Imagen de cubierta: dibujo de Santiago Rodríguez Maisterra (2º de Bachillerato)
© Los trabajos pertenecen a sus autores y al Colegio de Fomento El Prado. Queda prohibida su reproducción por cualquier medio sin autorización escrita de los propietarios. Edita: Equipo Técnico de Lengua castellana y Literatura del Colegio El Prado. C/ Costa Brava, 4 28034 Madrid Teléfono 91 735 57 10 Correo electrónico: revistareposos@gmail.com Diseño: 267estudiográfico
Ă?ndice
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Claudio Rodríguez
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Ajeno
A solas con mis miedos
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Juan Fernández Meseguer
Con una brisa vespertina
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Santiago Araújo Cortizo
Romance del granjero y la muerte
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Jaime Osorio de Rebellón García
El lloro
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Rafael Murillo Villamandos
Melancolía
13
Nacho López Navarro
Paisaje Otoñal
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Rubén Barta Sevilla
El velero
15
Álvaro Ballesteros Flores
Es lo que tiene, el amor
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Manuel Álvaro Santafé Rodrigo
El dormitorio de Arlés
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Miguel Riesgo Yanes
Paisaje invernal
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Pablo Serrano de la Fuente
De la casa en la parte superior
19
Juan Bautista Fuentes
Altamar
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Francisco Martín de la Hoz
Vade in pace
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Carlos Rego Bárcena
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Homenaje Claudio RodrĂguez (Zamora, 1934 - Madrid, 1999)
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Ajeno Largo se le hace el día a quien no ama y él lo sabe. Y él oye ese tañido corto y duro del cuerpo, su cascada canción, siempre sonando a lejanía. Cierra su puerta y queda bien cerrada; sale y, por un momento, sus rodillas se le van hacia el suelo. Pero el alba, con peligrosa generosidad, le refresca y le yergue. Está muy clara su calle, y la pasea con pie oscuro, y cojea en seguida porque anda sólo con su fatiga. Y dice aire: palabras muertas con su boca viva. Prisionero por no querer, abraza su propia soledad. Y está seguro, más seguro que nadie porque nada poseerá; y él bien sabe que nunca vivirá aquí, en la tierra. A quien no ama, ¿cómo podemos conocer o cómo perdonar? Día largo y aún más larga la noche. Mentirá al sacar la llave. Entrará. Y nunca habitará su casa.
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Juan Fernández Meseguer (2º Bachillerato)
A solas con mis miedos Vi abrigado en la noche oscura las estrellas batiéndose en duelo. Algo así no lo había visto nunca, ¿quién vencerá en el firmamento? Los árboles protegen a una luna que arranca del bosque recuerdos; de cuando en cuando, la niebla susurra y hace perderse a las hojas del suelo. Apoyado en mis manos desnudas, recostado en el techo del suelo, de repente me atacan las dudas, ¿qué será de mí en aquel tormento? ¿Acaso caeré en la lucha que tanto agrada a los cielos? ¿Acaso puede ser tan dura una noche a solas con mis miedos?
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Santiago Araújo Cortizo (3º ESO)
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Con una brisa vespertina Con una brisa vespertina empiezo, los vientos helados y las nubes de tormenta anuncian mi llegada. Al caer la noche, mi albo manto desciende ligero, casi imperceptible al oído humano. He llegado, y allí donde vaya, todo será blanco. Soy tan peligroso... capaz de dejar sin aliento a los más valientes. Cuando las hojas caen, todos saben que he llegado.
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Romance del granjero
Jaime Osorio de Rebellón García (3º de E.S.O.)
y la muerte Que Miguel era muy astuto y su esposa había muerto, dejándole sólo a un niño, es lo que narra este cuento. Miguel estaba muy inquieto, pues buscaba un buen padrino que no tuviera ni un pero. Un día llegó un hombre. Ni era guapo ni era feo, ni era alto ni era bajo, ni era gordo ni era esbelto. «¿Quién es usted, buen señor? ¿Es, acaso, ganadero?, ¿es pastor o es artesano?, ¿es mendigo o pescadero?». «Granjero, usted se equivoca. Soy el Señor de los muertos». «¿Quiere usted ser el padrino?» «Para eso vengo, granjero». Tras la impactante respuesta, Miguel lo pensó un momento. Con una gran decisión
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dijo: «Pues claro. Yo acepto. Al niño dará regalos: le calentará en invierno; y si hay época de hambruna, le regalará alimento». La muerte, muy impresionada, respondió: «Eso es correcto. Pero a usted también, Miguel, otro regalo le ofrezco: tú podrás adivinar si el que enfermo esté en su lecho vivirá o morirá. Sufrirás un escarmiento si del bien tú te aprovechas». Como gana un perro un hueso, por la astucia que tenía, Miguel ganaba dinero. Tanto dinero tenía que lo guardaba en barreños. Un día dijo a su hijo: «De su bien yo me aprovecho, hijo. Él estará furioso». Pues así era, en efecto. Estaba Miguel pescando y apareció él en el puerto. «Que el poder mucho has usado
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yo personalmente pienso. Te vendrás conmigo al sitio donde llevo manto y cetro». Dijo Miguel sonriente: «¿Puedo un último deseo?». La Muerte se sobresaltó. «Tu deseo te concedo». «Muerte, te propongo un reto: meterme en esa botella saltando hacia ella yo puedo. Creo que tú no podrías». «Pues claro que yo me meto», Dijo enfadada la Muerte. Y saltó más de dos metros. Cayó justo en la botella, traspasando el agujero. Miguel se precipitó y tapó con un pañuelo la botella con la Muerte. Como estaba él en el puerto, arrojó al mar la botella, con muchas fuerzas, muy lejos. Desde que la tiró al mar no ha habido ni un solo muerto. Cuando salga de las aguas, ¿sabes quién será el primero?
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Rafael Murillo Villamandos (1º de E.SO.)
El lloro Lloro, lloro, lloro sin parar. He llenado el mar de los sollozos, ¿cuándo voy a parar?
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Melancolía Nacho López Navarro (2º de E.S.O.)
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Un mundo en tinieblas después de un viento cálido, con sabor a sal, descubren las fuertes y aterradoras olas de un mar seco; destellos de luz, alguno. Días de nieve y frío, poca luz, cuerpo entumecido. No anclo mi esperanza en las aguas de este mar mutable, mas no renuncio a vivir. Una barca flota sin temor, hasta que la soledad llega al corazón.
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Rubén Barta Sevilla (3º de E.S.O.)
Paisaje otoñal Se veía el viento zarandeando los árboles con su potente furia. Las hojas aferradas a los brazos del árbol luchaban para no caer al vacío. Los árboles, pegados al suelo como lapas, veían cómo sus hojas se desprendían de sus inquebrantables ramas. En el agua, yacían las hojas que en un pasado habían crecido juntas durante la verde primavera. Ya el otoño en sus últimos días, las hojas más fuertes que habían sobrevivido contemplaban con melancolía a sus hermanas envueltas en remolinos.
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Álvaro Ballesteros Flores (3º de E.S.O.)
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El velero «Rigoberto, Rigoberto». «¿Qué le pasa, caballero?» «No sé a qué dedicarme, ¿Comerciante o marinero?» «¡Comerciante, imposible! Marinero le sugiero». «Pues compremos un barco juntando nuestro dinero, y si hiciera falta más venderíamos el terreno». «¿Y después qué hacemos?» «Recorrer el mundo entero por tierra y por agua, solos con nuestro velero».
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Manuel Álvaro Santafé Rodrigo (2º de E.S.O.)
Es lo que tiene, el amor Es lo que tiene, el amor: empiezas siendo el galán protagonista de una maravillosa comedia, y acabas convirtiéndote en un actor sobrio y serio, de carácter, solo que de tu propia tragedia.
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El dormitorio de Arlés Miguel Riesgo Yanes (3º de E.S.O.)
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Es una habitación como la tierra y el agua; los marrones y los azules se mezclan iluminados con el amarillo brillante del sol, los cuadros torcidos son como caras que nos miran y que vigilan. El suelo de madera viejo y gastado parece un mar de troncos de árbol. Parece la habitación de un viejo enano que vive en el bosque. Todo lo ha hecho él: la mesa, las sillas, la cama… Creo que hasta ha pintado los cuadros. La habitación huele al musgo que nace entre los árboles, a la madera cortada con hacha y al aire limpio del bosque. Las puertas azules son caminos al cielo, a un cielo que brilla y reluce en la madera de la puerta. Hay un espejo pequeño donde el enano se mira, y una pequeña toalla con la que se seca.
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Pablo Serrano de la Fuente (3º de E.S.O.)
Paisaje invernal Los pies me cuelgan por la alta roca. El pelo se me mete en los ojos a causa del viento seco y frío que me empuja hacia el vacío. No me importa. La nieve de ahí abajo parece blanda como un colchón. Los árboles desnudos se postran a los pies de las orgullosas coníferas que lucen un manto de nieve. El viento susurra en mis oídos, con tonos nostálgicos que recuerdan el pasado otoño. Los cantos de los pájaros recorren el valle esquilmado por el frío. A lo lejos, se ve una columna de humo proveniente de una chimenea. Dichoso el que esté allí sentado, con los pies metidos en una palangana con agua caliente. Ya no siento las extremidades. Me levanto y ando, pisando la blanca y resbaladiza nieve, que protesta bajo mi peso con un crujido perfecto. Vuelvo por donde he venido. Pisando las huellas de la imaginación.
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De la casa en la parte superior Juan Bautista Fuentes (1º de E.S.O.)
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De la casa en la parte superior, un miedo podía perder, del sueño tal vez recordado, que la niña no quiso hacer. Un suspiro de la boca era, un pensamiento de la mente fue, el valor del hacer la pudo y el poder la quiso mantener. Tal miedo era este, que no quiso mirar, solo indagó y buscó, pero más no pudo encontrar. No quiso pensar, el miedo era grande, pero necesitaba perder, ella sólo quería saber…
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Francisco Martín de la Hoz (Profesor de Educación Primaria)
Altamar ¡Arenas del mar! ¡decidme si no tengo razón, si no está en mi imaginación la letra de este cantar! «Marinero, marinero, marinero de la mar, acércate a mi velero que yo te quiero escuchar... Y... ¡cuéntame la leyenda, nárrame la historia hecha de ensueño y poesía escrita al clarear el día...!» Y así narraba el marinero hombre, en la mar, el primero: «Yo tenía una barquilla enamorada del mar, pinté de rojo su quilla, la vela plegué al cantar. El perfume de sus redes eran de plata y de sal. Con la vela, hinchada al viento, tuve un mal presentimiento. Nos hicimos a la mar en una noche de bruma, mientras sonaba un cantar y salpicaba la espuma. La luna se reflejaba
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en aquella mar en calma, igual que se mece el alma al llegar la alborada... Pero es la mar caprichosa, y, al igual que hizo la espina, que estropeó aquella rosa saltó la tormenta “divina”. Y la mar, fue la mar, quién la barca zarandeó y la pierna triste estalló sin poderlo remediar...» Pasó entonces la tormenta, noche amarga ya sin luna, que al marinero atormenta, sin esperanza ninguna. Y salió el sol, que calienta, nos ilumina y alienta y así el marino acababa y, embobado, le escuchaba. «No podré seguir las estrellas desde mi barco velero, huiré de esas estelas para hacerme cual lucero... y, del cielo, marinero. Y así a los hombres guiar por los senderos del mar ¡pues tiene el alma ventanas que no se pueden cerrar!»
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Carlos Rego Bárcena (Profesor de Educación Secundaria)
Vade in pace La noche cae sobre los roquedales del alma, más abruptos en la oscuridad. Una serpiente repta entre los recovecos de la conciencia. Es astuta, ávida. El roce de su vientre sobre la arena, el pasar de sus anillos por entre las arideces, otorgan una sensación cierta de placer. La bestia bisbisea, con su lengua viperina y bisbiseante. «Te daré...». Conoces el discurso, es más viejo que el mundo. Te dará apariencias, que es todo lo que posee, reflejos deformados de lo que buscas. Jugará con tus deseos, confundiéndote, agrandándolos y pervirtiéndolos. Tu corazón se resquebrajará, agrietado por la presión de bombear tanto impulso estéril. Pero en su crueldad, lo reanimará con más ambiciones. Y chapoteará en él triunfante, como un gorrino saciado en la zahúrda. Tu corazón, entonces, será suyo. No hay tinieblas más oscuras que las que viste Satanás.
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Y, a pesar de todo, jamás estarás perdido por completo. Porque incluso en ese bombeo sostenido, se esconden leves ritmos de eternidad. La serpiente sabe que no le perteneces, que eres mirado con piedad desde los cielos. Basta con que cedas las rodillas y te agarres a esa cruz tosca que tan bien conoces. Abrázala fuerte, arrepentido, esperanzado. Una gota de sangre caerá sobre ti. «Ego te absolvo…». Y saldrás blanco, vuelto a la vida, brillante como jamás pueda pensarse, por la abertura circular del Santo Sepulcro, sostenido por los vítores de todas las criaturas celestiales. Luz.
Vade in pace.
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