Zen para intelectuales

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ZEN para intelectuales

FREDO VELÁZQUEZ


Velázquez, Alfredo Zen para intelectuales Primera edición KDP Morelia, Michoacán, México. Abril de 2021. ISBN 979-8-7385-8448-0 © Alfredo Velázquez, 2021 alfredovr86@hotmail.com Servicios editoriales, de maquetación digital e impresión Qvixote Press leo@qvixote.press Diseño de portada Emir Plancarte Ilustraciones * P180 - Butterfly (Chō); Dragonfly (Kagerō or Tonbo), from the Picture Book of Crawling Creatures (Ehon mushi erami), (Detalle). Kitagawa Utamaro (1788). Recuperado 15 abril, 2021, de https://www.metmuseum.org/ art/collection/search/37286

Todas las ilustraciones se encuentran en el dominio público.


tabl a de c o n ten id o

¿Qué es el Zen para intelectuales? Sobre el lenguaje del Zen

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故事 - Cuentos ¿Para qué creer?... sobre todo, en “la realidad” El manantial de flores de melocotón De los “promotores del amor”, por no decir trastornados ¿Cómo se practica el Zen? Zen: legado de quién

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公案 - Koans La naturaleza del koan Dijo alguna vez el pequeño saltamontes La única solución Aspirando al “presente” No-dualidad en la diversidad ¿Por qué ellos no necesitan al buda? Budas de piedra ¿Qué sentido tiene? Eternidad: lo más pasajero ¿Esta vida es una ilusión? Controlando la mente ¿En dónde está el destino?

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La mente es... Realización del ser El sentido de la vida Y los budas... ¿para qué? La gran verdad ¡Shhh!... el vacío Interpretando al “yo” La realidad es... Inservible hermosura ¿Qué quiere decir existir? ¿Por qué hay algo? La razón de ser ¿Alguien nació para ser feliz? El principio de la realidad Reciclando la verborrea del señor Gautama Entre la mente y la realidad ¿Qué hay después de la muerte? ¿Cuánto es el universo? Para conocer el Zen Antes de nuestro origen Gobernando la mente Sobre lo más bello de la vida De los que buscan superar al ego El gozo de lo que no hay Evidenciando la existencia El sinsentido del buda El camino correcto La esencia de toda vida y no-vida Estropeando el paradigma de la identidad En los que existe el “ego” Para conocerse, ¿en dónde hay que buscar?

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El no-sendero del Zen La más sabia comprensión ¿“Quién” o “qué” es responsable de esta creación? De poco ha servido la compasión Superando la muerte La doctrina que es… Sobre los textos sagrados Averiguando la eternidad Los que no viven, más bien per-duran “Despertar”: un resultado siempre accidental Deshonrando a la muerte La residencia del “Ser” La suerte de los buscadores Mofándose del zazen Para superar las ilusiones del tiempo Meditación: nada especial Cómo se descubre la eternidad ¿De dónde vienen las preguntas? ¿La realización del “ser”? El lenguaje de lo que es ¿Es presente lo eterno? ¿Qué quiere decir ser espiritual? La única forma de conocerse Dilucidando “el destino” Harto de los sermones “El hijo de dios”: una visión errante ¿Quién es, de la vida, un buen maestro? De los que viven para dejar de existir Por qué no existe un sentido ¿Uno con el universo, o uno más?

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¿No hay perfección? De la naturaleza del ser humano Cómo esquivar la verdad ¿Superar al ego? ¿Cómo escapar a la muerte? ¿A cuántos les basta con ser humanos? Superpensamiento Yendo, regresando La explicación del mundo La enseñanza más apropiada ¿El universo es infinito? El discurso del siglo Cómo reconocer al maestro correcto Del ser humano, ¿qué es lo que trasciende? Intenciones que te cortan la cabeza El lugar de los que mueren De quien pretende hacerse eterno ¿Alguien puede pensar en nada? ¿Saber vivir o aprovechar la existencia? ¿Conocerse a sí mismo? ¿Quién necesita saber? Los límites de la ignorancia ¿Pensados, después creados? Después de todo, ¿qué? De vida o muerte El acabose de las preguntas 诗歌 - Poemas Zen ¿Qué, de la poesía Zen?

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¿q ué e s e l Z e n pa r a inte l ec tu a l es?

E

l Zen, fruto del rico folclore oral budista introducido a China por Bodhidharma, monje de origen persa en el siglo vi d.C., y del taoísmo floreciente en tales latitudes, y semejantes tiempos, surgió y se convirtió en un movimiento artístico y filosófico sin parangón que, hasta la fecha, y quizás ahora con más fuerza que nunca, ilumina a todo tipo de creadores, contestatarios y poetas. (¿Su lado espiritual?... basta decir que esta obra se remite únicamente a lo que todos y en cualquier momento, podemos atender). Históricamente, podríamos decir que el Zen es una secta que deriva del budismo, ¡pero el Zen como experiencia! (paradoja de la no-enseñanza), se desprende de cualquier resquicio de tradición. Es una aventura de des-interiorización que no es originaria ni pertenece a ningún tiempo ni ubicación, tampoco forma parte de el mañana, el ayer o el hoy, es la magia de la realidad inmediata, que no necesita nunca a nadie, menos aún, al “yo”. ¡Es imposible en el tiempo!, contrario a lo que intenta hacer aquí, este, vuestro amigo y escritor. ¡Acepto mi aspiración naíf como artista y escribano!: disfrutar intentar expresar el Zen. Y es que el Zen, pese a ser una experiencia que conlleva múltiples, o ningún significado, es un arte que no se puede mostrar a palabras ni a pincelazos, ya que, al señalarlo, podría ser mil cosas bellas, mas nunca Zen. ¿Cuál es, pues, el atractivo de esta obra y del Zen para intelectuales, en general? Con certeza, el haber logrado despojar al Zen de vii


su desproporcionado fardo de pretensión metafísica y espiritual, así como el presentar antedicha expresión artística libre de linajes, formalismos, la esperanza de los rituales y el disimulo de llenar vacíos, existenciales. Empero, os advierto: Que no os sorprenda mi contradicción: bajo la misma luna, yace, la luciérnaga y el ladrón. El Zen para intelectuales no está exento de incongruencias y paradojas, sigue siendo, de cierto modo, una práctica. Su camino consiste en no escapar a la fantasía, en no teñir de fe a la inmediación que llamamos “vida”, en abordar experiencias, sin verdades conocidas; en saber y gozar de los límites del intelecto, y en tener la osadía de valerse únicamente de lo que es: meta de la que nadie puede escapar, pero que todos, pueden perder. Y a riesgo de que en tan breves alturas este trasunto de artista Chán, les haya ya, confundido, os afirma: el Zen para intelectuales, no es para “intelectuales”. Es en sí, con suerte y a lo mucho, una frase que engatusa a la atención consciente a zambullirse en la experiencia, ¡cualquiera que esta sea!, libre del afán intelectivo. Menuda faena: el arte del no-saber es un asunto intuitivo y de muy pocos amigos. ¿Qué mente buscaría desaparecer asesinando, ya sea por momentos huidizos, a su acervo descriptivo?

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so br e el l en g u a j e d e l Ze n

L

a expresión lingüística Zen, en esta obra y desde siempre, evita a toda costa la palabrería y aborrece cualquier parecido a la especulación. De suerte que se ha convertido en el idioma que apunta directamente, entre voces repentinas, a eso que es, o que no es. Sus gestos dialecticos exponen paradojas del pensamiento conceptual, amén de desestabilizar procesos mentales acostumbrados, arrojando así al simpatizante a la experiencia del despertar a lo cotidiano, de la apatía por “las verdades”, de abandonar “cosas mejores”, y por supuesto: de la no-búsqueda. Semejante argot desvergonzado: ¿qué otro ha osado hacer legible al silencio, ilustrando sus pormenores y en merecidos casos, exigiendo desmerecerlo? Mas su intención… ¡aguarde!, esto me suena ya, a verborrea. De modo que para evitar una literaria tragedia, cabe decir, y concluir, que el lenguaje del Zen es, invariablemente, el final de todo camino. P.D. Si usted, al apreciar las artísticas formas del Zen, cree haber comprendido algo acerca del Zen, no podría estar más errado; lo cual, en estos casos, es el mejor escenario.

ix



Nocógo ha sido la única monja Zen, que se liberó del Zen, para llevarlo a cabo.



ZEN para intelectuales



c ue nt o s

故事



¿p a r a q u é c re er? ... so br e to d o , e n “l a re alid ad ”

D

espués de años de lucubración, el entonces eremita se creyó listo para resistir las impetuosas acometidas del pequeño saltamontes. Se acercó: —¡Maestro! “El Zen adormece la fe, la fe reduce a nada el Zen. La realidad no contiene Zen, menos aún, fe”. —¿Regresaste sólo a escupir certezas? ¡Cuánto has logrado! —replicó el saltamontes con su acento siempre desvergonzado—. Dime entonces: ¿la realidad te ha salvado? —Maestro, hace tiempo dejé de creer en “la realidad”. —¡Vaya! ¡No tienes fe, no tienes Zen, y tampoco realidad! Desechaste, pues, las ocupaciones del creer, como todo gran sabio. —No, maestro: me regocijo y sigo creyendo en todo aquello que no necesita ser creído. —Menos mal. Llegué a pensar que no lograrías ser más que otro “gran sabio”.

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el m a na n ti a l d e f l ore s de m e l o c o tó n Amigo mío, ¿a dónde corres? ¡Este es el edén! ***

U río.

n día, un humilde pueblerino paseaba en su balsa sin rumbo ni destino; simplemente se dejaba llevar por la suave corriente del

Después de varias horas de navegar cuesta abajo, empezó a notar que la anchura del cauce se hacía cada vez más pequeña; de pronto, ya no era un anchuroso río por el cual navegaba, sino un reducido arroyo cubierto de rosas de melocotón. Sorprendido, se puso de pie para examinar el entorno: se encontraba en medio de un oasis de corolas rosadas. La admiración del modesto pueblerino lo motivó a seguir dejándose encaminar por la sorpresiva corriente, que, por cierto, cada vez era menos fuerte. Continuó remando junto con ella hasta que el arroyo se convirtió en riachuelo; asimismo, en poco tiempo, el riachuelo se volvió un minúsculo brazo de agua que se hacía cada vez más estrecho y, al final, sólo quedó un diminuto caudal por el cual apenas cabía su balsa. De repente ya no estaba la corriente que hasta ahí lo había llevado: sólo pétalos de melocotón por donde andar libremente, poder jugar y revolcarse. 6


Se encontró rodeado de hermosos campos junto a los cuales se levantaban bellas chozas que albergaban familias alegres, generosas, serenas y en paz. El forastero fue bien recibido y pasó varias semanas degustando de los más delectables manjares del mundo y bebiendo deliciosos vinos junto con los dichosos habitantes del lugar. Disfrutó también de agraciados paisajes naturales, jugó con los niños entre el mar de corolas rosadas, suaves como las nubes, y fue amistado desinteresadamente por todos los seres vivos que ahí se encontraban. Al marcharse del manantial de flores de melocotón, le pidieron solamente un pequeño favor: que no comentara acerca de su afortunado encuentro, ya que ellos habían escapado hacía varias décadas de la belicosa civilización y sólo desde entonces habían logrado coexistir en armonía, alejados del orden y las leyes. El campesino subió a su balsa y regresó a la población lo más rápido posible: remando a contracorriente. Enseguida se dirigió a la capital del imperio para relatar aquella paradisíaca epifanía detalladamente al emperador. Este último mandó a miles de mensajeros para que intentaran encontrar el lugar, pero todos se perdieron en el camino: nunca lo hallaron. El sabio del imperio también fue en busca del paraíso terrenal, pero justo antes de llegar se enfermó... y murió. A partir de entonces nadie se ha atrevido a preguntar sobre el cauce que lleva al manantial de flores de melocotón. (Inspirado en un poema de Tao Yuanming)

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de los “promotores del amor”, por no decir trastornados (cuento discursivo)

E

l joven cenobita, después de haber estudiado la verdad que alberga el Sutra del diamante junto a sus hermanos ordenados en el zendo, se dirigió, entusiasmado, a los jardines de aquel recinto sagrado para compartir sus nuevas razones con el más sabio de sus amigos: —¡Pequeño saltamontes! Se di… —¡Espera! —el saltamontes paró en seco la locución del cenobita—. Antes de que me preguntes cualquier cosa, respóndeme algo… —Eh… sí, está bien. Lo que me pida, maestro. —¿Qué opinión te merecen los “promotores del amor”, que “vienen al mundo” a rescatarte de la ignorancia y que, además, se molestan en aconsejarte qué prácticas seguir, como hacer un buen uso del pensamiento y señalarte, ante la vida, cuál es la manera más sublime de proceder? ¡Claro!, si es que, según sus indirectas, no quieres que el potencial de tu inmanencia se desaproveche en una vana existencia. El cenobita, dejó de serlo. Se dio cuenta de que se había dedicado a entronizar y secundar las palabras de alguno de esos chiflados que describió el saltamontes, y eso lo hacía a él, aún más chiflado. Se dirigió al zendo, y prendió fuego al libro impreso más antiguo del mundo: El Sutra del diamante. Acto seguido, dejó sus hábitos monacales en el lugar en donde se guardaba dicho libro, ¡y nunca!, nadie le volvió a ver. 8


※ comentario A los “promotores de amor”, o, mejor dicho, profetas, no hace falta mencionarlos: hasta la fecha, a muchos colonizan sus recetas. ¡Y qué decir de los actuales forofos “de luz”!, aquellos que, por su nivel de consciencia (hacedme reír), van por ahí, desinteresadamente, repartiendo “maestría”. De los primeros, si no existieron, todo tendría mucho más sentido: esto, debido a su naturaleza propia de dibujos animados: súper poderes, habilidades sobrehumanas, conocimiento superno; hacedores de milagros, cometidos divinos, seres eternos, etcétera. De los segundos (que hoy son plaga), ya he mencionado mucho. Así que, si os decidís, ¡escuchadlos atentamente, haceros menos tristes!

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¿c óm o s e p ra c tic a e l Ze n?

P

reguntó seriamente el estudiante. A lo cual, el pequeño saltamontes contestó:

—Cuando tienes sed, bebes; cuando tienes sueño, duermes; cuando tienes hambre, comes. —¡Pero si eso lo hacemos todos! —contestó el estudiante. —¿Qué haces entonces aquí, estudiando el Zen: desnaturalizando, a costa de volverte inútil, tus más ordinarios instintos? No se volvieron a ver.

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Ze n: l e ga d o d e q u ié n

—En este, y todos los mundos, ¿cuál ha sido el más importante legado del sabio de los Shakyas (buda)? —preguntó Huineng, el sexto y último patriarca del Zen, buscando despertar la consciencia de un aspirante cualquiera. —Mi naturaleza nunca me ha exigido voltearle a ver. No podría saber. —¡¿Gracias a quién entonces, si no a Shakyamuni, te es posible disfrutar del Zen?! —inquirió Huineng, exigiendo, como única respuesta, la tajante afirmación simulada en su pregunta. —Si el “zen” que usted pregona contiene causas y efectos, no veo entonces porque no se le pueda atribuir al sabio de los Shakyas. En tal caso, sin embargo, creo que sería justo reconocer también sus esfuerzos por considerar al “presente” como algo que puede ser contenido por la mente, ¡y a la mente!, como algo capaz de ser entrañado por el “presente”. ¿Qué tanto hay de cierto en eso, oh gran patriarca del Zen? *** ¿Habrá tenido aquel barullo algo que ver con el hecho de que Huineng fuera, en la historia del budismo, el último patriarca del Zen?

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k o ans

公案



Antes de abordar un koan, recordad: su puerta abierta no tiene entrada, ni salida.



l a natura l ez a d e l koan

E

l ser humano, en general, está acostumbrado a describir lo que experimenta, percibe e infiere de la existencia, en términos preconcebidos, es decir, en términos místicos, religiosos, espirituales, metafísicos, científicos, filosóficos, de algún estado alterado de conciencia; de buda, de dios, del espíritu o apoyándose en palabras de textos y maestros: un mundo siempre trillado. Pero, ¿qué pasa cuando tenemos la suerte de hacer frente a un desafío existencial ante el cual la totalidad de nuestro contenido mental se ve anodina e insuficiente para poder, sensatamente, solucionar? Un desafío que, además, sería completamente ridículo pretenderse zanjar por medio de lo que es siempre tardío de realidad: la palabra. Tal sería el riesgo de cualquiera de nosotros frente a un koan: afirmación o pregunta que imposibilita nuestro acostumbrado entendimiento y hace que nos sea inútil reaccionar utilizando la lógica o la razón, mucho menos aun basándonos en verdades recicladas… de segunda mano. ¿Cuál es entonces el objetivo de este tipo de acertijos y paradojas de la existencia, expuestos tradicionalmente por los maestros Zen de la escuela Rinzai a sus discípulos? ¿Buscarán acaso que se penetre algún lugar de la mente ajeno al raciocinio? ¿Querrán crear un shock mental, generar una sucesión de dudas interminables que lleve a que la pregunta se consuma en sí misma; generar consciencia, compro17


meter la relevancia de la realidad que vive el oyente (en este caso, el lector), desestabilizar por completo al buscador al presentarle una quisicosa imposible de resolver por medio de su acervo de experiencias y conocimientos, dejar a la mente “en blanco”, o mostrar cómo, humana-mente, la “iluminación” es de nuestra posible realidad, una digresión? Ciertamente, podrían ser todos estos motivos y ninguno a la vez. Para el autor, este tipo de ejercicios enigmáticos y, a un mismo tiempo, chuscos y divertidos (ya que el koan, haciendo honor a su insensatez y carácter paradójico, contiene todo, menos seriedad), evidencian las ingentes limitantes del intelecto humano, sobre todo al tratarse del empeño por saber la importancia de nuestra existencia en el ajetreo universal. Asimismo, el koan, siendo esta una de sus más grandes bondades, desorienta a la mente en su relación con el mundo existente, a tal grado que se queda despojada de ideas o razonamientos apropiados de donde pueda afianzarse para afrontar el problema que en este se plantea. Tal y como advirtió tan acertadamente el monje trapense Thomas Merton: si usted cree, por fin, haber comprendido lo que es el Zen, comete el error más grande de su aprendizaje. Lo mismo pasa con los koans: el aspirante que se enfrente a estos ejercicios mentales con holgada certeza, o pretenda haberlos resuelto, no podría estar más lejos de su propósito, el cual concluye siempre por el camino contrario: el de no-aprendizaje. ¡Quizá por eso son tan hermosos!, ya que, la mayoría de las veces te doblegan y humillan a tal grado que, ves preferible dedicarte a pensar, de la vida, lo que realmente te compete. En la tradición de la escuela Rinzai se cuenta que los monjes solían aislarse, a veces durante años, tratando de resolver algún koan: la mayoría fracasaba. No obstante, algunos valientes cenobitas regre18


saban con respuestas aún más absurdas que la pregunta o afirmación original, ¡eran ellos justamente los que hacían que el maestro muriera de risa y todo aquel teatro valiera la pena!… Al final, inevitablemente, los dos terminaban estallando en carcajadas; ya una vez entre risotadas, se sobreentendía que no quedaba nada por resolver.

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dijo a l g u n a v ez el p e q ue ñ o s a l ta m o nte s

Q

uien navega en busca de los motivos de la existencia, y regresa lleno de convincentes “respuestas”, ¡nada ha logrado! Se ha vuelto, a lo sumo, uno más entre los haraganes de pensamiento. Mucho mejor es toparse con el muro de los interminables cuestionamientos. ¡No aquellos que prohíben la calma!, sino los que son, por su naturaleza, refrescantes. Empero, pobre del tonto que se ensalce en la fuerza discursiva de las preguntas: debería andar con cuidado, ya que, al igual que la caterva de los gregarios, nada ha encontrado. ¡Ah! Cuánta belleza guarda la incertitud: no deja de sorprender.

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l a úni c a s o l u c ió n (koan) —¡Cenobita! —gritó como un energúmeno el pequeño saltamontes desde los jardines del cenobio—. ¡¿Por qué no eres honesto con todo aquel que te visita?! —¡Maestro!, no hago más que honrar vuestra enseñanza. —¡Qué va!, te comportas como cualquier otro tonto que busca entender de más. ¡Échalos a todos... devuélveles sus votos! —Pero, maestro: ¡¿cómo hacer eso a cientos de devotos que han ya renunciado a sus antiguas vidas?! —Vete del recinto, y en un papel deja escrito: “la única solución, es la ausencia de solución”. Desde entonces, aparte de los jardines, una enorme estatua del buda y el pequeño saltamontes, el monasterio ha quedado vacío.

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asp ir a nd o a l “p re s e nte ” (koan) —Pequeño saltamontes: ¿cómo lograr estar absolutamente presente? —¿Quién me habla a estas horas de la madrugada? —preguntó el saltamontes, fingiendo no saber nada. —¡Maestro! ¡Soy “yo”! Su más fiel seguidor. —Lo siento. Del “presente” sólo podría hablar con “nadie”. —¡Maestro, por favor! ¿Cómo podría alguien pretender ser “nadie”? —No lo sé… haciendo que florezca un ciruelo. ※ comentario Sin “yo” no hay tiempo y sin tiempo no hay “presente”. Ergo, el “presente” es una invención del “yo-tiempo”. Es por eso que, para matar al tiempo, y por consecuencia al insidioso “aquí-y-ahora”, tal como lo sugiere el saltamontes, necesita haber “nadie”. Es decir: ¡habiendo “nadie” se mata al tiempo! Sin embargo, mientras exista un “yo-soy”, habrá tiempo, ¡mucho tiempo!, ¡qué va!, ¡toda una eternidad! Cabe mencionar que la pre-(e)sencia no depende de una acción, ni tampoco es algo que se pueda “lograr”: es más bien inherente a la 22


dimensión universal, y de lo que “nadie” se tiene que preocupar. El saltamontes concluye hablándole al cenobita en sentido figurado, invitándole a echar fuera a la mismidad, al espíritu y al “yo-soy”, para que en el lugar en donde florece la necesidad de un “presente”, florezcan mejor los ciruelos.

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no-dua l id a d e n l a d iv e rsid ad (koan) —Pequeño saltamontes, llevo toda mi vida siendo discípulo de la Gran Vía… me temo que nunca seré capaz de superar esta crisis conceptual de la dualidad. —Ven, te mostraré la no-dualidad: párate aquí —le indicó el pequeño saltamontes—. ¿No ves acaso la diversidad? —Claro que la veo —contestó el cenobita. —Ahora párate acá… ¿no ves acaso la diversidad? Acto seguido el monje despertó ante la crisis conceptual de la dualidad. ※ comentario El monje esperaba que el pequeño saltamontes le hablara en términos de unidad; sin embargo, este hizo todo lo contrario: resaltó la multiplicidad y, de esa manera, incomprensiblemente, el monje percibió la no-dualidad.

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¿p or q u é el l o s n o ne ce sitan al b uda ? (koan) rio:

Arribó el cenobita agitado y muy molesto al jardín del monaste-

—¡Pequeño saltamontes!: ¡¿por qué sólo los humanos precisamos del buda?! ¿Qué hay de las plantas y las demás especies?… ¡¿son mejores que nosotros?! —Tranquilízate, por favor: es sólo mientras te vuelves planta, y las demás especies…

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bud a s de p ie d ra (koan) Después de años de ausencia, el pequeño saltamontes, quizá por mera casualidad o por lo irónico del destino, a la shala del cenobio se fue a asomar. Los devotos del lugar, advirtiendo su presencia, pagaron sus más sinceros respetos. —¡Mostradme vuestra mejor interpretación del Zen! —irrumpió el saltamontes. Cada uno de los presentes asumió su mejor postura de zazen. —Budas de piedra… inservibles desde siempre —masculló el legendario ortóptero. A punto estuvo de seguir su camino, cuando echó de ver el vacío de uno de los aspirantes: —¿A dónde se ha ido? —Falleció apenas hace dos noches, maestro. —¡Vaya tonto! A nada estuvo de mostrar la mejor interpretación del Zen. ※ comentario ¡Pobre cenobita! Hubiera esperado a morir después de que el pequeño saltamontes pidiera que mostrasen su mejor interpretación del Zen. Quizá entonces, su Zen, hubiera sido aprobado. 26


¿q ué sen ti d o tie n e? (koan) —Pequeño saltamontes: ¿qué sentido tiene esforzarse tanto por seguir la Gran Vía del Zen? —Este: la sigas o no, te vas a morir, y no serás nada. El alumno descubrió el Zen y siguió a la Gran Vía toda su vida.

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ete r nid a d : l o má s pasaj e ro (koan) El cenobita, al percatarse de la peregrinación que realizaba una caterva de cristólogos, preguntó a su maestro: —Pequeño saltamontes: ¿por qué marchan hacia la eternidad? —¡Ah! No saben que es de lo más pasajero.

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¿e s ta v id a es u n a i lusi ón? (koan) —Pequeño saltamontes: ¿por qué el budismo sostiene que esta vida es una ilusión (maya)? El pequeño saltamontes le respondió, ¡no con palabras!, sino con un fuerte varazo en la espalda. —¡Ouch! —¿De qué te quejas? —preguntó el saltamontes—. ¡Es mera ilusión! Desde ese momento el cenobita vivió su existencia como si fuera lo más real de este universo.

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contr ol a n d o l a m ente (koan) —Pequeño saltamontes: ¿cómo hacer para controlar a la mente?… tantos años de meditación no me han llevado a nada. —Déjala ser. —¡Es demasiado rebelde! —¡Ya está!… la has controlado.

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¿e n dón d e es t á el d e stino? (koan) —Pequeño saltamontes: ¿hacia dónde nos dirige la Gran Vía del Zen? —Hacia el principio del camino. El estudiante despertó, y se olvidó por completo de dicha Vía. ※ comentario El estudiante descifró el trasfondo de las palabras del saltamontes: la fuente es el destino y el destino es la fuente. No precisó seguir buscando.

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la m e nte es . . . (koan) —Pequeño saltamontes: llevo practicando el Zen durante lustros enteros… sigo sin llegar a ningún lado. ¡Por favor!, dame un poco de luz. —¡Pero si no hay nada que dar! No existen trucos. Es sólo cuestión de permanecer en ningún lado: librarse de todos los acontecimientos. —¡¿Y cómo lograr tan necesaria proeza?! —Usando la mente. —¡¿La mente?! —Sí… la mente. —Pero… ¿qué es la mente? —Permanecer en nada; permanecer, en ningún lado. ※ comentario No cualquiera es capaz de permanecer en ningún lado: comprometer y poner en tela de juicio la relevancia del contenido de su identidad. ¿Quién es capaz de no tener un “yo-soy” que defender junto con toda su “verdad”?

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r e a l iz ac i ó n d e l s er (koan) Bodhidharma, confundido, se dirigió al lugar en donde se encontraba el verdadero sabio de toda aquella región: —Pequeño saltamontes —inquirió Bodhidharma—: ¿cómo lograr la realización del ser? —¡Pero si es algo muy sencillo! —contestó el saltamontes con un gesto socarrón—. ¿Tan distraída anda tu atención?… el ser no se realiza siendo “nadie”, ¡pero mucho menos siendo “alguien”!

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el se nti d o d e l a v id a (koan) —Pequeño saltamontes: ¿qué sentido tiene la vida? —Ven, observa qué bella es la primavera en los cerezos. ¡Ah! Es verdad… la vida… el mismo que tu pregunta. El cenobita arrancó un cerezo impulsivamente y se fue, molesto.

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y l os bu d a s . . . ¿ p a ra q ué ? (koan) —Pequeño saltamontes: ¿para qué sirven los budas? —Para hablar de lo que no se puede saber. —¿Y la iluminación? —Para presumir haber comprendido lo que dicen los budas. Por fin, el monje se iluminó.

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la g r an v erd a d (koan) —Respetable saltamontes, vengo de paso por estas tierras de magna tradición esperando poder escuchar la Gran Verdad. —Volverás con las manos vacías —contestó el pequeño saltamontes, desinteresado de las inquietudes de aquel errante buscador. —Respetable saltamontes, ¡compárteme algo, lo que sea, por favor! He caminado más de cien leguas para llegar hasta aquí. —Tiempo sin tiempo, espacio sin espacio, gran unidad: diversidad. El errante buscador partió más que satisfecho… con las manos vacías.

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¡sh hh! . . . e l v a c ío (koan) —Pequeño saltamontes, el vacío… —¡Calla! —¡Maestro! ¿Por qué tan violenta reacción? —¡Sólo un idiota mencionaría tal sandez! —Pero si el mismo buda habló del… —¡¡Yo quemaría todos los textos budistas!!… ¡pero está bien! Te daré la oportunidad de hablar del vacío; sólo te pido que antes me muestres la materia en el tiempo y el espacio en la fisicalidad. —¡Pequeño saltamontes! ¿Cómo podría yo ser capaz de hacer tal cosa? —¿Cómo pretendías entonces hablar del vacío? El cenobita partió desilusionado… vacío.

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inter pr e ta n d o a l “yo” (koan) —Pequeño saltamontes, ¿qué soy “yo” en realidad? —¡Vaya! Hasta que alguien logró superar al “quién”. Eres… ¡la paradoja de la existencia individual! Te equivocas al buscarte ‘allí dentro’ y es imposible encontrarte ‘aquí fuera’; estás aislado en donde nada absolutamente se puede aislar; resaltas menos de lo que es más pequeño que lo más pequeño, siendo parte de lo que es más grande que lo más grande; pretendes dirigir tu destino… ¡oh desgracia!, ni siquiera eliges qué pensamientos pensar. En definitiva: un ‘qué’ universal. El monje, haciendo honor a la paradoja que fue, no sólo logró superar al “quién”, sino que además, dejó de ser aquel dichoso “qué”.

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l a r e al i d a d e s . . . (koan) Asevera el pequeño saltamontes, con aplomo, entusiasmo y contundencia: la realidad… ni “física” ni “psíquica”. ¡No podría ser ninguna de las dos! Y es, de alguna manera, ambas a la vez.

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ins e r vi bl e h e rm o s ura (koan) En tanto que el pequeño saltamontes masticaba su hierba junto al manantial de flores de melocotón, atisbó, no muy lejos de donde se encontraba, a un grupo de dedicados monjes entregados a los textos y la contemplación. El pequeño saltamontes no pudo evitar sus burlescos motivos, y a ellos se acercó: —¿Qué hacéis ahí, caterva de inconsolables, penetrando en lo que no contiene nada? —Nos llenamos, como es necesario, de las hermosas palabras del buda, señor. —¡Caramba! ¿En verdad creéis que os sirve de mucho “la hermosura” de algo que llega apenas a la altura de la imaginación? ¡Venid conmigo! Os invito a poder disfrutar de veras. Despertando lo que realmente tenéis que despertar: vuestros sentidos. ¡Os convido a la música del pueblo, a la alegría de un borracho, a las sublimes curvas de una mujer! Los monjes, acoquinados, se miraban entre ellos, esperando que alguno supiera qué contestar. —Desestimáis los sentidos y su sensibilidad; ponéis siempre delante a la austeridad. Y es que, ¡claro!: vuestros textos no dan para más. ¡Seguid, pues, ahí sentados, austeros inconsolables!… ¡disfrutad, tan lejos de lo que aquí hay! 40


※ comentario ¿Qué es más importante: comprender tu lugar en este conjunto de cosas creadas (universo), o disfrutar natural y despreocupadamente de las dotaciones que la vida te obsequió? ¿Usufructuar de los sentidos, o de la imaginativa especulación? ¿Buscarle sentido a la vida, o simplemente, gozar lo que es?

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¿qu é quie re d e c ir ex istir? (koan) —Maestro, ¿qué significa existir? El pequeño saltamontes golpeó impetuosamente su bastón contra el suelo: —¡No hay más que decir! El cenobita partió contento, ¡sin haber comprendido nada!… libre de toda palabra.

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¿p or q u é h a y a l g o? (koan) En tanto que el cenobita se encontraba absorto en una profunda práctica meditativa, el pequeño saltamontes se acercó con provocativas intenciones que buscaban tantear su atención consciente: —¡¿Por qué hay algo en vez de nada?! —exclamó el saltamontes. —Porque es lo que yo sé —respondió el cenobita sin titubear. —¡¡Lárgate!! —dijo el pequeño saltamontes, autoritativamente—. No tienes nada que hacer aquí. ※ comentario El monje no especuló ni contestó en términos premeditados; tampoco hizo alguna referencia mística o impenetrable: respondió con la sinceridad que lo limitaba a la realidad que era capaz de concebir por medio de sus dotes humanas. En definitiva, reaccionó de la manera más sabia y sensata: “esto existe, porque lo puedo ver y sentir”. El pequeño saltamontes, al escuchar su respuesta, sorprendido, ordenó que se largara de ahí y se apartara del sendero espiritual que, evidentemente, no necesitaba.

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la r az ón d e s e r (koan) —Pequeño saltamontes: arguyen miríadas de cosas acerca de la existencia… ¡todos presumen tener la razón! ¿Cómo puedo estar yo seguro de que existir tiene un propósito? —¡Muy sencillo! Te darás cuenta al saber aquello que no puede ser pensado. Si no lo logras, tan sólo observa el mundo increado. Al final el cenobita, como hacen todos los “trascendentes” maestros, terminó por idear el suyo.

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¿alguien nació para ser feliz? (koan) —Pequeño saltamontes: escucho a tantos decir que estoy aquí “para ser feliz”… ¿será que sus voces guardan razón? Si es así, ¿cómo lo saben? —Dime una cosa: ¿te han revelado esas voces alguna causa sustancial que te haga más significativo que un perro, ¡que la mierda de un caballo!, o que el resto de la universalidad? —Sí, querido maestro: “la mente sutil”. —¡Vaya! ¡Márchate, pues! ¡Disfruta siendo feliz! Si naciste para eso, ¿qué podrá oponerse a los designios de… “la mente sutil”? ※ comentario ¿Es acaso el ser humano la privilegiada especie que apareció para gozar y ser feliz (hacedme reír)? ¡Menudo antropocentrismo! El saltamontes contraría sutilmente a uno de los pilares centrales del budismo, el cual asegura que lo que hace que el ser humano trascienda este “plano ilusorio” es “la mente sutil”. Desecha dicha enseñanza y, siendo fiel a la no-enseñanza Zen, intenta que el cenobita despierte a la realización de que no hay diferencia sustancial entre él y el resto de las cosas; que, si él cree que, milagrosamente, vino a este mundo a “trascender” y a “ser feliz”, ¿por qué no una lechuza, o un rabo de nube? 45


el p r i nc ip io d e l a re alid ad (koan) —Maestro, ¿cómo hacer para comprender la Realidad última? El pequeño saltamontes, que se encontraba en la cima de las montañas del valle de Yangtsé, pareció no haber hecho caso a la interrogante del cenobita, ya que él seguía masticando su hierba, ensimismado y apacible. Después de unas cuantas horas, horas de larga espera para el cenobita, su única respuesta fue el haber arrojado una pequeña piedra hacia el profundo desfiladero. —¡No la dejes ir! —voceó el pequeño saltamontes (refiriéndose a la respuesta). —¡La vi! —contestó el cenobita. —¿Cómo es? —Era el eco viajando por la vacuidad del valle. —¡Ah! ¿Viste también su sonido? —El eco decía: “el vacío es lo menos vacío”. —¡Entonces vete de aquí y déjame tranquilo! ¿Qué necesitas comprender después de haber interactuado con el mundo increado (la Vacuidad: principio de toda Realidad)?

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r e c ic l an d o l a v e rborre a del se ño r Ga u ta ma (koan) —Pequeño saltamontes, ¿cómo interpretar de la mejor manera las palabras de Shakyamuni buda? —¡Hermosa pregunta! —respondió el saltamontes, entusiasmado—. Has de arrancar todas las hojas del Canon Pali (texto que recoge los sermones atribuidos al buda) y usar cada una de ellas como papel de retrete. ¡No hay más bella interpretación que esa! Sin embargo, el cenobita sigue pretendiendo elucidar, lo más posible, el sentido de aquellas hojas antes de usarlas como papel de retrete. Pero, ¡oh desgracia!, se está haciendo viejo. ※ comentario ¡El saltamontes intentó librar al cenobita de la influencia del señor Gautama! ¡Ah! Cuánto alivio… pocas cosas tan refrescantes como el dejar de ser influenciable.

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en tr e l a me n te y l a re ali d ad (koan) —Pequeño saltamontes, ¿guarda alguna relación la mente con la realidad? —¡Claro! En el instante en que parpadeas… ¡se va! *** —Maestro: este instante, en la flor del crisantemo, qué bello es. El cenobita despertó ※ comentario En tanto que intentas configurar, captar, estructurar, adquirir o apropiarte de la mente-realidad… ¡ya no está! ¡Se ha ido! ¡Se fue!

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¿q ué ha y d es p u é s de l a mu erte ? (koan) —¡Pequeño saltamontes! Te pido que me ayudes a liberarme de una duda que tanto agobia a mi mente: tan sólo dime, por favor, ¡¿qué hay después de la muerte?! —¡Otro pensamiento igual de idiota! —contestó el saltamontes terminantemente. —¡Menuda pifia! —refunfuñó el cenobita. No obstante, al paso de unos minutos, realizó un guiño que denotó la comprensión de su incomprensión y el sinsentido de su molestia. ※ comentario “Después de la muerte” no es más que un pensamiento, una idea con muy poca sustancia, razón por la cual el saltamontes le hace saber al cenobita que lo que secunda a un pensamiento tan tonto como el que le agobia, es otro igual de insignificante. “La muerte” es una idea, ¡no hay más! Y, a su vez, esa idea engendra otros pensamientos. No podría estar más claro, “después de la muerte” hay más de lo mismo: pensamientos inanes que al final se consumen en sí mismos. De igual manera, la respuesta del pequeño saltamontes hace evidente que reconoce que en esta Realidad de interexistencia, interconectividad, interdependencia, correlación y constante cambio, nada fundamental se extingue. ¿En dónde quedan, pues, al final, los pensamientos? Será que, paradójicamente, ¿es de la única muerte de la cual podemos realmente hablar? 49


¿c uá nto e s el u n iv e rso? (koan) —Maestro, ¿todo es uno? —¡Y cero y dos y tres y cien! —respondió el pequeño saltamontes. —Pero, ¿qué acaso no es una ilusión malsana el vernos separados al conjunto de cosas creadas? —exclamó el cenobita, inmutado. —Tal como lo es el sentirse “uno” con el conjunto de cosas increadas. Se dice que, después de este breve encuentro, el cenobita dejó de percibirse como parte de todas las cosas, sin llegar tampoco a experimentarse como algo apartado de ellas. ※ comentario Si el saltamontes hubiera respondido con una afirmación, el cenobita habría creído haber realizado un misterio impenetrable al simplemente otorgar un calificativo sensiblero, “lógico”, convincente e incluyente al mundo creado: “uno”, cayendo así en un gravísimo error. Asimismo, el saltamontes, en su respuesta, acentúa la imposibilidad de las ambiciones del cenobita de quererse apropiar de una Realidad cósmica, ¡en términos de una cifra! ¡Qué ridiculez! Si se menciona el “uno”, implícitamente se incluyen el “cero”, el “dos”, el “cien” y la

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cantidad infinita de cifras existentes; mas ninguna podría ayudar a nadie a introducirse en ninguna Realidad. En cambio, si el saltamontes hubiera respondido con una negativa, el monje probablemente se habría sentido inconforme (el ser humano precisa tener respuestas) y hubiera seguido en su búsqueda.

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para c on o c er el Z en (koan) —Maestro, ¿cómo hacer para comprender la Gran Vía del Zen? —¡Muy sencillo! —contestó el pequeño saltamontes—. Necesitas no necesitar comprenderla; de lo contrario, tendrías que ser niño, animal o piedra. El cenobita siguió viviendo como un frágil ratón que anhelaba convertirse en fiera.

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an te s de n u es tro orige n (koan) —Saltamontes, pequeño maestro, ¿de dónde venimos? —De ninguna parte —replicó el saltamontes sin titubear. —¡Pero, maestro… el universo está en todas partes! ¿Puede en realidad existir tal cosa: “ninguna parte”? —¡Me parece increíble que no hayas podido vislumbrarla entre todas esas partes! ¡Menuda torpeza! ¡Está aquí, allá, y en todo aquello cuyo inicio no pre-existe! El cenobita, desmoralizado, se marchó sin rumbo fijo… hacia ninguna parte. ※ comentario ¡Oh gran paradoja de la verdad!: todo existe aquí, allá, y en ninguna parte. La realidad de las cosas creadas, así como del universo para nosotros invisible, es agitación constante: no-local, no-estacionaria y no-estable (por lo menos en este sentido). Así que si usted cree haber sido originado en esta naturaleza, en esta galaxia, ¡o en el maravilloso mundo espiritual!, mejor, y disculpará el atrevimiento del autor, piénsese provenir de “ninguna parte”. 53


gob e r na n d o l a me n te (koan) —¡Oye, tú! ¡Trasunto de buda! Muéstrame que no has desperdiciado tu vida meditando y recitando sutras durante tan largo tiempo —exclamó el pequeño saltamontes, comprometiendo la relevancia de la realidad que vivía el cenobita. —¡Maestro, pero si he seguido fielmente el noble sendero óctuple! Además, decidí consagrarme desde muy pequeño a la vida monástica, sin mencionar que, gracias a la meditación, he aprendido a gobernar a la mente. Por lo tanto, ¿cómo podría yo haber desperdiciado la vida? —¡Demuéstrame, pues, que en realidad tienes maestría sobre la mente! —¡¿Cómo?! —Origina un pensamiento vacío. Se dice que, posterior a la anterior conversación, el cenobita se olvidó del noble sendero óctuple y nunca más volvió a meditar. Aducen haberle visto, en sus últimos años de vida, brindando y cantando en las fiestas pueblerinas.

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so br e l o má s b e l l o d e la v id a (koan) —Pequeño saltamontes: en esta vida, ¿qué es lo más hermoso? —¡Ah! Lo más hermoso es preguntarse qué es lo más hermoso y no poderse responder. El cenobita quedó complacido con la belleza de la vida… sobre la cual nunca obtuvo ninguna respuesta. ※ comentario Si no es esto o el otro, eso o aquello, ¡ni cualquier otra cosa! No daremos nunca con “lo más bello”; ergo, imposible discriminar en este sentido al conjunto de las cosas creadas. Del mismo modo, ¡oh fortuna!, al no dar trato de inferioridad ni superioridad a nada en esta vida por su aparente belleza, evitaremos fragmentar, ilusivamente, a la totalidad.

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de l o s qu e b u s c a n supe r a r a l eg o (koan) —Pequeño saltamontes: se me ha pasado la vida intentando deshacerme del insidioso ego; sin embargo, me encuentro ya muy cansado. ¿Será que es un cometido imposible? —Más bien es un cometido sin pies ni cabeza. Buscar abolir al ego es la terapia ocupacional para los más grandes idiotas: todos aquellos que han sido manipulados por las “poderosísimas” frases milenarias y andan por ahí sintiéndose imperfectos y culpables debido a su “ego-ismo”. —¡Vaya desgracia! Al escucharte, me siento aún más desahuciado… ¡¿no hay nada acaso que puedas hacer por mí?! —Bueno… sí. Sí hay algo que puedo hacer por ti, pero primero, preséntame a ese maldito ego. ¡Muéstramelo! —Pequeño saltamontes, la verdad es que… no sé exactamente como encontrarlo. —¡Ya está! Te puedes ir. ※

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comentario Entre más importancia o atención se le dé al ego, más se vivifica su ilusoria presencia. Asimismo, buscar abolir, en este caso, una idea sobreimpuesta que no es parte inherente a ningún ser humano, es un extenuante y laborioso círculo vicioso sin fin. Imposible no derrochar esta vida: respiro obsesionado con superar al “mí”.

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el g o z o d e l o q u e n o hay (koan) —Pequeño saltamontes: recorrí los cuatro rincones de este planeta, procedí siempre haciendo honor al noble sendero óctuple, memoricé y comprendí el Canon Pali a la perfección; por ende, logré profundizar en la naturaleza de la mente, la materia y el tiempo. De igual manera, mi conciencia nunca divaga: siempre está con lo que es. Sin embargo, ¡nunca nadie ha valorado mi inexorable dedicación y benevolencia! Y a ti, pequeño ortóptero, que no haces más que andar por los pastizales, te presumen de sabio. —Hmm… no te dejes sorprender. En estos días, a cualquiera llaman “sabio”. Además, ¡quien diga eso de mí, es porque no me conoce! Pero, dime una cosa: con tan ínclitas guías llenas de “verdades” que tienes para vivir, ¿qué te ha desviado hasta aquí? —Pequeño saltamontes, a pesar de la vida de órdago que he llevado, ¡jamás se me ha estimado como lo que realmente soy!… ¡no he tenido esa suerte, no he sido como tú! —dijo el místico errante, agachando la cabeza. —¡En eso tienes mucha razón, y nunca lo serás! Yo, contrario a ti, me encuentro muy alejado de los senderos correctos y de la armonización de la conciencia… no necesito distraerme con tales menudencias. Sin embargo, tú buscas ser reconocido por tus intachables vivencias.

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—¡¡Pero, pequeño saltamontes!!…, al tanto estoy de lo que en este mundo significo: lo que sé y lo que he vivido; así que en este sentido, nadie puede poner en duda mi proverbial recorrido. —¡Nadie, absolutamente nadie! Así como tú tampoco puedes negar que el beneficio recibido por ser ese “gran ejemplo”, bueno e inmaterial, no te ha dado ningún tipo de libertad. —¡Lo sé… lo sé! Por eso dime, pequeño amigo: ¡¿qué me hace falta aprender?! ¿Hay algún otro sendero que tenga que recorrer? No sólo no soy libre, sino que no he sido de utilidad. —Desafortunadamente, es muy poco lo que puedo hacer por ti. Pero te compartiré, al respecto, el mensaje que a veces expresa el pastizal: “te puedes beneficiar mucho de lo que crees que eres y de lo que hay, pero la verdadera utilidad la da lo que no conoces, lo que nunca has sido, y lo que no hay”. El místico errante, lejos de haber comprendido el mensaje del pastizal, ¡siguió siendo un “ser ejemplar”!…, en busca de más.

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ev ide nc i a n d o l a ex i ste ncia (koan) —Pequeño saltamontes, ¿cuál es la verdadera razón de la existencia? —¡Ésta, justamente!: que estés aquí frente a mí, preguntando cuál es la verdadera razón de la existencia. Los dos se partieron de risa. Posteriormente, ya una vez confortado, el cenobita partió.

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el s i nsen t id o d el bud a (koan) —Pequeño saltamontes, ¿qué importancia tiene el buda? —¡Ah, el buda! Nada más que la que es: cuatro letras conformando una palabra. El cenobita partió y, junto con él, sobrehumanas pretensiones. ※ comentario Al monje lo domeñaba el deseo, pero, sobre todo, la necesidad de que el buda significara todo; no obstante, cuando su maestro lo redujo prácticamente a nada, se liberó, sin darse cuenta, de una muy pesada carga innecesaria.

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el c am i n o c o rrec to (koan) —Pequeño saltamontes, ¡deseo despertar… ser lo mejor de mí! ¿Qué camino debo tomar? —Sigue sólo aquel que desemboque en ningún lado. Sin embargo, ¡el cenobita insistió! Siguió buscando entre caminos que prometían llevarlo a algo; al final, no se sabe si pudo encontrarlo. ※ comentario “Sólo aquel que desemboque en ningún lado”: es decir, el que no termine en “la verdad”. El saltamontes convidó al cenobita a que se olvidase de la superación personal y a dejar de insistir en ir más allá de su naturalidad. ¡Y es que ningún camino nos puede llevar al momento en el que siempre estamos!, único lugar en donde puede nacer la más hermosa inspiración de la realidad. En tan lacónica respuesta, el saltamontes dilucida al monje que la existencia es un koan cuya respuesta no se puede buscar, ya que ésta se encuentra, en todo momento, en donde se vive y se está.

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l a e s e ncia d e to d a v id a y no- vi d a (koan) —Pequeño saltamontes, quisiera encontrarme reposando en la esencia de este mundo visible, y de todo lo increado. —¡¡Des-interioriza!! —contestó el saltamontes de manera terminante. El cenobita se olvidó del zazen (meditación): se dedicó, a partir de entonces, a todo lo contrario. ※ comentario Al interiorizar, te centras, o, mejor dicho, te cercas en un espacio muy reducido, además de limitado. Mientras que al des-interiorizar, te abres sin límites a una anchura universal: regresas al centro, ¡que no hay!, y vuelves al punto de equilibrio, que no existe.

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estr ope a n d o el p a r ad igma de l a i d en t id a d (koan) —Pequeño saltamontes, mientras que en el monte Koyasan aprecié, cercana la madurez de las estaciones, a los poéticos huéspedes de los tiempos atemporales. Yo, ¡que marchaba tan erguido por ser eterno!, al verlos, me sentí tan ajeno a la fonda que alberga a la intemporal fugacidad de todas las cosas que yacen entre la Tierra y el cielo. —¡Haz de morar en ninguna parte! —advirtió el saltamontes— y ser como aquel loco peregrino que aspiraba siempre a ningún “lugar”… ese que algunos decían ser Bashō. El cenobita dejó de lado a la eternidad, pero su ahínco era tal, que nunca se pudo acercar a la poética realidad de aquellos huéspedes libres de tiempo: sin apoyo firme, sin morada alguna, y siempre en ningún “lugar”. ※ comentario Antiguamente se hablaba de que quien moraba en ninguna parte, ni siquiera en “sí mismo” encontraba su hogar. No habitar en ninguna parte significa no aferrarse a “sí mismo” y dejar-se marchar; de esta manera, no habrá nadie que vaya en contra del perecer de ese “sí mismo” en medio de la inmanente caducidad. En definitiva, el no residir en ninguna parte cuestiona, de manera radical, el paradigma de la identidad. 64


en l o s q u e e x is t e el “e go” (koan) Un practicante seglar se acercó al pequeño saltamontes. Venía desde tierras muy lejanas con la esperanza de recibir alguna enseñanza redentora: —Honorable maestro: he respetado fielmente y seguido con toda honestidad el noble sendero óctuple; en mi pueblo, la gente me cuida y me quiere porque he demostrado ser un hombre compasivo, además de generoso. Mi práctica meditativa es inmejorable: me arroba cada vez una unión mística con toda la creación. ¡Ah!, pero a pesar de mi ciega entrega a los preceptos espirituales, el ego no desaparece. —Mientras tu mente actué primero, tu técnica nunca será suficiente —dijo el saltamontes al practicante seglar, e, ipso facto, partió. Aquel pobre hombre volvió a su rigurosidad espiritual. A veces pasa las noches en vela, pensando qué hacer para poder ser más rápido que la mente. ※ comentario Pensar en abolir o disminuir al “ego” (sea lo que sea que eso signifique), sólo refuerza la idea del “ego”. Es como la imagen de “dios”: entre más pienses en ella, más “real” se hace.

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para c on o c ers e, ¿en d ónd e h a y q u e b uscar? (koan) —Pequeño saltamontes, ¿cuál es la fuente del autoconocimiento? —preguntó el cenobita, en tanto que en un estilo de vida dedicado justamente a eso. —Nunca buscar en lo falso, ¡mucho menos en lo real! *** El cenobita, dejó de serlo… devolvió su vestimenta monacal. Cejó de buscarse, pues no sabía ya en donde indagar. Hoy en día, ¡aún sin conocerse!, se le ve tan despreocupado, sesteando en el pastizal, justo a la hora de meditar.

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el no- se n d e ro d el Ze n (koan) —¡Pequeño saltamontes! —vociferó el cenobita, indignado—. ¡¿Por qué la Gran Vía del Zen sólo es para los humanos?! ¿Acaso considera inferiores a los animales y al mundo “inanimado”? ¿O es que ellos no merecen ir tras los mismos albores? —Primero que nada —replicó el saltamontes chispeantemente—, ¿quién eres tú para poder aludir al sendero del Zen? —¡Maestro! ¡Si llevo años caminando (el sendero) a su lado! —¡¿Qué camino?! ¡Aquí sólo manda lo cotidiano! Yo no voy para ningún lado. Temo decirte, inocente cenobita, que tu empeño ha sido malgastado, ¡no sólo por estar junto a mí!, sino porque el sendero que pregonas es imposible para “ti”. ¡¿No lo ves?! El camino del Zen es únicamente para “nadie”; por ende, ¿cómo podrías transitarlo? El cenobita, molesto, partió rumbo a ningún lado. ¿Sería que, finalmente y sin querer, había comprendido el Zen? ※ comentario En realidad el Zen no es un camino, mucho menos una doctrina para brindar alivio a “alguien”; es más bien el no-camino de lo que es, y ese “es”, es la constante realidad del conjunto de cosas creadas (o, ¿increadas?) 67


la m ás s a b ia c o mp re nsión (koan) —Pequeño saltamontes, ¿se puede llegar a tener una comprensión universal de las cosas? —¿Cuál es su último fin? —contestó el saltamontes, intrigantemente. —No entiendo, maestro. ¿La comprensión tiene un fin último? —¡¿Para qué la quieres?!… ¡¿en qué la vas a utilizar?! El cenobita caviló agudamente durante largos minutos, pero no fue capaz de dar a su maestro alguna válida respuesta. Cuando finalmente el saltamontes se cansó de esperar, le cantó a su discípulo las cuarenta: —¡No sabrías utilizar dicha comprensión! ¡Lárgate de aquí!… ¡no la necesitas!

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¿“quién” o “qué” es responsable de esta creación? (koan) —Pequeño saltamontes: ¿cómo es que se originó el universo? ¿Existe un “quién” o un “qué” responsable de su creación? —¿Ves aquella lagartija reposando bajo el sol? —contestó el saltamontes, sardónicamente. —Sí, maestro… la veo. —¡Ve y pregúntaselo a ella! Me temo que, en esta ocasión, soy incapaz de ayudarte. —Pero, ¡maestro! ¡¿Cómo podría dilucidar el deficiente cerebro de una lagartija insignificante algo tan majestuoso como la realización del universo?! —preguntó el cenobita, desorientado. —Es justamente eso lo que me pregunto yo de ti… y del resto de los humanos. El cenobita despertó a la magia del “no-saber”.

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de p oc o h a s e rv id o la c om p a s ió n (koan) —¡Pequeño saltamontes! En ocasiones, tengo que aceptarlo, pienso que “yo-soy” lo más importante… volviéndose menores las ajenas tribulaciones. ¡Dime, por favor! ¿Cómo puedo ser más compasivo? —¡Matando a la compasión… practicando la in-diferencia! —replicó el saltamontes, seguro de su respuesta. El saltamontes logró, sorprendentemente, romper la intimidad del cenobita; intimidad a través de la cual el “tú-yo”, forma el mundo de las relaciones. ※ comentario El saltamontes profiere al cenobita entre líneas: “¡todos, incluido tú, te deberían de dar lo mismo!” Sin embargo, esto es algo que el acto compasivo no permite, ya que en la conmiseración, el “sí-mismo” no está despojado de la identidad, por ende, no se abre como “nadie” en el “vacío”. Todo lo contrario: la compasión te cerca en dos “extremos” en los que el “tú” y el “yo” están fijamente ubicados.

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su pe r a n d o l a m u erte (koan) —Pequeño saltamontes: después de la muerte… ¿¡qué!? —¡Deja ya de delirar con el mundo de los “vivos”! ¡Vuélvete parte de lo que nunca muere! —Pero, ¡¿cómo?! —preguntó el cenobita, completamente desconcertado. —¡Matando a la “muerte”!

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la doc tr i n a q u e es … (koan) —¡Pequeño saltamontes! Aducen las voces malintencionadas que el Zen, en el fondo, es sólo un adoctrinamiento. —¡¿Forma en la mente?!… a lo mucho, una percepción desalterada en donde vuelan, libres, los pensamientos. El cenobita no entendió del todo bien el trasfondo de la respuesta que dio el saltamontes. No obstante, cada vez que alguien sugería que el Zen era un simple adoctrinamiento, rápidamente contestaba: “¡¿forma en la mente?!… a lo mucho, una percepción desalterada en donde vuelan, libres, los pensamientos”. ※ comentario Sin forma en la mente, ¿qué tipo de adoctrinamiento sería el Zen? ¡Tendría que ser el adoctrinamiento más paradójico, ya que este no da importancia a la doctrina, y termina siempre por desecharla! El Zen: reverberación del constante “es”, no está escrito en libros, mucho menos inscrito en la memoria; el Zen es… las gotas de rocío que besan el rostro del pescador, esta mañana.

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so br e l o s tex t o s s agrad os (koan) En el manantial de flores de melocotón, el pequeño saltamontes vislumbró, entre corolas rosadas, a un zagal cenobita entregado a las escrituras: —¡¿Qué haces, joven amigo, tan alejado y tan perdido?! —¡Ah, pequeño saltamontes! Me arroba la sabiduría de los textos de los genios antiguos. —¿Acaso resaltan tan decimonónicas voces, sobre estos colores? —¡Maestro! ¡Imposible que exista comparación! ¡Estas obras son de magnitud sagrada! —Bien. En ese caso, espero que te sean útiles cuando te encuentres al borde de la vida, y de la muerte.

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ave r ig ua n d o l a e ternid ad (koan) —Pequeño saltamontes: ¿somos eternos, en realidad? —¡¿Por quién me tomas?! —contestó el saltamontes, enfurecido—. ¡Sólo un idiota afirmaría algo acerca de “la eternidad”! ¡Para nadie existe tal realidad!… es, a lo mucho, el peor capricho de la mente espiritual. —Respetable maestro —dijo el cenobita, avergonzado—, nunca fue mi intención denostarlo. ¡Sólo pretendo saber qué será de mí! —¡Es tu responsabilidad averiguarlo! ¿O acaso eres otro acólito que depende de los testimonios ajenos? —Pero, maestro: ¿cómo podría yo descubrir tan grande verdad? —El pensamiento es incapaz de elucidar la inmanencia, así que… ¡deséchalo de una vez! Olvídate también de verbalizar lo que ves: los conceptos sólo nos alejan de lo que es. Has de armonizar con la sabiduría intrínseca a las cosas antes de implicar a la mente. Las palabras del saltamontes llevaron al cenobita a perder el juicio y la cordura. Y fue justamente así, en medio de la locura, que pudo vivir, al fin, en libertad. ※ comentario Sin pensamiento, ¿existen causas y efectos… la muerte y el nacimiento? 74


l os que n o v iv e n , m ás bi e n p er-d u ran (koan) —¡Pequeño saltamontes! ¡Llevo más de veinte años dedicando mis días a la más genuina contemplación! ¡Además, practico día con día, humildemente, la meditación de nuestra tradición! Me instruyo en los sutras con el más grande respeto; no bebo, no apuesto, y en mi vida he fumado. No ingiero nada exótico y como sólo lo necesario. Jamás he participado, directa o indirectamente, en la matanza de otro ser vivo… en suma, he honrado cada uno de los preceptos transmitidos por la sublime herencia Zen. —¡Vomita las entrañas del Zen!, y aprende a vivir nuevamente —contestó el saltamontes, menoscabando la realidad del monje. —Pero… ¡no entiendo, pequeño saltamontes! Me he comportado a la altura de las más nobles exigencias. ¡¿En algo me he equivocado?! —Dime una cosa: ¿para qué haces todo lo que haces? —Simplemente espero llegar a viejo, ¡lúcido, sabio, y totalmente despierto! —Es una lástima… y muy tarde ya para que caigas en cuenta. —¿De qué, respetable maestro? —¡De que no vives!: ¡apenas duras!

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“de spe r ta r”: u n resultad o siem pr e a c c id en ta l (koan) —¡Maestro! ¡Llevo aquí no sé ya cuánto tiempo y aún no me has transmitido nada acerca del principio de La Gran Obra! —reconvino, decididamente, el cenobita al pequeño saltamontes. —No entiendo —contestó el saltamontes, apaciblemente—. Cada mañana, a la hora del té, te ofrezco los buenos días. De igual forma, después de cada uno de mis discursos, te doy las gracias por haberme escuchado… ¿hay algo superior por transmitir? —¡A estas alturas, lo mismo me da! ¡Me largo! ¡Estoy harto de ti, estoy harto de las preguntas! Y aquí, no se resuelve nada. El cenobita se marchó, despreciando todas las dudas que, junto al saltamontes, habían sido importantes; repudió rencorosamente todo aquello, dejándolo atrás. Hoy transita la vida como los hombres que disfrutan de la libertad: despiertos en verdad.

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deshonra n d o a l a mue rte (koan) —Pequeño saltamontes: ¿qué es la muerte y el nacimiento? —Ese pensamiento que te atraviesa, viene y se va. Sin embargo, el cenobita se entretuvo durante casi toda su vida curioseando con aquel pensamiento, que nunca pudo apresar.

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la r e s i d en c ia d el “S e r” (koan) —Pequeño saltamontes: entre tantos estímulos, aspiraciones voluntarias y sugestiones, ¿cómo reconocer al “auténtico Ser”? —¡Otra vez tú y tus preguntas desesperantes!… ya va siendo hora de que busques otro maestro —replicó a regañadientes el saltamontes, mientras sesteaba en la rama de un melocotón—. ¡¡Si siempre lo has tenido allí: en el no-pensamiento!! El cenobita partió musitando imprecaciones; seguramente era a su maestro a quien maldecía. ¡Y sólo por rebatirlo! Nula importancia dio al no-pensamiento. ※ comentario Para el “auténtico Ser” (como lo llamó el cenobita), el organismo, la esencia o las entrañas, no existe el “yo” ni el “otro”. Ergo, mientras opere el “yo”, no se descubrirá, en este sentido, nada importante… mucho menos trascendental. Sin embargo, si no opera el “yo”, ¿quién?

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l a sue r te d e l o s b uscad ore s (koan) ¡Que se sepa de aquellos maestros buenos!, cuya heredada sofistería indica instintivamente al necesitado “voltear hacia dentro”, ya que “tú eres tu propio maestro”. Mas, al ser educado en estos menesteres, los de la experiencia existencial, y al ser la mirada, de la mano guiada, ¡¿qué se puede realmente encontrar?! Seguramente (esto se ha visto desde siempre), la necesidad de “ayudar” a los demás desde la adquirida “libertad”; o, en el mejor de los casos, un comportamiento maquinal para andar por una mejor “realidad”. Empero, si el necesitado, en lugar de dirigirse a los buenos maestros, se acercara al hombre despreocupado, quizá, este último le diría: “si te digo qué buscar, vas a encontrar lo más importante, y eso, eso es más peligroso que no encontrar nada”. Sin embargo, si el hombre despreocupado calla, desoyendo su pregunta, muy posiblemente se confundiría el necesitado y se embriagaría en el silencio confeccionado. Y, paradójicamente, la pena más grande para alguien necesitado, es no necesitar nada: viviría siempre atormentado. ¿Lo ven? Por eso es tan importante el sarcástico consejo que, entre risas y en este sentido, nos ofrece el pequeño saltamontes: vivan siempre tranquilos. ※ comentario ¡¿Cómo?! 79


mof á ndo s e d e l z a z en (koan) —¡Deja de andar tras la meta de cualquier ideal! —exhortó el pequeño saltamontes al cenobita antes de partir. *** Unos veinte años después, el saltamontes, al pasar cerca del monasterio en donde alguna vez se había encontrado con aquel zagal y decidido monje, y recordando las palabras que en ese entonces le había otorgado, se acercó al cenobio para ver si en verdad había podido desentrañar el trasfondo de aquella, ahora tan lejana, exhortación. Empezó recorriendo los jardines del lugar, pero no encontró a nadie; luego las habitaciones, los salones de té, la cocina y, al final, temiendo lo peor, se acercó a la shala de meditación: ¡ahí se encontraba el cenobita!, absorto en una impecable práctica de zazen. ro.

—¡¿Qué haces aquí todavía?! —irrumpió el saltamontes sin repa-

El cenobita no reaccionó de ninguna manera; para ese entonces, era ya un maestro en el dominio de la mente. Simplemente interrumpió su práctica, y volteó jovialmente al recordar aquella voz tan estimada: —¡Maestro!, sigo fielmente el consejo que me obsequió: practico para así poder superar la imposición de los ideales. El saltamontes se partió de risa, justo ahí, en la shala, faltándole al respeto al “sagrado” lugar. 80


※ comentario ¡Pobre cenobita!: muy poco, o más bien nada, comprendió de la advertencia que le hizo el saltamontes. Pues… ¿cómo pretendía desechar los ideales, por medio, y atrapado, en otro profundo ideal? O, ¿acaso cree usted que el zazen (meditación), se escapa del deseo idealista?

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para s up era r l a s il usi one s del ti e m p o (koan) —Pequeño saltamontes: para poder evitar las ilusiones de la temporalidad, ¿es preciso yacer en el “presente”? —¡No, no, no! ¡¿Tan perdidos están?!… sólo es cuestión de andar en dirección opuesta al tiempo. Al cenobita, de las manos se le escurrió el tiempo de la mayor parte de su vida, intentando dar sentido a aquellas palabras. Hasta que, por fin, un día, no sabemos por qué, desertó.

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m e di tac ió n : n a d a e sp e cial (koan) —Pequeño saltamontes, miríadas de tradiciones alardean con relación a los beneficios esenciales que se pueden llegar a obtener al poner en práctica sus métodos de meditación. Pero… entre tantas disciplinas, ¿cuál es la mejor? ­—Me temo que cualquier ejercicio de concentración que se practique sentado no contiene nada especial. En realidad, la meditación es la meditación, cuando no hay “meditación”. Alguna vez, el tercer patriarca del zen, Gatha de Seng T’san, comentó: “si intentas detener el movimiento y alcanzar la tranquilidad, esa misma detención causará todavía más movimiento”. Desde entonces, el cenobita (¡vaya personaje!), se ha dedicado a practicar la no-meditación.

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cóm o s e d es c u b re la e te r nid a d (koan) —Pequeño saltamontes, ¿existe manera alguna de realizar la naturaleza de la eternidad? —¡Por supuesto! Basta con estar con ella… por lo menos una hora. —¡Maestro! ¿Y cómo hacer para distinguirla entre todas las cosas creadas e increadas? —¡Muy sencillo!: es lo único que en nada se asemeja, a “todas las cosas”.

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¿d e d ón d e v ie n en l as p r e g u n ta s ? (koan) —Pequeño saltamontes: las montañas, la vacuidad de los valles, el estrellado firmamento, los ríos, el aroma de las flores, ¡la vida!… ¿de dónde vienen? —Primero, muéstrame por favor el lugar de donde viene el porqué de tu pregunta. El cenobita, mientras señalaba con su dedo índice a su cabeza, afirmó al saltamontes: —De aquí, respetable maestro. —¡¿En verdad?! Entonces no te preocupes tanto por todo aquéllo… no vienes del mismo lugar —concluyó el saltamontes, sarcásticamente. ※ comentario Ni el saltamontes, ¡ni nadie (aunque a eso se dedique el narcisismo espiritual)!, podría ser tan irresponsable como para hablar con certeza sobre el origen de la universalidad. Sin embargo, en este caso, el saltamontes intenta hacer ver al cenobita que el observador no existe sin lo observado, y que sin las montañas o el agua de los ríos, no existiría su pregunta. Por ende, no viene el cuestionamiento únicamente de su mente, como afirmó ingenuamente el cenobita, sino de la interacción del conjunto de las cosas, ¡y de su origen!, por supuesto, aunque este lo ignoremos. 85


¿l a r e a l iz a c ió n d e l “se r”? (koan) —Pequeño saltamontes, para lograr la realización del ser, ¿qué…? —¡¡¿Quién te lo dio?!! —interrumpió abruptamente el saltamontes. —¿Qué cosa, respetable maestro? —¡El “ser”! ¿Quién te abasteció del “ser”? —Pienso que… bueno, los textos sagrados mencionan… —¡Regrésaselo a los textos! Tú no lo necesitas. El cenobita se ausentó de aquel lugar durante más de veinte años, hasta que un día, sin previo aviso, visitó nuevamente a su maestro: —Pequeño saltamontes, ¡he cumplido! Lo he devuelto a los textos. El saltamontes no dijo nada al respecto; únicamente sonrió al ver que lo que decía el cenobita era cierto. ※ comentario Hermoso y liberador es en verdad darse cuenta que no hay ningún “ser” que tenga que “despertar”, que se tenga que “realizar”, o, en el peor de los casos, que deba “iluminarse”. 86


el l e ng u a j e d e l o que e s (koan) —Pequeño saltamontes, después de haber estudiado fielmente junto a los más honorables maestros de este planeta, y tras haber penetrado en la esencia de las escrituras “sagradas”, permanezco insatisfecho. ¡Hay en mí una molesta necesidad de comprender aún más! ¿Por qué yacen estos entresijos en mi mente? —¡Aprende todo de nuevo, utilizando el lenguaje correcto! —¿Y qué lenguaje es ese, respetable maestro? —Aquel que nunca se dice ser “el correcto”. ※ comentario Seamos sinceros: las doctrinas de “la verdad”, así como sus representantes y los “sagrados” textos, se alejan demasiado de la mundana hermosura de lo puramente humano. El saltamontes, en este koan, hace referencia al lenguaje natural, al de nuestra sensibilidad; aquel que en su “irreverencia” se concatena con la despreocupación, y que a nadie ni a nada tiene que rendir cuentas ni homenaje. El saltamontes invita al cenobita al lenguaje que está a la altura de su realidad, de lo que es, que, por cierto, ¡nunca deja de sorprender!, para que logre dejar de lado todas aquellas cosas de naturaleza medrosa… fantasiosas. 87


¿es pr e s en te l o ete rno? (koan) —Pequeño saltamontes, aducen los grandes patriarcas del zen que es eterno el momento presente… —¡Se visten antes de haber nacido! Por cierto, ¿qué llevabas puesto antes de nacer? Súbitamente, el cenobita se despreocupó por la supuesta eternidad de los momentos. Permaneció en el monasterio unos años más, ¡no ya esperando el momento de realizar cualquier cosa!, sino únicamente con la intención de disfrutar de aquel paisaje paradisiaco, convivir con la congregación de monjes que nunca incordiaba, degustar de la delectable comida que ahí se preparaba (y que era, además, regalada), y de un confortable lugar para pasar las heladas. ※ comentario El cenobita quiso profundizar en la infinidad, pero el saltamontes, ajeno a tales menesteres, replicó en términos de lo que él conocía: la temporalidad. Con su respuesta sin sentido (¿?), le transmitió algo verdaderamente importante para vivir, y no las quijotadas que, seguramente, el cenobita pensaba oír. Esto es: si alguna enseñanza te distrae de la sencillez y la mundanidad de la vida diaria, no es una buena enseñanza. “¿Qué llevabas puesto antes de nacer?” ¡Mostradme eso que es eterno, y nunca cambia! Hacedme reír. 88


¿q ué q u ie re d e c ir se r e s piritu a l ? (koan) —Pequeño saltamontes, ¿qué significa ser espiritual? —¡Ah, la histriónica gente de fe y su frenética búsqueda de “seguridad”! Vive obsesionada con el mañana, ¡que no existe!, que nunca está. También hay algunos cuantos que, jocosamente, se empeñan por el “eterno” presente, pero su presencia no es más que el disimulo de la posteridad: el deseo. Y a veces también, en los casos más enfermizos, se piensa que el desenvolvimiento del destino puede llegar a estar al servicio de conveniencias y requisitos. —Maestro, sé muy bien de que me hablas: ¡lo conozco de primera mano! Y ahora, que soy tan espiritual, ¿cómo puedo evitarlo? —Aprovechando tu existencia con sinceridad. —¡¿Cómo?! El saltamontes se fue.

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la úni c a f o rma d e conoce rse (koan) —¡Pequeño saltamontes! ¿Qué debo hacer para conocerme, para saber lo que soy? —En cuanto al “autoconocimiento”, sólo una cosa te puedo decir: ¡nunca utilices la mente, de nada te va a servir! *** Al cenobita dejó de importarle aquello del “autoconocimiento”, y más bien dedicó gran parte de su vida a intentar desentrañar la recomendación que le había hecho el pequeño saltamontes. Pero pasaron los años, y con ellos las fuerzas que le permitían seguir intentando resolver aquel abstruso consejo. Hoy, mientras que en el apogeo de la senectud, el cenobita pasa los días jugando xiangqi y bebiendo baijiu entre el pandemónium del mercado del pueblo. Regresa siempre a su casa entonando alguna hermosa melodía para sus crisantemos; pernocta en el jardín, en la alfombra o en cualquier parte… más que despreocupado.

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diluc ida n d o “e l d estino” (koan) —Pequeño maestro, ¿existe un destino para cada uno de nosotros? —¡Cuidado! —gritó el saltamontes mientras señalaba a una araña que se paseaba entre los pies del cenobita—. ¡Písala, puede ser de peligro! El cenobita no lo pensó dos veces e, ipso facto, destripó a la araña de un pisotón. —¡Listo! —enunció el saltamontes con una voz disimulada—. Has cumplido con su destino.

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harto de l o s s e rm o ne s (koan) —Sobre “la vida”, pequeño saltamontes, cansado estoy de tener que escuchar sermones que presumen envolver sus más importantes razones. —¡La vida!, por suerte —sonrió, impávido, el saltamontes—, nunca ha sido cuestión de entenderse… sino de hacerse a la idea. Los que la “entienden” hablan de ella con suficientes “pruebas” en sus voces pero… en la alborada, al verterse en ti el primer chispazo del horizonte, ¿en dónde quedan? El cenobita se despojó del fervoroso mundo infructuoso de las concepciones, para sumergirse, gustoso, en el de las experiencias.

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“ e l hijo d e d io s ”: una vi s ió n erra n te (koan) —Pequeño saltamontes, ¿qué opinión te merece “el hijo de dios” que, según ciertos anales, llegó para convidar a la humanidad al “reino de los cielos”? —Ninguna que valga la pena. —¡Compárteme siquiera si su empeño tuvo algo de certero! —Siempre he pensado que una visión romántica y esperanzada, es una visión distante. ※ comentario Podemos discurrir, a partir de las palabras del saltamontes, que este personaje de la historia (mitológico, o no) pretendió estar muy por encima de sí: de su cotidianidad, de su mundanidad, y de la vida diaria. Razón por la cual, desde siempre y hasta el día de hoy, el mundo, se le ha ido de las manos.

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¿qu ié n e s , d e l a v id a, un b ue n ma es tro ? (koan) —Respetable pequeño saltamontes, antes de partir, te pido tan sólo que me digas: ¿cómo he de hacer para distinguir al Maestro correcto? —¡Por supuesto! —respondió el saltamontes, entusiasmado—. Es aquel junto a quien no vale la pena permanecer… ¡ah!, y, lo más importante: es quien no pueda tus dudas, esclarecer. El cenobita, hasta la fecha, esforzándose por imaginar a ese buen Maestro, no ha podido partir. ※ comentario Un gran maestro, ¡o gran pensador!, no es aquel que genera discípulos ni seguidores, sino más probablemente, el que genera polémica. No precisa que confíes en él, ya que poco tiene que confiarte. Te incomoda, te hace pensar, ¡te genera controversia!, y muy seguramente, en muchos momentos, llegarás a repudiarle. Así que no, no es como los otros maestros: reconfortantes.

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de l o s q u e v iv e n pa r a dej a r d e e x istir (koan) —¡Cenobita, ven aquí! —le ordenó el pequeño saltamontes—. Tú, que “conscientemente” decidiste caminar la vía espiritual, y llegar lo más puro posible al perecimiento, te pido que me ayudes con el siguiente cuestionamiento: ¿es más bello vivir, o dejar de existir? —Respetable maestro… Después de un incómodo silencio, el cenobita se ruborizó al no saber qué contestar. —Si no lo sabes, ¿qué haces aquí apostando tu vida a la posteridad? ※ comentario “Vivir para morir”, como promueve irresponsablemente la religiosidad, no es evolucionar, no es crecimiento, no es artistía, no es comprensión, ¡no es virtuosidad!… mucho menos creación. Entonces, nos pregunto: ¿es posible aprovechar la existencia mientras que en la preparación para pasar “a mejor vida”, como se expresa en la jerga de la milagrosidad?

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por qué n o e x i s te u n se nti d o (koan) —¡Monje, ven aquí! —Maestro. —¿Le encuentras a la vida, algún sentido? —¿Y cómo saberlo?… usted mismo lo ha dicho. —¡Idiota! —respondió el saltamontes con un bastonazo. —¡Ouch! —se dolió el cenobita—. Pero, ¡maestro! ¡No hago más que reafirmar su enseñanza! —¡Piensa por ti mismo! —Entonces… ¿puede tener sentido? —En este momento, son muchos los que percibo. —¿Cuáles, pequeño maestro? —Todos los que ni yo, ni nadie, podemos otorgarle. ※ comentario Al parecer, el ser humano necesita una idea que obligue a la totalidad rebosar de sentido; ¡cualquiera que ésta sea!: tao, dios, uno, universo, consciencia, amor, etc. Poco importa que estas ideas superen nuestra fuerza racional: vale más que tengan sentido nuestras esperanzas. 96


¿u no c o n el u n iv e r so, o uno má s ? (koan) —Pequeño saltamontes, me arroba una sensación mística de unión con la totalidad; ¡está claro!: somos todos, y todo, uno con la universalidad. —¡Y dos y tres y mil! ¡Pero en virtud de que tú ya te has visto indiviso con todos y con todo lo demás!, y en consecuencia, tomado en cuenta por la realidad, hay algo que quizá me puedas ayudar a dilucidar. Pero antes, dime: ¿impera en tu destino la sincronía que dices tener con el universo y con todo lo demás, o es esa unión, superada por el azar? ※ comentario Enajenarse para después sensibilizarse (hacerse “más consciente”) utilizando el viejo truco del “uno” conceptual, es… ¡bah! ¿Quién soy yo, en este caso, para juzgar? Si realmente os causa curiosidad, preguntad al saltamontes.

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¿no ha y p e rf ec c ió n? (koan) —Pequeño saltamontes, ¿por qué en nuestro mundo de seres sensibles, no existe la perfección? —Porque alguien lo dijo, tú lo repetiste, y alguien más, fácilmente te lo creyó.

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de l a na tu ra l ez a del se r h u m a n o (koan) —Pequeño saltamontes: el ser humano, ¿es de buena naturaleza? —Ven, ven, acércate a la ventana —le pidió el saltamontes misteriosamente—. Observa la helada nevisca: ¡cae!, sin importarle cuan frágiles son los cerezos. ¡Ya no tendremos cerezos! ¡Ah!, pero desde aquí: qué bella y blanca es. Al cenobita, poco le importó volver a intentar descifrar el misterio natural, ¡y a veces tan bello!, que guardan las cosas. ※ comentario Hablan sobre la naturaleza del hombre como si fueran sus entrañas una especie de depositario de “buenas” o “malas” inclinaciones que alguien, o algo, de antemano, decidió. ¡Una cosa es segura! Nuestro pensamiento presume ser de naturaleza bastante idiota.

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cóm o e sq u iv a r l a v e rd ad (koan) —Pequeño saltamontes, sólo contigo me logro sincerar y, en realidad, ¡muchas veces me pesa la realidad! ¿Habrá alguna manera de poderla ignorar? —Sí… sí que la hay. Sé de una cofradía de acoquinados que, para hacerse fuertes, dan la espalda a lo que realmente hay. —¡Lo mismo me da si me señalan de amedrentado! —alzó la voz el cenobita—. ¡Yo busco tranquilidad! ¿Dónde la puedo encontrar? —En “ti mismo”, aduce la herencia de la milagrosidad; sólo es cuestión de sentirse espiritual. ※ comentario El saltamontes no dio a la pregunta del cenobita la debida seriedad; el porqué, no os lo puedo asegurar, pero hay algo aún más liberador que conseguir ignorar la realidad. Eso es, poderos despreocupar.

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¿s up e r a r a l eg o ? (koan) —¡Pequeño saltamontes! La necesidad de volver a sentir esa hermosa lección de humildad que te muestra que eres nada, es acuciante. ¡Pero me lo impide el ego!, pues le gusta hacerme sentir que soy alguien, y además importante. Por eso te ruego, respetable maestro, me compartas qué sadhana (ejercicio espiritual) es el más adecuado para superar la falsedad del ego. —Claro: lo más adecuado, es no necesitar superar la falsedad del ego. ※ comentario El “ego” me recuerda aquel amigo imaginario que se me obligó a tener en la niñez: dios. Es decir, una fantasmagórica idea más, de la que se alimentan miedos, obligaciones, razones, creencias y, en el peor de los casos, algo que superar.

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¿c óm o e s c a p a r a l a mue rte ? (koan) —Pequeño saltamontes, ¿lo más importante al morir es haber dejado un bonito legado, haber “despertado”, haber…? —¡No, no, no! —interrumpió estrepitosamente el saltamontes—. ¡¿De qué me estás hablando?! Lo único importante al morir, es saber que el curioso siempre olvida lo necesario. Sin embargo, no fue sino hasta poco antes de su muerte, que el cenobita, se olvidó de morir. ※ comentario El cenobita se dirigió al saltamontes en términos de muerte, pero este último le respondió aludiendo a la vida. El saltamontes en ningún momento pretendió otorgarle la solución para encaminarlo de la mejor manera hacia la muerte: ¡¿qué podría saber él de la muerte?!; más bien buscó dejar inerme al cenobita ante el misterio que ésta representa. A resultas de lo cual, le responde con un ejercicio dialéctico para que pudiera darse cuenta de que su curiosidad sobre lo que pase a la hora de morir es completamente ineficaz; que al estar, en vida, curioseando con el perecimiento o lo que viene después de él, hace que, probablemente, se le escape lo necesario (nótese que el término “necesario” en este escrito no sugiere lo “obligatorio”; más bien hace referencia a “lo más importante”). 102


¿a c uán to s l es b a sta c on s e r h u m a n o s ? (koan) —¡Cenobita! ¿Estás al tanto de que aquí, sentado, intentando despertar, sigues siendo un ser ordinario? ¡Pero eso no importa! Dime una cosa: ¿qué serías al despertar? El cenobita, molesto por estar aún muy distante a la respuesta, tomó la temeraria decisión de partir hacia la cordillera del Himalaya para emparedarse en una cueva, como lo han hecho tantos, y apartarse de la más mínima distracción hacia la iluminación. Después de muchos años, aquel régimen tenía famélico al pobre hombre, y a pesar de que aún no tenía una buena respuesta, al intuir, por su estado de inanición, que se avecinaba la muerte, se vio obligado a regresar al monasterio. —¡Cuéntame tus cuitas! —le dijo el pequeño saltamontes a manera de bienvenida—. ¿O es que pudiste ver sin rodeos las realidades de la vida? —Yo qué sé Maestro, ¡yo qué sé! —respondió el cenobita, más débil que frustrado—. La montaña sigue siendo montaña, el río sigue siendo río, y la flor sigue siendo flor. —Descansa, Maestro. Ha terminado tu viaje. ※ comentario El hombre, en su desesperanza, se concede huecas palabras para “llenar” vacíos inexistentes: espíritu, alma, ánima, ser supremo, “realidad” última, etcétera. Y así, ¡DEJA DE SER ordinario! ¡Pobre!… si tan sólo le bastara ser hombre… 103


supe r pe n s a mie n to (koan) —¡Otra vez tú! —exclamó el pequeño saltamontes a regañadientes mientras se acercaba el cenobita—. ¡¿No te han sido suficientes las miles de horas que llevas curioseando con el “in-consciente”?! —Maestro, a veces percibo, entre prácticas meditativas, que mi pensamiento es claro. Y, ¡sin embargo!, sigo indagando. ¡¿Cómo saber que mi meditación ha terminado, que puedo voltear la mirada hacia otro lado?! —Muy sencillo: el día en que seas capaz de originar un pensamiento que reflexione de manera simultánea sobre sí mismo, y la totalidad. —No entiendo, pequeño maestro. —¡Un superpensamiento! Aquel que puede observarse a sí mismo (como pensamiento) y, al mismo tiempo, al resto del universo. ※ comentario El “superpensamiento” es el más claro entendimiento que puede concebirse en el mundo. Pero… ¿puede concebirse? ¿Descansará algún día el cenobita, o estará condenado a meditar… y meditar?

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y e nd o, reg re s a n d o (koan) —Pequeño saltamontes, ¿qué le dirías a un monje que se va del monasterio, y no regresa nunca? —Le diría que es un tonto. —Y entonces, ¿qué dirías al monje que se va del monasterio, pero termina por regresar? —¡Le diría tonto! Y, además, inconsolable. ※ comentario El primer monje se retira al mundo de las bellas y mundanas tentaciones. ¡Vaya tonto! ¿Qué le hizo tardar tanto? En cambio el segundo, tonto inconsolable, vuelve al mundo de las bellas y mundanas tentaciones. Pero… ¡pobre! Se siente ordinario, se ve perdido, sin sentido, ¡con la necesidad de trascender!, y no tiene más remedio que regresar al consuelo gazmoño que ofrecen los recintos monacales. (Inspirado en un koan japonés de antaño).

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la e x pl ica c ió n d e l mund o (koan) —Pequeño saltamontes, este mundo, ¿es explicable? —Por supuesto ¡¿Qué no te has dado cuenta?!: los budas han venido para auxiliarte. —¡Cuánta razón! —contestó el cenobita, libre ya de aquella pesada interrogante—. Gracias, maestro; hoy podré dormir en paz. ※ comentario A lo largo de la historia, en el caso de las personas como el cenobita, cualquier explicación que derive de la sabiduría de nuestra herencia es bienvenida: mientras colme el afán, ¡oh desgracia!, será aceptable. P.D. Por favor, no caiga igual de bajo. Y es que hay tantos que van por ahí creyendo haber entendido algo, simplemente por decir: “es inexplicable”.

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l a e ns e ñ a n z a má s ap rop i ad a (koan) —Pequeño saltamontes, harto estoy de los cánones budistas que se ofrecen como garantes de la más sublime realización. ¡Bellaca doctrina!: conozco poco, por no decir nada, de la vida. ¡Pero eso sí!, me han hecho un experto en las nobles verdades, en el sendero “correcto” y la idolatría; además, estoy muy bien adiestrado para poder evitar la reencarnación. ¿Será que me equivoqué de doctrina? Si es así, ¿qué disciplina debo seguir? —Presta atención, ¡únicamente!, a la enseñanza que se desinterese en preservar su autoridad; esa que no precise convencerte de nada, que no te invite a “llegar”, ni a profundizar, y más bien actúe en favor del pensamiento sincero. El cenobita, dejó de serlo. Sin embargo, siguió su camino desamparado: jamás se topó con aquella enseñanza. ※ comentario Para los exponentes oficiales de las doctrinas, el librepensamiento, o pensamiento sincero, es más que impertinente: aquel que es fuente de dudas, es creativo, fresco y destella descreídas (y, por supuesto, molestas) críticas. Razón por la cual, cualquier sistema moral con una base espiritual, se convierte en un fiero instrumento por medio del que el poder conserva su autoridad, e indefectiblemente, se opaca el vigor y la libertad intelectual. 107


¿el univers o e s in f inito? (koan) —Pequeño saltamontes: se afirma, con total ligereza que este universo es interminable. ¿Es conveniente estar de acuerdo? —Es una aserción bastante arriesgada, ya que, con la mente, no se puede andar tan lejos. —Sin embargo, respetable maestro, ¿hay manera de saberlo? —Sí, sí que la hay: llegando físicamente hasta el infinito.

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el di sc u rs o d e l s iglo (koan) El cenobita exhortó al pequeño saltamontes a que obsequiara a la comunidad monástica el discurso más importante del año: aquel que se presenta el día en que los monjes de toda aquella región, sin importar su escuela o tradición, se congregan. El pequeño saltamontes subió al estrado frente a la anhelante mirada de cientos de mentes enbudecidas. Tomó el micrófono, y no dijo más que una sola palabra: “¡suerte!” Al bajar, uno de los líderes espirituales que se encontraba presente se acercó al saltamontes: —¡Maestro! Malamente creía que no estaba familiarizado con la enseñanza. Ya veo lo equivocado que estaba. —Lo siento. ¿De qué enseñanza me habla? El líder monacal se dio la vuelta y partió, pues nada tuvo que agregar a la pregunta del saltamontes. ※ comentario Para olvidar necesitar comprender-os: ¿cuántas palabras del “maestro” o de los textos necesitáis?… ¿cuántas? P.D. Si alguien piensa dar charlas o escribir sobre la vida, recordad bien este discurso. 109


cóm o r e c o n o c er al m ae stro c o rrec to (koan) —Pequeño saltamontes, para ayudarme a poder degustar del quid de la vida, ¿cómo sabré quién es el maestro correcto? —Muy sencillo: cuando te acerques a algún cenobio y te reciba un maestro sin intenciones de querer ayudarte, ¡no es él! Ahora bien, si por el camino te encuentras accidentalmente a un maestro que no suele desviarse para ayudar a nadie, pero que, al estar junto a ti, con gusto lo haría, tampoco es él. ※ comentario Tendría que ser algo ya bien sabido, que la mejor ayuda que alguien puede recibir en este sentido es “ninguna ayuda”, o la “no-ayuda”, como se expresa en la jerga del Zen. Pero, ¡ojo! No os confundáis pensando que quizá el koan alude a las herramientas “interiores” (consciencia, “niño interior”, el “sí-mismo”, etcétera). Sería contraproducente: eso de haceros demasiado “interiores”; los vientos no se aferran a un lado o al otro. Al respecto, alguna vez Nyogen Senzaki comentó: “muchas sectas [espirituales], quieren ayudar a la gente, sin darse cuenta de que su ayuda perturba el crecimiento de los ‘ayudados’, y de ellos mismos”.

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del se r h u m a n o , ¿q ué e s l o q u e trasci e nd e ? (koan) —Pequeño saltamontes: de nuestra existencia, ¿qué es lo que trasciende? —Verás… cada noche acompaño en un mismo canto a las ranas y las cigarras. Alumbran las estrellas nuestra velada y, de ellas, seguimos sin saber nada. También hay anocheceres de cielo nublado, pero… poco nos preocupamos: las luciérnagas brillan más cerca que las estrellas. Al tanto estoy de que nunca se escucha dos veces el mismo canto: muchos se van, y otros cuantos llegan. Pero eso poco importa, ¡o más bien nada!, tras la alborada, donde me arroban otras voces entonadas: el trinar del jilguero, ¡el coro de los estorninos negros!, y el susurro del colibrí. ¿Hay algo más que te deba decir? El cenobita acompañó al saltamontes esa misma velada y, sobre el tema, jamás volvió a cuestionarse nada. ※ comentario El saltamontes no lograba (tampoco es que le interesara) enfocarse en “eso” que supuestamente “trasciende”. Por ende, su respuesta, contraria a la que hubiera dado un “místico” o un espiritual maestro, se limitó a lo que él vive, siendo eso lo que sabe; muy lejos también de la peligrosa imaginación sugestionable. El cenobita buscaba una respuesta que aludiera a lo humanamente impenetrable. Pero, ¡de eso!, sea lo que sea tal cosa, el pequeño saltamontes, ¿qué podría saber? 111


intenc i on e s q u e te cortan la c a be za (koan) En tanto que el pequeño saltamontes masticaba su hierba en los jardines del cenobio, notó la presencia de un garboso chaval que se dirigía a las puertas de aquel recinto, destellando intenciones monacales: —¡¿Qué diablos crees que haces?! —reprendió sorpresivamente el saltamontes al, hasta ese momento, futuro cenobita. —Señor, he venido a ordenarme como monje: deseo llevar una valiosa forma de vida, y beneficiar a todos los seres sensibles. —No tienes la más mínima idea de lo que dices. ¡Te cortarán la cabeza! Así que no seas imbécil y lárgate, que aún puedes. —Pero… —¡Vete! ¿Deseas ser bueno con el mundo? Vacía una ánfora de sake cantando junto a las aves. ※

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comentario ¡A punto estuvo aquel zagal de perder la cabeza! Por fortuna, el saltamontes logró impedir que se construyeran en su mente ataduras casi irreversibles: las cenobíticas. Al respecto, el maestro Nyogen Zensaki alguna vez comentó: “al igual que en un árbol solitario del desierto se reúnen pájaros y monos, así es un monje encumbrado por amigos, admiradores, [una arcana tradición, e ideales esperanzadores]”.

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el l ug ar d e l o s q u e mue re n (koan) —Pequeño saltamontes, el día en que mueras, y sólo quede tu cadáver, ¿dónde podré encontrarte? —Por eso no te preocupes… yo te encontraré primero. —¡¿Nos encontraremos acaso en el lugar donde nada nace ni muere?! —preguntó el cenobita, entusiasmado. —¡Qué dices! ¡Por supuesto que no! Nos reuniremos en el lugar en donde no existen las cosas que nunca nacen, y menos aún, las que nunca mueren. ※ comentario El lugar en donde el cenobita se imagina que se pueden hallar, no es más que un ideal, una fantasía, razón por la cual el saltamontes le responde con otra absurdidad. O… ¡¿será que el saltamontes está más que equivocado?! ¿En dónde existe, pues, tal lugar? ¡Señálenlo por favor! Y muchos podrán rebatir al saltamontes: “¿cómo puedes apuntar a la inexistencia de algo, si no la puedes comprobar?” Imaginemos por un momento un mundo en el que cualquier cosa imaginable tuviera la posibilidad de convertirse en un camino “real”: se perderían por completo la sinceridad y sensatez intelectual. ¡Albricias! Algunos estarían esperanzados, quizá, en mundos de chocolate, y otros tantos nos alentarían con la construcción de maravillosas “realidades” (bueno, de eso, nunca hemos estado lejos). 114


de q ui e n p re ten d e ha c e r s e e tern o (koan) —Pequeño maestro, ¿es conveniente hacerse eterno? —¡Yo qué sé! Esa empresa es sólo para quien se hizo temporal. —Respetable maestro, no logro entenderlo. ※ Te buscas en silencios que resaltan en el tiempo, lejos de la quietud natural. ¡Sal del zendo esta noche de invierno, y escucha caer los cerezos!

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¿alg uie n p u e d e p ensar en na da ? (koan) —¡Cenobita! Ven aquí —le ordenó el pequeño saltamontes, mientras que en los jardines del cenobio. —Maestro. —¡No pienses en nada! El cenobita se puso de pie, hizo una seña despectiva hacia el recinto monacal y, sin decir una sola palabra al saltamontes, se fue para siempre de aquel lugar. ※ comentario Primero que “nada”, espero podamos estar de acuerdo en que, ni “el vacío”, ni ninguna otra locución, pueden definir a “la nada”, ya que, cualquier definición de esta la convierte, automáticamente, en “algo”. ¡Qué más da si es únicamente de manera conceptual! Sólo pretendo que se comprenda este principio. Asímismo, para la mala fortuna de las mentes idealistas, en nuestro universo “la nada” no es algo concebible, por no decir posible, ya que cualquier mota de espacio sideral estará, por lo menos, plagada del campo gravitatorio, el campo electromagnético y el campo de Higgs (hagamos caso omiso, por esta ocasión, de las partículas virtuales).

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De igual manera, para que funcione la mente, ¡qué digo funcione!, para su existencia, se tienen que estar produciendo en el cerebro constantemente reacciones electroquímicas, a través de las cuales sucede todo el ajetreo mental que, evidentemente, no puede suspenderse. Bueno, al menos que nuestro cuerpo este ya muy fresquito, es decir, bien muerto. Oh… ¡¿será que alguien es capaz de pensar en nada?! El cenobita ipso facto se dio cuenta (no me pregunten cómo) de que la petición del pequeño saltamontes no tenía visos de realidad, ya que “la nada” se consumiría en sí misma, y toda aquella doctrina estaba muy lejos de que eso le sucediera. Al salir del monasterio, dejó atrás los menesteres de la “vacuidad”, y empezó a disfrutar de los placeres de la diversidad… llena de cosas.

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¿sa b e r v iv ir o apr o ve c h a r l a e x iste ncia? (koan) —Pequeño saltamontes, al observarme a mí y a mis conciudadanos, me pregunto: ¿por qué será tan trágico el asunto ese de saber vivir adecuadamente? El saltamontes voló hacia la rama más próxima del melocotón, y le pegó tres fuertes bastonazos en la cabeza. —¡Ouch! —se dolió el cenobita en voz alta. Acto seguido, suplicó al saltamontes, por medio de su respuesta, que dejara de lastimarlo; el asunto en cuestión estaba ya, más que solucionado: —¡Todo está claro: nada está claro! —Bien… nadie queda insatisfecho —concluyó el saltamontes, loando, como pocas veces, el entendimiento de su aprendiz. ※ comentario “¡Todo está claro: nada está claro!”: muy, pero muy difícil, que alguien pueda concebir tan compleja enseñanza. Sin embargo, al cenobita la realización le llegó como un relámpago de luz. Para experimentar el dolor de los bastonazos de su maestro, nada previo tuvo que saber; dicha experiencia fue sorpresiva, espontánea, 118


inesperada, natural, insospechable, reveladora, con mucho sabor, ¡e incluso artística! Por más que el monje tuviera vastos conocimientos acerca de recibir bastonazos, no podría nunca saber nada sobre el dolor que estos producen sin antes haberlos recibido. ¡Esto me suena mucho a la vida! Sólo se puede saber lo que ha sido ya vivido; por eso causa tanto agobio el intentar saber lo que no ha existido: no tiene sabor, ni gracia, ni artistía. ¡¡¿Quién necesita saber cómo vivir la vida?!!… Menudas vías tan desabridas. Cómo hacer pipí, es una lección para niños; cómo vivir, es una lección para… ¡perdón!, prefiero no ser tan ofensivo. Además, no encuentro tan atinado eufemismo. ¿Saber vivir, o aprovechar la existencia? ¿O considera usted, lector, que son ramas de un mismo árbol?

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¿c onoc ers e a s í m ismo? (koan) —Pequeño saltamontes, mientras que en el camino, ¿dirías que es de vital importancia “conocerse a sí mismo”? —¿Para qué querrías, en cualquier camino, “conocerte a ti mismo”? —Quiero saber lo que realmente soy. —Y en este momento, en el que aún no sabes lo que eres en realidad… ¿quién eres? —Me conozco apenas como un montón de definiciones. —¡¿Y esperas llegar a algo más buscándo-te?! ¿O acaso estas pendiente de alguna revelación “indecible”? ¡Ja, ja! De esa manera podrás, más tranquilamente, definirte como algo “indescriptible”. Claro, si es que antes no te contagian los prelados del Gran Culto de los Necesitados con su halagüeño “soy”. —¡¿Qué hago entonces?! —contestó el cenobita, abrumado—. ¿Desbarato todos los discursos, y lo que me han enseñado? —Antes de eso, escucha una última charla: el sonido del agua corriendo. Después, haz lo que quieras con ellos. ※

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comentario “Escucha el sonido del agua corriendo”. En otras palabras: ¡interactúa! ¿Qué se puede realmente llegar a conocer entre prácticas, sermones, métodos, retiros, meditaciones y demás? ¡¿A uno mismo?! Joder… si es ese el caso, lo mismo sería decir: falsos consuelos, o paradigmas metafísicos. No sabría definir la vida, pero me queda claro que tiene mucho parecido a una obra de arte en la que hay que participar e interactuar, ¡incluso con el silencio!, y no pretender, como hacen los acólitos de la credulidad, volverse parte de él para poder (¡vaya dislate!) descubrir-se. Al interactuar con la multiplicidad, ¿qué os queda por conocer? ¿Necesitáis del silencio? Tendrían más frutos vuestros esfuerzos en medio de una kermés. “Escucha el sonido del agua corriendo”: lo más sincero que vas a saber de ti, es en la intimidad con las diez mil cosas.

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¿qu ié n n e c es ita s a b e r? (koan) —Pequeño saltamontes, ¡cuánta razón guardan nuestros hermanos hinduistas!: es una putada tener que vivir atrapados en este universo de cosas fenoménicas, tejido de la maya (ilusión). ¡Vaya infortunio, maestro: qué realidad es ésta! —Una realidad que no es ni falsa ni verdadera; tampoco es eterna, ni transitoria; no es inferior… mucho menos numinosa. No es ninguna de tus pre-concepciones, ni las de nuestros hermanos hinduistas. —¡Pero… algo tiene que ser! —¡Sí!: existe. —¿Y cómo estar seguro de que, en realidad, existe? —¿Quién necesita saber? ※ comentario La realidad debe ser, aduce el poeta, aquello de lo que se apropia la mirada en cualquier, y ningún lugar.

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l os l ím ite s d e l a ignoranci a (koan) —¡Cenobita!… ¡acércate! —ordenó el pequeño saltamontes. —Decidme, maestro. —Has dedicado tus días a conocer la realización, el amor, la sabiduría, a ti mismo, eso que no se puede saber y hasta los regocijos que tendrás después de perecer. —Así es, maestro. Ha sido el esfuerzo de toda una vida. —Imagino, entonces, después de tan sincero empeño, que eres también capaz de medir los alcances de tu ignorancia. ¡Por favor, háblame de ellos! ¿Hasta dónde llega lo que sabes, hasta dónde el desconocimiento? ※ comentario ¿Pretendéis hablar de razones y causas? Enunciad primero todo aquello que ignoráis del universo.

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¿pensados, después creados? (koan) —Pequeño saltamontes, ¿el universo fue creado con nosotros en mente? —Dicho de otro modo: en ascuas te tiene el no saber si existe un “plan supremo” en el que encajas. —No lo sé… pero si no lo hubiera, me costaría aceptarlo. —“Supremo-ordinario”, “plan-casualidad”, “mente-ningún rumbo”: pese a tus dicotomías intelectuales, este año, en el Monte Fuji, no habrá cerezos. ※ comentario ¡Qué mejor respuesta! En las diez estaciones del Monte Fuji, nunca han habido cerezos.

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despué s d e to d o , ¿q ué ? (koan) —¿Por qué has permitido darte a conocer como el vigésimo octavo patriarca del zen? —preguntó el cenobita a Bodhidharma en un tono displicente, y sin antes haberle ofrecido sus respetos, como se habitúa—. ¿Qué es eso tan importante que transmites a los demás? —Me temo que no hablamos el mismo zen. ¡¿En dónde está tu zen?! —He venido por él. —¡Sigues estando muy lejos! Por entre los cuatro rincones de la tierra, y en medio de las diez mil cosas, sólo encontrarás a otros viejos maestros como yo; el zen siempre está del otro lado. Bodhidharma dibujó una línea horizontal en el aire, y se cruzó, “del otro lado”. ※ comentario Imposible que el zen se pueda transmitir con palabras, ¡el zen no contiene palabras! Y el silencio… el silencio es demasiado frágil como para suponerlo. Asimismo, para la mala fortuna del cenobita, y de los buscadores, el zen no toma en cuenta los sentimientos humanos; tampoco las buenas intenciones.

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Sería quizá conveniente, que todo aquel que necesite recitar mantras, oraciones, o cualquier otro tipo de locución “superior”, y los que se regocijan en interiores experiencias místicas o “trascendentes”, repitan la enseñanza sin enseñanza de Bodhidharma; en otras palabras, que pinten una línea imaginaria en el aire, y pasen, del otro lado. Nótese que, en este koan, la palabra “zen” se utiliza para hacer referencia al imposible de los necesitados (buscadores).

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de vi d a o m u erte (koan) Mientras que en el monástico migrar veraniego, el pequeño saltamontes se detuvo ante el primer devoto desconocido que se cruzó en su camino, y sin más ni menos, arrojó el problema: —¡Origina un pensamiento vacío! Después de un lustro de profunda meditación, y sin haber vuelto a emigrar, aquel monje, alguna vez errante, por fin se acercó, abatido, al saltamontes: —Maestro, no he sido capaz de vadear el problema. Ahora debo regresar a Koyasan: mi familia me espera. —Vuélvelo a intentar, sólo un par de meses más — le urgió el saltamontes. Al cabo de unos cuantos meses, el aspirante regresó chillando al Maestro: —¡No soy digno de la iluminación! —¡Vuélvelo a intentar! —ordenó el saltamontes, al borde de perder los estribos—. Si mañana a estas horas no has logrado la iluminación, lo único que te quedará por hacer, será quitarte la vida. Al día siguiente… ¡bah! No hace falta decir más. ※ 127


comentario ¿Por qué habrán perdido tantos, tanto tiempo, esforzándose por la iluminación? Si fuera un asunto de vida o muerte, ipso facto se habrían iluminado. Seguramente es porque nuestra naturaleza a nadie exige dicho estado, es más un asunto, del “ser”-humano.

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el a c a bo s e d e l a s p re guntas (koan) —Pequeño saltamontes, ¿por qué estoy aquí contigo: en esta hermosa montaña, en este hermoso monasterio, bajo este cándido cielo? ¿Será su manera [de la vida] de decirme que el mal que ocasionó mi karma, está ya resarcido? —¡Ya te muestro yo por qué! —el saltamontes, encolerizado, se prendió fuego a sí mismo y… ¿se fue? ※ comentario Muchas de las preguntas del cenobita han rebosado de necedad, y otras tantas han sido más que innecesarias. ¡Pero esta última!, es el acabose. De las fascinantes experiencias que nos permite disfrutar este orbe, ¡¿para qué nos sirven ulteriores descripciones?! Para una cosa será: colmar el afán. Considero, y de antemano me disculpo si es que estoy equivocado, que si las experiencias vividas necesitan ser complementadas por algún texto, sermón, o consejo, es que se está muy distraído (hablo en términos existenciales, por supuesto). ¡¿Qué es eso tan necesario que florece en la mente y no en la multiplicidad?! ¡Fantasías!… eso. Parece que para el humano es más importante el “saber por qué”, que el vivir-lo. ¿O será que la mente no sólo es capaz de contener indefinidamente la realidad y el quid de nuestras experiencias, sino que también es apta para pormenorizar, ¡inequívocamente!, las razones de la afortunada combinación de elementos animados e “inanimados” que permiten nuestras vivencias? El saltamontes se quemó, obsequiando al cenobita el aprendizaje más importante de su vida. 129



po e m as Ze n

诗歌



¿q ué , d e l a p o e s í a Ze n?

S

i hubiera alguna manera posible, ¡y posiblemente humana!, de paladear deliberadamente “la iluminación”, tendría que ser en virtud del apremiante sigilo de un poema Zen. La plenitud de su simpleza, en unas cuantas grafías disimulada, expone a cualquier leedor al más maquinal de los suspiros, para el que nunca serían suficientes las diez mil palabras. ¿Cómo hacer para conservar en conceptos, aquel momento?, ¿cómo guardar experiencias, entre comas y acentos?, ¿cómo es que ante lo que no puede ser dicho, surgen los más informales desventos?: tal es la suerte de un poema Zen, que ironiza al silencio y a los tiempos que perduran en el olvido, haciéndolos presentes, y coloridos, en lo leído. Quizá no exista en este mundo otro lugar en donde el buscador y la esperanza estén condenados a desaparecer: nada que indagar, nada que saber, nada que obtener, ¡y por supuesto!: nada Zen. Al final, de poema no queda nada; simplemente se percibe, o no, el frescor del petricor. Huelga decir que la esencia del Zen no se ha de hallar nunca en lo escrito, o en lo que no se dijo, ¡leed su poesía!: no hay otra manera de decirlo.

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Para el Zen, la respuesta a ¿cuál es el sentido?, es siempre tardía. ※ El zen reprueba al silencio, y aborrece el lenguaje; ¡si hay algo que transmitirse, que ese algo, lo haga por sí mismo! ※ ¿Tan apartado está el Zen? Yo algo más que especial siento aquí: junto a tan fiel amiga, de sake, casi vacía. ※ Disculpad la parresía: el Zen se preocupa menos que poco, por vuestra alegría. ※

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Rompo mi ayuno con el ladrido del perro y la apertura del trébol. ※ ¿Que mi vida es un sueño? ¿Que soy una errante ilusión? Me conformo: la nieve que ayer cubría los cerezos, es agua de nuevo. ※ Entre tantas verdades a nada estuve de perderme este amanecer. ※ En mi estado espiritual… ¿qué será tal cosa? Un montón de palabras, en el mejor de los casos. ※ Un caudal arrollador: Los meses, los años. Hoy desperté siendo viejo. ※ 135


¡Fe! ¿De qué me sirve? Lata o no mi corazón, retoñarán, o no, los cerezos. ※ Acudir al templo, ojear un libro sagrado, escuchar al maestro… ¡no! Mejor un rico café; cada sorbo me recuerda que toda realización es temporal. ※ Aducen que soy eterno. ¡No habrán visto caer al follaje otoñal! Partir… ha de ser muy bello. ※ Luz del día: ¿cuántos colores te habré robado? sin contar los suspiros… Ya me veo partir como un ladrón. ※

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Siempre rodeadas de flores, estatuas de lo ‘sagrado’: ¡qué daría yo por ser de piedra! ※ Leí cientos de libros, recé miles de sutras, me prosterné miríadas de veces, ¡oh desgracia!... mi empeño se esfumó en el presente. ※ Buscamos la verdad al tiempo que florecen los crisantemos y tantas otras, se vuelven frutos. ※ La vida… plenitud absoluta. ¡Yo también soy vida! (gajes de la ironía), pero me falta tanto. ※

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Y de repente era (qué generoso es eso de cerrar los ojos), mi vida entera. ※ Qué les sorprende de mi contradicción; bajo la misma luna, yacen la luciérnaga y el ladrón. ※ A estas alturas imposible no sufrir vuestra “impureza”: la incitación pública de antaño a la contra-naturaleza, os habla de amar, sólo, a una pareja. ¡Y de poder huir!, estando aquí, mediante el celibato, a la bajeza que mancha “la buena imagen del hombre”, en su intrínseca pureza. ※

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Acumularé a lo mucho esta puesta de sol. ※ Helada nevisca olvidaste cuán frágiles son los cerezos pero… qué bella y blanca eres. ※ Fatigo mi andar tras convenciones sociales. Aparento ser más… pero, qué alivio: la muerte nos hace iguales. ※ Peces y aves, deleite de los humanos. Nosotros para los mosquitos, un festín. ¿Quién fue creado para quién? ※

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ODA A LA MALEZA Mi instinto te comprendió como maleza, presto estaba a retirarte del paisaje, si hubieras sido begonia o crisantemo brotarían suspiros, haikus, pero la intuición frenó tan liviana distinción. Aquella que sin que yo sepa, sabe, que aquí todo, naturalmente, guarda perfección. Te adornaste como la más bella flor, ¡oh, sorpresa!, tan lejos de la razón. ※ Qué alivio… todos ya en el vagón que dirige la muerte: nadie se puede perder. ※ Un petirrojo picotea mis duraznos. Ya va, ya viene. ¡Regresa cuantas veces quieras! Yo, para comerlos, puedo esperar otro año. ※

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¿Y si mi andar carece de espiritual trascendencia? ¡Qué bello! Seré tan útil como los bancos de nubes. ¡Y muy hermoso! Como la primavera. ※ Hojas secas y rojas, universal gesto otoñal. Pero yo, humanamente, sigo esperando la primavera. ※ ¿Corréis en pos de la verdad universal?... Volveréis siempre con las manos vacías: ¡fortuna de la ironía! El peligro que os causaría. ※ Anduve mendigando la verdad, volví con las manos vacías. Ya, sin nada que buscar, recibo, venturoso, hasta las hojas caídas. ※

141


Ya que no lograsteis resolver los misterios de la vida ¡anheláis la muerte!, otro gran misterio. ※ La muerte me libera de mí mismo. ¿Acaso ese mí incluye los cerezos y la flor del crisantemo? Si es así, pese a que muera con el invierno, retoñaré, todas las primaveras. ※ ¿Qué valdrá más en este mar infinito, un nombre “sagrado” o un grano de arena? De los nombres: buda, dios, Allah, se sostiene la fe y se confecciona un sentido. Los granos de arena son… comunes, como las estrellas. ※

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¿Quién es capaz de comprender por qué la vida nos dio “el ser”? Yo algo sé: ella nada me exigió, ¡lo regresaré!, sin ningún interés. ※ Cuando no haya más vida y se acabe la muerte, ¿quién?... cesará nuestro viaje ¡será imposible la alborada! E inútil la verdad. ※ AZUCENA: tu fragancia soberana es innegable; me recuerda a las verdades que buscaba cuando sólo encontré quimeras. ※ Camino al “despertar” me topé con la primavera: ¡ah! Desde aquí es tan claro el Monte Fuji… ¡qué tonto insistiría en buscar! ※

143


Nada tan cierto como el viento en que puedo respirar. ¡¿De qué me sirves reino “espiritual”?! ※ Quienes saben no la entienden, quienes la entienden no saben. En Pune me topé a un sabio, hablaba de cosas triviales. ※ Juegan con los restos de prácticas ancestrales: meditaciones, temazcales, mantras, brebajes y demás. ¡Carroñeros espirituales!, no comen nada fresco, mucho menos original. ※

144


MEDITACIÓN Extraño mundo el de los humanos: para aligerarse interiorizan, y solemnizan silencios confeccionados. ※ Frente al amor de una madre, ¿quién necesita budas señalando a lo innombrable? ※ En sueños profundos no queda nada de “mí”, ¡cuánta dulzura! Nadie en busca de paz. Imagino a la muerte como el sueño más profundo, bella… ha de ser muy bella. ※

145


Se les llama “maestros” a quienes te incitan a descubrir lo que eres. ¡Oh desgracia! No saber-se ¡es libertad! Nada que te confine al tiempo y espacio; dejas de se ser parte del universo, del uno, o de dios, ¡sólo existes! sin puntos de comparación. ※ Los hábitos monacales simbolizan el deseo de liberarse del propio deseo. Después… ¿qué viene después? ¡Condenarse a la dictadura de los preceptos! ¡Tontos! La virtud original se enciende con el más salvaje de los deseos. ※

146


Mi mente se mueve aquí, allá: ¡demasiado ruido! Perdí el interés. ※ La risa por “ser mejor”, despreocupada, es el Zen en su forma más elevada. ※ Para la náusea existencial, cualquier fabulación mental: ¡el “alma”, por ejemplo!, hoy en día tan de moda, hoy en día tan “real”. ※ Budas, dioses, mitos, hitos y avatares encuadernados: no cabe duda, el propio ingenio del hombre es lo que lo ha “salvado”. ※

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Dice el negocio sagrado: “¡la mente deforma la realidad!” La gente babea, y es que, ¡claro!, los haraganes de pensamiento son tan fácil de intimidar. Sin embargo, yo os digo: ¡tened cuidado!, ¡no con lo que deforma!, sino con lo que os invita a una mejor “realidad”. ¡Bien lo han mostrado los maestros naturales!: aquel que anda en pos de superiores “realidades” se desperdicia en la que está. ※ Este bello bosque, sin caminos conocidos nadie ha recorrido. ※

148


La fuerza de lo “correcto” come de “mí”; “yo”, sobrevivo de los restos. ※ ¡¿Que el silencio es la mayor enseñanza?! ¡Pobres! Jamás han entonado, entre sakes, la canción del pescador. ※ Rompo mi ayuno de ti con el canto del saltamontes y el susurro del colibrí. ※ Conozco algo que trasciende al tiempo y espacio: mil millones de años no son más que un pensamiento, después de todo. ※

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“Eruditos de tres pulgadas” en las frases por los maestros mil veces habladas, y en las otras, que emperifollan los textos, van vuestras voces confiadas. ¡Así pues!, adquirís la mala maña de divulgar el conocimiento que no lleváis en las entrañas. “Eruditos de tres pulgadas”, la sabiduría que repetís suena mucho a adulterada. ※ Envidio al mundo animal ¡tanto como envidio al cielo! No tener que fingir… ha de ser muy bello. ※

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Aduce la tradición tibetana del sendero breve: “deja que se resuelva solo”. Pero si no hay intención, ni análisis, ni reflexión; nada de cultivarse, y nada de “entendimiento”, ¿qué habría por resolver? ※ Malamente creía que la dictadura sobrenatural de nada servía, pero… ¡mírenlos!: se ven tan solos sin su compañía. ※

151


El más célebre de los budas de tres mundos habló: el de las falsas ilusiones, el material, y del que se puede “saber”, pero no palpar. Quizá, con un poco de suerte, después de un par de milenios, ¡por fin!, haya aprendido a contar. ※ Cualquier religión a priori, es fatal. Y es que… ¿cómo medir los peligros de la irracionalidad? ※ ¿Por qué os abisma tanto la despreocupación que me mantiene? ¡Decidme de una vez!, sin sospechas que os “abuenen”: después de la muerte, todo esto, ¿qué caso tiene? ※

152


¡Entregar la vida a mejorarse! ¡Bah! No hay espacio para más nada frente a la luna: el recuerdo de mis amadas y esta botella, ¡vacía!, de sake. ※ ¿Querrías probar la muerte? Pregúntate: “¿para qué existo?” ※ Culto del “yo”: montañas, retiros, ashrams, yoga, meditaciones, mantras, ¡un millón de repeticiones!, que al ego dan relevancia. ※

153


Fanfarroneáis: “¡‘uno’ soy, con el universo!” ¿Está hecha, pues, la existencia a vuestra medida, y entendimiento? O… ¿cuál es vuestro fundamento? Tenéis otro además del viejo cuento: “para todos y para nadie, sopla el viento”. Os diré lo que presiento: ese ‘uno’, ¡y también el universo!, nace y muere en vuestro pensamiento. ※ ¿Para qué quemar el cedro, o las hojas que hablan de lotos y crisantemos? Si se acabara lo espiritual, el hombre, presto, idearía otra entrada sin salida. ※ Todo es… ¿Se puede abarcar “todo”, así de golpe? ※ 154


Harto del cerezo, la primavera de los haikistas y el crisantemo. Ante este árido paisaje rebosando estiércol, cualquier poema y el Monte Fuji, huelen a muerto. ※ Poetas del Zen (eruditos de tres pulgadas): gastar y gastar palabras que no contiene el hoy, ni contendrá el mañana. Destruís con sinsentido, al sentido, de lo que no puede ser comprendido. Exhibís, haciendo posible al oído, el ruido que hace el silencio y el silencio que hace el ruido. Desoísteis la conciencia del budismo: ¿De cuánto os ha servido? ※

155


La vida monástica, es sólo para los muertos: buscar silencio fabricar silencio mascar silencio escupir silencio; ¡destruir al silenciador! Os lo digo yo, que estuve muerto. ※ Sucumbirá el lenguaje: “los tiempos”… “el arte”. Desistirá la vida: de fechas, consciencias y pueblos, con budas… de cedro. (Yo, perderé a lo mucho y siendo sincero, recuerdos de esta noche, de copos, de invierno). ※

156


Es quizá, mi primera y última vida: ya me hice a la idea. Se que “soy”, como mucho, una raya en el tiempo, y “el tiempo”, uno entre tantos conceptos: de tontos buscar un remedio. Pero temo estar sin ti: ¡qué falto de Zen! ※ Ryokan dedicó su vida al estudio del Zen: de tan poco sirve un cenobita japonés. Le habría sido más sincero estudiar la experiencia de la muerte, que nadie puede saber. ※ ¿Tan bien estáis queridos muertos? Me causa envidia vuestro silencio. ※ 157


El santuario de Fo Guang Shan atesoraba al diente de buda, y a un maestro que repetía: “todo ha de morir”. El templo murió… el fuego a nada perdona, y a qué no llega su tiempo. Pero solloza hasta la fecha, aquel maestro. ※ Escúchese: “OM”… tan rápido se disuelve: es otro copo de nieve. En la región de las cuatro estaciones los animales bra(h)man frente al olvido; y se disuelven. ¡Escúchese aquel sonido! Universal quejido. ※

158


Si nunca fuiste mariposa que, en un bosque, pensando en ella, olvidó las flores, ¡no me hables de extrañar! ※

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