Tinieblas

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TINIEBLAS



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Editor Frank Peñalver Ilustracion Frank Peñalver Junji Ito


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Indice 10

Introduccion

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Caminantes de la Noche

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El Entierro

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Noche de Brujas

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La Actriz


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TINIEBLAS


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INTRODUCCION o? ¿Por qué nos ¿Por qué siento mied en la noche penmantenemos despiertos la oscuridad? ¿Por sando en lo que está en qué nos gusta? o huida es uno de La reacción de la lucha s primitivos como nuestros instintos má menos de un sehumanos. Podemos en uación y tomar una gundo asesorar una sit e salvar la vida. La decisión que nos pued un instinto de viclucha es motivada por buen resultado. El toria, se presiente un r sentirse que uno escape es motivado po miedo y el terror. va a fallar o morir, el el corazón palpita, La adrenalina se sube, el objeto o persona sudamos y abrazamos s, no suena agradamas cercana a nosotro rsonas al año busble pero millones de pe l escape vía histocan sentir el instinto de gos, y mas. rias, películas, video jue

Podría ser q ue nos senti mos en una anhelamos la emoción época tan se que trae e e gura que nos llega al l terror, la d cerebro cuan opamina qu do nos asust salud al fin e amos y nos al. La sonri vemos con sa nerviosa pación por q u el mas allá y e delata un a preoculos aconteci No la pode mientos sin mos escond explicación er y seguim algo en la o . os scuridad no s puede agar riendo negando que ra r. La ficción m uestra cadáv ras que nos e cambian y n res vivientes, espectro s, criatuos vuelven que en su co no humano razón nos b s. M u on sc es diferente a nuestros an an asustar con simboli stros smo. No cestros quie ja ermitaña nes culpaban de ser bruja p a la vieo como de capitaban u or ser una mujer inde pendiente n cadáver p vampiro y n orque el cu o se descom erpo era un puso duran te un largo y fr Nosotros le ío inverno. buscamos e xp orilla del ab ismo y miram licación a todo, nos par amos a la os la oscuri dad.


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EL CAMINANTE DE LA NOCHE Me llamo Nicolás. Para alejarme un poco del mundo, decidí tomar un recorrido en auto a través del país. En mis viajes escuche muchas leyendas de pueblo, pero ninguna me afectó más que el mito de los caminantes de la noche. Nunca pensé mucho de tal historia de horror hasta la noche que me tocó vivirla. Fue en una carretera desértica, a mi alrededor en todas direcciones había desolación y arena. En este sitio tan abandonado fue cuando el motor de mi automóvil decidió descomponerse dejándome varado. Estuve a varios kilómetros de cualquier civilización así que decidí apagar las luces del auto y disfrutar la frescura de la noche, la compañía de las estrellas, y el dulce callado de la soledad. Me acosté en el asiento trasero del auto, dejando una ventana abierta para no sofocarme, y me dejé arrullar por el aullido de algún animal en la distancia.


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Es imposible decir cuántas horas dormí, solo que a mi despertar ya no había luna. La oscuridad fue tan intensa que me imaginé adentro de mi propio ataúd; me sentí acobardado. Por la ventana ahora entraba un frío seco que pesaba como el pecado. Miré hacia fuera sintiendo una presencia no más lejos de mi propio alcance, “¿Quién está?” susurré temblando. Me respondió una ráfaga de aliento caliente, acre, y mojado que cayó sobre mi cara. En un momento mis pelos se ponen de puntas, un gemido ahogado escapa mis labios. Sin retraso alguno, mi mano se encuentra pegada a la palanca de la ventana, dando vueltas al ritmo de mi corazón alborotado. Pero no fui lo suficientemente rápido, la ventana quedó parada un poco

más de la mitad de su camino. La criatura la estaba sosteniendo, muy grande para entrar por la brecha, y tramaba bajarla para consumirme, robarme la piel, o lo que quería conmigo. Se dice que en momentos de vida o muerte, el cuerpo convoca la fuerza necesaria para seguir adelante. Esta vez el cuerpo no me defraudó; con el peso y tensión de mis dos puños forcé la vuelta de la palanca lo suficiente para que la criatura se rindiera. El vidrio dio un chillido agudo, uñas siendo arrastradas por su superficie que se movían al frente del auto. Me puse en acción, saltando al timón y prendiendo las luces delanteras del auto. Al otro lado del vidrio vi a una criatura tan grotesca que aun la puedo ver en mis pesadillas causándome trastornos de locura. No era humano, tampoco animal, con piel pálida que colgaba, cubierta en parches de pelaje enmarañado. La cara y el cuerpo estaban deformes con huesos que protruían y doblaban donde no debían, pero lo peor era la cara, con sus platillos reflectantes y hocico acolmillado. La criatura rallaba el parabrisas, queriendo entrar. Yo, desafortunadamente, estaba muy conmocionado para actuar más y caí desmallado. Pocas horas después me sentí rudamente levantado por un golpe a mi lado. Era la madrugada, no más


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tarde de las 6, y afuera se encontraba un hombre que provenía del pueblo más cercano. Cuando le conté mi historia me conto de los tales caminantes de la noche. Me contaba de chamanes que podían canalizar el espíritu de un animal y perder su humanidad en la noche, una proverbial historia de hombre lobo. No he sido el primero en ser atacado por tal criatura demoniaca en esta carretera, aunque fui el único que sobrevivió. Salvado por el primer rayo del día.


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EL ENTIERRO Había sido poco tiempo desde que desapareciste del mundo exterior, mi amada Nora. Tus ojos aun brillaban en la oscuridad, tu cabello era plateado como siempre, pero tu piel estaba tiesa y azul. Fría como la tumba donde te encontrabas, pero yo no creía que habías muerto. Tu alma la sentí cerca de mi corazón llamándome a tu lado. Por eso decidí hacer lo impensable y quitarme la vida para de nuevo sentir tu calor. El acto no fue difícil cuando pensé estar a tu lado, vida de mi vida. Una copa de arsénico fue suficiente para suspender mi corazón y para que mi alma vuelva a la vida. A tu lado me quede en esta cripta, mis brazos abrazándote.


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Callo la noche, la muerte, y en el limbo te vi esperándome con manos abiertas y estiradas esperando su encaje. Corrí a tu luz pero me sentí frio y despiadado, como si tu amor no estuviera para acobijarme en la tiniebla. Pensé que cambiara al finalmente tocarte pero lo único que encontré fue tu cadáver que se desmigajo y se volvió polvo en mis manos. Fue entonces cuando me sentí caer por la oscuridad al infinito. Podía ver sombras que se me acercaban en mi caía. Tenían espadas con filos venenosos que me perforaban y cortaban mi piel. Más de mil veces me cortaban pero no moría y fue cuando caí en cuenta que había caído en el infierno. Más lejos de ti no podía estar. El dolor de mi cuerpo era incomparable a la idea de tu alma tan lejos de


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la mía. Podía ver otros como yo, cayendo en el vacío, pero todos sabíamos que estábamos verdaderamente solos, no habría ayuda de ninguna dirección. Con cada segundo que caía sentía mi cuerpo mas hielo. Podía casi sentir la piedra de nuestra tumba. Tu cara me apareció por un instante, muerta a mi lado, la piedra, la botella de arsénico, y la vida. Yo sabía que no duraría, estaba tan débil que no podía moverme y pronto terminaría en el infierno de nuevo. Lo único que satisfacía mi mente era la idea de estar a tu lado por toda la eternidad. Dormiría en esta tumba, nuestros cuerpos juntos, abrazados, un símbolo de amor que perduraría más que cualquier otro. La noche volvía, pero ni en el palacio de Satanás podria olvidar que en nuestra tumba, siempre estaría a tu lado.


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NOCHE DE BRUJAS


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La Universidad me arruino la vida. Antes de ir a la ciudad a estudiar vivía en una comunidad segura y protegida. No estaba preparado para los infinitos horrores de la vida real, como una noche de brujas en mi segundo año estudiando. Durante esa época yo era el ñoño de la clase. Era conocido como el pedante que interrumpía con aportes, preguntaba mucho, nunca salía con los otros. Fue entonc-

es mi sorpresa cuando fui invitado a una fiesta de unos compañeros. Estoy seguro que solo me invitaron ya que necesitaban gente para pagar cover pero resolví ir y cambiar mi imagen un poco. Invite a un buen amigo llamado Juan. Con él podía fumarme un porrito y darme un poco de aire rudo. La idea era levantarme alguna vieja quien no me conocía y simplemente pasarla rico. La casa donde


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tenían la fiesta era una vieja mansión colonial apretada entre dos altos edificios de oficinas. Estaba mal cuidada, roja y café, cubierta de mugre, le faltaban ladrillos y tejas. El estado de la mansión no le molestaba a nadie y decidí no preocuparme.

las piernas y su mano de leche cremosa rozo mi barbilla,

Fue solo unas pocas horas y ya conocía a muchas nuevas personas. El alcohol me volvió más sociable y el porro más chistoso e indolente. Justo cuando fumaba afuera con Juan fue cuando se nos acercaron dos viejas con el mismo disfraz de bruja.

“¿Me regalas?” me pregunto fingiendo timidez y suavemente mordiéndose el labio. Sentí un ardor en mi alma de pasión o lujuria (de pronto fue solo en mi pantalón). Le rote la vareta, colocándola suavemente un sus rosados y brillantes labios, y ella fumo. Me pregunto de donde era y los cuatro empezamos a conversar, no me sentía como el pedante de siempre. Juan si tuvo más dificultad ya que la chica castaña nunca perdió esa mirada, como si tuviera un mal olor constante en su nariz.

Estaban buenas con tetas grandes apretadas en chalecos plateados que tenían un parche de una cruz invertida, una corbata atravesada entre sus senos, llevaban faldas escolares cubiertas de escarcha y puestas muy altas. La mona de trenzas tenía su falda aguamarina y la castaña de pómulos altos llevaba una amarilla. Las dos llevaban un gorro de bruja que pegaba con el color de su falda. La mona se me sentó en

“Sígueme,” me susurro la mona después de un rato. Yo también tenía ganas de un poco de privacidad y nos encontramos en un pasillo abandonado por la fiesta. La coloque contra la pared mostrando dominancia y la intente besar. Pero cada vez que me acercaba me evitaba el beso, una burla que me arrechaba más cada momento. Mis manos exploraban su cuerpo y agarraban lo que podían encontrar hasta


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que un tipo perdido y borracho entro al pasillo y arruino el momento. Visiblemente irritada la mona me llevo más adentro de la mansión a un baño oscuro, pero antes de poder comenzar de nuevo salió diciendo que iba traer más trago y me dejo. Al menos me podía arreglar un poco, yo pensé y me mire en el espejo. Tal vidrio reflejaba una sombra de mi ser, pálido y ojeroso aunque supuse que la oscuridad no ayudaba. En general pareciera que el adentro de la mansión no era tan diferente a su afuera. El inodoro no lo habían limpiado en meses o de pronto años, las baldosas estaban negras, una cucaracha gorda caminaba sobre una ventana opaca. Sin pensarlo le mande mi palma dejando tripas cubriendo toda mi mano. Quejándome del asco le di vuelta a la llave del tocador, no había agua. Busque la luz pero tampoco había luz y nada de papel al lado del putrefacto inodoro. Me estaba cabreando cuando vi un gabinete debajo del lavamanos. Me agache y metí la mano en la oscuridad buscando al menos un trapo viejo para limpiarme. O sorpresa cuando en vez encontré una diminutiva es-

fera de madera, la manilla de alguna puerta adentro de la gaveta. ¿Qué era? Me agache más y metí la cabeza. Una telaraña fina se pegó a mi cara, aspire muchos años de polvo y tosí un momento pero seguí adelante. Hale la esfera y vi al otro lado una escena pervertida que no me esperaba. Era un cuarto vacío de ladrillo alumbrado a punto de vela. Pegado al muro había dos cadenas con esposas pesadas de metal que sostenían a Juan. Estaba sin camisa y a su lado las dos chichas quienes lo atormentaban sexualmente. Con todo lo que le pasaba a Juan, no se veía muy feliz. Nunca lo había visto tan pálido e inservible mientras las brujillas lo lamian y le mordían el cuerpo sexualmente. Yo me sentía lo suficientemente excitado para los dos, aunque aún no estaba seguro si la mona me había abandonado completamente. La castaña se agacho y le deshizo el pantalón con sus dientes. Las dos se reían diabólicamente, era una risa de otro mundo, fría y sin humor. La castaña continuaba de desvestir a Juan mientras yo me masturbaba, la mona lo torturaba con una vela chorreando cera caliente en su pecho y hombros. Me imaginaba lo rico que se sentía la quemada,


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el ardor momentáneo que daba esa vieja cruel. Juan ya no tenía nada para cubrirse y pedía que pararan. Pero las dos lo seguían torturándolo, la castaña abrió su boca y se acercaba lentamente. Yo miraba con ojos extremadamente abiertos en la oscuridad. Podía escuchar mi solitario respiro, una gota de transpiración cayendo por mi cuello. Me imagine la mona rallándome con su uña haciéndome sangrar, volviéndome

débil. La chica llego a su marca con boca abierta, yo quería que la cerrara sobre mí. Y la cerró, sus dientes mordiendo el miembro de mi amigo y arrancándole su virilidad en un simple tirón. Juan y yo pegamos un grito, el hechizo sobre mi fue roto y me pegue con la parte superior del tocador. Sangre eructaba de la verga de Juan y su cabeza caída revelaba una cruz invertida pintada en el muro a su posterior. Tenía que salir antes de que me vieran pero ya era muy tarde, las dos me habían escuchado y la mona no tardo en extender sus largas uñas a mi cara. Saque mi cabeza del gabinete aunque la bruja me alcanzo a aruñar. Sentado podía ver como la mona me intentaba de alcanzar sus uñas pintadas de mi sangre carmesí. Viendo la futilidad de sus esfuerzos retrajo su brazo del hueco y salió del cuarto dejándome ver a su amiga extasiada, harta de sangre y carne humana. Tenía que salir lo más pronto posible. Me pare y con dos puños agarre la manilla de la puerta del baño. Sentí un terrible desaliento cuando no me abría. La mona se había asegurado de jaularme y dejarme


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el de la bruja quien me alcanzo agarrar la pierna con su garras afiladas.

como la cena después del aperitivo. No había mucho tiempo, era solo el cuarto adyacente, así que di la vuelta en pánico. Podía ver la cucaracha pegada con sus sesos en el vidrio de una ventana. Sin pensarlo corrí e intente abrir la ventana pero estaba cerrada con clavos. Escuche por un momento intentando de escuchar los pasos de la bruja pero en vez sentí el suave bajo de la fiesta afuera. Había olvidado por completo de la fiesta solo unos cuartos afuera. Pegue un aullido pidiendo ayuda sabiendo que era fútil, nadie me podría escuchar. En ese momento vi el temblar de la manilla del baño. Sin pensarlo más le metí mi codo al vidrio con toda la fuerza que podía convocar. Justo entonces se abrió la puerta del baño como la explosión de una tormenta. Ella se lanzó a mi cuerpo y yo por la ventana rota. La casa estaba en algún tipo de desnivel y me encontré cayendo de un segundo piso cubierto de vidrio. Sentí más de un rallón sobre mi cuerpo, pero el más fuerte fue

La miraba desde el pavimento, se había vuelto monstruosa, sus filas de colmillos gritaban por mi mientras metía sus uñas alargadas en el ladrillo buscando bajar más seguramente al callejón. No espere un momento más y salí corriendo, vidrio metido en mis costillas y sangrando profusamente. Di unas vueltas y llegue a una plaza frecuentada por rumbas y borrachos disfrazados. Estaría seguro en la multitud aunque necesitaría ir a un hospital. Sentí alguien tocarme el hombro y voltee para encontrarme con una monja, “Te vi ahora en la mansión, buen cambio de disfraz,” me dijo la nena ingenuamente, no creo que tenía más de veinte años, “A mí me encantan esas rumbas de Halloween. Yo voy todos los años, siempre es una locura.” Me sonrió con colmillos de perlas pero no me podía mover.


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La Actriz Ella era una actriz en su corazón. No había cosa que anhelaba más que su cuerpo cubierto de maquillaje y su cara pregnada en una pantalla donde sobreviviría eternamente. Pero su sueños nunca se harían realidad. Los únicos lugares donde ella actuaba eran en la cama con algún extraño, pretendiendo que era la mejor cogida que le habían dado. Su suerte cambio con la llegada de un hombre de las grandes ciudades. El tenia una cámara y le decía que luciría bien en la pantalla. Era algo simple, un estriptis para comenzar su carrera en las luces. Comenzaba con un vestido blanco y un gorro humilde, una fantasía de ver la virgen desnudarse. La actriz no era ninguna desconocida a los fetiches y hacia su parte con toda la realidad que le podía dar. Faltaba solo una parte de la película. Seria atada a la cama y ligeramente torturada. Más fantasías inútiles y ella era la que las tenía que cumplir. Miraba al techo desgastado y lleno de podredumbre. Las luces, suspendidas por un delgado alabare, oscilaban por alguna briza que entraba al cuarto. Las sombras creaban demonios que la


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aterraban. No hubo más terror hasta que vio la cámara de nuevo, el director con una bolsa negra en la cabeza y una moto sierra en sus manos. Se acerco a la actriz. El motor ronroneaba y el director lo consentía. El la miraba con ojos hambrientos y acercaba las cuchillas a su piel marfil. El sudor caía y creaba una neblina repugnante que era capturada por el maldito ojo negro de la cámara. No podía gritar ya que obtuvo lo que quería. Su cuerpo cubierto en el rojo maquillaje, sangre que nunca terminaba, su cara en una pantalla, sus lágrimas por un sueño hecho realidad.


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LA NIÑA Vanessa, es una joven de Gijón que estudia Terapia ocupacional en la Universidad de Talavera. Junto con otras dos chicas alquiló un piso. Durante el segundo curso, Vanessa suspendió dos asignaturas y sus padres le enviaron para estudiar. Una noche de verano en la que estaba sola, cuatro golpes secos sonaron a su puerta. Vanessa creyó que se trataba de algún amigo con el que salir a tomarse una copa, pero se trataba de una niña de alrededor de siete años. La niña, de hermosos tirabuzones rubios y grandes ojos castaños miró a Vanessa y le dijo que se había perdido.

Tras dar muchas vueltas, Vanessa llegó al Hospital de San Prudencio. Un hospicio para niños y niñas huérfanos. Allí la madre Sonsoles, le explicó que no tenían ninguna niña de esas características. Justo cuando se disponía a salir Vanessa del lugar, otra monja llegó con un calendario de dos cursos atrás. Allí estaba la foto de Verónica, tal y como Vanessa le había visto.... Sí ¡es ella! - gritó. Las dos monjas se miraron extrañadas - Veronica murió hace dos años.

Vanessa le dejó entrar, le preparó un vaso de leche y le dijo que iban a ir a la policía. Verónica le rogó que no lo hiciera esa noche pues tenía mucho sueño y quería dormir. Vanessa accedió y le preparó la cama.

Aquella noche, cuatro golpes secos sonaron en la puerta de Vanessa. La muchacha observó por la mirilla de la puerta. Allí estaba de nuevo Verónica, con los brazos cruzados y cara de enfadada. - Has tardado mucho en abrirme, tengo hambre y sueño - Dijo la niña.

Por la mañana temprano cuando Vanessa iba a llevarla a la policía, entró en el cuarto y vio que la niña, llamada Verónica, no estaba. Un año después en idéntica situación, la niña volvió a aparecer. Parecía que no había crecido nada. De nuevo Vanessa le preparó la cena y le dejó dormir pero al día siguiente Verónica volvió a desaparecer sin dejar rastro. Vanessa fue a la policía y dio todos los datos de la chiquilla pero no se habían producido denuncias ni nadie había reclamado una desaparición.

Vanessa aterrada preparó todo como lo había hecho habitualmente. Cuando acostó a Verónica no pudo soportar el terror y entró despacio a su habitación. La niña estaba totalmente arropada. Vanessa retiró la sábana y bajo ella, como un suspiró pareció desvanecerse. Sobre la almohada, con letra infantil y varias faltas había una nota “Gracias por la leche y los dulces, ahora tengo que irme a llevar al infierno a las otras tres chicas que no me dejaron entrar a sus casas.


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