ISABEL SERVERA _Hacer tiempo o El tiempo del artista_por Gisela Chillida . “Una vez no es ninguna vez”. Walter Benjamin, Imágenes que piensan, 1934.
Dime cómo mides tu tiempo y te diré quien eres. Para los pescadores y marineros, el tiempo lo marcan las mareas. Para los cazadores, el anochecer y el amanecer determinan las tareas. Los obreros tuvieron que amoldar su tiempo al de la producción fabril. No resulta extraño que durante la Revolución de 1830, en el anochecer del primer día de lucha, los franceses dispararan contra los relojes que coronaban las torres. Tampoco parece sorprendente que Henry Ford, padre de la producción en cadena, empezara su carrera arreglando relojes. La notación del tiempo ha estado siempre ligada a las labores y actividades humanas. Pero, ¿cuál es el quehacer del artista?¿Qué marca el inicio y el fin de su jornada?¿Cuándo empieza una tarea y termina otra?¿Cuál es, en definitiva, el tiempo del artista? Como si de hojas de horas se tratase, Isabel Servera, nos muestra su Calendario laboral. Esta instalación site-specific refleja tanto su organización diaria como las horas invertidas en la realización de ese mismo trabajo desde marzo de 2019. A lo largo de una jornada, la artista traza líneas espirales con bolígrafos de oficina rojo, verde, azul o negro sobre distintos folios blancos durante tanto tiempo como dispone, de modo que traduce la coordenada temporal a una bidimensional. El tiempo se vuelve matérico para desplegarse ante nosotros como una epifanía que evidencia que la dedicación del artista, inconstante e incesante, nada tiene que ver con el trabajo fordista perfectamente regulado. El tiempo del artista es “otro”. Es tiempo impreciso e indisciplinado. Es tiempo extraño que se convierte en excrecencia. Mladen Stilinovic también nos lo enseñó en Artista en el trabajo (1978). En un mundo algorítmico y computarizado, nos hemos convertido en perfectos falsos autómatas que, como el enano ajedrecista de “El Turco”, deben hacerse pasar por máquinas. Con el trabajo manual y rítmico, Servera introduce la irregularidad en el terreno de lo indiscernible maquínico. Negar al tiempo su orientación productivista y negar a la máquina su superioridad. En CMY y CMY II, es en las diferencias apenas perceptibles donde vemos la huella de lo humano. Del mismo modo, en CMYK, gran instalación sitespecific, cubre la totalidad del muro con papel estampado manualmente con tintas cuatricromáticas. Trece colores -amarillo, naranja, marrón, salmón, fucsia, índigo, aguamarina, verde botella, cerúleo, ultramar, negro, caqui y azul oscuro- trazan un camino monádico en Punto y seguido y Enmarcado. Si en el primero alcanzan la totalidad de la superficie del papel, en el segundo discurren únicamente por el margen. Perfecto pendant, entre los dos se establece una relación de desemejanza: el horror vacui y el vacío; el plano y la línea; el todo y la nada. Pero ambos abren el abismo del tiempo infinito. Imagen descodificada y memoria obliterada, ST5 y ST6 están formadas por catorce mil ciento setenta y ocho tiras de papel entrelazadas que conforman un tapiz pixelado casi monocromo. Como la cinta Moebius de
Lygia Clark, muestra una trama sin anverso ni reverso; sin marco ni centro, sin borde ni límite. Igual que ésta, presentan también un tiempo sin antes ni después.