Cuartodehora 12

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ÍNDICE PROSA Ignacio Acebal Yago Secades Ignacio Pajín Luis Martín Manuel Valdés Ignacio Pajín Carlos Blanco Luis Tazón Alberto Secades

Todos sueñan con volar... La perpetua y colosal montaña Desnuda Si yo pudiera Caído en el olvido Giro Sin ser siquiera apreciada Una sociedad Originalidad

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GANADORES DÍA DEL LIBRO Luis Villar Manuel Valdés Gregorio Colao Jaime Onís Álvaro García

Microrrelato 1º y 2º ESO 3º y 4º ESO Bachillerato Poesía

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MICRORRELATO Yago Secades, Juan González, Gregorio Colao, Pedro Martín, Pablo Amigo

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VERSO Gonzalo López Jaime Onís Alberto Hebrero Daniel Fuego Pelayo González Gonzalo López

Agua Me duermo esperando verte Continente África Espada de lluvia Los antojos del alma Romance del caballero

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Prosa


TODOS SUEÑAN CON VOLAR, PERO NINGUNO TIENE ALAS En un abrir y cerrar de ojos, ahí me encontraba, volando. Me lo había imaginado millones de veces, y cada una de ellas distinta, incluso mejor, pero ninguna de ellas era como esta. Esta era real. Notaba como si mis pies se elevaran del suelo, y mi respiración se entrecortase. Mis músculos, más tensos que de costumbre, apretaban con fuerza aquello a lo que, desde ese momento, era prisionero. Mis manos, esclavas del momento, intentaban encontrar algo a lo que aferrarse, con el único objetivo de no dejar de volar. Los ojos, totalmente cerrados por el miedo, buscaban a tientas un lugar donde almacenar tales imágenes. Porque estaban cerrados, pero no por ello dejaban de ver. Subía y subía, hasta alturas que no creía existentes. Sabía que cada metro que subiese, sería un metro más que habría que bajar, pero no pensaba en ello. Confiaba en la eternidad. El corazón latía demasiado rápido, como si quisiese salir de mi cuerpo. Como si ahora, ese corazón no fuese solo mío. Quería gritarle al mundo. Quería que ese momento nunca acabase. Fue en ese momento cuando cerré las tapas de mi libro. Nos miramos fíjamente, sonriendo, y comprendí.

Ignacio Acebal (1º BAC)

Miguel de los Toyos

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LA PERPETUA Y COLOSAL MONTAÑA La perpetua y colosal montaña observa a la creciente, fugaz y débil ciudad crecer a sus pies. Edificios modernos, repletos de cristales que intentan alcanzar su inalcanzable cima. Generaciones y generaciones de insignificantes hombres que se creen grandes dioses intentando llegar al cielo con sus edificios. Ahora observa: unos inquietos niños con ojos rasgados peleando, unas madres enfadadas riñendo, extraños aparatos que les llevan a mundos imaginarios, en los que se quedan y de los que parece que no quieran salir. Sueñan que son dueños de todo lo que ven. Pelean por territorios infinitos que llevan ahí desde milenios antes de que llegasen. Luchan. Parece que fue ayer cuando se enfrentaron con palos y piedras. Ahora utilizan armas mayúsculas y desmesuradas, que destruyen sin piedad maravillas de la naturaleza o bellezas elaboradas por sus propias manos. La guerra llega también a aquella ciudad extraña, con una rara cultura que escribe de abajo a arriba. Es de noche, las luces tiñen de colores la atmósfera en una ensangrentada pero maravillosa aurora. Nadie se fija en ella. Tienen miedo. En un instante ocurre: un sibilino, malicioso y colosal objeto cae en medio de la ciudad y explota, arrasando toda vida a su paso sin importarle los inocentes o desolados niños, simplemente mata en esa noche recordada. Reina la desesperación más absoluta. Las curiosas lágrimas se asoman con facilidad por sus ahora sucias caras, como lo hacen las gotas de rocío por la mañana al desprenderse de sus cálidas hojas. No hay ni rastro de la pequeña ciudad. La eterna montaña se pregunta entonces: ¿cuándo aprenderán los hombres que el mundo no es suyo?

Yago Secades (4º ESO)

Ignacio Pajín

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DESNUDA Permaneció quieta una eternidad. El único sonido que le llegaba del exterior era el del agua formando ondas cada vez que se movía lo más mínimo; y la única visión, la de los azulejos del baño. Pese a estar en sus cuarenta y tantos aún cometía errores. Esta vez lo había perdido todo. Oía voces en su cabeza que no cesaban de repetirle lo mal que estaba. Incluso se veía más pálida que nunca, y su cabello rubio ahora lucía más bien plateado. Igual era todo una paranoia de su cabeza, pero la atormentaba tanto… Había sido despojada de todo. Ya no quedaba nada de aquella diva joven y hermosa, que convertía a los hombres en piedra con su mirada color aceituna, como Medusa. Bajo esta ahora había ojeras. Llevaba semanas sin dormir de un tirón, pero aún no había derramado ni una lágrima desde que él se había ido. Era el segundo. Había estado jugando con sus sentimientos aquellos doce años y ella no se había dado cuenta… Era cierto que aún quedaban cosas bonitas: estaban sus hijas, por ejemplo. Pero aquello también le recordaba a Daniel, que nunca había llegado a nacer. Eso agrietaba su espíritu aún más. Era otra de las mil razones que hacían del hecho de llegar a casa la hora del dolor. Y no había píldora que lo curase. Si… él… hubiera sido honesto desde el primer momento, doce años atrás, se habría ahorrado tantas cosas… incluso lo de Daniel. Todo parecía maravilloso entonces, lo recordaba como si hubiera sido apenas un mes atrás, pero el vacío seguía atormentándola. ¿Había pasado lo mismo con el primero? ¿Había sido tal el sufrimiento? No estaba segura. Lo único que quería en aquellos momentos era desaparecer, ser olvidada por todos… si no lo era ya. A aquellas alturas, no había ninguna clase de giro que pudiera transformar las cosas. Lo único que podía hacer era lamentarse y suplicar a alguna fuerza mayor para que todo cambiase de forma radical. ¿Había esperanzas de que él volviese? Un momento… ¡¿Qué?! ¿Qué estaba diciendo? ¿Cómo podía desear su regreso? No, no era posible… después de todo lo que le había hecho. ¿No sería más lógico odiarle? Él lo había empezado todo y él lo había acabado. Había sido una idiota, una tonta estúpida por enamorarse de alguien a quien no le interesaba en absoluto. Era todo tan confuso… un día hacía frío y al otro hacía calor. De lo único que estaba segura era que no quería necesitarle, porque pensaba en él todo el día. En otra situación, habría pestañeado para evitar esto. Pero estaba sola, ¿qué importaba? Las lágrimas brotaron de sus ojos y resbalaron 8


por sus mejillas hasta caer en la inmensidad del agua de la bañera y desaparecer por completo. Apoyó las manos en los extremos de esta y se levantó, llevándose consigo gran parte del agua. Las gotas desprendiéndose de su cuerpo eran el único sonido ahora, ya no había voces. Cogió su albornoz y se envolvió con él. Salió del baño.

Ignacio Pajín (4º ESO)

Ignacio Pajín

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SI YO PUDIERA... –Si yo pudiera… –dijo Juan–. Si yo pudiera agarraría al mendrugo de Carlos y le reventaba. A Juan se le notaban las venas hinchadas, estaba rojo y sudaba. Parecía que había salido de un volcán, pero realmente había salido de una pelea y, adivina con quien, con el bruto y fuerte de Carlitos. –Tranqui Juan, no te lo tomes tan en serio, simplemente ha sido una pelea y te ha ganado. Es un cobarde. –Es que cuando le pille… –Juan apretó los puños y juntaba los dientes, sus ojos parecían los del mismísimo diablo personificado.– Es que cuando le pille… ¡Me lo voy a cargar! Carlos aparecía por el fondo de la calle, con sus aires de chulito y su sonrisa que tanto gustaba a las chicas. Rodeado de un par de lameculos, se dirigía al solar donde estaba Juan con su amigo. Cuando llegó, Carlos le miró, y riéndose dijo: –Me han dicho que no has hecho más que llorar, Juanito, ¿quieres un paquete de pañuelos para sonarte? Sus lameculos rieron; Juan no respondió. –¿Me has oído? ¿Los quieres o no? Porque si no, se los llevo a tu madre, que también debe de estar triste. A Juan se le encendieron los ojos y con las risas de los amigos de Carlos de fondo, gritó mientras saltaba encima de él: –¡Eres un sinvergüenza! Los puñetazos empezaban a caer encima de Carlos y no las veía venir. Sangraba y sangraba. De repente oyeron llegar a unos chavales mayores que les separaron. Toda esta larga historia empezó con un “si yo pudiera”.

Luis Martín (2º ESO)

Miguel de los Toyos

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CAÍDO EN EL OLVIDO (Este alumno de 2º ESO está escribiendo una novela por entregas. Este fragmento es la continuación de La guardia negra, publicado en el número anterior)

Fría noche de invierno, era aquella, en Jerusalén. Ni un alma habitaba las serpenteantes calles musulmanas, a excepción de Yahid. El capitán de la guarnicion se dirigía sin demora a la posada. Una vez allí, supo con quien tenía que hablar. El ambiente de la posada era alegre, pero no para Yahid. El hombre que hacía apenas tres meses había sido un héroe, ahora yacía caído en el olvido. Yahid se acercó y se sentó en frente de aquel hombre, que tenía una amplia sonrisa. –¿Crees en Dios, Yahid? –preguntó el hombre. –¿Qué importancia tiene eso ahora? –replicó Yahid. –Bueno es bastante impor… –dijo el hombre, sin poder acabar la frase por culpa de Yahid. –En la carta ponía algo sobre una prueba, no sobre un interrogatorio – le cortó Yahid. –A eso iba, yo soy tu prueba –dijo el hombre, riéndose. –¡A que te ensarto, bufón descosido! –gritó Yahid. –No te dejes llevar por las apariencias, Yahid –dijo el bufón–. Bien has de sacarme de la ciudad con vida –dijo –Fácil –dijo Yahid. –No cuando media ciudad me quiere muerto –dijo el bufón. Yahid ya había localizado a dos de sus enemigos. Ya derrotados, consiguieron llegar a las puertas de la ciudad donde les esperaban los caballos. Yahid y el bufón tardaron tres días en llegar al mar Mediterráneo, donde les esperaba su barco. Al subir al barco, el bufón dijo: “Buen trabajo, Yahid”. Pero mientras el hombre decía eso, a Yahid le ponían una bolsa en la cabeza y le ataban las manos y los pies…

Manuel Valdés (2º ESO)

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GIRO La ciudad nunca descansa, ni siquiera por la noche. Las luces de los altos rascacielos colorean las vistas. Las personas no cesan de desplazarse como trabajadoras hormigas. Sus rápidas conversaciones se mezclan con los bocinazos de los numerosos automóviles. Cuando decidimos acercarnos, nos desplazamos a la zona comercial: relucientes escaparates, inalcanzables prendas de ropa, rostros maravillados frente a las tiendas, otros indiferentes. Gente vestida de la cabeza a los pies con marcas conocidas; llevan complementos y los coches de aspecto imponente recorren la manzana en un abrir y cerrar de ojos. Nuestro viaje continúa por las calles, hasta llegar a otro tipo de barrios: el pavimento está agrietado, mugriento y negruzco. Las luces se olvidan de esta zona de la metrópoli, los edificios están juntos, las callejas son estrechas. Dicen que algunas no tienen salida. Se ven escaleras de incendios a los extremos. La poca gente que hay está asomada a las ventanas, o bien en el suelo de la calle, sentada o durmiendo entre sus pertenencias escasas. «¿Acaso no pasan frío?», nos preguntamos. Conforme avanzamos, vemos mujeres, apoyadas en las esquinas. Esperan a algo o alguien. No descansan, ni siquiera por la noche, y la ciudad tampoco.

Ignacio Pajín (4º ESO)

Miguel de los Toyos

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SIN SER SIQUIERA APRECIADA El coche ya había llegado... Parte de mi vida se quedaría en este viaje y la otra parte que yo desearía emprender quedaría eternamente truncada. Hoy era el día, me iría a la ciudad a estudiar con los mejores, con los mas altos apellidos, los futuros dueños de los majestuosos palacios y exitosas empresas. Con la casta. Atrás quedará mi viejo y pasado pueblo. No era el destino que yo había añorado; aquí quedaba el leve rubor del mar, a veces un temible rugido, aquí quedaban los viejos motes, Sardina, Mochuelo... Cuando vuelva probablemente serán lo que son, pero yo no seré el mismo. No veré partir a los marineros ni a la viejita contar sus cuentos de miedo. No pescaré ni seré perseguido por robarle manzanas al viejo Paco. Pero sí, yo soy el afortunado, yo tendré mi maletín, mi mujer luciendo su cara alianza, mi hijo caminando por un suelo de mármol. Usted, el lector decide que es en este caso la fortuna. El auto cruza el puente, la ultima vez que mi infancia vió ese pueblo.

Carlos Blanco (4º ESO)

Ignacio Pajín

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UNA SOCIEDAD ¿Cuánto dolor necesitamos para abrir los ojos? ¿Cuántas lágrimas para apagar el fuego de la hipocresía? Vivo en una sociedad en la que la gente muere por llevarse un trozo de pan a la boca y otros lo ignoran. Una sociedad en la que olvidados políticos dan lecciones de humildad, como lobos presumiendo de su bondad. Una sociedad en ruinas. Una sociedad que se auto-consume. Por eso sueño con una sociedad en la que el color no sea discriminante, sino vínculo de unión. Una sociedad en la que el hambre y la miseria no sean ignoradas. Una sociedad justa en la que todo hombre y mujer sea respetado. Una sociedad en la que no haya madres llorando en las esquinas o niños robando para sobrevivir. Una sociedad en la que el diferente sea aceptado y no insultado o marginado. Una sociedad en la que los estereotipos de belleza no destrocen las vidas de miles de niños todas las mañanas. Una sociedad en la que se pueda gritar tu opinión sin miedo a ser reprimido. Una sociedad libre de juicios ajenos. Una sociedad en la que no haya caza de brujas a la gente incomprendida. Una sociedad racional en la que no se mate la gente por las lecturas de un libro. Una sociedad en la que tu lugar de nacimiento sea solo eso, un lugar, y no una etiqueta social. Una sociedad en la que el perdón este presente y el odio no tome su lugar. Una sociedad en la que no hayan guetos ni círculos raciales. Quiero una sociedad en la que soñar para que todo esto se pueda lograr, sea posible y no una locura más.

Luis Tazón (1º BAC)

Ignacio Pajín

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ORIGINALIDAD Querido Yalumar: Sabes que debes hacer las cosas atendiendo a realizarlas de la mejor manera posible. No siempre significa que debas hacerlas como todo el mundo, porque no todo el mundo puede hacer todas las cosas bien. Deberás procurar desarrollar la intuición suficiente como para considerarte capaz de atreverte con cosas nuevas; no podrás repetir las mismas acciones vez tras vez: hasta el pato más tranquilo termina cansado de nadar cada día en el mismo estanque, por mucho que las visitas le entretengan. No eres un pato, puedo estar seguro de ello. También llegará el momento en que debas abandonar el estanque, por mucho que tu madre se acongoje pensando que el momento está demasiado próximo, e incluso tú mismo podrás sentir que no llega nunca, animado como debes encontrarte por ser capaz de establecer tu propio rumbo. Descubrirás con sorpresa que en ocasiones resulta más sencillo acomodarte a las indicaciones ajenas, intentando esquivar tareas cansinas, desagradables o pesadas que te son impuestas (por mucho que la insistencia termine venciendo cualquier resistencia), que encargarte de ser previsor, buscando todas las contingencias posibles que se te vayan a ocurrir y los planes de acción que consideres más apropiados. Es uno de los secretos que esconde la edad y que, pese a que la mayoría de los hijos no son avisados por sus padres de su segura presencia futura, romperé una costumbre implícita, dejando caer un aviso que sé que, de todas formas, la precipitación con que te abalanzarás sobre el texto hará que leas por encima lo que haya escrito. Serás capaz de hacerte una somera idea de los motivos y razones tratados, pero, puedo apostarlo, te costará refutar argumentos, que se habrán perdido en las costuras que delimitan los renglones. Sí, hijo: llegará el día en que deberás armar el petate y, espero que sin portazos, tomes el camino que te indique tu nuevo proyecto de vida; ese dibujo a mano alzada en el que exagerarás las virtudes y evitarás vislumbrar los defectos, porque el ímpetu que te mueve te impide pararte a considerar detalles nimios. Es natural. Llegará la temporada de vuelo. Los nidos deberán ser cambiados. Tú reclamarás el derecho a irte. Te esperaremos. Querremos oír todo lo que 15


Y cada plan nuevo que llevas a cabo, los que se consolidan y los que se esfuman sin apenas dejar rastro, nos hacen ver que vas completando una nueva persona, distinta a la que conocimos, llena de profundidad y ternura, alegre, entusiasta, comprometida, capaz de afrontar las dificultades y generosa con quienes necesitan tu apoyo o tu consuelo. Audaz y atrevido, como supusimos que serías. Y original. Empeñado en realizar nuevas probaturas, buscando los resquicios que los límites dejan entrever, como forma de alterar su naturaleza. Inconformista; tenaz para levantarse ante las injusticias, obstinado para encontrar nuevas fórmulas que te hagan sentir acogido en un entorno que sutilmente has cambiado, haciéndolo ligeramente mejor. Nunca temas enfrentarte a retos antiguos aportando nuevas posibilidades. No todos los que lo intentaron fueron capaces de conseguirlo. El primero en lograrlo era, en ese instante epifánico, el último que trataba de superarlo. Pero evita caer en la actitud de aquellos osados bravucones que desprecian los esfuerzos de los que les precedieron, asumiendo que su condición personal era la característica determinante para resolver ciertos asuntos, y no una combinación que se mostró exitosa, porque hubiera permitido lograrlo a cualquiera que la hubiera puesto en práctica. A nadie le gusta que le desprecien; pero todos los que realmente merecen la pena tienen tiempo y ganas de confrontar ideas con personas que presentan argumentos propios, originales, atrevidos y audaces. Más, si son respetuosos. Suma originalidad, astucia y reverencia y en seguida tendrás que explicarme cómo hacer para subsanar los asuntos en que me encuentro atorado ahora mismo, casi desde hace años. Te quiero.

Alberto Secades (Padre)

Ignacio Pajín

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DĂ­a del Libro


DÍA DEL LIBRO Dentro de las actividades del Día del Libro de este año, quisimos que el concurso de relato tuviese el lema “Un sueño para África”, inspirado en la visita de la ONG Harambee al colegio. Los chicos pudieron sentir más de cerca cómo es la vida cotidiana de un niño en África, los proyectos solidarios para su mejora, etc. También, entre varias actividades, recibieron la visita de la escritora María Teresa Álvarez, que les ofreció una charla, contestó a sus preguntas, seleccionó los textos ganadores del concurso y les entregó los premios. Para más información sobre Harambee, visita http://www.harambee-africa.org/es

GANADOR DEL CONCURSO DE MICRORRELATOS –El ébola ha sido solucionado sin apenas bajas –dijo el Secretario General de la ONU delante de un mapa con cuatro continentes.

Luis Villar (1º ESO)

Ignacio Pajín

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RELATO GANADOR 1º-2º ESO Malik es un niño africano de 11 años hijo de unos pescadores que fueron asesinados por los piratas somalíes. Malik tiene sida. La medicación que debería tomar diariamente cuesta 20 dólares. Ese es más del dinero que gana su abuela al mes vendiendo tapices de piel de gacela en el pueblo. Esa semana, en la asamblea semanal, el chamán de la tribu les advirtió de que su pueblo vecino había dejado atrás sus costumbres por las del hombre blanco. Malik sentía curiosidad. Al día siguiente, Malik, de la que volvía de sus 14 kilómetros diarios para coger agua, se desvió de su camino y fue a ver al pueblo vecino lo que pasaba con el hombre blanco. Al llegar al pueblo vecino vio a unos niños correr detrás de unos camiones en los que ponía HARAMBEE. Malik pensó que un camión que llevase esa palabra no podía tener nada malo. Malik se acercó a los niños que al principio lo habían rechazado por su enfermedad, pero estos fueron reñidos por un señor que llevaba una bata negra y una cruz de madera al cuello. Los niños, arrepentidos, pidieron perdón a Malik y jugaron todo el día con él. Más tarde, una señora de bata blanca metió a Malik en una especie de cobertizo y le inyectó su primera dosis contra el sida. Malik se sentía como nuevo. De repente su héroe, el señor de bata negra con la cruz, les llamó a todos a una ceremonia llamada misa. Ese día Malik volvió a su cabaña con una botella de agua mineral y un envase de plástico para su abuela. De la que volvía se encontró con sus amigos de su pueblo y les contó todo lo que había pasado. Estos lo contaron por el pueblo y el chamán le echó la bronca de su vida a Malik. Este se fue a casa con su abuela. Al día siguiente, Malik se levantó y al ir al pueblo se encontró con que el chamán había aceptado la ayuda del hombre blanco. Ese día fue un día de celebración y fue el día en el que se empezó a construir un colegio/iglesia para los dos pueblos. Harambee significa "trabajando juntos por un bien común". ¿Tú qué quieres pensar: "No he hecho nada malo" o pensar "He hecho algo bueno"? Manuel Valdés (2º ESO)

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RELATO GANADOR 3º-4º ESO Puso la mirada en sus pies, perfectos como nunca, sin heridas, sin durezas, limpios como si acabara de nacer. La claridad se reflejaba en su cuerpo azabache, alimentado, perfecto. Levantó la mirada y no vio nada; miró hacia arriba, tampoco. Cerró los ojos y un recuerdo borroso le invadió fuerte como un cañonazo: tenía el Sol a un par de metros de él, estaba lleno de polvo, y tenía tan seca la boca que le extrañaba estar vivo. Aquella lejana realidad le horrorizó y se dio cuenta de que estaba ardiendo; realmente estaba ardiendo, y sus heridas por todo su cuerpo a la luz, ígnea, del Sol, se hacían infinitas, infinitamente dolorosas, así como su hambre; hasta pensar costaba trabajo. No sabía bien si el calor venía del suelo o del cielo, le parecía estar envuelto en una nube agobiante. A lo lejos no se veía otra cosa que no fuera desolación, como si una ola de fuego hubiese arrancado todo lo que sobresalía del terreno. De un momento a otro, esa ola monstruosa aventuraba que le iba a llevar a él… así que caminó todo lo que pudo huyendo de un enemigo omnipresente, invisible, peligroso, del que no estaba seguro que estuviese fuera de él, como si fuera su sombra; le daba la sensación de que no podía huir. El cansancio y la debilidad le empujaban hacia el suelo, y no tardó mucho en satisfacerles; prácticamente abandonando, un pie dio con el otro, y como si de un muñeco sin vida se tratase, se desplomó, ni siquiera se molestó en intentar amortiguar la caída. Pero en lugar de encontrar la tierra estéril, árida y abrasadora, sobre la que siempre había pisado, encontró algo totalmente nuevo. Ni en sus mejores sueños podría habérselo imaginado: el agua le llegaba a las huesudas rodillas, había palmeras, sombra fresca donde refugiarse y esconderse de aquel enemigo invisible, se empapó la cara, saltó, gritó… Se encontraba en un magnífico oasis; se sentó apoyado en una de las palmeras y, para su sorpresa, empezó a llegar gente, gente occidental. Unos iban de traje, y eran encantadores; otros, aunque no tan elegantes, también vestían con gusto. Viéndolos desde la sombra de una gran palmera hubiese jurado que les pagaban por cada sonrisa. Reían, algunos niños incluso jugaban, estaban tan enfrascados en sus temas de conversación que ninguno parecía haberse dado cuenta de que estaba ahí. Un niño hasta llegó a pasar corriendo a pocos centímetros de él; le pareció extraño, pero estaba demasiado cansado como para saludarles. Intentó incorporarse, pero bruscamente las cabezas de todos aquellos semejantes se volvieron inquietantemente hacia él. Uno de ellos, el que más en medio estaba y que parecía estar en todos los temas 20


de conversación, caminó hacia él con un gesto repentinamente nuevo de profunda aprehensión y empatía. Cuando llegó a su lado se inclinó sobre él y, desenroscando una botella, derramó amablemente en su boca el agua más pura y cristalina que sus ojos habían tenido el placer de contemplar, pero el preciado líquido nunca llegaba a su lengua. El hombre le dio la espalda y volvió al grupo, esta vez ensalzado por todos. Estaba en medio del desierto, sediento, con la única compañía de un pequeño arbusto, la única vegetación en varios kilómetros a la redonda. Se sentía igual que ese pequeño arbusto: insignificante, abandonado, olvidado por todos, olvidado por la suerte. Hubiese llorado, si tuviese de dónde sacar lágrimas para derramar; hubiese gritado, pero sabía que nadie le escucharía. Hubiese gritado hasta quedarse sin voz, hasta quedarse sin palabras, hasta que aquellos que vivían felices, aquellos que le habían olvidado, se acordasen de él… Se quedaba sin aire, cada latido era un fuerte golpe que la mano corrupta de la injusticia propinaba contra la débil membrana que separaba la vida de la muerte. Cada latido más lento que el anterior, en una perfecta cuenta atrás. Sus párpados cada vez tardaban más en abrirse. Débilmente se dio la vuelta buscando la postura más digna, enseñando desafiante su cuerpo al Sol, el que siempre le perseguía, el que le vio nacer, y el único que le vería morir. Poco a poco fue dejando de sentir nada; respiró por última vez y soltó su último grito: un grito sordo, su último aliento. Allí, cerca de un pequeño arbusto, un cuerpo azabache, mateado por el polvo, mateado por la vida, pegó un grito escalofriante, que nadie oyó. Abrió los ojos y la claridad de la nada le deslumbró.

Gregorio Colao (3º ESO)

Ignacio Pajín

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RELATO GANADOR BACHILLERATO Aquellos grandes ojos parecían no tener consuelo. Aquel llanto silencioso en mitad de la noche caliente, sofocante entristecía al propio cielo que intentaba alegrar aquel rostro con sus millones de guiños plateados. Nada podía calmar su pena. Era una mujer joven y bella, de piel oscura, labios gruesos, boca de sonrisa grande. Aquel hermoso rostro sólo se dejaba ver en ocasiones en que el descuido se colaba tras su melfa, dejándola caer para mostrar la evidencia de que aquel niño pequeño que iba correteando a su lado era su hijo, y no menos una preciosa niñita colgada de su cuello. El niño tendría unos siete años, de ojos grandes y sonrisa desdentada, de cabeza rapada y piel color canela. Su cuerpo esquelético se escondía tras unos harapos que hacían las veces de camiseta y pantalón. Sus pies descalzos ya no sentían el dolor de las piedrecillas del camino de tan duros que se habían vuelto. Ya anochecía cuando llegaron a su jaima. Como siempre, no había nada para cenar: las últimas cucharadas de arroz se habían terminado en la comida, tan solo la niña se dormiría con el estómago un poco calmado intentando sacar algo de leche del fláccido y seco pecho de su madre. El niño, sin protestar, se tumbó en la arena dispuesto a dormir y su madre se acostó junto a los dos niños pensando si Alá decidiría que al día siguiente su querido hijito tendría cena antes de irse a dormir. No quería arrepentirse de la decisión que tanto le costó tomar, pero era tanto el dolor que sentía al pensar que tenía que separarse de su pequeño. El extremo calor del verano alcanzando los 45 grados a la sombra, el hambre día tras día, la necesidad de un médico que curase aquel cuerpecito débil, le habían llevado a tomar la decisión de meter al pequeño en las listas que un programa español tenía para sacar durante los terribles meses de verano a los niños de aquellas condiciones en las que algunos ni sobrevivían. Mientras el niño dormía, ella acariciaba su cabeza, le tomaba las manos y se las cubría de besos y de lágrimas, y mil preguntas atenazaban su cabeza aquella última y corta noche: ¿habría hecho lo correcto? ¿qué sería de su pequeño? ¿dónde y con quién iría? ¿ le querrían y mimarían? ¿ cómo sería ese lugar llamado España del que hablaban? Ese lugar donde los niños tenían comida, ropa, un lugar donde los niños no se morían. 22


Su hijo tan solo comía lentejas y arroz que recibía de la ayuda humanitaria. En cierta ocasión él cuidó la cabra de una vecina y ésta le dio un dinar, le pidió permiso y se fue al mercado a comprarse una galleta ¡qué contento se había puesto! Le había ofrecido un trocito a ella pero le contestó que no tenía hambre aunque su estómago estaba rugiendo de dolor, verle comer aquella galleta era suficiente para ella. ¡Cómo quitarle ni una sola miga de aquel pequeño manjar! La claridad atravesó la cortinilla de la jaima, despertó a los niños, no había nada que hacer, nada que comer, nada que recoger. Cogió a la niña en brazos y al niño con fuerza de la mano, no queriendo desprenderse de aquella manita que sentía temblorosa, caminaban despacio sin querer llegar. El camión ya esperaba, unas decenas de niños menudos, asustados, aferrados a las melfas de sus madres comenzaban sus llantos, pero llegó el momento y tuvieron que subir al camión. La mujer abrazó al niño llorando de dolor prometiéndole que pronto volverían a estar juntos, que fuera bueno, que le quería tanto tanto que por eso le dejaba ir… El niño entendía que debía irse, que le había tocado la responsabilidad de ser muy bueno porque de ello dependería su futuro y el de su familia, y arrancó y comenzó a alejarse, y la madre y las demás madres se quedaron esperando a que sus niños llegasen a ser imperceptibles y desapareciesen entre el polvo y la arena, llorando cada una en silencio desgarrador, con la común esperanza de que en unas horas sus hijos estuviesen en un mundo mejor. Mujeres valientes, madres valientes. Y el niño de piel color canela se fue en busca de un sueño, un sueño que le permitiese ser niño.

Jaime Onís (1º BAC)

Ignacio Pajín

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GANADOR CONCURSO DE POESÍA

Cuando su cuerpo apenas tiene fuerza, una pistola ponen en sus manos. Y ante sus indiferentes "hermanos" borraron de su alma la belleza. Su cara muestra con feroz dureza los dolores de una sangrienta guerra que desgarra cruel su corta vida Quebrantados, raptados por tiranos, perdieron su inocencia y su grandeza mientras nuestro mundo calla y olvida Nadie escucha sus gritos y gemidos confundidos y cargados de recelos. Cuando algún día hayan fallecido, tan solo la luna llorará su duelo. Álvaro García (1º BAC)

Ignacio Pajín

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Microrrelato


NADA Ignorancia completa. No hay ideas ni actos, no hay nada. Tampoco sentimientos, ni palabras, no hay nada. Trajes vacíos que no dicen nada. Cajas huecas por cabezas, nada, nada. ¡Basta ya! No hay nada. Apellidos sin dignidad, castas castradas de orgullo. Poemas superficiales que no dicen nada, tradición olvidada. Sequía mental, desierto, nada…

Yago Secades (4º ESO)

EL DESTINO En el infierno un padre pensaba en su hijo, y en el cielo un hijo pensaba en su padre

Juan González (1º ESO)

Ignacio Pajín

UNA FURTIVA LÁGRIMA Aunque no lo parezca, tengo corazón. En el fondo, escondido, oculto entre años y años de rencor, odio y sufrimiento, algún día expresados al exterior únicamente por una lágrima. Una lágrima, una sola, tan sola y tan amarga como yo. Sobre la piel no quedan rastros de esa lágrima; dentro de ella, entre rencor, odio y sufrimiento, esa insignificante lágrima es la que abre una pequeña ranura entre el mundo y mi corazón.

Gregorio Colao (3º ESO)

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TERROR Cuando encendió la luz le vio con un cuchillo clavado en la espalda que tenía atado un cartel que decía: –“El próximo serás tú.”

Pedro Martín (2º ESO)

Ignacio Pajín

LA ESPUMA DEL MAR La espuma del mar, clara y cristalina de aquella mañana, conseguía cubrir, acompañada de su salada agua, el cuerpo de aquel joven. Desde el final de la playa se podía vislumbrar ya su cuerpo fornido y con años que no debería haber perdido. Al acercarme a él, conseguí identificar su elegante uniforme de soldado de nuestra patria. Seguramente, imaginé, se habría caído al frío y solitario mar en una noche de fuerte vendaval, y fue arrastrado por la marea hasta la orilla. Su tez, pálida y sin arruga alguna, me hacía descifrar que no correría más sangre por sus, ahora, gélidas venas. La muerte se había querido llevar al joven y entre la férvida arena de aquella playa y el tranquilo -entonces- mar, habitaba un cuerpo que no volvería a sonreír, ni a besar, ni a correr, ni a gritar, ni mucho menos a amar.

Pablo Amigo (2º BAC) 27


Verso


AGUA

Quiero llover tristeza y ser lluvia desolada. Deshacerme con presteza, fundirme en agua, en nada. Quiero fluir en armonía, solo en este mi caudal, Y pensar si algún día volverá a ser todo igual. Tal vez cuando sea mar de tanta lágrima salado no vuelva yo a recordar que te quise demasiado. Gonzalo López (3º ESO)

Ignacio Pajín

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ME DUERMO ESPERANDO VERTE

Me duermo esperando verte en algunos de mis sueños, que sean hoy complacientes, que ayer fueron traicioneros. No te he visto aparecer, no se ha prodigado Morfeo, a este nuevo amanecer he cedido mi deseo. Yo busco en los rayos cálidos aparecer tu mirada, quiero la voz de tus labios nada de todo da el alba. Es que yo quiero encontrarte iré allá donde tú habites, abrir mis ojos, mirarte, vivir sabiendo que vives. Quiero volver a tocarte y que tus manos me mimen, besar tu pelo brillante y que tu ausencia no grite. Me duermo esperando verte... y esta noche sí has venido: dejas un beso en mi frente, dices ite quiero, mi niño! Jaime Onís (1º BAC)

Ignacio Pajín

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CONTINENTE ÁFRICA

Continente de largo atardecer, paraíso divino en la tierra, desierto, rivera, costa y sierra, de vida se llena al atardecer. Vacía de esperanza al padecer el horror de la muerte y la guerra, mas la senda del camino se cierra al suspiro del anochecer. Es nuestro deber alimentar la primera semilla de vida que, como rosa distraída, creció triste para marchitar. Mina de diamante que, al brillar, destella la esperanza perdida de una tierra casi dormida que despierta cautiva al caminar. Alberto Hebrero (4º ESO)

Ignacio Pajín

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ESPADA DE LLUVIA

Espada de lluvia, manojo de hierros candentes de cielo... ¡y sueño! Tú, dulce fuego que quema mis labios de ardiente deseo, de amor y de odio. ¡Debiera olvidarte, borrarte del mapa! ¡Hacerme creer que tu voz se me escapa! Tragarme la luna, robarte los astros. Mirar en tus ojos tu vida, tus pasos. Contando las hojas de este triste árbol me sangran los sueños, me lloran las manos.

Miguel de los Toyos

Se me abren las venas de pura amargura y entre la sangre se escapa una voz limpia y pura. La tomo en mis manos, la encierro en mis dedos, pero se escapa del hielo y grita: "¡te amo!" Daniel Fuego (2º BAC)

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LOS ANTOJOS DEL ALMA

Liviano el ave vuela, luciendo su color ya desteñido. Si antes puro, ahora desgarrado; la soledad de la noche le ha embriagado. Ser superior supuso ser, arrojando agonía a su paso; mas no, que su arrogancia le sucumbió, descendiendo como Ícaro del empozoñado cielo. Vaga ahora, libre pájaro, entre las penumbras mundanas, divagando por aquello que no obtuviste. Busca ahora, soñador impío, la luz que en tiempo antaño amabas. Pelayo González (1º BAC)

Miguel de los Toyos

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ROMANCE DEL CABALLERO

Partió el caballero. Pluma por espada, sin nada de dinero, corazón por coraza, melena por sombrero. Partió el caballero. El viento por guía, siempre traicionero. Mintió cuando decía "Sigue ese sendero" Partió el caballero. Nunca más regresó. No echaron de menos su humilde canción. Partió el caballero. Gonzalo López (3º ESO)

Ignacio Pajín

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