Monguí: la joya boyacense

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Universidad Externado de Colombia Facultad de ComunicaciĂłn Social - Periodismo FotografĂ­a - Historia Nelson Bernal Laura Fonseca Daniel Montoya


INTRODUCCIÓN

Cuando el sol se desliza detrás de las montañas que definen el horizonte de Sugamuxi, entre el viento de la tarde y el frio de la noche, ladrillos de piedra reflejan el ámbar polvoroso de la plaza central, y las siluetas de los techos de barro dejan caer sus sombras sobre las calles empedradas. Ese momento, por sí mismo, justifica ese rumor de ser el “pueblo más lindo de Boyacá”. A 2600 metros sobre el nivel del mar, Monguí es al mismo tiempo una capsula fina del pasado, una procesión de prístinas tradiciones y costumbres ceremoniales; una colección de encrucijadas silenciosas que contienen los ruidos que siglos de historia susurran a través de las formas arquitectónicas y el minimalismo propio de vidas frugales y tranquilas. También es un pueblo de un poco más de cinco mil habitantes cuyas construcciones antiguas le han otorgado un puesto en la Red de Pueblos Patrimonio de Colombia y lo han convertido en un vestigio de la época colonial. Desde principios del siglo XVII, cuando fue fundado, este pequeño emplazamiento ha albergado obras imponentes que reúnen las herencias españolas, criollas e indígenas, mezcladas y confundidas de nuestro pasado. La Basílica de Nuestra Señora de Monguí y su claustro adyacente son seguramente los sitios más inmediatamente cautivadores para cualquier visitante, y un elemento indistintamente familiar pero indispensable para todos los

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monguiseños que van a la misa cada domingo. Un vislumbro a su interior, a través del portón de madera, es observar un mapa intacto que a través de la simetría simplista de la nave y los detalles del tríptico en el ábside señala la monumentalidad que poseía lo divino tiempo atrás; y caminar a través de los arcos romanos del convento significa entender el mismo silencio abrumador que los primeros franciscanos en llegar al lugar sintieron. Afuera, en las calles empedradas, construidas sobre colinas onduladas y laberínticas, las hileras de casas esconden tiendas que mantienen la esencia de lo local en sus productos, en sus espacios y en sus dueños. La naturaleza y los frutos de la tierra boyacense llegan a los pequeños mercados y los sencillos restaurantes. La destreza manual de generaciones y las inimitables técnicas impregnan las artesanías coloridas que se despliegan en anaqueles, sobre el piso y que cuelgan por los techos. Y el cuidado único del trabajo regional hacen de los incontables balones que se venden en el pueblo objetos de infalible calidad que esconden en su tejido muchas historias. Porque en los estantes que se asoman hacia los andenes, en cada cuadra, nunca faltan las abarrotadas pilas de balones, todos de distintos tamaños, de patrones y colores peculiares, verdaderamente auténticos y originales. Si se le pregunta a cualquier vendedor, siempre darán la misma respuesta: estos balones jamás se van a deshacer o dañar, puesto que a diferencia de la producción masiva, la tradición del pueblo dicta que las piezas de cada uno deben ser cosidas a mano. Esta renombrada calidad, las muchas fábricas de balones que hay, la industria que lo acompaña y más de medio siglo de experiencia que guardan las familias monguiseñas, además del aura que trae ser reconocido como el municipio pionero en la producción de balones en el país, hacen de estos objetos verdaderas piezas únicas, y, del pueblo, un lugar ciertamente aún más enigmático y especial. Testigos milenarios del enigma han sido, ahora bien, el caudal del rio Morro, que circunda el pueblo desde el extremo sur y lo delimita por todo su costado occidental, y el único paso que permite atravesarlo: el Puente Real de Calicanto, un monumento escasamente más antiguo que la Basílica, emplazado en medio de un valle por los españoles para poder transportar las piedras y los materiales de lo que sería esta iglesia. Se mantiene todavía impávido ante el torrente de agua que pasa por debajo, ante el inclemente paso de los años y ante las docenas de visitantes que cada día se arremolinan ante sus estribos, bajo la sombra de sus arcos, en las escalinatas de piedra y en medio del estruendoso susurro que deja el paso de la corriente. Cuando ya la luna precede al sol, el puente reposa sobre una iluminación tenue, y las calles, arriba, comienzan a pertenecer a personajes que llevan grandes ruanas, sombreros y un paso sereno. Son sus instrumentos contra los menos cinco grados que suele alcanzar la noche, y los doce que mantiene el día; y son, estos personajes, tejedores, artesanos, cocineros, fabricantes de balones, comerciantes, agricultores y mineros, los que mantienen la tarea especial y tal vez imperceptible, bajo la forma de quehaceres rutinarios, de preservar el entramado de tradiciones y costumbres que construyen, más que la cultura invaluable del municipio y del departamento, la magia cautivadora hallada siempre en todos los lugares únicos e inigualables que reposan en el planeta. Las siguientes fotografías son un intento de capturar una breve fracción de esa magia. Esperamos estén a la altura de la belleza que hay en los relatos que allí se encuentran, y de la calidez de su gente.


























ÍNDICE

Un encuadre natural deja al descubierto las líneas, texturas, figuras y colores que componen la geometría de la arquitectura colonial, predilecta en Monguí. Gracias a esta, fue declarado bien de interés cultural de carácter nacional, y entró pertenecer a la Red de Pueblos Patrimonio de Colombia. Vista desde el restaurante Camino a Calicanto. Autor: Nelson Bernal

Entre ruanas, alpargatas y sombreros. Estatua en el Parque Central de Mongui Autor: Daniel Montoya

Estatuas, monumentos, esculturas y placas conmemorativas definen las siluetas que se pueden encontrar en el Parque Central. Fuente en el Parque Central de Monguí Autor: Nelson Bernal

Vista del Parque Central. A lo lejos se puede identificar la Casa de Gobierno y otros locales centrales para el municipio. Parque Central de Monguí Autor: Laura Fonseca


La torre sur de la Basilica comienza a asomarse por la carrera principal al caminar hacia el Parque Central, bañada por el sol de la temprana mañana, el halito de las calles frías, la soledad de un domingo y un cielo fino despejado. No hay que olvidar que tras esos gruesos muros de la Basílica esta preservada una serie de obras del pintor Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos, y los restos de Fray Camero de los Reyes, quien fue el encargado de la obra. Carrera 3 de cara a la Basílica de Nuestra Señora de Monguí Autor: Nelson Bernal

Las muchas calles abruptamente empinadas del pueblo requieren un cierto esfuerzo adicional para un visitante citadino, que para los locales ya es el simple paso natural. Calle desde la Carrera 3 Autor: Nelson Bernal

Los adornos florales son también casi una constante de las fachadas de las casas, que le agregan vibrante color y contraste a las texturas quebradizas de los ladrillos blancos. Aquí varias macetas cuelgan de una ventana sobre un pequeño y acogedor mercado. Local sobre la Carrera 3 Autor: Nelson Bernal

La carrera 3 parte a Monguí casi en una especie de mitad, y entre la Basílica y el Puente Real forma la ruta principal y más llamativa de locales, cafés y tiendas de artesanías del pueblo. Carrera 3 vista hacia el sur Autor: Daniel Montoya


El municipio es también una colección de los sabores tradicionales del departamento. La oferta de los restaurantes incluye platos como la génova, la changua, el cocido boyacense, la trucha arco iris, la mazamorra y el mute. Fachadas adyacentes al hotel La Casona. Autor: Laura Fonseca

La simplicidad peculiar y serenidad blanca son artífice de un atractivo que llama visitantes regionales y extranjeros en grandes números. La mayoría de habitantes apunta al turismo como el principal motor económico del municipio. Según las cifras de la alcaldía, entre el 2015 y 2018 este creció cerca de diez veces: es un panorama que ha desencadenado la aparición de nuevos hostales, restaurantes, bares, entre otros. Bar El Balcón Autor: Laura Fonseca

Caminar por las calles de Monguí es experimentar la tranquilidad y calma del municipio y de sus habitantes. Sin falta se encontrarán figuras solitarias o acompañadas que bajo una ruana y un sombrero esperan para detallar a los transeúntes que andan por ahí. Carrera 3 desde el restaurante Camino a Calicanto Autor: Daniel Montoya

Hotel Calicanto Real es ciertamente una de las casas más intrigantes y llamativas del lugar, en la cual algunos integrantes del grupo tuvieron la buena suerte de hospedarse. Sus ventanales y terrazas dan sobre el río Morro y siempre se puede ver el flujo incesante de visitantes del Puente Real. Igual de sorprendente a su exterior son los objetos curiosos y dicientes que se esparcen por su intrincado interior. Hotel Calicanto Real Autor: Laura Fonseca


Monguí está rodeado de naturaleza prístina, abundante e imponente: casi parece un oasis de piedras y calles en medio de un desierto verde, el cual lo ensombrece con sus frías montañas. El campo y las parcelas de cultivos están a las orillas de las casas limítrofes, y ofrecer productos en la plaza de mercado de los domingos es para los campesinos aledaños caminar a la vuelta de la esquina. Fachada del hotel Calicanto Real Autor: Nelson Bernal

Interesantes anécdotas guardan los adultos mayores que se encuentran sentados todos los días en el Parque Central. Esperan ser descubiertas por quienes entiendan el lucido apego que esta gente puede llegar a tener por su tierra. Habitante de Monguí Autor: Laura Fonseca

El calicanto es un material hecho a partir de cal, arena, sangre de res y melaza: de ahí su nombre, el Puente Real de Calicanto. Erigido en el siglo XVII sobre el rio Morro, su propósito original fue permitir el paso de las piedras y materiales que serian usados para construir la Basílica de Nuestra Señora de Monguí. Lado norte del Puente Real de Calicanto Autor: Daniel Montoya

Es interesante ponerse a pensar cuanta gente ha atravesado el puente desde el mismo año en que fue construido. Y es difícil tal vez dimensionar que estas han sido las mismas que habitaron la Colonia, vivieron la Independencia, lucharon y huyeron durante la Violencia y presenciaron las décadas convulsionantes de los 70 y 80. Todas anduvieron sobre las mismas piedras y ladrillos que observamos ahí, hoy. A lo mejor estos niños no se imaginan el abrumador peso histórico que yace bajo ellos. Pero no es necesario: una fotografía será justamente suficiente para ellos. Sobre el Puente Real de Calicanto Autor: Laura Fonseca


No hay edad para dejarse llevar por los placeres simples que se encuentran aquí. Visitantes frente al Puente Real. Autor: Laura Fonseca

Monguí, la tierra nacional del balón. Desde su auge a principios de la década de 1940, la fabricación de balones en talleres locales, con las manos de decenas de familias campesinas, le ha otorgado al municipio un renombre en todos los rincones del país y un lugar especial en la historia del futbol colombiano: durante los setenta y ochenta, los buenos balones de Monguí rodaban por todo el territorio nacional. El ocaso de tanto esplendor solo llegaría alrededor del año 2000, con la llegada de la importación barata y masiva de estos objetos. Tienda de artesanías Autor: Daniel Montoya

Froilán Ladino Agudelo, mientras estaba prestando servicio militar en el Amazonas, por el año 1932, no pudo olvidar lo que vio en aquella fábrica de balones de Manaos, Brasil. Tanto así que cuando regreso a su tierra natal, Monguí, dos años después, instauró junto a su hermano Manuel una industria que con el pasar de décadas se convertiría en la más reconocida y admirada de Colombia. Sus nombres están escritos en un monumento en el Parque Central y en la memoria de generaciones monguiseñas. Interior de una fábrica de balones Autor: Daniel Montoya

Color, tamaño, diseño y forma: lo que quiera, se le tiene. La llamativa variedad de balones que se encuentran en la mayoría de las calles deslumbra a cualquier espectador y se acomoda fácilmente a los gustos. Actualmente, son alrededor de 20 familias del municipio las que mantienen funcionando el negocio, el cual se calcula que produce cerca de medio millón de balones por año. Este número espera aumentar drásticamente en el futuro cercano gracias al reciente crecimiento exponencial del turismo. Tienda de balones y artesanías Autor: Nelson Bernal


“Aquí nací, y aquí me muero” Habitante de Monguí. Autor: Laura Fonseca

Si se anda por los alrededores de Monguí a cualquier hora del día, se descubrirán sitios interesantes. Pero solo es en la noche cuando la oscuridad envuelve las tenues luces del pueblo y permite el espectáculo del vacío, el ruido distante y las figuras luminosas a lo lejos que le dan a los contornos nuevas miradas. Calle 5 frente al Hotel Portón de Ocetá Autor: Daniel Montoya

Los símbolos del pasado aún permanecen latentes en cada esquina del municipio. Iglesia por la Carrera 3 Autor: Laura Fonseca

Sorprendentes habilidades tienen los jinetes que desde muy pequeños aprenden a conocer y dominar a sus caballos. Cabalgata que pasa por el centro de Monguí Autor: Laura Fonseca


El auditorio que queda en el centro del pueblo es escenario para danzas folclóricas, recitales, relatos, poesía, personajes y narraciones. Las fugaces historias pasan sobre la tarima, instantáneas pero memorables, revelan al municipio y su gente desde todos los rincones. Presentador en el auditorio central de Monguí Autor: Daniel Montoya


CONCLUSIONES

“¿Qué tal le pareció este pueblo, joven?”, me dijo la señora desde la puerta, mientras yo encuadraba la ultima toma con mi cámara. Baje la cámara de mi rostro, mire la foto, la mire a ella, y volví a mirar la foto. “Demasiado hermoso”, fue lo único que supe responder. Pero detrás de esa respuesta sencilla está la complejidad de haber conocido uno de los pueblos ciertamente más intrigantes de Colombia, caminar bajo sus sombras, sentir su historia y darse cuenta de las maravillas que un lugar tan solitario, pequeño y sencillo puede tener. Una cosa es entender los multifacéticos aspectos de la historia desde un salón de clases o desde un libro, y otra muy diferente es vivirlos, tocarlos, andar sobre ellos y ser testigo de su resiliencia al tiempo: las obras arquitectónicas principales del municipio nos transportan atrás, a la Colonia, y nos recuerda la mezcla española, indígena y criolla, entre otras, de la cual provenimos. Aun incluso más singular que esto, es ver la historia cobrar vida en los habitantes tradicionales, que llevan toda su existencia perteneciendo felizmente a esta tierra y tejiendo las costumbres que tejían sus antepasados más remotos. Tal vez las experiencias de personajes como estos no solo nos revelen algo del lugar, sino de la vida misma. Para cualquier citadino del mundo, por todo esto, este viaje es una experiencia única y asombrosa, que ofrecerá tiempo verdaderamente memorable. Pero como iba a saber esto la señora, dueña del hotel, que me acababa de preguntar acerca de la estadía. Me limite a sonreírle y a marcharme con mis maletas, esperando así que ese diminuto gesto hablara estas líneas y todo lo que se puede decir del pueblo y su gente.



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