Tendencias. Abril 2016

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ACEPRENSA BOLETÍN MENSUAL • ABRIL 2016 • Nº 62

TENDENCIAS

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FOMENTO DE CENTROS DE ENSEÑANZA

BLOG FAMILIA ACTUAL por Pilar Guembe y Carlos Goñi

EDUCAR EN LA INTIMIDAD Los padres han de aprender a llamar a la puerta de la intimidad de sus hijos adolescentes, sin forzar la entrada. No se puede educar a granel, al por mayor, en general; solo se puede educar en la intimidad: de persona a persona, de tú a tú, de un interior a otro. De la primera forma se adiestra, se instruye, se adoctrina; pero para educar hace falta una conexión personal que únicamente se establece cuando se abre la intimidad. Por otra parte, hay que tener en cuenta que la puerta de la intimidad se abre desde dentro, no desde fuera, por lo que solo uno mismo puede abrirla a los demás. Razón por la cual, cuando se franquea desde fuera, siempre se produce cierta violencia, algo semejante a una invasión o un allanamiento de morada. La llave de esa puerta es el consentimiento; de otra forma, se fuerza la cerradura, se asalta la intimidad y, entonces, se pierde la confianza y, de resultas, se desvanece la posibilidad de educar. Para educar, por tanto, hay que poder acceder a la intimidad del otro, a la vez que hay que respetarla. Si la tenemos vetada, poco podremos hacer; si la invadimos sin el consentimiento debido, ese poco se convierte en nada. Los padres de hijos adolescentes saben bien que estos son muy celosos de su

intimidad y que han de respetarla, que no pueden inmiscuirse donde no se les deja entrar, so pena de que se corte ese fino hilo que los une con sus hijos. Muchos divorcios entre adultos y adolescentes tienen su origen en una desacertada irrupción en la intimidad de quienes la acaban de descubrir y la guardan celosamente, sobre todo ante sus padres. En varias ocasiones nos han preguntado hasta qué punto hay que respetar la intimidad de los hijos: si se pueden registrar bolsillos, carteras y móviles, diarios, cuentas de correo, de Facebook o de cualquier otra red social, si es lícito someter a los hijos a controles periódicos… La pregunta es pertinente porque no podemos educar desde el otro lado de la puerta, es decir, sin saber lo que está pasando dentro. Pero la respuesta no es sencilla: debemos saber compaginar el derecho que tienen nuestros hijos

Hay que poder acceder a la intimidad del otro, a la vez que respetarla. Si la tenemos vetada, poco podremos hacer

a guardar su intimidad y el deber de los padres a educarlos, el cual exige, por una parte, que tengamos acceso a ella y, por otra, que la sepamos respetar. Por supuesto, en caso de que tengamos sospechas de que nuestro hijo está en peligro (drogas, juego, acoso, delincuencia…), deberemos traspasar por nuestra cuenta ese límite aun a riesgo de que cambie la cerradura y nos dé con la puerta en las narices. En su momento le explicaremos que no nos quedaba otro remedio y que lo hicimos movidos por el deber que tenemos de velar por su seguridad. De todas formas, lo más deseable es que nuestros hijos nos abran la puerta de su intimidad y nos dejen. Para conseguirlo tenemos que aprender a llamar, sin caer en la pesada insistencia que lleva al de dentro a desconectar el timbre ni en el exceso de prudencia que puede convertirse en negligencia. Saber llamar a la puerta de su intimidad es saber mantener el contacto con tacto, es decir, estar pendientes sin que se note, escuchar antes de hablar, estar siempre disponibles sin avasallar, y aceptar, querer, estar. Ver artículo completo en www.aceprensa.com


TENDENCIAS ABRIL 2016 ANÁLISIS

BLOG EL SONAR por Ignacio Aréchaga

EL FOCO Y LAS SOMBRAS En la información sobre los abusos a menores encontramos ejemplos del mejor y del peor periodismo. Hay buen y mal periodismo, como hay buen y mal cine. Los Oscar han premiado Spotlight, un sólido filme sobre la investigación periodística del Boston Globe, que denunció el encubrimiento de los abusos sexuales a menores cometidos por sacerdotes en la diócesis de Boston. Simultáneamente, los “anti-Oscar”, los premios Razzie, dedicados a ensalzar lo peor del año, han dedicado casi todos sus premios a 50 sombras de Grey. Ojalá Spotlight supere la taquilla de 50 sombras de Grey, que ha amasado 457 millones de euros, pero mi instinto me dice que no va a ser así. También en el periodismo, el rigor y la objetividad no es lo que más vende, y, por desgracia, no es siempre lo que más influye. El Boston Globe prestó un buen servicio a la verdad y también a la Iglesia al rastrear los casos de abusos y denunciar el encubrimiento y mala gestión de la jerarquía, más preocupada de proteger el buen nombre de la institución que de atender a las víctimas y de hacer limpieza en sus filas. Como periodista me satisface que una investigación concienzuda como la del diario de Boston, que en su día mereció el premio Pulitzer, sea celebrada. Pero, también como profesional, pienso que buena parte de lo que luego se convirtió en un diluvio informativo sobre el tema no está ni de lejos a la altura de los reportajes

del Boston Globe. Es llamativo que una cobertura periodística tan amplia como la que ha tenido el tema, haya dejado impresiones tan confusas e inexactas en la opinión pública. Señalo algunas. En primer lugar, la extensión del fenómeno. Es verdad que, después de la denuncia en EE.UU., saltaron a la opinión pública los casos ocurridos en otras iglesias en Europa, sobre todo en Irlanda y Holanda. Pero, a base de generalizaciones, no pocos han transmitido la impresión de que el clero católico estaba infestado de depredadores sexuales. Sin embargo, por ceñirnos al país más afectado, EE.UU., el balance estadístico más preciso realizado por el John Jay College of Criminal Justice encontró que en el periodo 1950-2002, las denuncias afectaron al 4% de los sacerdotes activos, y que una minoría aun más pequeña (149 sacerdotes) acumulaba más de un cuarto de las denuncias (27%). La compresión del fenómeno ha quedado empañada muchas veces por el olvido del contexto histórico en que se produjeron los hechos, que en muchos casos se remontan a hace varias décadas. Hoy nos parece evidente que la “tolerancia cero” es la única política posible. Pero en los años setenta y ochenta, cuando se alcanzó el punto álgido de los escándalos, el clima era muy distinto. En plena revolución sexual, se trataba de

liquidar los viejos tabúes. En el caso de los menores, las organizaciones homosexuales pedían la rebaja de la edad de consentimiento sexual. Parte de los Verdes alemanes y un partido específico en Holanda apoyaban la legalización de la pedofilia, contra “la hipocresía sexual burguesa”. Si algo se reprochaba a la Iglesia era que no relajara más las normas de comportamiento sexual y mucha prensa jaleaba a los clérigos que se mostraban más “liberales”. Lo curioso es que la erotizada cultura mediática reprocha ahora a la Iglesia el haber sido demasiado tolerante con una conducta sexual licenciosa. Quizá no vendría mal que los medios de hoy consultaran su propia hemeroteca para recordar lo que defendían en aquellos años.

La Iglesia y los otros Por otra parte, el tratamiento periodístico y la continuidad en la información no han sido los mismos cuando han afectado a la Iglesia católica o a otras instituciones. En no pocos casos se ha dado la impresión de que los abusos sexuales a menores eran un problema específico del clero católico. En realidad, informes como los de Philip Jenkins, no católico, autor de Pedophiles and Priests, muestran que el problema de los abusos no es más grave en la Iglesia católica que en otros ámbitos. Para Jenkins, todo


LIBROS

esto provoca que “la opinión pública se haya familiarizado con la figura del ‘cura pederasta’, mientras que los abusadores de otros ámbitos pasan desapercibidos (…) o son vistos como malhechores aislados”. Si preocupa la protección de los niños, hay que investigar y denunciar también los casos que se producen en el entorno familiar, en los círculos deportivos, en asociaciones juveniles, en escuelas laicas. Pero en el banquillo mediático de los acusados parece que ha habido poco sitio para estos otros responsables. También se distorsiona la realidad cuando el encubrimiento de casos de este tipo se presenta como una práctica que solo se dio en la Iglesia católica. Cuando se han ido desatando las lenguas, se ha visto que la reacción en otras instituciones fue similar: como en la BBC con el caso Jimmy Savile, en la ONU frente a los abusos de cascos azules en África, o en equipos deportivos de universidades americanas El legítimo afán de denunciar la injusticia y hacer luz en este tema no siempre ha sido acompañado de esas elementales reglas del oficio periodístico, que obligan a respetar la presunción de inocencia, a contrastar las fuentes, a escuchar al acusado. Esto ha llevado a veces a linchar mediáticamente a clérigos que luego han resultado inocentes, como el caso del obispo castrense de Australia, Mons. Max Davis, que acaba de ser absuelto en los tribunales después de años de persecución. Es justo que celebremos el buen hacer periodístico que se nos cuenta en Spotlight. Pero no está de más que señalemos también las cincuenta sombras que han distorsionado la información sobre este tema. Por el bien del periodismo. Ver artículo completo en www.aceprensa.com

La erotizada cultura mediática reprocha ahora a la Iglesia haber sido demasiado tolerante con una conducta sexual licenciosa.

VIDA HOGAREÑA Marilynne Robinson

CINE EN DVD

UNA PASTELERÍA EN TOKIO

Directora: Naomi Kawase Guion: Naomi Kawase Intérpretes: Kirin Kiki, Miyoko Asada, Etsuko Ichihara, Miki Mizuno, Masatoshi Nagase, Kyara Uchida. 113 min. Jóvenes

por Luis Daniel González Primera de las cuatro novelas de la autora. Como las otras tres, escritas muchos años después y ya publicadas en castellano –Gilead y En casa, y Lila–, esta también tiene una calidad literaria excepcional, aunque sus protagonistas, tan excéntricas y distantes, no tienen igual calidez humana. El escenario es un pueblo ficticio del Oeste llamado Fingerbone. Se deduce que todo pasa en los años cincuenta. Ruthie empieza por contar cómo sus abuelos se instalaron en Fingerbone y el fallecimiento de su abuelo en un accidente; luego, la educación de sus tres hijas, a cargo solo de la abuela; después, el momento en el que su madre, cuando la narradora y su hermana pequeña Lucille tienen pocos años, vuelve al pueblo para dejarlas con la abuela y suicidarse a continuación de forma trágica e inesperada. La extraordinaria sofisticación de la narradora parece, a primera vista, incompatible con lo que conocemos de su vida. Sea como sea, es admirablemente detallista y precisa, tanto al reconstruir paisajes, escenarios y sucesos, como al explicarnos sus pensamientos y conjeturas. Ver las críticas completas en www.aceprensa.com Galaxia Gutenberg. Barcelona (2016). 217 págs. 19 € (papel) / 12,99 € (digital). Traducción: Vicente Campos.

En una pequeña caseta de Tokio, Sentaro sirve unos dulces típicos japoneses. Cuando una simpática anciana, Tokue, se ofrece a ayudarle, él accede de mala gana hasta que comprueba que tiene un don especial para hacer dulces. Este delicadísimo drama intimista exprime la naturaleza que rodea a los personajes para subrayar sus heridas existenciales, sus dilemas morales, su trascendencia. Los actores se dejan mimar por la parsimoniosa y detallista cámara de Kawase, cautivando al espectador con su entrañable humanidad.

EL BECARIO Director: Nancy Meyers Guion: Nancy Meyers Intérpretes: Robert De Niro, Anne Hathaway, Rene Russo, Adam DeVine, Nat Wolff, Drena De Niro. 121 min. Jóvenes-adultos

Ben (Robert De Niro) es un jubilado y viudo de 70 años que, con demasiado tiempo libre, solicita el puesto de becario para mayores de 65 años que ofrece una empresa de moda. A Ben le falta tiempo para mostrar que la veteranía es un grado, que la vieja escuela –ir al trabajo con traje y maletín, ser educado, escuchar con atención…– puede aportar algo a las nuevas generaciones, aunque estas manejen mejor la electrónica de consumo. Y se convertirá en un sólido apoyo para su atareada jefa (Anne Hathaway). Ver las críticas completas en www.aceprensa.com SIGLAS CINE V violencia S detalles sensuales

X sexo explícito D diálogos soeces


TENDENCIAS ABRIL 2016 PANORAMA

a

PADRES EN CASA: “NO ESTAMOS DE VACACIONES”

por Aceprensa

Los hombres que se quedan en casa a cargo de los hijos pueden enfrentar prejuicios sociales y obstáculos laborales, a pesar de que su tarea aporta ventajas a la familia. El príncipe Guillermo de Inglaterra se ha ganado recientemente una acusación en los titulares de la prensa de su país: es un “perezoso”. El heredero de la Corona estaría, según algunos periódicos, faltando a sus obligaciones de trabajo por dedicarse a un tema extralaboral: sus hijos pequeños. Guillermo “no desea ser un padre ausente –refiere una fuente cercana–, porque él sabe lo que es crecer con uno”. Así, llegado su turno de estar al frente de su propia familia, el joven no ha querido reproducir el esquema de su padre, al punto de afirmar que la paternidad lo ha hecho una persona más “emocional”. En Australia, una investigación de la Universidad de Monash, publicada en octubre de 2015, dio voz a 950 hombres trabajadores. De cada 10 consultados, 8 expresaron que les gustaría ser los primeros cuidadores de sus hijos. El dato paradójico es que solo dos estaban ejerciendo ese rol. ¿El problema? Que su autopercepción como “proveedores primarios del hogar” les impedía a muchos dar el paso. Y pesaba también la concepción cultural. El Sydney Morning Herald narra, en tal sentido, la experiencia de un trabajador, a cuyo regreso tras un permiso de paternidad de dos semanas, encontró una reacción singular: “Era como si me hubiera ido de vacaciones”.

“Yo sí que trabajo” Pero los prejuicios golpean en cualquier sitio de la geografía, y no solo

proceden de los empleadores o del colectivo laboral –que también–. Si unos padres mantienen un empleo que les permite trabajar desde casa, otros han renunciado al rol tradicional de “primer proveedor”, y eso les deja huella, básicamente por el modo en que la sociedad los examina, en una mezcla de curiosidad y compasión. Una consecuencia puede ser la afectación de la autoestima. Voice of America refiere el caso de un padre que ha llegado a cuestionarse su masculinidad –“te la cuestionas porque no estás trayendo dinero a casa”– y el de otro al cual una pregunta le parecía especialmente dura: “Y tú, ¿de qué vives?”. “Recuerdo cuando empezaba y le decía a la gente que era un padre cuidador. Había tensión, por el shock que experimentaba la persona que recibía la información (…). Yo sí que trabajo. Puedo trabajar media jornada, y esto le permite a mi familia coordinarse con las actividades de los chicos”.

Una “máquina” de actividad continua Los padres cuidadores señalan asimismo el problema del aislamiento. Encuentran difícil relacionarse con las madres cuidadoras en sitios como el colegio o las áreas de juego, pues,

Al dejar de ser los “primeros proveedores” del hogar, algunos padres pueden sentir dañada su autoestima

mientras observan a los niños, todas las niñeras se juntan, todas las madres forman grupo, y los padres quedan al margen, como extraños. Habría, además, obstáculos que directamente afectan los ingresos del hogar: los que colocan los empleadores a quienes desean reinsertarse en el mundo laboral regular. The Guardian cita el caso de Gary Clarke, de Massachusetts. Cuando su hija mayor estuvo lista para ir a la guardería, Clarke, ingeniero, decidió retomar su antigua profesión. Pero sus potenciales empleadores lo bombardearon con preguntas como: “Si la chica se enferma, ¿quién la cuidará: usted o su esposa?”. Y se vio obligado a derivar hacia otra profesión: la enseñanza. Convendría valorar, sin embargo, algunas de las ventajas que los padres cuidadores pueden aportar. Un artículo del Wall Street Journal las desgrana a partir de los resultados de varias investigaciones. A los padres, según los expertos, se les da mejor “hacer el payaso” con los niños, con lo que pueden estimularlos positivamente y contagiarles su ánimo. Además, los hombres tienden a ponerles más retos a los chicos. Estos, por su parte, muestran menos indisposición con el progenitor que con la madre cuando interfieren en sus juegos para guiarlo en un sentido u otro. Desde este punto de vista, un padre en casa es una verdadera “máquina” de actividad continua y un impulso a la formación del menor. Ver artículo completo en www.aceprensa.com

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