Reposos nº5

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Imagen de cubierta: Dibujo de Rodrigo Gómez Camps (2º de E.S.O.).

© Los trabajos pertenecen a sus autores y al Colegio de Fomento El Prado. Queda prohibida su reproducción por cualquier medio sin autorización escrita de los propietarios. Edita: Equipo Técnico de Lengua castellana y Literatura del Colegio El Prado. C/ Costa Brava, 4 28034 Madrid Teléfono 91 735 57 10 Correo electrónico: revistareposos@gmail.com Diseño: 267estudiográfico



Ă?ndice

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FOM E N TO

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Juan Ramón Jiménez

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Andando, andando

¿Cómo vengo a decirte que no tengo amor?

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Álvaro Gutiérrez de Cabiedes Gonzalvo

Rechazo a Dios

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Juan Manuel Díaz Conradi

Ella

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Jaime Olmedo Chiva

Asombro

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Nacho López Navarro

Soy la sombra en la noche

12

Pedro Osorio de Rebellón

Caza furtiva

13

Arturo Martín Colino

Galicia infinita

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Javier Pérez de Camino Gaisse

Sevilla

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Francisco Martín de la Hoz

Lobo hombre en París

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Juan Vicente Elías Doral

Romualdo

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Juan Peláez Márquez

Diario de un psicópata

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Carlos Esteban Rodríguez

Cinco preguntas

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Javier Pardo de Santayana

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Homenaje Juan Ram贸n Jim茅nez (Huelva, 23 de diciembre de 1881 San Juan, Puerto Rico, 29 de mayo de 1958)

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Andando, andando Andando, andando. Que quiero oír cada grano de la arena que voy pisando. Andando. Dejad atrás los caballos, que yo quiero llegar tardando (andando, andando) dar mi alma a cada grano de la tierra que voy rozando. Andando, andando. ¡Qué dulce entrada en mi campo, noche inmensa que vas bajando! Andando. Mi corazón ya es remanso; ya soy lo que me está esperando (andando, andando) y mi pie parece, cálido, que me va el corazón besando. Andando, andando. ¡Que quiero ver el fiel llanto del camino que voy dejando!

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Álvaro Gutiérrez de Cabiedes Gonzalvo (1º de E.S.O.)

¿Cómo vengo a decirte que no tengo amor? ¿Cómo vengo a decirte que no tengo amor, cuando te han rasgado el corazón? ¿Cómo vengo a enseñarte mis manos vacías, cuando las tienes sangrando y llenas de heridas? ¿Cómo vengo a hablarte de mis pies cansados, cuando, solo, estás en la cruz alzado? Ahora ya no me acuerdo de nada, huyeron de mí todas mis ideas, solo vengo a decirte, a no pedirte nada, a rezar esta oración, a dar un paso más hacia tu santa puerta, esa, claro, la de la vida eterna. Amén.

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Juan Manuel Díaz Conradi (2º de E.S.O.)

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Rechazo a Dios Cristalinas lágrimas resbalan de mi apenada mirada, al ver que en el mundo entero hay tanta gente equivocada adorando al demonio, al que no le hay que dar nada; y tratando al Todopoderoso, como si no importara nada.

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Ella

Jaime Olmedo Chiva (2º de E.S.O.)

Algunos dicen que es fea y otros que es horrenda; pero, para mí, ella siempre será mi princesa. Horas y horas paso a su lado, como perro con su amo; y no hay día con ella, en el que no le diga: te amo. Doy gracias a Dios por tenerla y a mis padres por concedérmela, porque sé que sin ella no sabría lo que es la belleza. Antes de que me maten mis adversarios, me gustaría decir a los afectados: ¡seguid con ella! Porque ella, ella es nuestro tesoro más preciado. Hay que añadir que este precioso poema está dedicado a un gran colega, porque ambos sabemos que la Play, la Play siempre estará a nuestra vera.

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Asombro Nacho López Navarro (3º de E.S.O.)

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Pájaros cantan, pájaros vuelan, gente ríe, gente juega; viento sopla, gente llora… marea baja en la alta montaña. Fuerte viento llega, la sabiduría retoña, los llantos se escuchan, las risas se oyen, los mares se secan, la lluvia se agota. Los ojos claros, entumecidos de verde campo, cabalgan, cabalgan a horcajadas sobre los lomos de tu mirada.

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Pedro Osorio de Rebellón (3º de E.S.O.)

Soy la sombra en la noche Soy la sombra en la noche. Y también la felicidad. Soy la risa. Soy el llanto. Yo soy la libertad.

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Caza furtiva —¡Buen disparo!—, dijo Jaime mientras observaba cómo caía la desafortunada ave. —Tres de tres—, apuntó Juan.

Arturo Martín Colino (3º de E.S.O.)

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Efectivamente, Martín no había errado un solo tiro, algo poco habitual en él. Dispuesto a no perder la racha, buscó a su siguiente presa. Una joven ardilla llamó su atención. Cargó su arma, amartilló, apuntó, pero cuando estaba a punto de apretar el gatillo, un aullido perforó sus oídos. Giró lentamente la cabeza para observar cómo un enorme lobo plateado se acercaba hacia él. A pesar del tamaño del lobo, parecía como si nadie se hubiese dado cuenta de que estaba allí. Así pues, hombre y bestia se enzarzaron en un duelo a muerte. Martín apuntó su arma. El lobo mostró sus afilados colmillos. Martín enfocó su arma. El lobo se empezó a acercarse. 30 metros. 20 metros. 10 metros. Una gota de sudor resbaló por las sienes de Martín. Pero antes de que Martín pudiese hacer nada, Jaime, con la habitual calma que le caracterizaba, descargó su carabina contra la bestia. El disparo horadó al lobo de lado a lado, que tambaleándose, cayó al suelo. Cuando parecía que se había acabado el peligro, el resto de la manada apareció con ansias de venganza por su compañero caído. Dándose cuenta de su inferioridad , Juan puso en marcha el Jeep Sahara del 92. Como si les fuese la vida en ello, porque realmente

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era así, la expedición al completo subió al coche. Juan pisó el acelerador al máximo y se dirigió al norte, donde se encontraba el campamento. Intranquilo, Martín recorrió con la vista el veraniego paisaje tanzano, donde se encontraba de safari con el resto de su bufete. Por un momento, al observar aquel paisaje tan lleno de vida, se olvidó momentáneamente de los lobos, y se dedicó única y exclusivamente al pensamiento que le acababa de asaltar: su insignificancia. Sumido en sus pensamientos como estaba, no se percató de que los lobos se acercaban al antiguo todoterreno, antaño una auténtica bestia, pero que había perdido fuerza con el paso de los años. Juan se dio cuenta de que el todoterreno perdía fuelle y combustible, por lo que decidió actuar. Giró bruscamente el todoterreno, para sobresalto de los que lo ocupaban. Ante esta invitación a la acción, Jaime preparó su carabina y una pequeña escopeta recortada que había sacado de debajo de su asiento. Martín imitó a su compañero, al tiempo que Juan cargaba con el coche contra las salvajes fieras. Estas, al principio asustadas, no tardaron en lanzarse contra el vehículo. Ambos combatientes chocaron violentamente. La expedición tenía armas y un coche. Los lobos tenían sed de sangre y superioridad numérica. Martín consiguió acertar a un par antes de que el resto saltarán sobre el coche. Jaime disparaba con una certeza asombrosa, diezmando a la hambrienta manada en cuestión de segundos. A pesar de haber acabado con un gran número de lobos, seguían apareciendo cada vez más, y la munición empezaba a escasear. Por esta razón, Juan sacó, en un desesperado intento de cambiar las tornas del juego, un juego de cuchillos de caza, y empezó a repartir cortes como paloma en vuelo. En uno de estos movimientos se acercó demasiado a un lobo, que le hirió y desgarró el brazo izquierdo. Dándose cuenta de su situación, Martín tomó el control del coche, dio marcha atrás y comenzó a alejarse a toda velocidad de la llanura teñida de rojo en la que se había enfrentado tan

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imprudentemente a los lobos. A pesar de que casi no quedaba combustible, Martín estaba dispuesto a mantener el coche en marcha hasta que no quedase ni una sola gota de líquido. Efectivamente, después de unos cuantos kilómetros, cuando empezó a oscurecer, la gasolina se acabó. Martín saltó de su asiento mientras Jaime ayudaba a Juan a bajar. Consultando el mapa que llevaban en el Jeep, y a juzgar por los kilómetros recorridos desde el primer encuentro con los lobos, Martín y Jaime coincidieron en que se encontraban a diecisiete kilómetros del campamento, diecisiete kilómetros que tendrían que ser salvados a pie. En condiciones normales, no sería un gran trayecto, pero con un hombre herido y las bestias de la noche acechando, sería una gran imprudencia, y ya habían cometido bastantes por hoy. Jaime decidió hacer la primera guardia, pero Martín insistió en ser él, ya que habían sucedido un montón de cosas ese día y quería ordenar sus pensamientos. A la mañana siguiente, Jaime descubrió a Martín escuchando Homeward. No sabía por qué, pero esa canción siempre parecía hacerle sacar fuerzas de donde no las había. Después de un escaso desayuno consistente en las pocas provisiones que había en el todoterreno, fue a comprobar cómo se encontraba Juan. Parecía que la noche había obrado en él: la herida no había cicatrizado completamente, pero por lo menos no se había infectado ni había llegado al hueso. Con la intención de estar a salvo cuanto antes, emprendieron la marcha: vendaron el brazo de Juan con un trozo de camisa y lo inmovilizaron con una rama seca. Cuando casi llevaban recorrida la mitad del camino, los lobos estaban más o menos a tres kilómetros. Entonces se dieron cuenta de lo imposible de la empresa: no tenían provisiones, estaban acorralados por la madre naturaleza en su extrema furia. ¿Será este el momento en el que los cazadores se convierten en las presas, presas de esta sangrienta caza furtiva?

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Javier Pérez de Camino Gaisse (Profesor de Educación Primaria)

Galicia infinita Galicia infinita. Su tierra. Su lluvia. Su niebla mañanera. Su frío acogedor. La sombra de los eucaliptos en los caminos terrosos de los montes inamovibles. Y ese mar azul del que dicen que es el morir a otra vida de sueños. El finis terrae. El mejor sitio para cumplir y rejuvenecer. Llenarse de vida.

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Sevilla Paco Martín de la Hoz (Profesor de Educación Primaria)

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Sevilla... La del eterno clavel que florece en primavera, al compás de una saeta... Sevilla... La de la hoguera encendida que se prende de pasión cuando canta su guitarra... Sevilla... La del espejo en el río ¡reflejas luna de plata! cuando cantas al amor mío. Sevilla... y, al llegar la Navidad, ¿qué harán los arcos de tu Giralda? ¿Cantarán un villancico entre árabe y gitano? ¡Duerme tranquila SEVILLA! Que para ti, cada mañana, para ti con alegría, sobre el puente de TRIANA, habrá un alba hecha de luz, canción... ¡y poesía!

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Juan Vicente Elías Doral (Profesor de Educación Primaria)

Lobo hombre en París Tiemblo… Tiemblo a que tiemble... Tiemblo a que tiemble el momento... Tiemblo al amo... Tiemblo al amo que nos templa... Tiemblo el temblor del amo… Tiemblo al tiemblo... Tiemblo temblar al viento... Tiemblo que me tiemble la mano... Tiemblo... Tiemblo ante el que no tiembla... Tiemblo a quien no tiene templo... Tiemblo al templo... Como el de ésta escopeta, tiembla el tiempo entre mis manos... Tiembla mi pasado... Mi corazón tembló cuando al suyo le quedaba un tiemblo... Tiemblo a más de cuarenta pasos.

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Romualdo

Juan Peláez Márquez (Alumni El Prado)

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En ocasiones sus pensamientos se atropellan y con torpeza salen fuera sin orden, en explosiones que el habla y la expresión no pueden controlar. Algunas veces los pensamientos son recogidos y, de la mano, salen, con cariño como un niño llevado por su madre al colegio, es entonces cuando su expresión alumbra paz y un poco de orgullo infantil; levanta las cejas y ríe satisfecho. Romualdo tiene 8 años, nació con síndrome de Down y es zurdo. Desayuna cereales americanos y es forofo del Atlético de Madrid. Sus dos hermanas le toman el pelo a diario pues son del Barça, no por nada, simplemente por crear polémica y bronca a su hermano Romualdo sufre e incluso llora por el Atlético. Su padre ve en ello un ejemplo de fidelidad verdadera. Romualdo terminó ayer la colección de cromos de jugadores de la liga, arrancó las dos páginas de su equipo del alma y tiró el resto a la basura guardando las del Barça con el fin de hacer vudú con los jugadores en presencia de sus hermanas. Su madre se enfadó. Su padre rió con ganas. Sus hermanas también pero con algo de malicia fraterna y natural.

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Quiere casarse, cuando sea mayor, con su profesora de Refuerzo de Lengua, con la bedel del colegio y con la que cuida el comedor. A cada una se lo demuestra todos los días, leyendo despacio, dando un beso de buenos días y dejando el plato limpio de verduras. Sus hermanas se ríen y le bromean por todo esto y él suelta un mamporro a una puerta en señal de aviso. Por las noches su padre inventa un cuento para Romualdo. En el están sus novias y los jugadores de su Atleti. Los malos suelen ser algún árbitro conocido o los del Barça, Romualdo le propone a su padre que las harpías de la historia sean también sus hermanas. Se duerme. Le despiertan sus hermanas con cariño y él se alegra, a su pesar, fingiendo un enfado grande. Ellas ríen, él amenaza con caras espeluznantes. Toma sus cereales y se va con su madre, de la mano, con cariño.

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Diario de un psicópata A menudo leo de amores irresistibles. Qué curioso, qué inverso a mí, a mi unánime experiencia: yo me resisto, en vano, al odio. Carlos Esteban Rodríguez (Alumni El Prado)

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No es odio universal. Si digo que odio al Hombre es figura retórica, exageración, proyección, metáfora de mi odio verdadero, tan concreto y minorista. Es el individuo, lo que conozco, y no la especie, que ignoro. Sabe Dios lo que lucho. Te conozco, topo contigo y de inmediato se libra invisible un combate cuerpo a cuerpo. Estás ahí, tan irrefutablemente otro, tan insolentemente ajeno. Tan material y sólido, tan innegable, entre la luz y yo. Tu voz abre un fuego más estridente que la del cuervo; tus gestos, tus formas imposibles rompen toda armonía. Y me resisto al odio que me sube en arcadas, como el sabor biliar de algo que nos sentó mal y que golpea en olas obstinadas el paladar hasta desbordarse por la boca y la punta de los nervios. Y tú sigues ahí, enfermizamente húmedo y caliente, mamífero. Inmisericorde espejo, ¿cómo no odiarte? Cada gesto tuyo me grita: Esto eres tú, y no tú. Respiras, transpiras, ladras. Es sólo cuestión de tiempo, el que puedo resistir. Luego, acabo cediendo, con infinito alivio, al abrumador consuelo de mi odio.

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Cinco preguntas

Javier Pardo de Santayana (3º de E.S.O.)

¿Dónde estoy? Mis sentidos comienzan a despertar; oigo lejanamente un murmullo de voces y un pitido continuo. Mis ojos empiezan a abrirse por fin y una inmensa luz artificial me ciega y mis manos sienten el tacto de una suave manta que me cubre. ¿Qué está pasando? Me incorporo levemente y miro a mi alrededor. Estoy en una cama, en el centro de una habitación muy pequeña que está rodeada por un cristal opaco por el cual no puedo ver. Solo hay un pequeño mueble, parecido a una mesa de trabajo, llena de utensilios, la mayoría afilados . Me entra miedo e intento moverme, pero el dolor atenaza por todo mi cuerpo. Me miro y veo que estoy totalmente cubierto por unas venda; escayolas por todo mi cuerpo. De repente, la puerta se abre y aparecen dos hombres jóvenes con bata, hablando alegremente. Obligué a mi boca, seca y rígida, a hablar y dije: — ¿Quiénes sois?

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Cuando se percataron de que me había despertado, se quedaron paralizados y corrieron por el pasillo dando voces . Al poco rato, apareció un viejo de cara amable que se acercó y me pregunto: —¿Cómo te encuentras? Yo, sin saber qué decir, miré hacia otro lado con nerviosismo, mientras los dos hombres jóvenes me miraban emocionados. Empezaba a ponerme nervioso, cuando el viejito se acercó más. Intenté evitar su mirada pero él me agarró por los hombros y me puso cerca de su cara. Entonces hizo la pregunta que no me había hecho por el inmenso miedo que me daba: — ¿Quién eres? Y yo, horrorizado, respondí, no sé si a mí o a él: — No lo sé.

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