© Los trabajos pertenecen a sus autores y al Colegio de Fomento El Prado. Queda prohibida su reproducción por cualquier medio sin autorización escrita de los propietarios. Edita: Equipo Técnico de Lengua castellana y Literatura del Colegio El Prado. C/ Costa Brava, 4 28034 Madrid Teléfono 91 735 57 10 Correo electrónico: revistareposos@gmail.com Imagen de cubierta: detalle de una escultura en bronce, obra de Eduardo del Riego Diseño: 267estudiográfico
Inserta entre los versos escogidos como homenaje a Jorge Guillén se encuentra, en una de esas felices intuiciones poéticas, la idea de que el instante presente mantiene a la «eternidad en vilo». Es posible –habría que preguntárselo al poeta- que la longitud de estas palabras no alcanzara más que a un cierto vitalismo inmanente; pero es seguro que no por errar en la intención, el disparo fue malo. Esta verdad expresada —la relación directa entre el acto presente y la eternidad— es tan poderosa, que torna cualquier actividad —cualquier presente— en un acto transcendente en sí mismo. No obstante este desbordamiento, incluso esta aparente desproporción, el hecho de que una realidad de este calado tenga cumplimiento en seres tan limitados como nosotros, puede conllevar algún que otro efecto secundario. A veces, la alargada sombra de nuestros actos —u omisiones— puede enroscarse en nuestras vidas, asfixiando nuestra escasa autonomía. Por eso escribió T. S. Eliot que «el ser humano no soporta demasiada realidad». Y lo demostró, literariamente hablando, un poco antes, Dostoyevski, cuando relató el devenir del célebre criminal Raskólnikov. Sin embargo, la balanza no está irremediablemente vencida hacia el lado más oscuro. Más bien al contrario: los efectos secundarios provienen de un mal entendimiento de lo que somos, no de una conciencia clara de nuestra realidad. San Pablo nos lo pregona, San Agustín nos lo recuerda y explica y, en fin, cualquiera que haya profundizado con honestidad en el misterio de la existencia humana, puede atestiguar la evidencia: que somos criaturas llamadas a vivir una eternidad que pende, toda ella, del presente. Somos seres pendulares. La cuestión es, querido lector, cuál es nuestro punto de anclaje. He ahí la pregunta que da sentido a todo.
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Jorge Guillén
Mariano Navares Fernández-Daza
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Romance de la inocencia
Javier Pardo de Santayana
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Portugal | La mar
Pedro Osorio de Rebellón García
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El Barquero | El Cid Campeador
Rodrigo Albarrán Sánchez
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Mi hermano mayor
Román Cantero Gil
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La bruja piruja
Juan Bautista Fuentes
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Mentiras
Juan de Eleazar
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Cosas de la biblioteca
Pablo Esteban Keogh
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El árbol de la vida
Juan Vicente Elías
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Una vida entera
Pablo Rego Bárcena
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Ya va siendo más que largo el tiempo de la espera…
Luis Manchado Mier-Orche
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Villancico de Navidad
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Jorge Guillén (Valladolid, 18 de enero de 1893 – Málaga, 6 de febrero de 1984)
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(El alma vuelve al cuerpo, Se dirige a los ojos Y choca.) —¡Luz! Me invade Todo mi ser. ¡Asombro! Intacto aún, enorme, Rodea el tiempo. Ruidos Irrumpen. ¡Cómo saltan Sobre los amarillos Todavía no agudos De un sol hecho ternura De rayo alboreado Para estancia difusa, Mientras van presentándose Todas las consistencias Que al disponerse en cosas Me limitan, me centran! ¿Hubo un caos? Muy lejos De su origen, me brinda Por entre hervor de luz Frescura en chispas. ¡Día! Una seguridad Se extiende, cunde, manda. El esplendor aploma La insinuada mañana. Y la mañana pesa. Vibra sobre mis ojos, Que volverán a ver Lo extraordinario: todo Todo está concentrado Por siglos de raíz
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Dentro de este minuto, Eterno y para mí. Y sobre los instantes Que pasan de continuo Voy salvando el presente, Eternidad en vilo. Corre la sangre, corre Con fatal avidez. A ciegas acumulo Destino: quiero ser. Ser, nada más. Y basta. Es la absoluta dicha. ¡Con la esencia en silencio Tanto se identifica! ¡Al azar de las suertes Únicas de un tropel Surgir entre los siglos, Alzarse con el ser, Y a la fuerza fundirse Con la sonoridad Más tenaz: sí, sí, sí, La palabra del mar! Todo me comunica, Vencedor, hecho mundo, Su brío para ser De veras real, en triunfo. Soy, más, estoy. Respiro. Lo profundo es el aire. La realidad me inventa, Soy su leyenda. ¡Salve!
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Mariano Navares Fernández-Daza > 2º ESO
Romance de la inocencia Llovía a cántaros aquel día en el feudo de Don Fernando, y la corte se reunía en una sala de palacio. Mientras discuten los hombres dejaron de asomar los truenos, sino que en su lugar risas salían del suelo. Don Fernando enfadado sacó la cabeza y vio sorprendido niños jugando afuera. - Hijos, méteos dentro, no os mojéis afuera, no vayáis a coger una enfermedad fea.
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Los niños ignoraron las órdenes de Don Fernando y en aquella plazuela siguieron jugando. - Niños, ¿es que sois tontos? ¿no veis que os estáis mojando? Andad, meteos dentro que estáis chorreando. Y los niños respondieron: - ¿Es que está envidioso el señor, que nosotros estamos jugando, y hoy domingo, vos trabajando? Escuchó atento el señor Don Fernando, y ante tales razones, salió de palacio a juntarse con aquellos niños que estaban afuera jugando.
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Portugal
Javier Pardo de Santayana > 2º ESO
Soy un poeta de las tierras lusitanas, traigo poesías de los aires y del mar y voy llenando los rincones de las aulas con mis poesías de la antigua Portugal. Con vino Oporto riego las praderas, de flores rojas va cubierto el litoral. Verde es el Tajo y verdes son sus dos riberas, los dos colores de la enseña nacional.
La mar Cuando la aurora tiende su manto y veo colores de plata y azul, no hay un momento que te anhele tanto como aquel día allá en Santa Cruz. Cuando la brisa me acaricia el rostro y la espuma del oleaje me envuelve en su vaivén, doy gracias al Dios vivo por este regalo que con su gran bondad supo ofrecer Me paso las horas muertas contemplando la ventana, amando con locura lo que no me podía a mí amar. Doy gracias al Dios vivo por este regalo, doy gracias al gran Dios por mi sueño: la mar.
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El barquero
Pedro Osorio de Rebellón García > 2º ESO
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Barquero de la barca, lléveme al otro extremo; para poder buscar ahí, un profundo amor eterno. Barca del barquero, lléveme hacia la verdad, que mis sueños son eternos; pero para hacerlos realidad.
El Cid Campeador El Cid a Burgos vuelve, cual pájaro a su nido va, recordando lo ocurrido en Santa Gadea real. Con territorios ganados, de naranjas a montón; cruzando tierras remotas, hasta llegar a Buñol.
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Rodrigo Albarrán Sánchez > 2º ESO
Mi hermano mayor El mayor de mis hermanos No se cansa de protestar. Razona muy pocas veces, Imposible hacerle callar. Quiere siempre saberlo todo; Unas veces grita y llora... Excusas para ganar. Aunque es un poco rudo, Lo sabe disimular. Besos y abrazos casi no da: A mí no me puede engañar. Rabia a todos, todo el rato; Rabia para jugar. Alegra siempre mi casa, Nunca cambies, ¡eres genial!
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La bruja piruja Román Cantero Gil > 2º ESO
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Era una bruja piruja, sentada en una calabaza; un niño pasó y miró con cara asustada. - ¡No me mires así!le dijo la bruja enfadada. Mas el niño la siguió con su frágil mirada. -¡He dicho que no!dijo la bruja, ya cansada; pero el niño, inmóvil allí la miraba. Al fin, la bruja decidió escapar y con su poderosa magia pudo volar.
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Juan Bautista Fuentes > 1º ESO
Mentiras ¿Cuándo seréis buenas? Vosotras, provocadoras de disputas, provocadoras de amargos sueños, y has de provocadoras guerras. Decidme: ¿Cuándo seréis buenas? Contadme: ¿Alguna vez habéis hecho bien a alguien? ¿Alguna vez se ha usado para bien? ¿Alguna vez vendríais sin dolor? ¡Ay, mentiras! Si vosotras fueseis buenas...
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Cosas de la biblioteca
Juan de Eleazar > 2º ESO
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Son las once y poco de la mañana, creo que y siete, puede que y ocho. Ha sonado la campana. ¡Qué maravilloso es este sonido tan histriónico del timbre! Suena con tanta prestancia que no se puede ignorar, nadie puede... nadie. Como si hubiéramos escuchado las sirenas antiaéreas, desocupamos nuestros sitios, sin fijar, muchos, un destino claro. En este dulce alboroto, aprovecho para levantarme y rescatar de la mochila mi libro de lectura ya leído. Esquivo elegantemente a uno, que busca sin propósito claro de encontrar nada, y a otro más, que merodea por el ropero con tanta decisión como ganas de sentarse. Vueltas las aguas a su cauce, salgo de clase con mi libro bajo el brazo y el permiso del profesor. En los pasillos el tráfico es ahora moderadamente intenso, pero efímero. Salvo con cierta rapidez la distancia que separa mi clase de la biblioteca —mi destino—, y la encuentro abierta. Vengo a devolver el libro que saqué hace no más de dos semanas. Me lo llevé con secreta displicencia —yo solo fui para ver que se cocía por allí— y, al final, mira tú, me lo he leído. ¡Cuántos lectores no habrá ganado la curiosidad! No obstante, finjo en el gesto algo de indiferencia cuando el profesor me pregunta si me ha gustado, por imagen más que nada. Serán cosas de la edad. CONTINÚA EN LA PÁGINA SIGUIENTE
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Curioseo por las estanterías sin ningún orden ni plan previsto, buscando un título atractivo. Nada. Pienso que es mejor irse, ya está a punto de comenzar el descanso y esto de la lectura está bien, pero tampoco es como para perder tiempo del partido. Estoy saliendo cuando me llama un profesor. Me pregunta si me llevo algo, le digo que no, me mira y me acerca un ejemplar un poco viejo, un poco gordo y un poco amarillento. Lo tenía reservado para mí. Alucino. Entre la timidez y el agradecimiento, creo que me sale una sonrisa. Le doy las gracias y marcho rumbo a clase. Ya ha sonado el timbre del recreo y por los pasillos el tráfico es ahora espeso. Voy contracorriente, hacia clase, con el libro bien sujeto en la mano. Voy contracorriente, voy hacia clase y voy con una sonrisa. Serán cosas de la biblioteca...
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El árbol de la vida
Pablo Esteban Keogh > 2º de Bachillerato
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“Como un árbol al que le han arrancado las raíces — reflexionaba Sofía—, así es como me siento yo ahora”. Sofía creía ver la vida de su madre deslizando por sus dedos cada vez que le daba un abrazo afectuoso o una caricia; mientras le sostenía una mano apreciaba que cada vez se encontraba más lejos de ella. Marta, aún avergonzada por su estado actual, se exponía a la compasión de sus parientes y amigos. La lozanía y hermosura de antaño apenas se apreciaban en aquel rostro enjuto y envejecido por los años, cuya única reminiscencia de la juventud eran esos ojos enormes y expresivos. No obstante, estaba lejos de sentirse embargada por la tristeza. El cáncer de pulmón la había fatigado durante muchos años y lo único que deseaba era acabar. Así como el sol profiere destellos de luz alegres y juguetones mientras abandona el día, Marta se deslizaba lentamente de su cuerpo para acabar en el éter divino tomando parte en el ciclo vasto e incesante que constituye la existencia humana. Como todo anochecer, tras los iluminadores rayos de luz del Sol —que componen la mayor parte de la vida de Marta— el cielo torna en un color rojo parecido al de la sangre, como si la gran estrella se desangrase en un último chispazo de vida hasta declinar en un tono morado que culmina en una profunda y oscura noche en la que resplandecen las brillantes estrellas y la argenta luna. Así, pues, Sofía sostenía el delgado brazo de su madre, que yacía en la cama de una habitación de un
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Hospital cercano al Manzanares. La estancia era como cualquier pieza de hospital de lujo medio-alto, a saber: una cama con sábanas blancas cuyo colchón era reclinable y extensible, dos mesillas de noche de color blanco y azul —colores elegidos por su significación cálida y agradable, como de barco en la mar, según solía decir Victoria, la hermana de Marta y, por tanto, tía de Sofía— halladas a ambos lados de la misma; un flexo de color azul en el respaldo; y en el techo una lámpara clásica; al fondo se encontraba un sillón-cama de color marrón y una silla de plástico, ambos muebles situados junto a la ventana corredera que daba paso a un pequeño balcón, desde el que se veía de cerca el río y los árboles verdes colindantes. Marta, en sus últimos días, cansada ya de yacer tristemente en la cama, salía al balcón a fumarse un pitillo acompañada por el fresco
mañanero. Y Sofía, resignada, la dejaba hacer. Por otro lado, la tía Victoria, algo mayor en edad que Marta, se quejaba continuamente de ese comportamiento, aunque desistía hastiada de protestar. Victoria tenía una personalidad diametralmente opuesta a Marta; mientras que Marta se preocupaba por dedicarse a la vida que había elegido, esto es, al cuidado de su difunto marido —mientras vivía— y al cuidado de su hija, Victoria se preocupaba por tener buena dote y ser irreprochable a ojos de la pequeña burbuja social a la que pertenecía (la cual Marta detestaba). En cualquier caso, a pesar de las enormes diferencias espirituales que las separaban, les unía el lazo de sangre y un camino de la mano recorrido. Así, y todo, en ese momento, Victoria, ora sentada en el sillón, ora caminando a lo largo de la pieza, dirigía miradas significativas con sus ojos azules a Marta
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mientras se arreglaba su largo pelo rubio. La tía de Sofía pensaba una y otra vez en cómo afectaría a Sofía y a sí misma la muerte de Marta. A pesar de ser una mujer completamente seca y superficial, se mostraba a su hermana tal como en el fondo de su corazón era. Aun con el paso de los años y el egocentrismo predominante en aquella vida, sabía que su situación era completamente falsa y que un día tendría que dar cuenta de todas las decisiones y posturas que había tomado a lo largo de su existencia, para desprenderse así de aquella actitud indiferente y alcanzar a comprender lo que en verdad importa en la vida: su sentido. Pero esta ociosa vida no hacía sino separarla de ese misterio. Por otro lado, Marta se familiarizó con la idea de la muerte tras el fallecimiento de su marido, mientras que Victoria permanecía en ese estado de inconsciencia
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que a menudo padecen las personas que desean estar alejadas de todo rastro de cruel realidad. Por lo tanto, Vicky, como la llamaba Marta, se encontraba encerrada en aquella burbuja de falsedad incapaz de reaccionar ante la muerte de un ser querido. ¿Cómo puede entender la vida una persona que no tiene en cuenta la muerte? ¿Cómo no desfallecer ante la bofetada de realidad y tristeza que supone el fallecimiento de un ser querido sin comprender la existencia humana —cuya raíz es el amor y el afán de entrega al prójimo? En cualquier caso, si hasta entonces no había entendido el misterio inquebrantable de la muerte, lo conocería pronto. Sofía, pues, estaba devastada en su interior, pero su profundidad espiritual, bastante alejada de lo común, la salvaba de caer en una gran depresión. Este estado anímico de Sofía encontraba CONTINÚA EN LA PÁGINA SIGUIENTE
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su raíz en dos aspectos de su vida: la educación hacia la que le habían orientado sus padres y la naturaleza sensible heredada de Juan, su padre, y Marta. Esta virtud hacía de ella una persona excelente, tremendamente perceptiva y con una inteligencia emocional abismal que se manifestaba en la enorme empatía que profesaba hacia todas las personas. Sin embargo, muchas veces esta virtud se tornaba en debilidad, pues le hacía perdonar todas y cada una de las faltas de las personas a las que conocía, que en un principio juzgaba como buenas, pero que sin embargo, conforme las iba conociendo, ofrecían numerosos defectos. Así, defendiéndose de su ingenuidad contestaba: “Las vidas de las personas son como un caleidoscopio: según acercas las lentes aprecias todos los rasgos de cada una de ellas —con sus historias, preocupaciones, miedos y afec-
tos— , y estos rasgos son imprescindibles para conocer siquiera la mitad de lo que en realidad es el vasto corredor del alma humana”. No obstante, como todo el mundo hace cuando hay algo que es en su mayor parte incognoscible, termina por un juicio sobre la persona basado en la opinión, y en la mayoría de los casos esta aserción se aleja de toda objetividad. Así pues, los seres humanos, y por ende Sofía, tienden a etiquetar a las personas en una determinada categoría establecida conforme a sus experiencias y sentimientos alejados así de todo razonamiento objetivo. En cualquier caso, allí estaba Sofía y por encima de ella, como un verdugo, el tiempo. Sí, el tiempo, que es la duración de las cosas sujetas a mudanza, dejaba caer su gran guadaña sobre Marta, y Sofía, inquieta, esperaba ese azote de realidad. Ya era medianoche y Marta descubría lenta-
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mente el misterio del ser humano durante el comienzo de un eterno letargo. Sofía soñaba con una caravana verde cuyo volante sostenía su padre y cuya copiloto era su madre. El automóvil paraba en una playa. Sofía abría las puertas traseras del autocar y se sentaba en el borde. Juan y Marta salían corriendo hacia el mar y se bañaban juntos y se besaban y abrazaban como una pareja que lleva siglos esperando a reencontrarse. Sofía deseaba abrazarles, pero una fuerza ciega le impedía salir. La imagen se fundió en negro. Sofía ahora estaba sola al volante. Conducía por una larga carretera con una inmensa niebla en cuyo horizonte se observaban varios puntos con el brillo de un haz de luz. Se acaba el sueño. Abre los ojos y descubre a su madre. Se ha ido. La primera impresión de Sofía fue de malestar en las piernas y en el vientre; luego de arrepentimiento, de irrealidad, de
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soledad, de frío y temor; luego reaccionó y salió corriendo y llamó a la enfermería. No creía que hace apenas unas horas estuviese Marta dirigiéndole una mirada de complicidad, que parecía decir: “Yazco en cuerpo, pero mi alma ya se ha ido”; hablándole de la vida, y ahora, ¡ahora! descanse inerte frente a sus ojos. Sentía lágrimas salobres correr por sus mejillas ofreciendo así un rostro desencajado y feo. “Le temps detrouit tout” como dijo el francés. Al día siguiente —conforme a las disposiciones de Marta— se procedió al esparcimiento de cenizas en el campo de olivas avilés que la vio crecer. A pesar de ser una ceremonia a la que pocas personas acuden, a Marta le visitó un número de personas alejado de lo normal. Así como en los repartos de grandes herencias acuden numerosas personas unidas por la falsedad; así como en el entierro de aquellas personas CONTINÚA EN LA PÁGINA SIGUIENTE
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parcas en bondad no acude nadie, así como en su vida a nadie en verdad tuvieron como amigo; con Marta ocurrió lo contrario. La difunta madre de Sofía fue una persona cuyo enorme corazón le permitió granjearse bastantes buenas amistades, trasluciendo de ese modo que no es el oro, ni la fama, ni la alcurnia, ni el honor lo que en verdad importa, sino el amor que una persona profesa a sus congéneres y que trasciende al infinito eco de los tiempos, permaneciendo en la memoria de los hombres. En definitiva, ese amor no está sujeto a mudanza. Una vez terminaron todos los trámites post-mórtem, Sofía volvió a la soledad de su casa y en la tardía noche lloró hasta que dejó de derramar lágrimas, tornándose en un llanto seco y desesperado. Recordó las mañanas de verano en el río Corneja, recordó a su padre y a su madre sentados en el porche de la vieja finca, los jugue-
tones brillos de sol mientras leía El niño perdido de Thomas Wolfe junto a su padre en las hamacas del jardín, la venta de la casa del centro para solventar las deudas causadas por la corriente de la vida —que a menudo te quita lo que te regaló—, la muerte de su padre en el viejo sillón marrón, su madre. La ansiedad le impidió dormir. Se puso un vestido provocativo. “La infamia compensará este desarraigo, esta soledad”, pensó para sí misma. Paseó de bar en bar luciendo su innegable belleza ante los ojos hambrientos y groseros de los hombres lujuriosos. Así pues, accediendo a los deseos de un pibe apasionado, se dirigió a un oscuro zaguán y se dispuso a consumar relaciones cuando algo en su alma se despertó, algo doloroso y terrible, como una barrera que le detenía sin dejarle hacer cuanto para un hombre es inhumano. Finalmente, realizada la sórdida expresión
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de lujuria, huyó. Anduvo por la calle reflexionando cuando averiguó que juzgaba errónea esa acción porque un resorte en ella saltó, el sentido del bien, el sentido humano, algo que es inherente a toda persona. Y quedó asombrada a la par que arrepentida. Es el sentido del bien lo que todo ser humano padece y que a menudo ignora, provocando la caída. No obstante, esta caída la puede sobrellevar toda persona si se enmienda. En ese momento, Sofía creyó descubrir un misterio aparentemente insondable: “No es el castigo lo que aleja al hombre del mal, es el sentido del bien inherente a todo individuo, la conciencia de aquello que es propio de su naturaleza”. Adivinó la falsedad que conlleva toda relación guiada únicamente por la pasión, pues las relaciones exclusivamente impulsivas carecen de esa significación humana precisamente conseguida a través
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de una entrega pura y única. Así pues, la culpa sumió a Sofía en un sufrimiento terrible. “Sé que sufro porque lo que he hecho está alejado de lo que en verdad es bueno”, reflexionaba la hija de Marta. “Sin embargo, no entiendo cómo muchas personas que realizan actos funestos parecen vivir sin soportar el peso de la culpa, y eso es algo que nunca podré averiguar. Por otro lado, siento que la vida ofrece dos caminos que respaldan dos actitudes respectivamente: apatía o dolor. Si bien, estos dos caminos a menudo son tangenciales o por lo menos algunos no son lo que parecen; porque resulta que una vida de indolencia termina por provocar una muerte lenta y dolorosa del alma, ya que no hay mayor desgracia que no haber padecido. Mientras que el sufrimiento esconde secretas alegrías, en una vida de apatía se excluye la posibilidad de sentir y, por tanto, de ser feliz. Si la vida CONTINÚA EN LA PÁGINA SIGUIENTE
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carece de sentido, ¿para qué vivir? Así pues, todo ser humano encuentra el sentido de su existencia en todo lo que ella implica: el sufrimiento, el amor, el perdón, la culpa, la lucha, el final. En definitiva, es el dolor lo que sustenta el sentido de todo lo que vivimos y sin él no sabríamos lo que es la alegría o el amor. El hallazgo de la felicidad es imposible sin el sufrimiento que ello conlleva”. No obstante, muchas personas buscan un atajo a la felicidad que excluya el sufrimiento, unos lo hacen con el alcohol, otros con el sexo, y otros con la ociosidad como en el caso de Victoria. Victoria terminó por vivir una situación falsa porque malentendió la importancia de una relación amorosa. Su marido la amaba, pero ella no. Se casó por miedo a la pobreza y a la soledad y en pos de un holgado futuro. Pero como ocurre en la mayoría de las vidas,
las muertes traen consigo dilemas dolorosos, y así sucedió con la tía de Sofía, pues la muerte de Marta le planteó numerosos misterios existenciales nunca antes resueltos. Hasta entonces el “problema” de la vida y la muerte nunca la había asaltado. Así, a Victoria le ocurrió con su ociosidad lo que al alcohólico en La leyenda del santo bebedor, la pequeña historia de Joseph Roth: se entregó a aquello que le evadía del sufrimiento mientras observaba la realidad desde un prisma de optimismo e irrealidad —pues había acabado con el sufrimiento—, y de ese modo se sumía en un estado de inconsciencia que, por su naturaleza, le impedía conseguir lo que en realidad ansiaba. Insostenible su existencia, la depresión invadió su vida de tal manera que el 14 de noviembre del 2010, Vicky terminó por suicidarse con una soga dejando únicamente una triste nota que decía: “Hacía
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mucho que la vida me había abandonado a mí”. Los familiares de Victoria, a pesar de detestar la terrible actitud de ella cuando aún vivía, sintieron un enorme pesar en sus corazones y se consagraron a la memoria de los buenos tiempos sin ánimos ni esperanzas. Así, y todo, el universo prosiguió su curso, y con él la vida de las personas; algunas heridas cicatrizaron, no con el paso del tiempo, sino con el amor y la secreta confianza en el maravilloso misterio de la muerte. Y Sofía, pues, perdonándose antes a sí misma, siguió caminando hacia delante. En el camino encontró a un compañero con el que fue de la mano, y gracias a esa unión nació Beatriz. Finalmente, los tres anduvieron por la travesía de la vida hasta que las piernas cedieron. Así pues, las generaciones futuras constituyen un peldaño más en el
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vasto ciclo de la existencia humana, cuyos numerosos corredores no tienen fin. “Sí, la vida es eso, como un bosque cuyos árboles dan unos frutos que con el tiempo caen y dan paso a otros árboles más. Todos ellos se sustentan por los lazos del amor —que son las raíces— un amor que brota de una fuente infinita”.
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Infancia
Juan Vicente Elías > Profesor de Educación Primaria
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Charcos Hola, salao, te invito a mi charco, te invito a venir conmigo en el barco; a largar penoso lastre en profundos mares lejanos. Te invito a ser barco O algo. Te invito a ser bueno Te invito a ser mejor Te invito a ser malo O algo. Te invito a que sufras cuando hagas daño. Te invito a otro charco, de barro Y a tus amigos O algo. A saltar en el trono de un real palacio A tirarle a Sabina allí mismo petardos
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-¡Que los petardos no queman, niño!Te invito a hacer algo... A pintarrajearte de blanco y de rojo y meterle a Casillas un par de chicharros entre sus canillas y el verde A sacarle a hombros del estadio e invitarle a un helado De pipas de mango Te invito a otro baño... Te invito a romper conmigo el horario A tirar los dados Te invito a buscar más allá del armario, más allá que Alicia. Te invito a ser raro. Casi mudo A cagarte en la mierda del cagado inmundo ¿No te da asco? ¡Mira que eres raro! Te invito a mi barco Conque embarque uno zarpamos
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Juventud Cadaqués 87 Cada vez que estás conmigo Cada cosa que te digo Cada escalofrío Cada cuando tú me miras Cada cuanto yo te miro Cada miedo Cada cosa Cada losa Cada vez Cada sombra de nosotros mismos Cada letra que te he escrito ¿Mereció la pena?
Madurez Paseo de los Melancólicos Un mico Un amigo Una banda Un barrio Un estadio
Un colegio Una infancia Lo demás Verbos copulativos Ser estar parecer Pero al revés Cuando eres Te mueres
Lo siguiente Al final Al final, sin fuerzas ya, aparece el mar, sin límites, sin vuelta atrás. Muy al final. Entonces, sólo entonces, te dejas llevar como hechizado por las olas, que te han venido a buscar. Al final, los hechos de lágrimas vuelven al mar. Tan sólo los viejos marinos lloran, sólo por no verlo más. Y los borrachos, si los ven llorar.
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Pablo Rego Bárcena > Alumni El Prado
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Ya va siendo más que largo el tiempo de la espera… Ya va siendo más que largo el tiempo de la espera… ¡con tanto amor hemos sembrado el suelo! ¿Cuándo madurará sus frutos esta higuera? ¿Cuándo ofrecerán sus ramas algo más que flores? ¿Cuándo albergará el nido de pájaros cantores? Hojas tendrá que quiebren el sol del mediodía, ancha será su sombra para el alma enamorada, fuertes, sus raíces se abrazarán a la vida… ¡tiempo tendrá! dijo una voz esperanzada.
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Luis Manchado Mier-Orche > Profesor
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