos de ellas y no somos capaces de mirarlas y observarlas, aunque no nos guste lo que vemos o lo que nos hacen sentir, lo único que vamos a conseguir es ir en contra de nosotros mismos. La gestión emocional y el trabajo terapéutico Para aprender a gestionar y educar las emociones, existe lo que los psicólogos conocemos como las competencias emocionales. Dichas competencias nos permiten adquirir las destrezas suficientes para tener la capacidad de: Tomar consciencia de las emociones para identificarlas: atiende a lo que llamamos consciencia emocional. Aprender a regularlas, es decir, aprender a averiguar qué mensaje nos transmiten para así aprender a identificar qué cambios o adaptaciones conviene que hagamos a cada momento. Atiende a lo que llamamos regulación emocional. Llevar a cabo el autoconocimiento para adquirir una mayor autonomía emocional, y por consiguiente, una actitud más positiva frente a la vida y una mejor autoestima frente al amor que nos dedicamos a nosotros mismos. Estas competencias se pueden aprender y mejorar dentro de un espacio terapéutico que tenga como objetivo la gestión emocional, hablando en términos generales. Así pues, la base para empezar a gestionar nuestras emociones de una forma más eficaz y saludable radica en tres puntos básicos que destacamos a continuación: Puntos clave para la gestión emocional La identificación y expresión emocional: escuchar y expresar nuestras emociones, ya sea oralmente o bien, usando otras formas como por ejemplo la escritura, la pintura o el arte. En casos en los que de entrada existe una barrera para identificar las emociones y por consiguiente para expresarlas, puede resultar de utilidad usar emocionarios o listado de emociones. La aceptación y comprensión emocional: aunque nos cueste, debemos aceptarlas sin juicio y observarlas con atención para tomar consciencia de la información que nos quieren dar y así comprenderlas. El permiso para sentirlas: permitirnos sentir quizás resulta algo muy evidente pero lo cierto es que es una realidad muy común encontrar a personas que no se permiten sentir, ya sea por miedo, dolor, por repercusión social, por creencias invalidantes (“yo no merezco sentir”) o por otros motivos diversos. Cuando esto sucede, las emociones tienden a bloquearse o a hacer ver que no existen aunque ellas siguen ahí. Pongamos como ejemplo al miedo


De forma muy resumida, el miedo nos permite dos funciones: una de ellas es de protección (en casos de supervivencia nos ayuda a huir) y la otra nos confiere parálisis. En este último caso: cuando sentimos miedo, éste nos paraliza, nos bloquea y no nos permite avanzar, abandonando toda acción ligada a ese miedo e impidiéndonos hacer todo aquello que haríamos si el miedo no estuviera. Si sentimos miedo y evitamos enfrentarnos a él, éste se hará cada vez más grande y te hará sentir cada vez peor. En cambio, si aprendemos a gestionar y sentir el miedo de una forma más sana, nos sentiremos capaces de expresarlo, de aceptarlo, al fin y al cabo, de mirarlo y observarlo para a posterior, empezar a superarlo y a enfrentarnos a él. Empieza ahora a mejorar la gestión de tus emociones Una buena manera de empezar a dar pasitos para mejorar nuestras competencias emocionales es atender a nuestras emociones, a nuestras “palomas mensajeras”. Un pequeño ejercicio para practicar a diario y que nos va a permitir mejorar la conexión con nuestras emociones y gestionarlas de manera más adaptativa, consiste en preguntarnos a nosotros mismos: ¿Cómo me he sentido hoy? ¿Cómo me estoy sintiendo? ¿Qué creo que necesito? Bibliografía:

Trastornos de la Conducta Alimentaria y Obesidad. Moránde. ©2014. Editorial Médica Panamericana https://comedorescompulsivos.es/eres-comedor-compulsivo/test/ https://www.itgestalt.com/eventos/hambre-emocional/ https://www.centrojuliafarre.es/blog/gestion-emocional/


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.