Trashumancia

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Luego de varias horas de camino, los atardeceres del campo son un momento de contemplaciรณn durante el recorrido.



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MILES DE KILÓMETROS COMPRENDEN UNA RED DE CAMINOS DE TRASHUMANCIA EN LA PENÍNSULA IBÉRICA; RUTAS CON CIENTOS DE AÑOS DE HISTORIA PARA CONOCER ESTE ESTILO DE VIDA ESPAÑOL. TEXTO Y FOTOS: CARLOS SÁNCHEZ PEREYRA

El sol de mediodía cae a plomo a lo largo del camino que los pastores y sus rebaños deben recorrer caminando.

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EDUARDO NO SOLO ES CAPAZ

DE HACER CIMBRAR A SUS 1 200 OVEJAS.

TAMBIÉN PUEDE HACER QUE LOS ÁRBOLES CAMBIEN

DE SITIO CON SOLO GRITAR UN PAR DE VECES.

El pastor Eduardo y su compañera de viaje realizan este recorrido con más de 1 200 ovejas, desde las tierras altas de Soria hasta Ciudad Real.

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Cada que lo hace, su rebaño tiene claro que lo mejor será obedecer las indicaciones. Y si dudan, está Mieli, una perra pastora que conoce bien su trabajo. En medio de todo me encuentro yo, un citadino que experimenta la vida trashumante por unos días. Los suficientes, dicen mis pies. Son las 8:45 de la mañana. Caminamos bajo una sombra que pronto desaparece. Todos sabemos que, en poco tiempo, el sol nos acompañará durante todo el viaje, con ese calor que se añade a su presencia. Pero el pensamiento cambia de tema cuando viene el momento de cavilar acerca del calzado. ¿Lograré resistir los 35 kilómetros por transitar el resto del día? Lo dudo mucho, así que lo mejor será enfocar mi atención en los atractivos de la ruta, como podría ser el almuerzo: importante cuando solo se tiene una galleta en el estómago. Y todo por negociar dos minutos más de sueño a las cinco de la mañana y permitir que el resto del grupo acabara con las provisiones matutinas. La vida es dura en el campo, comienzo a comprender. Ayer la situación era otra: me incorporaba en el camino de trashumancia a través de Soria, capital de la región homónima. El cielo estaba cubierto de nubes –queriendo, incluso, organizar una tormenta– y no andábamos por caminos rurales sino en plenas calles, aunque el sonido del tráfico y la gente se había sustituido por el tintineo de cientos de cencerros; en lugar de las familias que suelen pasear en un viernes cotidiano, un enorme rebaño de ovejas invadía las plazas. La policía intentaba controlar el momento. Eduardo y otros pastores gastaban sus gargantas en las cañadas de edificios urbanos. En todo ello había una gran dosis de alegría. Estábamos viviendo una escena medieval en pleno siglo XXI: pastores y rebaños de toda la vida compartiendo espacio y tiempo con un territorio urbano contemporáneo.

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Teníamos sed por caminar y gritar, algo que hizo que el pacharán (fermentado de endrinas) surgiera en las conversaciones. Durante el segundo día de recorrido, aún no escucho la palabra almuerzo cuando ya son las 10:15 a.m. Esta gente de campo tiene estómagos resistentes. Pero el tema se desvanece al conversar con Eduardo, pastor de poco más de un millar de ovejas. Con sesenta años de edad, ha trabajado en esto desde que era adolescente, llevando a los animales desde su pueblo natal, Los Campos, hasta las tierras de Ciudad Real y de regreso. Lo ha hecho todos los años durante casi medio siglo, una vida dura que no solo le obliga a recorrer cientos de kilómetros sino que, además, lo separa de su familia a lo largo de unos seis meses. Está lejos de casa, pero cerca de la hierba fresca que necesitan las ovejas durante los meses fríos. Al mediodía, la ruta parece ser interminable. El sonido constante de los cencerros hace discurrir el tiempo en una monotonía en la que no se piensa en nada más, la cual también sirve de meditación para enfrentar a las montañas que ya se encuentran frente a nosotros. Habrá que subir a ellas y el calor aún no termina de asentarse plenamente. Nuestro grupo está integrado por un periodista danés con más 70 años, pero tan fuerte como sus propias ganas de vivir esta aventura; María José, una doctora gallega que ayuda a niños a salir adelante de enfermedades poco comunes, y Santi, un andaluz afincado en Galicia que sabe ir bien acompañado de la historia y las lecturas. Él se hizo cargo de amenizar nuestro camino mientras escoltábamos el deambular de las ovejas a través de las cañadas reales, pertenecientes a una red de caminos trashumantes que fueron regulados por Alfonso X, “El Sabio”, en 1273. Santi sabía todo... Ninguno de ellos se dedica a la vida pastoril; vinieron a experimentar este oficio de


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Arriba: el paisaje rural es uno de los atractivos principales a lo largo del camino de las ovejas. Pág. Op.: momento de contar las ovejas una a una (sup.), antes de comer caldereta (inf.).

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campo en continuo movimiento, realizando un turismo que yo denomino “nómada”. Para mí son viajeros que no piensan en hoteles todo incluido, sino en vivencias cercanas a la piel del sitio que eligieron transitar durante unos días. Y aquí estamos todos, acompañando a uno de los dos últimos trashumantes que quedan en Soria, Eduardo, quien ejerce un oficio sacrificado y milenario que la industrialización hace –y logra– desaparecer. Seis con veinte de la tarde. No había visto el reloj en todo el día. Una larga cuesta –con

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escala para comer migas de pastor y otros platillos comunes en el campo español–, el constante calor y el verdadero significado de una jornada de pastoreo, me hicieron olvidar que existía algo más. Llevamos 30 kilómetros recorridos desde que despertamos y es notorio que hemos reducido la velocidad en nuestro andar, incluido el de las ovejas. No obstante, vivir la propia historia de un trabajo migratorio puede aportar la energía necesaria para dar esos pasos extra. La historia no solo está compuesta por trozos


de piedras antiguas, sino también por este tipo de momentos que se mantienen anclados en el presente. A lo largo del trayecto he tenido tiempo y razones suficientes para flaquear y abandonar. Son muchas horas y el esfuerzo en cada una de ellas comienza a escasear, sobre todo tras más de 12 horas de caminar. El día anterior me motivaba el pacharán para llegar a la primera escala; ahora, pensar en Eduardo y todos los trashumantes que han realizado esta misma ruta año tras año, siglo

tras siglo, me obliga a no tener la desvergüenza de salir del camino. Él y Mieli vienen cerca de mí, viviendo los últimos momentos del recorrido que los ha traído desde Ciudad Real. Un tándem donde el compañerismo es más que necesario. Y, por lo que veo, lo tienen en demasía. Siete de la mañana del último día del recorrido. Creo que caí desmayado por el cansancio la noche anterior. No pude hacer ni un apunte, salvo apreciar algunas fotos de los últimos momentos de la tarde, cuando

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vimos la casa del pastor desde lo alto de la sierra, en el pueblo Los Campos. Las ovejas habían llegado a la tierra prometida. Les espera un verano un poco menos exigente que el del sur, con buenos campos de hierba y el mejor sitio para descansar. Al mediodía entramos al pueblo: el pastor, los viajeros que lo acompañamos, Mieli y, desde luego, las 1 200 ovejas. No hay calles para tantos corderos, mucho menos con toda la gente que se ha aglutinado en ellas: los vecinos –varios de ellos hijos y nietos de pastores trashumantes– dan la bienvenida al rebaño y a nosotros, nobles turistas agotados hasta el último centímetro de nuestro cuerpo pero con el ánimo intacto, reafirmado. Después de contarlas una a una –sí, las 1 200 ovejas– viene el turno de la fiesta, un momento para que las tradiciones no caigan en el olvido. Música, comida, bebida y

conversaciones de campo brindan el mejor recuerdo que uno puede llevarse: un trozo vivo de la historia española. Pero también me llevo –no puedo dejarlos de lado– unos pies sumamente agotados. Aun así, mi viaje no terminará sino hasta casi cuatro meses después. Regresaré a Soria para ver cómo parten las ovejas una vez más. Aquellas suaves montañas, verdes en primavera, estarán ahora vestidas de otoño. Un momento para desandar el camino y volver a transitar la mitad del territorio español hasta casi llegar a la frontera con Extremadura, como lo han hecho otros años atrás, como lo han hecho decenas de generaciones desde el Medioevo… e incluso antes.

Las compañeras de viaje en la ciudad de Soria (pág. Op.), donde cada año los rebaños de ovejas circulan a través del municipio homónimo (arriba).

CARLOS SÁNCHEZ PEREYRA ha recorrido por más de 25 años pequeños poblados, grandes capitales y rutas culturales para captar la esencia de cada lugar.

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