Los Misterios de Paul Bartle / Francisco GarcÃa Pimentel
EL FANTASMA DE LADY KENWORTH PRIMERA PARTE 1
Los Misterios de Paul Bartle / Francisco García Pimentel
EL FANTASMA DE LADY KENWORTH PRIMERA PARTE
El día de ayer fue una total locura. Apenas salió Mr Bartle de la comisaría, llegaron, por fin, Lord James y su familia. La familia es numerosa, y se ha mantenido unida a través de los años y los viajes en cada una de las embajadas en que ha servido Lord James a la corona. Yo he estado con ellos por años, e incluso vi nacer a sus dos hijos más pequeños. Lord Michael James y Lady Laura se casaron cuando eran muy jóvenes. Ella, hija de un gran industrial, pudo aportar una considerable renta a su matrimonio. Tienen cuatro hijos: la mayor, Bettany, de 16 años; Alice de 15; Charlotte de 9 y el pequeño Robert, de tan solo 6.
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Cuando llegaron, ya la casa estaba lista y sus habitaciones preparadas. Solo quedaban algunas pocas cosas por colocar a gusto de Lady Laura: algunas cómodas, un par de espejos grandes; el piano de cola (que estaba ya arreglado y afinado) y dos grandes candelabros. Por eso no fue difícil preparar ese mismo día la cena de bienvenida. A la cena asistieron, además de los anfitriones, el Duque de Norfolk –primo tercero de Lord James- con su esposa, Vivianne, así com Lady Hartfeld y su hijo John, artista, amigos de la familia que vivían en un estado cercano. También asistió, por invitación expresa de Lady James, el Pastor Bob, encargado de la parroquia. El conjunto lo completaban Bettanny y Alice, las hijas de Lord James, que ya estaban en edad. Un embajador, un duque, una condesa, un artista, dos damas, un cura y dos adolescentes. ¡Vaya compañía! El ambiente, sin embargo, era excelente. -
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Así que dime, Michael, ¿Cómo te recibe Wellesley Terrace? –preguntó el duque al embajador-. ¡Maravillosamente! Todo está en orden, gracias a Mr Potts, mi valet, y Mr Bartle, el mayordomo, quienes se dieron el tiempo de solucionar un crimen mientras planchaban mis sábanas. Extraordinario. ¿Un crimen? ¡Pero qué horrible! –interrumpió Lady Vivianne-.
Lord James adoptó una postura misteriosa, bajó la mirada y dijo, sombríamente: -
Asesinaron a Lady Kenworth. ¡Su propia dama de compañía! 3
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¡Oh, pero qué espanto! –gimió Lady Hartfield, la condesa- yo la conocía. Era una mujer encantadora; pero la muerte de su marido le sentó muy mal.
Lord James no iba a dejar escapar la oportunidad de escandalizar a dos viejas respingonas. Se tapó el rostro con una servilleta, a modo de gabardina, y musitó: -
Fue asesinada… ¡en la habitación que está sobre nosotros!
Lady James le dio una patada por debajo de la mesa, y levantó las cejas para decir en silencio, sin lugar a dudas “¡compórtate!”. Mientras Lady Norfolk y Lady Hartfield se abanicaban, Bettanny y Alice reían a mandíbula batiente; por lo menos hasta que su madre las fulminó con una diestra mirada. Lord James se relajó en una silla, y a forma de confidencia, dijo a su primo Norfolk: -
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He oído que los sirvientes murmuran sobre fantasmas. Dicen que el fantasma de Lady Kenworth nos va a jalar los pies. Algunos afirman haber escuchado ruidos… o notas de piano. ¡Pero qué tonterías! Todo el mundo sabe que los fantasmas no existen. El vulgo ignorante, ha ha, el vulgo ignorante.
Solamente una persona no había emitido sonido alguno, y tomaba su sopa en absoluto silencio: el joven pastor anglicano que ocupaba el más discreto de los lugares en la mesa. Por fin, el anfitrión lo hizo hablar.
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Hablar de fantasmas es una locura ¿no lo cree, Padre Bob?
El pastor Bob tomó una cuchara más, y se limpió la boca. -
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Oh, soy muy joven para ser llamado “padre”, pero le agradezco tal deferencia. Y aunque no afirmo nada sobre el fantasma de Lady Kenworth, he decir esto: que hay vida más allá de la muerte; que nuestros espíritus viven cuando nuestros cuerpos mueren; y que existen ánimas que requieren oración para entrar en la gloria de Dios. Y también, por supuesto, existen los demonios. Por Dios, padre –perdón, pastor- no creerá usted en el purgatorio, ¿o sí? Creo en la misericordia divina, Lord James. Y en la prudencia. Así que no hablemos más de espíritus o demonios. Disfrutemos, en cambio, de estas magníficas perdices que ahora llegan.
La mesa entera calló por completo. Lady James no cabía en sí de la vergüenza, y Lord James por fin prefirió callar. El resto de la velada fue agradable y tranquila, y no hubo mayor tema de conversación hasta que las ventanas de la casa retumbaron con los truenos de una tormenta que comenzaba. Lady James hizo una señal y acudí de inmediato a su lado. -
Benjamin, me parece que tendremos invitados esta noche. Te ruego prepares habitaciones para todos. Sí, Lady James, al instante. ¡Oh! –dijo el Pastor- pero no puedo quedarme. Mañana tengo un bautizo temprano.
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¡De ninguna manera! –insistió Lord James- todos pasarán la noche aquí. Mañana pediré a Marcus, el chofer, que lo lleve tan temprano como sea necesario. Pero puedo caminar. Pues caminará mañana. Hoy descansarán aquí. ¡Esta es una tormenta infernal!
Una patada por debajo de la mesa le obligó a corregir. -
Perdón, Pastor. Una gran tormenta.
Bettany y Alice rieron de buena gana. Después de la cena. Lady James deleitó a todos con algunas piezas en su formidable piano de cola –que había sido instalado en la biblioteca- y se disculpó con los invitados para irse a dormir. -
¡Estoy verdaderamente exhausta! El viaje desde Calais ha sido tremendo. Tremendo.
De hecho, el resto de los invitados abrazaron la opción y se fueron a dormir, también, temprano. Yo también decidí dormir tan temprano como me fuera posible. Cuando iba a mi habitación pasé junto a uno de los cuartos de limpieza. Allí estaba aún Mr Bartle, acompañado de Atila, su labrador inseparable, haciendo algunas anotaciones en los libros. Mientras anotaba, repasaba en voz alta. -
7 botellas de vino tinto, 2 de whiskey escocés, 3 sacos de harina, 2 bolsas de tabaco, 1 galón de aceite…
Le interrumpí. 6
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Buenas noches, Mr. Bartle. Buenas noches, Mr. Potts. ¿Todo en orden? Así parece… Quizás no del todo. ¿Cuántas botellas de vino se utilizaron para la cena? No más de tres o cuatro. Y sin embargo… ¿Falta algo? Falta una caja de vino. ¿Es eso correcto? Estoy seguro que hoy por la mañana había dos cajas. Pues ahora queda menos de una. Una caja ha desaparecido por completo. No es nada, estoy seguro. Mañana aparecerá. Es de lo más extraño, pero estoy seguro, como usted, que aparecerán por la mañana. ¿Se retira ya a sus habitaciones? Ha sido un día pesado. En eso tiene razón. Mañana daremos con esas botellas. Ahora, a dormir. ¡Vamos, Atila!
No pensé más en el tema. Con tanto movimiento y tantos cambios, descansar era la mejor opción en este momento. Mientras el agua caía a cántaros, terminé de lavarme el rostro y ponerme la pijama. Apenas puse la cabeza sobre la almohada, caí en un profundo sueño. Desperté sobresaltado, sin saber qué hora era, cuando un grito de horror rasgó el silencio nocturno. -
¡Ahhhhh! –era una voz femenina- ¡El fantasma, el fantasma!
Hay algo en el grito del ser humano que hiela inmediatamente la sangre. La noche, la oscuridad, el 7
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silencio… y de pronto el alarido de horror. ¿Quién hay que sea inmune al poder de lo desconocido? Me levanté inmediatamente, y apenas tuve tiempo de ponerme la bata y unos zapatos antes de subir para ver qué pasaba. Mientras subía las escaleras hasta el pasillo de la cocina, nuevos gritos se sumaron. -
¡Ahhhhhhh! ¡Ahhhhhh! – gritó una voz, y luego otra.
Por fin, alguien tuvo la iniciativa de encender la luz del pasillo. -
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¿Qué demonios pasa aquí? –dijo con voz poderosa y calma el mayordomo, Mr. Bartle-. ¡La vuida! –dijo Johana, una de las mucamas-. ¡El fa…fantasma! –dijo la Sra. Marley. Vamos, vamos, Sra Marley, seguramente es un error… ¡Ningún error, Mr. Bartle, lo he visto con mis propios ojos! Nos conocemos desde hace años, y sabe usted que no soy supersticiosa, ni ingenua; pero con Dios por testigo y la mano sobre el corazón, le digo que he visto un fantasma. Y yo también ¡era horrible! Dijo Carly, una doncella.
Mr. Bartle se llevó a la mano a la barbilla y tomó un momento para pensar. Entre tanto, las tres mujeres se abrazaban unas a otras, llorando y temblando de horror. Mr. Bartle no perdió compostura. -
¿Y en dónde han visto el fantasma? Al fondo del pasillo… ¡allí! 8
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Mr. Bartle caminó hacia el final del pasillo, que estaba por completo oscuro. Era un pasillo que parecía nunca acabar, a lo largo del cual se encontraban las entradas a distintas habitaciones de servicio: la cocina, el comedor de sirvientes, la sala de abrigos y el almacén. -
¡Benjamin, sígame!
Yo mismo no creía en los fantasmas, y sin embargo, dudé por un momento. Esto era de lo más extraño. Por supuesto, lo seguí por el pasillo, caminando con cuidado. El súbito sonido de un portazo nos hizo voltear, y ambos paramos en seco, nuestro rostro inyectado de miedo. El almacén en donde apenas unas horas Mr. Bartle contaba las botellas de vino se encontraba en total desarreglo. En el centro de la habitación, cubierto de sangre, se hallaba el cuerpo jadeante de Atila. Manchas de sangre por toda la habitación hacían la escena aún más macabra. Tres velas apagadas adornaban la mesa que antes estuvo vacía. -
¡Atila, amigo mío! ¿qué te ha pasado? – dijo con dolor Mr. Bartle, y se agachó para recogerlo-.
Hizo a un lado las velas y puso al perro sobre la mesa. -
Mr. Potts, llame de inmediato al veterinario, y despierte discretamente a Lord Jones. Aquí hay gato encerrado.
Salí corriendo a hacer mis encargos mientras Mr. Bartle trataba desesperadamente de detener el sangrado de su fiel compañero. Nuevas personas se unían a la conmoción, y en pocos minutos estuvimos todos, incluido Lord James, en el comedor de sirvientes. También los huéspedes
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estaban allí, todos despiertos a las tres de la mañana, así como los hijos de Lord James: Alice, Charlotte y Robert. Luisa, la cocinera, pronto dispuso té y tazas para todos; pero poco pudieron hacer para reducir el horror que sentían las tres mujeres que habían visto al fantasma. En menos de media hora llegó, también, el comisario del pueblo, Mr. Patch, visiblemente desmañanado y, además, empapado por la lluvia que seguía cayendo. -
Bien, bien, ¡alto con el ruido! ¡Que alguien me expliqué qué ha pasado aquí! –dijo el comisario-.
Mrs. Marley intervino primero. -
¡La muerte, oh, la muerte! El fantasma de Lady Kenworth se ha llevado al perro de Mr. Bartle… ¡una advertencia! Eso es, ¡una advertencia! Hay algo mal aquí, algo lóbrego.
Mr. Patch no pareció preocuparse mucho, mientras anotaba en su libretilla. -
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Ajá, fantasma, perro, advertencia. Muy bien. ¿Quién me puede dar pies y cabeza de lo que ha pasado? Yo lo haré –di un paso al frente-. Al filo de las 2.30 de la mañana me levanté debido a un horrible grito. Cuando bajé me encontré con estras tres mujeres: Sra Marley, Johanna y Carley, visiblemente asustadas; afirmaban haber visto un fantasma. Cuando Mr. Bartle y yo nos acercamos a ver, encontramos el cuarto hecho un desastre y el perro en un charco de sangre. ¿Y de qué murió el perro? 10
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Un corte profundo en el cuello, del lado derecho – explico Mr. Bartle, con un gesto triste-. Estaba vivo cuando llegamos, pero no pudimos hacer nada. ¿Quién fue la primera en ver al fantasma? Yo –dijo Johanna, la mucama-. Estaba en mi habitación, que es la más cercana a la cocina, cuando escuché ruidos de golpes y gruñidos. Me pareció de lo más extraño y bajé a ver inmediatamente. Cuando llegué al pasillo volteé al lugar de donde provenía el ruido, y allí le vi, el espectro, que aparecía y desaparecía a voluntad; un cuerpo bajo y enjuto, como el de una vieja, con los pelos altos y parados, totalmente blancos. No tenía piernas. Su rostro era de dolor y espanto. Se desvaneció tan pronto como la vi. Por supuesto, grité por el horror, y mi grito despertó a los demás. La primera en llegar fue Carly, la doncella de Lady Jones.
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Johanna y yo dormimos en la misma habitación. Bajé apenas unos segundos después que ella. Todo estaba oscuro y era confuso. Iba tocando las pareces con mis manos, para no caerme, y tuve que pasar por encima de Johanna, que lloraba, para no tropezarme. Cuando llegué al fondo de la escalera y vi al fondo del pasillo, to también vi el fantasma. ¡Nada había que alumbrara el pasillo, y sin embargo allí le vi! Era un espectro que emanaba su propia luz. Le vi vestida de blanco, horrorosa, con el pelo negro sobre sus hombros. Apareció dos veces, luego desapareció; y yo quedé pasmada. 11
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Nunca pensé, hasta hoy, que tal cosa fuera posible, pero lo he visto ¡lo he visto! Fue entonces que llegó la Sra. Marley. -
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Escuchen todos. No nací ayer; ni estoy intoxicada. No bebo, ni fumo. No quiero que Lord o Lady Jones crean que estoy loca. He llevado esta casa en alto por muchos años, y pienso seguir haciéndolo mientras Dios me de vida. Pero les juro por todo lo que es sagrado que vi lo que vi. Mientras las dos niñas lloraban en la escalera, hasta el fondo del pasillo, vi flotar el fantasma. No tenía piernas, sino que flotaba sobre el piso; con el pelo blanco y crespo, la mirada seria. Apareció una sola vez, como en un parpadeo. Cuando llegó Mr Bartle y encendió la luz, por fin, el fantasma había desaparecido. Y en su lugar, el horrendo resultado del oscuro ritual que la hizo venir: las velas, la sangre y el animal muerto. ¿Eso es todo? –preguntó el comisario-. Parece ser que así es –respondió Mr. Bartle-. Muy bien, pues si lo único que hay es un animal muerto, no parece ser un gran problema. Vayan todos a dormir, que mañana seguiremos investigando. ¿Dormir? ¿Cuándo anda un fantasma suelto? – lloró la Sra. Marley.
El comisario se encogió de hombros. -
Bueno, aquí está el cura. ¿Por qué no hace algo al respecto? De cualquier manera, lo único que yo entiendo es que ha entrado una banda de locos – uno con el pelo largo, otro con el pelo crespo y 12
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otro más con el pelo blanco- a robar a la casa, y que han matado al perro para no ser descubiertos. Una banda de locos no, Mr. Patch –aseguró la Sra. Marley-; los locos quizás no tengan razón, pero tienen piernas; y este fantasma cambiaba de forma y no las tenía. Sí, sí, claro. De cualquier manera, de eso hace dos horas, así que a estas alturas los locos estarán en Devonshire, o el fantasma de vuelta en el limbo. Mañana aclararemos esto. Entre tanto, cierren bien las puertas y echen agua bendita.
Todos miraron de pronto al Pastor. -
Con todo gusto puedo rociar agua bendita. Si lo que hay es un espíritu, seguramente tendrá respeto por la palabra de Dios. Pues ya está –dijo el comisario- ¡a dormir!
Todos regresaron a sus habitaciones, salvo las tres mujeres, a quienes Lady James dio permiso especial para dormir en una de las habitaciones de huéspedes. Muy poco usual, sin duda, pero a las tres de la mañana poco se podía hacer. Solo Mr. Bartle quedó solo en el almacén, tratando de limpiar algo. Ya los mozos se habían llevado el cuerpo de Atila. -
Mañana lo enterraremos como se debe. Ya la lluvia comienza a ceder –dije yo-. Era un gran amigo, pero solo un animal, sin alma ni espíritu. No como Lady Kenworth. ¿Cree usted en estos asuntos de fantasmas? Mi querido Benjamin, creo en el universo hay misterios que no comprendemos, pero algo tengo claro: que las puertas de esta casa siempre 13
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estuvieron cerradas; que los fantasmas no fuman y que no hay tres locos corriendo ahora mismo rumbo a Devonshire. Esto dijo y, tras hacer una corrección en los libros del almacén, se retiró a su cuarto en silencio.
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