Haciendo Parques en la Patagonia Carlos Cuevas Cueto
Fundaciรณn Melimoyu
Carlos Cuevas Cueto, Ingeniero Forestal de la Universidad de Chile, especialista en Parques Nacionales. Ha trabajado en la creación de 1.000.000 de hectáreas de áreas silvestres protegidas terrestres y marinas, públicas y privadas. Durante 15 años trabajó con Douglas Tompkins y desde hace 10 años preside la Fundación Melimoyu. Vive hace 20 años en el sur de Chile, en el límite norte de la Patagonia chilena. Desde allí viaja mensualmente alrededor de 1.000 km. hacia el sur (por la carretera austral, barcaza, avioneta y lanchas al interior de los fiordos), donde desarrolla su trabajo de terreno y otros 1.000 km. en dirección norte, para asistir a reuniones en Santiago con autoridades de gobierno. Es autor del libro Área Marina Protegida Tictoc-Melimoyu, publicado en el 2009 y de este nuevo libro “Haciendo Parques en la Patagonia Norte”. Ha participado con ensayos en otros 4 libros: “La Tragedia del Bosque Nativo Chileno”; “Patagonia Sin Represas”; “Parque Nacional Corcovado” y “Protecting the Wild”. Su Visión reconoce la existencia de una crisis Eco-Social, que abarca a la naturaleza, la sociedad, las organizaciones y la vida personal. En ese contexto, el autor señala que la creación de parques marinos y terrestres, -para proteger ecosistemas, hábitats, poblaciones, especies y genes, en armonía con las comunidades locales-, permite dejar un legado a esta y las futuras generaciones. 2
Haciendo parques en la Patagonia
Carlos Cuevas Cueto
Fundaciรณn Melimoyu
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Autoafirmación Autoafirmarse es aceptarse tal cual uno es. Es cantarle a la propia individualidad. Es asumir la propia responsabilidad evolutiva, y no huir de lo triste o lo alegre, del peligro o la seguridad. Autoafirmarse es afirmar a los otros y a todo lo viviente. Es reconocerse soldado biológica, intelectual y emotivamente con lo que existe; y, más allá, con lo no-existente. Es verse fundido genética y culturalmente con toda la humanidad. Autoafirmarse es ayudar y ser ayudado, es dar y recibir, es buscar y ser buscado. Es seleccionar y aceptar que otros seleccionen. Autoafirmarse es afirmar millones de años de desarrollo evolutivo, millares de pueblos, centenares de civilizaciones, decenas de edades. Es afirmar el Universo, del que somos símbolo e imagen. Es sentirse una avanzada de la naturaleza en el proceso creativo. Libertad es estar al borde de lo creado, dejar las zonas seguras. Es un salto al vacío: el abandono del movimiento circular. Es salirse del molde, y crear el mundo, y tomar decisiones aceptando de antemano el riesgo del error. SILO
Esta cita es parte de un escrito mayor que Mario Rodríguez Cobos (Silo) escribió a la edad de 25 años.
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NUESTRA VISIÓN
Costa del Parque Nacional Corcovado Foto Antonio Vizcaíno
Los parques nacionales son partes del territorio de un país que la sociedad ha decidido mantener en su estado natural o próximo a éste. En ellos se intenta evitar la realización de actividades económicas que impliquen el deterioro de esta condición. Dependiendo de las leyes de cada país pueden recibir distintos nombres, tener diversos objetivos, regulaciones, sistema de administración y propiedad, pero cumplen con el denominador común de priorizar la mantención de los procesos naturales. Esta definición amplia que nosotros usamos incluye los parques nacionales propiamente tales, reservas nacionales, reservas forestales, monumentos naturales, parques y reservas marinas, áreas marinas costeras protegidas de múltiples usos, santuarios de la naturaleza, entre otros. A comienzos de los ‘80, trabajando para la Corporación Nacional Forestal, hicimos la reserva nacional Río Clarillo, transformada este año en parque nacional. A comienzos de los ‘90 trabajando en el Ministerio de Bienes Nacionales ayudamos a crear el parque nacional Mocho Choshuenco y el monumento Pingüinos de Puñihuil. En los 15 años siguientes, trabajando con Douglas Tompkins hicimos el santuario de la naturaleza Pumalín y los parques nacionales Corcovado y Yendegaia. Finalmente, en los últimos 9 años, trabajando independientemente con nuestra fundación Melimoyu, hicimos el parque marino Tictoc y las áreas marinas protegidas Tictoc y Pitipalena-Añihué, que forman parte de una propuesta mayor para establecer un modelo de conservación terrestre-marino en las provincias de Palena y Aysén de la Patagonia Norte. De este modo hemos conocido y participado en tres formas y estrategias distintas para hacer parques: a) La estrategia Pública, desde el Estado, destinando tierras fiscales a parques o reservas nacionales (modelo estatal Conaf-Bienes Nacionales); b) La estrategia privada-pública, donde un privado adquiere tierras, hace el diseño e infraestructura del parque y lo dona al Estado con la condición de que sean decretados parques nacionales y con un aporte de tierras del Estado (modelo filantrópico de Tompkins); y c) La estrategia de la Fundación Melimoyu, que no incluye la compra de tierras o de una concesión de mar, sino que pone a todos los actores públicos y privados a trabajar en conjunto (modelo ecológico-social).
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Hemos visto que la estrategia de hacer parques desde el Estado topa con la dificultad de que el impulso se ha ido deteniendo, porque la política está cada vez más orientada hacia otras cosas y los parques son vistos como obstáculos para el desarrollo y no se quieren dejar “tierras inmovilizadas”. La estrategia filantrópica iniciada por Douglas Tompkins en Chile a partir de 1990, no ha logrado que otros particulares la repliquen, todos los que siguiendo su ejemplo han comprado tierras terminan dejándolas como parte de su patrimonio y no las donan al Estado, por razones obvias. Por eso, si queremos que se sigan haciendo parques, creemos que nuestra estrategia ofrece la ventaja de que puede ser replicable por personas y organizaciones que no tienen la propiedad de la tierra ni abundantes recursos. Escribimos este libro para responder a las numerosas consultas que recibimos, principalmente de jóvenes, sobre lo que son las áreas silvestres protegidas y cuál es su importancia. Aquí se cuenta esa experiencia de 30 años haciendo un millón de hectáreas de parques nacionales en Chile, terrestres, marinos, públicos y privados. Se han acercado organizaciones y personas que quieren replicar nuestra experiencia y hacer parques terrestres o marinos en distintos lugares y quieren saber cuáles son las condiciones ecológicas, sociales y políticas que deben darse para crear un área protegida. Nos han pedido que escribamos un manual sobre cuáles son los aspectos más relevantes del ecosistema a estudiar y qué tipo de estudios se requieren. También hay interés en aprender cómo deben manejarse las áreas protegidas y en cómo se hace un plan de manejo. Nos preguntan bastante sobre la difícil tramitación legal e institucional que debe seguir un nuevo parque hasta obtener el decreto y cuáles son las preguntas que se deben responder al Consejo de Ministros para la Sustentabilidad para conseguir la aprobación unánime de los diez ministros que lo conforman, ya que la ley le otorga a cada uno derecho a veto, es decir, basta con que uno se oponga para que el nuevo parque sea rechazado. La pregunta más recurrente que recibimos es cómo hemos logrado el involucramiento de los pescadores y comunidades locales en los proyectos de áreas protegidas. Y no sabemos muy bien qué decir porque ¿cómo se logra la confianza y la credibilidad de la gente?
Parque Nacional Corcovado - Foto Antonio VizcaĂno
Simplemente decimos que se trata de respeto mutuo, construido en el tiempo. La desconfianza es el principal problema que afecta a los proyectos de conservación, pero al igual que en otros países, en Chile este tipo de proyectos toma entre cinco y diez años para concretarse, de modo que es tiempo suficiente para conocerse y saber quién es quién. Cuando nos preguntan sobre nuestra experiencia en un plano más personal, decimos que hacer parques es trabajar por la protección de la vida y al mismo tiempo hacer algo interesante con la propia vida. Y que para hacer eso cualquier lugar es apropiado, si se hace con arraigo, conocimiento del lugar, criterio de realidad, sin apuro, buen trato, transparencia y comunicación directa con la gente. Para nosotros se trata simplemente de un intento, dentro de nuestras limitadas posibilidades, para hacer algo que tenga sentido y dejar a nuestros hijos y seres queridos el recuerdo de que vivimos con alegría y comprometidos. Y que valió la pena hacerlo así. Todo lo que sabemos lo hemos aprendido haciendo, no solo leyendo sobre el tema, pensando o contemplando. Al final, uno termina siendo lo que hace y no lo que piensa o lo que dice; la gente dice cualquier cosa en estos tiempos y las ideas son livianas y se las lleva el viento. ¿Qué hemos aprendido que valga la pena compartir? Hemos aprendido a hacer parques en forma colaborativa, estando ahí con la gente que vive allí, poniendo el cuerpo en la tierra y la mar. Sabemos que no hay ninguna economía o sociedad que se pueda construir sobre una naturaleza muerta. Toda la riqueza material proviene de la naturaleza y de la energía del sol. Pero tampoco se trata sólo de naturaleza, también hay que considerar la dirección hacia donde quieran ir los pueblos y el estilo de desarrollo que adopten, no solo lo que selectos clubes de académicos nos digan sobre qué se debe proteger, ni sus prioridades, ni su metodología. Porque ojo, la penetración del gran capital corporativo en los centros intelectuales y universitarios le permite disponer a las grandes corporaciones de un ejército de intelectuales, técnicos y analistas a su servicio, que no tienen reparos en apoyar planes y proyectos nefastos para el ser humano y el medio ambiente.
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¿Por qué hacemos parques nacionales? Fíjense que los parques nacionales no dejan de tener su gracia. Son el único bien nacional de uso público que va quedando en manos del pueblo, sobre todo en este país donde casi todo ha sido ya privatizado, la tierra, el agua de los ríos, los bosques, los minerales, los peces, el mar, las playas, etc. Porque somos el país más privatizado que existe, con la clase política más antiecológica del mundo y donde todos ya se arrodillaron ante el dinero, cosa que algunos reconocen impúdicamente mientras otros dicen que lo hacen por los pobres y que el fin justifica los medios. Pensamos que no hay nada más democrático que resguardar el libre acceso al “patrimonio natural”, la naturaleza que a todos nos pertenece por el solo hecho de haber nacido aquí. Los parques nacionales permiten acceder libremente a la belleza de la naturaleza y son la única oportunidad que le queda a la gente normal, de reconectarse y sentir a la madre tierra. Hemos visto a lo largo de muchos años que cuando esta conexión no existe, la condición humana tiende a degradarse en todos sus aspectos. Puede ser que algún día la mayor importancia de los parques esté simplemente en su valor como experiencia espiritual, cultural y social. Los parques nacionales son el refugio para el mundo no humano, al que tan poco espacio le hemos dejado. Representan un espacio donde preservar, en una parte pequeña del planeta, una muestra de los ecosistemas representativos, con todas las poblaciones, especies y genes conocidas y por conocer que los habitan. En ese sentido, los parques nacionales pueden ser la puerta de escape o el comienzo de una nueva etapa, ante un eventual colapso global. Finalmente aunque no nos gusta argumentar en términos de economía, hay que agregar que los parques nacionales han demostrado ser una estrategia eficiente de desarrollo basado en la conservación, son ejemplos concretos de cómo crear polos de desarrollo económico en manos de las comunidades locales. Esta idea cada día gana fuerza frente a los proyectos productivistas, de extracción de “recursos naturales” (así se dice en la jerga técnica), destructivos, especialmente en lugares como la Patagonia donde la historia demuestra que toda esa forma de uso de la tierra y del mar en lugares
Parque Nacional Corcovado - Foto Antonio VizcaĂno
tan frágiles, termina siempre fracasando, dejando millones de hectáreas quemadas, erosionadas, desertificadas, contaminadas, vacías de vida.
de la participación de todos los países, tales como el cambio climático, la deforestación y la contaminación del océano? Para nosotros, es evidente que no.
La actividad económica que más crece en la Patagonia es el turismo de naturaleza, porque las personas viajan enormes distancias para conocer nuestros parques nacionales, los que representan nuestra “Imagen País”. Esto mismo viene sucediendo hace años en lugares como Nueva Zelanda, Islandia y Sudáfrica. La marca Patagonia es reconocida a nivel mundial y nosotros tenemos la parte occidental, que a nuestro juicio es la más espectacular.
El actual sistema de poder político y económico ha sido incapaz de cumplir sus promesas: superar las guerras, la violencia, la pobreza y la ignorancia. Por el contrario, hoy estamos tan cerca de una nueva guerra mundial como en los peores momentos de la Guerra Fría; amplias regiones del mundo fueron arrasadas y hoy están en una situación caótica; regresó la esclavitud a lugares en donde había desaparecido hacía generaciones; la promesa de una sociedad mundial sin barreras se transformó en una sociedad sin barreras para el dinero; el poder político, económico e incluso militar se ha privatizado y concentrado; los estados se ven indefensos ante los abusos ambientales de las grandes corporaciones; el 1% más rico de la población mundial acumula más riqueza que el 99% restante y la promesa democrática se transformó en una excusa para intervenir en países sin capacidad de autodefensa.
*** Los problemas ecológicos no son casos aislados, como a veces se trata de mostrar interesadamente. Están, por el contrario, estructuralmente relacionados con el modo de producción en su etapa actual (de crecimiento sin límite) y con el momento histórico de decadencia y crisis generalizada en el que vivimos. Por eso mismo, resulta engañoso (e incluso sospechoso) hablar solo de los problemas ecológicos, sin mencionar al mismo tiempo toda la gama imaginable de problemas sociales propios de esta etapa cruel y estúpida que nos ha tocado vivir: la concentración de poder financiero y político en cada vez menos manos; las guerras motivadas por la obtención de ventajas económicas; el hacinamiento y la violencia en las grandes ciudades; la marginación; la desintegración de las instituciones y del tejido social; la falta de solidaridad; las migraciones forzadas, entre otras. Una etapa que se caracteriza por la vergonzosa paradoja de que mientras que por primera vez la sociedad cuenta con los recursos, tecnología y conocimientos científicos suficientes para lograr que todos tengamos un buen pasar, en un ambiente saludable, en cambio se generalice el desorden, la violencia, la pobreza y la destrucción de la naturaleza, a una escala nunca antes vista. Las preguntas son: ¿Está creciendo la libertad, la igualdad, la justicia social, la educación, la salud, la convivencia pacífica? ¿Está creciendo nuestra capacidad para afrontar desafíos globales que requieren 12
Desde México hasta Chile, desde la Amazonía a los fiordos patagónicos pasa lo mismo: la economía arrasa con los recursos (renovables o no), desertifica la tierra, quema los bosques, envenena el mar y desintegra el tejido social y cultural. Los países compiten en un mercado globalizado, en base a las áreas de su economía en que tienen ventajas comparativas, en nuestro caso como exportadores de materias primas con muy poco valor agregado. En esa lucha por competir se degradan regiones enteras, no importa nuestra opinión sobre las virtudes o defectos del mercado o lo que pensemos sobre las ventajas de la libre competencia, porque casi no existe. Ya todos sabemos cuánto dinero cuesta “elegir” un diputado, un senador o un presidente; también sabemos que estos cargos son muy rentables y que el dinero invertido pronto será recuperado. No por otra razón las empresas financian generosamente las carreras de estos supuestos representantes nuestros, de uno a otro lado del espectro político. “Porque el dinero es todo, ésa es la gran verdad universal. El dinero es gobierno, es ley, es poder, es arte, es filosofía y es religión. Nada se hace sin dinero, nada se puede sin dinero”.
Foto Archivo Tompkins Conservation
En el siglo XX hubo dos intentos de pueblos que se rebelaron contra el poder establecido para modificar las condiciones sociales, con mejores o peores resultados: el socialismo internacionalista o marxista y el nacional socialismo. En ambos casos llegan al poder de modo violento, aunque con el apoyo de una parte importante de la sociedad. El nacional socialismo es derrotado en una guerra mundial y el socialismo marxista no logró cumplir las expectativas que había creado (pese a algunos logros importantes), se queda atrás en la carrera militar-tecnológica y termina por derrumbarse pacíficamente en los años ‘90, con gran frustración para millones de militantes que en todo el mundo lo promovían como solución para sus respectivos países. Luego de la derrota de los “socialismos reales”, expresión que se usa para contraponer lo atractivo que puede resultar esa teoría con las dificultades para ponerla en práctica, el mundo entra en una etapa en la que parece agotarse todo idealismo, toda esperanza de modificar las condiciones sociales en las que se vive. Durante un tiempo parece haber llegado “el fin de la historia” y el capitalismo bajo su forma neoliberal, a veces llamada “de casino”, no encuentra ya obstáculos para su expansión a todos los rincones. Desde cierto punto de vista, no deja de ser una situación interesante. Ganaron y lo que ahora vemos después de 25 años de aplicación sin contrapesos de su modelo debería darnos un indicio del tipo de sociedad hacia la que podría llevarnos. A veces son las mismas organizaciones no gubernamentales (ONG’s) las que se prestan al juego de gobiernos y corporaciones, cumpliendo el papel de otorgarle un halo de respetabilidad y credibilidad a proyectos destructivos. Parece muy bonito hacer un proyecto de conservación con el auspicio de la empresa, los medios lo darán a conocer y en el recuerdo colectivo quedará como algo bueno, que más o menos compensa el daño que se hizo por otro lado, la gente dice “peor es nada”. ¿Será acaso que este buen sistema económico no funciona porque nuestras sociedades tercermundistas y nuestras culturas atrasadas no lo permiten? ¿Será que tal vez si nos esforzamos alcanzaremos algún día el “nivel” de los países desarrollados? Ante eso 14
pensamos que ponernos como ejemplo el nivel logrado por algunos países, no es justo, porque ellos obtuvieron su riqueza mediante guerras de expansión, impusieron el colonialismo, la división de naciones y regiones, saquearon riquezas, absorbieron mano de obra barata, traficaron con esclavos e impusieron términos de intercambio desfavorables para los dominados. Por lo demás, esos mismos estados están perdiendo rápidamente tal superioridad, a medida que lo que hemos conocido como “Estado de Bienestar” cede terreno frente a las manipulaciones de los grandes bancos que controlan la mayor parte del dinero mundial y están en situación de obligar a los estados a “rescatarlos” con dinero público. Creemos que tampoco es aceptable el argumento de que algunos pueblos tienen ciertas virtudes de las que otros carecen, como laboriosidad, organización, disciplina, etc. Es la raza, dicen. Este argumento se cae por sí solo al atender a lo que nos dice la historia sobre las épocas de auge y decadencia de los pueblos. No existen razones para suponer que chinos, coreanos o japoneses sean superiores a europeos o estadounidenses, incluso si centramos la atención en sus civilizaciones milenarias o sus increíbles logros económicos de los últimos decenios, obtenidos sin propiciar “golpes de estado”, “revoluciones de colores” o “primaveras”. ¿Por qué la urgencia del momento? Porque creemos que estamos viviendo una crisis de carácter global y peligrosa. Al parecer el derrumbe de nuestra civilización ya se ha iniciado y arrastra todo a su paso como un alud. Caen las instituciones, están en peligro los mecanismos básicos que mantienen la vida sobre el planeta y se termina de desintegrar el tejido social. Para nosotros la pregunta es: ¿Cómo hacemos para cambiar las cosas, aunque solo sea lo suficiente como para producir una pequeña desviación de la trayectoria hacia el desastre? Frente a esta idea de crisis global, hay diversas posiciones. Están en primer lugar quienes piensan que no existe ninguna crisis, que todo se trata de exageraciones y posturas negativistas de personas socialmente resentidas, nostálgicas del pasado o temerosas del futuro. Que a lo más se trata de problemas que podrán arreglarse sustituyendo a los economistas a cargo o que sencillamente no hay nada
Foto Archivo Tompkins Conservation
que hacer porque el modelo tiene la capacidad de regularse por sí mismo de acuerdo con las leyes de oferta y demanda, la “mano invisible” del mercado. Están también quienes sí reconocen la realidad de la crisis, pero creen que todo se puede solucionar volviendo a la ética, valores y formas de producción del pasado; a este tipo de corrientes las podríamos denominar “moralistas”. Para ellos la crisis actual se aparece como una suerte de “castigo” ya sea divino o de la madre naturaleza. Aquí encontramos gentes de muy diverso tipo: desde los conservadores que añoran una sociedad más disciplinada y jerárquica, a los indigenistas que plantean la vuelta a los estilos de vida rurales comunitarios y los fundamentalistas religiosos, que proponen una interpretación literal de las reglas de conducta señaladas en sus libros sagrados, ya sea la Biblia, el Corán o la Torah. Pero la postura más extendida es la de quienes piensan que tratar de cambiar las cosas es perder el tiempo, que es imposible, y que lo mejor es preocuparse solo del bienestar propio y el de los más cercanos. Este es un comportamiento funcional a la continuación de la situación actual, ya que cuando las personas se desconectan de su medio social resultan fácilmente manipulables a través de los medios de comunicación masivos. Y están finalmente los oportunistas de siempre, que ven en la situación actual la oportunidad de sacar ventaja, mientras nos hacen creer que les interesa ayudar a cambiar las cosas.
que ya no encuentran obstáculos en su desarrollo, en desmedro de los grandes conjuntos humanos y el medio ambiente. Sin embargo hay también un proceso simultáneo de flujo de personas, experiencias, información, tecnologías y conocimientos científicos, que permite difundir globalmente cualquier experiencia ecosocial exitosa, por modesta que sea y por remoto que sea el lugar donde ocurre. Se ha configurado una gran telaraña virtual, donde si pasa algo en un punto, la vibración se expande a toda la tela. Es como si se estuviera armando una gran red neuronal, una especie de cerebro planetario; ya no es indiferente lo que pasa en un lugar, por más aislado que esté. De continuar así, vamos a la formación de la primera Nación Humana Universal.
¿Pero de qué serviría preocuparse declamativa y ociosamente por lo que sucede en otros lugares del mundo, si no podemos hacer algo donde sí tenemos posibilidades de producir cambios efectivos, es decir en nuestro medio inmediato? Nuestro medio inmediato puede ser solo una persona, la familia o un pueblo pequeño de pescadores de 400 personas, como Raúl Marín Balmaceda, en el fiordo Pitipalena, el lugar que escogimos para trabajar. Tal vez sea cierto que es posible influir en la dirección de los acontecimientos a partir de pequeños grupos, de pequeñas experiencias en las que se produzcan cambios cualitativos en las condiciones de vida, sobre la base del buen trato entre las personas y entre éstas y el medio ambiente. Pensar globalmente, actuar localmente.
El tema es entonces si podemos hacer algo, no para evitar la crisis, sino para lograr que durante ese proceso no se arrase con los siste- mas vitales que hacen a la mantención de la vida en la tierra y desaparezcan las especies y ecosistemas a partir de las cuales podríamosintentar restaurar la naturaleza algún día. Pensamos que el cuidado de la tierra no se va a lograr solo a partir de informes científicos alarmantes: uno se va acostumbrando a todo y como habitantes urbanos que somos, el problema se nos aparece como lejano, como alegatos de gente que quiere asustarnos, quien sabe con qué intenciones, como predicciones que seguramente son exageradas. Es tal la saturación de información, que cada vez es más difícil discernir entre lo verdadero y lo falso, entre lo que es un informe real y lo que son manipulaciones informativas y “teorías de la conspiración”.
Siempre hemos criticado a la globalización capitalista, concebida como la internacionalización del poder de grandes corporaciones 16
Pensamos que la situación mundial se está desestabilizando rápidamente. Los estados, los partidos políticos, las religiones, los bancos, las empresas, la familia, instituciones que pocos años atrás parecían sólidas y casi inmutables, día a día están perdiendo credibilidad y se van desmoronando, al igual que el sistema de creencias y valores que las sostenía en pie; la gente ha perdido la fe en los políticos y se cuestiona la legitimidad de sus “representantes”. Los tiempos ya cambiaron y estamos viviendo un momento histórico muy inestable, en el que mucha gente se aferra con desesperación y fanatismo a sus creencias moribundas.
Playa de Tictoc - Foto Gregor Siebรถck
Nunca habíamos visto una sequía en la Patagonia como la del verano y otoño pasados. Por otra parte, hay informes a nivel mundial que señalan que la temperatura global de 2016 marcará un nuevo récord. Los últimos 9 meses han sido los más cálidos en 150 años (desde que existe registro), de continuar la tendencia 2016 desplazará al año pasado como el más cálido, con lo que por primera vez se darán tres años con récords consecutivos. Todos los récords anteriores han sido superados por las temperaturas de 2005, 2006, 2007, 2009, 2010, 2014, 2015, y 2016. Hoy, de hecho, las temperaturas superficiales globales son más de 0,3 ° C más altas. *** Tal vez mirar las cosas con perspectiva, a escala evolutiva, nos ayude a entender mejor la crisis actual, cómo hemos llegado hasta aquí y el rumbo que podrían tomar las cosas. Comencemos por el principio... Los estudiosos nos explican que hace más de 3.800 millones de años, sólo unos cuantos millones de años después de que la tierra se enfriara (sorprendentemente pocos) aparecieron los primeros seres vivos. A partir de este momento es la vida la que tiene un rol principal en producir las condiciones para su propia existencia, interactuando con el medio físico, modificándolo y siendo a la vez modificada por éste. La lenta producción de oxígeno como desecho del metabolismo de estos primeros habitantes termina acumulándose e intoxica el ambiente, produciendo una crisis a nivel planetario, que obligó a los seres vivos a adaptarse o desaparecer. Y lo hicieron tan bien y de modo tan completo, que ya no podemos vivir sin ese elemento: dieron origen a células con núcleo que utilizan el oxígeno en su metabolismo. Entre 590 y 510 millones de años atrás, la “Explosión Cámbrica” produce en el transcurso de unas decenas de millones de años todos los troncos filogénicos de los animales multicelulares, incluidos los vertebrados y la vida comienza a poblar la tierra firme. A partir de ahí la historia es bien conocida: evolucionan los bosques, los grandes animales y todo aquello que caracteriza hoy a la fina capa de vida que cubre el planeta.
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Varios miles de millones de años después de la aparición de los primeros seres, unos 70 millones de años atrás, comienzan su aventura evolutiva unos mamíferos parecidos a ratones, que se suben a los árboles y dan origen a la línea que conducirá a primates, monos, simios y seres humanos. Hace unos 7 millones de años, en algún lugar de África Oriental, bajan los homínidos a la tierra. Estaban bien equipados, tenían buena vista, el pulgar de sus manos oponible para manipular objetos, caminaban erectos en dos pies y contaban con un cerebro bastante grande. Tuvieron su mérito: las primeras herramientas datan de hace unos tres millones de años, el fuego se utiliza desde hace tal vez un millón y medio de años. Diversos homínidos poblaron la tierra hasta llegar a nosotros, surgidos de un tronco africano unos 200 mil años atrás. No hay que perder la perspectiva, estamos hablando de que hace 7 millones de años nos bajamos de los árboles y que hace 200 mil años surgimos como especie humana propiamente tal. Y durante todo ese tiempo vagamos como cazadores y recolectores buscando alimento hasta que recién hace unos 12 mil a 10 mil años se construyen los primeros templos y ciudades y se comienza a practicar la agricultura y ganadería. Varios miles de años después, a medida de que la tecnología del bronce se difunde, las viejas primeras ciudades se rodean de murallas defensivas o desaparecen y el mundo experimenta una etapa de cambios. Más tarde llega el hierro y caen las antiguas civilizaciones de la edad del bronce; las creencias que desde decenas de miles de años antes otorgaban a la mujer un rol preponderante terminan por ser sustituidas por otras que le dan al hombre esa categoría y el antiguo esplendor es recordado en mitos. Ya hace tiempo que se ha inventado la rueda, el barco a vela, las religiones, la escritura y las primeras leyes. Luego surgen las máquinas a vapor, la electrónica, las máquinas a petróleo, la energía nuclear, la informática, la biotecnología, la realidad virtual, la robótica y la nanotecnología. Se trata de un proceso de evolución tecnológica crecientemente acelerado, en el que el tiempo en que una tecnología es reemplazada por otra más avanzada es cada vez más corto. Partimos con la antigua hacha de piedra de cantos tallados, que estuvo en uso ¡dos millones de años!, hasta llegar al momento actual, en el que no alcanzamos a dominar bien una tecnología cuando queda obsoleta y es reemplazada.
Volcán Corcovado, Parque Nacional Corcovado - Foto Antonio Vizcaíno
Hace apenas 500 años, todavía creíamos que éramos el centro del universo y que el sol y todas las estrellas giraban alrededor de la tierra. Copérnico, Galileo y los que les siguieron, demostraron que estamos en un rincón del universo, en una galaxia bastante común entre otras miles de millones de galaxias. Hace 200 años Lamarck y Darwin terminaron de sacarnos del centro de todo, al demostrar que la humanidad descendía del reino animal, que NO fuimos creados aparte, sino que somos una rama de la evolución, al igual que todas las demás especies. Pero esto no ha sido suficiente para terminar con el antropocentrismo hasta nuestros días. Todo esto nos ayuda a mirarnos a nosotros mismos y al proyecto humano con un poco de humildad. Siempre es saludable recordar que compartimos el 98% del ADN con ciertos monos, el 88% con el ratón, el 85% con perros y caballos, el 65% con las gallinas, el 54% con las anémonas, el 44% con las abejas, el 24% con la uva y el arroz y el 18% con la levadura. Compartimos el ADN con un solo ancestro que vivió hace 1.600 millones de años. Pero nuestra visión sobre nosotros mismos ha seguido evolucionando. Ya desde comienzos del siglo XX y aún antes, nuevos descubrimientos sobre la naturaleza de la realidad se suceden rápidamente. Los científicos nos han develado un mundo completamente diferente al del siglo XIX, tan complejo, que aún ya en el siglo XXI nos resulta difícil entenderlo en toda su profundidad. Al descomponer la materia hemos visto que en ella no hay nada sólido, que las partículas pueden ser ondas y viceversa y que cada vez que realizamos una elección incidimos sobre la realidad, modificando lo observado. Con esto debería bastar para hacer pedazos nuestra concepción anterior, pero no ha bastado. Como dijo Einstein alguna vez… ¡la realidad es una ilusión, pero una muy persistente! Sea como sea, aquí estamos... Ahora sabemos que la materia y la energía no son más que diferentes manifestaciones de una misma cosa. Se están abriendo campos completamente nuevos gracias a la geometría de Mandelbrot; conviven el límite impuesto para la velocidad de la luz por Einstein con la paradoja EPR (entrelazamiento cuántico) que él mismo propuso; el principio antrópico (débil y fuerte), la concepción del universo como unidades de información 20
interactuando, la teoría de cuerdas, la radiación de Hawkins, el campo de Higgs, las ondas gravitacionales y varias otras maravillosas herejías. Pareciera como si el universo, la tierra, el espacio vacío, los seres vivos y nosotros mismos formáramos un todo, cuya separación en fracciones por nuestro entendimiento configura lo que percibimos como realidad. Pero los minerales de nuestros huesos se fraguaron hace miles de millones de años de estrellas ya extinguidas y siguen estando aquí en nuestro cuerpo, como recordatorio de nuestro origen. El problema de la centralidad del observador de la física cuántica, en cierto sentido nos retorna al papel central, del que con tan pocos miramientos nos expulsaron la ciencia y la filosofía de los siglos XVIII y XIX. ¿Y qué decir del modo en que todo parece funcionar de acuerdo a patrones universales que se repiten? Presentes en todo ser vivo y no vivo, se manifiestan en lo mineral, lo biológico y lo humano; en las órbitas estelares, la cristalización de los minerales, la formación de la concha en los caracoles, el crecimiento de los helechos, la flor del girasol, los patrones de manchas en el leopardo y los ciclos biológicos, sicológicos y etapas de la vida de una persona. El universo parece comportarse como un fractal, en el que relaciones de auto similitud que se repiten hasta el infinito, sirven para describir aparentemente cualquier cosa, como bien lo saben los creadores de animaciones y mundos virtuales por computador. Sin duda, un mundo muy distinto de ése en el que la mayoría de nosotros creíamos vivir. Los minerales, vegetales y animales reflejan a su modo las características del universo, pero no como algo estático, sino evolutivo. Es en el curso de dicha evolución que los seres van incorporando un sistema nervioso, cada vez más complejo, el que termina por producir un fenómeno nuevo, la conciencia. Todo indica que los vegetales no se dan cuenta de su existencia, aunque en ellos existen ya algunos rudimentos de sensibilidad; en los animales, el instinto y un psiquismo primario van aumentando la complejidad. En el ser humano vemos ya un salto cualitativo que le permite adquirir nítidamente una conciencia de su propia existencia y con ella, de su finitud: me doy cuenta de que existo y al mismo tiempo de que voy a dejar de existir. Esto abre una nueva perspectiva: la muerte y el tema de una posible trascendencia.
Atardecer en el Parque Nacional Corcovado - Foto Eduardo Sorensen, Proyecto Frontera Azul
Toda esta larga vuelta que hemos dado revisando la historia de la formación de galaxias, sistemas planetarios, seres vivos, conciencia y civilizaciones tiene un solo objetivo: dar cuenta de la existencia de una dirección evolutiva que va de lo más simple a lo más complejo, en la cual la aparición de la conciencia aparece como el resultado de la acumulación de 13.800 millones de años de historia universal. Dar cuenta también de la lenta evolución de la civilización humana, en la que sucesivas crisis van produciendo saltos cualitativos, hasta llegar al momento actual, en el que disponemos de la capacidad tecnológica (y nuclear) suficiente para acabar con todo. Nos surgen varias preguntas: ¿Estamos capacitados para manejar ese poder o somos como un niño jugando con explosivos? ¿Entienden nuestros dirigentes políticos que con poder nuclear el mundo no volverá nunca a ser como antes? *** Vivimos en un sistema político, económico, social y cultural que ya no nos sirve, es como un traje que nos quedó estrecho. Nuestra especie ocupa los rincones más remotos del planeta, somos casi 7.000 millo¬nes; gran parte de los bosques han sido eliminados, los mejores suelos destruidos por la erosión y los desiertos siguen avanzando; cambios climáticos amenazan con alterar por completo las condiciones en que hemos vivido y se han envenenado el aire y las aguas. La sola tarea de detener y revertir el daño ambiental implica un esfuerzo de cooperación internacional tan amplio, que solo podrá ser posible desde un nivel superior de organización social. Entendemos que la actual no es la primera crisis a la que se ha enfrentado la civilización humana y seguramente tampoco será la última De hecho, podemos ver la evolución cultural humana como una progresión acelerada de crisis sucesivas o “crisis civilizatorias”, en cada una de las cuales aquéllos que no estuvieron en condiciones de responder a la crisis con la elaboración de reguladores culturales (mecanismos para el manejo de la agresividad) adecuados, fueron eliminados del proceso. Tal ocurrió en el neolítico, en la Edad del Bronce, en la Edad del Hierro, en la Revolución Industrial y está ocurriendo hoy. ¿O acaso creemos que vamos a sobrevivir al poder nuclear y a la destrucción del medio ambiente sin realizar cambios 22
culturales y sicológicos profundos? ¿Alguien podría pensar que todos estos miles de millones de años de evolución que han conducido a la aparición de una especie capaz de mirarse a sí misma, materia que mira el universo y se pregunta por su significado, pueden terminar en el absurdo del momento actual? ¿Que el máximo exponente de la grandeza humana es el especulador de la bolsa que en su miserable avidez es capaz de provocar crisis financieras que sumergen en la pobreza a países enteros? Seguramente no. Hay motivos para pensar que la crisis actual es diferente y en cierto sentido terminal. La proliferación de armas nucleares y la capacidad destructiva que ello conlleva nos sitúa frente a dos posibilidades mutuamente excluyentes: o nuestra civilización es capaz de desarrollar los reguladores culturales necesarios para evitar la guerra entre países con capacidad nuclear o habrá una catástrofe y retrocederemos a una situación anterior. Por ahora, es relativamente poco probable que la OTAN ataque a Rusia, pese a lo reducido del ejército de ese país, ya que si lo hace, la única respuesta posible sería nuclear; lo que preocupa en este caso son los intentos de rodearla de sistemas de defensa antimisiles que podrían romper con la situación actual de destrucción mutua asegurada (MAD). El tipo de regulador cultural que correspondería en este caso no es un pacifismo ingenuo, que simplemente pida el desarme, sino una potente reacción de los pueblos de los países miembros de la OTAN que obligue a sus gobiernos a abstenerse de producir situaciones peligrosas. Hay también razones para pensar que un “desenlace” a esta cadena de crisis civilizatorias recurrentes y cada vez menos espaciadas en el tiempo ocurrirá pronto. Ya hay indicios de fenómenos completamente nuevos. Uno de los más notables es la detención del crecimiento demográfico en los países desarrollados. Los seres vivos se han caracterizado siempre por la tendencia a la expansión ilimitada de sus poblaciones mientras existan condiciones de disponibilidad de alimentos, espacio, etc. Por primera vez esto fue transgredido: los factores limitantes del crecimiento de la población están ausentes en muchos países, hay disponibilidad casi universal de alimento, vivienda y salud, pero la población no crece. Otro ejemplo podría ser la creciente conciencia acerca de los problemas ecológicos globales y de que la única manera de abordarlos es organizarse también
Volcán Yanteles, Parque Nacional Corcovado - Foto Antonio Vizcaíno
globalmente. En este escenario ya no basta con la ecología pura, el ambientalismo ingenuo y separado, se requiere una visión ecosocial bien estructurada. Cabría preguntarse entonces de dónde podrían surgir los nuevos reguladores culturales que necesitamos, las verdades profundas que nos permitan sobrepasar la peligrosa crisis actual. ¿Se trata de nuevas ideas, imágenes y conceptos? ¿De nuevas leyes? Por supuesto que sí, todo eso. Pero ya sabemos que “a las ideas se las lleva el viento” y las leyes no significan nada cuando no resuenan en la conciencia de los pueblos. Necesitamos algo más que eso, una experiencia profunda y transformadora que solo puede venir de donde han surgido todas las grandes inspiraciones, de una experiencia interior. Éste no es solamente un problema de ideas sino por sobre todo de experiencia interna. De algún modo es como que las ideas estuvieran “afuera”, mientras que las experiencias se sienten “adentro”. Algunos antropólogos han destacado el hecho de que muchas culturas tradicionales parecían tener un sentido profundo de continuidad histórica, expresado en sus tradiciones, su veneración por la naturaleza y en el culto por los antepasados. La existencia individual debía honrar el recuerdo de los ancestros y encontrar su trascendencia en sus descendientes, mientras que la propia existencia era percibida como un eslabón más de una larga cadena. La vida era estable, las cosas se hacían siempre más o menos del mismo modo y las personas debían conformarse con la suerte que les había tocado. Tal vez, pero para bien o para mal, ese no es nuestro caso. El estilo de vida urbano, cada vez más acelerado, caótico y alejado de los ritmos naturales; la chabacanización de todo lo que antes fue considerado sagrado; la alienación social en el consumismo como sustituto de los grandes ideales; el creciente temor al futuro y a la muerte personal que la caída de las religiones deja sin consuelo, nos coloca en una condición tal, que la naturaleza, que alguna vez percibimos como “Antítesis” de la civilización, hoy comienza a ser percibida como “Antídoto”. Con esto se abre una posibilidad de cambio cultural enorme, más aún cuando la misma civilización parece vivir sus últimos años. 24
¿A qué tipo de experiencia nos referimos entonces? A un tipo de experiencia que nos habilite para romper con los condicionamientos anteriores (sicológicos, culturales, sociales), poniéndonos en presencia de la unidad de todo lo existente y su dirección evolutiva. No requiere dinero ni cursos especializados; basta hacer silencio y dirigir la mirada hacia nuestro interior, el espacio de donde brotan todas las inspiraciones: “la inspiración de los artistas, el éxtasis de los místicos o el arrobamiento de los enamorados”. Creemos que esta experiencia es la misma que ha estado siempre en el nacimiento de las grandes religiones. ¿Cómo entender de otro modo lo mucho que se parecen las enseñanzas de los místicos, independientemente del tiempo y la latitud? Por más oscurecidas que hayan llegado a veces hasta nosotros, por la manipulación de la historia y su control por parte de castas sacerdotales que se ofrecieron como intermediarios entre este y ese otro mundo, al que colocaron casi siempre “afuera”. En esta situación de aparente derrumbe, son muchos los que están seguros de que la humanidad y la naturaleza están irremisiblemente perdidas. Pero esta visión, aunque muy comprensible, no es más que consecuencia del miedo. Lo mismo ocurría en otros momentos de crisis de las civilizaciones, como seguramente nos confirmaría un romano del siglo V, un europeo medieval del siglo XIV (peste negra) o a un habitante del imperio incaico en el siglo XVI. Sin embargo, en todas las crisis anteriores, incluso en las más profundas, hemos encontrado siempre una salida y retomado nuestro camino evolutivo. Esto es lo que creemos que pasará también ahora. Pero esta posibilidad no está asegurada: como siempre, depende de nosotros. Hay buenos motivos para ser optimistas. Antes se creía que los malos iban a terminar convirtiéndonos en autómatas y luego suprimiéndonos. Todavía hay quien piensa eso, sobre todo cuando se disfrazan de ecologistas y nos proponen un mundo con una población reducida a menos de dos mil millones. ¿A quiénes hay que dejar morir, a nosotros o a ellos? Pero los malos de hoy tienen muchos problemas y una avidez tan desmedida que termina haciéndolos luchar entre ellos. Son incompetentes al momento de orientar cualquier cosa que no haya sido planificada directamente por ellos mismos,
Volcรกn Yanteles, Parque Nacional Corcovado - Foto Gregor Siebรถck
porque carecen de visión de proceso; mucho menos entienden los grandes procesos históricos. Así que no todo es tan terrible, la desilusión y la crisis actual son también la mejor oportunidad que tenemos para avanzar hacia una sociedad mejor. Estamos muy entusiasmados con esta posibilidad histórica, no le tememos y, por el contrario, hacemos votos para que los acontecimientos se aceleren. Siendo optimistas, si pudiéramos ganar algo de tiempo (unos pocos años), seguramente podríamos sobrepasar la crisis. Toda porción de naturaleza que hayamos logrado salvar para ese entonces, toda diversidad cultural, todo sentimiento profundo que hayamos podido rescatar, tendrá la mayor importancia como base para la nueva civilización. Porque el mundo viejo no va a sobrevivir. Ya comienza a expresarse entre las nuevas generaciones una nueva sensibilidad, un modo diferente de hacer las cosas. No es como en tiempos anteriores, tan llenos de palabras, de declaraciones vacías con las que en realidad lo que se quería era destacar. Por el contrario, hoy se valora el trabajo que se hace, no para aumentar la propia figuración, sino para conseguir cambios reales, a partir de uno mismo y el medio inmediato. Desde luego que este modo de trabajo, alejado de las cámaras y con tan poco brillo, es muy difícil de entender para las generaciones mayores, formadas en un mundo que ya se fue, en el que existían los “líderes” esclarecidos y la “masa” ignorante, en el que los políticos descubrieron como manipular a la gente para que los catapultaran hacia el poder. Y luego se volvieron conservadores, amigos de los consensos, de la democracia “a la medida de lo posible” y funcionales a los intereses que alguna vez dijeron combatir. Afortunadamente la gente se ha dado cuenta del truco. En todo caso, lo más importante ahora es que se entienda que desde el individualismo no hay ningún tipo de salida; que dejemos de vernos como seres anónimos que valemos según nuestro dinero, títulos o posición social; y que promovamos el intercambio libre de ideas y la organización conjunta. Que nos hagamos personalmente responsables del desarrollo, la ocupación y el cuidado del territorio en que vivimos, en nuestro caso, los fiordos y canales de la Patagonia occidental. 26
Ganzos silvestres - Foto Gregor Siebรถck
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OCUPACIÓN, USO Y CREACIÓN DE PARQUES EN LA PATAGONIA
Parque Nacional Corcovado - Foto Gregor Sieböck
Se cree que el ser humano llegó a la Patagonia occidental hace unos 10.000 años. Monte Verde, sitio arqueológico ubicado en el límite norte de la región es el sitio más antiguo de habitación humana de todo el continente americano, científicamente fechado, 14.800 años antes del presente. El primer europeo en llegar a la región fue Hernando de Magallanes, un capitán portugués al servicio de la corona española, que en 1520 entró en el estrecho que ahora lleva su nombre. En los tres siglos que siguieron a su descubrimiento, muy pocos navegantes llegaron a estas costas. Los españoles establecieron sus principales rutas comerciales y de suministro a través del istmo de Panamá y trataron de impedir la entrada de competidores ingleses u holandeses, que sin embargo llegaron cuando España estaba en guerra con ellos en Europa. Francis Drake cruzó nuevamente el estrecho y un siglo más tarde, los capitanes holandeses Schouten y Le Maire descubrieron el Cabo de Hornos. Solo a partir del siglo XVII, lo que hoy es el Aysén insular comenzó a ser explorado con alguna regularidad, entre otros por misioneros jesuitas que intentaban evangelizar a los indígenas. Sin embargo los españoles nunca poblaron este territorio, ya que estaba considerado como la parte más remota de una zona ya de por sí marginal: Chiloé. Tanto es así que hacia fines del siglo XVIII, se había llegado a la conclusión de que no era posible la colonización y explotación económica de estos archipiélagos a causa de su aislamiento, lo riguroso del clima y la difícil topografía. La consideración con respecto a Magallanes fue distinta, debido a la importancia geoestratégica del estrecho. Aún así, tampoco hubo un proceso de poblamiento, más allá del frustrado intento por establecer una colonia en Puerto Rey Felipe (que acabó mal) a fin de resguardar la soberanía española sobre estas tierras, siempre disputadas por los ingleses. El corsario inglés Thomas Cavendish rescató un único sobreviviente (todos los demás murieron) y llamó al lugar “Puerto del Hambre”. Esta colonia fue el primer gran error (y desgraciadamente no el último) cometido en la Patagonia a causa de decisiones tomadas desde muy lejos por personas que no conocían sus condiciones ambientales. El naturalista inglés Charles Darwin pasó más de un año navegando 30
en aguas de la Patagonia chilena, a bordo del HMS Beagle. Le llamaron profundamente la atención las características de estas tierras: los glaciares cayendo al mar a la misma latitud que el sur de Inglaterra, la mezcla única de especies de plantas y animales que no se encuentran en otros lugares y el impacto de la actividad volcánica. Entendió muy claramente que el factor limitante para la agricultura y la vida en general no eran los inviernos fríos sino los veranos insuficientemente cálidos, observaciones que siguen siendo válidas hasta hoy. Es cierto que en su famoso libro “El Origen de las Especies”, escrito cuando todavía no cumplía 30 años de edad, hizo algunos comentarios sobre los habitantes indígenas, que hoy nos resultan extremadamente chocantes. Sin embargo más tarde, en su diario de viajes, un Darwin más sabio cambió de opinión, luego de conocer los datos recogidos por los misioneros, que mostraban sin lugar a dudas la capacidad de este pueblo para describir, comprender y adaptarse con éxito a las duras condiciones de su entorno. Hasta principios del siglo XIX, cinco pueblos originarios poblaron con ocasionales perturbaciones la Patagonia occidental: tres pueblos canoeros, en los aproximadamente 1.700 kilómetros que hay entre el canal de Chacao y el Cabo de Hornos, y dos pueblos cazadores, en las estepas situadas al oriente de la cordillera de Los Andes. Los pueblos canoeros eran, de norte a sur: los chonos, entre el archipiélago de Chiloé y la península de Taitao; los kawésqar (“alacalufes”), entre la península de Taitao y el estrecho de Magallanes y los yámana (“yaganes”), desde allí hasta la isla Navarino y posiblemente más al sur. Con poco contacto con los primeros, dos grupos de cazadores habitaban las estepas, los llamados “tehuelches” (aonikenk y otros), en el continente y los selk’nam (“onas”), en la isla de Tierra del Fuego. Hasta donde se sabe, estos pueblos se limitaron siempre a la caza, pesca y recolección; su población siempre se mantuvo baja y hasta hoy la Patagonia sigue siendo la parte menos poblada del país. Esto no dejó de llamar la atención a los primeros visitantes. Así describían dos misioneros jesuitas el paisaje del archipiélago de los chonos en 1612-1613: “Menos gente encontraron de la que imaginaron avria en tanta multitud de Islas, pues llegan a mil; pero todas tan esteriles, que se espantaban de que sus pocos, y pobres moradores pudiesen
Cielo visto desde Añihué - Foto Felipe González
mantener la vida, y no estuviesen consumidos. El suelo de las mas es peña dura, incapáz ni de cultivo, ni de producir algun fruto, costando sumo afán aun solo el descubrir la entrada para ellas, porque les negó la naturaleza puertas”. Revisemos con mayor detalle lo poco que se sabe sobre estos primeros habitantes, comenzando por los canoeros, es decir Chonos, Kawésqar y Yámana. Lo primero que observamos es que sus culturas parecen haber sido similares, al menos desde nuestra perspectiva. Esto se debió probablemente a que su estilo de vida estaba muy determinado por la rudeza de su medio ambiente, similar a lo largo de todo este litoral, aunque progresivamente más frío hacia el sur; ello habría condicionado una estrategia de supervivencia muy especializada, basada en el nomadismo, la pesca, la recolección de mariscos y la caza de animales marinos y terrestres. No se sabe que hayan tenido asentamientos permanentes: sus viviendas eran refugios circulares construidos con varas, sobre las que se disponían cueros de lobos marinos; eran construidos por las mujeres, en lugares protegidos siempre cerca del agua dulce; un hueco en la parte de arriba permitía que saliera el humo; una oquedad central alojaba el fogón, elemento central de la vivienda. No se sabe bien por qué, pero las poblaciones de estos pueblos siempre se mantuvieron pequeñas: se estima que entre los tres pueblos canoeros y los dos de cazadores, nunca sobrepasaron las 10.000 personas en la patagonia chilena, muy pocos dada la vastedad del territorio. Pero tal vez no fuera tan poco: actualmente la población rural combinada de Aysén y Magallanes es de menos de 30.000 personas, esto es 5 siglos después y pese al desarrollo de la ganadería, que permitió poblar los terrenos del interior, aunque no el litoral. De hecho, la actual población rural permanente en los archipiélagos, es similar a la que había cuando vivían aquí los pueblos canoeros (unos 6.000 habitantes). Hasta donde se sabe, todos estos pueblos tenían una relación armoniosa con su ambiente, relación que era regulada por su forma de obtener sus alimentos, por su cultura y tradiciones espirituales y por el reducido número de personas que componían cada grupo. Se sabe también que su cultura no material, su cosmogonía, era bas32
tante compleja, tanto en el caso de los canoeros como en el de los cazadores de la estepa; esto es importante recalcarlo, ya que tendemos a asociar pobreza material con pobreza espiritual, lo que es un error. De los relatos que nos dejaron algunos viajeros, se deduce su valoración de quienes habitaban estas tierras; por ejemplo, Charles Darwin escribió sobre los yámana: “Es imposible imaginar la diferencia que existe entre el hombre salvaje y el hombre civilizado; es mucho mayor que la que hay entre un animal silvestre y otro domesticado, por lo que el hombre es susceptible de un mayor perfeccionamiento”; “El lenguaje de estos fueguinos, según nuestro modo de pensar, apenas merece ser considerado algo articulado. El capitán Cook lo ha comparado al carraspeo como cuando alguien hace gárgaras, pero puedo asegurar que nunca oí a europeo alguno que se limpiara la garganta con sonidos tan roncos, tan guturales y tan crepitantes.” Con el paso de los siglos sin embargo, esta percepción inicial fue cediendo lugar a un mayor respeto y valoración. Mal que mal, estamos hablando de culturas que supieron adaptarse y prosperar a lo largo de 7 mil a 8 mil años, en condiciones extremadamente difíciles, poblando lugares que aun hoy, con toda nuestra tecnología, siguen estando casi vacíos. Y no se trataba solo de las condiciones climáticas, que después de todo no eran más duras que en el norte de Europa; era por sobre todo el aislamiento, que hacía imposible obtener por el comercio aquello que la naturaleza no proporcionaba. Los pueblos canoeros conocidos genéricamente como chonos, ocupaban una amplia zona que comprendía desde el seno de Reloncaví hasta el istmo de Ofqui, accidente geográfico que interrumpe la navegación continua por aguas interiores. Tenían como actividad principal la pesca y la caza de lobos marinos, aunque hay evidencias (islas Guaitecas, siglo 16) de que habrían tenido cierto conocimiento de la agricultura y crianza de animales, probablemente por influencia mapuche huilliche desde Chiloé. Más al Sur, los kawésqar fueron los primeros aborígenes que tomaron contacto con los navegantes europeos en el estrecho de Magallanes. Su vestimenta consistía de pieles de lobos marinos, pero solían ir desnudos, cubiertos solo con una mezcla de grasa y tierras de colores. Se envolvían los pies con pieles, a modo de calzado. Los yámana eran parecidos a los kawésqar en vestuario, vivienda, armas, utensilios y embarcaciones. Al igual
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Playa de Pitipalena - Instalaciรณn y foto de Karin Reist
que ellos, basaban su economía en la recolección, la pesca y la caza de aves y mamíferos, tanto marinos como terrestres; los hombres se encargaban de la caza y pesca, mientras las mujeres recogían mariscos y manejaban las embarcaciones. De los tres pueblos canoeros de los fiordos, los chonos desaparecieron en el siglo XVIII, en parte por mestizaje y asimilación con las poblaciones chilotas, también por el contagio de enfermedades que para ellos eran desconocidas y en parte por migraciones, voluntarias y forzadas. Evidencias de este mestizaje han sido observadas en el sustrato genético de la actual población de Chiloé. Se calcula que en la década de 1720, después de un período de frecuentes conflictos con españoles y huilliches (mapuches) de Chiloé y de un intento fracasado por radicarlos en la isla Guar, ya eran más de 600 los chonos que habían optado por vivir en las diversas islas del archipiélago de Chiloé, cifra que probablemente representaba la mayor parte de su población a la fecha. Como señaló Darwin, “… en esta parte del país; la raza está extinguida gracias a los cuidados que tuvieron los católicos de transformar a la vez a los indios en católicos y en esclavos”. La suerte de los kawésqar y yámana fue similar. Los primeros subsistieron como pueblo independiente hasta el siglo XX, aunque el contacto con los europeos primero y luego la llegada de loberos chilotes fue cambiando por completo su modo de vida y sufrieron el contagio de enfermedades para las que no tenían defensas, incluyendo el alcoholismo; muchos fueron radicados en la isla Dawson, en una misión Salesiana. En 1900 se estimó un número de 1.000 kawésqar supervivientes, que en 1924 había descendido a 250. Actualmente hay una pequeña población (mestiza) que se reconoce a sí misma como kawésqar en Puerto Edén, en los fiordos magallánicos, unas 15 personas. Los yámana por su parte también fueron recluidos en misiones y al igual que éstos, diezmados por enfermedades. Sin embargo lograron subsistir hasta hoy en el poblado de Ukika (isla Navarino), donde aún vive Emelinda Calderón, de raza yámana “pura”, última hablante nativa de su lengua. Se ha estimado que al momento de su contacto con los europeos, la población de yámana y kawésqar era como máximo de unos 3.000 individuos cada una, sin que se tenga mayores antecedentes sobre la población de chonos.
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Respecto a los otros pueblos patagónicos, “tehuelches” y selk’nam, de la estepa, hay evidencia de que poblaron estas tierras desde una fecha tan antigua como el 10.000 antes del presente. Eran pueblos cazadores que obtenían del guanaco su principal fuente de sustento: carne, piel, hueso. En el caso de los “tehuelches”, se trata en realidad de 2 grupos diferenciados: los aonikenk propiamente tales, que vivían entre el río Santa Cruz y el estrecho de Magallanes y otro grupo que vivía más al norte, ocupando también el interior de la actual Región de Aysén; ambos grupos, que al parecer ni siquiera hablaban el mismo idioma, fueron englobados bajo el término mapuche de “tehuelche”. La adopción del caballo a partir de 1570, transformó radicalmente su modelo de organización social y su economía, en un proceso similar al que vivieron los indios de las praderas de Norteamérica; posteriormente se integraron a la sociedad argentina como criadores de caballos, “gauchos” y peones de las estancias. Los selk’nam por su parte, conocidos también como “onas”, habitaban la parte norte y central de Tierra del Fuego; siempre fueron “cazadores de a pie” (casi no incorporaron el caballo), lo que los mantuvo en una situación mucho más vulnerable. A partir de la introducción de ovejas en las estepas magallánicas, traídas desde las islas Malvinas, la relación de ambos pueblos con los blancos fue trágica, especialmente en el caso de los selk’nam. Acostumbrados a cazar libremente, cuando se establecieron estancias ganaderas las ovejas se convirtieron en un animal más, lo que hizo que los dueños de estancias contrataran agentes encargados de “limpiar” la zona, llegándose a pagar, se dice, por cada indio muerto. La suerte de los tehuelches fue solo algo mejor, ya que también fueron diezmados; en Argentina unas 100 personas se auto reconocen como tehuelche y muy pocos hablan algo del idioma; el resto son mapuche-tehuelche que en su mayoría hablan castellano y a veces también mapudungun, no idiomas “tehuelches”. El explorador Julius Popper, uno de los partícipes del genocidio indígena en Argentina, se refirió a los selk’nam (a quienes llamaba “onas”) del siguiente modo en una conferencia dada en Buenos Aires el 27 de julio de 1891: “Se hallan dotados de elevados y nobles sentimientos humanitarios, tienen raciocinio sensato, son magnánimos hasta el punto de saber perdonar a sus enemigos, más aún, llevan el desdén de la venganza, hasta compensar el mal con el bien, hasta con
Playa de Pitipalena - Instalaciรณn y foto de Karin Reist
vertirse en protectores de la raza que los persigue, conduciendo a náufragos varados en las playas, hacia los puntos donde pueden encontrar auxilio... No son caníbales, ni los salvajes de los modernos tratados de etnografía, sino hombres afectuosos que tienen un acentuado cariño hacia sus hijos, como los hijos hacia sus padres; que llevan largo luto por sus difuntos pintándose al efecto el rostro de negro...”¡Son ladrones!”, exclaman los estancieros que comienzan a radicarse en la parte chilena de Tierra del Fuego, “nos roban las ovejas, destruyen nuestros cercados”. Es bien cierto, pero pongámonos en el caso del indio. Desde siglos remotos, el ona caza los escasos y ariscos guanacos de la isla (...) armado de arco y flechas espera a veces días enteros oculto tras alguna mata. De repente un suceso inesperado viene a perturbar su vida de cazadores. Hombres de raza desconocida ponen en sus tierras de una sola vez, tres, cuatro o cinco mil ovejas... “Son para nosotros”, exclaman los indios, y se apoderan de algunas. Pero una terrible detonación interrumpe el festín...”. Se calcula que en la Tierra del Fuego (chilena y argentina) existían en 1880 entre 3.500 y 4.000 selk’nam; en solo 14 años, entre 1887 y 1901 desapareció el 90%. La última representante de este pueblo, Ángela Loij, falleció en Argentina en 1974; su testimonio fue recogido por la antropóloga Anne Chapman. En Tolhuín, en la parte argentina de la isla, quedan algunos descendientes, mestizos, que solo conocen algunas palabras del idioma; en 2011, el gobierno argentino les concedió 35.000 hectáreas de tierras. La presencia permanente de población culturalmente no indígena data solo de mediados del siglo XIX, en lo que fue una decisión estatal, no un movimiento espontáneo de colonos. En 1843 el gobierno chileno estableció una pequeña guarnición, el fuerte Bulnes, con la idea de que se convirtiera en la base de una nueva ciudad, que marcara la presencia nacional en este territorio. El lugar elegido, muy cerca del antiguo “Puerto del Hambre”, resultó poco apropiado por las excesivas lluvias, de modo que en 1848 sus habitantes se trasladaron a la ubicación actual de la ciudad, unos 70 kilómetros más hacia el oriente. Punta Arenas languideció varias décadas como colonia penal, hasta que se comenzó a preferir la ruta por el Estrecho de Magallanes a la del Cabo de Hornos. Esto hizo que la ciudad se 36
convirtiera en una importante base para el abastecimiento de balleneros y loberos. Hasta la apertura del canal de Panamá en 1914, prácticamente todo el tráfico entre el Atlántico y el Pacífico recalaba en la ciudad, lo que la hizo prosperar. A lo largo de la historia de la Patagonia occidental se han sucedido varias oleadas de poblamiento, motivadas tanto por el descubrimiento de posibilidades de ganarse la vida, como por el deseo por parte del Estado y la clase gobernante de obtener beneficios de este territorio. La mayor parte de estas iniciativas se caracterizaron por movilizar población exclusivamente masculina, lo que por razones obvias no genera poblamiento. Ni la caza de lobos marinos, ni la búsqueda de oro, ni la explotación del alerce de Palena, ni la explotación del ciprés de las Guaitecas, ni la crianza de ovejas, ni la minería de hidrocarburos, han sido actividades en las que los trabajadores se trasladaran junto con sus familias para de este modo generar algún tipo de ocupación permanente del territorio. Salvo tal vez la ganadería de ovinos, todas estas actividades se mantuvieron hasta que el recurso se agotó y luego la gente simplemente se fue, siguiendo la clásica curva crecimiento-decrecimiento típica de los ciclos de explotación y agotamiento de los recursos naturales no renovables. Aun así, el modelo de organización de las estancias ganaderas, como grandes latifundios privados que no proporcionaban facilidades para la instalación de las familias de los trabajadores, se mantuvo a lo largo de decenios, aunque fue modificándose. El sobre pastoreo degradó el suelo y las praderas a tal extremo que bien se podría situar esta actividad dentro del grupo anterior, el de las actividades meramente extractivas. Revisemos con un poco más detalle cómo fueron estos primeros intentos de ocupación del territorio, para entender mejor sus dificultades y consecuencias, humanas y ambientales. La caza de lobos y nutrias fue una de las primeras actividades de importancia económica que se intentaron, con éxito, hasta que se agotó el recurso. Se sabe que hasta la primera mitad del siglo XIX, la presencia de lobos era abundante en los archipiélagos de Aysén y Magallanes pese a que ya comenzaban a ser cazados, especialmente por loberos de EEUU. Costeando la península de Taitao, Darwin
Lobito de mar - Foto Eduardo Sorensen, Proyecto Frontera Azul
se maravillaba de la cantidad de estos mamíferos señalando: “Jamás he visto tan gran número de focas. Recubren literalmente todo espacio un poco llano sobre las rocas y a orillas del mar”. Esto cambiaría radicalmente al aumentar la caza comercial, pues el lucrativo negocio del aceite y las pieles no tardaría en atraer naves foqueras inglesas y norteamericanas a toda la zona, fomentando también un aumento considerable de la participación de los chilotes en la actividad, desde cuyo territorio, “… salian a cazar lobos flotillas enteras de chalupas, balandras i goletas, i volvian con un buen cargamento de cueros i aceites”. La especie que tenía más demanda era el conocido como “lobo fino” o “lobo de dos pelos”, cuya caza excesiva lo llevó al borde de la extinción; la otra especie muy cazada fue la nutria, de piel muy valiosa, que también fue diezmada. Estas faenas se establecían siempre a partir de capitales privados, en base a un acuerdo pactado entre los cazadores y el empresario (“habilitación”), según el cual este suministraría los víveres e insumos que se necesitaban para soportar los largos viajes. Uno de los empresarios más conocidos fue José Nogueira, que terminó monopolizando gran parte de esta industria. Otra actividad que tuvo una tendencia similar fueron los lavaderos de oro. A partir de 1879 se conoció de la existencia de importantes ya- cimientos auríferos en las arenas de los ríos de la sierra de Boquerón, en Tierra del Fuego; varios cientos de aventureros, chilenos y extranjeros, llegaron a la isla con la esperanza de labrarse un porvenir. Sinembargo hacia 1910 el oro se había prácticamente agotado y muchos de estos inmigrantes se fueron a vivir a Punta Arenas. También hubo lavaderos (1891 a 1894), en las islas al sur del canal Beagle, que en su momento despertaron grandes expectativas, pese a ser mucho más remotos entonces que en nuestros días. En Aysén hubo algunos intentos en el sector del lago General Carrera, pero siempre a escala muy reducida y con procedimientos artesanales; a diferencia de los casos anteriores, no hubo “fiebre del oro”. En síntesis, la minería del oro tuvo una relevancia más que nada anecdótica en el poblamiento de la Patagonia occidental; sus únicos legados perdurables fueron aumentar algo la población de Punta Arenas y dar origen en 1894 a Porvenir, primer centro poblado en la parte chilena de Tierra del Fuego.
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La explotación forestal tuvo gran importancia en la economía del territorio, pero al igual que las anteriores tampoco sirvió para generar mayor poblamiento. Estuvo basada en dos especies: el ciprés de las Guaitecas y el alerce, aunque este último solo en la parte norte de la Patagonia (Palena). Desde mediados del siglo XIX se comenzaron a explotar los bosques de ciprés de las Guaitecas, que ocupaban amplias extensiones de los archipiélagos de Aysén y Magallanes. El interés por este árbol radicaba en que su madera prácticamente no se pudre y que es fácilmente trabajable con hacha (se raja), lo que facilitó su explotación y transporte. El inmigrante lituano Felipe Westhoff Rodhius instaló en las islas Guaitecas un campamento para la tala de ciprés (1859), llegando a tener más de 200 goletas dedicadas a este negocio; este lugar pasó a ser conocido como Melinka, nombre derivado probablemente del apelativo cariñoso “Malyen’kaya” (маленькая), dado a una de sus hijas, que en ruso significa “chiquita”. Melinka está considerada la localidad más antigua de Aysén. Otro caso notable fue el del empresario chilote Ciríaco Álvarez, que llegó a ser conocido como “el rey del ciprés”. Melinka es un caso de asentamiento humano que perduró, aunque la población ya no se dedica a la corta de ciprés; un resultado muy pobre sin embargo, ante la magnitud del desastre ambiental, que acabó con este recurso. La tala de esta especie de lentísimo crecimiento ha sido el factor individual que más incidencia ha tenido sobre el medio ambiente terrestre de los fiordos, ya que se utilizaron procedimientos de explotación ecológicamente devastadores, incendiándose los bos- ques para facilitar la extracción de la madera: los cipresales morían, pero la madera (resinosa) casi no resultaba dañada, por la gran humedad ambiental. Grandes extensiones fueron entregadas por el fisco en concesión, sin ningún control por parte de la autoridad, lo que dio origen a algunas fortunas individuales (Westhoff, Álvarez), pero poco beneficio para la zona. Ejemplo de ello es el siguiente párrafo del diario “El Chilote”, del 28 de octubre de 1870, en el que se protesta por la solicitud de arriendo que del conjunto de las islas de Guaitecas hicieran por 50 años, comerciantes de Santiago al Ministerio de Hacienda: “no se habria conseguido mas que establecer un verdadero monopolio ruinoso por una mise-
Interior de bosque nativo - Foto Archivo Tompkins Conservation
rable cantidad de dinero que percibirá el fisco sin obtener siquiera garantias de ningun jenero de que esos bosques no seran destruidos en los cincuenta años de arriendo”. A la fecha, los cipresales prácticamente no se han recuperado, siendo reemplazados por extensas turberas y vegetación baja; la especie está catalogada como “Vulnerable” por la UICN. El alerce es otro árbol que comparte muchas características con el ciprés de las Guaitecas, especialmente la calidad de su madera, fácil de trabajar y que no se pudre. La principal área de explotación patagónica de esta especie milenaria y de lento crecimiento estuvo en el valle del río Vodudahue (provincia de Palena), donde fue talado hasta que se agotó. Por razones similares a las mencionadas antes, tampoco hubo aquí un poblamiento perdurable. La evolución de la población del valle, cuyo caso ha sido bien estudiado, es un ejemplo del fracaso de este tipo de colonización basada en la explotación de recursos naturales con criterio meramente extractivista. Se repite el modelo: los colonos o trabajadores temporales se mantienen en el lugar mientras “cosechan” el capital natural, que a la naturaleza le tomó miles de años crear; luego se van, dejando atrás la destrucción. En este caso es la madera, en otros la fertilidad del suelo, la población completa de una especie o la calidad del agua de un fiordo. A fines de 1883 se organiza la primera exploración conocida del río Palena, empresa emprendida por Adolfo Abbé, quien entregó un informe al Ministerio de Tierras (el actual Ministerio de Bienes Nacionales), destacando la aptitud de ese territorio para la colonización. Esta expedición y otras realizadas en 1885 y 1886 por el capitán Ramón Serrano, sirvieron como antecedentes para el primer intento de colonización en 1888-1889 de lo que hoy es Raúl Marín Balmaceda, la colonia de Isla Leones. Este primer intento, organizado desde el Estado, no prosperó y la colonia fue disuelta. Pero en los años siguientes fueron llegando poco a poco, espontáneamente, pobladores de origen chilote y de la provincia de Llanquihue. A principios de los años treinta ya existía un pequeño villorrio, al que se le conocía como Puerto Palena o Bajo Palena, aunque el primer registro oficial de un colono es de 1936, don Juan Bohle Werner, su esposa Estela Guerrero y sus cinco hijos. Hacia 1955 llegó un nuevo grupo de 40
colonos, construyeron viviendas y se abrió la oficina de Tierras y Colonización; en la década del ‘80 del siglo pasado se sumó a ellos otra oleada de pobladores, en parte llegados desde Melimoyu. Raúl Marín Balmaceda es un caso claro de fracaso de la colonización organizada desde el Estado y del éxito del poblamiento espontáneo. En las pampas y estepas magallánicas de la vertiente oriental de la cordillera de los Andes y la parte norte de Tierra del fuego, las condiciones resultaban propicias para la cría de ganado, especialmente ovino. Ello motivó que alrededor de 1880 se trajeran ovejas desde las islas Malvinas y el Estado entregara grandes concesiones de tierras a compañías privadas que se establecieron con ese fin. Se inició entonces la producción de lana a gran escala, lo que se hizo vendiendo o arrendando los campos y praderas consideradas disponibles, ignorando por completo la existencia de la gente que vivía allí desde tiempos inmemoriales. El negocio fue tan exitoso en términos económicos, que se crearon grandes fortunas. Sin embargo este sistema de tenencia de la tierra terminaría cobrando un alto precio, especialmente a partir de 1937 año en que empezó a ser entregada en arrendamiento a particulares y sociedades, por un plazo de 15 años. Los beneficiarios, que frecuentemente no sabían nada del tema y solo tenían buenos contactos en el Gobierno, sobrecargaban los campos con un número excesivo de animales para obtener la mayor producción en el mínimo tiempo, terminando así con la delgada capa vegetal, que era arrastrada por el viento convirtiendo la estepa en un semidesierto. Más al norte, en la actual Región de Aysén, el “modelo magallánico” tuvo menos éxito por la inexistencia de grandes praderas naturales. De modo que desde inicios del siglo XX se comenzó a utilizar el fuego a gran escala, como la forma más fácil de eliminar los bosques que impedían el crecimiento de la hierba, habilitando así tierras para la ganadería; esto lo hicieron tanto colonos individuales como empresas de colonización. El proceso tomó mayor velocidad a partir de 1937, gracias a la irresponsable participación del Estado, que ponía como condición para la entrega de títulos de dominio que la tierra hubiera sido “limpiada” de árboles. Los incendios forestales dañaron alrededor de 3 millones de hectáreas en Aysén y en menor medida en Magallanes y la actual provincia de Palena; gran parte de esta
En la escuela de Raúl Marín Balmaceda - Foto Felipe González
superficie nunca pudo ser utilizada como tierra de pastos, no servía. Destrucción inútil. Aunque en parte se está recuperando, 80 años después aún quedan enormes superficies sin bosque ni señales de recuperación, especialmente allí donde antes hubo bosques caducifolios de lenga y ñire. Comenzando por el exterminio de los pueblos patagónicos originarios (intencional y no intencional), los errores cometidos por Chile en el modo en que abordó la ocupación y poblamiento de la Patagonia significó la muerte de muchas personas, crimen que quedó en total impunidad. Ello debería bastar para hacernos reflexionar en el siglo XXI sobre cómo se debe abordar este tema, a fin de no repetir, a mayor escala, los errores del pasado. Es cierto que ya no hay “indígenas”, pero la actual población y modo de vida en la zona de fiordos sigue siendo muy vulnerable y tal vez el Estado debería preocuparse más de ellos. La población rural de Aysén y Magallanes sigue siendo muy baja, no muy superior a la que había en tiempos de antes de la ocupación chilena; en su mayor parte se concentra en la vertiente oriental, más favorable; aún así, también vive poca gente y tiende a migrar a las ciudades. En el litoral y archipiélagos, aunque han aparecido espontáneamente algunos asentamientos de pescadores, otros se están despoblando. Se sabe que los pueblos originarios tuvieron un cierto impacto sobre la naturaleza, no podría ser de otra manera. Pero su número y tecnología eran muy limitados. La segunda oleada de habitantes (explotación ganadera, tala de cipresales, caza de lobos, etc.) tuvo un impacto enorme: genocidio selk’nam, grandes superficies de bosques incendiados y la pérdida del ciprés, por nombrar las más graves; sus consecuencias las vemos hasta hoy. Pero aun así, se mantuvo dentro de ciertos límites y la naturaleza se ha recuperado, en parte. *** La creación de los primeros parques en la Patagonia surge como respuesta a la destrucción, a veces manifiestamente inútil, que la ocupación y colonización estaba causando sobre la tierra, pastos, bosques y fauna. Desde un punto de vista político, es también una manifestación de la consolidación del dominio efectivo del Estado 42
chileno sobre el territorio, dominio que poco a poco iba avanzando hacia el sur. Luego de la rebelión mapuche de 1598 (“Batalla de Curalaba”), quedaron despobladas todas las ciudades que los españoles habían fundado entre el río Bíobío y la isla de Chiloé. A partir de esa fecha y por casi 200 años no hubo mayores intentos de ocupar este inmenso territorio, salvo la refundación de Valdivia en 1645, la que se mantuvo como un enclave rodeado de territorios mapuches, al que se accedía por mar o por una senda acordada con los indígenas. Recién en 1793 se refunda Osorno, como una forma de asegurar la comunicación hacia Chiloé. El avance por tierra hacia el sur del río Bíobío tuvo dos hitos: la llegada de colonos alemanes a partir de 1852 y, más al norte, la ocupación militar e incorporación de la porción de territorio mapuche que hasta entonces se había mantenido independiente (“Ocupación de la Araucanía”), proceso que se inició en 1861 y se extendió hasta 1883. A partir de esa fecha, quedaba definitivamente consolidado el dominio del Estado hasta Puerto Montt, conectando esa parte del territorio con Chiloé, que se hallaba bajo control chileno desde la época colonial. Finalmente, al menos la parte central del país estaba unida. Por otra parte, ya se habían establecido los límites con Argentina (1881), había terminado la guerra del Pacífico (1883) y el ferrocarril había llegado hasta Malleco (1884), en la Araucanía, lo que hacía posible la producción triguera a gran escala. El escenario era propicio para dar un gran impulso a la colonización, la quema masiva de bosques y la destrucción de los fértiles suelos, proceso relatado por el premio Nobel Pablo Neruda en su “Oda a la Erosión de la Provincia de Malleco”. Para preservar parte de la riqueza ambiental de este territorio, se dictó en 1879 la Ley sobre “Corta de bosques” que, como señala Memoria Chilena “dispuso que en la venta de terrenos pertenecientes al Estado en las provincias de Arauco, Valdivia y Llanquihue y en el Departamento de Angol, se reservara una faja de montaña de no menos de 10 kilómetros de espesor que recorriera todas esas provincias en sentido norte sur, formando una barrera verde para la contención de las aguas y la protección de las tierras agrícolas del
Flor de Ulmo - Foto Carlos Cuevas
valle longitudinal”. Sin embargo, los intentos conservacionistas impulsados desde el Estado no pudieron evitar una modificación drástica y brutal del paisaje. Aun así, es a partir de estas bases desde donde entre 1907 y 1913 se crearon las primeras áreas protegidas del país, comenzando por la reserva de Malleco. Aquí no estamos hablando tanto de ecología, de la cual aún no había mayor conciencia en la clase dirigente, sino por sobre todo de economía. La idea era reservar una parte de la riqueza forestal, para explotarla en el futuro, cuando el poder del Estado se consolidara y proteger las fuentes de agua para las explotaciones agrícolas. Se confundían entonces un poco los conceptos, no se entendía bien la diferencia entre tierras fiscales y áreas protegidas; pero poco a poco el Estado iba afianzando su dominio y su proyecto de mantener aparte extensiones de tierras, como también se estaba haciendo en otros países. Con el dominio chileno ya consolidado hasta Chiloé, desde allí hacia el sur existía un vacío casi total; un espacio por el que transitaban loberos, cazadores de nutrias, balleneros, buscadores de oro y cortadores de ciprés, todos ellos, de difícil fiscalización para el Estado, además de los indios, de los que se sabía muy poco. Era un enorme territorio en el que apenas existía un establecimiento nacional de cierta consideración: Punta Arenas, que marcaba malamente la presencia del poder central. Un poder que no fue capaz o no tuvo la voluntad de detener el genocidio indígena de fines del siglo XIX, el exterminio de cipreses, nutrias y lobos o, ya bien entrado el siglo XX, la quema de los bosques de Aysén. La creación de áreas protegidas en la patagonia fue un proceso lento, gradual y a destiempo, tal como en el resto del país. Hubo que vencer muchas resistencias y la incomprensión de una sociedad culturalmente orientada hacia Europa, que no veía mayor interés en nada que fuera chileno, menos aún en preservar terrenos salvajes, que, por el contrario, debían ser “civilizados”, si era necesario quemándolos. El primer parque nacional de Chile, Vicente Pérez Rosales, fue creado en 1926 en el límite norte de la Patagonia, luego de la visita en 1913 del ex presidente de los Estados Unidos, Theodore Roosevelt, quien pasó a la historia como el creador de la primera red 44
de áreas silvestres protegidas en el mundo. Ese mismo año (1913) el ferrocarril llega hasta Puerto Montt, lo que consolidó el dominio desde Santiago, al año siguiente, se inaugura el canal de Panamá (1914), dejando a Punta Arenas al margen de las rutas comerciales. El segundo parque nacional patagónico fue establecido en el extremo opuesto de la región, en 1945. Pero por si acaso, se creó donde no le pudiera molestar a nadie; en las islas que rodean el Cabo de Hornos. Sea como sea, ya había un proceso en marcha, muchas personas conscientes estaban horrorizadas ante la magnitud de la destrucción de bosques en la Patagonia, entre ellos Rafael Elizalde, que en 1958 escribiría su libro “La Sobrevivencia de Chile”. El siguiente gran paso fue dado en 1959, con la creación del parque nacional Lago Grey, en lo que antes eran tierras de uso ganadero, superficie que más tarde se ampliaría para formar el actual parque Torres del Paine, de 227.000 hectáreas. La historia de este parque es interesante, porque sirve como ejemplo de lo difícil que puede resultar la creación de un parque nacional. A partir del pequeño núcleo original de 4.332 hectáreas, el parque se fue ampliando mediante el aporte de tierras fiscales (en gran parte montañas y glaciares) y la donación de 12.000 hectáreas, hecha en 1977 por un particular, Guido Monzino. Como muestra de las dificultades, aún existe dentro de los deslindes del parque un terreno privado de 4.400 hectáreas, la Estancia Cerro Paine, dedicada a la cría de ganado. Lo más destacable sin embargo es el hecho de que Torres del Paine fue el primer parque patagónico creado, al menos en parte, sobre “tierras útiles”, es decir, aptas para la ganadería. Como era de esperar, este hecho acarreó la oposición de muchas personas, que consideraban que la existencia del parque significaría restar tierras al proceso productivo y afectar la economía regional, sin que se viera qué se podía obtener a cambio. El tiempo se encargaría de desmentirlos: actualmente Torres del Paine se ha convertido en uno de los pilares del desarrollo de Magallanes (150.000 visitantes por año) y es uno de los destinos turísticos más conocidos de Chile en el exterior. En la zona de fiordos la creación de parques y reservas tuvo una dinámica diferente, seguramente por tratarse de tierras con poca o ninguna utilidad para la ganadería y menos aún para la agricultura. Es cierto que existía un recurso forestal valioso, el ciprés de las Guai-
Isla Los Leones - Foto Gregor Siebรถck
tecas. Sin embargo ésta era una industria que ya estaba en declive: los bosques más productivos hacía tiempo que se habían arrasado y su explotación estaba ahora en manos de pequeños productores, en todo caso, con poco poder de presión sobre las autoridades. Eran (y son) tierras despobladas y estatales; no es de extrañar entonces que la creación de parques y reservas en esta parte del territorio fuera mucho más sencilla. Sin mayores obstáculos por parte de intereses económicos, se crearon aquí todas las áreas protegidas de gran tamaño que existen en la Patagonia: la Reserva Nacional Islas Guaitecas (1938) de 1,1 millones de hectáreas; el Parque Nacional Laguna de San Rafael (1959), inicialmente de un millón de hectáreas, ampliado luego a 1,75 millones; el Parque Nacional Alberto de Agostini (1965), de 1,5 millones de hectáreas; el Parque Nacional Bernardo O’higgins (1969), de 3,5 millones de hectáreas; la Reserva Nacional Alacalufes (1969), de 2,3 millones de hectáreas y la Reserva Nacional Katalalixar (1983), de 675.000 hectáreas. Si a estas grandes superficies se suman las 63 mil hectáreas del Parque Nacional Cabo de Hornos, ya mencionado y el Parque Nacional Yendegaia, creado en 2014, de 150.000 hectáreas, el total protegido es de 11 millones de hectáreas entre parques y reservas nacionales en la zona de los fiordos, incluyendo áreas cordilleranas y los campos de hielo. Esto es, 110.00 km2, la superficie de Austria y Bélgica sumadas, formando una extensión casi continua a lo largo de 1.500 kilómetros, en los que la presencia humana está limitada a unos cuantos pueblos de pescadores y donde no hay caminos o estructuras mayores, salvo una pista de aterrizaje en Laguna de San Rafael y unos cuantos faros para facilitar la navegación. Si toda esta superficie se uniera en un solo gran parque nacional sería el mayor del mundo. Hacia el oriente sin embargo, en la zona más poblada, de mayor interés económico y por tanto más amenazada, la situación de protección no es tan buena. Hay 13 Reservas Nacionales (552 mil hectáreas); 2 Parques Nacionales (247 mil hectáreas) y 5 Monumentos Naturales (720 ha). En total solo 800 mil hectáreas protegidas. Incluso si a estas superficies les sumamos otras, que corresponden más bien a la zona que hemos denominado “de los fiordos” (parques nacionales Hornopirén, Corcovado y Queulat), aún así no llegamos 46
a 1,3 millones de hectáreas, cifra que contrasta con las 11 millones antes mencionadas. Dijimos antes que la creación de parques y reservas era una manifestación del dominio del Estado sobre el territorio. Esto se trata de una decisión política que apunta a planificar y regular su uso, en aras del bienestar futuro de la sociedad y prescindiendo de posibles conveniencias o urgencias de corto plazo. Al revisar la actuación de los diversos gobiernos en esta materia, observamos que la década comprendida entre 1960 y 1969, durante los gobiernos de Alessandri y Frei padre, fue la más fructífera. Fue sin embargo durante el período del presidente Frei Montalva (1964 - 1969) que se puso bajo protección estatal la mayor superficie de tierras en la zona de los fiordos, con la creación de los parques nacionales Bernardo O’higgins y Alberto de Agostini, además de la reserva nacional Alacalufes. Ningún presidente antes o después de él ha creado más áreas protegidas. Esta fue también una década relevante porque en 1967 el gobierno de Chile ratificó como Ley de la República la Convención de Washington de 1940, que establece la “Protección de la Flora, Fauna y de las Bellezas Escénicas Naturales de los Países de América”. A excepción del derrocado presidente Allende, todos los gobiernos a partir de entonces han creado al menos una nueva área silvestre protegida, incluyendo la dictadura militar (1973 – 1989). Los privados han tenido un papel importante en la historia de la creación de parques y reservas en la Patagonia. Están las donaciones al Estado realizadas por Douglas Tompkins de la estancia Yendegaia, de 38 mil hectáreas, núcleo en torno al cual se creó el parque nacional del mismo nombre y la donación de 85 mil hectáreas que sirvieron como núcleo del actual Parque Nacional Corcovado; la compra de los diversos fundos que hoy constituyen el Santuario de la Naturaleza Pumalín; la compra de la estancia Chacabuco por The Conservation Land trust, el núcleo del futuro Parque Nacional Patagonia que unirá las actuales reservas Jeinimeni y Lago Cochrane.
Huemul, Reserva Nacional Lago Cochrane - Foto Archivo Tompkins Conservation
Es importante destacar también la creación en Chiloé del Parque Tantauco, de 118.000 hectáreas, por parte de quien fuera luego presidente, Sebastián Piñera. Todas estas tierras estaban al momento de su adquisición en poder de grandes terratenientes privados. Es interesante detenerse en los casos de las ex estancias Yendegaia y Chacabuco. Se comentó antes que el Estado, por múltiples razones incluyendo las presupuestarias, ha centrado su esfuerzo de conservación en tierras que no eran útiles para la ganadería, la agricultura o la explotación forestal. La compra en 1999 de Yendegaia permitió contar con un área “útil”, de fácil acceso por mar (y en el futuro por tierra) que tiene buenas condiciones para servir como área administrativa y de acceso de visitantes de todo el parque nacional; lo mismo ocurrió con la estancia Chacabuco, que es un valle a lo largo del cual va el camino principal que une esta zona con argentina, entrada Baker. Al igual que ocurrió en 1959 con el campo ganadero que después se transformaría en el parque nacional Torres del Paine, la compra de Chacabuco suscitó también algunas protestas ante los medios de comunicación, que dicho sea de paso contribuyeron a aumentar en 2 millones de dólares el precio que hubo que pagar por la propiedad. Pero tal como ocurrió antes con Torres del Paine, este parque se ha transformado en el más importante de Aysén, ya es ampliamente conocido a nivel internacional y a futuro será seguramente el más visitado del país, dando empleo a muchas más personas que las que trabajaron en los mejores tiempos de la antigua estancia. Esta ha sido aproximadamente la historia de la creación de los parques patagónicos; un intento realizado desde el Estado para rescatar algo de la antigua belleza natural, algo de lo que quedó luego de la segunda oleada de poblamiento: ganaderos, cazadores, buscadores de oro, taladores de ciprés. A partir de la década de los 80 del siglo pasado, comenzó una nueva oleada de poblamiento, la tercera. Primero, un intento de colonización fracasado organizado desde la burocracia estatal de la dictadura militar de la época; luego, pescadores y mariscadores en busca de locos, pelillo, merluza o centolla; junto a ellos, empresas que comenzaron la crianza de salmones, aprovechando la pristini48
dad y calidad del agua de los fiordos de Aysén, que aseguraba buenas condiciones para el desarrollo de los peces. Del intento organizado por la burocracia estatal no quedó prácticamente nada. Del intento privado espontáneo que protagonizaron los pescadores, sobreviven e incluso han prosperado algunos caseríos, que comenzaron siendo campamentos de palos y plásticos: familias completas llegaron a poblar pequeñas caletas, en lo que hoy son Puerto Gala y Puerto Gaviota, entre otros. Desde la época de los chonos son prácticamente los únicos intentos exitosos de poblamiento en esta zona de fiordos. Pero quienes sí prosperaron de verdad fueron las empresas salmoneras, que poco a poco fueron expandiéndose, pese al reconocido daño que ocasionan sobre el ambiente; pero, al final, parece que se están enfrentando a los límites de su propio desarrollo. Hay varias razones que hacen dudar de la sustentabilidad ambiental de los monocultivos salmoneros, así como de su capacidad para generar algún tipo de poblamiento estable en el tiempo. ¿Se repetirá nuevamente el esquema de llegar, extraer los recursos sin tomar en cuenta el medio ambiente y luego irse, dejando atrás ecosistemas devastados? Esta es una pregunta legítima, mal que mal es lo que ha venido ocurriendo a lo largo de toda la historia de la Patagonia. Pasó con la caza de ballenas, lobos y nutrias, con la tala del ciprés y del alerce, con el oro, con el petróleo, con la merluza, con el loco y con casi todo lo demás, incluso con las estancias ganaderas. Siempre el mismo esquema extractivista que genera grandes riquezas para unos pocos, durante unos cuantos decenios, a un altísimo costo ambiental y humano; pero lo que no es capaz de generar es desarrollo local y poblamiento. Actualmente la Patagonia occidental está bajo un nuevo tipo de amenaza, ya no solo derivada de algunos grandes capitales, más o menos nacionales, ni de la utilización de los recursos por la población local. Ahora se trata de megaproyectos: megaproyectos de acuicultura (cultivo de salmones), megaproyectos mineros (carbón), megaproyectos hidroeléctricos (represas) y quien sabe qué otros en el futuro, cada uno de ellos con su propia amenaza de destrucción. Megaproyectos, de empresas cada vez mayores y, lo más significa
Expediciรณn submarina con los amigos - Foto Eduardo Sorensen, Proyecto Frontera Azul
tivo, cada vez más internacionales. Se trata ahora de un “cambiode escala” entre quienes intervienen en la Patagonia, ahora va más en serio. El contexto es que lo que está pasando en la Patagonia occidental es un caso más de un proceso que avanza rápidamente en el mundo: la privatización y monetización de todos los bienes y servicios de los cuales se pueda sacar algún provecho, sea lo que sea que haya que sacrificar por el camino. Más allá de los daños sobre el medio ambiente, que discutiremos en el próximo capítulo, la industria salmonera ha tenido un impacto importante en la cultura y situación social de la población, generando condiciones de dependencia económica que la hacen vulnerable ante cualquier cambio o crisis. Actualmente es la principal fuente laboral para una parte importante de la población de Chiloé: trabajadores de plantas faenadoras y envasadoras, buzos, empleados de centros de cultivo, etc. Gente que antes dependía para su subsistencia de la producción agrícola, la pesca, la extracción de mariscos y la acuicultura de pequeña escala, hoy se ve impulsada a trabajar en la industria salmonera ante la sobreexplotación de los recursos del mar, la privatización del territorio marítimo y de las cuotas de pesca y la contaminación producida por la misma industria salmonera. Cabe señalar que la industria salmonera chilena es, en el mundo, la que tiene las jornadas laborales más largas, los salarios más bajos, y los más altos índices de accidentabilidad, especialmente entre los buzos. Esto mantiene a la población en una situación muy compleja e inestable, miles de trabajadores siempre en riesgo de perder su empleo ante cualquier baja del precio del salmón o las crisis sanitarias que los propios malos manejos de la industria generan o agravan: virus Isa (2007), alga Chatonella (2016). Antes de la industria salmonera, cuando una familia quedaba sin empleo podía dedicarse a la pesca, a mariscar, a recoger pelillo o ampliar la superficie dedicada al cultivo en su campo; ésta era la gran virtud de la economía chilota, que a diferencia de lo que ocurre en el resto del país fue desarrollada por familias propietarias de su tierra y con una base de conocimientos técnicos que los habilitaba para desempeñarse en varias actividades productivas complementarias. Parte de eso se ha perdido al irse los jóvenes a trabajar en los centros de cultivo, aunque todavía las familias conservan sus pequeñas granjas; pero 50
no por mucho tiempo, el negocio del monocultivo forestal está avanzando en Chiloé. Para entender mejor el problema de las salmoneras, habría que ampliar la mirada más allá del territorio que constituye el foco de atención de este libro, ya que esta industria abarca un amplio rango de actividades productivas, a lo largo de todo el país. Están las empresas de transporte, las empresas productoras de la harina de pescado que se usa para fabricar el alimento de los peces, las empresas que pescan el jurel, la sardina, la anchoveta y la caballa con las que se fabrica la harina de pescado, a razón de 5 kilos por kilo de salmón. Es una cadena productiva que mueve varios miles de millones de dólares anualmente, de la que dependen miles de familias, tanto de Chiloé como del resto del país. Se trata de un esquema económico en el que todo está orientado en dirección opuesta al desarrollo sustentable. En el que, por citar un solo ejemplo, se privilegia la construcción de un puente para unir Chiloé con el continente, contra la voluntad de su población que preferiría que se construyeran hospitales o se mejoraran los caminos de la isla. Porque todos sabemos que el puente para lo que más servirá será para abaratar los costos del siniestro negocio del monocultivo forestal, de las empresas salmoneras y de otros proyec tos de gran escala que se están tramando de espaldas a la población. Se trata de “Chiloé, la vía chilena al subdesarrollo” como se titula un documental recientemente estrenado en la televisión iraní. Respecto a la minería, el megaproyecto que representa la mayor amenaza para los ecosistemas patagónicos es actualmente el carbón. Aunque se sabe de la existencia de este mineral desde el siglo XIX y se le había explotado en pequeña escala desde hace tiempo, se hacía en pequeñas minas subterráneas con bajo impacto ambiental. Los planes actuales quieren extraer el carbón de Isla Riesco; la gran diferencia ahora es que la explotación sería a rajo abierto. Es decir, se quitaría la cubierta vegetal (bosques centenarios de lenga), el suelo y todo el material que se encuentra sobre el manto de carbón. La destrucción sería total. El proyecto cubre una extensión de 4 km de largo por 1,5 de ancho, 600 hectáreas de donde se removería toda la vegetación, incluyendo la tala rasa de 400 hectáreas de bosques; se estima que en un radio de 250 Km de Punta Arenas hay
Marea baja en Pitipalena - Foto Gregor Siebรถck
4 mil millones de toneladas de carbón en el subsuelo. Es cierto que la empresa a cargo del proyecto asegura que una vez agotada la producción, todo este material será repuesto y se reforestará con las mismas especies de árboles que antes existían. Aquí la mayor duda es sobre la confianza en que la empresa efectivamente lo haga, en circunstancias que la capacidad de control estatal y ciudadano han demostrado ser muy limitados en proyectos de esta escala; las empresas han mostrado ser poco transparentes y con gran capacidad para financiar las carreras de políticos que se convierten en sus principales defensores. El problema desde nuestro punto de vista es la tradición de considerar a la Patagonia como un “territorio de sacrificio”, un territorio lejano y poco poblado donde se pueden desarrollar formas de explotación económica que serían inadmisibles en otras partes del país. Desde la década del ‘90 se han intentado varios megaproyectos, algunos tan evidentemente irresponsables que consiguieron ser rechazados; otros no. Alumisa fue un caso emblemático de megaproyecto tramado a expensas de la población local, que logró ser detenido. Consistía en una planta reductora de aluminio que la empresa canadiense Noranda pretendía instalar en la comuna de Aysén, importando mineral de alúmina desde Australia para producir 440.000 toneladas anuales de aluminio, con una inversión de 2.750 millones de dólares. Consi- deraba la construcción de tres plantas hidroeléctricas, Río Cuervo, Lago Cóndor y Río Blanco, con sus respectivas líneas de transmisión eléctricas, además de un puerto, un embarcadero y una red de caminos. De construirse hubiera significado una contaminación importante del agua (residuos industriales líquidos) y del aire (lluvia ácida), por lo que suscitó la oposición no solo de grupos ambientalistas, sino de la poderosa industria salmonera. Pero tal vez el tipo de megaproyecto que suscita más preocupación son las represas hidroeléctricas destinadas a la producción de la energía que demandan las explotaciones mineras en el norte del país, por más que la propaganda señala que sin ellas “el país se quedaría a oscuras”. El proyecto Hidroaysén (por ahora detenido) considera la construcción de tres represas en los ríos Baker y Pascua. Es probablemente el conflicto ambiental que más rechazo ha 52
causado en la historia del país, con marchas multitudinarias tanto en la Región como en Santiago, bajo la consigna “Patagonia Chilena Sin Represas”. Otros proyectos son la central Río Cuervo de 640 MW que inundaría 13.000 hectáreas haciendo desaparecer los lagos Yulton y Meullín y pondría en peligro la ciudad de Puerto Aysén, situada aguas abajo; las centrales en los ríos Blanco, Puelo y Manso, entre otros. En el caso de los ríos Puelo y Manso, se trataría de centrales de paso; el problema aquí no radica en la inundación de estos valles, sino en las torres de alta tensión que según la propuesta de Mediterráneo S.A, cruzarían por la orilla del lago Tagua Tagua y del río Puelo, para atravesar luego el estuario de Reloncaví. Ninguno de estos megaproyectos hidroeléctricos puede llevarse a cabo sin la construcción de líneas de transmisión que lleven la energía hacia el norte, lo que no implica solo la construcción de las torres sino el pago de indemnizaciones a los propietarios afectados. Tampoco son suficientemente rentables para construirlas por sí mismos; tendría que ser el Estado quien les allane el camino y esto es justamente el tema central de la discusión actual: la Ley de Transmisión Eléctrica, impulsada por el ministro Máximo Pacheco. Esta iniciativa propone que sea el Estado quien establezca franjas fiscales, para luego entregarlas a los inversionistas privados. Estas franjas serían calificadas como de “interés público”, mediante un decreto, lo que haría más expedita su expropiación. De aprobarse esta ley, sería el Estado quien asumiría el costo de los estudios y evaluaciones, con fondos públicos; los afectados por las expropiaciones y el impacto visual que destruiría sus negocios turísticos tendrían pocas posibilidades de oponerse. Volviendo al tema de la industria salmonera, la mayor amenaza actual es su probable expansión a la región de Magallanes. Luego de que la débil regulación ambiental chilena les permitió contaminar las aguas de Chiloé y Aysén hasta un nivel que afectó gravemente a la propia industria, para continuar su expansión planean ocupar los fiordos al sur de la península de Taitao, que todavía se mantienen prístinos. Como comenta Juan Carlos Cárdenas (Ecocéanos), refiriéndose a las facilidades excesivas que otorga el Estado a las salmoneras, “…un “dos por uno”: te entrego una concesión, tú la contaminas y yo te doy una concesión de reemplazo”.
Despejando en Los Yanteles - Foto Eduardo Sorensen, Proyecto Frontera Azul
En este escenario parece inevitable que comiencen a surgir inquietudes nacionalistas, regionalistas o de simple sentido común; otro tanto está pasando en la Patagonia argentina. ¿Quién gana y quien pierde con estos megaproyectos?; ¿Cuánto dinero va a quedar en la zona?; ¿Generará empleo estable para sus habitantes o será solo una nueva invasión de trabajadores temporales durante el período de construcción?; ¿Qué grado de control político tiene la gente sobre su propio futuro? Son preguntas que nos hacemos. No estamos hablando de proyectos nacionales, enmarcados en un plan de desarrollo de las capacidades productivas del país y el bienestar común; ¿quién podría estar en contra de ello, aun cuando implicara un cierto daño al medio ambiente? Por el contrario, aquí se trata siempre de proyectos de corporaciones transnacionales, ajenas a todo control ciudadano y administrativo. En el mundo hay ya una amplia experiencia del comportamiento irresponsable de este tipo de empresas y de cómo se las arreglan para poner en jaque a países enteros; basta como ejemplo el desastre ambiental causado por Chevron en la amazonía ecuatoriana. Llegan, prometen empleo y desarrollo, pagan sobornos a funcionarios locales, financian las campañas de políticos que hacen luego leyes que los favorecen (Ley de Pesca), explotan los recursos y luego se van. La creación de parques nacionales y el desarrollo del turismo aprovechando las ventajas comparativas que brinda el hecho de contar aún con paisajes de calidad mundial ha demostrado ser la mejor opción de crecimiento económico para los habitantes de la Patagonia. Ello no implica oponerse a priori a todo proyecto económico, sino exigir su adecuación a normas superiores de manejo ambiental y, lo más importante, que la población tenga la posibilidad de ejercer control sobre los mismos. En otras palabras, que sean sus propios habitantes quienes decidan el tipo de desarrollo que más les conviene. Hasta ahora, en la Patagonia (y en el mundo) hemos conocido tres estrategias diferentes para la creación de parques nacionales. Este punto fue esbozado en el Prólogo, pero vale la pena profundizar un poco más en él. En primer lugar está la estrategia pública, impulsada desde el Esta54
do. En ese caso el gobierno decide la creación de un área protegida, destinando a tal efecto tierras fiscales. Este modelo ha tenido gran importancia en la historia de la creación de los parques chilenos, pero hoy parece haber perdido impulso. Tiene varias limitaciones. En la zona central del país, entre Puerto Montt y La Serena, la zona más poblada y por lo tanto más vulnerable, el hecho principal es que ya no quedan tantos terrenos fiscales y los que hay se encuentran en áreas de muy baja diversidad relativa de ecosistemas y especies, debido a que hace tiempo los mejores terrenos fueron ocupados y “limpiados”. Si el Estado quisiera rescatar algunas de las áreas naturales remanentes, que en esta zona tienen extraordinario valor para la conservación, tendría que adquirirlas a sus propietarios, a precios de mercado, que por la elevada densidad de población suelen ser muy altos. Resulta difícil justificar este gasto dadas las enormes carencias sociales en el país. No es el caso en la Patagonia, donde todavía existen amplias extensiones de tierras fiscales; en este caso el problema principal es la falta de voluntad política y, en el caso de los parques marinos, la presión de la industria salmonera, que teme ver limitadas sus posibilidades de expansión. Desgraciadamente, nuestra clase política debe estar entre las menos ecológicas del mundo, no entiende la importancia del tema y está muy dispuesta a ceder ante las presiones de la industria. La segunda estrategia es de tipo privada-pública. En este caso es un privado quien compra las tierras, normalmente a otros privados, hace el diseño, construye la infraestructura y lo dona al Estado con la condición de que sea declarado parque nacional. Aunque existen antecedentes previos de donaciones hechas por privados, este modelo filantrópico tuvo a Douglas Tompkins como principal exponente. Su aporte permitió la creación del Santuario de la Naturaleza Pumalín, Parque Nacional Corcovado y el Parque Nacional Yendegaia. A futuro se espera que Pumalín se convierta en parque nacional y que el resto de las tierras que compró sirvan para la creación del Parque Patagonia y la ampliación de la Reserva Nacional Alacalufes (transformándola en parque nacional). La principal virtud de este modelo es que permite la creación de parques en áreas de mayor diversidad y productividad biológica, que por ese motivo fueron alguna vez terrenos productivos, sin la limitante del dinero. La principal motivación en estos casos suele ser una necesidad interior de hacer un aporte
Bahía Tictoc, Parque Nacional Corcovado - Foto Gregor Sieböck
a la sociedad, dejar algo como una forma de trascender luego de la muerte. Desgraciadamente esta estrategia no ha tenido otros particulares que la repliquen, ya que todos los que han comprado tierras terminan dejándolas en su patrimonio y no la donan al Estado. En tercer lugar tenemos lo que podemos llamar modelo ecológico-social, de aplicación reciente en Chile, aunque con antecedentes antiguos en otros países, por ejemplo las “reservas extractivas” que impulsó Xico Mendez en Brasil, junto con otros recolectores de caucho y que junto con proteger su fuente laboral han permitido la conservación de la selva. Este es el modelo que está intentando desarrollar Fundación Melimoyu: una propuesta de trabajo ecológico social basada en la inclusión y participación de las comunidades locales, otras organizaciones ambientales, los propietarios privados de tierras, el Estado, los gobiernos regionales y comunales, las universidades y la sociedad civil. A diferencia de las anteriores, este modelo no considera la compra de tierras o de una concesión de mar, sino que pone a todos los actores públicos y privados a trabajar en conjunto; tiene el valor de involucrar profundamente a los habitantes locales, quienes participan de todas las etapas del proceso de creación del parque y luego de su administración. La importancia de las áreas silvestres protegidas y muy especialmente de los parques nacionales, como instrumento para la protección de la naturaleza, está reconocida en todo el mundo. Proveen un gran número de bienes y servicios: hábitats para la vida silvestre, belleza natural, lugares para la recreación, áreas adecuadas para realizar investigación científica, lugares para la interpretación de la cultura e historia del lugar, entre otros. Muestran los mejores atributos naturales que distinguen a cada país (imagen país), aportan una experiencia espiritual para los visitantes y son motivo de orgullo para la población local. Desde un punto de vista económico, han demostrado ser una estrategia eficiente de desarrollo, son ejemplos concretos de cómo crear polos de crecimiento en manos de las comunidades locales. A diferencia de otras estrategias de desarrollo, son capaces de crear una gran cantidad de puestos de trabajo independientes, a veces de temporada, pequeñas empresas familiares que brindan servicios 56
de alojamiento, de alimentación, de transporte, de guía turística, de venta de ropa y equipo especializado, etcétera; empresas que no requieren - y esto es muy importante - grandes capitales para su instalación. Lo anterior es claramente perceptible al visitar localidades cercanas a parques nacionales, tales como Puerto Natales, vecina al Parque Torres del Paine y es lo que está empezando a ocurrir en Cochrane respecto al Parque Patagonia. Otro aspecto muy importante a considerar es que la relativa facilidad para crear una empresa que preste servicios al turismo y la fuerte participación femenina en los empleos que genera, hace que tenga un carácter más “democrático”, del que carecen otras actividades; el dinero ingresado se reparte entre muchas más personas. ¿Quién no ha visto en los pueblos de la Patagonia como la gente arrienda sus patios para instalar carpas, construye una pequeña cabaña o desocupa un dormitorio y pone colchonetas para alojar mochileros, obteniendo así ingresos equivalentes a varios meses de trabajo? Otro aspecto de la conservación se refiere a los recursos destinados a su administración, los que lamentablemente son insuficientes. Chile se ubica en el puesto 42 a nivel global en financiamiento a la protección de la biodiversidad, asignando menos de US $ 1 por hectárea a sus áreas protegidas, lo que equivale a menos del 6% del financiamiento por hectárea que Costa Rica les otorga y solo el 11% y 22% de lo que les asignan por hectárea Argentina y Uruguay respectivamente. Estimamos que nuestro país debe aumentar en al menos 10 veces lo que gasta en parques. Cuando revisamos datos que nos indican que la mitad del territorio patagónico se encuentra en un área silvestre protegida, parece muy impresionante. Sin embargo estas cifras pueden ser engañosas: la mayor parte se encuentra en la zona de los archipiélagos cuya principal amenaza no es para los ecosistemas terrestres, sino para el ambiente marino. Además hay que tener en cuenta las diferencias entre los parques y reservas en cuanto a la protección efectiva que pueden brindar: en la línea costera de los parques nacionales no se pueden instalar cultivos de salmonídeos, en cambio en las reservas sí; el otro hecho relevante es que en los parques nacionales no se puede explotar el ciprés de las Guaitecas, pero sí en las reservas.
BahĂa Santo Domingo - Foto Archivo FundaciĂłn Melimoyu
Cabría preguntarse entonces ¿qué es lo que protegen aquí las reservas, si las dos únicas actividades económicas factibles de realizar, aparte de la pesca, no encuentran restricciones? Conviene agregar también que ni en los parques nacionales ni en las reservas de esta zona hay recursos para hacer fiscalización. Salvo el Parque Nacional Laguna de San Rafael, las unidades mencionadas no tienen mayor presencia de CONAF y en su mayoría tampoco un plan de manejo para su administración. En otras palabras, son verdaderos “parques de papel”. El ciprés se sigue extrayendo tanto de los parques (ilegalmente) como de las reservas (legalmente); también en algunos valles se ha detectado presencia de ganado vacuno, lo cual no sería un problema demasiado grave (son pocos animales), si no fuera porque le transmite enfermedades al huemul. Si la protección de los ecosistemas terrestres presenta dificultades, la protección de los ecosistemas marinos costeros ha sido casi nula. Aunque la primera área protegida fue creada en 1934 (una “reserva genética”, en Ancud), hasta casi terminar el siglo 20 solo existieron pequeñísimas superficies orientadas a fines de estudio o destinadas a la protección de algún recurso hidrobiológico específico. Fue recién en 1997 que las áreas marinas protegidas tomaron un nuevo impulso con la creación de la primera reserva marina, en el sector de La Rinconada de Antofagasta; posteriormente, el año 2003 se crea el primer parque, el Parque Marino Francisco Coloane, en la Región de Magallanes. En 2014 se dio otro paso, con la protección de 120.000 hectáreas en la costa continental (Tictoc-Pitipalena-Añihué), luego de un trabajo de más de seis años de nuestra Fundación y otras ONG. En 2015, en el archipiélago Juan Fernández se crearon el Área Marina Costera Protegida de Múltiples Usos “Mar de Juan Fernández”, los Parques Marinos “Montes Submarinos Crusoe y Selkirk”, “Lobería Selkirk”, “El Arenal”, “Tierra Blanca” y “El Palillo”, con una superficie total de 1.319.000 hectáreas. Además de las mencionadas, en los últimos años se han creado dos grandes áreas marinas protegidas en torno a pequeñas islas, es decir, protegen principalmente áreas de mar abierto. Estos son, el Parque Marino Motu Motiro Hiva, de 15 millones de hectáreas alrededor de la isla Sala y Gómez, creado el 2010 y el Parque Marino Nazca-Desventuradas, de 30 millones 58
de hectáreas alrededor de las Islas Desventuradas (San Félix y San Ambrosio). El Estado de Chile tiene un retraso de al menos 40 años en materia de creación y cobertura de áreas marinas protegidas continentales: hasta 2013 solo habían puesto bajo protección 80.000 hectáreas, pero en el 2014, en el gobierno del presidente Piñera, aumentaron a 200.000 hectáreas con la creación en 2014 de las mencionadas áreas marinas de Tictoc y Pitipalena-Añihué y a 16.500.000 con la creación de las nuevas áreas en Islas Salas y Gómez y Juan Fernández. El año pasado, en el gobierno de la presidenta Bachelet, se creó una de las áreas marinas protegidas más grandes del mundo, el parque marino Islas Desventuradas, de 30 millones de hectáreas. Pero evidentemente tenemos un problema: el 99% de la protección está en el territorio insular, alejados a miles de kilómetros de la costa, que es donde tenemos las mayores amenazas, porque allí se concentra la población y la actividad económica. Existe consenso de que esta desproporción exige un mayor esfuerzo en la zona costera. Para nosotros, el desafío principal en la etapa que viene es crear nuevas áreas marinas protegidas, sin descuidar la consolidación de lo hecho. Con ello queremos contribuir a generar un modelo de conservación territorial, que se pueda replicar a lo largo de la extensa costa chilena y aportar a que el país pueda cumplir con la meta comprometida de tener al menos el 10% de sus ecosistemas marinos protegidos para el año 2020. Es verdad que tenemos todavía muchas carencias en conservación marina, pero no hay que olvidar que tenemos uno de los sistemas de parques nacionales terrestres más espectaculares del mundo, ya que aproximadamente el 50% de la Patagonia terrestre forma parte del Sistema Nacional de Áreas Protegidas del Estado. Nuestro reconocimiento sincero a los esfuerzos que hicieron visionarios funcionarios estatales (de la Corporación Nacional Forestal y el ministerio de Bienes Nacionales), junto a privados como Douglas Tompkins, por crear áreas protegidas y enseñarnos a valorarlas.
Ranita de Darwin en Reserva Añihué - Foto Felipe González
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EL AMBIENTE TERRESTRE Y MARINO EN LA PATAGONIA OCCIDENTAL
Ballena Azul Foto Elsa Cabrera, Centro Conservaciรณn de Cetรกceos
Al sur de Puerto Montt, existe un territorio todavía escasamente poblado, con una superficie mayor que la del Reino Unido, cubierto de bosques templados, estepas, glaciares y varios miles de islas. Es la Patagonia Occidental, una de las regiones menos contaminadas, más hermosas y más interesantes del planeta. Una descripción sintética de este espacio geográfico sería la siguiente: un espinazo o columna vertebral, la cordillera de los Andes, que va primero en dirección norte-sur y luego va torciendo hacia el sur oriente y oriente, pero siempre por el medio del territorio, generando dos vertientes muy diferentes entre sí. Al occidente una extensa faja de archipiélagos, glaciares, fiordos, volcanes y montañas cubiertas de bosques; con un clima extremadamente húmedo como resultado de las precipitaciones y nubosidad casi constantes, no muy frío, pero con insuficiente calor durante el verano. En la otra vertiente en cambio, la oriental (vertiente N. más al sur), el clima es mucho más seco, llegando a ser árido en algunas zonas, con amplias superficies cubiertas de pastizales y algunos bosques, parte de los cuales fueron incendiados para ampliar la superficie ganadera, especialmente en Aysén. Es en esta porción del territorio y en unos pocos valles secos de la costa, donde habita hasta el día de hoy la mayor parte de la población; los archipiélagos siguen casi despoblados. En esta cordillera persisten hasta hoy tres grandes campos de hielo, relictos de la era glacial, cuando toda esta zona estaba cubierta por glaciares. Son, de sur a norte: el Campo de Hielo de la Cordillera Darwin, en Tierra del Fuego (2.300 km2), el Campo de Hielo Sur (16.800 km2) y el Campo de Hielo Norte (4.200 km2). El Campo de Hielo Norte es, en todo el planeta, el que más se acerca a la línea ecuatorial: se encuentra a la misma latitud que Austria o el centro de Francia, por ejemplo. Desde estas formaciones, las mayores reservas de agua del Hemisferio Sur fuera de la Antártida, se deslizan numerosos glaciares que llegan hasta el mar; el más conocido es el glaciar San Rafael, que se desprende del Campo de Hielo Norte. A modo de comparación, en Europa, Svartisen, el más cercano a la línea ecuatorial entre los glaciares que llegan al mar, está en la latitud 66º38’; compárese con San Rafael, en la latitud 46º40’S. Luego del fin de la era glacial y de la retirada de los hielos que con su enorme peso aplastaban toda esta zona, el suelo ha estado elevándose, en 62
un proceso que los geólogos llaman “ajuste isostático postglacial”. Y a medida que la tierra se fue elevando, algunos fiordos se obstruyeron o se volvieron más angostos, transformando en lagos lo que antes fue mar; éste sería el caso de lago Presidente Ríos en la península de Taitao. Se cree que los glaciares están retrocediendo rápidamente. El sistema de fiordos de la Patagonia occidental está constituido por una infinidad de canales y esteros producto de la acción modeladora del hielo, que excavó valles profundos que luego fueron invadidos por el mar. La forma característica de estos valles es la de una letra U, con farellones labrados por los hielos y materiales muy inestables, sujetos permanentemente a derrumbes y deslizamientos; sus fondos son planos, con lagos y lagunas entrelazados por ríos que fluyen lentamente, formando meandros y áreas pantanosas. Las peculiares características de este complejo sistema de interacción entre la tierra y el mar, como por ejemplo el hecho de que el mar puede internarse a más de 100 kilómetros de la línea de costa exterior, tienen consecuencias drásticas en los componentes bióticos y abióticos de sus ecosistemas. Cálculos del Servicio Hidrográfico y Oceanográfico de la Armada chilena (SHOA), permiten dimensionar mejor esta geografía: los miles de fiordos, canales e islas multiplican los 1.500 kilómetros de línea costera por un factor de 60, lo que da una longitud total de casi 90.000 kilómetros y convierten a Chile en uno de los países con la línea costera más larga en relación a su superficie. Sistemas de fiordos con características similares existen en tan solo cuatro regiones del mundo: norte de Europa, noroeste de América, Nueva Zelandia y Chile; sin embargo los fiordos chilenos son los menos conocidos, porque la poca investigación se ha centrado en unas cuantas especies de valor comercial. En un contexto mundial resultan notables por ser unos de los más grandes, más estructurados y los que más se aproximan a la línea ecuatorial: se inician aproximadamente en la latitud 41º40’S., lo que contrasta con los fiordos europeos, situados al norte del paralelo 56 o los canadienses, al norte del paralelo 48. Para ilustrar este contraste, recordemos que en esta latitud se encuentran en Europa algunas de las mejores y más cálidas playas del Mediterráneo.
Islas de Tictoc - Foto Eduardo Sorensen, Proyecto Frontera Azul
Esta combinación de elementos terrestres y marinos, esta riqueza de sus mares y los bosques que se extienden como una alfombra continua a lo largo de toda su extensión, hacen de esta geografía algo muy peculiar y atractivo para el turismo, pero sin la rigurosidad del clima de los fiordos de otras zonas del mundo. Las montañas y volcanes, con sus cumbres cubiertas de hielo y profundamente recortadas; la orientación de los fiordos en dirección de largas fallas geológicas, que permite ver a gran distancia, configuran un escenario de notable belleza, apto para la práctica del turismo de aventura. También la pesca y la navegación tiene gran atractivo: bosques que llegan hasta el mar, playas solitarias, islotes, roqueríos literalmente cubiertos de lobos marinos, marismas y la posibilidad de observar ballenas, elefantes marinos, orcas y delfines; incluso es bastante común ver ballenas azules, el mayor animal sobre el planeta: animales adultos en la Antártica llegan a alcanzar los 33 metros de largo y 150 toneladas de peso. Cuando las playas quedan secas en marea baja, dejan al descubierto grandes extensiones de choritos (mejillones), lo que permite realizar interesantes excursiones para cosechar esta especie, muy apreciada en la cocina chilena. En este entorno viven algunos de los ecosistemas forestales más frágiles y prístinos del planeta; son bosques primarios, que sin embargo, todavía no han alcanzado el desarrollo potencial que les correspondería en este clima. Esto se explica por las particulares condiciones en las que se desarrollan: la vegetación es el resultado de la interacción de la lluvia con la temperatura, el viento, la humedad relativa, el tipo de suelos, la radiación solar, y muchos otros factores, entre ellos el tiempo que ha tenido el suelo para desarrollarse después de quedar liberado del hielo de la última glaciación, la mayor o menor cantidad de cenizas volcánicas que lo fertilizan, la exposición más o menos soleada (según mire al norte o al sur) y la maduración que ha alcanzado la sucesión ecológica. Solo allí donde existen condiciones locales verdaderamente favorables (suelo profundo, buen drenaje, protección del viento, etc.) el bosque llega a alcanzar su pleno desarrollo. Una característica que se debe destacar, es el hecho de que estos bosques llegan hasta el océano, una situación muy poco común si se mira en el contexto de los bosques de clima templado en el mundo, largamente eliminados para dejar lugar a campos y ciudades. 64
El bosque predominante es del tipo siempreverde, es decir, que no pierde sus hojas en otoño. A diferencia de lo que ocurre en otras zonas de fiordos, aquí no observamos monótonos bosques fríos de coníferas. Por el contrario, este bosque, se caracteriza por su biodiversidad, por estar organizado en varios estratos, cada uno de ellos poblado por especies adaptadas a diversa intensidad de luz, y por la gran presencia de musgos, plantas trepadoras y epífitas cubriendo los troncos, junto a enormes helechos, lo que les da en ocasiones un aspecto que recuerda una selva tropical (“selva fría”). La especie dominante es el coihue de Magallanes, frecuentemente acompañado de canelo, tepa, mañío hembra, mañío macho y coihue de Chiloé. En condiciones favorables y hacia el norte aumenta la participación de otras especies de árboles tales como tineo, tiaca, luma, arrayán y coihue común, con un sotobosque de bambúes (quila), tepú, picha, michay, sauco del diablo y otros de la familia de las mirtáceas. Hacia el sur y en condiciones menos propicias tiende a darse un bosque más simple y más abierto, con predominio absoluto de coihue de Magallanes en el dosel superior, interrumpido por amplias extensiones de turberas; a veces puede tomar también la forma de un matorral denso de coihue de Magallanes o de tepú (tepuales). Constituyen un paisaje vegetal muy complejo, que se distribuye formando un mosaico de bosques, turberas, matorrales y áreas casi desprovistas de vegetación, el que lentamente se va modificando, a medida que avanza la sucesión ecológica y los suelos se hacen más profundos. Otro tipo de bosque muy frecuente son los “cipresales”, caracterizados por la presencia de la conífera ciprés de las Guaitecas. Se desarrollan sobre suelos turbosos, saturados de agua, principalmente en áreas bajas próximas al litoral y a lo largo de los ríos; también aparecen sobre “mallines” (lugares pantanosos) en situaciones de mayor altitud, pero siempre lo característico de este tipo de bosque es que ocupa suelos muy húmedos, cubiertos de musgos. Puede formar bosques puros y también bosques mixtos con tepú; otros árboles típicos de los cipresales son el canelo, el notro, el avellano, el coihue de Chiloé y el tineo; bajo la cubierta de árboles, especies frecuentes son Astelia pumilia, Donatia fascicularis y coicopihue. En general su composición florística es bastante homogénea a pesar de su amplia distribución. Aunque el ciprés es un árbol que puede alcanzar gran
Parque Nacional Corcovado - Foto Antonio VizcaĂno
altura, normalmente se le ve como árbol pequeño o como troncos quemados, de pie, muy rectos, que destacan en el paisaje por su color blanquecino. La mayor parte de los cipresales fueron talados por la excelencia de su madera, que no se pudre; desgraciadamente, fue una práctica común incendiar el bosque para facilitar la extracción de la madera. Aún existen localidades donde la principal actividad económica es la explotación y comercialización de la madera de ciprés de las Guaitecas, como es el caso de Caleta Tortel, al sur de Aysén.
ubicados en áreas de fácil acceso. Los fachinales son asociaciones similares, pero con al menos un 60% de su superficie cubierta de árboles. Turberas y fachinales tienden a ocupar el fondo plano de los valles glaciales, así como otras áreas planas al centro de las islas, que antiguamente fueron bosques de ciprés de las Guaitecas. Hacia el sur de esta zona, las turberas tienden a predominar, mientras que los bosques se ven confinados a sectores protegidos, tales como quebradas.
Finalmente, en la parte alta de las montañas puede observarse en otoño un tipo de bosque más colorido que contrasta con la uniformidad verde del paisaje forestal. Son bosques y matorrales caducifolios que crecen cerca del límite superior del bosque y en la periferia de los glaciares. Son normalmente achaparrados, compuestos de lenga y ñire. Más al sur, en Magallanes, este tipo de bosque llega hasta el nivel del mar; es allí donde lo vemos en su pleno desarrollo: extensos bosques de lenga, de troncos altos y gruesos de los que cuelgan líquenes de color ceniciento; en sus ramas crecen hongos comestibles del género Cyttaria, que por su abundancia fueron conocidos como “pan de indio”.
Los suelos tienen escaso desarrollo y son muy frágiles. Una parte importante tiene problemas de drenaje, especialmente al fondo de los valles; en otros casos, la excesiva pendiente hace que sean delgados y muy susceptibles a sufrir derrumbes: solo la vegetación con su maraña de raíces evita que el suelo se deslice. Pero a veces la tierra cede, como ocurrió el 2002 en Buill, en el fiordo Reñihué o el 2007 en el fiordo Aysén, donde provocó un tsunami; en ambos casos con víctimas fatales. Estas características hacen que los suelos sean inapropiados para la agricultura, la ganadería o cualquier actividad económica que implique remover la cubierta vegetal, como lo ha demostrado el fracaso de sucesivos intentos de colonización, el más reciente en la década del 80 del siglo XX, durante la dictadura militar.
Otros ecosistemas no forestales, pero también muy característicos, son las turberas y fachinales. Allí donde el suelo es plano y el agua de la lluvia tiene mal drenaje, se desarrollan extensas turberas, saturadas de agua, con algunas mirtáceas, ericáceas, ciperáceas, pequeñas plantas carnívoras, musgos y en ocasiones, coníferas enanas. Forman una especie de prado esponjoso muy característico de esta parte de la Patagonia, con plantas en forma de cojín por en el que es difícil transitar y del que fluyen aguas cargadas de una sustancia amarillenta debido a la presencia de ácidos húmicos. Las turberas más características están constituidas por una comunidad de Astelia pumila y Donatia fascicularis, que cubre grandes extensiones. La turba es un material de origen vegetal, poroso, no consolidado, constituido por materia orgánica solo parcialmente descompuesta, acumulado en ambientes saturados de agua en los que la falta de oxígeno y la acidez impiden su descomposición normal. Dichas propiedades hacen que sea un recurso valioso que tiene gran demanda, por lo que estos ecosistemas son muy vulnerables cuando están
Pero si el ambiente resulta poco apto para el asentamiento humano, es en cambio un paraíso para la vida animal y vegetal. La diversidad de situaciones producto del entrecruzamiento entre la tierra y el mar (¡90.000 km de costa!), crean muchos tipos diferentes de hábitats, en los cuales la fauna puede satisfacer sus necesidades de espacio, cobijo, alimento y reproducción. Así, hay ambientes de costa rocosa, de bosque, de río, de laguna, de playa, de turbera, de marisma y ocasionalmente de pradera. La formación de ecotonos, es decir, áreas de contacto entre un ambiente y otro, permite una mayor concentración de fauna, ya que albergan a las especies de cada uno de esos ambientes y dan la posibilidad de observar a especies de paso, que se cobijan en uno y encuentra su alimento en otro, o bien su alimento en uno y, en otro, su lugar de reproducción. Se trata de un verdadero puzzle biogeográfico, un gran mosaico en el cada fiordo es diferente.
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Arrayanes - Foto Archivo Tompkins Conservation
Las especies más notables de mamíferos terrestres son el puma o león, un pequeño ciervo, el pudú; un gato conocido como huiña; dos especies de zorros (culpeo y chilla); varias especies de roedores, el mayor de los cuales es el coipo, muy perseguido en el pasado por su valiosa piel; tres mustélidos, el quique, y dos especies de nutrias: la de río (huillín) y la de mar (chungungo), que también fueron muy perseguidas por su piel. Algunas zonas remotas cobijan hasta hoy un cierto número de huemules. Casi todas estas especies tienen serios problemas de conservación, ya no tanto por la caza, sino por la destrucción de sus hábitats. Para ellas, la patagonia es su última posibilidad de supervivencia. En ambientes acuáticos principalmente de agua dulce (aunque en esta zona esa distinción no es tan fácil de hacer), encontramos especies de patos y gansos: pato jergón grande, pato real, pato cuchara, pato quetro volador, pato cortacorrientes, caiquén y caranca; varias especies de garza: garza blanca, garza mora y guairavo; dos especies de cisnes: el cisne de cuello negro y el coscoroba, junto a otras como la tagua, el martín pescador, el pidén y la huala. En el bosque sobresalen el carpintero negro, la cachaña, el picaflor, el chucao y el hued-hued muy llamativos; también la paloma torcaza y una infinidad de pequeños pajaritos: el rayadito, el cometocino y el fío-fío, entre muchos otros. Así describió Darwin al chucao: “A veces se oye el canto del cheucan a dos pasos, pero por mucho que se busque no se encuentra el pájaro; en otras ocasiones basta permanecer inmóvil unos instantes y el animal llega hasta pocos pies de distancia del observador con la mayor familiaridad; después se marcha con la cola levantada, saltando entre las masas de troncos podridos y ramajes”. Finalmente, en las posiciones superiores en la pirámide trófica están el cóndor, el jote, el águila, el tiuque, el traro y el tucúquere, todas especies fáciles de observar. A pesar de que el flamenco chileno vive de preferencia en lagunas salobres situadas en la parte seca de la patagonia, durante sus migraciones llega hasta los fiordos y descansa en zonas húmedas cercanas. En los ambientes marinos sin embargo, es donde se puede observar la mayor diversidad de aves: pato vapor, gaviotas, cormoranes, petreles, pingüinos, pilpilenes, rayadores, fardelas, zarapitos, albatros, entre muchos otros. Una de las especies más características es el 68
ganso llamado caranca, que siempre se ve en pareja en las rocas del borde marino, el macho blanco y la hembra oscura; también son comunes los cisnes de cuello negro. El clima es lluvioso, sin embargo tiene una dinámica muy activa que se manifiesta en chubascos de lluvia torrencial, sol radiante, cielos cubiertos y cielos estrellados…a veces todo ello en un mismo día, lo que imprime una particular belleza al paisaje. La cordillera de los Andes, por su disposición norte-sur, actúa como barrera orográfica, provocando que la mayor parte de las precipitaciones traídas por los vientos predominantes, del Oeste, caigan en la vertiente occidental; de aquí su nombre: “clima templado frío de costa occidental”. Las precipitaciones son abundantes y frecuentes, con promedios de alrededor de 3.000 a 4.500 mm., alcanzando su máximo en los meses de mayo a agosto, que son también los más fríos. En otras palabras, hay un exceso hídrico durante todo el año, sin que se pueda hablar por tanto de meses secos; esto produce escorrentía superficial muy abundante y saturación y anegamiento casi permanente de los sectores planos, con gran número de pequeñas corrientes de agua. Pero realmente no se sabe muy bien a cuanto llegan los promedios de lluvias, ya que hay pocas estaciones meteorológicas, con registros escasos; en todo caso al parecer en ciertos años y lugares se alcanzan máximos de 6 a 8 metros. En la telaraña de fiordos y canales, casi todas las combinaciones posibles de exposición a la luz del sol, vientos, altitud, agua caída, nieblas, etc., dan origen a muchos tipos de microclimas. Algo que caracteriza a este clima son las temperaturas moderadas: ni mucho frío ni mucho calor y las abundantes lluvias, que tienden a disminuir (pero no mucho) durante los meses de verano; ello se debe a la influencia oceánica, que suaviza las oscilaciones. La variación anual de las temperaturas medias en la costa de Aysén es de solo 6 a 7°C; las medias de Enero son de 10 a 13°C a nivel del mar; en julio la temperatura media varía entre 4 y 7°C. Pero si la estacionalidad del clima es poco marcada, sí se manifiesta en la variación de las horas de luz; en verano las jornadas son largas, de 16 a 18 horas, en cambio durante el invierno hay solo 8 a 10 horas de luz. Los vientos son más fuertes en los meses de verano: en los meses fríos, la ocurrencia de calmas alcanza al 50%. El período favorable al cre-
Puma Valle Chacabuco - Foto Archivo Tompkins Conservation
cimiento vegetal es de solo 4 meses, lo que dificulta la maduración de la mayoría de los cultivos. Este hecho, más que las excesivas pendientes, los problemas de drenaje del suelo o lo delgado de la capa de suelo fértil es el factor que mayor incidencia ha tenido, al impedir la actividad agrícola. Hay diferencias importantes entre el litoral de costa continua del centro y norte del país y estos canales y fiordos interiores del sur patagónico. Por mencionar solo algunas: la ausencia del oleaje oceánico libre, las fuertes corrientes, una menor salinidad, la gran profundidad a metros de la costa (paredes casi verticales), el relativo abrigo de los vientos y la gran diversidad de ambientes. Desde el punto de vista de su ecología, se puede considerar que los fiordos funcionan como un vasto sistema de tipo estuarino, muy complejo a causa de la dinámica producida por las corrientes, mareas y distintas densidades del agua, entre otros factores, que combinados con la forma irregular de las costas y la gran abundancia de nutrientes, dan origen a ecosistemas únicos, mosaicos heterogéneos y de gran productividad biológica. El gran aporte de agua dulce proveniente de la lluvia, el derretimiento de la nieve y las miles de pequeñas corrientes, produce en el mar una capa superficial de aguas de baja salinidad, lo que se acentúa en la desembocadura de los grandes ríos; frente a la casa del guardaparque de Bahía Tictoc por ejemplo, se midió una salinidad superficial del 20%. Esta capa superficial tiende a no mezclarse con la capa inferior, se encuentra a menor temperatura y se desplaza con dirección al mar abierto. Por debajo de la capa mixohalina superficial hay penetración de aguas oceánicas más salinas (31 a 32 ‰) y por lo tanto más densas, pero incluso en estas aguas profundas, la salinidad puede ser un 3% más baja que en el mar exterior a profundidades semejantes. Estas características de las aguas interiores contrastan espectacularmente con las del mar agitado que golpea las costas exteriores, siempre expuestas a las grandes olas oceánicas y a las tormentas, tan comunes en estas latitudes. Tal como ocurre más al norte, las rocas están tapizadas por comunidades de algas pardas (huiros, cochayuyo), capaces de resistir el violento embate de las olas; la fauna es diferente, adaptada a estas condiciones ambientales, tan distintas a las de los tranquilos fiordos interiores. La mayor parte de 70
las especies de importancia comercial desova en la costa expuesta y después sus larvas y juveniles se desplazan hacia los fiordos y canales interiores. Debido a su origen glacial, la profundidad de los fiordos puede sobrepasar los 200 ó 300 metros aun a muy corta distancia de las orillas y alcanzar a veces gran profundidad, como en el caso del canal Jacaf, con 690 m. de profundidad o el canal Messier, con 1.270 m.; ello permite el desarrollo de una fauna distinta, propia de aguas tranquilas, profundas y ambientes poco iluminados. Coexistiendo con estos ambientes de aguas profundas, existe un sistema complejo de extensas marismas sedimentarias, zonas bajas y sistemas tipo delta, sometidos a la influencia de las mareas; esto es particularmente notable en la desembocadura de algunos ríos, tales como el Vodudahue, el Palena y el Baker, que dan origen a áreas extensas sucesivamente cubiertas y descubiertas por las mareas. Chaitén es un buen ejemplo, como se vio dramáticamente demostrado luego de la erupción del volcán del mismo nombre, cuyos sedimentos, arrastrados por los ríos, junto con destruir gran parte de la ciudad, hicieron retroceder decenas de metros la línea de la costa, creando nuevas tierras en pocos días. Uno de los aspectos más significativos y menos comprendidos del funcionamiento de estos ecosistemas, es la profunda interacción que existe entre la tierra y el mar, que hace que cualquier alteración de uno de estos sistemas repercuta directamente sobre el otro. Los estrechos fiordos se internan profundamente en los cordones cordilleranos, como arterias, llegando a veces hasta los mismos glaciares, rodeados de una selva húmeda que llega hasta el borde mismo del mar, solo limitada por la línea de las más altas mareas y la salpicadura de las olas; los ríos aportan su carga de piedras, cenizas volcánicas y sedimentos glaciales, sometidos al influjo de las mareas y los vientos oceánicos templados, cargados de lluvia, que soplan del Oeste. Hay un aporte significativo de material vegetal proveniente del bosque de las orillas, el que sufre un reciclaje rápido y eficiente, realizado por organismos marinos: al mezclarse con el agua del mar, los humatos floculan y se depositan formando capas de color pardo, en las que se desarrollan bancos de cholgas y choritos. A pocos centímetros de donde comienza el bosque, puede verse en las
Islote El Macetero, Fiordo Pitipalena - Foto Gregor Siebรถck
rocas una franja continua de choritos, cuyo ancho corresponde aproximadamente a la diferencia entre las mareas; aves típicas de ambientes de agua dulce nadan en el mar buscando su alimento, la nutria de río es aquí también una nutria de mar y colonias de lobos marinos usan estas rocas y el mismo bosque como refugio. La alta productividad biológica se debe entre otras razones a la influencia de la Corriente de Deriva del Oeste (CDO) o Corriente Circumpolar Antártica (CCA). Esta es una importante corriente superficial oceánica que fluye de oeste a este y golpea el continente sudamericano en la latitud 41°S, trayendo aguas frías, ricas en los nutrientes necesarios para el florecimiento de la vida marina. Al llegar al continente la corriente se divide en dos: una que va hacia el sur, la Corriente del Cabo de Hornos, y otra que va hacia el norte, la Corriente de Humboldt. Estos flujos de aguas frías y las zonas de afloramiento asociadas dan lugar a una de las pesquerías más productivas del mundo. Resulta paradojal que mientras los ecosistemas terrestres parecen “agobiados” por las condiciones climáticas, los ecosistemas marinos sean tan ricos y complejos. Los ecosistemas terrestres y marinos tienen también un papel importante en la regulación de la composición de gases en la atmósfera al actuar como “sumideros de carbono”. Este concepto proviene del Protocolo de Kyoto, y se refiere a la capacidad de un ecosistema de retener el carbono atmosférico, impidiendo que vuelva a la atmósfera. Se está descubriendo el rol de los fiordos en su capacidad de retener el carbono: su gran productividad y la fotosíntesis realizada por microalgas tiende a terminar depositada en las profundidades del mar, donde se mantiene, constituyendo un efectivo deposito de carbono. El paisaje terrestre, constituido por una combinación en diversas proporciones de zonas cubiertas de bosque siempreverdes, cipresales, turberas y otros humedales, siempre muy entremezclados, también es eficiente como sumidero de carbono, especialmente en el caso de las turberas. Estas retienen el carbono como material vegetal no descompuesto, que se va acumulando, pudiendo alcanzar varios metros de espesor. Se ha estimado que las turberas que solo cubren el 3% de las tierras emergidas del planeta, contienen dos veces el carbono almacenado en todos los bosques del mundo. También los bosques, pese a su lento crecimiento, son significativos 72
en su capacidad para secuestrar carbono, debido a que las bajas temperaturas tienden a enlentecer la descomposición de la vegetación, que se acumula en forma de troncos no descompuestos y materia orgánica del suelo, casi siempre saturado de agua. Las mareas son la fuerza principal que actúa para la renovación de las aguas del sistema. Su dinámica es compleja y la diferencia entre marea alta y marea baja puede variar mucho entre lugares muy cercanos, 2 o más metros. Si al norte del canal de Chacao la línea costera es recta y está orientada de N a S, lo que permite cierta regularidad, desde allí al sur, lo intrincado de los fiordos modifica tanto la hora de la marea, como su amplitud. Los desfases horarios de las mareas pueden producir corrientes muy fuertes en algunos lugares, en contraste con las aguas quietas de los fiordos cerrados. Se han observado amplitudes de marea de hasta 8 metros. En síntesis, la variedad de ambientes y nichos ecológicos marinos disponibles en los fiordos es mucho mayor que en la costa expuesta. Diferencias de salinidad, de exposición al oleaje, de profundidad del fondo oceánico, de nutrientes, de aportes de sedimentos, etc., producen una serie de características distintivas de la flora y fauna marinas, siendo las más significativas la gran biodiversidad y productividad biológica. Los seres vivos tienden a organizarse en bandas o estratos bien definidos, determinados principalmente por los gradientes de salinidad y luminosidad. La mayor productividad primaria (zona iluminada o eufótica) se concentra en el estrato superficial de aguas menos salinas; hacia abajo predominan organismos detritófagos y filtradores y sus depredadores. Los ambientes rocosos de la zona intermareal se caracterizan por el desarrollo de comunidades bentónicas de poca diversidad relativa, pero donde cada especie posee en cambio un gran número de individuos; estas comunidades constituyen sin embargo un mosaico ecológico muy complejo debido a diferencias locales tales como aporte de sedimentos, tipo de sustrato, pendiente, corrientes de marea, aporte de agua dulce, etc. Es muy difícil hacer una descripción general de la comunidad bentónica existente en los sustratos rocosos de los fiordos patagónicos. Tal como cuando vamos subiendo en una cordillera, al descender bajo el agua observamos que en las abruptas paredes submarinas
Fernando Luchsinger filmando en Islas Las Hermanas - Foto Eduardo Sorensen, Proyecto Frontera Azul
comienzan a aparecer uno tras otro diversos pisos de vegetación y van modificándose las comunidades de fauna, no en cosa de cientos de metros como ocurre en tierra, sino casi metro a metro. Estos “pisos bentónicos” submarinos son muy poco conocidos y hay un gran número de especies completamente nuevas para la ciencia esperando ser descubiertas, como indican recientes expediciones científicas. Esto es importante destacarlo, ya que por falta de investigación, hasta hace algún tiempo existía la opinión de que los fiordos eran pobres en cuanto a diversidad de especies, error que ha sido repetido (y aceptado) en declaraciones de impacto ambiental, facilitando la entrega de concesiones acuícolas. Sirva como ejemplo de ello la siguiente descripción del medio marino que forma parte de un declaración de impacto ambiental aprobada en 2005: “Descripción Sistema Bentónico: el sustrato está constituido por grandes conformaciones rocosas sobre la que se deposita una fina capa de detritos tubícola y. en general biota en muy baja diversidad. En ciertos sectores el sustrato se encuentra cubierto de restos calcáreos. Los invertebrados se están representados principalmente por el grupo de los Cnidarios entre los cuales se observan principalmente Antozoarios no identificados de diversas familias y equinodermos de la clase Asteroidea”. Actualmente la región chilena de los fiordos está siendo reconocida como un “hotspot” de biodiversidad. Los inventarios de especies han sido hasta ahora preliminares e incompletos, por falta de recursos y dificultad de acceso; la investigación normalmente se ha limitado a dragar los sedimentos blandos del lecho marino y a estudios de la zona intermareal. Como señalan científicos de Fundación Huinay, “La enorme diversidad de ambientes recién está comenzando a ser inventariada, augurándose el hallazgo de un número importante de especies y comunidades completas, absolutamente nuevas para la ciencia. Ejemplos destacados de comunidades nuevas son los bancos de corales de aguas frías y las comunidades de bacterias quimiótrofas en aguas someras de los fiordos de la patagonia norte”. Desgraciadamente, la industria salmonera se expande con gran rapidez e instala sus centros de cultivo en áreas completamente desconocidas para la ciencia, jamás investigadas. Resulta por tanto 74
de la máxima urgencia realizar estudios de biodiversidad, para contar así con una base científica para regular la instalación de centros de cultivo. Los corales han sido ampliamente reconocidos como uno de los ecosistemas más espectaculares del planeta, formando arrecifes en la zona tropical-subtropical que son incluso visibles desde el espacio. Los corales de aguas frías, en cambio, muy poco conocidos, se encuentran en latitudes altas, en aguas normalmente muy profundas, de 700 a 2.000 metros y aún más, 4.000 a más de 6.000 metros en el caso de algunas especies. Aunque se desarrollan en condiciones muy diferentes de sus parientes tropicales, al igual que estos pueden formar bancos o arrecifes complejos. La observación y estudio de los corales de aguas frías solo fue posible desde hace 20 años, gracias a la utilización de la tecnología más moderna; estas exploraciones están cambiando la creencia popular de que los corales están confinados a regiones cálidas. Recientemente han sido descubiertas en los fiordos patagónicos corales de aguas frías viviendo en aguas muy superficiales, incluso a 7 metros, lo que era un fenómeno desconocido en este tipo de especies. Anteriormente sólo se conocían corales viviendo a 40 metros, en Tasmania, aunque como se explicó, normalmente se desarrollan en aguas mucho más profundas. Sólo recientemente se ha comenzado a entender algunas de las complejidades de estos ocultos ecosistemas, tridimensionales, que constituyen el sustrato donde habitan muchas otras especies tales como esponjas, poliquetos, crustáceos, moluscos, equinodermos, briozoos y peces, la mayoría desconocidas. Las actividades económicas que afectan a los corales de aguas frías en Chile son: el arrastre de fondo en el talud continental (300-600 m; camarón, gamba); el palangre de profundidad para la captura de bacalao de profundidad; la materia orgánica de los centros de cultivo y la extracción ilegal por buceo en Chiloé. Desgraciadamente en nuestro país no existe ninguna disposición o norma específica con relación a estas especies. Los choritos (mitílidos), forman también grandes bancos o arrecifes. Desde el punto de vista de la ecología, cumplen un rol similar al de los corales en cuanto a servir de refugio a numerosas especies, pero
Nudibranquio - Foto Eduardo Sorensen, Proyecto Frontera Azul
en aguas poco profundas y menos saladas. Un ejemplo de comunidad muy característica, es la formada por choritos, los crustáceos Hemigrapsus crenulatus y Elminius kingii y el briozoo Conepeum seuratiiformis. La existencia de estos bancos significa una fuente de alimento de gran valor nutritivo, fácil cosecha y conservación; son por consiguiente un elemento central para entender la economía y el poblamiento de esta región, desde tiempos inmemoriales, tal como lo atestiguan los numerosos conchales indígenas, frecuentemente en los mismos lugares utilizados por mariscadores actuales. La importancia comercial de choritos y otros mitílidos emparentados como la cholga y el choro zapato ha llevado a su agotamiento en algunos sectores, lo que ha obligado a establecer cultivos, largas cuelgas suspendidas desde flotadores. Pero a diferencia de los cultivos salmoneros, los cultivos de choritos no reciben alimentación artificial y su impacto sobre el medio ambiente es mínimo.
la luga negra, la luga roja y el pelillo, tienen gran importancia comercial como productoras de carragenina, un polisacárido utilizado para for mar coloides viscosos tipo gel, de gran uso por parte de la industria alimentaria. Son explotadas tradicionalmente por recolectores de orilla en marea baja y también cortadas por buzos mariscadores; debido a su agotamiento, están también siendo cultivadas. Las praderas de algas son conocidas por ser uno de los ecosistemas con mayor productividad biológica del planeta.
Otro ecosistema muy característico son los “bosques” y “praderas” de algas. Los bosques de algas son formaciones principalmente de huiro, especie que crece adherida al fondo marino, pero permanece flotando gracias a que tiene estructuras con gases en su interior, extendiendo sus cuerpos o “talos”, de varios metros de largo. Forman ecosistemas tridimensionales, verdaderos bosques sumergidos, que sirven como refugio y sustrato para muchas especies, entre ellas, varias de importancia comercial. Como observó Darwin en su viaje por estas latitudes: “No puedo comparar estos grandes bosques acuáticos del hemisferio meridional más que a los terrestres de las regiones intertropicales. Seguramente la destrucción de un bosque en cualquier país, no entrañaría con mucho la muerte de tantas especies animales como la desaparición del macrocystis. Entre las hojas de esta planta viven muchísimas especies de peces que en ninguna otra parte podrían encontrar abrigo y alimento, y si éstos desapareciesen, los cormoranes y demás pájaros pescadores, las nutrias, las focas, las marsoplas perecerían también muy pronto”. Observaciones modernas confirman la importancia de estas formaciones subacuáticas para muchas especies, entre ellas los delfines, que los utilizarían tanto para buscar alimento como para socializar.
La Ecorregión Marina Chiloense se extiende entre Chacao (41ºS) y la península de Taitao (47ºS), comprendiendo administrativamente la Región de Aysén (XI) y parte de la Región de Los Lagos (X). En ella se encuentra una las zonas de mayor importancia en el hemisferio sur para la alimentación y crianza de ballenas azules; una de las áreas de mayor ocurrencia y presencia de delfines únicos en el mundo, incluyendo el endémico delfín chileno; una de las zonas con mayor riqueza de algas rojas (Rhodophyta); la colonia de fardela negra más grande del mundo, en la isla Guafo; corales de aguas frías; esponjas; y las mayores colonias de descanso y alimentación de zarapitos de la costa chilena, entre muchas otras características que hacen a esta ecorregión tan especial. Aquí se han observado 31 de las aproximadamente 51 especies de mamíferos marinos del país (total mundial: 124), cifra que habla por sí sola de la gran importancia de esta zona para la conservación de este grupo de animales. Como resultado de un proceso liderado por expertos internacionales de World Wildlife Fund (WWF), The Nature Conservancy y World Resources Institute, se identificó a la ecorregión Chiloense como una de las más frágiles en Latino América y el Caribe, entre los 35 sitios prioritarios a nivel mundial reconocidos por WWF.
Las praderas de algas también crecen adheridas al fondo marino. Algunas especies, las denominadas “algas carragenófitas”, tales como
Aunque la ballena azul es una especie cosmopolita, se sabe que llegan a estas aguas para alimentarse y cuidar a sus crías. La especie
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A fin de explicar mejor sus características, los ecólogos han dividido el mar en ecorregiones, es decir, “áreas relativamente amplias que contienen un conjunto geográficamente distintivo de comunidades naturales, las cuales comparten un gran número de especies, con dinámicas y condiciones ambientales que funcionan como una unidad”.
Actinias en el Área Marina Costera Pitipalena Añihué- Foto Eduardo Sorensen, Proyecto Frontera Azul
está en proceso de recuperación luego de ser intensamente cazada por la industria ballenera, que la llevó al borde de la extinción (quedó menos del 1%). Actualmente se calcula que tiene una población de unos 2.300 individuos en el Hemisferio Sur. La existencia de una población de ballenas azules en esta región brinda una gran oportunidad para estudiar la especie, debido a su proximidad a la costa. Otras especies de ballenas que se encuentran en la zona son: ballena jorobada, ballena sei, rorcual común, ballena franca, ballena minke y cachalote. Las ballenas, junto a la orca y al elefante marino son los mamíferos más grandes y espectaculares que se pueden observar en los mares chilenos. *** Los Trempulkawe y la leyenda de la ballena blanca Los Trempulkalwe son 4 ballenas encargadas de transportar las ánimas de los muertos, previo pago, al “lugar de reunión de la gente” (Ngill chenmaywe), un lugar mítico situado al occidente. Se trata de 4 machis ancianas que a la caída del sol son transformadas en ballenas para hacer este trabajo; en la tradición de Chiloé esta tarea la realiza un barquero, cuando la muerte se produce en tierra y la Pincoya, cuando ocurre en el mar. La famosa novela Moby Dick se basó en un caso real, un enorme cachalote de color blanco que fue cazado en 1838 cerca de la isla Mocha. Se cree que este cachalote fue el causante del naufragio del ballenero Essex en 1820. La historia la recogió el explorador Jeremiah N. Reynolds, llamándola Mocha Dick. El Millalobo, señor de los mares El Millalobo es un ser mitológico que ocupa un lugar central en la cultura chilota. Se trata de un lobo marino de color dorado (milla = oro) que tiene la parte superior del cuerpo como un ser humano. Se enamoró de la Huenchula, hija de una famosa machi (Huenchur) que vivía en Chiloé, cerca del lago Huelde y se fueron juntos a su reino submarino. Tuvo con ella tres hijos: la Pincoya, el Pincoy y la Sirena. *** 78
La familia de los delfines y marsopas es la más diversa entre los cetáceos, siendo la orca el miembro que alcanza mayor tamaño. En esta zona podemos encontrar 12 especies: la orca, el delfín austral, el delfín chileno, la tonina overa, el tursión y la marsopa espinosa, entre otros; el delfín chileno es la única especie de cetáceos endémica de nuestro país y la única que incluye en su denominación la referencia a un país. Hasta la década del 80 se cazaba gran cantidad de delfines en Chile, práctica que ha disminuido. Respecto a lobos marinos y focas, hay unas 6 especies. Estas son: el lobo común, el lobo fino austral, el lobo fino de Juan Fernández, que sorprendentemente utilizaría estas aguas para alimentarse, el elefante marino y, como visitantes ocasionales de invierno, las focas cangrejera y leopardo, que son más comunes en aguas antárticas. El lobo común ha sido cazado por la industria pesquera y salmonera, respectivamente para evitar que rompan las redes y las jaulas de cría. Aunque la especie no tiene problemas de conservación, su población actual no es más que una mínima fracción de lo que solía ser. El lobo fino austral, en cambio, especie de piel valiosa que en el pasado fue cazada hasta su casi exterminio, hoy se está recuperando. Entre las especies más explotadas comercialmente se encuentran la merluza austral, la merluza de cola, el bacalao de profundidad, el congrio dorado, el lenguado, el róbalo, el pejerrey, la anchoveta y la sardina; una especie de importancia local es el Puye. Además de los peces, otras especies de importancia comercial son locos, choritos, cholgas, almejas, ostiones, culenques, jaibas, centollas, langostinos, erizos, picorocos y varias algas. La sorprendente calidad y variedad de peces y mariscos en esta zona es famosa en todo el mundo. Desgraciadamente, toda esta riqueza marina está siendo amenazada, simultáneamente por la sobreexplotación y la acuicultura de salmonídeos. Chile es actualmente el segundo productor de salmón en el mundo después de Noruega: 955.000 ton/año. Sin embargo, su cultivo intensivo implica que los peces deben ser alimentados, el uso de cantidades masivas de antibióticos y grandes cantidades de productos químicos tóxicos; con grave daño para los ecosistemas acuáticos e incluso riesgo para la salud humana. Todo ello en condi-
Fondo marino en Los Bajos de Sorensen - Foto Eduardo Sorensen, Proyecto Frontera Azul
ciones y cantidades que no se toleran en los países de origen de las empresas que manejan la industria en Chile (principalmente Noruega). Bajo los centros de cultivo se deposita una gruesa capa de restos de alimentos no consumidos, peces muertos y fecas. La columna de agua se eutrofica, con cantidades anormalmente altas de nutrientes como el nitrógeno y el fósforo; grandes cantidades de salmones terminan (de uno u otro modo) siendo liberados, con daño para las especies nativas; los lobos marinos son cazados por los daños que causan en las jaulas y todo tipo de basura y restos de jaulas se extiende por todas partes, perjudicando el turismo. Coincidiendo con el fenómeno “El Niño”, a comienzos del año 2016 se declaró una “marea roja” sin precedentes (registrados) en la zona de Chiloé, la que se extendió a mar abierto y por el norte hasta el límite de la Región de Los Ríos. La llamada “marea roja” es una proliferación masiva de organismos marinos microscópicos, algunos de ellos tóxicos. Poco antes, en enero, una floración de la micro alga Chattonella spp., había matado cerca de 22 millones de peces en los centros de cultivo de salmón. Se estima que 12 mil toneladas se perdieron y debieron ser eliminadas; los datos no están muy claros, el gobierno autorizó y fiscalizó el vertido de 4.600 toneladas en el mar, no se sabe que parte de las restantes fue vertida ilegalmente. A consecuencia de ello y de la marea roja o tal vez solo de esta última (no se sabe), murieron los cultivos de cholgas y choritos y hubo mortalidad masiva de fauna marina, lo que alarmó a la población. Los pescadores acusan a las salmoneras, éstas se defienden; se emiten informes eximiendo de toda responsabilidad a las salmoneras, los que son rebatidos por otros en sentido contrario; se declara zona de catástrofe, los pobladores bloquean los caminos; hay falta de información, sospechas fundadas de manejo irresponsable de la crisis y llamados internacionales a no consumir salmón de cultivo chileno. Según Juan Carlos Cárdenas (2016), director del Centro Ecocéanos, “Hubo una solicitud de Salmón Chile, de febrero, en la que se señalaba la existencia de 40.000 toneladas de mortalidad (26 millones de peces muertos por el alga nociva) las que según señalaron habían sido arrojada en parte en vertederos… en Chiloé no hay vertederos industriales, son los vertederos domésticos, arman zanjas en la tierra para enterrar los salmones, con lo cual contaminan las napas freáti80
cas…, pero fue insuficiente, por lo que necesitaron eliminarlos en el mar, solicitaron eliminar 12 mil toneladas, Sernapesca autorizó 9 mil toneladas y para eso dispusieron de 11 pesqueros de alta mar. La empresa dice que una parte de la mortalidad sería enviada a la región del Bío Bío, donde están las plantas procesadores de harina y aceite de pescado… La mortalidad fue llevada a un punto situado a 76 millas náuticas frente a Chiloé, frente a faro Corona, y ahí se deposita aprovechando la existencia de una fosa submarina y ahí las corrientes no lo llevarían a la costa. Informaron que habían sido vertidas 4.600 toneladas, entonces surge la pregunta de qué pasó con las 7 mil toneladas restantes. No se sabe si fueron vertidas en aguas de Chiloé, fuera de todo mecanismo de control”. A la actual crisis en Chiloé y la mortalidad de peces en centros de cultivo se suma otro hecho que la velocidad de los acontecimientos tiende a dejar en el olvido: desde junio de 2015 hubo al menos 337 ballenas Sei, varadas en el golfo de Penas, la mayor varazón registrada de cetáceos en el mundo. En el 2016 se registró otra varazón de aproximadamente 100 ballenas Calderón. Las razones de este fenómeno se desconocen, pero aumenta la sospecha de que podría tratarse de uno de los primeros indicios de un colapso generalizado de los ecosistemas marinos. También es motivo de preocupación la sequía, un fenómeno inédito en esta zona tan lluviosa, que han puesto en riesgo el consumo humano en localidades donde habitualmente caen más de 3 metros de lluvia anuales (Puerto Aguirre, Islas Huichas, Puerto Gala) y que están teniendo que ser abastecidas con agua transportada en contenedores. *** ¿Toninas o delfines? En Chile, y particularmente en el sur, las toninas son frecuentemente reconocidas cuando éstas se acercan a las lanchas a jugar en la ola que éstas generan. Pero ¿que son las toninas? Estos animales juguetones, rápidos y dóciles para nadar son en realidad delfines. En efecto, mucha gente cree toninas y delfines son dos cosas, o especies, distintas. Tonina es el nombre común y genérico para referirnos casi a cualquier especie de delfín. Para muchos, el único delfín que existe en Chile es el típico “Flipper” (más técnicamente llamado tursión o nariz de botella). En el sur de Chile
DelfĂn austral - Foto Francisco Viddi
tenemos varias especies de delfines, obviamente algunas son más fáciles de ver que otras. Cerca de la costa, y por ende más frecuentes para nosotros, hay dos especies que se dejan ver con facilidad. El más vistoso es el delfín austral, un animal medianamente grande (más de 2 metros y pueden llegar a pesar más de 100 kg), con patrones de color blanco, gris y negro. ¿Pero por qué son tan vistosos en relación a otros delfines? Porque son los delfines que más “gustan” saltar y acercarse a las embarcaciones, aspectos que obviamente llaman mucho la atención y que son la postal segura que muchos turistas que han tenido la suerte de ver este espectáculo. En ocasiones, un mismo delfín puede saltar hasta 40 veces seguidas sin aparente descanso, una y otra vez. Su primer salto es gigantesco (¡pueden do- blar en altura su largo corporal!) y a medida que pasan los saltos van siendo cada vez más bajos y menos energéticos. Los tipos de salto son tan variados como letras en el abecedario. Saltos hacia delante con caída de cabeza, caída de espaldas, saltos de lado, saltos hacia atrás, etc. En oportunidades se han visto delfines saltando con giros mortales hacia atrás. Esto es claro, un delfín debe gastar una cantidad increíble de energía para sacar un cuerpo de más de 100 kg de peso a más de 3 m de altura fuera del agua. Pero ¿qué genera esta necesidad de saltar tanto y tan alto? ¿Es un “mero juego” y de diversión interpretado por los turistas? ¿Qué hay detrás de los saltos de estos increíbles animales? No está completamente claro, pero a modo general esta conducta está vinculada a formas de comunicación que puede tener un tremendo abanico de interpretaciones en el lenguaje cetáceo y condicionado a un variado contexto social: “oigan, acá hay comida vengan”, “no te acerques a este lugar que estoy yo y me estoy enojando”, “quiero enamorarte, ¡mírame!”. Sin embargo, no debemos humanizar las conductas de los animales, pero tenemos que saber (o recordar) que estamos frente a especies altamente inteligentes y sociales, que tienden a formar grupos familiares muy cerrados, donde se generan lazos muy fuertes entre individuos, se protegen, alertan, se cuidan, se sacrifican. Cuando los delfines se acercan a una embarcación no necesariamente significa que vienen a saludar o jugar, en ocasiones lo hacen para ahorrar 82
energía al nadar (pues surfean en las olas de los botes), pero en otras muchas ocasiones se acercan para ahuyentar a los intrusos (nosotros y nuestros botes), avisarnos que están enojados, o llamar la atención de ellos y así poder dejar a las madres con crías en áreas seguras. Sin duda el delfín austral es uno de los delfines que más salta, pero esto no es así todo el tiempo. Muchas veces pasaremos con nuestro barco en lugares con muchos delfines, pero no los veremos porque simplemente no saltan, no quieren ser vistos. Sabemos de lugares donde los delfines se juntan solo a “socializar”, lugares donde están simplemente locos, pero una vez fuera de estos lugares, los delfines parecieran ser fantasmas quietos y silenciosos. Pareciera que prefieren juntarse en estos lugares una vez que han terminado de cazar en las praderas de huiro, lugares muy preferidos por ellos, donde encuentran buena parte de los peces que comen. No todos los delfines son tan “extrovertidos” como los australes. Hay aquellos que son muy tímidos, que parecieran esconderse de todo, se muestran poco y cuando lo hacen, pareciera que se aseguran de dejar el mínimo rastro. El delfín chileno es uno de estos tímidos animales. Son más pequeños que los delfines australes (miden como máximo 160 cm. y no pesan más de 80 kg) y definitivamente saltan bastante menos. El delfín chileno es el único cetáceo que es exclusivo de Chile (es decir es endémico) y es el único en el mundo que tiene un nombre alusivo a un país. La razón de tanta timidez es desconocida, seguramente tiene relación a su condición social y tamaño. Mientras más pequeños, más vulnerables a los ataques de depredadores (orcas, tiburones y por supuesto el hombre). Estos delfines son muy “caseros”, a diferencia de los delfines australes, a los mismos delfines chilenos (mismos grupo o familias) se les encuentra casi con seguridad en los mismos lugares, una bahía pequeña, muy cerrada, con un riachuelo cerca y una corriente de marea muy fuerte donde los delfines se concentran casi siempre en un angostamiento, o cuello de botella, donde les encanta cazar sus peces predilectos, tal vez algún tipo de sardina, que se ven atrapados en la corriente entre rocas y delfines. Los delfines chilenos, a diferencia de los australes, tienden a habitar aguas muy turbias y por
Delfín austral - Foto Elsa Cabrera, Centro Conservación de Cetáceos
tanto poco dependen de su sentido de la vista, al parecer dependen con mayor fuerza del sentido del oído. ¿Cómo sabemos si son los mismos delfines que usan las mismas bahías? Para poder identificarlos tomamos fotografías de sus aletas dorsales, que en el caso del delfín chileno es redondeada. En la mayoría de las especies de delfines, las aletas dorsales son todas distintas entre individuos, tan distintas son algunas que pasan a ser sus “huellas digitales” para nosotros. Con estas fotos construimos verdaderas “cédulas de identidad” que luego nos ayudan a tener un seguimiento de cada delfín en el grupo: por dónde se mueve, con quién anda, qué bahías usan y por cuánto tiempo. Nos estremece pensar que tal vez sabemos más del espacio exterior que de la fauna que tenemos en nuestros océanos. Sin ir más lejos, aún estamos lejos de saber y entender la historia natural del animal más grande que haya existido en la Tierra, la ballena azul. Ni los dinosaurios más grandes descritos a la fecha, conocidos como los titanosaurios (del grupo de los Saurópodos) le igualan en tamaño corporal. El más grande encontrado a comienzos del 2014 en la Patagonia Argentina se estima que medía 37 metros de largo y pesaba unas 70 toneladas. Sin duda, estos animales fueron los más grandes de todos los tiempos en pisar la superficie de la Tierra. En el mar, sin embargo, donde tenemos al record mundial, no hay competidor que se le acerque a la ballena azul. El registro más extremo proviene de un animal cazado en Antártica que midió 33 metros y pesó más de 150 toneladas (más de 30 elefantes o 1600 personas). En realidad estos números no dicen mucho hasta que estás cerca de una ballena azul, desde un pequeño bote, verla salir a la superficie y escuchar su soplo estruendoso y darte cuenta de las dimensiones casi sobrenaturales de este magnífico animal. Su soplo (que no es agua, sino aire saliendo de sus pulmones), puede llegar a los 10 m de alto y verse a kilómetros de distancia. Solo su corazón tiene el tamaño de un vehículo pequeño y a través de su aorta podría pasar gateando un niño de 4 años. Desde el día de su nacimiento, una ballena azul está caracterizada por superlativos. Un bebé de ballena azul nace después de 11 meses de gestación midiendo más 6 metros y pesando entre 2 y 3 toneladas. En 84
los siguientes 8 meses, este cachorro beberá aproximadamente 150 l de leche y aumentará de peso a una tasa de 90 kg por día (¡4 kg por hora!). Una vez destetado y para el resto de sus días, este bebé comenzará su dieta casi exclusivamente en kril, un pequeño crustáceo en forma de camarón que forma grandes parches en zonas productivas de los océanos. La cantidad de alimento que requiere una ballena azul es realmente estratosférica. Una ballena de tamaño promedio (100 toneladas) requiere tal vez 1.5 millones de calorías por día. Ya que ayuna casi la mitad del año debido a la migración, seguramente requiere consumir el doble de esto (3 millones de calorías). Un kilo de kril provee aprox. 800 cal y por tanto significaría que una ballena azul requeriría consumir cerca de 4 toneladas de kril por día. Un solo kril antártico (uno de los más grandes) pesa 0.1 gr y por ende una ballena se alimentaría de 40 millones de estos pequeños animales para sostenerse diariamente. Hay solo unos pocos lugares en el mundo que sustentan tanta abundancia de kril. Uno de ellos es la Antártica, lugar que ha sido considerada una reserva de vida y un restaurante seguro de ballenas y otros muchos animales. Otra de las destacadas áreas de alimentación para las ballenas azules en el hemisferio sur es la región de los fiordos y canales de la Patagonia norte chilena. Aunque también se ven otras áreas productivas de la costa chilena, como frente a la IV Región y Valdivia, las aguas de Chiloé y Golfo de Corcovado se encuentran dentro de las más importantes para esta especie. Cada año cientos de ballenas azules visitan estas productivas aguas para alimentarse de su preciado y favorito kril. Desde diciembre, con picos de avistamientos en febrero y marzo, las ballenas azules parecen elegir estas aguas para quedarse durante todo el verano austral y satisfacer su hambre. A pesar que hay evidencias de que algunas ballenas se quedan en estas aguas hasta junio, la mayoría de las ballenas parecen migrar una vez terminado el verano. Es así como estudios muy recientes han demostrado que algunas de estas ballenas migran al norte tan lejos como las Islas Galápagos. Increíblemente, la razón de tan larga migración es aún desconocida, pero se cree que es para buscar aguas más calmas y temperadas para reproducirse (buscar pareja y dar a luz a sus cachorros). Las ballenas azules son tremendamente emblemáticas y carismáti-
Ballena azul - Foto Elsa Cabrera, Centro Conservaciรณn de Cetรกceos
cas, en parte por su gran tamaño e increíbles migraciones. Pero hay un aspecto casi desconocido por la mayoría y que es sin duda una de las características más sorprendentes: su forma de comunicarse y los sonidos que emiten. Las ballenas azules emiten los sonidos más fuertes del reino animal (en términos de energía y medidos en decibeles). Una conversación entre dos personas alcanza los 70 dB, una sierra circular unos 110 db (el umbral de dolor del oído de una persona es a los 120 dB), un motor de un avión 140 dB, una ballena azul: ¡casi 190 dB! Estos sonidos son emitidos a una frecuencia muy baja (entre 10 y 40 Hz, la frecuencia más baja detectada por los seres humanos es 20 Hz). El uso de estos sonidos por parte de las ballenas es aún desconocido, pero sí se sabe que la propagación de estos fuertes sonidos y de baja frecuencia puede llegar muy lejos. Se cree que una ballena azul se podría estar comunicando con un “compañero” o “familiar” a cientos de kilómetros de distancia. Recientemente, científicos chilenos han descubierto que los sonidos de ballenas azules emitidos en Chile corresponden a “canciones” específicas de la población que visita nuestras aguas y que se diferencian de otras poblaciones de ballenas cuyas canciones son muy distintas. Los fiordos de La Patagonia Norte: donde la vida encuentra su rincón del fin del mundo. Por Francisco Viddi. Las 6 AM, suena el reloj, miro por la ventana y aún dormitado veo a través de la ventana el cielo tornar un rosado intenso y cálido, veo una paz sin igual en el mar, las fuertes ramas de los árboles patagónicos no parecen perturbarse con la brisa suave de por la mañana. Finalmente, parece ser la antesala de un día poco frecuente en Patagonia. Un día que veremos el sol en todo su esplendor, sin vientos del norte ni del sur, un día que nos regalaría ver la belleza única, potente, pero frágil a la vez, de un escarpado y hermoso laberinto de canales, fiordos, montañas, bosques y mar. Como todos los veranos, volvemos una y otra vez a recorrer estos hermosos parajes con la esperanza de aprender más de ellos, de saber que misterios oculta, tomar nuestros binoculares y cámaras, nuestro librito de notas y hacernos a la mar de temprano, para capear el surazo de medio día que en ocasiones puede tornarse innavegable. Con un rosado ya tornándose violeta azulado, nos preparamos con energías y ansias 86
con nuestros equipos, botamos la lancha al mar y nos sumergimos en nuestro recorrido diario en busca de delfines y ballenas. Esta vez, decidimos tomar la ruta más prístina, por Isla Leucayec, aquélla donde es más difícil ver nuestras huellas humanas sofocadas de actividades. Como siempre, a menos de una hora de andar, logramos encontrar nuestro primer grupo de delfines: ¡Delfines chilenos! grito vivamente, mientras nos acercamos a ellos con cautela, para no asustarlos. Anoto la posición, cuántos animales vemos y en qué están. A estos delfines los vemos casi con seguridad en los mismos lugares, una bahía pequeña, muy cerrada, con un riachuelo cerca y como en esta oportunidad, hay una corriente de marea bajando muy fuerte y los delfines se concentran casi siempre en un angostamiento, o cuello de botella, donde les encanta cazar sus peces predilectos, tal vez algún tipo de sardina, que se ven atrapados en la corriente entre rocas y delfines. Nos acercamos a ellos por algunos minutos, tal vez 15 ó 30, para poder tomarles fotos de sus aletas dorsales. Estas son todas distintas entre individuos, tan distintas son algunas que pasan a ser sus “huellas digitales” para nosotros. Con estas fotos construimos verdaderas “cédulas de identidad” que luego nos ayudan a tener un seguimiento de cada delfín en el grupo: por dónde se mueve, con quién anda, qué bahías usa, por cuánto tiempo, por nombrar algunas preguntas que deseamos contestar. Con la información que obtenemos de su localización, la conducta que tienen cuando los encontramos y las fotografías, podemos construir una verdadera imagen o mapa de dónde se encuentran los delfines y por qué. Guardamos la cámara y nos alistamos para retomar nuestra ruta. Ninguno de nosotros que iba en la lancha tenía idea de lo que nos esperaría a la vuelta de la punta rocosa Manzana, que se abre al Canal Moraleda. Nuestra ruta se caracteriza por pasar por playas rocosas, de bolones y de arena, zonas donde hay mucho huiro (bosques de algas pardas), zonas bajas cercanas a la orilla, pero también en ciertas ocasiones nos alejamos de la costa unas dos millas donde la profundidad puede llegar a los 150 metros. Estábamos muy concentrados buscando delfines cuando de pronto, de la nada mientras miraba el horizonte, vi una nube blanca disparada del mar, como un suspiro gutural hecho por un horno a presión. ¡Soplo! grité emocionado. Era un soplo de una ballena que aparecía en el horizonte, no
Ballena azul en Punta Huala - Foto Felipe Gonzรกlez
muy lejos nuestro, que había roto la quietud del mar para poder salir a la superficie a respirar. En ese mismo instante, sin dudarlo, dejamos nuestra ruta “establecida” para ver de qué ballena se trataba. De pronto, al ver el mar, nos vimos flotando sobre una mancha roja oscura con unos pequeños animales del porte de un haba: se trataba de un gigantesco parche de kril, pequeño crustáceo que forma grandes parches y habita mares templados y fríos típicos de zonas altamente productivas. Recién nos dábamos cuenta lo que “sostenía” nuestro bote, cuando escuchamos un estruendo, una mezcla de ronquido de algún dinosaurio desaparecido o trueno en un cielo despejado al borde del abismo tormentoso, se trataba del soplo de una gran ballena azul que había salido a solo metros de nuestra pequeña embarcación. Casi con toda su cabeza fuera del agua y su boca abierta enorme engullidora que dejaba ver sus barbas, daba una gigantesca bocanada de agua con kril, o en este caso, kril con agua. Una sola ballena azul, puede comer más de tres toneladas de kril por día. Ya había sacado mi cuaderno de notas para anotar el gran registro, cuando otros tres sonidos de estruendo me sacaron de mi “conducta científica”. Mi cuaderno voló a un rincón del bote, el lápiz se me resbaló de los dedos y quedo sentado sobre el tapón de despiche y miro con un cuasi susto la cara de mi compañero que parecía se le salía el corazón por los ojos: uno de los soplos era una ballena jorobada que saliendo a metros nuestro, venía en nuestra dirección con boca abierta y lista para engullirnos como si fuéramos un kril gigante (¡vale mencionar aquí que nuestro bote de aquella época era de un color rojo intenso!). Para nuestra suerte, o para nuestro destino, la ballena debió haber notado un algo “plástico” en el ambiente y el último metro se desvió dejando ver su ojo clavado en nosotros. Como una dócil y gentil sirena, pero poderosa y como animal salvaje que jamás debemos olvidar que son, pasó a centímetros nuestro sin si quiera tocar o rozar nuestro bote. Sería en ese momento el encuentro más cercano e inolvidable con alguna ballena que jamás hayamos tenido. Pero no eran las únicas ballenas, al final y con más tranquilidad, nos dimos cuenta que estábamos sobre un parche de kril que estaba siendo “almorzado” por dos ballenas azules y tres ballenas jorobadas. Comiendo juntas y sin aparente competencia, nos hizo dar cuenta de lo que significaba aquel encuentro: era tal la cantidad de 88
comida (kril) que había que no era necesario pelear por ella. Esas mismas ballenas se quedaron en esa bahía al menos una semana aprovechando un festín de alimento y vida. Aquel encuentro quedaría plasmado en mi retina que daba cuenta de la abundancia y productividad de aquel increíble lugar, los fiordos norpatagónicos.
La Leona, Área Marina Protegida Pitipalena Añihué - Foto Carlos Cuevas
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EL PROYECTO DE LA FUNDACIÓN MELIMOYU
Área Marina Protegida Pitipalena Añihué Foto Archivo Tompkins Conservation
Nuestra vinculación con la Patagonia se remonta al año 1971, cuando nuestro director Carlos Cuevas hizo su primera práctica de verano, de la carrera de Ingeniería Forestal en la explotación de bosques de alerce que se realizaba en la localidad de Contao, en la Provincia de Palena. Allí se volteaban árboles de 4.000 años en 30 minutos para producir madera aserrada de exportación. Fue entonces cuando decidió aprovechar sus estudios para la protección de éstos y otros ecosistemas patagónicos. En 1980, Carlos Cuevas se titula con un proyecto para crear la reserva nacional Río Clarillo en la región metropolitana, después de convencer al director regional de CONAF de que la mejor idea que podía desarrollar era crear una red de parques y reservas nacionales en la precordillera de los Andes de la ciudad de Santiago, la capital del país, donde actualmente vive casi la mitad de la población de éste. Hasta la fecha, la reserva nacional Río Clarillo, hoy parque nacional, sigue siendo la única área silvestre protegida creada en la región y es visitada por casi 200.000 personas al año. Al parecer teníamos razón. En 1985 fue detenido por las fuerzas de seguridad de la dictadura militar que gobernó el país durante 17 años, por su participación en una campaña para denunciar los gastos militares del régimen. A comienzos de ese año un terremoto remeció al país y la dictadura inició una recolección de fondos a nivel nacional para la reconstrucción. La campaña impulsada por el partido verde, se llamó “Los siete terremotos del régimen”: denunciaba que los gastos militares en la compra de armamentos alcanzaría para financiar 7 reconstrucciones nacionales. Después de estar detenido un par de meses en Conchi, en un pequeño campo de concentración improvisado en la frontera con Bolivia y sometido a torturas sicológicas, se le cerraron todas las puertas para trabajar en el sector público y privado. Durante los siguientes 6 años trabajó en organizaciones no gubernamentales que apoyaban a comunidades campesinas en la zona central de Chile, esa experiencia fue muy importante para conocer la cultura campesina. El haber compartido con campesinos, viviendo en sus casas, involucrado en la administración de los campos y en la resolución de conflictos, fue una experiencia muy valiosa que ateso92
ramos hasta la actualidad y que nos ha ayudado en el trabajo con las comunidades de campesinos y pescadores costeras del sur de Chile. En 1992, recién llegada la democracia a Chile, Carlos fue llamado para trabajar en el Ministerio de Bienes Nacionales, donde se estaba gestando la idea de transformar ese ministerio en el ministerio del medio ambiente. Pero dicha idea no prosperó y se creó en cambio la Comisión Nacional del Medio Ambiente, una comisión interministerial que tendría la función de administrar el Sistema Nacional de Evaluación Ambiental de los proyectos de inversión y coordinar al interior de cada ministerio los temas ambientales. Hubo que esperar hasta el 2010 para la creación del ministerio del medio ambiente. A comienzos de 1994 renunció al ministerio desilusionado de la falta de compromiso del gobierno con los temas ambientales, más preocupado de administrar la transición política. En estas condiciones se hacía virtualmente imposible producir la más mínima modificación a un modelo económico que había quitado al Estado la capacidad de impedir la devastación sobre el medio ambiente, por ejemplo, la sustitución de grandes extensiones de bosque nativo para plantar monocultivos de pino y eucalyptus. A comienzos de 1994 formamos la Fundación Melimoyu con el objetivo de promover la creación de parques nacionales en las Provincias de Palena y Aysén de la Patagonia. El primer proyecto de la fundación fue la creación del parque nacional Melimoyu, un área que habíamos conocido bien desde el ministerio de Bienes Nacionales y que considerábamos debía retornar a su condición de área silvestre protegida, de la cual había sido desafectada (la Reserva Forestal Puyuhuapi). En base a esta idea se comenzó a trabajar en un proyecto científico-técnico y se realizaron varias expediciones. Entonces conocimos a Douglas Tompkins, recién llegado al país en 1990 y que ya daba mucho que hablar por sus compras de tierra para proteger bosques nativos. Ya fuera por lo novedoso de la iniciativa, por preocupaciones por la soberanía o por mera hipocresía, el proyecto de Tompkins estaba siendo atacado por todos, desde la derecha a la izquierda. Se decía que atentaba contra la soberanía
Navegando con mi hijo JerĂłnimo, aĂąo 2000 Foto Carlos Cuevas
nacional y que sus tierras cortaban al país en dos; que se oponía a la construcción de la carretera austral; que estaba presionando a los colonos para obligarlos a vender sus tierras; que quería crear un enclave judío; y que su filosofía (la ecología profunda) quería despoblar de gente la Patagonia y promover el desarrollo cero. Pero nosotros no dudamos que este norteamericano estuviera sinceramente enamorado del sur de Chile, había visitado el país por primera vez en 1961 y volvió muchas veces volando su avioneta, para escalar, esquiar, navegar en kayak y hacer excursiones. Y tampoco nos pareció raro que una persona que venía del mundo de los negocios, como fundador de The North Face y cofundador de Esprit, sintiera la necesidad de hacer un cambio en su vida y hubiera tomado la decisión de contribuir filantrópicamente a la protección de las últimas áreas silvestres de la tierra, combatiendo la crisis de extinción de las especies. De modo que no estábamos para nada sorprendidos del revuelo que estaba provocando Tompkins; suele ser eso lo que ocurre siempre que alguien plantea una idea nueva. Sobre todo, nos parecía curioso que quienes habían impulsado la venta de tierras y empresas productivas a capitales extranjeros se escandalizaran tanto de que un empresario comprara tierras para conservarlas. Existía el antecedente del proyecto Trillium, que era justamente del signo opuesto: el Estado había vendido varios cientos de miles de hectáreas en Tierra del Fuego, a una empresa norteamericana para que explotara bosques vírgenes y lo había hecho a un precio ridículamente bajo, más o menos el valor de una hamburguesa por hectárea. Pero aquí no se oían voces que se opusieran. Desde el primer encuentro, que no duró más de veinte minutos, Douglas nos ofreció apoyo con nuestro proyecto y más aún, nos propuso conseguir los fondos para comprar el volcán Melimoyu, lo que en su opinión era una vía más rápida, segura y expedita para crear el parque nacional, en comparación con la intrincada tramitación que debería seguir nuestro proyecto. Presentamos nuestra oferta al ministerio de Bienes Nacionales de comprar los faldeos y cumbre del volcán y al poco tiempo recibimos una invitación del ministro del interior de la época, quien se transformaría en el peor ene94
migo del proyecto Tompkins y que sigue intentando desacreditarlo aun después de su fallecimiento por hipotermia el 8 de Diciembre del 2015, cuando cruzaba el lago General Carrera en kayak en medio de un temporal. Ese ministro nos dijo que jamás se nos vendería a nosotros un metro cuadrado de tierra fiscal y tampoco a Douglas, para quien, según él, trabajábamos como palo blanco. Y así fue, contrario a todo lo que se diga, ni un solo metro de tierra fiscal fue nunca vendido a Tompkins o a la Fundación Melimoyu. En ese contexto estábamos evaluando cómo seguir adelante con la Fundación Melimoyu cuando Douglas nos ofreció sumarnos a su proyecto, dejando nuestra fundación en el congelador por unos años, hasta que su proyecto estuviera consolidado. En esas condiciones, la propuesta de integrarnos al proyecto de Tompkins era interesante, nos permitía seguir trabajando por la conservación, pero ahora con financiamiento y ocupando una posición directiva. Fue así que dos miembros de la directiva de Fundación Melimoyu se integraron formalmente a trabajar con Tompkins; Carlos Cuevas y Matías Renard. A partir de 1999, otro miembro de Fundación Melimoyu, Rafael Valenzuela, se integra al equipo de trabajo como asesor. Más tarde Matías renunciaría por razones personales. Con el tiempo Carlos Cuevas llegó a ser presidente de la fundación Pumalín, director de la fundación Yendegaia y el único chileno en el directorio de Conservation Land Trust, la fundación norteamericana matriz, que financió el proyecto. Nos integramos el 1 de enero de 1995 y Douglas nos explicó que nuestro trabajo consistiría en resolver conflictos, empezando por el tema de los colonos, explicarle a la sociedad de qué se trataba el proyecto y cuál era su importancia. Para esto crearía una nueva organización, la fundación Pumalín. Para abordar el tema de los colonos, se adoptó la solución que propusimos, ocupar el DL 2695, que entrega la posibilidad de regularizar sus títulos a los colonos que hayan ocupado y hecho “mejoras” (casas, cercos, etc.), en tierras privadas, durante al menos 5 años, si no existe oposición por parte del propietario legal. Este era el caso de los ocupantes que todavía quedaban en la costa al norte de Chaitén.
Douglas Tompkins en Valle Chacabuco - Foto Archivo Tompkins Conservation
Se renunció a los derechos sobre aproximadamente 300 títulos solicitados por colonos, cosa que no habían hecho los dueños anteriores de los fundos que se adquirieron para el proyecto, varios campos de gran tamaño que se habían comprado a diversos propietarios privados, ninguno de los cuales vivía en ellos ni había invertido para hacerlos producir, al carecer de todo valor para la agricultura o la ganadería. Esto tenía sentido ya que se consideró que las demandas de los colonos eran justas y ambas partes podían beneficiarse de una relación armoniosa, tal como indica la experiencia de creación de parques en el mundo. Luego de regularizada la situación de los colonos y en el transcurso de los años siguientes la Fundación Pumalín desarrolló exitosamente varias iniciativas que buscaban integrar a estos colonos, la más notable, el “proyecto Alerce 3000” en el que se les regalaron árboles para que reforestaran sus tierras y se les ayudó a obtener los subsidios estatales que les correspondían por este trabajo. Otra actividad destacable fueron los encuentros folklóricos anuales, donde Douglas y Kris hacían de anfitriones e invitaban a todos los grupos folklóricos de la provincia de Palena y algunos de Chiloé a compartir un festival de 3 días de música. Pero lo más importante fue que Pumalín se transformó en la principal fuente de ocupación de la Provincia de Palena y en vez de disminuir la población en Pumalín, ésta aumentó varias veces. El núcleo principal, lo que llamábamos el “Parque Pumalín” estaba dividido en dos partes, separados por el fundo Huinay, que la Universidad Católica de Valparaíso estaba dispuesta a vender a Tompkins y fue aquí cuando la oposición al proyecto alcanzó su máxima intensidad, ya que el propio presidente de la República intervino para que la operación no se realizara y comprara Endesa, una empresa española. Contra lo que muchos pensaban, la propia geografía terminaría señalando el destino de estas tierras, totalmente inservibles para cualquier otro uso que no sea la conservación y el turismo; actualmente está en manos de Fundación San Ignacio de Huinay, creada por Endesa, que ha desarrollado interesantes trabajos de investigación marina y divulgación. Ya para el año 2000 estuvo configurada la imagen de lo que sería el 96
actual Parque Pumalín, un área destinada a la conservación y al turismo. El plan era que la superficie montañosa con aptitud para conservación, más o menos el 98% del total, debía convertirse en un Santuario de la Naturaleza, dejando fuera los pequeños valles de los ríos que conformaban el proyecto para ser trabajados como predios agroecológicos, lo que permitiría dar trabajo a la población local cercana y despejar de paso el fantasma del desarrollo cero y de que se quería sacar a la población de la zona. Se pretendía demostrar así que era posible producir en armonía con la naturaleza; un mercado internacional en expansión que demandaba productos orgánicos de óptima calidad permitía soñar con que fuera posible. Con entusiasmo se invirtieron millones de dólares construyendo invernaderos, un centro apícola, viviendas para los empleados, cercos, bodegas, pistas de aterrizaje, caminos interiores, etc., y lo más difícil, conseguir que los campos tuvieran buen drenaje para que no fueran invadidas por el junquillo, especie que el ganado no aprovecha y que crece en condiciones de excesiva humedad. Para ello se llevaron especialistas y se solicitó el apoyo de la Universidad Católica, que elaboró un informe técnico y varias tesis de grado de estudiantes, algunos de los cuales todavía trabajan como administradores del proyecto. Como referencia de la magnitud del esfuerzo, en la habilitación de una hectárea para producción ganadera se gastó más dinero que lo que hubiera costado esa misma hectárea en los mejores campos ganaderos de Osorno, de acuerdo a precios de mercado. Al mismo tiempo, para el tramo faltante de la carretera austral, que permitiría unir Puerto Montt con Chaitén, se propuso una alternativa de trazado por la costa, con muy bajo impacto ambiental, a un costo mucho menor que la propuesta del Ministerio de Obras Públicas y con un mayor beneficio social y junto con eso, se propuso una Ruta Escénica para que el tramo de carretera que atraviesa el parque Pumalín entre Chaitén y Caleta Gonzalo. Otras iniciativas importantes fue el hermoseamiento de Chaitén y la aldea El Amarillo, en la entrada sur del parque. El Parque Pumalín se había convertido en un referente internacional en materia de conservación; llegaban turistas y voluntarios de todo el mundo; se había
Pumalín, Fundo Reñihué - Foto Archivo Tompkins Conservation
definido los deslindes con los colonos y ya comenzaba a manifestarse en la opinión pública una corriente de simpatía por el trabajo realizado. Faltaba solamente obtener el reconocimiento de su estatus legal como santuario de la naturaleza, lo cual ocurrió el año 2005 en el gobierno del presidente Lagos. En la inauguración del santuario se dijo públicamente que cuando estuviera concluida toda la infraestructura de acogida del público, senderos y miradores, se iba a transferir la propiedad de la tierra al Estado de Chile para la creación del Parque Nacional Pumalín. Ese mismo año, se creó elParque Nacional Corcovado, constituido por los fundos Linahuá y Tictoc de 85.000 hectáreas donados por Tompkins, más el aporte de 215.000 hectáreas de montañas fiscales adyacentes al valle. La declaración de Pumalín como Santuario de la Naturaleza y la creación del Parque Nacional Corcovado fue para nosotros el fin de una etapa. Misión cumplida. Era el momento de pensar en retomar nues tro proyecto original, enriquecido gracias a la experiencia ganada en estos años junto a Douglas Tompkins. Pero el aporte de Douglas Tompkins a la conservación de la naturaleza no se limitaba al Parque Pumalín y Parque Corcovado. Se habían adquirido con fines de conservación otras 3 grandes extensiones de tierras a las que había que dar su destino definitivo, todas ellas de valor excepcional para la conservación, por diversos motivos. Estas eran: Valle Chacabuco, una estancia ganadera de 70.000 hectáreas en Aysén colindante con las Reservas Nacionales Jeinimeni, y Lago Cochrane, de características únicas por abarcar una gran extensión de estepa patagónica, casi ausente en los parques nacionales chilenos, una gran población de guanacos y algunos de los últimos huemules; Cabo León, una estancia magallánica de 26.000 hectáreas en la isla Riesco, colindante con la Reserva Nacional Alacalufes, con una importante población de huemules; y Yendegaia, un antiguo establecimiento ganadero abandonado situado en la ribera norte del canal Beagle de 38.000 hectáreas. ¿Qué hacer con estos predios? Porque está bastante extendida la creencia de que el Estado no tiene las capacidades para asegurar 98
la conservación y que la conservación estaría mejor en manos privadas; incluso hay quienes proponen la privatización de los parques nacionales. Y en este punto hicimos otro aporte importante, explicando a Tompkins que el Estado de Chile era, a diferencia de lo que se pensaba, el mejor garante de conservación. La trayectoria impecable del sistema de parques chileno, pese a sus dificultades y falencias de presupuesto, así lo demostraba. Ya se concretaron la entrega al Estado de Tictoc-Linahuá (2005) y Yendegaia (2014), predios que, ampliados mediante el aporte de tierras de topografía abrupta, las llamadas “cordilleras fiscales”, fueron respectivamente los núcleos en torno a los cuales se crearon los Parques Nacionales Corcovado y Yendegaia. Dentro de los próximos dos años se espera concretar la creación de los Parques Nacionales Pumalín, Patagonia y Alacalufes, con lo cual el Legado de Tompkins quedaría completo. En el caso de Chacabuco, la propuesta es la creación de un gran parque nacional que comprenda las actuales Reservas Nacionales Jeinimeni y Lago Cochrane, con el valle Chacabuco en medio, un valle amplio de pastizales y humedales atravesado por el camino que comunica esta zona con Argentina. Pensamos que esta idea permitiría crear un parque comparable a Torres del Paine tanto por su importancia para la conservación como por sus increíbles atractivos turísticos. A su vez, Cabo León pasaría a formar parte del Parque Nacional Alacalufes lo que implica la reclasificación del 1.300.000 hectáreas de la reserva nacional a parque nacional. Esto permitiría dotar al Parque Nacional Alacalufes de una zona con muy buena accesibilidad, que cuenta con un número no determinado de huemules. La propuesta de Douglas que el mismo denominó “la Ruta de Los Parques”, -y que no alcanzó a ver concluida-, está siendo impulsada por su viuda Kris y su equipo de trabajo. El proyecto fue presentado por Tompkins Conservation, formada por la Fundación Pumalín, Conservación Patagónica, Fundación Yendegaia y Conservation Land Trust, más la Fundación Melimoyu. La propuesta completa abarca 4.100.000, que se distribuyen en: a) 410.000 hectáreas donadas por Tompkins Conservation; b) 1.000.000 hectáreas de tierras fiscales (Ministerio de Bienes Nacionales) y; c) 2.600.000 hectáreas de reservas nacionales que deben reclasificarse pasando a la
Volcán Corcovado - Foto Antonio Vizcaíno
categoría de parques nacionales, lo que creemos posible y deseable considerando que reúnen los requisitos internacionalmente aceptados para estar en esta categoría. La Fundación Melimoyu está más involucrada en tres de los nueve parques propuestos: el parque nacional Melimoyu y las ampliaciones de los Parques Nacionales Isla Magdalena y Corcovado. *** Entre 2008 y 2018 Fundación Melimoyu elaboró un plan de trabajo para crear y ampliar 7 parques nacionales terrestres y marinos en las provincias de Palena y Aysén: 1) la creación del parque nacional Melimoyu, 2) la ampliación del parque nacional Corcovado, 3) la ampliación del parque nacional Isla Magdalena, 4) la creación del parque marino Tictoc, 5) la creación del área marina Costera Protegida (AMCP) Pitipalena-Añihué, 6) la creación del parque marino Corcovado y 7) la creación del parque marino Moraleda. Estamos explorando la posibilidad de que los dos últimos parques marinos se concreten como yna ampliación del parque marino Tictoc y que cambie su nombre a parque marino Corcovado. Habiendo transcurrido ya 8 años desde el inicio, ya fueron establecidos en 2014 el parque marino Tictoc y el AMCP Pitipalena-Añihué y están avanzados los estudios y la tramitación del resto de las propuestas, para ser aprobadas en los próximos dos años. Al aporte inicial en 2008 de las fundaciones Deep Ecology y Marisla a Fundación Melimoyu, y que se mantiene hasta la fecha, en el 2011 se sumaron los aportes de las fundaciones Packard y Planet Heritage, en los dos últimos años recibimos aportes de WWF (2015 y 2016) y el último año de las fundaciones MERI y Kaplan (2016).
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Delfín austral, Playa Pitipalena - Foto Gregor Sieböck
1.-El Parque Nacional Melimoyu, en los faldeos oeste del volcán del mismo nombre involucra una superficie de 85.000 hectáreas de tierras fiscales y 5.000 donadas por Tompkins Conservation. Corresponden aproximadamente a la mitad de lo que antiguamente fue la reserva nacional Puyuhuapi, desafectada a principios de los años 80 del siglo pasado para permitir un proyecto de colonización, que fracasó. Ni la flora ni la fauna de esta parte del país son bien conocidas, sin embargo se sabe que posee una alta diversidad especialmente de plantas no vasculares (entre las más altas del mundo), así como una combinación de plantas y animales que origina ecosistemas muy particulares. Por sus características de fácil acceso, impactante belleza escénica y facilidad para la observación de ballenas, orcas, delfines y aves, este parque nacional puede llegar a ser una gran atracción turística, lo que beneficiaría mucho a la población local, actualmente con pocas fuentes de ingreso. Pese a la falta de instalaciones y la inexistencia de información sobre cómo contratar servicios, en los últimos años ha aumentado mucho el número de visitantes. 102
Volcรกn Melimoyu - Foto Ingrid Espinoza
2.-El Parque Nacional Corcovado, en la provincia de Palena, fue creado en 2005 y comprende una superficie de 293.986 hectáreas, de las que 85 mil fueron donadas por The Conservation Land Trust. Nuestra fundación a través de su director, Carlos Cuevas tuvo un papel clave en la creación de este parque y durante diez años la fundación Melimoyu se ha preocupado de su conservación. En términos más específicos, la creación del parque permite: a) La conservación y preservación de los bosques lluviosos templados, únicos en el mundo y que (tomados como conjunto) se encuentran bajo una fuerte presión por su uso; b) La protección de una amplia diversidad de ecosistemas marino-costeros, con su fauna marina asociada; c) La protección total de varias cuencas, desde sus nacimientos a sus desembocaduras; d) La protección de varias especies de fauna con problemas de conservación de acuerdo al Libro Rojo de los Vertebrados Terrestre de Chile como el Pingüino de Humboldt, Huillín, Guiña, Hurón, Becacina, Torcaza, etc. La propuesta es aumentar su superficie mediante la incorporación de 100.000 hectáreas fiscales de la hoya hidrográfica del río Rodríguez, lo que puede incorporar un área accesible al público desde el camino que une la Junta con Raúl Marín Balmaceda y permitirá a futuro establecer un corredor biológico entre los parques nacionales Corcovado y Melimoyu. 104
Amanecer en Tictoc - Foto Eduardo Sorensen, Proyecto Frontera Azul
3.-El Parque Nacional Isla Magdalena se encuentra en la Comuna de Cisnes, Provincia de Aysén. Fue creado en el año 1983 como parque y en 1960 como reserva y posee una superficie de 157.000 hectáreas. Los poblados más cercanos son Puerto Cisnes, Puyuhuapi y Puerto Gala, en la isla Toto. Protege casi íntegramente la Isla Magdalena y algunas pequeñas islas situadas al norte. El objetivo de este parque es proteger la avifauna del lugar como pingüinos y cormoranes. En el lugar se encuentra una de las mayores pingüineras de Chile austral, cuya población se ha estimado en 60 mil parejas de pingüinos magallánicos. El parque no cuenta con infraestructura ni personal permanente, el único asentamiento humano es Caleta Gaviota, ubicada al sur de la isla. Su territorio es montañoso y rodeado de senos y fiordos entre acantilados y laderas rocosas cubiertas de bosque nativo hasta el nivel del mar, evidenciando la modelación producida por la última glaciación. La propuesta consiste en anexar al parque nacional 54.000 hectáreas fiscales que no se habían destinado al parque nacional, por existir incertidumbre respecto a títulos solicitados y en trámite de colonos. La incorporación de esta parte al parque, beneficiaría directamente a las comunidades aledañas, concentradas precisamente frente a este sector. También se incorporarán 600 hectáreas de donación de Tompkins Conservation, ubicadas en estero Pangal al sur de la isla, lo que por su geografía, podría constituirse en un muy buen acceso al parque. 106
Martín pescador - Foto Gregor Sieböck
4.-El Parque Marino Tictoc, de 87.000 hectáreas, creado a comienzos del 2014, permitirá proteger especies únicas y emblemáticas, como la ballena azul, especies de delfines endémicos, aves marinas, corales de agua fría y un sinnúmero de otras especies marinas son encontradas en estos ecosistemas frágiles, altamente productivos y de una singularidad única a nivel mundial. Un parque marino es un área marina, costera, su fondo marino, subsuelo o una combinación de ellos, en la que existen ecosistemas, especies y sus hábitats, conteniendo unidades naturales y procesos ecológicos únicos, representativos a nivel local, nacional o global, así como sus rasgos geológicos y paisajísticos. El objetivo de esta categoría es preservar ecosistemas, unidades o procesos ecológicos, a fin de mantener la biodiversidad de ambientes marinos y costeros en su estado natural y que en su conjunto contribuyen con la mantención de los servicios ecosistémicos. La propuesta se basa en información científica sobre especies clave y los procesos ecológicos que aquí reinan. Se sustenta en la riqueza biológica, escénica y cultural, así como en los compromisos internacionales del gobierno de Chile de conservar efectivamente su mar. El parque marino Tictoc nos está permitiendo generar lazos de inter-cooperación con organizaciones no gubernamentales, de gobierno y la Armada de Chile, como un modelo adecuado a replicar para la gestión y administración de áreas marinas protegidas en Chile. 108
Cormoranes Lile - Foto Eduardo Sorensen, Proyecto Frontera Azul
5.-El Área Marina Costera Protegida de Múltiples Usos (AMCP-MU) Pitipalena-Añihué, de 23.800 hectáreas, se ubica en la Comuna de Cisnes, desde Punta Guala por el norte, incluyendo el fiordo PitiPalena, hasta las Islas en la Leona, en el Canal Refugio por el sur, dentro de los límites jurisdiccionales de la XIª Región. El objetivo de esta categoría es asegurar el uso sustentable de los bienes y servicios ecosistémicos, a través de un manejo integrado del área, utilizando los instrumentos de conservación disponibles en el ordenamiento jurídico. El proceso de creación de esta AMCP tomó 10 años y contó con la participación de las organizaciones sociales de base de Raúl Marín Balmaceda, tales como el Sindicato de Pescadores Artesanales, la Cámara de Turismo y la Junta Vecinal, los que crearon una fundación para co-administrar el área conjuntamente con el Ministerio de Medio Ambiente, que tiene la tuición de esta categoría de área marina protegida. También participaron los propietarios de tierras vecinas como la Reserva Añihué y la Fundación MERI, la Municipalidad de Cisnes, generándose un interesante modelo de colaboración que puede replicarse en otros lados. Actualmente se está trabajando con WWF, Centro Ballena Azul, Wildlife Conservation Society (WCS), la Reserva Añihue y la fundación MERI, en la elaboración del plan de manejo integrado para el área. La organización local ha demostrado ser capaz de administrar el área y conseguir fondos regionales para trabajar las áreas de manejo de recursos bentónicos y comprar una embarcación para establecer un plan de monitoreo y control de la pesca ilegal en el área. 110
Reserva Añihué - Foto Felipe González
6.-El Parque Marino Corcovado, de 77.000 hectáreas, estaría situado al norte y colindante con el parque marino Tictoc, en la porción de mar colindante con el Parque Nacional Corcovado. La creación de este parque marino permitirá ampliar hacia el norte la protección sobre la zona de alimentación de ballenas azules, de acuerdo con los estudios realizados por el Centro Ballena Azul. Su ubicación, en todo el frente del parque nacional Corcovado, representa una gran oportunidad de contar con una protección integrada terrestre-marina. Estamos trabajando para obtener los valores de línea de base de los siguientes parámetros: Comunidades de mamíferos marinos; distribución y abundancia de ballenas, delfín chileno y austral y chungungos (nutria de mar); comunidades de corales de aguas frías, esponjas y actinias, distribución y abundancia; comunidades de bancos naturales de langostino de los canales, distribución y abundancia; comunidades de aves marinas, distribución y abundancia de colonias de Cormorán Lile, Cormorán de las Rocas, Albatros de ceja negra, entre otros. 112
Desfile de estrellas - Foto Eduardo Sorensen, Proyecto Frontera Azul
7.-El parque marino Moraleda, de 75.000 hectáreas, estaría situado al sur y colindante con el Parque Marino Tictoc y al oeste del AMCP-MU Pitipalena-Añihué, al frente del Parque Nacional Melimoyu. Al igual que el Parque Marino Corcovado, esta nueva área protegida marina permitirá ampliar (hacia el sur) la protección a la zona de alimentación de ballenas azules, lo que le proporciona a la zona un alto valor para conservación de la biodiversidad. En el año 2004, cuando se presentó el Parque Marino Tictoc al Consejo de Ministros para la Sustentabilidad para su aprobación, se advirtió sobre el eventual paso a futuro de cables submarinos para transmitir energía eléctrica desde Aysén hacia el norte. Fundación Melimoyu conversó entonces con la empresa Energía Austral y esta entregó un nuevo trazado para no pasar por el parque marino Tictoc. Dicho trazado se ha tenido también en cuenta para establecer los deslindes de este nuevo parque marino. La protección del hábitat y de especies como la ballena azul pueden ser la base para el desarrollo de un turismo sustentable, gestionado localmente y que esté basado en la observación de ballenas, delfines, aves y naturaleza en general y actividades como la pesca deportiva, kayakismo y buceo deportivo. Existe un interés manifiesto en las comunidades locales (Melinka, Raúl Marín Balmaceda, Inío, Quellón, Puerto Cisnes) por programas de turismo “de intereses especiales”, como una fuente de ingresos adicional para complementar sus oficios actuales y es una opción factible para la conservación del patrimonio cultural y natural, al tiempo que genera ingresos a la población local. 114
DelfĂn austral - Foto Francisco Viddi