EL ESPECTADOR / SABADO 5 DE ENERO 2019
EL ESPECTADOR
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ElPentagrama N°2
ALEXANDER KLEIN *
Daniel Kharitonov, el prodigio humano / Cortesía
Cuando la persona promedio escucha la palabra “prodigio”, generalmente se le viene a la mente una imagen borrosa de un niño vistiendo levita y peluca mientras se sienta al piano para descrestar a un príncipe o un rey con sus extraordinarias habilidades musicales. Otros, quizá, se imaginarán al mismo niño pero vistiendo una bata blanca mientras expone una nueva teoría de la física cuántica, todo frente a un público adulto que estará mudo de asombro ante el fenómeno. Sin embargo, casi nadie se imaginará a un niño vistiendo una camiseta del Barcelona FC en una cafetería mientras devora un wiener schnitzel, plato de carne apanada que es para Austria lo que el ajiaco o la bandeja paisa son para Colombia. Porque, después de todo, un prodigio en el sentido completo de la palabra nunca elegiría un plato ni una cafetería tan común y corriente para saciar su apetito. ¿O sí? Resulta que ese prodigio sí existe y, de hecho, sus amigos probablemente lo habrán visto más veces vistiendo la camiseta de Lionel Messi que el esmoquin que usa cuando toca el piano frente a públicos de todo el planeta. Su nombre es Daniel Kharitonov, quien apenas tiene veinte años, que cumplió hace menos de quince días: el 22 de diciembre. Nacido en la isla rusa de Sakhalin, Kharitonov se empapó de la idea de ser músico cuando sus allegados notaron que tenía una extraordinaria habilidad de mantener ritmos con la precisión de un metrónomo mientras hacía cosas tan banales como golpear la puerta. En aquel entonces, Kharitonov tenía cinco años y fue a esa misma edad en que empezó a cursar estudios musicales en su país natal, que lo llevaron un año después a ser admitido como estudiante del Conservatorio Tchaikovsky de Moscú, uno de los institutos de enseñanza musical más prestigiosos del mundo. Lo que ocurrió de ahí en adelante pareciera pertenecer más a una novela del siglo XVIII que a la vida de una persona nacida en nuestros tiempos: después de hacer su debut como pianista solista a los siete años de edad, Kharitonov nunca miró para atrás y procedió a ganar premios como el Grand Prix del Concurso Internacional de Viena y el primer premio del Concurso Internacional de Pianistas S. Rachmaninov, todo antes de cumplir sus diez años de edad. Cinco años y otros premios después, el rostro de Kharitonov apareció en la televisión rusa mientras el joven pianista se disponía a interpretar el Primer concierto para piano de Rachmaninov para millones de telespectadores, acontecimiento que luego se sumó a su debut como solista en el Carnegie Hall de Nueva York a la tierna edad de 14 años. Y como para ponerle un toque aún más épico a su biografía, ese mismo adolescente que descrestó al público neoyorquino fue el cuarto portador de la llama olímpica durante la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Invierno en el Kremlin de Moscú, hecho que para Kharitonov no marcó el fin sino el principio de su carrera como uno de los artistas más destacados de su país natal. Y aun así, después de haber vivido experiencias en su niñez que pertenecen más al mundo de la ficción y los sueños, Kharitonov es el primer ser humano en admitir que él simplemente es una persona común y corriente con una profesión, como cualquier otra, que consiste en interpretar un instrumento musical para traerles alegría, felicidad, tranquilidad o simple placer a sus oyentes. Con la humildad que brota de un genio que nunca pierde la consciencia de su propia humanidad, Kharitonov ha dicho —al preguntarle sobre alguna profesión que él nunca querría hacer— que él “respeta todas las profesiones”, pues en sus palabras, “si una profesión existe, es porque es necesaria para alguien”, como quien dice que en este mundo hay un lugar para todo y para todos, sin distinciones ni jerarquías. Es quizá debido a esta actitud conciliadora y cero pretenciosa que Kharitonov transmite una sensación de seguridad y humanismo cuando interpreta su instrumento, sin la rigidez y los nervios que a veces atacan hasta a los más grandes pianistas. Porque como el gran artista y ser humano que es, Kharitonov sabe que en el arte no hay jerarquías sino diversidad, lo cual se traduce en que, dentro de la música, no hay nadie que suene igual a otro, por más que hayan estudiado la misma carrera o interpretado el mismo instrumento. Por estos motivos, el mejor consejo que Kharitonov ofrece a las nuevas generaciones no es buscar riqueza material ni ganar concursos sino “apreciar cada momento de la vida, y no desperdiciar el tiempo en vano”. Evidentemente, es sensato afirmar que Kharitonov ha seguido su propio consejo al pie de la letra. *Profesor de cátedra, Universidad de los Andes.
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EL ESPECTADOR / SABADO 5 DE ENERO 2019
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Si bemol la do si = Bach RICARDO BADA
¿Quién fue Bach, ese portentoso creador cuyo apellido, en la notación musical alemana, lo integran las notas si bemol la do si, combinación con la que jugó en algunas de sus fugas? En su libro El Valle de Josafat, el pensador español Eugenio d’Ors arguye sobre Bach: “No solamente sabe representarse las cosas en el espacio (al fin y cabo esto se llama inteligencia), sino que proporciona a los auditores magníficas asociaciones espaciales. (...) Arquitecturales, para precisar más. Cuando se dice de la música que es una arquitectura en movimiento, yo evoco siempre a Bach. (...) Y siempre se me aparece ‘la imagen de una augusta catedral’, según canté un día ya lejano. (...) Decía entonces: catedral. A veces, sobre todo en los conciertos, he estado a punto de corregirme y de sustituir catedral por palacio. Pero no. Decididamente, era catedral el término justo”. D’Ors refuerza su argumento con una cita del Tratado de lógica, de Edmond Goblot, en la que puede leerse: “El valor estético de Notre Dame de París o Saint-Ouen de Ruán, de una Meditaciónde Lamartine o de un sermón de Bossuet, de una Cantata de Bach o de la Misa Solemne de Beethoven, no puede ser plenamente gustado por el hombre al cual le sea totalmente extraño el sentimiento religioso”. A mí me parece una petición de principio, sería tanto como argüir que el valor estético de la escultura helénica no puede ser plenamente gustado por el hombre al cual le sea totalmente extraño el sentimiento pagano. Pero de todos modos, la cita pone en evidencia el alto valor espiritual que se le otorga a la obra de Bach: sin lugar a dudas, es la cumbre de la música sacra evangélica. Tanto, que el obispo luterano sueco Nathan Södermann llegó a calificarla en 1929 como “el quinto Evangelio”. Johann Sebastian Bach nació en Eisenach (1685) y murió en Leipzig (1750). Fue el menor de los ocho hijos de sus padres y recibió su nombre doble a cau-
El índice Johann Sebastian Bach registra 1.128 obras de todas clases: cantatas, motetes, misas, pasiones, lieder, arias, corales, oratorios, conciertos, suites, preludios, fugas, sonatas, variaciones... En fin, todo el abanico, excepto óperas, pues no compuso ninguna.
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Fue recién en 1829 cuando, gracias al empeño de Felix Mendelssohn–Bartholdy, se volvió a interpretar “La pasión según san Mateo”, su creación más depurada.
sa de sus dos padrinos, pero en la familia se le llamaba Sebastian a secas. Huérfano de madre y padre desde los nueve años. se fue a vivir a Ohrduf con su hermano mayor, Johann Gabriel, de quien aprendió incluso la mecánica de los órganos y cómo repararlos; y de Ohrduf datan al menos 25 de las primeras composiciones del joven Bach, antes de iniciar una precoz, fulgurante y remunerativa carrera como compositor e intérprete. A los 18 años firmó en Arnstadt su primer contrato (50 florines, además de otros 30 para manutención y alojamiento) como organista y por su colaboración con el coro. Tres años más tarde se trasladó a Lübeck, para oír al más famoso organista de su tiempo, Dieter Buxtehude, ya anciano y de quien podía heredar su puesto... a condición de desposar a su hija, pero con ella, diez años mayor que Bach, no se quiso casar. A los 22 años se instaló en Mühlhausen, donde le asignaron unos emolumentos de casi el doble que en Arnstadt, lo que le permitió casarse ese mismo año con su prima Maria Barbara, con quien tuvo siete hijos, dos de los cuales murieron a poco de nacer y uno apenas vivió un año. A los 23 años dio un concierto en Weimar, donde el duque Wilhelm Ernst le ofreció un contrato por 150 florines más viáticos, que seis años después se convirtieron en 250 florines, al acceder al puesto de Konzertmeister. A los 32 años firmó contrato como director musical en Köthen sin haber rescindido el que lo ligaba a Weimar, lo cual le acarreó unos días de arresto y un despido deshonroso. En Köthen recibió un anticipo de 50 táleros al firmar el contrato y 400 de sueldo más 12 como ayuda al pago del alquiler . En 1720, al regreso de un viaje, se encontró con que su esposa había muerto y ya estaba enterrada. Al año siguiente se casó con la soprano Anna Magdalena Wicke, de quien tendría 13 hijos, la mayoría de ellos muertos a poco de nacer. Dicho sea de paso, dos de sus hijos de su primer matrimonio y dos del segundo fueron asimismo excelentes compositores. En 1735, Bach documentó la existencia de 53 músicos de su clan en la crónica “Orígenes de la familia musical Bach”. A los 38 años, en 1723, ganó el concurso para el puesto de maestro cantor de la iglesia de Santo Tomás, en Leipzig, aunque solo debido a que los dos que ganaron por delante suyo renunciaron al puesto (Telemann, cuando le subieron el salario en Hamburgo, y Graupner porque el duque de Hesse, su patrón, se negó a rescindirle su contrato). Y hasta su muerte, en 1750, Bach se mantuvo en ese puesto, haciendo alguna que otra escapada como la de 1747, invitado por Federico el Grande, de Prusia, a dar conciertos en Berlín. Sus últimos trabajos fueron El arte de la fuga y La misa en mi menor(que por cierto fue compuesta para una corte católica, la de Dresde), muy afectado ya por problemas de salud con la vista y motrices: casi no podía mover el brazo derecho, hasta el punto de que su esposa y su hijo Johan Christian firmaban los documentos en su nombre. Sus restos reposan en la iglesia de Santo Tomás,
a un tiro de piedra de la iglesia de San Nicolás, epicentro de la revolución pacífica que acabó con la dictadura de la RDA. El índice Johann Sebastian Bach registra 1.128 obras de todas clases: cantatas, motetes, misas, pasiones, lieder, arias, corales, oratorios, obras para órgano, clavicémbalo y laúd, contrapuntos, conciertos, suites, preludios, fugas, sonatas, variaciones... En fin, todo el abanico, excepto óperas, pues no compuso ninguna. Y ahora viene la guinda del pastel: ¡Johann Sebastian Bach jamás estudió composición, ya que era un autodidacta en toda la extensión de la palabra! Aprendió a componer oyendo música, y leyendo y transcribiendo partituras. Y era un virtuoso como organista y cembalista, y amén de ello un gran improvisador, elogiado como tal por el rey de Prusia. Pero a su muerte casi cayó en el olvido. Fue recién en 1829 cuando, gracias al empeño de Felix Mendelssohn-Bartholdy, se volvió a interpretar La pasión según san Mateo, su creación más depurada. Y a partir de entonces, la obra de Bach conoció un renacimiento, fue objeto de interpretaciones inolvidables por artistas tan distintos como la violonchelista polaca Wanda Landowska, el pianista canadiense Glenn Gould, el francés Jacques Loussier, el estadounidense Keith Jarrett, la mascarón de proa de la Black Classical Music, Nina Simone... e inspiró las Bachianas brasileiras de Heitor Villa-Lobos y el film El silencio antes de Bach, de Pere Portabella, estrenado en el Festival de Venecia del 2007. Añádase a ello que hay siete asteroides y planetoides circulando en el espacio con su nombre. El autor neerlandés Maarten ‘t Hart le dedicó todo un libro, Bach y yo, como una forma de pagarle lo mucho que le debe: “Aún recuerdo muy bien cómo escuché por primera vez La pasión según san Mateo. Fue un domingo de Ramos, en mi cuarto abohardillado en Maassluis, en una transmisión radiofónica desde el Concertgebouw de Ámsterdam bajo la dirección de Eugen Jochum. Tenía que pegar la oreja al radio, porque no me estaba permitido subir el volumen. Cuando lo hacía, enseguida corría mi madre escaleras arriba para llamarme ásperamente la atención: “Por amor del cielo, baja inmediatamente el volumen, nos atruenan los oídos ahí abajo”. Entonces, la primera vez, lo primero que tuve que hacer fue tratar de ubicarme en aquel mundo maravilloso, porque había muchas cosas que aún no me decían nada. Un aria me conmovió mucho: ‘Sehet, Jesus hat die Hand, / uns zu fassen, ausgespannt, kommt [Mirad, Jesús ha tendido la mano para asirnos, venid]’. Me pareció tan excepcionalmente bello, los dos oboes en un sereno dueto, los trinos, los pasajes corales: ‘Wohin? Wohin? Wohin?’ [¿Adónde? ¿Adónde? ¿Adónde?]” https://www.youtube.com/watch?v=OwhJ2LYSHZI
Y ahora déjenme terminar citando al filósofo británico Isaiah Berlin, quien escribió que dizque los ángeles, estando entre ellos, tocan Mozart, pero si tocan para Dios, entonces interpretan Bach.
La Philarmonia Orchestra fue protagonista del concierto inaugural. / Cortesía
Así fue el concierto inaugural ANTONIO MISCENÀ
El concierto que inauguró la decimotercera edición del Cartagena Festival Internacional de Música fue, se podría decir, una muestra del contenido musical que se presentará durante los diez días del evento. En primer lugar, Bach. La obra inaugural, Concierto n.° 1 para piano y orquesta, fue confiada a Angela Hewitt, quien, para interpretar esta obra se presentó como solista y directora de la Philharmonia Orchestra. Hewitt es una intérprete histórica de la música para teclado de Bach. Su ejecución pone de relieve la gran familiaridad de la artista y su conocimiento de la música del autor. El segundo tema del programa fue Musica Celestis, de Aaron Jay Kernis, magistralmente interpretada por la Philharmonia Orchestra bajo la dirección de Natalie Murray Beale. Se trata de una pieza escrita originalmente para cuarteto y posteriormente adaptada para orquesta de cuerdas. Kernis, autor actual, explora con esta obra una de las muchas dimensiones que el término “celestial” adquiere en un contexto musical. Música de gran fascinación, donde el tiempo parece detenerse y el espacio se expande hasta el infinito. La primera parte del concierto terminó con el primer movimiento de la Quinta sinfonía, de Beethoven, mientras que en la segunda parte la Philharmonia Orchestra, dirigida por Natalie Murray Beale, interpretó la Sinfonía n.° 41, de Mozart, dedicada a Júpiter, la última y hermosa sinfonía del genio de Salzburgo. Unas palabras sobre la presencia en el programa del concierto inaugural, del primer movimiento de la Quinta sinfonía, de Beethoven: este movimiento fue grabado en 1977 por la Philharmonia Orchestra e incorporado en el “Disco de oro” que la NASA envió al espacio en la sonda Voyager 1. En 2017, con motivo del cuadragésimo aniversario de la primera grabación, la Philharmonia realizó una segunda grabación con una técnica que permite una reconstrucción en 3D. El público del Festival podrá vivir esta experiencia de realidad virtual los días 10, 11 y 12 de enero en el Centro de Experiencias - Música y Tecnología, en el Centro de Convenciones de Cartagena de Indias.
EL ESPECTADOR / SABADO 5 DE ENERO 2019
18 / SÁBADO 05 DE ENERO DE 2019
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“Fly Me to the Moon”: una canción, una obra, la imagen del Festival
Sobre la boletería del Festival Adquiera las boletas para los conciertos del Festival en las taquillas de Primera Fila a escala nacional. En Cartagena están ubicadas en las salas de Cine Colombia de los centros comerciales Caribe Plaza, Paseo de la Castellana y Plaza Bocagrande. Así mismo, estarán habilitadas las taquillas del Teatro Adolfo Mejía, Sofitel Legend Santa Clara, Charleston Santa Teresa, Centro de Convenciones Cartagena de Indias y Casa 1537. Consulte los horarios y fechas de estos puntos de venta en www.cartagenamusicfestival.com
El bogotano Pedro Ruiz es el creador de esta pieza que pertenece a la colección “Oro (Espíritu y Naturaleza de un Territorio)”, y que a su vez hace parte de “Desplazamientos”, una serie protagonizada por un hombre en una barca cuya misión es preservar el paisaje arrebatado. LILIAN CONTRERAS FAJARDO
En 1954 Bart Howard escribió “Fly Me to the Moon”, una canción en la que un amante pide a su pareja que tome su mano y lo lleve a volar hasta llegar al universo. Años más tarde, el artista plástico colombiano Pedro Ruiz se inspiró en ese tema popularizado por Sarah Vaughan o Frank Sinatra para descontextualizar la letra y darle un sentido más allá del romance; así “Fly Me to the Moon” se transformó en una obra de arte en la que el protagonista no es un enamorado, sino un desplazado que conserva el recuerdo del paisaje que le ha sido arrebatado. La pieza de Ruiz pertenece a la colección “Oro (Espíritu y Naturaleza de un Territorio)”, que a su vez hace parte de “Desplazamientos”, una serie cuyo personaje viaja en una barca y lleva consigo, en palabras del artista, el recuerdo de la “tierra que es su vida y su sustento y que se ha visto obligado a abandonar”. La iconografía de esa colección presenta las barcas pintadas sobre fondos dorados, que recuerdan aquellos íconos medievales donde el barquero transporta todo lo que es importante preservar. Para el artista bogotano, caballero de la Orden de las Artes y las Letras por el Ministerio de Cultura de Francia y embajador de Unicef, el oro no se refiere a la riqueza material, sino a esos elementos intangibles como el “espíritu, la naturaleza, el arte, los personajes y las circunstancias”que son valiosos en la vida cotidiana e indispensables para la supervivencia como nación, y que al dañarlos “afecta nuestras relaciones con los demás
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y con el planeta en general”. Todo este contexto fue el que llevó a que los organizadores del Cartagena Festival Internacional de Música seleccionaran la pieza “Fly Me to the Moon” como imagen de la edición 2019 que tiene como título Armonía celeste y que busca rendir homenaje a la relación entre música y número, y sonido y ciencia, unión legendaria con la que la civilización occidental ha buscado la armonía del universo, la naturaleza y el cosmos. Si el protagonista de la canción de Howard busca que el amor le permita, por medio de un beso, jugar con las estrellas y conocer el universo, la obra de Ruiz representa a un hombre que está en armonía con la naturaleza. La pieza, un acrílico sobre lienzo de 60 x 60 cm, es un círculo amarillo en cuyo centro está un hombre parado sobre su barca y rodeado de planetas en un fondo de oro, como la vieja canción. La espiritualidad se representa con los peces que quieren asegurarse de esa buena y valiosa relación, rogándole que sea sincero. Ese juego entre la obra musical y plástica va de la mano conceptualmente con el evento. ¿Cuál
EL PENTAGRAMA Periódico oficial del Cartagena Festival Internacional de Música
PRESIDENTA: Julia Salvi DIRECTOR GENERAL: Antonio Miscenà SOCIOS PRINCIPALES: Postobón, RCN Radio, RCN Televisión SOCIOS: Cine Colombia, El Espectador FUNDADORA DE EL PENTAGRAMA: Paula Ojeda Palacio DIRECTORA DE EL PENTAGRAMA: María Camila Castellanos
sería ahora el recuerdo del hombre? Pues nada más y nada menos que la música, fuente de inspiración, y el conocimiento que ha generado la armonía celeste del universo. La música también es importante en el universo artístico de Pedro Ruiz, que siempre ha explorado la relación entre la naturaleza y la sociedad. Le gusta comenzar el día con algunos Bhajans de la India, con Mozart, Vivaldi o Bach. Cuando tiene visita prefiere sintonizar al violonchelista Jacques Offenbach, algunas bachianas del compositor brasileño Heitor Villa-Lobos, las creaciones del colombiano Crescencio Salcedo, del inglés Sting o del jazzista Herbie Hancock. Además, asegura con modestia, que cuando lo dejan pone a bailar a todo el mundo. Para él “cualquier música es buena si el que la hace es bueno”. Fue con este bagaje conceptual y plástico con el que el artista pasó de ser un espectador entusiasta a creador de la imagen oficial del certamen musical, lo cual considera una distinción y un honor, ya que le ha permitido que su obra sea valorada dentro del mundo del espíritu y la cultura.
EDITOR GENERAL: Juan Carlos Piedrahíta B. COLABORADORES EL PENTAGRAMA: Alexander Klein, Ricardo Bada, Lilian Contreras, Katia Carbal, Julie González y Sara Sofía Rojas DISEÑO: Éder Leandro Rodríguez Corredor http://www.cartagenamusicfestival.com