¿QUIÉN ES PENÉLOPE HART? – Francisco García Pimentel
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¿QUIÉN ES PENÉLOPE HART? – Francisco García Pimentel
CAPÍTULO 15 MAZURKA
El VDNKh lucía espectacular. Ningún lujo se escatimó para las fiestas de Jrushchov. Desde la imponente entrada adornada de escudos y luces hasta el largo patio flanqueado por gigantescas macetas topadas con buqués inmensos de flores rojas, todo revestía y acompañaba las mesas ricamente vestidas, el portentoso escenario blanco donde tocaba la orquesta y la interminable fila de políticos, artistas e invitados amigos del régimen. Era una fiesta que nada pedía a aquellas que los mismos zares y emperadores realizaban antes de las grandes revoluciones. El Rey Sol se hubiera sonrojado de envidia al observar el despliegue de lujo y fervor patriótico: el mismo derroche ilimitado, pero ahora en falso nombre del pueblo que aplaudía desde las rejas de palacio.
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La fila de coches que esperaban llegar a la entrada medía kilómetros. Mayordomos en uniforme militar recibían, presentaban y escoltaban a los recién llegados hasta el patio en donde la fiesta se llevaría a cabo. El frío de la noche no evitó que hombres y mujeres vistieran y presumieran sus mejores trajes y vestidos. Los oficiales departían alegremente entre ellos, buscando a los de mayor rango para saludarlos, para hacer migas. Todos sonreían a todos mientras el vino fluía sin parar entre mesa y mesa. Cuando el automóvil de Erog Roman arribó a la puerta, el secretario particular y su esposa bajaron con pie firme. En el corazón del heredero, la fiesta era para él mismo; la inmensa gala era su propia y particular toma de protesta. Hoy moriría la revolución del proletariado y renacería el imperio eterno. El solo pensamiento inundó su pecho de un extraño calor radiante que su inmensa sonrisa no pretendía ocultar. Del lado opuesto del complejo de exposiciones se encontraba, bajo el dintel de la puerta trasera, un hombre de impecable frac. Llevaba en su mano un maletín. -
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¿Nombre? –Preguntó el guardia de seguridad-. Pavel Vasilieb –respondió Benedict Watt- aquí está mi pase de entrada. Vengo a entregar personalmente un regalo pata el líder. ¿Qué tiene en la maleta? El regalo. Sólo para los ojos de Jrushchov. Espere aquí un momento. 191
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El guardia hizo un gesto y otro hombre se acercó. Hablaron en voz baja unos cuantos segundos. -
Necesitamos inspeccionar el maletín. ¡Oh, no! Usted no entiende. Es un regalo especial para el hombre de la noche. ¿Quién lo envía? Lo envía el General Novikov, a quien no le gustará enterarse que su secreto fue violado.
Una vez más los guardias hablaron entre sí. -
Lo lamento, pero tenemos que revisar el maletín.
Benedict emitió un largo suspiro y puso el maletín sobre la mesa. Luego extrajo del bolsillo de su chaqueta una pequeña llave, misma que introdujo en un diminuto candado sobre las manijas del maletín. Al abrir el maletín, ambos guardias miraron su contenido, estupefactos. -
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Nunca he visto algo así… -dijo uno-. No sabía que existiera algo como eso… -balbuceó el otro-. Y más les vale olvidar que lo han visto. Como les he dicho anteriormente, es un regalo solo para los ojos de nuestro líder. Ahora ¿puedo pasar, o necesitan analizarlo con microscopio? Disculpe, camarada. Hacemos nuestro trabajo. Adelante.
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El agente Watt movió vivazmente su inmenso bigote falso, se acomodó los lentes de utilería y caminó con paso firme hacia el interior del recinto, sin romper su personaje ni un instante. Como si hubiera vivido allí toda su vida, pasó de una habitación a otra con total confianza; subió unas escaleras y luego bajó por un túnel, hasta colarse en la cocina desde donde partían ejércitos completos de meseros con platos de bocadillos y copas de vino. Benedict buscó con la mirada al jefe de cocina –un hombre delgado y con barba- y se acercó. Sin mediar palabra, le entregó un documento. El chef no se vio en absoluto contento. -
¿Cómo? ¡Esto es inaudito! El trabajo ya está terminado. Pues habrá que hacerlo de nuevo. ¿Quiere usted que meta un asqueroso huevo de juguete dentro de mi pastel? ¿Está usted loco? No es de juguete. Es un Fabergé y es un regalo sorpresa para Nikita Jrushchov. ¡Pero el pastel ya está terminado; no podemos destruirlo para meter un huevo, aunque sea de Frabegué. Fa-ber-gé. ¡Me importa un bledo! No es posible. La orden viene de la silla más alta de toda la Unión, maestro. Le sugiero que reconsidere y encuentre una forma. El General Novikov no es una persona que usted quiera como enemigo ¿sabe?
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El chef sabía que no tenía opción. -
Además ¿Qué diablos es esto? ¡Este huevo es inmenso! Tiene usted razón. Está usted viendo el huevo de Fabergé más grande jamás creado. Su valor supera varios millones de rublos. Y usted lo va a cubrir con betún. Ahora.
El chef bajó los hombros en señal de derrota y llamó a sus ayudantes; un hombre y una mujer. -
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Nikola, Anya, ayúdenme a levantar el pastel, pondremos el huevo debajo. ¿Lo ve? –dijo Benedict sonriendo- no era tan difícil. Una cosa más: el regalo es absolutamente sorpresa. Le recomiendo que no diga nada de esto a nadie. En cualquier caso, si alguien pregunta, es orden del General Novikov y sólo de él. ¿Entendido? Si, entendido.
Benedict regresó por donde había entrado y se volvió a perder entre habitaciones, escaleras y pasadizos. Nadie le vio. Pero si le hubieran visto, podrían haber notado como perdió primero el bigote, luego los lentes. Después aparecieron en su pecho algunas condecoraciones y su rostro adoptó un nuevo gesto: uno más aristocrático. Finalmente emergió de su laberinto en medio de la fiesta, en donde rápidamente tomó una copa de vino y se mezcló entre la multitud.
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De una de las mesas tomó una aceituna y la puso disimuladamente en su copa de vino. -
Mesera. ¿Sí, señor? Lleve esta copa al secretario Roman. Es el que está junto a la fuente, allí, junto a su esposa. Sí, señor, al instante.
Cuando Erog Roman recibió la copa de vino con la aceituna, supo que la sorpresa estaba en su sitio. Ahora era cuestión de minutos. Minutos que le parecían horas. Por fin, en el escenario principal, hizo su aparición el festejado, Nikita Jrushchov, ataviado en su uniforme de gala. Le acompañaba su mujer y su segundo al mando, el general Novikov. Entró sonriente y saludando a todo el mundo. Los invitados hicieron pausa en sus actividades y le dedicaron un sonoro aplauso, mientras la música de la orquesta tocaba una mazurka de tonos vivaces y heroicos. La música del pueblo soviético inflamó los corazones de los presentes y les hizo estallar en vítores y más aplausos. Una procesión de meseros ingresó al patio llevando sobre sus hombros la increíble creación de los reposteros: un inmenso pastel que recordaba la forma de la catedral de San Basilio, con
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brillantes betunes de colores y perlas azucaradas. Era una verdadera obra de arte. El inmenso pastel fue depositado frente a Jrushchov, que haría los honores con su sable. El líder tomó su arma y, levantándola frente a todos, exclamó: -
¡Un glorioso día para el pueblo soviético! Esta tarta no es para mí; sino para ustedes. Larga vida al pueblo.
A lo que los invitados respondieron al unísono. -
¡Larga vida a pueblo!
Jrushchov encajó el sable en el pastel. Erog Roman, instintivamente, frunció el entrecejo esperando la gran explosión que sería la campana de guerra de su propio reinado. Pero nada pasó. Ni explosión, ni ruido alguno. No pasó nada. Después de que Jrushchov y Novikov dieran cuenta de sus sendas rebanadas, el pastel fue diseccionado y distribuido entre todos los invitados. El huevo no estaba allí. Un calor abrazador invadió a Erog Román, que de pronto se sintió mareado. Tuvo que sentarse para tomar aire. -
¿Qué te pasa, cariño? –preguntó su esposa-. Nada, nada, es sólo un mareo.
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Pero ese mareo sería el último de sus días. El aire le faltó de pronto y una punzada en la laringe le hizo llevar sus manos a la garganta. Erog Román, el último de los Romanov, cayó al suelo entre violentas convulsiones. Su mujer gritó con horror. -
¡Traición, traición! ¡Un asesino!
Los guardias llegaron en segundos, pero era demasiado tarde. El cuerpo del secretario yacía sin vida en medio de la fiesta más grande del siglo.
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