Últimos pasos de un emperador

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Últimos pasos de un emperador

Hiroshima desapareció, la ciudad de papel de Kyoto se enrosca con el fuego; Japón está cayendo: el emperador debe escapar de su santuario y se habla de que de un momento al otro lo hará. Pero en el fondo pocos lo creen; nadie lo ha visto jamás; nunca ha estado fuera de su palacio. Esa madrugada, ven a uno de súbditos más leales escurrirse del palacio; remonta calles cada vez más peligrosas hasta encontrar la casa que busca. Ahí, habla con un famoso asesino a sueldo cuyo nombre no viene al caso. Le explica la ruta que tomará el emperador y el día planeado para el escape. “El emperador irá de traje, yo soy quien lo vestirá.” La frase, en el tugurio, suena banal. Como en todo trabajo, hay un adelanto. Le paga mucho, en marcos alemanes, porque el yen ya no valdrá nada, con el emperador muerto y Japón rendido. El asesino espera la noche acordada. Va a la habitación reservada, coloca una silla al lado de la ventana y empieza a armar su MG-42. A la hora justa, distingue abajo a un hombre de traje rodeado de familia y escolta. Van furtivos en la noche. El asesino los barre a todos. Cuando libera el gatillo, la calle queda muda. Intenta salir de la habitación pero oye una tormenta de pasos afuera y las escaleras ya están obstruidas por comandos histéricos del ejército japonés. El resto es simple, o al menos previsible. Lo toman prisionero, lo reconocen, él confiesa lo que ha hecho porque entiende todo y sabe que hasta su confesión estaba planificada. Lo ejecutan en ese mismo cuarto, de un tiro en la nuca, en cuanto encuentran el dinero, y la versión oficial de la noticia se escurre por todos los medios,


Francisco Cascallares

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para que así llegue a los alemanes: el emperador y toda su familia han decidido cursar el camino del honor. La noche del asesinato, el súbdito se aleja en un tren con toda su familia, en ropas tradicionales. Es una gran corte. Sus esposas, que pasan por hijas y hermanas, lo acompañan, silenciosamente, con ademanes. Todos escuchan con alivio la noticia de la muerte honrosa del emperador; algunas de las consortes hasta lloran de alivio. A medida que cruzan la noche hacia el barco que los llevará a salvo, él piensa en que ya nadie nunca va a ofrecerse a morir por él. Mientras se acostumbra a ser solo una persona, piensa que la noticia, en esencia, es cierta: el emperador ha muerto.

(2004).


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