Gnar - El eslabón perdido

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GNAR

EL ESLABÓN PERDIDO

Antes de que el hielo le diera su nombre al Fréljord, existió una tierra rebosante de maravillas... bueno, eso si vemos el mundo a través de los ojos de Gnar.

Este joven yordle con una energía ilimitada, y otros como él, vivían abiertamente entre las resistentes tribus de las tierras del norte. A pesar de ser apenas lo suficientemente grande como para dejar pisadas sobre la nieve, su temperamento competía con el de bestias diez veces más grandes que él, y explotaría en un balbuceo de insultos en el momento en el que algo saliera mal. Por este motivo, se sentía más en familia con las criaturas más grandes y sabias, que se mantenían lejos de los mortales. Para Gnar, parecían yordles gigantes, blancos y peludos... eso era suficiente para él.

Mientras las tribus buscaban comida a través de la tundra, recolectando moras salvajes y musgo sabroso, Gnar juntaba objetos más simples, como rocas, piedritas y los lodosos restos de pájaros muertos. Su tesoro más grande era la mandíbula de un drüvask. Cuando lo sacó de la tierra fría, gritó con júbilo y lo lanzó lo más lejos posible.

Entusiasmado con este primer éxito, Gnar llevaba consigo su ‘’búmeran’’ a todos lados. El mundo se esforzaba por ofrecerle nuevos deleites: pelusas brillantes, néctar dulce, cosas redondas, pero nada podía equiparar la alegría pura que sentía al lanzar y atrapar su adorada arma. Ahora se consideraba a sí mismo un cazador y siguió a manadas de bestias salvajes que no le hicieron ningún caso.

Entonces, el suelo se estremeció y se separó. Por primera vez en la vida de Gnar, era como si todos los demás estuvieran haciendo berrinches. Los mortales gritaron. Los yordles grandes rugieron.

Pero la llegada del monstruo los silenció a todos. Emergiendo desde el recién abierto abismo, tenía cuernos gigantescos, tentáculos flagelantes y un solo ojo que quemaba con una extraña luz que erizaba el pelaje de la espalda de Gnar. Mientras algunos mortales huyeron al verlo, él comenzó a sentir un extraño dolor en su pecho... era como el sentimiento de perder su búmeran, o de nunca volver a recibir un abrazo. Esta cosa horrible quería lastimar a sus nuevos amigos. Y eso lo hacía enojar. En ese momento, Gnar verdaderamente enfureció.

Lo único que podía ver era el monstruo. En un instante, estaba en el aire, saltando hacia eso. Con una pata, tomó una bola de nieve... o eso pensó. De hecho, era un pedrusco arrancado de la ladera, ya que Gnar había crecido tanto como los yordles grandes y blancos. ¡Le daría una paliza en la cara a ese monstruo para mandarlo de vuelta al sitio del que vino!

Pero nunca asestó el golpe. Gnar sintió un escalofrío más helado que cualquier invierno, uno que parecía convertir el aire en hielo; en verdad, esta magia elemental lo congeló en su lugar, penetrando su pelaje desaliñado. Todo, incluso el monstruo, guardó silencio. La fuerza y el enojo del yordle se derritieron. Un cansancio profundo reptó por sus extremidades y lentamente cayó en un sueño profundo.

Gnar durmió por mucho tiempo. Cuando por fin des pertó, se sacudió la escarcha de sus hombros, respirando con dificultad. Todos los demás se habían ido. Sin mons truos para combatir y sin amigos para proteger, de nuevo se sintió diminuto y solo.

Incluso ahora, Gnar no tiene noción alguna de lo que ocurrió en ese fatídico día, ni de cómo escapó. Simplemente se maravilla del mundo frente a él, con tantas rarezas para recolectar y lugares

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