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La Sorjuanita del remoto Queretaro Daniel Sibaja Dramaturgia
La Sorjuanita del remoto Querétaro
Reina de reinas llego a tu reino, donde tu cielo todo es azul, con los fulgores de tu mirada hasta la noche se torna clara Trova yucateca (Vals), de Chucho Herrera Ramírez
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Tuve la oportunidad de besarla en Comala. Con unas cuantas ficciones, aproximadamente, pude haberla descrito tal y como nos hablamos, si no mal recuerdo: de la poesía de la Fénix de América y su pasatiempo favorito: leer diccionarios y resolver sonetos.
Pero nomás alcancé a atrapar sus rizos y esa voz altiplánica, voladora de nervios, amante de los lenguajes a los que nunca les he dado estudio. Todo es inútil, pues lejana es nuestra cercanía. Bendito siglo xxi, sí, con sus nuevas formas de socializar a distancia: balbuceo lejano a través de pantallitas, el gran hermano, que nada sabe de nosotros; de mí, el que vive al final del mundo; y de ella, que más cercana a la frialdad se conserva, como perfección resumida en café negro a todas horas, todo el mes, los trecientos sesenta y cinco días del año. ¿Qué puede hacerse uno que es solitario? ¿Qué se puede? Uno que vive a 40°C nadándose aires y ventiscas sobre la hamaca, chupándose los hielos de un mediodía; aquí, fíjense, los vasos sudan y los jardines floreados se incendian.
***
Fue esa vez, recuerdo, encontrándome frente a los palacios de la capital. En la carretera mi joven espíritu de península o mono tropical luchaba contra los fríos vientos de nuestra nación. Éramos estudiantes de literatura rumbo a la tierra que inspiró a Rulfo. Uno que apenas entendía ese canijo fragmentado universo, tocar la mano metálica de don Juanito sentado en la plaza del pueblo original, era la mayor hazaña para llevarse a los bolsillos de la reminiscencia. Coño. Y me sentía realizado, un full dreamer reciente. ¿Colima? No: Comala. Ese lugar existe, por ese lugar ella existe; no
Daniel Sibaja
primero soñé
en mí, sino en el tiempo. Sí: no el tiempo fue quien supo, pues nos supo tan amargo, o tanto a ponche de almendras. Porque fueron mis ganas de observarla del otro lado del ventanal, porque desde entonces: obviedad, fueron mis ganas de conocerla: su piel porcelana, cuerpo bajo mi Sorjuanita del remotísimo Querétaro y su imposible anaranjar en su vestido. Dirigía la vista al jardín, queriéndome, y yo queriéndola. Pero nunca aprendí, nunca. Soy pendejo, como cualquiera, pues. Uno viviendo en casi una isla y ella que me añora desde muy lejos, al menos eso creo. Así de fácil fue dejarle una parte de mí, así de imposible siempre el tacto, nunca el beso. No supe saber quién soy, no sé quién soy. Tal vez si mis manos pudieran abrirse, entendería, mi Sor: que soy de ceros a ceros, ni peso de respaldo y uno queriéndose fugar de la ciudad blanca, de ansiosa paz, de irremediables hamacas.
Lo saben, señores, ñoras: yo soy pobre, por eso quise escribir, pa’ juntar con lo que sé, lo que oficio, un poquito de caridad e irme tras ella. Todo se dibujaba en cómo olvidarla, cómo estarme en ella: la mi Sorjuanita fugitiva yéndose, y yo dispuesto a ir y voy y me quedo.
Promesa.
***
Tuve la oportunidad de salvar mis pulmones. Dicen que el smog te deja una capa de verdín sobre la piel. Hasta el agua de las albercas se pone en pasto. Aquí no sólo existe lo subterráneo, ya que cuando uno quiere darse un chapuzón se debe lidiar con el miedo a la escama de los peces y a que uno pesque, valga la redundancia, así como suena, una fiebre por el bochorno de los suelos, o con la insolación de la mañana. Uno se fuma, claro, el tabaco al mediodía, no hay pierde. Uno es parte ya de
los séquitos del diablo. No eres un gánster o un Z, cabrón. Eres palma y cocotero-vendehuaya.
Uayeísta.
Un día obtuve, por y para la pura mala suerte, la fiebre de fiebres, la que despacio va curándose. Piensas que con este calor ya pa’ qué uno sigue insistiendo en libertinajes, con lo que es vida de perro basta. —Asómate y verás que con el asma hasta los huesos nada vas a lograr mejor que una muerte segura —dijo la doctora, con su acento tabasqueño.
Desde ese día aprendí a olerle la cola al gremio por sobre la salud y el bienestar. Pero nada me cabe en los bolsillos desde que emprendí viajes con mis letras de a montón. Porque el único patrimonio que tenía para darles, si acaso, a mis futuros, es un cuarto lleno de historias y un paisaje de Van Gogh de a cinco pesos en la tómbola.
Eso sí, aúllo, con la tarra y la armónica, mis dolores.
***
Llegados a Harvia, saunas y baños turco-spa, tuve la oportunidad de caminar derecho. Nadie recuerda el cuerpo torcido de un Abreu Gómez ahorcado, ni al payaso ni al sorjuanista. Volví a recordar a la musa, ahora ya besándose con Lisi. Y miraba dentro del consultorio a los Buda en flor de loto mientras me torcían la espalda sin buen destino. Quedaría guapo para aquella, mi queretana; pude haber ahorrado ese dinero y llegar pronto. Pero la espera se hizo más larga y los días se sonrosaron, pues no hubo rectitud alguna.
Un día decidí cantar con la tarra y la armónica en la puerta de un autobús; cayeron a mi bolsa, billetes de a veinte y solecitos de azteca. Para mi bien común, fue un plan perfecto; ahorraba definitivamente para mi boleto de avión. Tantas fueron mis ganas de volverla a ver, pero pocas fueron mis oportunidades de irme. Por eso, hijo, recuerda esta parábola: una noche Buda y sus discípulos miraban la luna desde un barranco. Entonces, el monje apuntó con su índice al cielo fijo; luego, todos miraron la hinchazón de su dedo, admirados. Pero Buda lo único que quiso fue mostrar el resplandor de una luz llenísima y su reflejo.
Vaya usted a casa, jovencito, y deje de querer ser rockero, sólo hay uno y hay que besarle los pies: mi Santana y su samba. Échale ganas, mi futuro
trovador, que no te rompan las guayaberas y que no te quiten el sombrero, mi huaracho empedernido. —Pero, ¿y usted, señor, cómo se llama? —dice, lo estoy mirando y no es más que otro cara de ángel lleno de cuestiones, que no sabe pintar o decorarse la mejor incertidumbre jamás contada. Y henos aquí, tratando de cubrirnos de la lluvia y preguntándonos cursilerías.
Trato de ayudarme. Él trata, también. —Ermilo —le respondo. —¿Emilio? —otra vez te confundes, mi fulgorcito, otra vez me confundes. Le corrijo. —Ermilo, joven, Ermilo.
***
Linda de madura fresa, señor sorjuanista, así se me esconden en la desmemoria las hogueras y las cenizas de una fénix. Deseo aprender más. Ya mis ansias no terminan de creer lo que soy, lo que debo ser. Pa’ cuando la lluvia se nos pase, quisiera invitarle un café y platicar del caracol con el que me gano la vida en los camiones.
Quisiéramos estar con ella, lo sabemos. Así de bambuco-huapango-vals-y-ranchera, quiero mirarla: hechizadora de mil pecados arrastrándome a la academia maldífica; soy creador de su figura y me detesto así: con picos de pájaros en la boca y un cuerpo quebrado. Caminamos a lo Ermilo, como de monje y su lámpara de fuego, como críticos: seremos el supremo aceite de la llama que nos compadece.
Nos espera, le repito, en la alcándara de un árbol seco. Soy su herencia, obsérveme: lámina sirva el cielo a nuestro retrato, lísida, su angélica forma: sorjuanistas de un lejano Querétaro permanezcamos, don Ermilo, buen viaje y pase una buena tarde.
Es autor del libro de cuentos Montejo Boulevard (La Comuna Girondo, 2019; Edición digital, 2020). Ha publicado en diversos medios digitales e impresos. Ganador del vi Concurso de Cuento Breve de la 6° Feria Nacional del Libro INBA-CEDART 2015. Becario del PECDA Jóvenes Creadores en la categoría de Cuento (2017-2018) y del Festival Cultural Interfaz (2018). Forma parte del Consejo Editorial de Bistró Revista de Literatura y Artes visuales y del Centro de Experimentación Literaria.
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