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Cosas de familia

Alicia Navarro - Fuerteventura

Cuando yo era pequeña vivía inmersa en un variopinto núcleo familiar, mis abuelos, los tíos abuelos, primos y primos segundos y así una inmensa lista de parentescos que solíamos tener y considerar, incluso sabía de las comadres de mis abuelos, no solo de existencia, también de convivencia, pues era raro el día que comadre Luisa no apareciera por la casa de mis abuelos, trayendo millo, berros frescos y papas para hacer un buen potaje, como ella decía...

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La puerta de la calle, permanecía abierta, hasta que llegara el último hombre de la familia, que se encargaba de cerrarla, eso pasaba cerca de la media noche y era lo normal preguntar en voz alta: ¿Falta alguien en casa!? A lo que seguía un sí o silencio lo cual equivalía a cerrar la puerta. Todo era un poco caótico en la casa de los abuelos, también vivían allí algunos de sus siete hijos, mis “divertidos” tíos, algunos eran solteros, y acaparaban la mayor parte de los “sermones” de mi abuela, sobre sus “amigas especiales”, que desde luego ninguna daba la talla, pero a ellos todo les daba igual, al día siguiente, había “relevo”...

Otros solo estaban durante las vacaciones, venían desde Estados Unidos, de Israel, de medio mundo...

Luego estaban los médicos, pero todos tenían sus habitaciones preparadas, por si llegaban de improvisto como los que discutían con sus respectivas mujeres y venían a hablarlo con la abuela que ponía orden, eso sí, mis tíos se llevaban la peor parte pero inexplicablemente, parecían estar contentos...

Sólo había un momento en el que no se podía contar con ellos, pero como todos lo sabíamos, pues “santas pascuas”, como se dice en Canarias, que equivale a resignación...

Eso significaba que la abuela estaba tocando el piano y el abuelo escribiendo a máquina alguno de sus interminables informes para la Inspección de Enseñanza Primaria, fuera de estas actividades, los abuelos estaban solícitos y disponibles. La casa siempre estaba llena de visitas, siempre olía a café, chocolate, bizcochones y anís…

Los visitantes, se reían mucho en las conversaciones, ella era muy parlanchina, tenía un punto sarcástico y mucho sentido del humor, era una mujer muy inteli- gente, adelantada a su tiempo, siempre hacia lo que quería y a mí abuelo, hombre serio, en exceso diría yo, no le quedaba otra que aceptar las “ocurrencias” de mi abuela y mirar para otra parte o refugiarse en su mi abuelo había traído de África. Yo solía contarle mis dudas sobre cosas como porqué mi abuela colocaba las partituras de música al revés, porqué mi abuelo tiraba más papeles a la papelera que las cartas que enviaba. Entre mis monólogos con el mono, estaban las cosas “incomprensibles”, porqué los hombres podían ser los últimos en llegar a casa, porqué yo debía hacerlo de día. Claro que aquí estaba la explicación de mi abuela: “tú eres una señorita”, y contra esto, se habían acabado mis argumentos, porque lo que seguía, era “vete a jugar con el mono”. El me escuchaba un ratito, me miraba

Mi padre, también pertenecía a “los tocados del ala” y nos acompañaba también este grupo su hermano menor, que era psiquiatra. El hermano cura, hacia algún intento, con pequeñas “incursiones” puntuales, pero mi abuela, se encargaba de hacerlo volver al “redil” rápidamente, pues era muy importante para ella tener un hijo cura que garantizara “la salvación del alma...”

Los tíos abuelos, escribían muchas cartas, con fotografías en blanco y negro, mis favoritas, las que llegaban de Cuba.

Aprendí a leer el verano antes de cumplir seis años, así que en el mes de septiembre, empezaron mis recuerdos...

Ella decía que en nuestra familia, había dos tipos de personas, unos, “los tocados del ala” y “los tocados por Dios”, éstos últimos, eran su hijo sacerdote, mi tío, sus hermanos, sus sobrinos, sus primos, todos sacerdotes y también sus tres hermanas monjas, en total, ella tenía 12 hermanos. De todos, yo recibí mucho cariño y una buena formación religiosa que me ha servido en las distintas etapas de mi vida. En los años vividos, me he dado cuenta, que las religiones, no son sólo algo espiritual, que lo son, además son una cultura, un modo de vida, un “idioma” que nos permite comunicarnos en unos mismo parámetros de conducta.

“Los tocados del Ala”, éramos, si no tantos como el otro grupo, bastantes... Y digo éramos, porque mi abuela, me incluyó en este grupo, en parte se debía a mis conversaciones con un mono de raza Titi, que

El tío abuelo Paco, fue el primero en irse a Cuba, contaba en sus cartas, que había fundado un Banco, que se llamaba, “Banco de los Colonos”, esto debió de ser algo importante, pues cuando murió, le enterraron con grandes honores, en el Cementerio de Colón, que pese a lo tétrico, creo que es uno de los más bonitos que he visto. Yo era la encargada de ordenar cronológicamente aparte los sellos, así fue como me di cuenta que el tío abuelo Paco, había muerto 18 años antes de que yo naciera y que las cartas que seguían llegando, eran de su hijo que también se llamaba así. Esto, hizo que por primera vez, me planteara el concepto muerte...

Todo esto ocurrió, hasta mis nueve años, el resto de mi vida siguió lejos, de aquellos años, donde habitaban sus vidas con olor a café, a chocolate y los bizcochones de la abuela...

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