ÍNDICE PROSA Jerónimo Ayesta Ignacio Acebal Manuel Valdés Julián Cabria Reid Millar Gaspar García
Podredumbre Un mundo perfecto La Guardia Negra Más allá El último disparo del capitán Smith Carta de un soldado viejo de los tercios de Flandes Gabriel Martínez Hestoria d´un viaxe Luis Tazón De Romeo a Mercuccio Luis Fernández Un agradable paseo por el fin de mi existencia Lucas Moledo Frío Carlos Rodríguez Huyendo Miguel de los Toyos Con la cabeza en alto
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MICRORRELATO Juan Amigo, Justo del Castillo Javier Álvarez, Gonzalo López, Ignacio Pajín, Pelayo Fernández, Pedro Martín
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VERSO Pablo Longo Miguel de los Toyos Guillermo Onís Íñigo Rodríguez Luis Vaciero
El tiempo Desde ayer, hasta mañana Mi tierra Felicidad Soy
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Prosa
PODREDUMBRE El sonido de un móvil rompió la quietud de la Iglesia. –Dime Hélena. –¿Dónde estás? –En misa. Te dejo, que enseguida va a empezar. –Vale cariño. Hablamos. Por fin solo. Había sobrevivido a la llamada de su mujer, y eso significaba que, con excusas varias sobre todo lo que tenía que hacer después, podía llegar a casa tarde sin que ella le practicase el tercer grado. Surcando las calles de Valladolid, Fernando trató sin éxito de esquivar a esa intranquilidad propia del que, en lo profundo, sabe que no puede esconderse de su conciencia, que las noches sin dormir no se deben al estrés, sino a los remordimientos. Y, azares del destino, se topó con María, una buena amiga de su mujer. –¿Qué tal Fernando? Jesús, ¡cuánto hace que no te veía! Parece que estás un poco desmejorado, ¿te encuentras bien? Pálido, Fernando contestó mientras miraba el reloj: –Hola María, estoy bien, muchas gracias. –Fernando, ¿Tienes prisa? –Bueno, sí, un poco. –No te entretengo. Oye, cuídame a Hélena que últimamente la veo un poco depre. –Vale. Hasta luego. Y siguió andando, cada vez más rápido, cada vez más ansioso por llegar al hotel, dejándose llevar unas veces por los recuerdos, calor, seda, caricias, y otras por los sentimientos de culpabilidad. Sobre todo deseando no encontrarse con nadie más. Esta vez se topó con Ana, la hermana de su esposa. –Hombre, precisamente quería yo verte –Fernando no pudo evitar hacer un mohín–, como dentro de nada son vuestras bodas de plata, he estado mirando y he visto un anillo precioso para que le regales a Hélena. –¡Ah, sí!... Nuestro aniversario, las bodas de plata... casi se me había olvidado. –Pues venga, vamos a por el anillo que los hombres sois un desastre. –Ana, de verdad, te lo agradezco mucho, pero es que ahora no puedo. –¿Qué tienes que hacer? Claro, se me había olvidado que ir a beber cervezas con esa piara de cerdos que sois tú y tus amigotes, es más importante que tu mujer. 6
–No, de verdad que no es que... bueno, en realidad es que... tengo que ir a ayudar a un amigo que se muda a Viena... –suspicacia en el rostro de Ana. –¡Uy! ¿de verdad? ¿ Y quién es, por casualidad, ese amigo? –Pues la verdad es que no sé si le conocerás... –Seguro que sí, ya sabes que yo conozco a media Pucela. Fernando miró el reloj. Era la hora. –Oye Ana, verás, es que me tengo que ir, de verdad, he quedado hace cinco minutos. –¡Pero hombre, dime quién es! –Bueno, es que acaba de llegar hace una semana, y todavía no se ha instalado. –¿Pero no decías que le ibas a ayudar con la mudanza? –preguntó Ana extrañada. –Ee... –silencio–, es que se va porque no le ha gustado nada. –Eso que dices no tiene sentido... –¿Quieres dejar de preguntar como una maruja cotilla! –Bueno, bueno, te dejo que veo que tienes mucha prisa... El mismo tono que rompía hace unas horas la quietud de una parroquia de Valladolid, colmó la angustiosa inquietud de Fernando mientras estaba bajo las sábanas... –Cariño es muy tarde, ¿dónde estás? –En la Iglesia... –La Iglesia está cerrada, cariño –sollozos–. Te he hecho esa lasaña de berenjenas que tanto te gusta. No tardes. Un beso, mi amor.
Jerónimo Ayesta (2º BAC)
Ignacio Pajín
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UN MUNDO PERFECTO ¿Alguna vez has pensado en cómo sería un mundo perfecto? ¿Un mundo sin errores y sin defectos? ¿Un mundo en el que la gente fuese perfecta? Seguro que sí… Noches en vela pensando en las cosas que podrías tener, y no tienes. Momentos que soñaste con vivir, pero al parecer los sueños no siempre son reales. Tiempo que ya pasó… tiempo perdido. Horas y horas delante del papel, buscando unas palabras para conquistar el corazón que nunca te perteneció. Lienzos tirados hasta llenar la basura, para encontrar la armonía que nunca hallaste. Pero también momentos locos de querer comerte el mundo. Abrazos que son capaces de parar el tiempo, detenerse durante un instante y saborear el calor que desprenden. Hojas de libros dedicadas a aquellas personas que son capaces de sacarte una sonrisa, personas sin las que no serías quien eres. Bancos y portales, que aun siendo solo eso, describen toda una etapa en tu vida, recordando todo lo que llegaste a tener. Pintadas sin sentido, en un lugar remoto, con un valor incalculable. Miradas de odio amoroso, o quizá de amor odioso. Solo miradas. Heridas en forma de regalo que están dentro de ti, en tu corazón, y quieren salir. Simplemente, vida de un imperfecto. Vida agitada, abarrotada de silencio, llena de aire que retumba como el mar. Esperanzas que pones en ti mismo, en tu futuro, sin saber que no hay futuro sin presente. Vida llena de ganas de vivir, pero de ganas no se vive… Logros conseguidos que la gente no recordará. Fracasos que nunca nadie olvidará. Ley de vida, dicen unos, imperfección del hombre, dicen otros. Si tanto el mundo como nosotros fuese perfecto, ¿qué tendríamos? ¿Qué nos quedaría? Aire y palabras, supongo. Pues el sudor de nuestra frente, la fuerza de nuestros brazos y la ignorancia de nuestros cerebros es lo que nos hace humanos. El hombre es imperfecto, y su mundo también. Pero, si cada uno de nuestros defectos se convirtiera en virtudes… ¿qué seríamos? ¿Qué nombre recibiría el individuo que es capaz de amar de un modo perfecto, capaz de sentir de un modo perfecto, y capaz de mirar de un modo perfecto? Un individuo sin odio en su mirada, sin sed de venganza en sus venas, ni sangre derramada en sus manos..
Ignacio Acebal (1º BAC) 8
LA GUARDIA NEGRA En el año 1095, el papa Urbano II llamó a los cristianos a recuperar Tierra Santa. En el contexto de las cruzadas surgieron nuevas órdenes militares como los Templarios… Pero no solo en el bando cristiano… –Eh, Yahid, mueve el culo y lleva este mensaje a la ciudadela –gritó el capitán. –A sus órdenes, señor –dijo Yahid. Yahid era el soldado más rápido de toda la guarnición de la ciudad de Acre. Llegó a la ciudadela donde estaba el general Mehmet y dio la carta al general. –Bien… Corre a las murallas, Yahid. Ellos ya llegan, pero sé a quién llamar –dijo emocionado el general. Yahid llegó a las murallas y vio a un ejército de caballeros cubiertos por metales brillantes como estrellas y cruces rojas como la sangre que iban a derramar sus portadores ¡Eran templarios! –¡Capitán! Ya están aquí –dijó un vigía asustado. Pero el Capitán había salido corriendo. Fue justo entonces cuando los soldados depositaron su fe en Yahid. Yahid gritó: “¡A las armas!” Yahid destrozaba a un templario con tres movimientos de cuchillo. La línea defensiva colocó una barricada en el zoco de la ciudad. La barricada vibraba a cada paso de los Templarios. De repente doblaron la esquina y se dispusieron a atacar… Pero inesperadamente un grupo de hombres de negro con ballestas encapuchados apareció de los tejados. Las flechas zumbaban como abejas en torno a un panal. Ahora era el momento de Yahid para atacar a los malheridos Templarios. Yahid grito: ¡Cargad! Y los musulmanes saltaron sobre los templarios como lobos encima de un rebaño de ovejas. Esa noche la ciudad de Acre callo pero hubo tiempo de evacuarla Y aquella noche Yahid recibió una carta a nombre de un grupo llamado… La Guardia Negra.
Manuel Valdés (2º ESO)
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MÁS ALLÁ Me siento mal. Demasiado viejo para ser tan joven. Demasiado necio. Para el mundo soy un ser desconocido, casi tanto como para mí. El ruido de adentro se me antoja tan vacío y agónico como el otro. Soy un extraño, no me reconozco en el espejo. Para el estado, para el reino de Inglaterra, soy un soldado. Tarde o temprano habrá guerra y seré soldado que pague el precio de la carne sin haberla probado. Carros, humo y gripe febril. Miedo. Y por encima una tristeza lenta y gris. Una apatía insana que me empuja a la nada. Así empezaba la carta. Terminaba echada al fuego, y el joven escribiente, con el macuto a la espalda ascendiendo por la rampa del HMS Oblivion con el abrigo abotonado en la mañana helada de Londres. Un barco explorador, de madera descascarillada en blanco y tres postes. Diez cañones, casi sesenta tripulantes. Un barco viejo, del mismo modelo con el que FitzRoy dio la vuelta al mundo. Desde la baranda, hombres taciturnos se afanaban por preparar la partida. Apenas hicieron preguntas. Mayor de dieciséis, con conocimientos de geografía y ciencia. Llevaría la bitácora. Así me lo dijo el capitán, un hombre alto, enjuto, de nariz aguileña y largos cabellos grisáceos. Hombre de pocas palabras y ojos esquivos. Ha pasado un mes de travesía y los hombres han dejado de hablar. La madera cruje, las olas baten el casco, y comienza a hacer frío. Y el Silencio tapa las bocas de los marineros como un trapo hasta la garganta. Es de Ella. Una presencia que pesa sobre los hombros, que cala por entre las tablas y se hunde en las literas de los oscuros camarotes como el agua salada. No me atrevo ni a pensar en Ella. Sé que el Silencio la sirve, a Ella, le veo. Pero cállate, o te descubrirá y acabarás como Smith. Más allá de donde llegan los ojos desde la costa. Más allá de las piedras y la arena, más allá hay mar abierto. La calma y las galernas. Las bestias, el sol y el frío. El horizonte, un vacío azul dispuesto a engullirte. Allá reside, aposentada en su trono de agua. No la nombres, vendrá a buscarte. Como hizo con Smith. Hace tres noches se echó a las aguas, incapaz de luchar contra el Silencio. El barco ha perdido el rumbo. Tras una galerna, junto con tres marineros. Ahora, calma. Con los primeros copos de nieve sobre la cubierta de madera empezaba el invierno. Era un invierno mudo, una queda avalancha que pa10
recía ir parando el tiempo poco a poco. Mirando al mar, y al cielo gris blanco, tengo la sensación de que se termina. Para siempre. Como si el tiempo de los mortales tocase a su fin. El sonido del reloj me hace sangrar los oídos. Llevo más de cuatro meses sin hablar, y cada vez deseo menos la compañía humana. Incluso la mía me molesta. Anteayer nos reunimos en la cubierta, como un acto solemne, todos delgados, en silencio, enfermos, y sobre nuestras cabezas, Ella… Cogimos relojes, mapas, las brújulas, cuadernos y lápices, y los fuimos echando por la borda. Como hizo Smith, o Hamett, o Blaine el cocinero. O los otros quince que siguieron al primer hombre en rendirse ante Ella. Ahora sueño, y la realidad se me antoja sueño. He visto una sierpe inmensa arrastrarse por las aguas para rodear la nave. Nos tiene atrapados. Tengo escorbuto, y veneno de plomo en la sangre. Y mi pensamiento se hace extraño para mí. He visto una sierpe. Y esta vez viene para tragarnos. Es Ella… Creo que ya se han muerto todos. No me quedan dientes y ahora también orino sangre, sobre los pantalones. El barco se ha parado, en la banquisa, en la inmensa banquisa de hielo. Abro la puerta, la que lleva a cubierta, y más allá, me espera, Ella, ahora sí, la Locura. En el casco se leía HMS Oblivion. Encontraron los cuerpos en la siguiente expedición..
Julián Cabria (antiguo alumno)
Ignacio Pajín
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EL ÚLTIMO DISPARO DEL CAPITÁN SMITH Miraba el Capitán Smith por el catalejo al otro barco que se distinguía a lo lejos en el horizonte. En ese momento el capitán sentía una mezcla de miedo y nervios porque lo único que le pasaba por la cabeza es que podía ser un barco pirata. Sopló una ráfaga de viento y pudo ver perfectamente la bandera. Era un barco pirata. Todos los nervios se fueron y solo quedó el miedo. Sabía que en una batalla sería imposible ganarles, pero había una cosa que podían hacer: escapar. El viento soplaba en popa, pero no sirvió de nada. Después de mucho tiempo intentando huir de aquellos piratas no hubo suerte; por más rápido que iban, más se acercaban. Cuando estaban ya muy cerca y todavía no se veía la costa, decidieron parar y esperar al barco enemigo. En cuanto estuviese a distancia de disparo tedrían que luchar con todo lo que tenían hasta el último momento. Todos tenían la misma pregunta y sensación de desesperación, ¿porqué tenían que luchar con todas las fuerzas que tenían, si iban a morir de todas formas? Esta sensación de desesperación aumento cuando observaron que el buque enemigo estaba equipado con diez cañones a babor y lo mismo a estribor, cuatro en popa y otros dos en proa. Era al menos el doble de grande que el suyo, que tenía cinco a cada lado y dos en proa. Estaba claro quién iba a ganar aquella epica batalla. Empezó la batalla. A los pocos instantes de empezar, el barco de Smith parecia un queso suizo. Tenía agujeros por todo el casco, el mástil estaba roto por la mitad y hacía que los tripulantes no pudiesen moverse con facilidad por la cubierta. En el barco enemigo los dos capitanes luchaban espada con espada y se veía en los ojos de los dos el odio que se tenían. Uno de ellos tenia que morir. Sonaron tres disparos y el pirata cayó al suelo con tres balazos en el pecho. La sangre que salía de donde las balas le penetraron manchaba su camisa blanca de rojo intenso. Sin mirar hacia atras y sin tiempo de procesar lo que acababa de ocurrir, el capitán Smith corrió al otro lado de la cubierta, matando a todo el que se atrevía a impedírselo. 12
Tenía una única mision: salvar a sus amigos, compañeros y a su tripulacion. Bajó las escaleras y estaba bajo cubierta, encontró la Santa Bárbara y se metió sin que nadie le viera. Sacó su pistola, aguantando la respiración y apuntando hacia un barril lleno de pólvora, presionó el gatillo. El barco enemigo explotó. La tripulación del capitán Smith se alegró y sintieron un gran alivio al ver que del barco rival solo quedaban astillas flotando en el agua y algun cadáver. El agua estaba teñida de rojo por culpa de la sangre de todos los piratas que se habían muerto. Se entristecieron cuando no encontraron más rastro de su querido capitán que su sombrero flotando en el agua pintado del rojo de la mar.
Reid Millar (3º ESO)
Ignacio Pajín
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CARTA DE UN SOLDADO VIEJO DE LOS TERCIOS DE FLANDES Rocroi, a dieciocho de los de mayo del año de nuestro Señor de mil seiscientos y cuarenta y tres. Mientras os escribo estas letras tengo ante mis ojos los muros de la fortaleza de Rocroi. Altos, a simple vista, al menos veinte varas, oscuros, amenazantes, tanto que, de solo mirarlos, me recorre una desazón, de las que solo el avemaría cura, de los calcañares al colodrillo. Hoy, por orden del Excelentísimo Señor, D. Fernando de Melo, nombrado por su Majestad, el cuarto de los Felipes, Capitán General de los Tercios, nos ha hablado el Maestre de Campo D. López de Figueroa diciéndonos que mañana tendremos a Dios de nuestra parte, porque la nuestra es una lucha justa. Que aprestemos las picas y las toledanas porque habrá que matar mucho, ya que los luteranos avanzan con más de veinte mil infantes y escuadrones formados por mil bestias y sus jinetes. Los soldados viejos callamos y miramos sin ver, mascamos los restos del bizcocho trufado de gorgojos, atusamos los mostachos, calamos el chapeo y acariciamos el coleto lleno de cicatrices recuerdo de mil escaramuzas, tras cinco largos años de arrastrar nuestros quejumbrosos huesos por Valonia, la Región de Bruselas y ahora por la Región de Flandes. Aprovecha el Páter del Tercio para advertirnos de nuestra tardanza en ponernos en paz con Dios. Como si Él no conociera el sufrimiento, el miedo, el hambre y el frío. Como si Él no viera a sus hijos con piedad y pena anticipando lo que pasará mañana. Aquí siempre es oscuro, siempre anochecido. Las mañanas inundadas de niebla, húmeda, densa, de las que aprovecha el enemigo para hacer descubiertas y causar daños y hacer prisioneros. Los mediodías oscurecidos por la lluvia, intensa, pesada, que cala los huesos y las entrañas. El Sargento Mayor ha prometido, siguiendo indicaciones de D. Gaspar de Guzmán, valido del Austria, paga doble cuando conquistemos Rocroi. Ya me conformara con percibir la mitad de las soldadas que me adeudan. Pero ¿cómo va a pagar esta España empobrecida todas las deudas con sus soldados?, si los dineros se le van en atender las demandas de tantos fijos dalgos, truhanes y pretendidos señores, que nunca han tenido que deslomarse a trabajar para llevar el pan a sus hijos, sino que en las antesalas de palacio, camarillas y contubernios se enriquecen a cargo del tesoro real que cada día ve menguados sus haberes. Aquí cada cual mata el tiempo como puede y entiende. Afilan las toledanas, engrasan vizcaínas, tornean 14
como puede y entiende. Afilan las toledanas, engrasan vizcaínas, tornean picas, limpian mosquetes y arcabuces. Otros, los mas leídos, escriben cartas a sus casa, sin saber cuándo llegaran (dicen las comadres que los billetes se retrasan hasta más de seis meses debido a las patrullas de los herejes), o se las escriben a los que carecen del entendimiento de los bachilleres. Hasta hace unos meses engañábamos los tiempos de espera jugando al julepe y a la escondida, pero desde que un andaluz le desparramó las tripas por el barro, de un tajo de vizcaína a un gallego, por lances del juego, los sargentos prohibieron los juegos de naipes y dados. Era tal la afición a los naipes que entre los mismos oficiales había disputas, que tras muchos votos a tales, sujétenme voacedes, gritos pidiendo la toledana, ténganse vuestras mercedes y demás voceríos que a nada conducen, el contendiente más gritón, un tal D. Ángel César de Javier, un Navarro de Pamplona, de mirada hundida, grandes cejas, frente ancha y poblada cabellera, tras intentar traspasar con la mirada a su adversario, se caló el chapeo, ató la capa, fijó el coleto y fuese y no hubo nada. Cuándo entenderán nuestros generales y maestres que los soldados viejos españoles no luchamos por nuestro país, ni por nuestro tercio, ni por nuestra compañía, ni siquiera por nuestra escuadra, luchamos por el soldado que tenemos a nuestra derecha, repartiendo mandobles y abriendo barrigas, aprestando los mosquetes, o las picas o los arcabuces. Cuando comprenderán que el soldado de nuestra derecha es nuestro hermano, emparentado por el miedo, el hambre y la sangre. Cuando sabrán entender que las guerras las pierden quienes, con su arrogancia, las declaran, pero las gana la fiel infantería con sus trabajos y sacrificios. Muchos camaradas han desertado para volver a España. No creáis que yo no lo he pensado alguna vez, pero ¿que había de hacer yo allí? ¿Alquilar mi espada como bravo o matasiete, poniendo los gavilanes al servicio que esconden su falta de valor tras el brillo del oro?, ¿pasear mi ropilla, camisa y calzones, por la Villa y Corte a la espera de que me reciba algún chupatintas? ¿Cómo había de presentarme en alguno de sus gabinetes con mi única camisa agujereada, el jubón transparente de tan gastado, la ropilla rajada por sus bajos, los calzones sin planchar y las botas con tantas leguas en sus suelas que pudieron recorrer la distancia a la Hispaniola? No, prefiero sufrir los trabajos de Hércules que arrastrar mis glorias por los adoquines de la capital y ver a mis tullidos camaradas pidiendo caridad por las gradas de las plazas, mientras los pisaverdes pasean a sus dueñas y evitan mirar a los 15
que con sus esfuerzos hacen posibles estos paseos. Pues si mi querida familia, la vida de un soldado viejo es pobre y esforzada, pero también alegre y orgullosa, porque, en los Tercios Viejos, nos gusta pensar que con estos trabajos contribuimos al presente y futuro de nuestros hijos. Siempre vuestro, Alonso de García, infante del Tercio Viejo de Flandes
Gaspar García (Padre del colegio)
Ignacio Pajín
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HESTORIA D´UN VIAXE Verdi foi la tierrina que lu vio ñacer. Verdi foi la tierrina na que finó la so vida. Verdi foi’l paisax qu’acolumbró tres del cristal, demientres que viaxaba per caleyos que nun lu llevaben a denguna parte, o quiciabes sí. So casa, la cárcele maldita, los sos hermanos los carceleros, involuntarios, xixilantes en tou momentu fasta sentir la señal que-yos diera la llibertá. Naguaba por salir. Non, ye mentira, pruyía-y sentir la bruma nos sos güeyos nun d’esos díes d’orbayu... Pa bien o pa mal yeren seyes los hermanos que compartíen techu, comu siempres, el más pequeñu nun tuvo otra que esperar a que los mayores colaren primeru, dempués-y tocaría a élli, nel so momentu. Viólos dexar el ñeru ún tres d’otru, n’orde estrictu d’edá. Viólos lluchar nun mundiu difícil. Yera mester intentalo, facía falta echa-y valor, corax, fuercia... nunca hebo griesca más perdía qu’aquella abandonada. Yera cuestión de tiempu, namás que tiempu. La situación nun yera complexa, llegáu l’istante, colaría al otru llau del cristal, daría´l saltu, y entós tocaría-y lluchar por sobrevivir, y quiciabes, si yera a ello, tornaría dalgún día, gallasperu, y podría glayar: toi vivu. Esi yera el suañu de tola mocedá, de los vecinos d’arriba, d’abaxu, de los que taben enfrente, de los que vivíen más lloñe entá de los oscuros bloques verdes que poblaben la ciudadela, montoneres de cases apiláes, casi fasta palpiar el cielu del que enxamás cayía l’orbayu... el suañu de tolos que nunca tornaron al llar. ¿Cómu saber cuandu yera’l momentu? Notábase. Too escomencipiaba con un solmenón, comu si fuere un terremotu. Llueu’l riscar. Nesi momentu asocedía daqué curioso, un pocoñín de calma, nun duraba muncho, pero facíase llargo. Dempués, una traca volaores... shshshshshshshsh, PUM. La sangre fervía, burbuxeaba. Enxamás escaecerá la imaxe’l so hermanu ñervatosu, a puntu marchar, yera la hora del primeru, llueu’l segundu, terceru, cuartu, quintu, y pa finar, el más guah.e. Solina quedaba la madre nun rincón. De xuru que los neños nun diben tornar, de xuru. Cuandu-y llegó el momentu taba preparáu, llevaba esperando llargu tiempu, nun había dubia, cuerpu y mente yeren ún. Notaba’l fervor nel so adientru, les burbuxes facíen-y cosquielles na ñariz. Avanzó fasta’l 17
correor, asomóse y ablucó. ¡Qué grande yera too fuera! ¡Cuántes coses por deprender! Llenó los polmones d’aire fresco, una vegada, dos. Abrió los brazos y... saltó. Solene, maxestuosu, épicu... golpe talu nun asoleyaba davezu. Sintió fríu demientres la caída, dolió-y el golpón al esfronase escontra’l suelu. Pero eso nun fizo más que aumentar el so fervor. Taba vivu, agora sí, taba vivu y preparáu pa viaxar. Glayó, dexó salir toa esa rabia caltenida tantu tiempu, el sudu empapó l’aire d’alrodiu, golíaselu dende p’allalantrón. Ensin embargu, el viaxe nun entamó. El barcu nun dexó’l cai. Quedóse ellí, solu, aseláu. Y morrió. Foriatos, dexáronlu morrer, nun sabía quiénes yeren. Foriatos, dexáronlu morrer. El fervor apagóse, l’arume escaecío nel aire dexó d’acompangalu, ya nun había burbuxines... foriatos, dexáronlu morrer. Yeren seyes los hermanos qu’un día abandonaron el llar, cincu ficieron un viaxe del que nun tornaríen, al más guah.e, nun-y dieron esa oportunidá. Morrío nuna llanzadera de cristal fino, y ya muertu, tiráronlu al suelu y, allí sobro’l práu verdi, xuntóse cola tierrina que lu vio ñacer. Foi triste. Vida y muerte. La hestoria d’un culín.
Gabriel Martínez (Profesor) Relato finalista en el Concurso de Microrrelatos Sidreros, organizado por la revista La Sidra.
Ignacio Pajín
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DE ROMEO A MERCUCCIO Soy un necio, lo he vuelto a hacer. He vuelto a caer en la misma treta que me han puesto una y otra vez en mi vida: se trata del amor. Cierto es que el hombre es el único trágico animal que tropieza dos veces con la misma piedra, pero qué le puedo hacer, cómo puedo ocultar mis sentimientos más profundos y no hacerlos aflorar, contenerlos hasta que exploten y así verlos evaporarse. Aquella perfecta sonrisa que me hacia pensar que la vida es un lecho de rosas, cuando no lo es. Aquellos ojos que produjeron un hechizo en mí que no puedo controlar. Aquella melena que parecía una cascada de puro ébano y me hacía soñar. Y aquí estoy otra vez contando mis problemas y dándome cuenta de que lo he vuelto a hacer, me he vuelto a enamorar y como es costumbre en este juego maldito de Cupido, ella no quiere o no cree que el amor que hay entre nosotros supere las barreras de lo físico. Yo veo en ella un ser tan maravilloso que ni ella misma percibe. Pero como mortal y hombre que soy, cometo errores y no puedo conocer sus intenciones hacia la experiencia del amor. Condeno la ironía de la vida al ponerme mas trampas que ayudas y más problemas que soluciones. Pero a lo mejor debe ser así, a lo mejor me hace mas fuerte y así no volveré a caer en la misma trampa. Para cada hombre y mujer hay un semejante que lo completa; aún soy joven e impaciente y no comprendo por qué no la puedo conocer ya. Pero como siempre se dijo, lo bueno se hace esperar y la vida es muy larga o muy corta dependiendo de con quién la quieras pasar. Luis Tazón (1º BAC)
Ignacio Pajín
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UN AGRADABLE PASEO POR EL FIN DE MI EXISTENCIA Se podría decir que todo sucedió así y no como cabía esperar que sucediese. Me vi obligado a enfrentarme a una situación que claramente me sobrepasaba, me deslumbraba. Al estar solo en toda la casa no me era difícil llegar a escuchar el suave murmullo de mi respiración que cortaba con una nube de vapor el frío ambiente. Avancé por el angosto pasillo que conducía al comedor con el miedo aplastándome la boca del estómago. Hacía ya unos minutos que me había dado cuenta de que salir corriendo no era una opción, ni siquiera si mis entumecidas y confusas piernas me hubiesen respondido como lo hacían años atrás habría logrado alcanzar la puerta. Resulta interesante observar cómo la mente puede al cuerpo y las emociones superan a la biología. Hacía mucho frío y aun así yo sudaba incesantemente. Recorridos finalmente los metros que me separaban de mi final, entré en la gran sala de techos altos cerrando la puerta a mi paso. Firme y segura como ninguna otra certeza tan absoluta, estaba allí mi muerte, personal y subjetiva que se adapta a las ocasiones para llegar en el mejor momento a cada cual que alcanza de una forma distinta. Me dejé reposar en sus negras garras y me abandoné al sueño que más paz da al ser humano.
Luis Fernández ( 4º ESO)
Ignacio Pajín
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FRÍO Huía. No sabía de qué pero huía, corría, escapaba, trataba de desaparecer. Me perseguía, lo notaba detrás, no lo podía ver ni tocar, ni oír, ni sentir de cualquier otro modo, salvo con mi mente. El frío que sentía dentro no era de este mundo, no era natural. Las ramas de los árboles arañaban mis brazos y mi cara, las rocas y restos del suelo se clavaban en mis pies ya ensangrentados. No me importaba, tenía que salir de allí, no me podía parar. Entonces tropecé y me caí, me manché de barro y madera podrida, se me llenó la boca con esa inmundicia y llegó el dolor: una agonía subiendo por mi pierna, me atravesó la columna y al final llegó al cerebro. Grité. Grité como no lo había hecho nunca hasta entonces. Cuando por fin pude parar de gritar, miré hacia abajo. Había metido la pierna en un agujero y lo que antes era mi pierna ahora era un desastre sanguinolento de hueso y médula. Aunque escapase, nunca recuperaría la pierna. Me rindo, no puedo seguir luchando y creo que me merezco descansar de una vez. De pronto aparece uno de los cazadores que nos acompañaban. –¿Qué te ha ocurrido? Ven, te tenemos que llevar al médico –No, no, vete, corre, sal de aquí... Ya viene, ¡ya viene! –¿Pero qué dices? Estás delirando, tengo que llevarte al médico. Entonces, de repente, la temperatura baja mucho, el frío se mete en nuestros huesos, ambos nos quedamos paralizados, él se acerca, no, ya está aquí, una forma espectral, etérea, tan incorpórea que resulta casi invisible aparece detrás del cazador. Éste, aterrado, se da la vuelta, entonces se encuentra con unos ojos azules, los mismos ojos que me atormentaban, los ojos que me habían hecho huir olvidando el dolor, esos ojos tan fríos que quemaban. El cazador se desploma a mi lado, de sus ojos no queda nada, han ardido, solo cenizas en sus cuencas oculares. Entonces escucho una voz aún más fría que el ambiente, mucho más fría. Siento como si se me parase el corazón, ya no me duele la pierna, ya no me duele nada porque ya no siento nada –Dicen que los ojos son el espejo del alma.
Lucas Moledo ( 4º ESO)
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HUYENDO Huyendo, otra vez huyendo. Sabía que era lo característico de su vida últimamente. Huir, correr... Y entendía que huir de uno mismo implicaba huir de los demás, continuamente. Y huía otra vez por las calles oscuras perseguido cada paso de alguien distinto, temiendo cada esquina una sombra diferente, sintiendo a cada distancia los gritos y los susurros de nuevas amenazas, y sudando pesadillas, tiritando de rabia porque no podía dejar de huir, simplemente porque no se imaginaba capaz de no huir. Por las noches cuando estaba a oscuras, brotaba esa rabia también con forma de lágrimas... Sé que no lo hace adrede, por supuesto, pero me duele que él pueda hacerlo y yo no. No le guardo rencor y tampoco le tengo envidia, es mi amigo. Este es un sentimiento que nunca había experimentado... Esta coraza de la que intento desprenderme me tiene precisamente agarrado con un dolor parecido. Me duele, me duele desprenderme de algo que siempre me ha pertenecido y que he querido. Estoy arrancándola de mí como por debajo de la piel y siento que me despelleja. Pero es que cada movimiento que hago está impulsado por otro corazón que no es el mío, por mucho que mi orgullo quiera callarme, así es. Precisamente por esto mi piel construyó su coraza protectora y hasta llegar a lo que soy hay que clavar hondo .La misma percepción de peligro estrae de mi una fuerza que duda entre correr ante el oponente o matarlo por completo. Abrí la puerta de la calle, no puedes imaginar cuál fue mi sorpresa al ver una o dos manzanas más abajo a los Unicornios. Instintivamente, me puse la capucha de mi sudadera y resguardándome en las sombras de los soportales comencé otra vez mi huida..
Carlos Rodríguez ( 4º ESO)
Miguel de los Toyos
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CON LA CABEZA EN ALTO Te empujan, te confunden, te mienten, te desprecian, te insultan, te ignoran, te hieren, te apartan, te ofenden, te señalan, te burlan, te contradicen, te agotan... Y al final te exilias. Ya no los soportas. Ya nada te importa. Sólo piensas en el daño. Frío, soledad, desconsuelo, dolor, sufrimiento, gritos y después... silencio. Nada. Estás tú, pero ahora en calma. Te preocupas del exilio, al que tratas como amigo. Y con el exilio llegan los recuerdos. Los recuerdos amigos de quienes te ayudaron a levantarte, de quienes te acompañaron hasta volver a encontrarte, de quienes te dijeron siempre las verdades, de quienes te apreciaron más que a nadie, de quienes entre aplausos te alabaron, de quienes en ti y en tus actos se fijaron, de quienes por encima de todo te cuidaron, de quienes entre sus brazos te acogieron, de quienes con versos te consolaron, de quienes por respeto no te señalaron, de quienes ante otros por ti se avergonzaron, de quienes con mejores argumentos te apoyaron, de quienes aunque agotados te reanimaron. Y vuelves con la cabeza en alto, pensando que quizás lo bueno, es gracias a lo malo.
Miguel de los Toyos (2º BAC)
Ignacio Pajín
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Microrrelato
UNA MUERTE MÁS Una muerte más: en medio de la noche, se oyó un grito de una mujer. La policía acudió de inmediato al lugar del suceso. Entraron, había sangre derramada por todas partes y, en el suelo, un osito de peluche con un alfiler en el pecho.
Pelayo Fernández (1º ESO)
Miguel de los Toyos
EL GRITO Cuando oí el grito, supe que no iba a llegar a tiempo.
Pedro Martín (2º ESO)
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DESPIERTO Me desperté y ella ya faltaba. Yo no era consciente de su ausencia porque cuando ella estaba, yo no. Y ahora que no está ella, despierto yo. Entonces veo la foto, ella me coge en brazos y comienzo a llorar. Comprendo que o ella se fue muy pronto o yo desperté muy tarde.
Gonzalo López (3º ESO)
Ignacio Pajín
VARIOS MICRORRELATOS El problema llegó cuando el verdugo me aseguró que todo saldría bien. Cuando me di cuenta, estaba diciendo aquella frase que tanto repetía mi madre. Por todos es conocido mi anonimato.
Juan Amigo (2º BAC)
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LAS NOTICIAS Encontraron su cuerpo sin vida en el suelo. Su madre, destrozada, dio parte y el marido fue a entregarse. Damos paso al tiempo.
Gonzalo López (3º ESO)
Miguel de los Toyos
Ignacio Pajín
LA BOHÈME Se miró al espejo y contempló su rostro. Tendría que darle un poco más de sombra a sus ojos. Luego se vestiría por completo. Estaba seguro de que el espectáculo de aquella noche iba a ser perfecto.
Ignacio Pajín (4º ESO)
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MI VIDA Mi vida es bella como una rosa del desierto.
Justo del Castillo (1º ESO)
Miguel de los Toyos
La ventana es azul, daba a la calle y se puede contemplar a la multitud. Veo a un hombre, viene de comprar y está corriendo, saca una pistola de su abrigo y la carga. La guarda y se introduce en un callejón visible desde mi ventana. La vuelve a sacar. Me mira y le miro, me apunta y dispara. ¡Ahh!, ¿por qué no me duele? Desde mi camisa subía un extraño olor a ketchup.
Javier Álvarez (1º ESO)
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Verso
EL TIEMPO
¿Quién lograra imaginar que después de tantos años pudiera la brisa soplar tan hermosa como antaño? Un hálito de vida que, encarnado en el deseo, acuna las vagas ondas del que está vivo, pero muerto. Una lágrima caída, una idea sin consuelo, son las formas desechadas que sin gana porta el tiempo. Pablo Longo (1º BAC)
Miguel de los Toyos
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DESDE AYER, HASTA MAÑANA
Quiero saber quién soy, y dónde estoy. Conocer quién seré, pero sabiendo cómo lo haré. Sin olvidar quién fui, más cómo pude ser así. ¿Por qué jugaba a ser tan viejo, y por qué finjo ser tan pequeño? Se me han pasado las horas, y no las tendré más. Las que me llegan se pierden, no las podré recuperar.
¿Me daré cuenta que en mi cartera, mi vida entera se ha conservado, como un tesoro, bien custodiado?
Y hoy encuentro, que en mi bolsillo, hay mil recuerdos hechos pedazos.
Paso a pasito, pasó mi vida y sin quererlo se me ha acabado. No queda más. Me he topado con Él; punto y final. Miguel de los Toyos (1º BAC)
Miguel de los Toyos
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MI TIERRA
Son azules y muy verdes los colores de mi tierra son su mar y sus montañas, es la magia que ella encierra. ¡Y qué cálido es el sol! El orbayo nos refresca y la niebla cuando baja a las Xanas alimenta. Es el blanco del Aramo que se cubre cuando nieva, mas el orgullo asturiano es la Virgen en su cueva. Son mis ojos los que lloran cuando marcho de mi tierra; mi corazón el que grita, ¡el que grita que se queda! Guillermo Onís (2º ESO)
Ignacio Pajín
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FELICIDAD
Felicidad es lo que se siente cuando uno no miente. Felicidad es lo que siente cada uno en su mente. ¿Hay algo mejor que la felicidad? Sí: la fe y la verdad. Íñigo Rodríguez (5º EPO)
Miguel de los Toyos
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SOY
Me llamaban en silencio y gritándome sin voz. Me buscaban en sus sueños, se preguntan dónde estoy. Me escondí hace ya tiempo, expulsado sin razón del corazón de la gente, enfriado, sin pasión. Pero ahora me reclaman, con ahínco, con dolor. Necesitan expresarse, soy su medio, soy su voz. Soy la voz del oprimido, un aliento alentador, el alivio del dolido. Soy poesía, soy amor. Luis Vaciero (1º BAC)
Miguel de los Toyos
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